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La Cuaresma: significado y vivencia




Enviado por Agustin Fabra



  1. Prefacio
  2. Desarrollo
    histórico
  3. El periodo
    cuaresmal
  4. Miércoles de
    ceniza
  5. Ayuno y
    mortificación personal
  6. Cuaresma y
    Bautismo
  7. La Cuaresma y el
    Concilio Vaticano II
  8. Meditación
    cuaresmal
  9. Conclusión

"Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro
"pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado" (Hebreos 4:15). La Iglesia se une todos los
años, durante los 40 días de Cuaresma, el
ministerio de Jesús en el desierto"

Catecismo Católico, numeral
540

Prefacio

El propósito de este estudio sobre la Cuaresma es
el de explicar, de una manera sencilla y lógica, el
significado y la comprensión de la época cuaresmal
y la forma de vivirla, en una intimidad personal que nos permita
valorizarla y apreciarla con la purificación del
corazón y una perfecta práctica de la vida
cristiana.

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de
conversión que marca la Iglesia para prepararnos para la
gran fiesta de Pascua. Es tiempo para el arrepentimiento de
nuestros pecados y para un cambio de vida con el fin de poder
vivir más cerca de Cristo Jesús.

La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino
hacia Jesucristo meditando en la Palabra de Dios, orando,
compartiendo con el prójimo, y llevando a cabo buenas
obras.

Por ello la Cuaresma es tiempo de perdón y de
reconciliación fraterna para sacar de nuestro
corazón el rencor, la envidia y las malas acciones que se
oponen a nuestro amor hacia Dios y hacia nuestros hermanos. En
Cuaresma aprendemos a conocer y a apreciar la Cruz de
Jesús y, con ello, aprendemos también a tomar
nuestra propia cruz con paz y alegría para alcanzar la
gloria de la resurrección.

Desarrollo
histórico

La primera referencia a una preparación pascual
de cuarenta días aparece en un escrito de Eusebio de
Cesarea que se remonta aproximadamente al año 332 a.C. En
dicho escrito Eusebio habla de la Cuaresma como una
institución bien arraigada y claramente configurada y
hasta cierto punto consolidada, lo cual nos permite pensar que a
principios del siglo IV la Cuaresma era ya una realidad
establecida en la Iglesia. El propio Eusebio de Cesarea menciona
que celebrando la fiesta del Tránsito, nos esforzamos
por pasar a las cosas de Dios, lo mismo que en otro tiempo los de
Egipto atravesaron el desierto
.

En los primeros años de la Iglesia la
duración de la Cuaresma variaba, pero en el siglo IV se
fijó definitivamente su duración en cuarenta
días. En los siglos VI y VII cobró gran importancia
el ayuno como práctica cuaresmal, aunque se presentaba un
inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en
domingo por ser la celebración del Día del
Señor
. Para respetar ese día y a la vez tener
cuarenta días efectivos de ayuno durante la Cuaresma, en
el siglo VII se agregaron cuatro días más a la
Cuaresma antes del primer domingo, estableciendo así los
cuarenta días de ayuno con el fin de imitar los cuarenta
días del ayuno de Jesús en el desierto. Exactamente
son cuarenta días los que van desde el
Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo,
sin contar los domingos.

El periodo
cuaresmal

El término Cuaresma proviene del
latín quadragésima, y es el período
del tiempo litúrgico en el calendario cristiano destinado,
tanto por la Iglesia Católica como por la Ortodoxa y la
Anglicana, para la preparación de la fiesta de la Pascua,
que es el Domingo de Resurrección o Domingo de Gloria, la
fiesta principal y más antigua de la cristiandad. La
Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y termina justo
antes de la Misa de La Cena del Señor en la tarde
del Jueves Santo.

La duración de cuarenta días proviene de
varias referencias bíblicas y simboliza la prueba de vivir
durante cuarenta días en el desierto de Jesús antes
de su misión pública. También simbolizan los
cuarenta días de duración del Diluvio,
además de los cuarenta años que duró la
marcha del pueblo judío por el desierto a su salida de
Egipto. Al igual que las personas que vivieron estas
experiencias, los fieles católicos son llamados a reforzar
su fe mediante diversos actos de penitencia y de
reflexión.

La Cuaresma tiene cinco domingos más el Domingo
de Ramos; seis en total. Y en las lecturas de estos días
los temas acerca de la conversión, el pecado, la
penitencia y el perdón son dominantes. No es un tiempo
triste, sino meditativo y de recogimiento. Es, por excelencia, el
tiempo de conversión y de penitencia del año
litúrgico. Por ello en la Misa no se canta el
Gloria al final de cada acto penitencial, excepto el
Jueves Santo en la Misa de la Cena del Señor, ni el
Aleluya antes del Evangelio. El color litúrgico
asociado a este período es el morado, significando el
duelo, la penitencia y el sacrificio, a excepción del
cuarto domingo en que se utiliza el color rosa, y el Domingo de
Ramos en el que se usa el color rojo, referido a la Pasión
del Señor.

Es de destacarse el hecho de que se inicia la Cuaresma
con el Evangelio de las tentaciones de Jesús en desierto,
lo cual es una muestra de la importancia que reviste el tema del
desierto y de la cuarentena para una interpretación global
del conjunto de la Cuaresma, el cual antes todo, es una
experiencia de desierto prolongada por espacio de cuarenta
días.

El desierto en sí mismo es un lugar hostil, lleno
de dificultades y de obstáculos. Por eso la experiencia
del desierto debe animar a los creyentes al combate espiritual y
el enfrentamiento con la propia realidad de miseria y de pecado.
En este aspecto la Cuaresma debe ser interpretada como un
período de prueba, recordando que los cuarenta años
que el pueblo de Israel pasó en el desierto fueron
también un tiempo de tentación y de crisis, durante
los cuales Yahvé quiso purificar a su pueblo y probar su
fidelidad (Deuteronomio 8:24, Salmo 94).

La Cuaresma representa una experiencia singular, una
especie de entrenamiento comunitario en el que los creyentes
aprenden y se ejercitan en la lucha contra el mal. La
mayoría de israelitas del Éxodo no pudieron superar
la prueba, ni tan siquiera Moisés pudo entrar a la Tierra
Prometida; muchos sucumbieron en el camino. Cristo, en cambio,
salió victorioso de la prueba. Los cristianos que realizan
fervorosamente el ejercicio cuaresmal y recorren con fe el camino
que conduce a la Pascua, compartirán con Él la
victoria sobre la muerte y sobre el pecado.

Miércoles
de ceniza

En este día empieza la época cuaresmal con
la imposición de las cenizas en la frente de los fieles
católicos. Es un símbolo que representa un motivo
de esperanza y de superación, además de ser el
inicio de un camino que nos conducirá a la
salvación. Es el momento en el cual cada persona empieza a
entrar en su corazón y camina hacia la Pascua, el
encuentro pleno con Cristo.

La señal de penitencia que representa la ceniza
en la frente se convierte para el católico en una
pregunta: ¿A quién estamos buscando? Una
pregunta que debemos atrever a hacernos en este camino de
preparación pascual, con lo que más que sobre
nuestras frentes, debe caer sobre nuestro corazón. Es Dios
en nuestro corazón quien nos va a recompensar. No son los
hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o
dejen de pensar respecto a nosotros: es nuestro Padre, que ve en
lo secreto, quien nos va a recompensar.

Este es el tiempo, el momento de la salvación,
nos decía San Pablo. Y la ceniza nos dice que nos quitemos
lo superfluo que nos ofrece la vida y nos quedemos con lo que
realmente vale, con lo fundamental, con lo único que llena
la vida de sentido. Dios nos lo recompensará.

Este es el sentido de la ceniza en nuestra frente; no es
un rito mágico, una costumbre o una tradición.
¿De qué nos serviría manchar nuestra frente
con ceniza si nuestro corazón no se preguntara si
realmente a quien estamos buscando es a Dios? Si le buscamos a
Él, este día y el resto de la Cuaresma es el
momento para caminar, para buscarle y, por fin, encontrarle, y de
esta forma purificar nuestro corazón.

El significado del rito de la ceniza es precisamente
éste: purificar el corazón, dar valor a lo que
realmente vale y entrar en el interior de nosotros mismos. Si
así lo hacemos, entonces la Cuaresma que iniciamos este
Miércoles de Ceniza en forma solemne, se convertirá
verdaderamente en un camino hacia Dios.

Y así lo confirman las dos expresiones del
sacerdote en el momento de imponer la ceniza:
"Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Marcos
1:15) o "Acuérdate de que eres polvo y en polvo te
convertirás"
(Génesis 3:19). Son palabras que
deben conducirnos a una profunda e íntima
meditación personal.

Ayuno y
mortificación personal

Las mortificaciones propias de la Cuaresma, como son los
ayunos, las vigilias y demás sacrificios que podamos
hacer, debe representar la necesidad de que Dios esté en
nuestro corazón y en nuestra alma; una búsqueda
constante de Dios.

Durante el tiempo cuaresmal debemos practicar el ayuno y
la mortificación, pero recordando que el ayuno no es
exclusivamente la privación de alimentos, sino de todo
aquello que más nos guste, ya sea comida,
entretención o gustos personales.

Recordemos que la palabra sacrificio proviene
del latín sacrum-facere, que significa hacer
sagrado
. Por ello hacer un sacrificio es hacer algo sagrado,
es decir, ofrecerlo a Dios por amor. A cada uno de nosotros hay
algo que nos cuesta hacer en nuestro diario vivir; si esto se lo
ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo un sacrificio que
nunca será estéril para cada persona que lo lleve a
cabo. No se trata de crear extraordinarias ocasiones, sino
más bien de saber ofrecer aquellas circunstancias
cotidianas que se nos presentan a diario.

Cuaresma y
Bautismo

La Cuaresma ha servido de marco a la preparación
inmediata de los catecúmenos antes de recibir el bautismo
en la noche de Pascua. Este hecho ha marcado la Cuaresma,
dándole un matiz peculiar y un enfoque espiritual de
inspiración bautismal.

Es en Cuaresma cuando la comunidad cristiana experimenta
la vinculación entre bautismo y misterio pascual. Entonces
se hace patente cómo el gesto de entrar en la fuente
bautismal para sumergirse en el agua nos hace compartir el
bautismo y la muerte y Resurrección de Cristo. Al salir
del agua y vestir la túnica blanca, los bautizados se
sienten incorporados a Cristo resucitado. Esta celebración
bautismal, enmarcada en el contexto de una intensa vivencia
espiritual de la noche de Pascua, adquiere importantes
connotaciones y resonancias.

Las últimas reformas litúrgicas, al
introducir la renovación de las promesas bautismales en la
vigila pascual y, sobre todo, al reactualizar el antiguo ritual
del bautismo de adultos, han devuelto a la Cuaresma la
importancia que tuvo en otro tiempo como plataforma para la
preparación bautismal. De este modo la Cuaresma se
convierte pata toda la Iglesia en un tiempo de reflexión
en el que todos y cada uno de los fieles asumen conscientemente
su condición de bautizados, y deciden ratificar
solemnemente su proyecto de vida cristiana.

La Cuaresma y el
Concilio Vaticano II

De manera precisa, el Concilio Vaticano II, en su
Constitución Sacrosantum Concilium (n.109),
señala la doble dimensión que caracteriza el tiempo
de Cuaresma: la bautismal y la penitencial. Al mismo tiempo
subraya que se trata de un tiempo de preparación para la
Pascua en un clima de atenta escucha de la Palabra de Dios y de
incesante oración. De esta forma dicho Concilio
dejó claramente delimitadas las líneas de fuerza
que confieren a la Cuaresma su propia identidad.

El trabajo de mayor envergadura consistió, sin
duda alguna, en la reforma del Leccionario. La selección
de textos para la primera lectura dominical, tomados siempre del
Antiguo Testamento, sigue un enfoque nuevo. En ellos se hace
mención de las grandes etapas que constituyen la historia
de la salvación, y de esta forma la Cuaresma se revela
como un tiempo que a través de la lectura de la Palabra de
Dios, nos permite un mayor acercamiento al Dios que ha ido
revelándose progresivamente a través de la
historia. No es un conocimiento teórico, sino un contacto
experiencial con el Dios vivo que ha querido hacerse presente de
manera progresiva en la historia de la humanidad.

Los textos seleccionados para la segunda lectura no
constituyen un cuerpo compacto y coherente. Son fragmentos que
sirven para complementar e ilustrar los temas contenidos en la
primera lectura y en el fragmento evangélico.

La temática recogida en el Leccionario actual
corresponde, sin duda alguna, a la catequesis bautismal:
radicalidad de la conversión cristiana, prácticas
penitenciales y obras de misericordia, arrepentimiento y
necesidad de la reconciliación sacramental. Durante las
dos últimas semanas se ha respetado con escrupulosidad la
venerable costumbre de leer fragmentos del Evangelio de Juan,
donde se recogen los grandes temas de la catequesis
bautismal.

De esta manera la reforma conciliar ha reestablecido la
estructura de la Cuaresma original, y ofrece a la comunidad
cristiana un marco adecuado para recorrer el camino que lleva a
la Pascua. El misterio pascual penetra de esta manera la
totalidad de la vida cristiana y se convierte en el elemento
dinamizador de toda acción pastoral.

Meditación
cuaresmal

La época cuaresmal es tiempo de meditación
profunda, por lo que a continuación se detallan una serie
de cuatro textos, uno para cada una de las semanas de la
Cuaresma, con el propósito de que sirvan como guía
para dicha meditación, y así poder vivir más
intensamente nuestra propia experiencia personal.

Son los siguientes:

  • Llamados a tener coraje

  • Llamados al anuncio de una vida
    transfigurada

  • Llamados a luchar contra toda forma de
    mercantilismo

  • Llamados a hacer visible el amor… a pesar de
    la cruz

TIEMPO DE CUARESMA (I de IV)

Tiempo de Cuaresma (I de IV)

LLAMADOS A TENER CORAJE

¡Cuántas veces experimentamos la necesidad
vital de huir de nuestras responsabilidades porque ya no queremos
más, porque nos sentimos saturados por las dificultades y
los problemas y quisiéramos desaparecer, tirar la toalla,
evadirnos!… Qué tentación tan grande y al mismo
tiempo tan humana.

Pero en cambio es precisamente en la lucha cotidiana por
la superación de estas responsabilidades de la manera que
más crecemos y es cuando más posibilidades tenemos
de poner en juego lo mejor que hay en nosotros mismos.
Jesús fue enviado al desierto por el Espíritu y
allá, en medio de la dureza de aquel ambiente, fue puesto
a prueba para confirmar su misión.

Los obstáculos y las complicaciones que nosotros
encontramos en nuestro trabajo, en la familia o en los ambientes
en que nos movemos, muy a menudo no son más que
tentaciones para huir de nuestras responsabilidades, de nuestra
misión, de aquello para lo cual hemos sido llamados.
Cuando se nos hace difícil dejar el camino más
fácil y dulce para hacer el esfuerzo de resolver los
conflictos, de pedir perdón, de iniciar una
conversación para eliminar diferencias… cuando nos
escudamos en el exceso de trabajo para no atender a nuestros
hijos, a nuestra pareja, a nuestros amigos…. Entonces es
cuando no queremos enfrentar nuestras propias
realidades.

Pero afortunadamente no estamos solos en este camino.
Dios también nos ha puesto en él ángeles
que, como a Jesús, le alimentaban en el desierto
dándole fuerzas para no sucumbir.

También nosotros tenemos nuestros ángeles,
a pesar de que quizás no nos damos cuenta o no queremos
reconocerlos. Personas que nos ayudan a hacer frente a las
dificultades, que nos animan a mantenernos fieles en las tareas
que se nos han encomendado. Ellos nos dan la fuerza y el coraje
necesarios para hacer frente a nuestra misión de una
manera fácil y agradable.

El tiempo de Cuaresma que estamos iniciando nos llama a
vivir con coraje y empuje, a creer y a confiar en la vida. Nos
invita a ser fuertes para no desfallecer delante de aquello que
nos pueda alejar de lo que estamos llamados a ser. Tiempo de
reencuentro con nuestro yo más profundo sabiendo que Dios
está en cada uno de nosotros, para así poder
restaurar nuestra alegría por la vida y la fortaleza
necesaria para vivirla con plena libertad.

Que el Señor te bendiga y te de
fortaleza.

Tiempo de Cuaresma (II de IV)

LLAMADOS AL ANUNCIO DE UNA VIDA
TRANSFIGURADA

Supongo que todos hemos vivido en algún momento
de nuestra vida situaciones de plenitud, de honda felicidad, de
gozo…. aquel tipo de experiencias en las que una fuerza
interior nos sacude de tal manera que desearíamos que la
vida se detuviera para que aquella sensación fuese
eterna.

Si una persona se deja atrapar por ese tipo de
situaciones, la vida se le ilumina de tal manera que ya sabe que
no puede quedarse para sí misma todo lo que siente en
aquel momento. Una fuerza incontrolable le mueve a compartir y a
comunicar a los demás todo lo que siente; tiene necesidad
de salir a la carrera a plena calle para abrazar a todo el mundo
y así contagiarles su felicidad.

El tiempo de Cuaresma nos llama también a
prepararnos para dejarnos transfigurar por Cristo y para anunciar
nuestra experiencia a todo el mundo. Debemos vivir atentos al
llamado que se nos hace a la felicidad, a la vida verdadera y al
compromiso de vida cristiana.

Es un tiempo para salir a la calle y proclamar a los
cuatro vientos que la vida vale la pena vivirla a pesar de todas
las dificultades y obstáculos, para descubrir así
la esperanza donde a simple vista pueda parecer que no exista. Es
un tiempo para volvernos nómadas de nuestras experiencias
de plenitud cristiana y para llegar hasta aquellos hermanos que
se sientan huérfanos.

Hemos sido llamados a vivir una vida transfigurada en
Jesús.

Que el Señor te bendiga y te de paz y
alegría.

Tiempo de Cuaresma (III de IV)

LLAMADOS A LUCHAR CONTRA TODA FORMA DE
MERCANTILISMO

"Mi Casa será llamada Casa de Oración,
¡pero vosotros estáis haciendo de ella una casa de
bandidos!"
(Mateo 21:14).

Jesús dijo claramente que nadie convierta en
mercado la casa de Dios. Hay fragmentos de las Escrituras que son
de una actualidad y de una vigencia aterradoras.

Este Evangelio no puede ser más esclarecedor del
tiempo en que vivimos. Muchos dicen que la crisis actual es la
consecuencia de una crisis global donde la vanidad humana, la
instrumentalización de las personas y la
mercantilización se nos han escapado totalmente de las
manos.

También nosotros, como santuarios del
Espíritu donde Dios nos habita, ¿no utilizamos a
menudo nuestras relaciones personales tratando de conseguir
beneficios propios, no sólo económicos, sino
también de prestigio y poder y de un reconocimiento
éticamente dudoso?

Y nosotros, desde la concepción más amplia
como pueblo de Dios, ¿no deberíamos plantearnos si
estamos involucrados en esas acciones? ¿Hemos analizado si
lo que nos mueve en los caminos de Dios es un sincero deseo de
evangelización y de acción pastoral, el desarrollo
fiel de una vocación personal? ¿O bien nuestro
objetivo primordial es el logro de un determinado status de poder
y la búsqueda de resultados inmediatos que justifiquen un
reconocimiento social, fruto de un mercantilismo personal, en
lugar de provenir de nuestra cristiana y sincera entrega a favor
de los demás?

El tiempo de Cuaresma nos invita también a
depurar nuestros propios templos, a hacernos más pobres de
espíritu, a luchar contra toda forma de mercantilismo,
explotación y alienación de la persona humana, a no
desistir de un trabajo invisible y silencioso que no conoce
resultados inmediatos, sino de una gran confianza en la pronta
transformación del corazón de cada persona, fruto
de nuestro ejemplo cristiano.

Es tiempo para cuidar nuestros templos de Dios, los
personales y los comunitarios, para que Él pueda seguir
trabajando en cada uno de nosotros, y que los efectos de su
Resurrección puedan ser visibles también en cada
uno de nosotros.

Que el Señor te bendiga y te de la
paz.

Tiempo de Cuaresma (IV de IV)

LLAMADOS A HACER VISIBLE EL
AMOR… A PESAR DE LA CRUZ

Nos es difícil comprender y asumir que el
fracaso, el sufrimiento y la muerte también pueden ser
experiencias renovadoras y liberadoras.

Es una de las grandes paradojas del cristianismo.
"… así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, para que todo el que crea en El tenga vida eterna"

(Juan 3:14).

Pero la elevación de Cristo no es la clase de
elevación que muchos esperaban o deseaban. El triunfo de
Cristo no es el triunfo del poder, de la fuerza o de la
popularidad. El triunfo de Cristo es concretamente el fracaso a
los ojos del mundo porque el amor, el amor verdadero, no quiera
saber nada de protagonismos, de intereses personales, de placeres
o de fuerzas.

Su fuerza está precisamente en su debilidad, y
esa debilidad nos hace daño hasta el punto de no poderla
soportar. La perplejidad del sacrificio de amor de Cristo en la
cruz nos deja atónitos. ¡Qué difícil
es de entender que un sacrificio así nos puede llevar a la
vida verdadera!

Necesitamos llenarnos de fe y saber que a menudo,
aquello que nos permite crecer como personas y sentirnos amados,
pasa por períodos de crisis y de dolor donde aparentemente
parece que Dios no esté con nosotros, pero es precisamente
entonces, en aquellos momentos de prueba, donde nosotros tenemos
la responsabilidad y la posibilidad de hacerlo visible y darlo a
conocer, para que en aquellas situaciones también pueda
ser elevado y reconocido ante todos.

Que el Señor te bendiga y te de amor y
paz.

Conclusión

No es tanto la penitencia corporal lo que interesa
subrayar, sino la conversión interior del corazón.
Los textos bíblicos orientan la actitud cuaresmal de cara
a una profunda purificación del corazón y de la
vida misma de la comunidad cristiana.

La verdadera conversión a Dios se manifiesta en
una apertura generosa y desinteresada hacia las obras de
misericordia: dar limosna a los pobres y comprometerse
solidariamente con ellos, visitar a los enfermos, defender los
intereses de los pequeños y de los marginados, y atender
con generosidad a los necesitados.

En definitiva, la Cuaresma debe entenderse como una
lucha contra el propio egoísmo y como una apertura la
fraternidad. A partir de ahí es posible hablar de una
verdadera conversión y de una auténtica ascesis.
Sólo así puede iniciarse el camino que lleva a la
Pascua.

Que este sea el propósito de nuestro camino
cuaresmal: tener sed de Dios y buscarlo en lo más profundo
de nosotros mismos con gran sencillez. Y que, al mismo tiempo,
esta búsqueda e interiorización se conviertan en
una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de
nuestro comportamiento personal.

Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la
ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia
transforme nuestras almas en almas auténticamente
dispuestas a encontrarse con el Señor.

Y lo más importante: que los propósitos de
la Cuaresma sigan vivos en cada uno de nosotros durante toda
nuestra vida. Sólo así la Cuaresma puede tener un
sentido.

 

 

Autor:

Agustin Fabra

 

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