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Desarrollo Histórico de la Demencia



  1. Resumen introductorio
  2. Edad
    Antigua (siglos VIII a. C. a IV d. C.)
  3. Edad
    Media (siglos V al XV)
  4. Época del Renacimiento y el Barroco
    (siglos XVI y XVII)
  5. El
    período de la Ilustración (siglo
    XVIII)
  6. Edad
    Contemporánea (1800-1950)
  7. Bibliografía

Resumen
introductorio

La locura tiene una vieja Historia. En sus
orígenes, se creía que el estado mental de los
hombres se encontraba en manos de los dioses, y su trastorno
recaía sobre quienes las deidades deseaban destruir,
volviéndolos locos. Las bases del conocimiento sobre la
locura, y su posible tratamiento, se desarrollaron con
posterioridad: se formuló una primitiva
clasificación de las enfermedades mentales, y a pensar que
el trato afectuoso, la paciencia y la comprensión de los
enfermos mentales podía, en ocasiones, mejorar su estado y
aliviar su sufrimiento.

Cuerpo del artículo:

Edad Antigua
(siglos VIII a. C. a IV d. C.)

Las primeras y más primitivas referencias a la
locura en Occidente se encuentran en la Ilíada de
Homero, supuestamente compilada hacia el siglo VIII a. C. Ulises
la hubo de fingir para salir victorioso de uno de sus
desconcertantes desafíos. El mítico guerrero Ajax
sufrió un ataque de locura que lo llevó al
suicidio, dando un trágico final a su gloriosa vida. El
sabio Orestes sufrió también alteraciones mentales,
descritas como alucinaciones y delirios. En el Antiguo Testamento
de la Biblia —una de las fuentes más extensas sobre
la Antigüedad en el Próximo Oriente ? hay referencias
a la demencia, que la relacionan en algunos personajes
(marginados y despreciados socialmente), y con su posesión
paranormal por espíritus malignos o diabólicos,
llamados "demonios".

La vida de Cristo, narrada en el Nuevo Testamento,
relata buen número de casos de personas con
comportamientos agresivos o netamente irracionales, calificados
por el pueblo como "poseídos por malos espíritus";
la narración de la acción humanitaria de Cristo en
persona, e incluso la de sus apóstoles —narrada en
el Libro de los Hechos (Acta Apostolorum)? habla con frecuencia
de la "expulsión de demonios y malos espíritus",
que habían enloquecido a personas de diversa
condición social, pero en general a campesinos y pobres
errantes. Hubo, sin embargo, algunos intentos de
aproximación racional y filosófica al llamado al
"mal del alma", algunas de cierta notoriedad, como las del sabio
griego S??a??? (Sóranos).

Durante los primeros siglos de expansión de las
Iglesias cristianas (griega y latina), sobre todo en el
Mediterráneo Oriental, comenzó a extenderse la
creencia de que la locura procedía de la acción
deliberada de magos y brujos —cuyo prestigio social, y la
creencia en sus supuestos poderes paranormales, conocían
un apogeo?. Comenzó a extenderse la imagen social de que
la locura era una especie de "posesión inducida por la
magia negra", causada por hechiceros supuestamente poderosos. El
Imperio Romano, ya en fase terminal, tomó cartas en el
asunto, y el Código Penal del césar Teodosio (429
d. C.) prohibió, bajo severos castigos, la práctica
de la magia; además, los cuerpos de guardia y los
magistrados imperiales persiguieron activamente a cualquier
sujeto que fuera reconocido como brujo.

Por otro lado, los médicos cristianos intentaron
la "exégesis de la locura", para distinguir a los dementes
ordinarios de los "posesos". Se identificaron signos externos y
observables, que definían una divisoria entre locura y
posesión, llegándose a ciertas conclusiones: en la
posesión, la víctima presentaba áreas
anestésicas de la piel y de las membranas mucosas,
histeria severa, alteración de la voz y adquisición
una fuerza física inusitada, capaz de vencer a guardias de
gran capacidad física. Sin embargo, los intentos de
expulsar a los "malos espíritus" eran confiados
sólo a unos pocos individuos, considerados casi como
santos en vida, por su ejemplo, sabiduría y predicaciones,
para que trataran las "posesiones" y expulsaran a los agentes
sobrenaturales de sus víctimas.

Edad Media
(siglos V al XV)

La Alta Edad Media apenas logró trasponer esta
visión que mezclaba la demencia con prácticas
mágicas, y a los enfermos mentales, sobre todo los
agresivos o los molestos, sus mismos convecinos los vejaban y
maltrataban, para expulsarlos de sus propias comunidades; se
convertían en "locos errantes" y simplemente caían
muertos por el hambre, los malos tratos y diversas enfermedades,
ocasionadas por el abandono, la vida a la intemperie, la falta de
higiene y la desnutrición. Hasta el último tercio
del siglo XIV no apareció el primer "hospital de locos",
que un religioso mercedario español, el P. Juan Gilabert
Jofré, consiguió fundar, tras no pocas
dificultades, en la ciudad española de Valencia. Como en
los "hospitales de pobres" de la misma época, se intentaba
que el demente, más que curarse, fuera atendido dignamente
(ayudándosele en el aseo, en la comida, y en la
prevención e impedimento de sus accesos de violencia, o
sus intentos de autolesión o suicidio). Con posterioridad,
las órdenes religiosas católicas italianas y
españolas, comenzaron a donar recursos para el acogimiento
y atención de los "locos desamparados", aquellos cuyas
familias habían rechazado y abandonado.

La historiografía británica, siempre
deseosa de ensalzar a su nación y sus logros, forzando los
datos históricos sin rubor, afirma que la creación
del primer hospital para dementes del mundo tuvo lugar en
Londres, en 1247, pero no logra demostrar el ingreso de enfermos
mentales hasta más de un siglo después, en 1377
(último cuarto del siglo XIV). Su nombre era "The
Bethlehem Hospital", pero era popularmente conocido como "The
Bedlam". Conforme a las leyes y a la mentalidad británicas
(tanto en esa época como en siglos posteriores), se
fundó más como una prisión de aislamiento
que como un hospicio asistencial. Un inventario del utillaje del
"Bedlam", datado en 1397, muestra que contaba con cerca de una
decena de esposas para muñecas y tobillos, el doble de
cadenas reforzadas con grilletes, seis candados de llave
(útiles de alto precio en la época) y media docena
de cepos (es decir, picotas o carcanes para inmovilizar a los
atormentados, en posiciones dolorosas o estranguladoras, por
tiempo indefinido). Se permitía al público, como
entretenimiento, visitar el "Bedlam" para contemplar a algunos
locos, inmovilizados, atemorizados o apresados en sus
cepos.

Época del
Renacimiento y el Barroco (siglos XVI y XVII)

Pasada la temible Baja Edad Media, rica en guerras,
epidemias, malas cosechas y hambrunas en Europa, en la que apenas
se superaron los logros del siglo XIV, surgió el humanismo
renacentista, primero en Italia y luego en España, los
Países Bajos y el resto de Europa Occidental: fue el
brillante momento de filósofos y teólogos como el
holandés Erasmo de Rotterdam o el español Juan Luis
Vives (1492-1540), humanista católico que dejó una
copiosa obra poligráfica, abarcando tratados de
teología, filosofía, ética, Historia,
filología y, por primera vez, psicología.
Llegó a ser un docente muy apreciado y fue nombrado por
varios reyes europeos como asesor en diversas áreas; muy
afamado en España, Inglaterra y los Países Bajos,
mantuvo interesantes epistolarios con estudiosos y magnates de la
primera mitad del siglo XVI.

En Alemania, país convulso por la Reforma
Luterana pero también dotada de grandes intelectuales en
el primer cuarto del siglo XVI, surgió el primer intento
serio de diferenciar claramente el "hechizo maléfico" de
la locura, realizado por el médico de Renania Johannes
Weyer (1515-1588). En un tratado titulado De praestigiis
daemonum
, basado en años de experiencias y
observaciones médicas, Weyer concluyó que muchas
personas consideradas "malditas" o "embrujadas" eran en realidad
enfermos mentales. Incluyó un detallado estudio
descriptivo de las alucinaciones ópticas, como simples
desvaríos de la mente, y no como visiones del más
allá o fruto de "hechizos". También llegó a
la conclusión de que amplios sectores de la
población más pobre y abandonaba de las pujantes
ciudades comerciales alemanas —calificados como "pobres
errantes", gente indeseada e indeseable? estaba afectada por
desequilibrios mentales diversos. Weyer se dedicó al
estudio de las enfermedades mentales con tal constancia, que
logró convencer con éxito a los teólogos
católicos de su época, de que la
"demonología" y la "psicología médica" eran
dos ciencias netamente diferenciadas, como también
preconizaba Juan Luis Vives.

La labor de Johannes Weyer fue continuada por el
británico Reginald Scot (ca. 1538-1599) en su libro
Discovery of Witchcraft (1584), que motivó nada
menos que una felicitación pública del monarca
Jacobo I (James I) Estuardo, más interesado en realidad
por la brujería que por la locura. En cambio, otros
estudiosos interesados en investigar las enfermedades mentales no
fueron capaces de seguir el camino iniciado por Weyer. Uno de
ellos fue Félix Plater (1563-1614), profesor de
anatomía en la Universidad de Basilea (Basel) y notable
clínico, que hizo observaciones directas en los calabozos
de la prisión local para estudiar los problemas mentales
de los presos. Su interés general por la gnosología
—la clasificación de las enfermedades? le indujo a
trazar la primera clasificación general de las
enfermedades de la Europa Moderna. Pero no asumió el hecho
de que la enfermedad mental se puede originar por causas
naturales, pues las adscribió a la casuística de
herencia medieval: "posesión" o "hechicería".
Plater fue defensor de las tesis anatómicas del
médico italiano Andrea Vesalio, galeno de cámara
del rey español Felipe II; él mismo realizó
completos trabajos anatómicos basados en numerosas
disecciones del natural humano, y describió por primera
vez cuadros clínicos completos de ciertas enfermedades no
mentales.

El período
de
la Ilustración (siglo XVIII)

Una nueva era en el tratamiento moderno de la locura
comenzó con las críticas al sistema de
reclusión de enfermos vigente sobre todo en Gran
Bretaña, donde, a diferencia de los países
católicos del Continente, no existían
órdenes religiosas dedicadas a su "recogimiento". Los dos
críticos más decididos y exitosos del
régimen de aislamiento penal fueron dos ilustrados no muy
famosos, Philippe Pinel (1745-1826), francés, y William
Tuke (1732-1822), británico.

En 1793, Pinel, médico en París y
publicista en temas médicos, fue adscrito en plena
Revolución al gran Hôpital Bicêtre, por la
resonancia de un trabajo de investigación que, debido al
caos revolucionario, no pudo imprimirse: Essai sur la
manie
(1792). Impresionado e indignado por las condiciones
miserables en que vivían los internos de la famosa
institución parisiense, puso en juego su autoridad
—apoyada por influyentes médicos y políticos
cercanos a la Convención Revolucionaria? al ordenar que
los locos fueran liberados de las cadenas que los
mantenían inmovilizados. Halló casos de enfermos
que habían pasado entre treinta y cinco y cuarenta
años, de forma ininterrumpida, encadenados y
prácticamente enjaulados. La Commune
Révolutionaire
—que controlaba la ciudad de
París y sus alrededores? se asustó ante sus audaces
métodos y obstaculizó todo lo que pudo la labor de
Pinel en el Bicêtre. Sin embargo, los resultados de la
liberación de los pacientes de sus cadenas resultaron sin
duda beneficiosos.

Edad
Contemporánea (1800-1950)

Las autoridades de la Revolución trataron
nuevamente de obstaculizar los trabajos de Pinel y retrasaron
todo lo posible la publicación de sus obras escritas, que
sólo pudieron ver la luz en la época del Consulado
Napoleónico (1801). En tal año fue impreso un
extenso libro de Pinel bajo el título de Traité
médico-philosophique sur l'alienation mentale ou la
manie
. En él desarrolla sus teorías sobre el
tratamiento humanitario de la locura. Pinel fue incorporado
más tarde a la Salpêtrière, desde donde
preparó una segunda edición de su
Traité… El impacto de este libro en la Francia
napoleónica condujo a la formación progresiva de
una auténtica escuela de psiquiatría en el
país galo.

A pesar del interés que despertaron las nuevas
teorías de Pinel, durante las décadas posteriores a
1810 hubo pocas mejoras en los hospitales para enfermos mentales.
El llamado Asilo del Condado de York, en Gran Bretaña, fue
noticia en 1814 por haberse "deshecho" supuestamente de varios
internos a los que no visitaba nadie por no tener familia. El
escándalo resultante condujo a la creación en 1815
de un Comité Regulador que fijó las
garantías y condiciones mínimas a reunir por los
llamados manicomios. Este Comité descubrió que los
manicomios británicos eran espantosamente sucios, sin
higiene alguna, y en todos ellos se encadenaba a los internos con
cepos y grilletes. El movimiento o doctrina médica de la
"no reclusión" y el tratamiento humanitario de los
dementes tardó mucho en extenderse, y fue en el
ámbito anglosajón donde más resistencia
encontró; pero el intenso ardor con que la defendieron
médicos como John Connolly, William Tuke, Edward P.
Charlesworth o Robert G. Hill le permitieron abrirse paso. En
Norteamérica se unieron a la nueva doctrina los doctores
Thomas Kirkbride y Benjamin Rush.

Uno de los primeros logros de estos pioneros fue la
sustitución de las cadenas por celdas acolchadas, para
neutralizar los accesos de furia y las autolesiones contra
superficies duras, y el empleo de útiles de madera
exclusivamente, como los cubiertos para comer, para uso de los
pacientes. Estos avances se mantuvieron en vigor hasta bien
entrado el siglo XX, lo mismo que el cuidado y observación
meticulosa, aunque discreta, de las conductas de los internos en
los manicomios, y su posible mejora o empeoramiento. En Francia
los más destacados continuadores de la obra de Pinel
fueron J. E. Dominique Esquirol y Guillaume Ferrus. Este
último logró que la ley francesa separase con
claridad a los enfermos mentales de los criminales no alienados
aunque conductualmente extraños o llamativos,
dándose a los enfermos un trato no carcelario, sino
hospitalario y radicalmente diferente. Ferrus también
logró crear una red embrionaria de manicomios modernos en
diferentes regiones de Francia, antes carentes de este tipo de
institución. En Alemania destacó la personalidad
del Dr. Johann C. Reil, pero sus heterodoxos tratamientos
experimentales, humanitarios por lo demás, más que
surtir algún efecto en los enfermos, jugaron un indudable
papel en el esclarecimiento de la psicología dentro del
campo de las enfermedades mentales.

El último tercio del siglo XIX fue testigo de
mejoras adicionales en los manicomios: el fruto positivo de la
doctrina de "no reclusión" dio como continuación al
llamado "sistema de retiro", según el cual cada demente
tenía una habitación para él solo, a puerta
cerrada y con acolchado en los casos más furibundos o
autolesivos. En la investigación destacó en Gran
Bretaña la figura de Samuel Hitch, fundador de la primera
Asociación Médico-Psicológica del
ámbito anglo-americano. La formación de estudiantes
de medicina y enfermería en los tratamientos basados en el
"sistema de retiro" se extendieron así oficialmente en
ámbitos académicos y universitarios. Paralelamente,
comenzó a experimentarse con la "hipnosis" por sus
posibles efectos curativos, difíciles de medir y
documentar, pero efectiva en algunos pocos casos. Los primeros
médicos en practicar tratamientos hipnóticos fueron
el francés Alexandre J. F. Bertrand, y los
británicos John Elliotson, James Brayd. Comenzó a
implantarse una diferenciación entre dos grandes grupos de
enfermedades mentales: las "neurosis" y las "psicosis". En el
campo de las "psicosis" y su estudio, destacó el
psiquiatra alemán Emil Kräpelin, que descubrió
la llamada "demencia precoz", más tarde denominada
"esquizofrenia" por Paul E. Bleuler, quien hacia 1911
modificó algunos conceptos de Kräpelin sobre esta
enfermedad, y acuñó definitivamente su
denominación actual.

El año 1917 marca el comienzo de las primeras
terapéuticas modernas "de choque (shock)" para el
tratamiento de la locura, pues en esta fecha el médico
alemán J. von Wagner-Jauregg comenzó a obtener
buenos resultados en el tratamiento de la parálisis
general progresiva. Ya veinte años antes había
empleado tuberculina inyectada con el fin de provocar fiebre,
pero en 1917 pasó a inocular a nueve casos con malaria, y
de ellos se obtuvieron apreciables mejorías. Este
tratamiento "de choque" por la malaria se siguió empleando
hasta después de la II Guerra Mundial, y en algunos
países aún más allá. En la
década de 1950 se introdujeron métodos "de choque"
mejorados para producir shocks, como los basados en
descargas eléctricas controladas. Las investigaciones de
Manfred J. Sakel marcaron una fase incierta en el tratamiento de
la esquizofrenia mediante inyecciones de insulina. La insulina
produce hipoglucemia, y si se inyecta en cantidad suficiente, los
pacientes entran en un estado de confusión, después
en un sueño profundo y por último en estado
comatoso. El proceso lleva seguimiento y control por los
médicos, y sigue un estricto protocolo. Entre 30 y 60
minutos después de la entrada en coma, se inyecta glucosa
al paciente y se le hace recuperar las constantes y la
consciencia. Tanto la doctrina como los primeros experimentos
alentaron grandes expectativas, que no dieron los resultados
esperados; en la década de 1960 cayó en completo
desuso.

Otro método especial para la terapéutica
convulsiva de algunos estados depresivos severos o recurrentes
fue el que introdujo por primera vez Ladislas J. Meduna en
Budapest en 1934. Se trataba de producir una convulsión
epiléptica mayor, repitiéndola a intervalos
regulares completando 20 sesiones en un plazo de unas semanas. La
convulsión se lograba inyectando cardiazol por vía
intravenosa, y en lo que se refiere a enfermedades mentales, el
método dio buenos resultados y se mantuvo en vigor varias
décadas. En 1937, Ugo Cerletti y Lucio Bini, emplearon en
Roma, para producir la convulsión un método
eléctrico con apreciables ventajas sobre el empleo del
cardiazol. Pero tanto con éste como el método de
Meduna, había que tomar medidas precautorias severas para
que el paciente tratado no se hiriera por la violencia de la
convulsión inducida. Finalmente, se desarrollaron anclajes
y sujecciones para evitar las fracturas óseas que eran
frecuentes en los primeros años de empleo de este tipo de
terapias convulsivas.

Debe destacarse también otro procedimiento
posterior. En 1935, Antonio C. de Egas Moniz aisló por
primera vez en Lisboa los núcleos frontales del cerebro,
en pacientes que sufrían de una tensión emocional
extrema de naturaleza aparentemente incurable; la técnica
consistía en inyectar alcohol en las conexiones de dichos
núcleos con el resto del cerebro. Más tarde dio un
paso temerario: se arriesgó a cortar estas fibras
conectivas en el interior del cerebro, operación
denominada "leucotomía prefrontal". Las intervenciones
resultaban en extremo complejas y peligrosas, llenas de
inconvenientes; sólo en muy contados casos se alcanzaron
resultados, aunque realmente brillantes, pero generaron tal
rechazo en la comunidad médica y crearon tales
polémicas, que se abandonaron a los pocos años, y
nunca llegaron a extenderse a nivel internacional.

La II Guerra Mundial indujo al desarrollo de los
primeros psicofármacos, gracias a la síntesis de
clorhidratos de sustancias químicas inestables, para su
administración como estimulantes y antidepresores. El gran
número de casos de lo que hoy denominamos "shock
post-traumático" o, en su época, "neurosis de
guerra", concentró el trabajo conjunto de equipos
médicos militares, psiquiátricos y
farmacéuticos en la Alemania nazi; fueron ensayados sobre
todo en sanatorios de las "SS". Aunque los psiquiatras nazis no
fueron considerados dignos de investigación por las
fuerzas de ocupación aliadas (salvo en unos pocos casos
"de interés militar"), sí se hizo un estudio
pormenorizado de la documentación investigativa sobre la
extraña pero vanguardista psicofarmacología,
ensayada fríamente en los sanatorios y campos de
prisioneros "SS". Aunque aún hoy se rechace oficialmente
que los psicofármacos fueran una idea original de tan
funesta e inhumana organización, "fuera de cámara"
y a nivel especializado es tenido como evidencia. Lo mismo cabe
decir de otras ramas de la investigación médica,
llevada a cabo con sujetos de experimentación humanos por
investigadores alemanes, y que posteriormente resultaron
cruciales para el desarrollo de la carrera espacial, la
aviación militar moderna y la rehabilitación mental
de combatientes traumatizados por su experiencia
bélica.

El número de personas afectadas por enfermedades
mentales fue aumentando lentamente a partir de la década
de 1950, experimentando una aceleración notable a partir
de los años 1970, sobre todo en los Estados Unidos y la
Europa Occidental; de lo que sucedía en el bloque
soviético, o en otros continentes, nunca se publicaron
datos fidedignos. Ello se debe en parte a que, en Occidente, los
enfermos y sus familias perdieron el miedo a afrontar la
alteración mental, y acudieron a los médicos
especialistas que podían tratarla. Dicho brevemente, "se
le perdió el miedo al psiquiatra". Otra cuestión
fue la moda norteamericana por el psicoanálisis freudiano
(basado en las teorías de Sigmund Freud) como
solución "taumatúrgica" a todos los problemas
mentales, y la divulgación mediática de ciertos
conocimientos, algo adulterados, sobre psicología
clínica, que en la mayoría de casos no han dado
resultados beneficiosos. Otra medida discutible fue el cierre
generalizado de los hospitales psiquiátricos estatales en
Europa Occidental (España fue un caso modélico),
donde las enfermedades mentales más severas han de
tratarse hoy en clínicas privadas, de alto coste; las
más de las veces, la atención depende de los
familiares de los enfermos, recibiendo éstos seguimiento
ambulatorio por el psiquiatra. Si esta situación es un
progreso o no, aún no está demostrado, pero al
menos sirve para la enorme masa de enfermos que sufren
alteraciones tratables, más o menos severas pero
recurrentes, gracias a la revolución farmacológica
de la década de 1980 y posteriores. Hay una corriente
mayoritaria de opinión para la que la
psicofarmacología hace innecesario el internamiento en
centros públicos especializados.

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Autor:

Jorge Benavent

 

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