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Género e historia del trabajo (Aproximación a sus paradigmas historiográficos)




Enviado por Jesús Delgado-Burgos



Partes: 1, 2

  1. De los
    espacios conquistados por la mujer y los movimientos
    feministas de los años setenta del siglo XX a la
    presencia de la mujer en la historia del
    trabajo
  2. El
    género como categoría de análisis y la
    historia del trabajo después de
    1990
  3. Nuevos
    enfoques y nuevos paradigmas
  4. Recapitulación
  5. Bibliografía

De los espacios
conquistados por
la mujer y los movimientos feministas de los
años setenta del siglo XX a la presencia de la mujer en la
historia del trabajo

La historia del género es el estudio del trabajo
en una dimensión más amplia. Considerar el
género como categoría analítica permite
analizar la composición de la fuerza humana de trabajo,
las relaciones sociales, las clases y las formas de
producción en contextos históricos
específicos tomando en consideración las formas en
que se estructuran relaciones sociales entre los hombres y las
mujeres en los espacios públicos y privados, así
como las nociones ideológicas, jurídicas y
políticas construidas para definir el rol de las personas
en la sociedad.[1] No fue hasta finales de la
década de 1970 y principios de los años de 1980 que
el género como categoría de análisis
comenzaría a utilizarse en las investigaciones
históricas acerca del trabajo y la mujer. Su
utilización estuvo precedida del reclamo de mujeres en
ámbitos intelectuales, por tener su espacio en la historia
escrita. Mientras en 1928, la escritora inglesa, Virginia Woolf,
efectuaba una profunda reflexión acerca de los factores
que excluían a la mujer de la producción literaria
y de la historia escrita, Simone de Beauvoir se expresaba en el
sentido de que la mujer tendría que escribir su propia
historia.[2] Esos primeros acercamientos, sin ser
efectuados desde la perspectiva historiográfica,
implicaban un cuestionamiento a la narrativa histórica y a
la construcción de la identidad del sujeto desde el
positivismo como corriente epistemológica. Así por
ejemplo, Virginia Woolf, a fines de la década de 1920, no
sólo se preguntaba "cuáles eran las condiciones en
que vivían las mujeres" que les impedía incursionar
en el campo de la literatura, sino el porqué a las mujeres
"apenas la menciona la historia".[3] Por su parte,
Simone de Beauvoir, publicó en 1949 El segundo
sexo
, libro que se convirtió en la obra más
importante y polémica de su época. Sus
planteamientos contribuyeron a repensar la historia de la mujer y
recibió las críticas más mordaces dentro y
fuera de la academia. Para unos, Beauvoir se "sentía
humillada por ser mujer y que a causa de ello quería
ridiculizar a los hombres". Otros sectores, como fue el caso de
los comunistas franceses, expresaron que a las obreras les
importaba poco los problemas que la autora
planteaba.[4] En una serie de entrevistas que se
le hiciera a Simone de Beauvoir entre 1972 y 1982, planteaba que
el feminismo implicaba un esfuerzo por cambiar las condiciones de
la mujer independientemente de la lucha de clases, y que las
mujeres estaban llamadas a tomar su futuro en sus propias
manos:

By feminist, I meant fighting on specifically
feminine issues independently of the class
struggle…Therefore it is absolutely essential for women to
take their destiny into their own hands
.
[5]

Esas reflexiones sobre la condición de la mujer
estaban dirigidas principalmente a enfatizar las diferencias
biológicas y a la búsqueda de espacios en la esfera
política y económica de la sociedad. La
incorporación del género a los estudios
históricos tuvo como antecedentes el surgimiento de
movimientos y organizaciones feministas que a principios del
siglo XX exigían el derecho al voto, y durante la
década de 1970 reclamaban, entre otras reivindicaciones,
el derecho a decidir sobre sus cuerpos, la reproducción o
el aborto.

Linda K. Kerber, en su ensayo "Gender", traza,
lo que podría denominarse como la genealogía de los
estudios sobre la mujer y el género en Estados
Unidos.[6] Según la autora, los primeros
estudios sobre la mujer fueron realizados en la década de
1920 por un grupo de mujeres estudiantes que ingresaron a los
departamentos de historia de varias universidades. Como
área de investigación, el tema fue "silenciado" de
universidades y casas editoras entre los años de la
Depresión Económica de 1929 y mediados de 1960.
Durante esos años, indica Kerber, la ideología de
la "virilidad" y la "estabilidad social", como fundamentos de la
cultura, la economía y la "familia tradicional" americana,
se tradujeron en un desarraigo de la mujer como sujeto
histórico en universidades y círculos
académicos.[7] Mientras en la academia, lo
femenino entraba en un periodo de exclusión y olvido,
fuera del ámbito académico, primordialmente en
sectores políticos de izquierda influenciados por las
ideas marxistas, se mostraba interés en los debates sobre
la mujer como protagonista históricas y parte
consustancial de la relación entre las fuerzas
económicas y el cambio
histórico.[8]

Durante las décadas de 1960 y 1970, el desarrollo
de luchas por los derechos civiles de los afroamericanos, las
luchas sociales, y el surgimiento de nuevas tendencias
historiográficas contribuyeron a imprimirle a las luchas
feministas en y fuera de Estados Unidos nuevas dimensiones.
Según Kerber, las perspectivas de análisis
estuvieron influenciadas por académicas marxistas inglesas
que trataban de establecer "la relación jerárquica
del género", la manifestación del patriarcado y los
mecanismos de opresión presentes en el trabajo
doméstico y en la producción fuera del
ámbito familiar. Su influencia se dejó sentir en el
movimiento feminista que emergió a fines de la
década de 1960 como parte de una agenda de
"reconstrucción histórica", proveniente en parte de
la visión ideológica de la "nueva izquierda", que
utilizando el marxismo como teoría y método de
análisis, trataba de establecer un vínculo entre
"la opresión de la mujer y el capitalismo, el racismo y la
represión sexual".[9] Según Jonathan
M. Wiener, en sus inicios fue rechazada por la academia
tradicional y sus trabajos tuvieron una aceptación
limitada.[10] Su vínculo con los primeros
estudios sobre la mujer fue una edición especial del
Radical America, publicado en 1970 dedicado a la
"liberación de la mujer". En 1971 publicaron "Women in
American Society: An Historical Contribution
", escrito por
Mari Jo Buhle, Ann G. Gordon y Nancy Schrom. Dicha
monografía, indica Wiener, se consideró uno de las
más importantes publicado en su época.
Establecía un vínculo entre la historia de la mujer
y el activismo feminista, que según Wiener tenía
como objetivo "definir la especificad de opresión"
experimentada por la mujer.[11]

En otras experiencias históricas, como es el caso
del movimiento feminista francés, algunas de sus primeras
manifestaciones fueron el rechazo de la imagen creada acerca de
la mujer y el uso de la palabra "feminista" como identidad de las
mujeres que reivindicaban sus derechos. Uno de los debates
desarrollados en esas primeras etapas del feminismo
francés estuvo relacionado con la composición de
sus organizaciones. Mientras un sector abogaba por organizaciones
integradas exclusivamente por mujeres, otro proponía la
creación de organizaciones heterogéneas por
entender que toda reflexión acerca de la opresión
de la mujer tenía que realizarse junto a los hombres.
Según Anne Tristán, la intención de crear
organizaciones en defensa de los derechos de la mujer en las que
se aceptasen hombres significaba no comprender que "cada
categoría de oprimidas tiene primero que realizar su
propia lucha, al margen de sus opresores de
hecho".[12] En esos debates, subsistía un
planteamiento más amplio en el sentido de entender la
emancipación de la mujer como parte de la lucha de los
trabajadores por transformar sus condiciones de
trabajo.

Como resultado de los nuevos enfoques
historiográficos durante la década de 1970 se
comenzó a analizar la historia de la mujer tomando en
consideración la relación hombre-mujer como
expresión del dominio patriarcal, tanto en el
ámbito familiar como en el trabajo asalariado. En ese
contexto algunos historiadores plantearon la necesidad de
construir un concepto que hiciera factible brindarle
cohesión teórica a los estudios acerca de la
mujer.[13] Los acercamientos a los estudios de la
mujer se concentraban en reivindicar su identidad como parte de
los procesos históricos y sus aportaciones. Algunos de los
trabajos históricos, proyectaban la mujer como parte de la
"identidad nacional" y no desde la perspectiva de su
redefinición.[14] Por su parte, la historia
del trabajo concentraba su atención en los estudios acerca
de la clase obrera sin hacer distinción de raza o
género, y focalizaban en las experiencias de los
trabajadores antes y después de la
industrialización.[15]

En 1978 Louise A. Tilly y Joan W. Scott publicaron el
resultado de sus investigaciones de un estudio histórico
comparativo sobre la incorporación de las mujeres al
trabajo en Francia e Inglaterra entre los años de 1700 y
1950.[16] Al ser un estudio comparativo entre dos
naciones que tuvieron procesos diferentes de
industrialización, les permitió analizar el trabajo
de la mujer en sus especificidades y determinar las
características generales del mismo. Su enfoque,
según las autoras, viabiliza aplicar el método y la
conceptualización utilizada a la historia del trabajo de
las mujeres a otras experiencias históricas. Como estudio
del trabajo, concentraron en los sectores rurales y urbanos que
incorporaban un gran número de mujeres en la actividad
productiva: artesanos, campesinos, tenderos, trabajadores
diestros y no diestros, y trabajadores manufactureros e
industriales.[17] Metodológicamente, la
investigación está construida mediante el uso de
fuentes documentales que les permite establecer correlaciones de
carácter estadístico en un periodo de larga
duración para determinar la correspondencia entre las
transformaciones económicas, los cambios
demográficos (natalidad, mortalidad) y la
participación de las mujeres en la economía de
Francia e Inglaterra durante el periodo estudiado. En su
perspectiva teórica, la investigación se nutre de
las aportaciones de estudios antropológicos,
demográficos e históricos sobre la
familia.[18] Permitió además
redefinir y analizar, conceptos tales como trabajo, salario,
producción, reproducción de la fuerza de trabajo,
mujer y familia. A partir de esos conceptos se discute y analiza
el rol desempeñado por las mujeres como parte de las
fuerzas productivas en el ámbito familiar y en la esfera
pública entre la industrialización y el desarrollo
económico de ambas naciones en el periodo posterior a la
Segunda Guerra Mundial.

Según las autoras, tradicionalmente el trabajo se
ha definido como la actividad productiva conducente a la
producción de bienes para el consumo e intercambio en el
mercado. Esa definición establece una relación
directa entre el trabajo y el salario, dejando fuera de la misma
el valor del trabajo domestico no pagado realizado por las
mujeres en el espacio familiar que resulta indispensables para la
reproducción de la fuerza de trabajo. A los efectos de
diferenciar el trabajo asalariado del trabajo doméstico no
asalariado, utilizan el concepto "actividad doméstica"
para éste último.[19] Según
las autoras, los modos de producción y la estructura
familiar definen los patrones de producción y
reproducción de las mujeres así como la
función del trabajo doméstico en el contexto de la
economía.[20] Mientras en la
economía rural los conceptos familia y doméstico
eran utilizados para referirse al mismo entorno
socioeconómico productivo, en la economía urbana y
preindustrial, aunque los patrones de producción y consumo
comenzaron a establecer entornos diferenciados, se
mantenía la relación directa entre el taller para
el trabajo artesanal y el hogar.[21] En ambas
formas de producción, el trabajo de las mujeres se
consideraba parte consustancial de la producción social en
sí. Con la industrialización, las percepciones
acerca del trabajo doméstico, de la mujer y lo familiar se
transformaron. La industrialización, al implicar una
transferencia de fuerza de trabajo del sector agrícola a
la hacia la manufactura, el comercio y los servicios, y
establecer una correlación directa entre trabajo y
salario, excluyó el trabajo no asalariado de la mujer
realizado en el ámbito doméstico y la
reproducción como factores indispensables para la
actividad económica de la sociedad.[22] De
igual modo, al incrementar el número de mujeres en la
actividad manufacturera fuera del hogar, la importancia del
trabajo se visualizaba, no en función de las necesidades
del trabajo doméstico, sino en relación a la
obtención de un salario para satisfacer las necesidades
propias de la familia:

For increasing numbers of women, as well, the
essence of work was earning a wage. Since they were members of
family wage economies, their work was defined not by the
household labor needs, but by the household"s need for money, for
money to pay for food and to meet other expenses, such as rent.
[23]

Las transformaciones en las formas de producción
y los empleos disponibles, además de incorporar fuerza de
trabajo femenina en la manufactura, impactó en las
nociones acerca de las relaciones hombre-mujer en el
ámbito familiar y en el espacio público. En el caso
de las hijas, según plantean Tilly y Scott, la
incorporación la mercado de empleo, ya fuese como
sirvientas, costureras, o manufactureras, era vista por sus
padres como mecanismo para aliviar la carga económica que
representaba mantener una familia y una contribución al
presupuesto familiar. Las hijas-trabajadoras que se
mantenían residiendo en el hogar, transformaban sus
nociones acerca de la familia. De hijas pasaban a ser
contribuyentes al presupuesto familiar lo que le brindaba espacio
para reclamar intervención en el uso del presupuesto.
Cuando el empleo les requería residir fuera del hogar,
estas pasaban a residir con otro núcleo familiar u
hospedarse, la aportación resultaba esporádica o
ninguna y se quebraban los lazos familiares tradicionales. Por
otro lado, al ser trabajos estacionales o de corta
duración, éstas trataban de conseguir otros
empleos, de no conseguirlos se veían expuestas al acoso
sexual de que eran víctima las mujeres en las ciudades y
zonas manufactureras.[24] El proceso de
incorporación de las mujeres como fuerza de trabajo
asalariada y la transformación de la familia en una unidad
económica para el trabajo y el consumo se
fortaleció durante el siglo XX, y la "división del
trabajo doméstico" se definió más
claramente:

Husband and unmarried children were family wage
earners, wife devoted most of their time to child care and
household management. Wives continued, however, to work
sporadically in order to earn wages to help raise the family"s
level of consumption
. [25]

Aunque a principios del siglo XX, los patrones de
incorporación al trabajo asalariado por las mujeres
mantuvieron las mismas tendencias que durante el siglo XIX,
posterior a la Segunda Guerra Mundial, tanto en Francia como en
Inglaterra, manifestaron factores de cambio. En ambos
países, la demanda de fuerza de trabajo femenina era
resultado de la expansión del sector industrial, comercial
y de servicios. Mientras en Inglaterra la expansión del
sector terciario se tradujo en una incorporación mayor de
la mujer como fuerza de trabajo, en Francia la
participación femenina declinó durante el mismo
periodo. Por otro lado, los patrones ocupacionales, según
las autoras, mantuvieron la segregación y la
división del trabajo por sexo. Mientras los hombres se
ubicaban en la industria pesada y en funciones gerenciales, las
mujeres se ubicaban principalmente en empleos de servicio
(oficinistas, secretarias, enfermeras y maestras, entre
otras).[26]

La investigación realizada por Louise A. Tilly y
Joan W. Scott contribuyó a transformar significativamente
el campo de la investigación histórica relacionada
con el trabajo y la formación de la clase obrera. De unas
nociones en que la clase como categoría analítica
se utilizaba para explicar el carácter de las
contradicciones entre el capital y el trabajo, se comienza a
estudiar tanto el proceso productivo como la composición
de la fuerza de trabajo tomando en consideración los
factores demográficos, la estructura familiar como unidad
económica y la relación entre el trabajo asalariado
y no asalariado. Ese enfoque permitió analizar las
condiciones que incidieron en la incorporación de la mujer
a la producción, su importancia para el proceso productivo
en su conjunto y trazó pautas para construir nuevas
categorías para el análisis
histórico.

El género
como categoría de análisis y la historia del
trabajo después de 1990

A finales de los años de 1970 la historia social,
impulsada por los Annales e influenciada por el
marxismo, cuyos enfoques historiográficos estimularon el
estudio de las formaciones sociales y económicas, las
relaciones sociales de producción esclavista o
capitalista, la formación y luchas de la clase obrera,
había entrado en una etapa de agotamiento. Sus nociones
principales, sustentadas en la noción materialista de la
historia y la clase como categoría de análisis,
enfrentaron la crítica de historiadores argumentando que
sus propuestas y explicaciones históricas resultaban
absolutas y confinaban la acción del sujeto
histórico al determinismo económico. Como
resultado, comenzaron a aflorar nuevas tendencias conceptuales,
metodológicas y analíticas para la
investigación histórica. Entre ellas,
destacó el género como categoría de
análisis para los estudios de las relaciones sociales
entre los hombres y las mujeres.[27]

Tras décadas de movimientos feministas y luchas
por los derechos de la mujer, y de investigaciones y debates al
respecto, en 1986, la historiadora Joan W. Scott publicó
el ensayo "El género: una categoría útil
para el análisis histórico". Redactado inicialmente
para ser presentado ante la American Historical
Association
en 1985 y traducido al español y al
francés para su publicación en varias revistas
profesionales, es considerado un "icono" intelectual para los
investigadores coetáneos y posteriores a Scott que se han
aproximado a los estudios sobre género y
trabajo.[28] El ensayo tiene como objetivo
establecer y precisar la importancia de la reflexión
teórica sobre el impacto del género en las
relaciones sociales e institucionales, las relaciones de poder, y
cómo a partir de dicha categoría, es posible
repensar la construcción del sujeto histórico y
abordar sus temas de investigación.[29]
Utilizando como marco de referencia los estudios de las
historiadoras del feminismo que le antecedieron y la necesidad de
brindarle cohesión analítica y conceptual a la
historia de la mujer como sujeto histórico, Joan Scott
logró brindarle al concepto género el
carácter de categoría histórica que
trasciende la historia descriptiva, funcionalista y de
"relaciones entre los sexos" que hasta entonces se le
había otorgado a los estudios sobre la
mujer.[30] Ese trabajo de reflexión
teórica sobre el género, que ha orientado muchas de
las investigaciones históricas desde la década de
1990, ha permitido repensar el pasado desde unas perspectivas
historiográficas en la que los factores ideológicos
inherentes a la construcción de los valores culturales de
la sociedad, sus formas de producción y el ordenamiento
jurídico-político del Estado, se vean
íntimamente relacionados con los roles asignados al hombre
y la mujer, la familia, la reproducción y la sexualidad.
[31]

Según la autora, las historiadoras feministas
habían utilizado varias perspectivas ideológicas
para el estudio del género que se resumían en tres
nociones historiográficas: el origen del patriarcado, la
concepción marxista de la historia basada en la clase como
categoría analítica y la tendencia
posestructuralista influenciada por el
psicoanálisis.[32] Mientras el estudio del
patriarcado asumía como problemas de investigación
el ejercicio del poder del hombre sobre la mujer, la
reproducción biológica y la sexualidad, las
feministas marxistas se enfocaban en los factores
económicos que explicaban y determinaban las relaciones de
género, pero no le brindaban a dicho concepto el
carácter de categoría
analítica.[33] Por su parte, la tendencia
psicoanalítica, se orientaba hacia la
identificación de los procesos que construyen la
"identidad del sujeto" en las etapas primarias en el desarrollo
de la niñez, ya fuese a través del estudio de las
"relaciones-objetos" o mediante el lenguaje como mecanismo a
través del cual se representa el
género.[34] En su análisis de ambas
tendencias, Scott concluye que las mismas no resultaban adecuadas
para los historiadores. En relación a la teoría de
"relaciones-objetos", expresaba dudas sobre la creación de
la identidad a partir de relaciones sociales limitadas al
ámbito familiar y la experiencia doméstica. Sobre
la teoría que focaliza en el lenguaje, exponía que
tendía a efectuar una mirada reduccionista del pasado al
otorgarle a la relación hombre-mujer un carácter
absoluto, en que la relación entre ambos sujetos se fijaba
como "la única relación posible y como aspecto
permanente de la condición humana".[35]
Efectuado el análisis epistemológico de las
teorías a las que se enfrentó para poder plantear
su propuesta, Scott asume el género como categoría
principal. En tanto concepto, lleva implícito una
construcción del saber para definir las identidades que se
asignan al hombre y la mujer a partir de las relaciones que se
desarrollan en los espacios económicos, políticos,
sociales y culturales como esferas públicas, y
privadas.[36] Asumiendo como referente esa
conceptualización, la autora establece dos proposiciones
fundamentales: (1) el género como expresión de las
relaciones sociales fundamentadas en las diferencias entre los
sexos y (2) como elemento constitutivo de las "relaciones
significantes de poder".[37] A partir de esas
relaciones, se desarrollan los "símbolos y mitos"
culturales como referentes, los "conceptos normativos" que
establecen los valores éticos y sociales para definir lo
femenino y masculino, las nociones políticas relacionadas
con las instituciones sociales, y la construcción de las
identidades.[38]

Un aspecto cardinal de Joan Scott en la
construcción del género como categoría de
análisis histórico de las relaciones sociales, es
que su utilización requiere de una interpretación
no tradicional para lograr identificar la jerarquía de los
valores y entender la identidad en sí como algo cambiante
y relativo a sus contextos históricos.[39]
Como ensayo de reflexión teórica sobre una de las
categorías de análisis en la investigación
histórica, la autora identifica otras categorías
analíticas (clase, raza, etnicidad) que pueden
reconceptualizarse utilizando como referente la
metodología utilizada por
ella.[40]

Si el trabajo de Louise A. Tilly y Joan W. Scott sobre
la incorporación al trabajo de las mujeres en Francia e
Inglaterra representó un cambio cualitativo en
relación a los estudios de la mujer que les antecedieron,
y un proceso de ruptura con los enfoques historiográficos
de la historia social de los años setenta del siglo XX, la
transformación de género en una categoría
analítica, abrió puertas para nuevas
investigaciones. Se profundizó en los estudios sobre la
incorporación de las mujeres al trabajo, en su importancia
para las transformaciones económicas, políticas o
sociales y su participación en las luchas obreras. Los
estudios realizados no quedaron confinados al espacio del la
mujer como sujeto histórico sino que se aproximaron al
estudios de las instituciones sociales (familia, iglesia,
escuela, sindicatos, etc.) en su rol de estructuras de poder
basadas en el género y el patriarcado que conducen a la
exclusión, la opresión y construcción de
identidades acerca de lo femenino.

Los mecanismos que se utilizan en la construcción
de códigos y símbolos para asignar funciones e
identidades a los individuos según el género y de
acuerdo a las necesidades del Estado fue abordado por Laura Lee
Downs, en su ensayo: "Women"s Strikes and the Polictics of
Popular Egalitarism in France, 1916-18
".[41]
El ensayo pretende demostrar que ese movimiento huelgario ha sido
analizado por historiadores desde una perspectiva similar a
cuando ocurrieron los hechos, y que siendo las mujeres sus
protagonistas principales, se construyó un discurso basado
en el género para despolitizar los reclamos de las
trabajadoras, crear identidades sobre la moralidad de las mujeres
en huelga y silenciar su voz en la historia.[42]
Utilizando periódicos, interrogatorios policíacos,
publicaciones obreras, y documentos gubernamentales de la
época, Laura Lee Downs, reconstruye las nociones que se
crearon sobre el movimiento huelgario y de protestas ocurridas en
la industria metalúrgica y de municiones entre mayo y
junio de 1917 en París. En dichos manifestaciones
huelgarias participaron cerca de 43 mil trabajadores, de los
cuales el 75% eran mujeres.[43] Como parte del
estado de guerra, se elaboró un discurso de defensa
nacional que unificaba amplios sectores de la clase obrera y la
burguesía en contra de la amenaza alemana. El conflicto
laboral se interpretó como un peligro a la integridad
nacional. Ante la peligrosidad se movilizaron múltiples
sectores de la sociedad para poner fin a las protestas y lograr
que las mujeres regresaran al trabajo.[44] El
estudio de Laura Lee permite analizar cómo en
épocas de crisis el discurso acerca de lo nacional y las
nociones sobre el género se utilizan para demonizar las
luchas de las trabajadoras, silenciar la naturaleza
política de sus reclamos y exaltar los valores culturales
que se construyen para definir las identidades. En la prensa
escrita se les trataba despectivamente. Las protestas se
caracterizaban como actos no propios de la feminidad. Las mujeres
que participaban en acciones de protesta se caracterizaban con
epítetos para describirlas como poseedoras de semblantes
amenazantes y traicioneros.[45] Al comparar la
identidad que se construyó para los interrogatorios de los
hombres y mujeres que fueron arrestados durante la huelga, la
autora indica que lo femenino se definía a base de valores
morales mientras lo masculino se construía en
función de la acción política. Respecto a
los hombres se indagaba sobre la posibilidad de que hubiera
recibido dinero de parte de agentes alemanes para alterar el
orden, y se les preguntaba acerca de sus posibles vínculos
con organizaciones sindicales o revolucionarias. Por el
contrario, a las mujeres se les interrogaba sobre su estado
civil, la fidelidad o infidelidad para con sus esposos en guerra
y posibles amantes.[46] Para Lee Downs, la
diferencia en el tipo de interrogatorios demuestra el nexo que se
establecía entre la masculinidad y el racional
político. En ese racional la esfera política no
estaba asignada al rol de mujer a pesar de que su activismo fue
más impactante que el de los hombres, y sus
cánticos de huelga incluían reclamos por la
igualdad.[47] El trabajo de Laura Lee Downs sobre
las trabajadoras francesas en la industria de metales y de
municiones, y las luchas que protagonizaron es un modelo de
investigación sobre aspectos de la historia del trabajo
que la investigación histórica tradicionalmente ha
omitido por tratarse de procesos que en su época fueron
silenciados tanto por el discurso oficial como por las
instituciones a las cuales se enfrentaban. Aunque la autora hace
referencia a publicaciones obreras, no profundiza en el
análisis del discurso que asumieron los sindicatos
franceses para oponerse a las acciones de las
trabajadoras.

Un enfoque similar al de Laura Lee Downs se encuentra en
la investigación de Jacquelyn Dowd Hall, sobre la huelga
de trabajadores de la Fulton Bag and Cotton Mills de
Atlanta en 1914.[48] El mismo analiza el impacto
de la industrialización, la vida urbana y la
recomposición de la fuerza de trabajo en la
configuración de las nociones, discursos e identidades
relacionadas al trabajo, la masculinidad, la feminidad y los
espacios públicos o privados. Utiliza como marco de
referencia la incorporación intensiva de la mujer a la
industria manufacturera, y el rol desempeñado por las
trabajadoras durante la huelga. Jacquelyn Dowd Hall compara las
discusiones sobre la huelga que se generaron a través de
la prensa de Atlanta con las que surgieron durante esos
días a raíz de la acusación y
convicción del gerente de una fábrica para la
producción de lápices por violación y
asesinato de una niña de trece años. El contraste
le permite analizar el discurso de la elite social en la
comunidad para fortalecer sus nociones sobre el rol de la mujer
en el entorno urbano y fabril de la ciudad. La autora,
demás de analizar lo escrito en la prensa de la
época, interpreta el discurso no escrito de las
imágenes fotográficas utilizadas para los
reportajes, y los informes redactados por espías
contratados por la empresa. Dicha documentación le permite
reconstruir el discurso que se construyó para la
fábrica y la opinión pública sobre las
trabajadoras en huelga, sus organizadores sindicales y las
nociones e identidades que se construyeron para representar lo
femenino y sus espacios. Al vincular las situaciones ocurridas en
relación a la huelga, la autora concluye que los
reportajes de los espías son reveladores de la mentalidad
y los convencionalismos existentes acerca de la mujer. Los
informes, como indica Dowd, revelan el vínculo de los
"significados del conflicto del trabajo cuando los asuntos de
clase y el género son transpuestos" así como "la
modernización del sexo y el rostro discursivo del
poder".[49] La narrativa de los reportajes de
prensa y las fotos que le complementan estaban matizados por
códigos sociales y culturales de la época.
Así por ejemplo, el entorno urbano fabril se caracteriza
en los informes de los espías como dominados por el
"crimen y la inmoralidad".[50] Cuando se
contrastaban los trabajadores con el organizador de la
unión, se caracteriza a los primeros como "inocentes
miembros" y a los segundos: "rudos hombres" del sindicato que les
controlan.[51] Los trabajadores que se declaraban
en huelga perdían la inocencia que se les confería
y se describían como "ladrones" y "asaltantes de camino".
En relación a las mujeres, eran caracterizadas como
"depredadoras sexuales".[52] El activismo
feminista era transformado por los espías en "actividad
ilícita". Jacquelyn Dowd Hall indica que los espías
veían la fábrica como un "espacio sexualizado" en
el que la seducción era utilizada como mecanismo de
infiltración. Haciéndose pasar por artistas o
bailarines, los espías invitaban a trabajadoras a
"divertirse". Su objetivo era conseguir información
relacionada con la huelga, si no lograban sus propósitos
recurrían al desprestigio de la
persona.[53] En el contexto del conflicto laboral,
el espionaje sistemático, y el incremento de la presencia
de la mujer en el espacio público urbano, ocurre la
violación y asesinato de Mary Phanagan por el cual se
acusó a Leo Frank.

Al estudiar los reportajes de prensa sobre la
violación y asesinato de la niña de trece
años, y la condena del convicto, la autora indica que se
puso al descubierto la intensidad de los conflictos raciales, de
clase y religiosos. Para el Journal of Labor, el caso
era evidencia de la vulnerabilidad de la mujer ante el avance del
capitalismo e indicaban que el caso Phanagan difería poco
de las mujeres que consumían lentamente sus vidas en el
proceso de trabajo industrial.[54] Los "ciudadanos
prominentes blancos" trataron de vincular el asesinato de
Phanagan con un conserje afroamericano que había sido
acusado por su jefe de la violación de la
niña.[55] Los reportajes del Atlanta
Georgian
, convirtieron a Mary Phanagan en "símbolo de
la mujer blanca trabajadora que defendió su castidad con
la muerte". Las "sectores tradicionalistas" veían el
trabajo asalariado de la mujer como muestra del
consumismo.[56] En relación a algunas de
las fotografías en las que aparecen mujeres ocupando
espacios públicos, Dowd indica que éstas permiten
estudiar la exposición y la representación del
género y los roles asignado al hombre y la mujer
respectivamente. Una de las fotos analizadas es en la que aparece
O. Delight Smith, fotógrafa y reportera del Journal of
Labor
junto a dos dirigentes sindicales. Mientras la mirada
y la postura de los hombres expresan rudeza, firmeza y
determinación, la fotógrafa refleja el rol asignado
a la mujer: distanciamiento del espacio público y de las
posiciones de liderato. Lo mismo ocurre con otras de las fotos en
que aparecen trabajadores en huelga: mientras los hombres
aparecen de pie y en primer plano, las mujeres so localizan un en
segundo plano, sentadas y realizando tareas
domésticas.[57] El ensayo de Jacquelyn Dowd
Hall permite enfocar los mecanismos discursivos, las
imágenes y los códigos que se utilizan para la
representación de lo femenino y lo masculino, tanto en su
entorno urbano e industrial como en el contexto del trabajo y la
esfera pública. El análisis que se efectúa
sobre las trabajadoras de la Fulton Bag es más
abarcador que el de la incorporación las mujeres
trabajadoras francesas al trabajo y la reacción a las
manifestaciones de protesta que realizaban. No sólo
analiza el discurso de prensa escrita, sino que incorpora la
deconstrucción del discurso a través de la imagen
visual y amplia sus referentes de comparabilidad al contrastar
los discursos sobre la huelga en sí con un hecho, que
siendo aislado y no relacionado con la huelga, mediante el
género y la raza se vincula como parte de los
códigos éticos-religiosos creados desde las
creencias religiosas y la cultura civil para la mujer.

Nuevos enfoques y
nuevos paradigmas

El análisis de género revitalizó
las investigaciones históricas y transformó los
discursos, las temáticas y las formas de estudiar la
experiencia social de las personas y sus relaciones sociales. Le
brindó cohesión a los estudios de la mujer a la par
que la historia del trabajo y la clase obrera, en su perspectiva
absolutista y como proyecto histórico, daba visos de
entrar en una etapa de estancamiento. Como forma de conocimiento
implicó un cuestionamiento epistemológico a todos
los aspectos del saber y de la práctica política,
económica, social o cultural:

Gender, as feminist scholars and critics have
demonstrated, is everywhere – into not only our families,
churches, business, and public institutions but also the very
language in which we discuss and evaluate our experiences,
including the languages of philosophy, art, politics, science and
history.
[58]

En su etapa inicial, los estudios de
género focalizaron en el análisis de la
incorporación de la mujer al trabajo asalariado, su
participación y exclusión como sujeto
histórico en las luchas e instituciones sociales, y
contribuyó a la interpretación de la sexualidad, el
matrimonio y la familia como forma de construir las relaciones
entre las personas y las estructuras de poder. En otros aspectos,
como tendencia de investigación fue criticada por sectores
académicos cuyas áreas de investigación
centraban en los estudios afroamericanos, caribeños o de
los países del tercer mundo. Una de las críticas
planteadas a los estudios de género se relacionaba con la
percepción occidental acerca del saber y la cultura. Sus
críticos planteaban entre otras consideraciones que las
mujeres negras, por razón de raza y experiencia
histórica, experimentaban un mundo no experimentado por
quienes no lo eran; que las feministas occidentales relegaron de
sus estudios a la mujer no occidental, y abogaban por una
metodología y teoría del feminismo negro.
[59]

A la luz de esas críticas, a fines de los
años de 1990, los análisis de género se
orientaron hacia el estudio de de las identidades nacionales, la
ideología de la dominación política y sexual
en los países caribeños y africanos. Un ejemplo de
esos nuevos enfoques es la colección de ensayos
Feminist Genealogies, Colonial Legacies, Democratic
Futures
, publicado 1997.[60] Según las
editoras, Jacqui Alexander y Chandra Talpade, los trabajos se
ubican en un contexto histórico impregnados por procesos
educativos en los cuales las luchas anticoloniales contra la
dominación británica en Trinidad y Tobago
contribuyeron a la construcción de lo nacional mas no
transformaron los valores normativos de la masculinidad y
heterosexualidad:

Then, as now, nation and citizenship were largely
premised within normative parameters of masculinity and
heterosexuality
. [61]

El ensayo de Chandra Talpade Mohanty nos aproxima a un
estudio de las mujeres trabajadoras en el contexto del mundo no
occidental y globalizado.[62] En el mismo se hace
una revisión de la literatura relacionada con la
incorporación al trabajo asalariado de las mujeres y la
construcción de las identidades en una economía
dependiente. Su objetivo es estudiar la explotación de las
mujeres pobres del Tercer Mundo y cómo desarrollan una
práctica organizativa para transformar su vida cotidiana
como mujeres trabajadoras.[63] Chandra Talpade
establece como pregunta de trabajo las posibilidades de construir
prácticas de solidaridad entre las mujeres trabajadoras a
través de identidades nacionales, raciales y de clase, en
el contexto de una economía capitalista globalizada.
[64]La autora utiliza el concepto "trabajo de
mujer" como categoría analítica para examinar las
especificidades históricas en que se establecen las
jerarquías de género y raza.[65] En
su análisis, las nociones que se asumen acerca del trabajo
y los trabajadores es esencial para entender las políticas
sexuales establecidas en un capitalismo global. Para Chandra
Talpade, el proceso de colonización que definió las
relaciones entre las metrópolis y los países
colonizados instauró procesos culturales e
ideológicos que se tradujeron en la creación de
identidades acerca de la mujer, la pobreza y la raza basadas en
el trabajo y el consumo que aún subsisten en los
países que lograron advenir a la independencia y construir
el Estado nacional. Según la autora, en el contexto de una
economía global la ideología de la masculinidad, la
feminidad y la sexualidad desempeñan un rol importante
para el consumo.[66]

Al analizar la experiencia de las trabajadoras de
Narsapur, India, para la fabricación de encajes, basado en
un estudio realizado en 1982, establece que la integración
de los campesinos pobres y las sociedades tribales a la
producción para el mercado internacional descansó
en el trabajo femenino y en la definición de la mujer
trabajadora como ama de casa según las nociones de casta y
género: los hombres dedicados al trabajo no productivo
(comercio) y la mujer a la producción en
sí.[67] Al comprar la experiencia de
Narsapur con la de las trabajadoras inmigrantes en la
fábrica de ensamblaje de productos electrónicos en
el Valle de California, indica que las identidades se establecen
según el género, la raza y la etnicidad. Las
mujeres se definen con las categorías solteras, madres,
esposas y trabajadoras suplementarias, siendo las casadas la
principal fuerza de trabajo.[68] Utilizando el
concepto "intereses comunes" elaborado por Anna G. Jonasdotir en
el análisis de la experiencia de la mujer trabajadora
inmigrante, Chandra Talpade sugiere la necesidad de escribir la
historia de un grupo específico de mujeres trabajadoras,
con intereses comunes a través de las fronteras
nación/estado, basado en la desmitificación de la
masculinización del trabajo y la construcción de la
identidad social de la mujer del Tercer Mundo como trabajadora.
[69]

Recapitulación

La utilización del género como
categoría de análisis fue una de las aportaciones
más significativas de los trabajos de reflexión
histórica que se realizaron durante las últimas
décadas del Siglo XX. Su construcción como forma de
conocimiento y metodología de análisis para el
estudio de las vías y mecanismos que estructuran las
relaciones entre las mujeres y los hombres en contextos
económicos, políticos, sociales y culturales,
estuvo precedida por los esfuerzos realizados en comunidades
académicas y no académicas para aproximarse al
estudio de la mujer como protagonista del cambio social y sujeto
histórico. De ser un concepto utilizado para establecer la
diferenciación gramatical entre lo femenino y lo
masculino, o las especificidades biológicas que
distinguían a un sexo del otro, pasó a ser una
herramienta conceptual utilizada por sociólogos e
historiadores desde finales de los años de
1980.[70] Sus antecedentes se ubican en las
primeras experiencias intelectuales en que la mujer intentaba
ocupar un espacio en la creación literaria, el surgimiento
de organizaciones y luchas feministas reclamando los derechos de
la mujer, y los primeros acercamientos historiográficos
efectuados en la academia.

Partes: 1, 2

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