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La crisis económica de la Unión Europea: ¿Complejo de Saturno o Síndrome de Estocolmo? Parte I (página 7)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Todo esto deja de manifiesto lo mucho que ha cambiado el
panorama de la economía global desde comienzos del
año 2011, cuando la principal inquietud era determinar el
impacto de la inflación en los países emergentes y
los problemas de deuda en Europa sobre una recuperación
que avanzaba a paso firme liderada por la industria
manufacturera. A mediados de marzo (2011), los economistas y las
empresas tratan de evaluar las ramificaciones de la crisis en
Japón y la agitación en Medio Oriente y el norte de
África sobre ámbitos tan variados como la
producción automotriz y el precio de los
semiconductores.

Las automotrices japonesas y otras empresas extendieron
los cierres de sus plantas durante varios días, lo que
podría trastocar la entrega de productos como los autos y
los chips de memoria flash que van dentro de los iPhones y iPads.
Miles de turistas han cancelado vuelos desde y hacia
Japón. La aerolínea taiwanesa EVA Airways
anunció, por ejemplo, la cancelación de 56 vuelos
entre Japón y Taiwán, algunos hasta finales de
junio.

Mientras más duren las interrupciones en
Japón, mayor será el efecto en las cadenas de
suministro de los fabricantes globales. Japón es el cuarto
mayor exportador del mundo y representa 14% de los envíos
de productos automovilísticos y 60% del silicio que se
utiliza para fabricar chips.

Se espera, asimismo, que el desastre japonés haga
que las empresas de todo el mundo se replanteen sus planes de
contingencia y su vulnerabilidad a los impactos externos. China
ya está trabajando para incrementar la
sofisticación de los bienes que puede producir
internamente y depender menos de las firmas
extranjeras.

Si la crisis financiera de 2007-2008, mostró los
peligros de un mundo interconectado que podía derrumbarse
como un castillo de naipes, la tragedia en Japón muestra
los riesgos de una cadena productiva global.

A pesar de que ha sido superado por China como segunda
economía mundial, Japón sigue siendo esencial para
ciertos mercados como el electrónico y el automotriz.
Japón produce un 30% de las tarjetas de memoria (que se
usan en cámaras electrónicas y teléfonos
inteligentes) y cerca del 15% de la Memoria Ram (computadoras).
Todo, forma parte de una cadena. Un producto como el Iphone
involucra a nueve compañías situadas en seis
países: China, Corea del Sur, Japón, Taiwán,
Alemania y Estados Unidos.

La subeditora del Financial Times, Gillian Tett,
señala en un artículo del 16 de marzo (2011) que el
impacto es difícil de medir. "Uno de los problemas es que
todavía nadie parece entender bien las dificultades que
pueden surgir del eslabonamiento de estas cadenas productivas.
Por ahora se piensa que el impacto será limitado, pero si
el cierre de las fábricas se extiende mucho tiempo, el
daño puede diseminarse", señala Tett.

Los expertos en logística dijeron que luego del
sismo quedaron expuestos puntos débiles cruciales para una
serie de compañías globales, como aquellas del
sector de productos electrónicos, que son el motor de las
economías de Taiwán y Corea del Sur, y de la
industria automotriz, que ha ayudado a Tailandia a ser un
importante centro exportador. En muchos casos, las
compañías están ralentizando la
producción para evitar quedarse sin componentes que vienen
solamente de Japón. Otras se están moviendo para
tratar de encontrar proveedores alternativos.

Mediante la acumulación de reservas y la
diversificación de proveedores, las
compañías se pueden ahorrar inesperados shocks en
sus suministros. Muchos productores globales se han movido en los
últimos años para reducir su lista de proveedores
como forma de obtener precios más bajos de los que
retienen. Eso crea riesgos si la base más pequeña
de abastecedores no es capaz de entregar los bienes.

La devastadora combinación que se dio en
Japón de terremoto, tsunami y crisis nuclear fue una
advertencia que le sirvió de recordatorio a empresas en
todo el mundo de cuánto dependen del país
asiático.

Por el lado de la demanda, el país representa
casi 9% de la producción económica mundial y ha
sido un importante puerto de entrada a Asia para todo tipo de
empresas, desde bancos a minoristas. La destrucción
alteró ventas, desplazó al personal y probablemente
despertará una actitud cautelosa por parte de los
consumidores, que durará un tiempo.

Pero es el lado de la oferta el que ha sido la fuente de
las mayores sorpresas. Economistas que pensaron que tenían
un buen entendimiento para poder calcular el impacto
descubrieron, tras un examen más exhaustivo, que
Japón era una fuente importante de toda clase de
componentes avanzados ampliamente usados en Asia y otros lugares
para ensamblar productos finales.

Japón fabrica el 60% de los discos
semiconductores de silicio, la base de los chips de computadoras.
El cierre de dos fábricas debido al terremoto
eliminó una cuarta de la oferta mundial. Credit Suisse
afirma que el país también fabrica 90% de una
sustancia llamada resina BT que se usa para fabricar circuitos
impresos.

Los inventarios de estos productos parecen mantenerse a
niveles aceptables, pero otros problemas tuvieron un impacto
mucho más inmediato. Automotrices de todo el mundo, por
ejemplo, tuvieron dificultades para hacer frente al cierre de una
fábrica de Hitachi Ltd. al norte de Tokio que fabrica
sensores de aire que se usan para medir la cantidad de aire que
ingresa a los motores. Hitachi fabrica 60% del suministro
mundial. Esta semana, General Motors Co. fue obligada a cerrar
una planta en Luisiana, y Peugeot-Citroën tuvo que reducir
la producción en la mayoría de sus plantas
europeas.

Los productores en una variedad de industrias aún
tratan de dilucidar el posible impacto sobre sus cadenas de
suministro y se esfuerzan por conseguir partes o proveedores
alternativos. Muchos comprenden el impacto sobre sus propios
proveedores, pero es más complicado intentar controlar los
cambios causados a los proveedores de sus proveedores. En
última instancia, el ritmo de la recuperación en
Japón determinará la severidad de cualquier escasez
y la escala del daño causado a las empresas en todo el
mundo. Japón es el cuarto mayor exportador mundial y
empresas como Caterpillar Inc. recurren al país como una
plataforma para fabricar equipos que luego venden en China y
otros lugares.

¿Alguien se acuerda (ahora) del "just in time"?
Barato, barato, barato y, yo no soy tonto… resulta (casi)
imposible

4 – La insolidaridad internacional (cada cual atiende su
juego, cuando no entorpece el de los demás)

Los políticos europeos, incapaces de resolver la
crisis de la zona euro, han pasado a depender cada vez más
del BCE, una institución fundada para promover estabilidad
de precios pero que ahora apuntala las finanzas de los
países más frágiles de la zona euro. La
expansión de su misión tiene consecuencias
profundas para Europa porque al trascender su mandato, el BCE ha
asumido un nuevo papel: el de la institución más
poderosa de Europa. Muchos ahora creen que el BCE es la
única esperanza de supervivencia del euro.

Ante el agravamiento de la crisis en el segundo semestre
de 2011 y principios de 2012 un creciente número de
autoridades ha exhortado al BCE a usar su herramienta más
poderosa -su imprenta– para apuntalar los mercados de deuda con
la compra de cantidades ilimitadas de bonos de la zona euro,
cumpliendo el papel de prestamista de última
instancia.

Hasta noviembre de 2011, el banco central se
había resistido, arguyendo que carecía de las
facultades legales para hacerlo. De todos modos, pocos
creían que el BCE permitiera el colapso de la moneda por
defender ese principio.

Alemania, la mayor y más próspera
economía de Europa, insiste en que los países
derrochadores realicen profundos recortes del gasto
público a cambio de ayuda, y se rehúsa a apoyar un
mayor papel para el BCE. Su ortodoxia la ha aislado dentro de
Europa así como en el comité ejecutivo del BCE.
Muchos líderes europeos temen que afloren resentimientos
nacionales si persiste la crisis, destruyendo no sólo el
euro, sino la propia Unión Europea.

En el interior del BCE han surgido tres campos. Uno,
encabezado por Alemania, se opone tajantemente a mayores compras
de bonos, diciendo que el programa borra la frontera entre
política fiscal y monetaria. Otro, liderado por el flanco
sur de la zona euro, considera al BCE la única
institución que funciona contra la crisis y la encargada
de hacer todo lo que haga falta para apoyar los mercados. Un
tercer grupo pragmático, que incluye a Austria y
Finlandia, ha aceptado compras limitadas de bonos soberanos, pero
está perdiendo la paciencia.

El rumbo final dependerá, en gran medida, del
economista italiano Mario Draghi. Es incómodo que su
primera gran decisión sea rescatar, o no, a su propio
país, después de que el BCE se abstuvo de responder
enérgicamente cuando otras economías, como Irlanda
y Portugal, estaban en la mira del mercado.

"Un escenario es que la crisis llegue a un extremo donde
se convierten en un gran banco central", explica Paul De Grauwe,
economista europeo que opina que el BCE ha sido demasiado
tímido en el combate de la crisis. "El otro escenario es
que se imponga el dogmatismo y el todo el edificio
colapse".

Si la entidad intensificara sus compras de bonos y no
aplacara los mercados, el daño a su credibilidad
sería devastador. Su gestión es un arte sutil que
depende del aura de invencibilidad. Si los inversionistas pierden
confianza en el poder del BCE, la credibilidad del euro
sufriría un gran golpe. El BCE debe decidir si alejarse
aun más de su misión central para salvar el
euro.

Angela Merkel no pagará el rescate de
ningún país que no pueda controlar. Todas las
vueltas que se están dando a las posibles soluciones a la
actual crisis de deuda pública que recorre la Eurozona
están obviando de forma reiterada una cuestión
clave: si alguien quiere que Alemania pague la factura
tendrá que entregar parte del poder de su política
económica.

En cualquier caso, se avance o no en el camino de los
eurobonos, lo que parece cada vez más claro es que Angela
Merkel no pondrá un euro sobre la mesa hasta que no tenga
garantías plenas de que controlará la
economía de la UE. En estos momentos hay varias soluciones
técnicas con opciones de ser implementadas: bolsa
común de deuda, quiebra ordenada e incluso
monetización de deuda.

En Alemania se ha llegado a la conclusión de que
las normas con las que se creó el euro (el Pacto de
Estabilidad y Crecimiento) eran demasiado flexibles y
fáciles de incumplir. Por eso, se teme que si ahora dan
dinero a griegos, italianos y españoles, estos vuelvan a
las andadas. En ninguno de los países rescatados o en
problemas (con la excepción de Irlanda) se han emprendido
las reformas necesarias para crecer de forma segura a medio
plazo. A lo máximo que se ha llegado es a aprobar recortes
en el gasto para reducir el déficit presupuestario. Pero
eso tampoco servirá: ya se sabe que los países
periféricos no cumplirán sus objetivos
fiscales.

Por eso, las declaraciones de sus líderes no
significan nada ahora para Angela Merkel. Y esta es la misma idea
que aparece en el documento de la Comisión. Incluso en
Bruselas se acepta ya que habrá que endurecer las
condiciones y vigilar de cerca su aplicación. Lo que se
dibuja en el horizonte es un Gobierno económico y fiscal
común para la Eurozona dirigido por Alemania. Quien quiera
aceptarlo, será rescatado y tendrá el respaldo de
Berlín. El que no pase por el aro, tendrá que
enfrentarse solo a la tormenta.

El mayor temor de Alemania es el riesgo moral,
¿Cómo puede saberse que los países
seguirán con las reformas después que se relaje la
presión del mercado? Reemplazar a políticos electos
con tecnócratas no elegidos puede ser un remedio de corto
plazo. Tanto el presidente de la Comisión Europea
José Manuel Barroso y el presidente del Consejo Europeo
Herman van Rompuy preparan propuestas para mejorar el gobierno
económico. Pero la mayoría de las que están
siendo discutidas representan apenas ajustes al escrutinio de los
presupuestos nacionales, no a la completa unión
política y fiscal que se necesita para apuntalar con
credibilidad a los euro bonos.

Quizás la intensidad de la crisis obligará
a un cambio político radical en Bruselas, como lo ha hecho
en los estados miembro. Quizás los gobiernos
adoptarán transferencias radicales de soberanía
para evitar el cataclismo de un colapso del euro. Pero el riesgo
es que, como sucede a menudo en las crisis, cuando los
políticos finalmente se decidan a actuar, ya sea muy poco
y muy tarde.

En las tercera semana de noviembre (2011) las
máximas autoridades financieras de Alemania volvían
a subrayar el compromiso del país germano con el euro y la
estabilidad de la eurozona, aunque reiteraban su rechazo a la
posibilidad de que el Banco Central Europeo (BCE) se convirtiera
en el prestamista de último recurso de la región y
contribuyera a financiar los presupuestos de los Estados
miembros.

"Haremos todo para prevenir los peligros que acechan a
la estabilidad del euro", indicó en un discurso el
ministro alemán de Finanzas, Wolfang Schaüble, quien,
sin embargo, recordó que el BCE debe ser independiente,
"ya que no está ahí para financiar a los Estados".
En este sentido, el presidente del Bundesbank y miembro del
Consejo de Gobierno del BCE, Jens Weidmann, rechazó las
presiones para que el instituto emisor europeo se convierta en
prestamista de último recurso de los gobiernos como sucede
en el caso de otros bancos centrales.

Ante esta situación, algunos analistas hablaban
ya de "Eurocalipsis" y presentaban cuatro escenarios de futuro:
rescates a cambio de soberanía; ruptura del euro, con o
sin Alemania; y desintegración de la moneda
única.

A finales de noviembre, los ministros de Economía
de la zona euro (Eurogrupo) reconocían que
necesitarían más ayuda del FMI para intentar atajar
el contagio de la crisis de la deuda. La llamada de socorro se
producía tras el fiasco en el apalancamiento de un fondo
de rescate dotado con 440.000 millones, pero del que ya se ha
comprometido casi la mitad.

El Fondo Monetario Internacional, (FMI), que se
coló en la zona euro de la mano de Berlín para
participar en el rescate de Grecia, sigue ganando predicamento en
una Unión Monetaria incapaz de resolver la crisis por
sí misma. El organismo con sede en Washington se perfilaba
como la vía prioritaria para proteger la moneda
única frente a unos embates que amenazan con tumbar a
Italia, tercera economía de la Eurozona, y arrastrar de
paso a España, cuarta economía más
importante.

Los bancos centrales más importantes del mundo
lanzaron el 30/11/11 una acción conjunta para proveer
préstamos baratos y de emergencia en dólares
estadounidenses a los bancos de otros países, una
señal de la creciente alarma que han generado los
problemas en Europa y el sistema financiero global.

La acción coordinada no aborda directamente la
crisis fiscal de Europa. En cambio, busca aliviar el impacto de
esos problemas en los mercados globales. Además, allana el
camino para que los bancos centrales adopten nuevas medidas si
los mercados o la economía global se deterioran. "El
propósito de estas acciones es aliviar la presión
sobre los mercados financieros y, de esta manera, mitigar los
efectos de esas presiones sobre el suministro de crédito a
los hogares y las empresas, así como ayudar a estimular la
actividad económica", indicó un comunicado emitido
por seis bancos centrales: la Reserva Federal de Estados Unidos
(Fed), el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra, el
Banco de Japón, el Banco Central Europeo y el Banco
Nacional Suizo.

La supervivencia de la moneda única pende de un
acuerdo entre Berlín y París. Merkel quiere una
refundación basada en el rigor fiscal y Sarkozy pide a
cambio un plan de solidaridad.

"La mutualización de la deuda por sí sola
no salvará al euro, pero sin ella es improbable que la
zona sobreviva intacta", señala un reciente informe de
Simon Tilford, economista jefe del Centre for European Reform, un
instituto de estudios con sede en Londres.

Berlín observa con pavor esa salida común,
por temor a terminar asumiendo las facturas de un club cuya deuda
pública ha pasado de 4,6 billones de euros en 1999 a 7,8
billones a finales de 2010, según las cifras de Eurostat
(en España, de 345.000 millones a 641.000 millones en el
mismo periodo). Pero ni siquiera Merkel rechaza de manera tajante
la posibilidad de establecer algún tipo de garantía
conjunta de la deuda, una vez que los socios del euro acepten
someter sus presupuestos a un control supranacional.

El gobierno alemán podría cambiar esto si
tuviera dispuesto a garantizar el total de la deuda italiana,
española, y del resto de la eurozona. Pero,
comprensiblemente, Alemania es reacia a prestar tales
garantías, debido al alto riesgo que conllevan.

El Banco Central Europeo también podría
ayudar a resolver el problema si decide comprar la deuda que ha
sido rechazada por los mercados financieros. Pero, al igual que
Alemania, el BCE carece, comprensiblemente, de entusiasmo para
llegar a esta solución.

Así que el estancamiento continúa y la
crisis se agrava. Debido a que los ministros de Economía
de la eurozona no pudieron ponerse de acuerdo sobre una
solución interna, la idea más reciente que ellos
tuvieron fue realizar un pedido al FMI, a fin de que esta
institución financie un paquete de apoyo extra-grande para
Italia. Pero esta idea podría ser una mera ilusión.
¿Por qué deberían los miembros no europeos
del FMI comprometerse a financiar un programa masivo de apoyo a
un miembro del G-7 y de la eurozona que no tiene problemas de
balanza de pagos, y cuyas finanzas públicas están
más fortalecidas que las de la mayoría de los
restantes países desarrollados?

Nuevos intentos de ingeniería financiera. Los
jefes de Estado de la eurozona llegaron a otra forma de solicitud
de fondos extranjeros: el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera
(FEEF) podría consolidar paquetes de deuda en euros y
venderlos a los inversores extranjeros, como por ejemplo al banco
central chino y a otros bancos centrales
asiáticos.

En este caso surge la misma pregunta: ¿por
qué debería China comprar deuda italiana, cuando
Alemania la rechaza? Aún si China se comprometiera a
comprar la deuda, probablemente consideraría comprar
algún instrumento financiero especial que el FEEF
planifica emitir solamente si obtiene algunas concesiones
políticas y una garantía implícita de
Alemania.

Pero para Alemania no es lógico pagar un precio
político por hacer algo que de manera consistente se ha
negado a hacer -es decir, no tiene sentido que Alemania sufra
políticamente por garantizar la deuda de otros
países. Las concesiones políticas que China
probablemente demande -por ejemplo, que la Unión Europea
reconozca a este país como una economía de mercado,
o que se le otorgue mayor voz dentro del FMI- posiblemente
deberían ya habérsele concedido con anterioridad.
Sin embargo, estos temas no deberían estar vinculados a la
incapacidad de la eurozona para resolver sus propios
problemas.

Además, una gran afluencia de fondos provenientes
del FMI, de China, o de cualquier otra parte podría hacer
más daño que bien en la medida en que tal afluencia
pone presión al alza sobre el tipo de cambio del euro -y
por lo tanto, hace que la recuperación en los
países en crisis sea aún más difícil.
El crecimiento alemán podría sobrevivir a un euro
más fuerte, ya que sus exportaciones son mucho menos
sensibles a los precios, pero países como Italia y Grecia,
que deben competir en base a precios, se debilitarían
aún más.

Una de las opciones discutidas es la creación de
un fondo especial que sea financiado por los principales bancos
centrales nacionales de trabajan con el BCE y que dicho fondo sea
puesto a disposición del FMI para ayudar a Italia y
España. Esto aseguraría el uso de los recursos del
BCE, sin violar formalmente el Tratado de Lisboa de la UE, que
prohíbe que los bancos centrales, den financiamiento a los
gobiernos.

Este plan tendría la ventaja de forzar a que la
eurozona se respalde en sus propios recursos. Sin embargo,
también expondría de pies a cabeza la debilidad
política y la falta de coherencia de Europa. En efecto, si
realmente es necesario utilizar un desvío que pase por el
FMI para permitir que el BCE proporcione liquidez a países
como Italia y España, el resto del mundo se
preguntará por qué Europa no puede ser más
sincera acerca del papel central del BCE en esta crisis. Esta es
una buena pregunta.

El 8 de diciembre de 2011, Mario Draghi pone la alfombra
roja de la liquidez a la banca, para facilitar que el
crédito fluya. Dará barra libre de 36 meses, con lo
que limpia de obstáculos los balances de las entidades
durante tres años, y además aceptará
más colaterales para dar esa liquidez.

Avalancha de liquidez para la banca de la mano del Banco
Central Europeo (BCE). Mario Draghi ha cumplido las expectativas
y ha presentado una batería de medidas para evitar que se
produzca un colapso del sistema financiero de la zona euro.
Cuesta comprender (no digamos perdonar) que Alemania
"prohíba" la financiación para los estados y
"apruebe" la liquidez ilimitada para los bancos.

El austero compulsivo (Alemania), y el desertor feliz
(Reino Unido)

"La entidad monetaria prestará dinero al FMI
para que sea este organismo el encargado de rescatar a
España e Italia, según Bloomberg"…
El BCE
prestará hasta 200.000 millones al FMI (Libertad Digital –
2/12/11)

De este modo, el BCE evitaría por la puerta de
atrás la prohibición de financiar directamente a
gobiernos de la zona euro, ya que el artículo 23 de los
estatutos de la institución presidida por Mario Draghi
señala que puede llevar a cabo "cualquier tipo de
operación bancaria en relación con terceros
países y organismos internacionales, incluidas operaciones
de préstamo y endeudamiento".

"La zona euro, tras más de 10 horas de
negociaciones que han concluido a las cinco de esta madrugada, no
han logrado un acuerdo para ampliar el fondo de rescate (dotado
con 500.000 millones de euros). Reino Unido se ha negado a
sumarse a la reforma de los tratados para evitar regular sus
servicios financieros y el plan franco-alemán de
unión fiscal ha quedado reducido, en principio, a 23
miembros de los 27.
Berlín frustra la
ampliación del fondo de rescate (Cinco Días –
9/12/11)

"El primer ministro británico, David Cameron,
ha asegurado hoy que las condiciones del nuevo tratado para
reforzar la disciplina fiscal en la zona del euro eran
"inaceptables" para la adhesión del Reino Unido, al no
haberse aceptado salvaguardas especiales para el sistema
financiero británico"…
Cameron: los términos
del tratado eran inaceptables para Reino Unido (Cinco Días
9/12/11)

En una comparecencia posterior a la primera
sesión del Consejo Europeo, en la que se llegó a un
tratado entre gobiernos debido a las reticencias
británicas a que el acuerdo fuera a 27, Cameron se ha
mostrado "feliz" de no pertenecer al euro. No obstante, ha
deseado que los países de la zona del euro puedan
"resolver sus problemas".

"El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, se
opuso a una financiación de Estados de la zona del euro
con dificultades de financiación por la vía
indirecta del Fondo Monetario Internacional (FMI)"…

El Bundesbank se opone a una financiación de Estados por
la vía del FMI (Cinco Días –
14/12/11)

En un encuentro con periodistas en Fráncfort,
Weidmann dijo que el Bundesbank está dispuesto a
incrementar las líneas de crédito para el FMI, para
afrontar crisis financieras, pero con severas condiciones para
evitar que se produzca una financiación de Estados, algo
que prohíbe el Tratado de Maastricht al Banco Central
Europeo (BCE).

"Jens Weidmann, miembro del Consejo de Gobierno del
Banco Central Europeo y presidente del Bundesbank, ha comparado
hoy a los países endeudados con un alcohólico.
Preguntado por si el BCE está dispuesto a incrementar la
compra de bonos para ayudar a los Estados con problemas, Weidmann
ha señalado que sería como dar un último
trago a un alcohólico. No obstante, la clave para acabar
con la crisis es que el BCE diga que hará todo lo posible
para que La Eurozona no caiga"…
El Bundesbank compara a
los países endeudados con un alcohólico (El
Economista – 14/12/11)

"Es como un alcohólico diciendo que a partir de
mañana va a estar limpio y a respetar las reglas, pero que
esta noche necesita beber" apunta. "No creo que sea bueno darle
al alcohólico una botella. No serviría para
ayudarle a resolver su problema", ha precisado Weidmann en
declaraciones que recoge Reuters.

En medio del
"carajal" (I): todo lo que sabemos de la Europa de
hoy…

Es que lo que se ha hecho hasta la fecha (febrero 2012)
ha sido insuficiente…

Es que la eurozona tendrá que conseguir 1,25
billones en los mercados en 2012…

Es que Angela Merkel se niega a que el BCE ayude a los
países del sur, pero podría cambiar de
opinión si la crisis empeora, aunque se arriesga a que ya
sea demasiado tarde…

Es que "Alemania se ha convertido en el acelerador de la
regresión de la solidaridad que afecta a toda Europa",
según ha dicho el filósofo de cabecera de Alemania,
Jürgen Habermas…

Es que la aplicación de políticas
económicas volcadas en reducir drástica e
inmediatamente el déficit público en todas las
economías ha acentuado la ya acusada debilidad de la
actividad económica y las dificultades financieras.
Además, sin crecimiento económico, las
posibilidades de saneamiento financiero son muy reducidas…
Así lo interpretan también los inversores en deuda
pública, imponiendo primas de riesgo, costes de
financiación de los tesoros nacionales en algunos
países, incompatibles con la solvencia a medio
plazo.

En medio del "carajal" (II): ¿y la
comunidad internacional?

Mientras que la crisis de la Eurozona se ha creado en
Europa, sus consecuencias son globales, con un resultado de
desorden financiero (bien por omisión o por la salida de
miembros de la Eurozona del bloque) que podría causar
impactos económico-financieros a nivel global. De este
modo, apoyar a las necesidades financieras de los maltrechos
estados miembros de la Eurozona iría en interés del
conjunto de la comunidad internacional. Parte de este apoyo
podría venir, tal y como se ha explicado, del
FMI.

Otra porción de esa ayuda puede proceder
directamente de los países no europeos que respaldan el
mercado de deuda pública de los Estados miembro de la
Eurozona. Por ejemplo, se ha debatido que China, con tres
billones de dólares de reservas extranjeras, podría
hacer uso de una parte de dichas reservas para adquirir
más bonos de los desvalorizados miembros de la zona de la
moneda única. Esto mismo lo podrían llevar a cabo
algunas economía avanzadas (como es el caso de
Japón), otros mercados emergentes (incluyendo la
mayoría de los países BRIC) y fondos soberanos de
riqueza de Oriente Medio y otras partes del mundo.

Se ha propuesto que una de las maneras de que estos
países no europeos respalden el mercado de deuda de los
miembros de la Eurozona sería ser partícipes (en
calidad de acreedor preferente) en el FEEF apalancado y en
entidades vehiculares de inversión del FEEF. No obstante,
cualquiera de estos dos instrumentos, parecen no ser perecederos
e incluso sus tramos menos arriesgados podrían ser
susceptibles de riesgos de crédito importantes.

De este modo, resulta muy poco probable que los mercados
emergentes, e incluso las economías avanzadas, inviertan
recursos en aquellos fondos susceptibles de riesgo de
créditos importantes. Resulta mucho más probable
que dicha ayuda internacional de los Estados de la moneda
única provengan del FMI, ya que dado su estatus de
acreedor privilegiado, posee recursos sujetos a riesgo de
crédito muy bajos.

El Fondo Monetario Internacional busca ampliar su
capacidad de préstamo en medio billón de
dólares, unos 395.000 millones de euros, para salvaguardar
la economía mundial de un posible empeoramiento en la
crisis de la deuda europea.

Todas las precauciones son pocas en un entorno
macroeconómico cada vez más complicado. Es la tesis
que maneja ahora la directora gerente del Fondo Monetario
Internacional (FMI), Christine Lagarde. La francesa avanzó
que el organismo está estudiando opciones para elevar su
capacidad de préstamo más allá de los
actuales 385.000 millones de dólares. La zona euro ya ha
anunciado que contribuirá con 150.000 millones de euros,
pero Estados Unidos ya ha anunciado que descarta incrementar sus
préstamos bilaterales. Los líderes del G-20
terminaron el año 2011 distanciados respecto a esta
posibilidad.

"El mayor reto es responder a la crisis de una forma
adecuada, y muchos directores ejecutivos han enfatizado la
necesidad de contener la crisis de la deuda de la zona euro y
proteger las economías de todo el mundo", explicó
Lagarde. El FMI estaría presionando a China, Brasil,
Rusia, India, Japón y los países exportadores de
petróleo para que sean los principales contribuyentes,
según un alto funcionario de un país del G-20. El
Fondo busca cerrar un acuerdo para implicar a los países
emergentes en la cumbre de ministros de Finanzas del G-20 que se
celebrará el 25 y 26 de febrero. El FMI dispone en la
actualidad de 385.000 millones de dólares para afrontar
tensiones financieras globales, y pretende elevar el montante
hasta 885.000 millones de dólares (unos 700.000 millones
de euros).

En medio del "carajal" (III): ¿quién paga
el rescate del euro?

La crisis de deuda necesita fortalecer el fondo de
rescate, un cortafuego, para detener las tensiones en la zona
euro. En este punto hay acuerdo. La discusión es
quién va a desembolsar el dinero para reforzar el fondo y
cómo. Este será uno de los asuntos centrales en la
cumbre europea que se celebra hoy en Bruselas.

Hasta este momento, los rescates de Grecia, Irlanda y
Portugal, así como la dotación del Fondo Europeo de
Estabilidad Financiera (FEEF) y fondo de rescate permanente (ESM)
han corrido a cargo tanto de la zona euro como del Fondo
Monetario Internacional (FMI). Concretamente, los países
de la región han inyectado 650.000 millones de
dólares y el organismo presidido por Christine Lagarde
unos 385.000 millones. En total, un billón de
dólares que pronto se ha mostrado insuficiente.

El problema es que dada la magnitud de la crisis de
deuda y el riesgo en el horizonte de que pueda extenderse a
grandes economías como Italia o España hace
imprescindible el reforzamiento del fondo de rescate. Aquí
es donde surgen las suspicacias, principalmente, por parte de
Alemania.

La canciller alemana ha mostrado en numerosas ocasiones
sus reticencias a la ampliación de los fondos de rescate
temporal (FEEF) y permanente (ESM). Es decir, Alemania no quiere
poner más dinero en el rescate del euro. Y, por su parte,
el FMI no va a ampliar su contribución si no lo hace la
zona euro.

En los últimos meses se ha asegurado que el
"bazuca" perfecto consistiría en ampliar el fondo de
rescate en un billón de dólares. Para esto
sería necesario convencer a Angela Merkel.

En el supuesto de que fuera así, la zona euro
aportaría unos 500.000 millones y el organismo
correspondería con otros tantos. Una vez más
habría que tener en cuenta que 200.000 millones que se
canalizarían a través del FMI, provendrían
del préstamo de la zona euro.

De esta forma, en realidad la región
reforzaría el cortafuego para salvar el euro con 700.000
millones y Lagarde con 300.000. Esto significa que la
región de la moneda común pondría sobre la
mesa el 67,5% del capital para autosalvarse y el FMI el 32,5%
restante.

En cualquiera de los dos casos, la zona euro
sería quien más contribuiría a su propio
rescate y, comparativamente, su esfuerzo sería mayor que
el del FMI si se cumple el escenario más realista y
triunfan las reticencias de Merkel.

La des-Unión Europea en el diván (Dr.
Freud: me he quedado sin "sueños" ¿qué
pasa?)

"La crisis de los valores, la confianza, el euro, la
política exterior y el liderazgo: pocas veces en su
historia el proyecto europeo ha estado tan en
entredicho"…
Cinco razones por las que Europa se
resquebraja (El País – 15/5/11)

Recojo algunos de los comentarios de José Ignacio
Torreblanca, director de la oficina en Madrid del European
Council on Foreign Relations (ECFR) y profesor de la
UNED:

"Dinamarca reintroduce los controles fronterizos con la
excusa de una criminalidad inexistente. Con ello, el país
que fue un modelo de democracia, tolerancia y justicia social se
sitúa en la avanzadilla de la rendición europea
ante el miedo y la xenofobia. Grecia lleva más de un
año al borde del precipicio sin que parezca que haya
muchos Gobiernos que lamentaran su eventual salida de la zona
euro; algunos incluso azuzan secretamente a los mercados contra
Atenas. Finlandia se resiste hasta el último minuto, a la
zaga de Eslovaquia, a financiar el rescate de Portugal. Francia e
Italia aprovechan la crisis tunecina para, en periodo electoral,
limitar la libertad de circulación dentro de la
Unión Europea. Y qué decir de Alemania, que no
contenta con gestionar la crisis del euro a golpe de elecciones
regionales, rompe filas con Francia y Reino Unido en el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas, se desentiende de la crisis
libia y revienta diez años de política de seguridad
europea.

Con el futuro del euro en entredicho y el mundo
árabe en erupción, los líderes europeos
gobiernan a golpe de encuestas y procesos electorales,
aferrándose al poder por cualquier vía, aunque para
ello tengan que deshacer la Europa que tanto tiempo y sacrificios
ha costado construir. Pocas veces el proyecto europeo ha estado
tan en entredicho y sus vergüenzas tan públicamente
expuestas. Pareciera que en esta Europa del presente, tener un
gran partido xenófobo fuera obligado. El hecho es que
Europa se resquebraja. De no mediar un cambio radical, el proceso
de integración podría colapsarse, dejando en el
aire el futuro de Europa como entidad económica y
políticamente relevante.

Un proyecto sin fuelle

Esta crisis no es coyuntural ni pasajera: no estamos
ante una mala racha, ni somos víctimas de un pesimismo
infundado. Para darnos cuenta de hasta qué punto el
proyecto de integración está en peligro no hace
falta más que rebobinar una década. Si lo
hiciéramos, el contraste con la situación actual no
podría ser más revelador. Después de lanzar
el euro el 1 de enero de 1999, la Unión Europea aprobaba
la Estrategia de Lisboa, que prometía convertir a la UE en
la economía más dinámica, competitiva y
sostenible del mundo. También se comprometía a
ampliar el espacio de libertad, seguridad y justicia, llevando la
integración europea a los ámbitos policiales,
judiciales y de inmigración, que hasta entonces
habían quedado al margen de la construcción
europea. Y para culminar ese proceso y darse a sí misma
una verdadera unión política que le permitiera ser
un actor globalmente relevante en el mundo del siglo XXI,
ponía en marcha el proceso de elaboración de la
Constitución Europea.

Pero la UE no se completaba sólo hacia dentro,
sino también hacia fuera: lanzaba el proceso de
ampliación más ambicioso de la historia, que
incorporaría en su seno a 10 países de Europa
Central y Oriental además de Chipre y Malta y, en un acto
repleto de visión estratégica y de futuro, se
comprometía a abrir negociaciones de adhesión con
Turquía, tendiendo así unos puentes de
máximo valor con el mundo árabe y
musulmán…

Acostumbrados hoy al ninguneo de las grandes potencias
sorprende recordar cómo, por entonces, con el euro en la
mano, las ampliaciones en marcha, una Constitución a la
vuelta de la esquina y una política exterior y de
seguridad rebosante del liderazgo, Europa no provocaba
hastío ni indiferencia, sino admiración, e incluso,
en Washington, Pekín o Moscú, indisimulados
recelos.

Una década más tarde, esa brillante lista
de logros y optimistas promesas se encuentra más que en
entredicho: en lugar de esa Europa exitosa y abierta al mundo que
nos prometimos, nos encontramos con una Europa que pese a las
ampliaciones se ha empequeñecido; que a pesar del euro se
ha vuelto egoísta e insolidaria y que ha dejado de creer y
practicar sus valores para encerrarse en el miedo al extranjero y
el temor a la pérdida de identidad. Muchos se arrepienten
de haber hecho las ampliaciones y no quieren volver a oír
hablar de ellas; ni se plantean cumplir las promesas de
adhesión a Turquía y ni siquiera son capaces de
vislumbrar la adhesión de los países de los
Balcanes. Los más de veinte años transcurridos
desde la caída del muro de Berlín suponen un margen
de tiempo más que razonable para que Europa se hubiera
completado, hacia dentro y hacia fuera. Pero la realidad es bien
distinta: tras las ampliaciones, hablamos de fatiga de
ampliación; tras el fallido proceso constitucional, de
fatiga de integración política; tras la crisis del
euro, de fatiga económica y financiera. Tras diez
años de reformas institucionales y de introspección
institucional, el Tratado de Lisboa, que iba a salvar a Europa de
la parálisis e introducirla en el siglo veintiuno, es un
perfecto desconocido y sus logros, invisibles.

Crisis de valores y miopía
política

La gravedad de la actual crisis europea se origina en la
confluencia de varias fuerzas centrífugas: el auge de la
xenofobia, la crisis del euro, el déficit de la
política exterior y la ausencia de liderazgo. Sus
temáticas son paralelas, pero se entrecruzan
peligrosamente bajo un mismo denominador común: la
ausencia de una visión a largo plazo. La consecuencia de
ello es que cada diferencia entre los socios, sea del
carácter que sea, se convierte en un juego de suma cero,
en una feroz pelea donde todo vale con tal de obtener una
victoria con la que presumir una vez de vuelta en la capital
nacional, por pequeña y dañina para el proyecto
común que sea…

El fin de la solidaridad

Se dice que la crisis económica es la culpable,
pero no es del todo cierto. El principal riesgo de ruptura del
proyecto europeo no proviene de la crisis en sí misma: al
fin y al cabo, Europa ya ha estado en crisis en otras ocasiones y
ha salido reforzada de ellas. Ante la crisis de los años
ochenta, presionados por la pujanza tecnológica de Estados
Unidos y Japón, los Gobiernos europeos decidieron dar un
salto cualitativo en la integración. Entonces, los
líderes europeos visualizaron de forma clara lo que
entonces se denominó "el coste de la no-Europa", es decir,
la riqueza y bienestar que se podría crear eliminando el
conjunto de trabas que ralentizaban el crecimiento
económico.

A mayo de 2011, con todo lo serios y difíciles de
solucionar que son los desafíos que penden sobre la
economía europea (especialmente en cuanto al
envejecimiento de la población y la pérdida de
competitividad), existe un amplio consenso sobre cómo
superar dichos problemas. La cuestión debe entonces
buscarse en otro sitio: en la existencia de lecturas
irreconciliables sobre cómo entramos en la crisis del euro
y, en consecuencia, cómo saldremos de ella. Para unos,
liderados por Alemania, estamos ante una crisis que se origina en
la irresponsabilidad fiscal de algunos Estados. Ello supone que
para salir de la crisis, dichos Estados simplemente tienen que
cumplir las reglas de austeridad que estaban en vigor y que ahora
han sido reforzadas. Todo ello se acompaña de un sermoneo
moralizante y condescendiente, como si el déficit o el
superávit de un país reflejara la superioridad o
inferioridad moral de todo un colectivo humano. Muchos desean una
Europa a dos velocidades, pero no basada en el mérito,
sino en los estereotipos culturales y religiosos: en la primera
clase, los virtuosos ahorradores de religión protestante;
en la segunda, católicos gastosos de los cuales uno no se
puede fiar y a los que hay que mantener a raya o, incluso, si es
necesario, poner de patitas en la calle.

Esa narrativa de la crisis, que va camino de acabar con
Europa, debe ser contestada. Que países tan diferentes
como la pobre Grecia y la rica Irlanda, la primera campeona del
dirigismo corporativista y la segunda del neoliberalismo y la
desregulación, se encuentren en situaciones parecidas
obliga a explicaciones algo más sofisticadas. Estamos ante
una crisis de crecimiento, lógica en un proceso de
construcción de una unión monetaria donde la
existencia de una única política monetaria, no
complementada adecuadamente por políticas fiscales y de
regulación del sector financiero, va generando
desequilibrios que se van acumulando hasta provocar los problemas
que vemos actualmente. Ante esa tesitura, dado que la
unión monetaria se diseñó sin tener en
cuenta los mecanismos necesarios para que pudiera capear crisis
como la actual, lo lógico parecería discutir
cómo perfeccionar dicha unión para que funcionara
de forma equilibrada y, como parece necesario, mejorar su
gobernanza dotándola de nuevos instrumentos y reforzando
la autoridad de sus instituciones.

Pero en lugar de tomar el camino de la
profundización de la unión, lo que estamos viendo
es la aplicación de una lógica de vencedores y
vencidos en la que unos aprovechan la coyuntura para imponer a
otros su modelo económico, como si todos los países
tuvieran las mismas condiciones y pudieran funcionar bajo los
mismos supuestos. La consecuencia de todo ello es que, en
ausencia de medidas más ambiciosas, nos instalaremos en un
sistema de crisis permanente. Mientras tanto, los ajustes y
recortes asociados a los actuales planes de rescate
agravarán la crisis que sufren algunos países en
lugar de ayudarles a salir de ella.

De seguir así, la Unión Europea
acabará siendo para muchos europeos lo que el Fondo
Monetario Internacional fue para muchos países
asiáticos y latinoamericanos en los años ochenta y
noventa: un instrumento para la imposición de una
ideología económica que carecerá de
legitimidad alguna, pero al que se obedecerá en ausencia
de otra alternativa. Puede incluso que funcione, pero esa Europa
no será un proyecto político, económico o
social, sino simplemente una agencia reguladora encargada de
velar por la estabilidad macroeconómica que, con toda
razón, sufrirá un grave déficit
democrático y de identidad.

Ausente del mundo

Tan grave como la ruptura de los consensos internos es
la incapacidad europea de hablar y actuar con una sola voz en el
mundo del siglo veintiuno. A pesar de ser el primer bloque
económico y comercial del mundo, el mayor donante de ayuda
al desarrollo del mundo, e incluso, pese a los recortes, de
seguir disponiendo de un muy considerable aparato militar y de
seguridad, Europa sigue ejerciendo su poder de forma fragmentada
y, en consecuencia, como vemos todos los días, desde las
relaciones con Estados Unidos, Rusia o China hasta su
actuación en la más inmediata vecindad
mediterránea, de una forma sumamente inefectiva. Claro
está que ni el poder de Europa es comparable al de una
gran potencia ni esta quiere ejercerlo de la manera que lo hacen
ellas. El problema está en que Europa no es capaz de
actuar unida y ser decisiva ni siquiera en aquellas áreas
geográficas más próximas, como el
Mediterráneo, donde su peso es o debería ser
abrumador, y que tampoco sea influyente ni efectiva en
instituciones como la ONU, el G-20, el FMI donde su peso
político y económico es enorme. En todas esas
instituciones multilaterales, hay muchos europeos, pero poca
Europa, y lo que es peor, muy pocas políticas que
coincidan con sus intereses…

La rebelión de las élites

Durante años, el proyecto europeo ha avanzado
sobre la base de un consenso implícito entre ciudadanos y
élites acerca de las bondades del proceso de
integración. Ese consenso se ha roto por los dos lados.
Por un lado, los ciudadanos han retirado el cheque en blanco que
habían concedido a las instituciones europeas para que
gobernaran, a la manera del despotismo ilustrado, "para el pueblo
pero sin el pueblo". Con el tiempo, el proceso de
integración ha tocado las fibras más sensibles de
la identidad nacional, especialmente en lo referido al Estado de
bienestar y las políticas sociales. El sesgo
económico, liberal y desregulador de la
construcción europea ha terminado por politizar e
ideologizar un proceso que antes se consideraba que debía
estar en manos de expertos y burócratas. Pero de forma
más sorprendente e inesperada, a esta rebelión de
las masas se ha añadido lo que podríamos denominar
como "la rebelión de las élites".

Alemania es quizá el ejemplo más claro de
este fenómeno. Según una encuesta de mayo 2011, un
63% de los alemanes ha dejado de confiar en Europa y un 53% no ve
el futuro de Alemania vinculada a ella. Pero del lado de la
élite, las cosas no son muy distintas: mientras que las
exportaciones a China están a punto de superar las
exportaciones a Francia, el sur de Europa es visto como una
rémora que lastra su crecimiento. La memoria del
compromiso europeo se desvanece con el cambio generacional: solo
38 de los 662 miembros del Parlamento ocupaban sus escaños
en 1989. Sin duda alguna, estamos ante una nueva Alemania. Dado
su peso e importancia, cualquier cambio en Alemania tiene un
profundísimo impacto sobre construcción europea.
Sin embargo, como la característica clave de la nueva
Alemania es la desconfianza hacia la Unión Europea, en
lugar de, como hizo en el pasado, exportar su confianza a los
demás, lo que está haciendo es exportar su
desconfianza. Una pieza esencial del motor europeo está
pues gripada, sin que exista ninguna otra alternativa para
sustituirlo. Francia puede sobrevivir económicamente a la
falta de fe alemana, e incluso tapar con Reino Unido los agujeros
que Alemania deje en materia de política exterior, pero es
evidente que Europa no avanzará sin una Alemania
plenamente comprometida con la integración
europea.

En ausencia de liderazgo alemán y de alternativas
a este, el proceso de integración se deshilacha. Los
presidentes de la Comisión, José Manuel Barroso;
del Consejo, Herman Van Rompuy, y la Alta Representante para la
Política Exterior, Catherine Ashton, vagan perdidos entre
la bruma europea, incapaces de articular un mínimo
discurso que les ponga en contacto con los europeístas que
todavía creen en este proyecto. Solo el Parlamento Europeo
se erige ocasionalmente en conciencia moral, levanta diques
contra los excesos populistas y xenófobos e intenta hacer
avanzar el proceso de integración. Sin embargo, solo unos
pocos eurodiputados tienen una voz propia y están
dispuestos a volverse contra sus Gobiernos y partidos nacionales
cuando es necesario. En Alemania, Francia e Italia, pero
también en otros muchos sitios, nos encontramos ante la
generación de líderes más miope y entregada
al electoralismo: entre ellos, ninguno habla por Europa ni para
Europa.

¿Se puede romper Europa?

Cada día que pasa, la sensación de que
Europa se resquebraja es más real y está más
justificada. ¿Se puede romper Europa? La respuesta es
evidente: sí, por supuesto que puede. Al fin y al cabo, la
Unión Europea es una construcción humana, no un
cuerpo celestial. Que sea necesaria y beneficiosa justifica su
existencia, pero no impedirá que desaparezca. Igual que un
conjunto de circunstancias favorables llevaron de forma bastante
azarosa a la puesta en marcha de este gran proyecto, el
encadenamiento de una serie de circunstancias adversas muy bien
pudiera hacerla desaparecer, especialmente si aquellos que tienen
la responsabilidad de defenderla dejan de ejercer sus
responsabilidades. Muchos europeístas comprometidos son
conscientes de que el peligro de que Europa se deshaga es real, y
están sumamente preocupados por el rumbo de los
acontecimientos. Sin embargo, al mismo tiempo, temen que
alimentar el pesimismo con advertencias de este tipo pudiera
acelerar el proceso de ruptura. Pero cuando día tras
día vemos cómo las líneas rojas de la
decencia y de los valores que Europa encarna son cruzadas por
políticos chovinistas que alientan sin escrúpulos
los miedos de los ciudadanos, es imposible seguir mirando hacia
otro lado. Viendo la claridad de ideas y la determinación
con la que los antieuropeos persiguen sus objetivos, cuesta
pensar que el mero optimismo será suficiente por sí
solo para salvar a Europa de los fantasmas de la cerrazón,
el egoísmo, la solidaridad y la xenofobia que la acechan
estos días. Sin una determinación y claridad de
ideas equivalente de este lado, Europa
fracasará".

En una célebre cita sobre los Estados Unidos,
Winston Churchill dijo que podía contarse con que ese
país hiciera lo correcto una vez que hubiera agotado todas
las demás alternativas. Esperemos que esto se cumpla
también en el caso de Europa.

Las diferencias entre el norte y el sur de
Europa

"Los países mediterráneos mantienen
fuertes divergencias con sus vecinos del norte que explican buena
parte de la actual crisis"…
– El pecado original del euro:
las diferencias norte-sur en la Eurozona (Libertad Digital –
24/11/11)

Cuando hace más de una década, los
países europeos comenzaron el camino hacia la moneda
única que terminó con la aparición del euro,
muchos pensaron que éste era el paso definitivo en la
construcción política europea. Durante unos
años, pareció que el experimento había
funcionado bien: hubo crecimiento, la nueva divisa era una fuente
de estabilidad y las reglas comunes parecían haber
impuesto una cierta armonización en las políticas
europeas.

Sin embargo, la llegada de la crisis lo cambió
todo. Las diferencias entre los distintos países de la
Eurozona, hasta entonces ocultas, comenzaron a aflorar. Muchos
expertos habían alertado de que sería muy
difícil mantener la estabilidad en una unión
monetaria si no había al mismo tiempo una
unificación legislativa y fiscal. Es decir, era necesario
armonizar las políticas de todos los jugadores para que
nadie pudiese estar tentando de aprovecharse de las buenas
prácticas de los demás.

Pero nada de eso se hizo. Ni siquiera el Pacto de
Estabilidad y Crecimiento, que fijaba sólo dos reglas
comunes, déficit público máximo del 3% del
PIB y un límite para la deuda pública del 60%, se
cumplió. Alemania y Francia fueron las primeras en
saltárselo, cuando entre 2003 y 2005 sus economías
sufrieron una pequeña recesión. Luego, muchos otros
países decidieron no cumplir con estas normas. La
consecuencia es la crisis de deuda pública en la que vive
la Eurozona en estos momentos.

Por eso, no es extraño que hayan vuelto a
aparecer las voces lamentándose de una unión
monetaria realizada sobre bases mucho menos sólidas de lo
necesario. Los países del sur de Europa no tenían
(y no tienen) el grado de desarrollo económico, las
instituciones, la regulación y el convencimiento
político y social de que es necesario cumplir con
determinadas obligaciones. El 23/11/12, The Economist publicaba
un gráfico que en ocho sencillas tablas explica las
diferencias entre el norte (Austria, Bélgica, Francia,
Alemania, Luxemburgo, Holanda e Irlanda) y el sur de Europa
(España, Italia, Grecia y Portugal). Pocas imágenes
son más aclaratorias de por qué está pasando
lo que vemos cada día en los periódicos.

Básicamente, los ocho pequeños cuadros del
gráfico se pueden dividir en dos: desarrollo
económico y finanzas públicas.

– Desarrollo económico y legislativo: como puede
verse en la primera tabla, los países del sur son
sustancialmente más pobres que los del norte. Este hecho
se debe a muchas causas (históricas, sociales, etc.) pero
también se explica por la rigidez de sus economías
e introduce un factor de desequilibrio en las relaciones dentro
de la Eurozona. De esta manera, la productividad por hora es
mucho mayor en los países ricos (incluso aunque
allí la mano de obra es más cara), lo que se
traduce en mayor producción industrial, menor desempleo y
más inversión en el exterior. También por
eso son más eficientes, más flexibles y
están mejor preparados para resistir una crisis como la
actual.

– Finanzas públicas: las otras tres tablas hacen
referencia a la salud de las cuentas de las administraciones.
También aquí se puede ver una importante diferencia
entre unos y otros. Así, mientras los políticos del
sur de Europa han dilapidado el dinero de sus contribuyentes,
acumulando una deuda neta que supera el 100% de su PIB (de media,
España estará a final de año alrededor del
65-70%). Los países del norte se mantienen en el entorno
del 80%. Además, el déficit de los
periféricos seguirá este año por encima del
5% (lo que quiere decir que no se han apretado el cinturón
tanto como dicen), mientras que el de los vecinos del norte
estará en el 3%. No es extraño que los rendimientos
de los bonos vayan del 2% de media para unos mientras sobrepasan
el 8% para los otros.

Monografias.com

Con este panorama, uno de los objetivos de cualquier
política que quiera sentar las bases de un futuro
sólido para la Eurozona debe ser la armonización.
Sería muy difícil para cualquier unión
monetaria sobrevivir con unos territorios tan diferentes. Puede
que, en este sentido, la crisis sea un proceso doloroso pero
inevitable en ese camino de construcción europea que
comenzó hace más de medio siglo y que hoy algunos
piensan que podría descarrilar.

– Los cuatro escenarios del futuro "Eurocalipsis"
(Libertad Digital – 28/11/11)

La zona euro podría sufrir 4 escenarios: rescates
a cambio de soberanía; ruptura del euro, con o sin
Alemania; y desintegración de la moneda
única.

(Por M. Llamas) Lectura recomendada

La situación extrema que vive la zona euro sigue
su curso. El riesgo de impago soberano y bancario alcanzó
nuevos máximos la semana pasada. Este mismo lunes, tanto
la agencia de calificación Moody"s como el banco
norteamericano Goldman Sachs destacan en sendos informes la
cercanía de un punto de inflexión en el que se
dilucidará la continuación de la actual
Unión Monetaria en el futuro.

Y es que, desde que la crisis de deuda alcanzó de
lleno a Italia y a España el pasado agosto, las
autoridades internacionales trabajan a marchas forzadas a fin de
adoptar algún mecanismo que permita la supervivencia del
euro. No en vano, ambos países son demasiado grandes para
ser rescatados a través del Fondo de rescate europeo, por
lo que durante las últimas semanas se han barajado,
rumoreado y desmentido múltiples opciones para tratar de
frenar la sangría y evitar así, al menos
temporalmente, la temida ruptura de la zona euro, una especie de
Eurocalipsis impensable hasta hace poco.

Gavyn Davies, inversor, ex asesor del Gobierno
británico y ex directivo de Goldman Sachs, resume en el
siguiente gráfico los cuatro principales escenarios a los
que se enfrenta la eurozona a corto o medio plazo:

Monografias.com

1. Unión fiscal y rescate masivo

Ésta es la opción a la que se agarran la
mayoría de inversores y, sobre todo, acreedores de la zona
euro para no sufrir el fuerte impacto de la desintegración
monetaria y su efecto arrastre sobre la economía mundial y
el sistema financiero internacional.

Según Davies, este escenario se resume en una
"rápida" integración fiscal, ajustes y reformas
para que los periféricos alcancen sus objetivos de
reducción de déficit, y la aplicación de un
rescate masivo para otorgar a estos países el tiempo
necesario para que hagan los deberes.

El problema en este ámbito es que aún se
desconoce el mecanismo concreto de rescate que se acabará
adoptando, si es que se adopta alguno. La insuficiencia del
actual Fondo de rescate ha obligado a repensar nuevas medidas
para mantener en pie a los países más
débiles de la zona euro y, aunque el abanico es amplio,
casi todas las opciones pasan por la cesión de
soberanía nacional y un mayor protagonismo de la banca
central. Los distintos planes barajados hasta ahora, tanto de
forma aislada como combinada, son los siguientes:

a) Apalancar el actual Fondo de rescate europeo (EFSF,
por sus siglas en ingles), con el fin de ampliar su capacidad de
préstamos desde los 440.000 millones actuales hasta el
billón de euros: la idea consiste en avalar entre el 20% y
el 30% de las nuevas emisiones de deuda de países con
problemas como España o Italia, y crear un vehículo
especial de inversión para atraer inversores. Este
refuerzo permitiría, en teoría, comprar bonos en el
mercado primario y secundario, dar líneas de
crédito preventivas a los países en crisis o
recapitalizar bancos.

b) Pedir más ayuda al Fondo Monetario
Internacional (FMI): el Fondo ha creado nuevas líneas de
liquidez para prestar dinero a países de la zona euro.
Para ello, pretende incrementar las aportaciones que realizan sus
socios e, incluso, se plantea que el BCE preste dinero al FMI
para incrementar sus recursos prestables. Así, por
ejemplo, este mismo fin de semana se difundió la
posibilidad de que el FMI preste hasta 600.000 millones de euros
a Italia, con la ayuda del BCE, para sostener a Roma durante un
máximo de 18 meses mientras efectúa las reformas,
aunque luego se ha desmentido.

c) Compras masivas del BCE: ésta es una de las
opciones más demandadas por la banca, autoridades
internacionales y políticos europeos. La idea consiste en
que el BCE se convierta en "prestamista de última
instancia" de los gobiernos, a través de un nuevo mandato
otorgado por Bruselas, monetizando la deuda periférica, es
decir, que compre todas o casi todas las emisiones de los
países en problemas, ya sea de forma directa o indirecta
-en el mercado secundario, como hasta ahora-. Esta es la
vía que defienden Francia y los países
periféricos, junto a la práctica totalidad de
analistas, bancos y gobiernos extranjeros.

d) Rescates a cambio de soberanía: Berlín
y París acordaron reformar los tratados fundacionales de
la UE para avanzar hacia la integración fiscal y
económica de la zona euro. En concreto, Alemania, con el
apoyo de otros países fuertes como Holanda y Finlandia,
rechazar los eurobonos y aumentar las compras del BCE hasta que,
por lo menos, la reforma de los tratados permita monitorizar a
los países rescatados.

Precisamente, Europa está registrando un fuerte
rally bursátil este lunes al calor de las últimas
informaciones que apuntan a que Berlín estaría
barajando la creación de una especie de eurobonos "de
élite" y la compra masiva de deuda por parte del BCE,
siempre y cuando los socios cedan su soberanía
económica y fiscal a Bruselas. Es decir, Berlín no
descarta -en privado- el rescate masivo, sólo que a cambio
de duras y estrictas condiciones.

De hecho, la canciller germana, Angela Merkel, incluye
en su propuesta de reforma la posibilidad de quiebra ordenada de
países y bancos, sin descartar la expulsión de
países del euro, así como la creación de un
Fondo Monetario Europeo. Esta idea podría tomar forma en
el nuevo Fondo de rescate permanente (ESM), cuya puesta en marcha
se baraja adelantar a mediados de 2012.

e) Compras masivas de la FED: es la última idea
que circula en las elites financieras. Puesto que Alemania se
niega a monetizar de forma inmediata, que sea la propia Reserva
Federal de EEUU (FED) la encargada de tal tarea para evitar el
colapso de la Unión Monetaria y, sobre todo, su fuerte
impacto sobre la economía global y el sistema bancario
estadounidense -muy expuesto también a la zona
euro-.

2. Salida de los países
periféricos

A partir de aquí, todos los escenarios que se
barajan en la actualidad supondrían la ruptura de la
actual zona euro, de uno u otro modo. En concreto, el segundo
escenario consistiría en la salida de uno o varios
países periféricos.

Las opciones aquí se resumen en dos: la
formación de dos zonas euro (una fuerte y otra
débil), la primera formada por los países fuertes
del norte (y Francia) y la segunda por los débiles
-Grecia, Portugal, España, Italia, y quizás
también Irlanda y Francia-. La división en dos de
la zona euro ha sido barajada por Francia y Alemania.

Sin embargo, una ruptura ordenada de este estilo es poco
probable, según demuestran experiencias pasadas.
Según Davies, es "mucho más probable una crisis
severa, seguida de la reintroducción de algunas monedas
nacionales, tras la cual el euro sería mantenido retenido
por el grupo restante de miembros actuales". Es decir, en lugar
de una ruptura en dos monedas euro, la salida sería
desordenada de forma que los países afectados
regresarían a su antigua divisa nacional. Éste es,
precisamente, el escenario que baraja de forma creciente el
mercado en las últimas semanas (la salida de uno o
más países).

Hoy por hoy, Grecia es el socio que cuenta con
más papeletas para salir del euro, tal y como reconoce su
propio banco central, tras el reiterado incumplimiento de las
condiciones impuestas en su rescate. En este sentido, destaca el
hecho de que ICAP, la mayor plataforma a nivel global de
negociación electrónica de divisas, cuyos
principales clientes son los bancos, está preparando sus
sistemas para una potencial salida de Grecia de la eurozona y su
regreso al dracma. "Estas pruebas se deben a la
preocupación de nuestros clientes ante la posibilidad de
que un país salga del sistema de la moneda común",
aseguró Edward Brown, vicepresidente ejecutivo en
desarrollo de negocio e investigación de ICAP.

Pero no es el único. Otras firmas financieras e,
incluso, gobiernos como el británico o el alemán
están elaborando determinados planes de contingencia ante
una posible ruptura de la zona euro, en la que a Grecia se
podrían sumar otros países, como Portugal, Italia,
España…

3. Salida de Alemania

Pese a ello, tampoco se descarta un futuro abandono de
la moneda única por parte de Alemania y otros socios
fuertes como Holanda o Finlandia. Los alemanes, y su propio
Tribunal Constitucional, se oponen a los rescates soberanos y a
la monetización de deuda. Así pues, si el rescate
masivo termina generando elevada inflación o pone en
riesgo la solvencia de las cuentas germanas, Berlín
podría optar finalmente por abandonar el barco comunitario
y regresar al marco. En este escenario, el resto de países
se mantendrían en el euro, que sufriría una fuerte
devaluación respecto a otras divisas, como el dólar
o el nuevo marco alemán.

4. Desintegración
total

Pero lo más probable es que, sin el sostén
de Berlín y otros socios solventes, los restos de la zona
euro terminarían en pedazos de forma que los países
acabarían regresando a sus monedas nacionales. Es decir,
el euro como tal dejaría de existir por
completo.

– Europa no es Estados Unidos (Project Syndicate –
29/11/11)

(Por Martin Feldstein) Lectura recomendada

Cambridge.- Europa se debate contra las inevitables
consecuencias negativas de imponer una única moneda en un
conjunto muy heterogéneo de países. Pero la crisis
presupuestaria griega y el riesgo de insolvencia en Italia y
España son tan solo una parte del problema causado por la
moneda única. La fragilidad de los bancos europeos
más importantes, las altas tasas de desocupación y
el elevado desequilibrio comercial intraeuropeo (el
superávit de 200 miles de millones de dólares en la
cuenta corriente de Alemania respecto del déficit
combinado de 300 miles de millones en el resto de la eurozona)
también son un reflejo del uso del euro.

Los políticos europeos que insistieron en la
introducción del euro en 1999 ignoraron las advertencias
de los economistas que predijeron que una moneda única
para toda Europa traería graves problemas. Quienes
abogaban por el euro se centraban en la meta de la
integración política europea. Veían la
moneda única como parte del proceso de creación de
un sentimiento de comunidad política en Europa. Lograron
el apoyo popular con el eslogan «Un mercado, una
moneda», argumentando que la zona de libre comercio creada
por la Unión Europea solo alcanzaría el
éxito con una moneda única.

Ni la historia ni la lógica económica
prestaban apoyo a esa interpretación. De hecho, el
comercio en la UE funciona bien, a pesar de que solo 17 de los 27
miembros de la unión usan el euro.

Pero el argumento principal de los
funcionarios europeos y otros defensores del euro ha sido que,
como una moneda única funciona bien en los Estados Unidos,
también debería hacerlo en Europa. Después
de todo, ambas son grandes economías continentales, llenas
de contrastes. Pero ese argumento pasa por alto tres importantes
diferencias entre los EEUU y Europa.

En primer lugar, los EEUU son en
realidad un único mercado de trabajo, donde los
trabajadores se mudan desde las zonas con desempleo alto y en
aumento hacia sitios con mayor abundancia de empleo. En Europa,
los mercados de trabajo nacionales están realmente
separados por barreras idiomáticas, culturales,
religiosas, sindicales y de los sistemas de seguridad
social.

Seguro, algunos trabajadores sí migran en Europa.
En ausencia del elevado grado de movilidad presente en los EEUU,
sin embargo, el desempleo general solo puede disminuir si los
países con alto desempleo son capaces de relajar su
política monetaria, una opción que la moneda
única impide.

Una segunda diferencia importante es que
los EEUU tienen un sistema fiscal centralizado. Las personas y
las empresas pagan la mayoría de sus impuestos al gobierno
federal en Washington, no a sus autoridades estatales (o
locales).

Cuando la actividad económica en un estado de los
EEUU se desacelera en relación al resto del país,
los impuestos que sus ciudadanos y empresas pagan al gobierno
federal disminuyen, y los fondos que recibe del gobierno federal
(en concepto de beneficios por desempleo y otros programas de
transferencia) aumentan. En líneas generales, cada
dólar que disminuye el PBI de un estado como Massachusetts
u Ohio dispara cambios impositivos y en las transferencias, que
contrarrestan aproximadamente 40 centavos de esa caída y
proporcionan un estímulo fiscal considerable.

No existe ninguna compensación comparable en
Europa, donde los impuestos se pagan y las transferencias se
reciben casi exclusivamente a y de los gobiernos nacionales. El
tratado de Maastricht de la UE específicamente reserva
esta autoridad para gravar y transferir a los estados miembros,
un reflejo de la falta de voluntad europea para transferir fondos
a las personas de otros países en la forma en que los
estadounidenses están dispuestos a hacerlo entre personas
de otros estados.

La tercera diferencia importante es que
todos los estados de los EEUU están obligados por sus
constituciones a equilibrar sus presupuestos operativos anuales.
Mientras que los fondos para los "tiempos difíciles" que
se acumulan durante los años de expansión se
utilizan para cubrir las caídas temporales en los
ingresos, los créditos en forma de "obligaciones
generales" que pueden tomar los estados se limitan a proyectos de
capital, como carreteras y escuelas. Incluso un estado como
California, considerado por muchos como el arquetipo del
despilfarro fiscal, tiene actualmente un déficit
presupuestario anual de solo el 1% de su PBI y una deuda de
obligaciones generales de solo el 4% de su PBI.

Estos límites a los déficits
presupuestarios estatales son una consecuencia lógica de
la imposibilidad de los estados de EEUU para emitir dinero y
cubrir las brechas fiscales. Estas reglas constitucionales evitan
el tipo de déficit y problemas de deuda que han acosado a
la eurozona, donde los mercados de capital ignoraron la falta de
independencia monetaria de los países.

Ninguna de esas características de la
economía de los EEUU se desarrollaría en Europa,
incluso si la eurozona evolucionara hacia una unión
política más explícita. Si bien la forma de
unión política impulsada por Alemania y otros
continúa siendo imprecisa, no incluiría la
recaudación centralizada de ingresos como en los EEUU, ya
que eso pondría un mayor peso sobre los contribuyentes
alemanes para financiar los programas de gobierno en otros
países. Tampoco la unión política
mejoraría la movilidad laboral dentro de la zona del euro,
superaría los problemas causados por la imposición
de una política monetaria común sobre países
con distintas condiciones cíclicas, ni mejoraría el
desempeño comercial de los países que no pueden
devaluar sus tipos de cambio para recuperar
competitividad.

El efecto más probable de fortalecer la
unión política en la zona del euro sería
otorgar a Alemania el poder para controlar los presupuestos de
otros miembros y evitar cambios en sus impuestos y gastos. Esta
transferencia formal de soberanía solo aumentaría
las tensiones y conflictos que ya existen entre Alemania y otros
países de la UE.

(Martin Feldstein, profesor de Economía en
Harvard, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos
del presidente Ronald Reagan, y presidente de la Oficina Nacional
de Investigaciones Económicas. Copyright: Project
Syndicate, 2011)

– La lenta destrucción de la eurozona (El
País – 4/12/11) Lectura recomendada

(Por Tano Santos)

Para aquellos que vivimos fuera de
Europa el espectáculo de la erosión de la eurozona
produce la fascinación de lo pavoroso, como aquellas olas
de cientos de metros que en las películas de
catástrofes destruyen ciudades como si estuviesen hechas
de mantequilla en vez de cemento. En el origen de la crisis de la
eurozona está su liderazgo y sus erráticas
decisiones, que han minado de forma progresiva las instituciones
sobre las que descansa la moneda única. La
destrucción de la eurozona tiene varios componentes pero
todos ellos se resumen en una sola palaba:
Credibilidad.

Primero, la falta de credibilidad de nuestros
líderes europeos, cuyas continuas e inefectivas reuniones
han mostrado no tanto las dificultades institucionales de la
eurozona, que eran bien conocidas, sino dos cosas: la falta de
voluntad política para atacar los problemas con
decisión y una grave ausencia de imaginación y
liderazgo. Y, ¿por qué eran estas dos cosas tan
importantes en esta crisis? Porque la eurozona tiene, como es
bien conocido, un enorme déficit democrático y, por
su estructura piramidal, depende completamente de la calidad de
sus líderes. Las reuniones nunca han producido un plan de
ruta factible y creíble y cada una minaba un poco
más la confianza de ciudadanos, instituciones y mercados
sobre la capacidad de producir una solución desde arriba
que era la única que se podía esperar.

Es más, cuando se proponía una
solución no se pensaban las consecuencias de la misma
más allá de lo inmediato. Por ejemplo, cuando en la
ahora olvidada reunión de julio de este año se
propuso que hubiese un canje voluntario de la deuda griega en
manos privadas por otra con un mayor vencimiento -de tal forma
que el canje resultase en una disminución del principal-,
al parecer no se consideró con la seriedad debida que el
simple anuncio de este canje produciría un contagio a la
deuda de otros países periféricos, como fue el caso
para España e Italia. No es que una quita de la deuda
griega no fuese, y sea, absolutamente necesaria es que
había que tener un plan para atajar de raíz el
contagio que inevitablemente se iba a producir cuando el mercado
infiriese que ésta era la plantilla a seguir en otros
casos. No lo había y eso forzó al BCE a intervenir
en los mercados de deuda española e italiana con la
condicionalidad de todos conocida, y a lo mejor esto era lo que
se pretendía desde el principio. Ese plan de aquel lejano
mes de julio es ahora papel mojado y ¿para qué? se
pregunta uno. Esta falta de constancia y disciplina en nuestros
líderes es la causa del escepticismo de los mercados sobre
una posible solución a la crisis de la eurozona, que
sólo de ellos puede venir.

Segundo, los acuerdos cuando se han producido han minado
las instituciones de la eurozona de una forma más sutil
pero igualmente grave. En una crisis de solvencia se ha
insistido, una y otra vez, en renegociar "fuera" de las
instituciones creadas para la resolución de los problemas
de solvencia. Esto ha producido una peligrosa incertidumbre legal
que ha dañado sobremanera el funcionamiento de los
mercados y la capacidad de financiación tanto de soberanos
como de entidades financieras.

Por ejemplo, en julio se propuso el canje, a todos los
efectos voluntario, de la deuda griega por una garantizada pero
con un principal menor. Esta idea, el "canje voluntario", aparece
en una y otra reunión de la eurozona y no hace sino
ofuscar la cuestión. Se toman acuerdos para el canje que
luego no se saben si se cumplirán. Esto introduce en todo
este desaguisado un elemento estratégico impredecible pero
es más ¿cuál era la necesidad de todo esto?
Si Grecia era insolvente podía entrar en quiebra y
renegociar con sus acreedores en el marco establecido al efecto
por la ley, por muy complicado que fuese el tema desde un punto
de vista legal. Por supuesto que había que pensar en las
consecuencias de esta quiebra y planificar la respuesta en caso
de contagio a la banca y otros países, pero se propone la
quita sin realizarla ni hacer preparación alguna; esto
parece la peor de las alternativas porque introduce una
incertidumbre enorme sin resolver un ápice el
problema.

Un segundo ejemplo lo tenemos en Irlanda. La
renegociación del estado irlandés una vez que
nacionaliza Allied Irish con los tenedores de su deuda
subordinada ha de pasar a los anales de las finanzas corporativas
como algo digno de estudio: Suponía, a todos los efectos,
la completa destrucción del orden de prioridad de los
pasivos en caso de insolvencia. El día que eso se hizo se
destruyó el mercado de deuda subordinada para muchas
entidades financieras en Europa. No es que los tenedores de bonos
no deban absorber pérdidas, que por supuesto; es que se
fuerza a una parte a absorber pérdidas que corresponden,
en primer lugar, a otra, en este caso el capital del banco
irlandés propiedad del Estado, y ello, inmediatamente,
induce una revaluación de un sinfín de activos
cuyos tenedores temen que se les aplique la misma medicina cuando
llegue el caso. Una vez más no es que no se deban imponer
pérdidas a las partes; es que hay que hacerlo respetando
el orden de prioridad entre los pasivos, tal y como establece la
ley para casos de insolvencia; al no hacerlo, se produce un
incremento de la incertidumbre que impide la negociación y
refinanciación de estos pasivos para otras
entidades.

Un tercer ejemplo de la destrucción de algo
fundamental en cualquier economía como es la estabilidad
de los contratos es el caso de los famosos CDS soberanos, los
seguros contra la quiebra de los países de la eurozona.
Este es un tema algo técnico pero merece la pena
desarrollarlo. Estos contratos sólo se satisfacen cuando
una agencia encargada al efecto declara lo que se denomina un
evento de crédito, que es como certificar que la quiebra
del país sobre el que se ha comprado el seguro se ha
producido. Por algún motivo, que está por
dilucidarse, nuestros líderes han decidido que el evento
de crédito no ha de producirse pero sí la quita.
Por ello se insiste en el carácter voluntario de la misma.
Y ¿qué de las partes que de forma prudente
aseguraron sus posiciones en la deuda soberana con la compra de
los CDS? ¿No destruye esta estratagema el valor de su
posición que ahora se ve expuesta a la doble
pérdida del valor del bono y de un seguro ahora
inservible? No es de extrañar que muchas entidades hayan
decidido simplemente liquidar sus posiciones de deuda soberana.
Si el seguro adquirido para compensar las pérdidas es
inservible, el riesgo de mantener esos bonos se vuelve demasiado
alto dadas las enormes incertidumbres. Hemos conseguido con todo
esto no resolver la crisis y destruir el mercado CDS. A toda esta
irresponsable destrucción de la arquitectura contractual
de la eurozona hay que añadir la falta de liderazgo en los
países que han sido el foco de atención de los
mercados, siempre detrás de los acontecimientos y con una
timidez en las medidas que se han tomado que mostraba claramente
que ni entendían la gravedad de la situación ni
estaban dispuestos a asumir los costes políticos de las
medidas duras que había que adoptar. Al final la
pusilánime política económica les ha pasado
factura igual que si hubieran tomado las duras decisiones que la
situación requiere pero, además, deja a nuestros
países en una situación insostenible.

Por último, el Banco Central Europeo (BCE), que
tiene mucha credibilidad en lo que menos necesitamos y poca en la
dimensión necesaria. Obsesionado como está con la
inflación, el BCE tiene una credibilidad enorme sobre la
estabilidad de precios, lo cual es peligroso dado que el
escenario posible en Europa durante los próximos meses es
deflacionario; si es así, el BCE va a tener muchas
dificultades para combatirlo, tema éste que merece
discusión aparte. La credibilidad que se necesita ahora es
la de un BCE dispuesto a atajar la crisis de liquidez de
determinados países y que rápidamente se puede
convertir en una crisis de solvencia si los diferenciales se
mantienen elevados por un periodo extendido de tiempo.
Así, si el BCE iniciase una compra masiva de deuda de los
países con problemas de liquidez, ¿tendría
confianza el mercado en que la política continuase en
presencia de adversidades? Probablemente no. Las convulsiones
de la eurozona no van a terminar hasta que se inicie un proceso
de profundización racional de sus instituciones, que por
cierto no tienen por qué incluir, por ahora, una
unión fiscal. Mucho se puede hacer sin ella pero sobre lo
que es necesario hacer para reconstruir nuestra dañada
unión monetaria escribiré en una futura
ocasión. Sólo esto: Cuanto más esperemos
más habrá que hacer.

(Tano Santos es director de la cátedra David L.
and Elsie M. Dodd de Finanzas de la Escuela de Negocios de la
Universidad de Columbia e investigador de FEDEA)

Abanderados hipócritas

"Las dos locomotoras de la Unión
Económica y Monetaria tienen el récord de falta de
compromiso a la hora de cumplir con los objetivos anuales de
déficit y de deuda"…
Alemania y Francia,
líderes en Incumplir (El Economista –
23/1/12)

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
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