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La Muerte (el proceso)





Enviado por Percy Zapata Mendo

  1. Certificación de la muerte en la
    antigüedad
  2. El rol del
    corazón en la muerte
  3. La función
    cerebral
  4. Inicio del proceso
    de descomposición tras la muerte
  5. ¿Es cierto
    que sienten placer los ahorcados?
  6. Leyendas de
    terror…
  7. La acción
    putrefactora
  8. Muerte aparente y
    enterramientos en vida
  9. El
    diagnóstico de la muerte
  10. Vida
    vegetativa

La muerte es una quimera: porque
mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la
muerte, ya no existo yo.

Epicuro de Samos (341 AC-270 AC).
Filósofo griego.

La única certeza que tiene el ser humano es que
más tarde o más temprano tiene que pasar por este
proceso. La muerte termina con la actividad de nuestro organismo.
El cuerpo, desprovisto de vida, comienza a descomponerse tras el
último impulso cardiaco y, al cabo de un tiempo, lo que
fuimos queda reducido a un descarnado esqueleto, que a su vez al
final será solo polvo. Pero la muerte es un lento proceso
físico y mental que forma parte de la misma naturaleza. Si
admitimos alguna trascendencia para el espíritu, no todo
acaba en la putrefacción de los tejidos y en la
desintegración de los huesos.

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Ilustración 1 LA MUERTE

Hace algunos años todavía se hablaba de la
existencia de un inconcreto instante, frontera entre la vida y la
muerte, en el cual el ser humano aún palpitante y animado
del hálito vital exhalaba su "último suspiro",
pasando a convertirse en un cuerpo inerte incapaz de ejercer sus
funciones orgánicas.

La moderna Tanatología (ciencia de la muerte
biológica) ha puesto en entredicho muchas viejas creencias
y ha anatematizado multitud de prejuicios sin fundamento. No
existe tal momento crucial. La muerte es un largo proceso que
comienza con el fallo de ciertos mecanismos orgánicos y
concluye con la putrefacción casi absoluta de todos los
tejidos del animal o del hombre, si excluimos a la resistente y
admirable arquitectura del sistema óseo.

Si poseemos un sentido trascendente de la vida, si
aceptamos que además de nuestro cuerpo físico
formado por moléculas químicas y átomos,
coexiste con nosotros una entidad no dimensional a la que
denominamos alma, espíritu o energía vital, tal vez
exista ese instante supremo en que aquello se desvincule de
nuestro cerebro. Pero no necesitamos asociar el concepto de vida
al de alma como si fueran la misma cosa. Ese error ha creado
fricciones entre la moderna biología y las escuelas
religiosas y filosóficas trascendentalistas.

Quizá comprendamos mejor estas ideas si seguimos
paso a paso el lento proceso de la muerte.

Certificación de la muerte en la
antigüedad

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Ilustración 2 USO DEL
FONENDOSCOPIO EN EL DIAGNÓSTICO DE LA MUERTE

Antiguamente la muerte se definía como el cese de
toda actividad espontánea del corazón y de los
pulmones. Si el paciente dejaba de inhalar oxígeno, es que
había fallecido. El fonendoscopio ya no auscultaba los
latidos cardíacos. El médico colocaba un espejito
frente las fosas nasales, a la espera de que se empañara
ante la mínima expiración del enfermo
agónico; y cuando su pulida superficie permanecía
intacta, los sollozos de familiares y deudos marcaban el fin de
una existencia.

Algunas de estas antiguas pruebas, como las consistentes
en ejercer tracciones sobre la lengua para forzar una
respiración artificial o utilizar sanguijuelas que
succionaran sangre: carmín y fluida, si el sujeto
conservaba aún su vida; o un líquido púrpura
negruzco en caso de haber fallecido-. Este y otros test
más sofisticados pero no menos inoperantes, fracasaron
estrepitosamente cuando se comprobó que en
depósitos mortuorios o en los propios sarcófagos,
individuos tenidos por muertos a la vista del diagnóstico
forense, revivían dando lugar a espeluznantes episodios de
los que todos hemos tenido noticia…

"¡SU
SEÑORÍA…ESTE HOMBRE ESTÁ
MUERTO!"

Y eso que tales procedimientos eran todavía
más fiables que el utilizado por aquellos agentes
judiciales de nuestra edad de oro, que, conminados por la
autoridad, se adentraban en la alcoba del moribundo y
pronunciaban con voz engolada y solemne su nombre. Después
se dirigían al juez que asistía a la escena y le
informaban protocolariamente:

"Señoría: después de llamar
consecutivamente por tres veces a don fulano y no habiendo
obtenido por parte "deste" contestación a mi
requerimiento, puede asegurarse que don fulano ha
fallecido."

El rol del
corazón en la muerte

Durante muchos años los médicos forenses y
muchos fisiólogos han mantenido largas discusiones para
determinar qué fallo funcional, qué órgano
esencial sería el responsable, con su destrucción,
de la muerte global del anima o del ser humano. Nadie ha
presentado pruebas irrefutables de que cierto sistema
orgánico prime absolutamente sobre los demás. La
experiencia nos dice que tal o cual tejido pueden necrosarse
(morir) mientras los demás pueden seguir subsistiendo aun
sin riego sanguíneo. En condiciones favorables el
corazón puede seguir funcionando hasta una hora y media
después de interrumpirse el flujo sanguíneo. El
hígado, hasta treinta minutos, los pulmones llegan a los
cincuenta y cinco minutos, los riñones subsisten una hora,
mientras el cerebro apenas resiste nueve minutos.

Sin embargo, el cabello sigue creciendo en algunos
cadáveres. Muchas células continúan vivas
con un mecanismo metabólico precario y a los cinco
años, cuando en el féretro sólo quedan los
despojos óseos, todavía resta alguna actividad
bioquímica en el esqueleto. Cuando esto cesase por
completo en las reliquias casi fosilizadas, podríamos
hablar con propiedad de muerte absoluta. No obstante, entre todos
los sistemas que integran esa maravillosa máquina que es
el ser humano, ninguno tan perfecto y esencial como el mecanismo
nervioso. Nuestro SNC (sistema nervioso central) es un prodigio
que los más sofisticados ordenadores electrónicos
distan mucho de igualar…

La función
cerebral

El cerebro rige nuestros movimientos voluntarios, regula
nuestras hormonas, la temperatura corporal y nuestras reacciones
defensivas ante los peligros externos e internos. Es la base de
nuestras emociones y recibe con el auxilio de nuestros
órganos sensoriales los estímulos del mundo
físico que nos rodea. Puede captar una melodía
emitida por un intérprete de Mozart o extasiarse en
presencia de un perfume exótico. Nuestra maravillosa
corteza cerebral, más complicada que la de los animales
tenidos por inteligentes (simios, delfines, elefantes…) puede
resolver complicados problemas matemáticos o sentir
inefable placer contemplando una creación pictórica
de Picasso.

Pues bien: si esta complejísima urdimbre de redes
nerviosas muere… tal vez no provoque la necrosis de otros
tejidos, que seguirán existiendo, pero lo que reste no
sería ya un ser humano. Sin nuestro cerebro nos
pareceríamos a un vegetal. La entidad "hombre"
habrá desaparecido cuando su encéfalo se destruya;
y en este sentido sí podría hablarse con propiedad
de un "instante supremo de la muerte", si no fuera porque a su
vez el cerebro es muy complejo, y no todas sus partes se necrosan
simultáneamente.

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Ilustración 3 MUERTE
CEREBRAL

LA DESTRUCCIÓN DEL CEREBRO ES
IRREVERSIBLE.

La experiencia clínica demuestra que, cuando el
riego sanguíneo se interrumpe de tres a cuatro minutos, ya
es imposible recobrar la conciencia. Determinadas áreas de
la corteza cerebral son muy sensibles a la ausencia de
oxígeno y demás sustancias nutritivas que les
facilita la sangre. Además, las células nerviosas
no pueden regenerarse como otras células de nuestro
cuerpo. Si se destruye una porción de tejido cerebral, esa
pérdida es irreversible.

A veces el enfermo recupera su función cardiaca,
el pulso late de nuevo, el color vuelve a sus mejillas tras el
colapso sufrido, su respiración se torna normal…, pero
no responde cuando le hablan ni sus órganos sensoriales le
transmiten la rica gama de sonidos, olores, colores y variaciones
de temperatura…

SINDROME APÁLICO.

El rostro aparece convulso, apenas si emite su garganta
algunos sonidos guturales. Su tronco encefálico, los
ganglios más antiguos del cerebro siguen funcionando y
rigiendo una vida puramente vegetativa; pero la corteza
quedó destruida y con ella su conciencia y personalidad
humana. Los médicos denominan a esta situación como
síndrome apálico, y la misma plantea problemas de
orden filosófico acerca de las fronteras entre la vida
humana y la animal, en torno a las causas últimas de la
muerte. Corrientemente, la ausencia de riego sanguíneo
daña en profundidad toda la estructura nerviosa. Sabemos
que las neuronas son capaces de emitir campos
electromagnéticos, los cuales, mediante un equipo detector
– el electroencefalógrafo – son registrados sobre una
banda de papel.

EL
ELECTROENCEFALOGRAMA…

Los trazados eléctricos son ondulantes e
irregulares. Cuando nuestra mente trabaja, cuando dormimos o
sufrimos alguna perturbación cerebral tumores
encefálicos, epilepsias esos ritmos cerebrales
experimentan variaciones en su frecuencia e intensidad que
permiten al clínico conocer con cierta precisión el
estado de nuestras funciones encefálicas. Durante el
estado agónico, en estado de coma, esas ondas presentan un
perfil sui-generis demostrativo de la situación
mórbida del paciente.

Cuando se acerca la fase de necrosis de las áreas
y núcleos nerviosos más importantes, la aguja que
rasguea el EEG (electroencefalograma) traza débiles
ondulaciones, mortecinos picos, que se resuelven finalmente en
unas líneas rectas, inequívoca señal de que
la actividad bioeléctrica cerebral ha cesado. Es la
llamada «respuesta plana», signo definitivo de la
muerte. Los especialistas insisten en que para que exista muerte
cerebral han de cesar en sus funciones tanto la corteza o centros
superiores como el tronco y médula nerviosos. Es entonces
cuando se presentan las falsas líneas «cero» o
rectas en el equipo del registro….

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Ilustración 4
ELECTROENCEFALOGRAMA

Inicio del
proceso de descomposición tras la muerte

La implacable actividad de la Parca comienza entonces un
lento y repugnante trabajo sobre aquel cuerpo inerte. El
cadáver se torna pálido, indicando esto que la
sangre que fluía por sus capilares subepidérmicos
se ha replegado a otros vasos mayores. El frío de la
muerte, que tanto impresionaba a los poetas del Romanticismo, se
enseñorea ahora del cuerpo. El descenso térmico
alcanza incluso cotas inferiores a la temperatura ambiental,
provocando la impresión de gelificación. Este
proceso térmico comienza en el rostro a los cuarenta
minutos del fallecimiento y concluye en el epigastrio y las
axilas. Se explica esa sensación táctil de frialdad
semejante al hielo porque a través de la piel se produce
una rápida evaporación de vapor de agua y es sabido
que toda exudación gaseosa provoca importantes descensos
de temperatura.

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Ilustración 5 LIVIDEZ
CADAVÉRICA

El cadáver se deshidrata aceleradamente. La
pérdida de agua es responsable de que los globos oculares
experimenten una fuerte contracción. El ojo deja de
presentar su turgencia habitual, la córnea se vuelve
opalescente y la piel de todo el cuerpo comienza a plegarse y
apergaminarse. Mientras tanto, la sangre se coagula al
sedimentarse los glóbulos rojos, la hemoglobina que
éstos contenían y que daban a estas células
su color rojo, se derrama tiñendo el suero
sanguíneo antes transparente y llegando a impregnar las
paredes arteriales cromándolas con un tinte carmín
indefinido.

La sangre, acumulándose en las zonas inferiores
del cuerpo, brinda a éstas un tono violáceo que
contrasta con la sobrecogedora palidez de otras áreas. Por
otra parte, el suero sanguíneo se abre paso a
través de los capilares y, atravesando la piel, se filtra
hasta el exterior dando lugar a las "trasudaciones post mortem".
También la orina, el líquido cefalorraquídeo
y los fluidos intracelulares se derraman a través de los
diversos tejidos, provocándose bolsas o ampollas cuya
descomposición provocarán luego el pútrido
olor de los cadáveres…

Simultáneamente a esta palidez, exudación
y frialdad, los músculos del cadáver se tornan
rígidos y endurecidos. Si al principio aquel cuerpo
recién fallecido parecía un pelele fláccido
relleno de trapo, ahora su tejido muscular adquiere la textura de
una tabla. Parece ser que esta rigidez de las fibras musculares
es debida a un proceso lento de acidificación combinada
con la deshidratación. Las moléculas proteicas de
la musculatura (que por cierto presentan una configuración
como si fueran resortes helicoidales) adquieren ahora una
elasticidad que las asemeja al acero.

La rigidez cadavérica se inicia unas cuatro horas
después, comenzando en la mandíbula inferior y en
la nuca, y concluyendo con la extensión de las piernas, se
prolonga hasta dos o tres días tras el instante del
óbito.

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Ilustración 6 RIGIDEZ
CADAVÉRICA

¿Es cierto
que sienten placer los ahorcados?

Entre tanto ocurren fenómenos sorprendentes.
Durante mucho tiempo se popularizó la idea supersticiosa
de que las personas ahorcadas experimentaban en los
últimos instantes de su vida un intenso placer sexual.
Como prueba del orgasmo se solía señalar la
observación de erecciones y eyaculaciones
«post-mortem». El falo del cadáver presentaba
un macabro aspecto de rigidez vertical, que los testigos, presos
de un grave estremecimiento, atribuían a misteriosas
reacciones placenteras. Hoy se sabe que este fenómeno
está vinculado al proceso bioquímico de
rigidización que se extiende incluso a las
vesículas seminales…

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Ilustración 7
ERECCIÓN EN AHORCADO.

Leyendas de
terror…

Por otra parte, han surgido leyendas acerca del "terror"
experimentado por los cadáveres cuando su alma sufre el
castigo divino. Refiriéndose al cadáver de un
hombre que en vida había maltratado cruelmente a su mujer,
ésta relata así la escena desarrollada en la
cámara mortuoria:

"Mi suegra y cuñados sollozaban junto al
féretro. Las sombras alargadas hasta el techo, proyectadas
por los hachones encendidos, daban a la estancia un aspecto
lúgubre y fantasmal. Yo contemplaba la palidez de aquel
rostro que tanto había odiado. De repente, las cuatro
personas que rodeábamos a Juan quedamos petrificadas por
el espanto.

La boca del cadáver se cerró con un gesto
de angustia infinita como si no pudiera resistir el tormento que
sin duda su ánima estaba sufriendo en aquellos instantes;
los dedos de sus manos, que descansaban sobre el pecho, se
crisparon, y los pelos de toda su piel se erizaron de repente
como señal del terror que embargaba su cuerpo…
"

HORRIPILACIÓN Y MOVIMIENTOS
INVOLUNTARIOS.

Seguramente las mujeres que velaban al muerto no
sufrían ilusiones. Es frecuente observar durante el
período de rigidez muscular, contracturas de los
maxilares, párpados que se cierran bruscamente, flexiones
en los dedos de las manos y pies y, sobre todo, la clásica
«carne de gallina» (horripilación) provocada
por micro contracciones a nivel epidérmico de los
músculos erectores del vello.

Aún más horripilantes resultan algunas
historias acerca de cadáveres que se encontraban tendidos
en posición «decúbito supino»
"decúbito supino" y que espontáneamente se
incorporaron, quedando sentados sobre la camilla mortuoria con el
tronco en posición vertical, y otros casos de cuerpos
yacentes que extendieron bruscamente su brazo ante el espanto de
todos los presentes.

Con la rigidez del difunto debemos dar por perdida toda
esperanza de que aquel cuerpo pueda reanimarse y ejercer las
perdidas funciones vitales. El terrible destino que le espera
ahora, la aniquilación, por descomposición
bioquímica o putrefacción, de su entramado celular,
reducirán a la nada esa debilísima
expectativa…

La acción
putrefactora

En ningún lugar de nuestro mundo físico
puede comprobarse mejor que en un cadáver cómo la
batalla final entre negantropía y entropía acaba
siendo ganada por la última.

Si la negantropía parecía violar las leyes
que exigen una lenta, pero implacable destrucción del
orden cósmico (entropía) gestando seres vivos cada
vez más complicados y perfectos, acumulando
información cada vez más densa en unos pocos
centímetros cúbicos de cualquier organismo animal,
las leyes termodinámicas acaban finalmente por imponerse
disolviendo el rico encaje pletórico de armónica
belleza en los tejidos vivos y aniquilándolos hasta
reducirlos a polvo inerte. Comienza la
putrefacción.

El marco de ese escenario épico donde podemos
asistir a la desigual lucha final entre Thanatos y Eros, es el
cadáver de un hombre. Tras la muerte, inicia su macabra
actividad la llamada "autolisis tisular" (autodestrucción
de los tejidos celulares). Y más tarde iniciarán su
voraz banquete los fermentos, microorganismos necrófagos
que no perdonan nada ni a nadie. Sus enzimas se aplican con
particular empeño a romper cuantas moléculas
complejas encuentran a su paso. Proteínas y ácidos
nucleicos son destruidos y descompuestos en sus
aminoácidos y nucleótidos integrantes.

LOS PRIMEROS AGENTES QUÍMICOS
DESTRUCTORES.

En pocas horas los órganos más delicados
de nuestro cuerpo quedan reducidos a una masa viscosa y
pestilente. La porción medular de las glándulas
suprarrenales se ablanda convirtiéndose en una cavidad
cloacal que segrega un líquido parduzco, y las paredes del
estómago y los intestinos se reblandecen también
por auto digestión. Los jugos gástricos, que hasta
ahora habían respetado los recintos que los
contenían, muerden agresivamente la coraza muscular,
perforándola y derramándose por las cavidades
peritoneales, La cavidad pleural, junto al pulmón, que
contiene una sustancia sumamente ácida, al reaccionar con
los líquidos gástricos que se abren paso a
través del diafragma, comienzan una acción
doblemente destructora sobre el aparato respiratorio.

Todavía las bacterias putrefactoras esperan a
intervenir, cuando los primeros agentes químicos hayan
abierto brecha…

LOS GASES DE LA
PUTREFACCIÓN.

Las grasas de ciertas zonas se transforman en
ácido acético bajo la actividad de fermentos
lipolíticos; y los múltiples hidratos de carbono
comienzan a degenerar convirtiéndose en alcoholes y
ácido láctico. Todos estos procesos de la materia
orgánica en descomposición comienzan a exhalar los
primero gases pútridos: ácido sulfhídrico y
amoníaco, pentano, etc.

Es ahora cuando los microorganismos que preparaban su
gran batalla final se deciden a intervenir. Proceden de todas
partes. Estaban escondidos en las fosas nasales y entre los
dientes, flotaban en el aire circundante, pero, sobre todo,
existían por billones en la flora bacteriana de nuestros
intestinos.

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Ilustración 8 GASES DE LA
PUTREFACIÓN

EL ATAQUE MICROBIANO.

Se lanzan a perforar las células inermes de los
tejidos que, desprovistas de las defensas que los anticuerpos
contenidos en la sangre les deparaban, no pueden luchar contra
tan poderoso enemigo. Penetrando por los vasos sanguíneos,
que ya no contienen otra cosa que suero degenerado, e invadiendo
los túbulos linfáticos, se esparcen por doquier. La
sangre descompuesta les sirve como caldo de cultivo. El
"clostridium Welchii" es un microorganismo que destruye los
componentes complejos de la sangre, licua los coágulos de
los «post mortem», e invadiendo otros tejidos,
fermenta las sustancias orgánicas produciendo gases
deletéreos. La "scherichia coli" y el "proteus vulgaris"
le acompañan en su acción demoledora. A las
cuarenta y ocho horas del fallecimiento una bacteria se impone a
sus congéneres, el "bacillus putrificus".

Esta selección de especies, ordenada en la gran
invasión, tiene una causa simple. En una primera fase,
aún se encuentra mezclada con la sustancia orgánica
del cuerpo abundante oxígeno. De esta manera son las
bacterias aerobias (las que respiran en aire normal) las que
pueden ejercer su acción fermentativa…

LOS GASES SULFURADOS.

Pero la abundante descomposición de
moléculas bioquímicas engendra, como hemos visto,
abundantísimos gases sulfurados, anhídrido
carbónico y metano. Esas especies mueren asfixiadas por
sus propios productos tóxicos. Es la hora de las bacterias
anaerobias, que habitualmente residen en las cloacas, y se
sienten confortablemente en el medio tóxico del gas de los
pantanos.

Entre los líquidos putrefactos amarillo-verdosos
en que se han transformado los citoplasmas celulares, esos
microbios encuentran su caldo nutritivo más apetitoso para
concluir su función degradadora aliada de la
Parca.

LAS MANCHAS EN EL
CUERPO…

A veces, extraños organismos provocan efectos
sorprendentes. Sobre algunos cadáveres aparecen extensas
manchas de vivo color carmín. Es que allí se
encuentra el "micrococus prodigiosus", el mismo que provocaba los
falsos milagros de las hostias consagradas sangrantes y que hizo
postrarse de rodillas a más de un monseñor piadoso.
En otras ocasiones es el "bacterium violaceum" el que genera
curiosas marcas de color lila como hechas con un tampón de
tinta sobre la piel apergaminada…

DESTRUCCIÓN DE LAS
VÍSCERAS.

La destrucción de las vísceras llega a
niveles que cuesta describir. Los parénquimas son
aniquilados por el "enfisema pútrido" hasta llegar a
licuarse. El hígado se transforma en una repulsiva
sustancia verde negruzca, y el cerebro, esa maravillosa
estructura de arquitectura prodigiosa, acaba por reducirse a una
masa amorfa verde grisácea y viscosa.

Los pulmones se atrofian, las fibras del corazón
presentan multitud de burbujas llenas de gas pútrido.
Cuando transcurren dos meses, lo que era el miocardio se ha
trocado en un líquido espumoso en el que sobrenadan gotas
de grasa corrompida. Todavía los riñones se
resisten a la destrucción generalizada, protegidos por su
coraza de grasa; y mucho después aún resisten como
fortines enclavados en campo enemigo, la vejiga, el
páncreas y la matriz en las mujeres. Es como el
último bastión resistente a la acción
putrefactora, simbolizando la vida.

LIBERACIÓN DE LOS GASES A
40º C

La temperatura de fermentación es elevada.
Recordemos lo que ocurre en el seno de los estercoleros. La
frialdad del cadáver deja paso a una elevación
térmica que alcanza los 40 grados. Entonces el
desprendimiento de gases pútridos es impresionante. Gases
que pueden llegar a inflamarse, que se acumulan en vacuolas o
bolsas que llegan a explotar, gases que producen macabras
inflamaciones del vientre en algunos cadáveres, y que
obligan a los empleados de las funerarias a construir los
féretros recubiertos de zinc y provistos de
válvulas especiales para que aquellos lleguen a evacuarse
al exterior y no generen la explosión del ataúd
como si fuera una bomba…

CADÁVERES QUE SE
MUEVEN…

Son estos gases los que provocan algunos espeluznantes
movimientos del cadáver y llegan incluso a gestar el parto
de algunas embarazadas después de su muerte. Son ellos los
que testifican la presencia de un ahogado, haciéndolo
flotar tras una inmersión prolongada. Estos gases llegan a
estallar en la misma epidermis, abriendo así enormes
llagas que constituyen la puerta de entrada de nuevas bacterias
saprofitas, hongos y millones de pequeños insectos
necrófagos que concluirán el festín de la
muerte.

En este momento ya ha concluido el período de
putrefacción verde, llamado así por la
aparición de una extensa «mancha verde»
abdominal. Fue la flora bacteriana la responsable de la
génesis de ácido sulfhídrico que,
reaccionando con los hematíes de la sangre, provocaron el
compuesto de color esmeralda llamado
«sulfometahemoglobina». Mancha abdominal que en los
cadáveres por congelación se torna en un color
rosáceo.

CAMBIOS EN EL ROSTRO.

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Ilustración 9 CAMBIOS EN EL ROSTRO
POR LA PUTREFACCIÓN

Luego los cabellos se desprenden a la mínima
tracción, los tegumentos se ennegrecen y los globos
oculares se proyectan hacia el exterior otorgando un horrible
aspecto al rostro del cadáver.

Los párpados se distienden, inflamándose
los labios, mientras por sus comisuras mana un líquido
negruzco de olor pútrido y por otras cavidades corporales
se desprenden emanaciones espumosas y amarillentas.

La fase final es denominada por los tanatólogos
como de "putrefacción colicuativa", las articulaciones se
abren manando un líquido que es mezcla de centenares de
subproductos orgánicos. Todas las vísceras se han
licuado ya.

Los globos oculares se han disuelto. La voracidad de los
insectos necrófagos ha dado buena cuenta de una gran masa
del cuerpo descompuesto. El cerebro hace ya varios días
que se transformó en un viscoso líquido grasiento
de olor aliáceo, y los músculos se redujeron a
hojas membranosas. La grasa, sobre todo en aquellos que en vida
fueron personas obesas, sufre un proceso de saponificación
(transformación en jabón). El amoníaco
procedente de las fermentaciones es el culpable de este
fenómeno químico. Es la llamada «grasa de
cadáver», de consistencia cremosa, que invade
algunas cavidades del cuerpo…

LLEGAN LOS HONGOS…

Sucesivas especies de hongos acompañan este
último estadio del cadáver. Mientras algunas grasas
se escinden en glicerina y ácidos grasos
combinándose con sales alcalinas para formar otros tipos
de jabón, la flora micósica combina su
acción con millones de larvas que corroen los
últimos reductos blandos de los restos.

Si el cadáver fue enterrado sin protección
en el terreno, la influencia química de éste se
suma a las últimas acciones bioquímicas de los
voraces organismos. Sólo queda ahora un humus grasiento
cuando ya los ligamentos y algunos tendones han desaparecido de
la escena. Ese humus maloliente se difunde a través de las
sustancias arcillosas. Resta casi incólume la esbelta
arquitectura del esqueleto óseo. Se ha consumado la
aniquilación. Los últimos residuos de vida
orgánica han desaparecido. Ahora sí podemos decir
con propiedad que la Parca descansa tras su fatigosa
labor.

Muerte aparente y
enterramientos en vida

En épocas pasadas, cuando la literatura del
romanticismo trataba de buscar una peculiar explicación a
la dramática experiencia de la muerte, circularon
espeluznantes relatos acerca de personas que habían vuelto
a la vida dentro de sus nichos. Tampoco están lejanos los
días en que predicadores sado-morbosos y neuróticos
maestros de ejercicios espirituales aterrorizaban a sus oyentes
con historias de individuos que, habiendo fallecido en pecado
mortal, resucitaban ante el pasmo de los deudos que velaban sus
restos en la cámara mortuoria, e incorporándose en
la cama con el rostro congestionado por el terror, exhalando un
indefinido aroma azufrado y modulando sus palabras con voz
cavernosa, advertían a todos los presentes que eran
inútiles cuantas oraciones y exequias se celebrasen a
favor de su ánima, pues ésta ya había sido
condenada hasta la eternidad…

MITO O LEYENDA…

Tan irresponsables consejos que contribuyeron en otro
tiempo a formar tantos cuadros neuróticos entre los
creyentes, avivando aún más ciertas formas de
superstición religiosa, no han de hacernos perder de vista
que a veces es difícil establecer límites precisos
entre la realidad mitificada y la genuina leyenda.

Es verdad que hubo muchos muertos que "despertaron" en
sus ataúdes, si aceptamos los exámenes realizados
durante algunas exhumaciones en las que esos cuerpos
aparecían trágicamente contorsionados, con los
brazos extendidos y los dedos crispados como si hubieran
mantenido una lucha dantesca contra la asfixia. Pero no
había otra cosa sino los efectos de la progresiva
rigidización muscular o la acción de los gases que
modifican la plasticidad del cadáver. Hemos de admitir,
sin embargo, que desgraciadamente se dieron en otras
épocas casos reales de autor reanimación. Eran
situaciones de muerte aparente. Los precarios diagnósticos
de fallecimiento que se practicaban entonces, dieron lugar a
semejantes errores.

La llamada "muerte aparente" se presenta a veces en la
asfixia de los ahogados, electrocuciones, ahorcamientos,
síncopes durante la anestesia en el curso de
intervenciones quirúrgicas, intoxicaciones provocadas por
braseros, bodegas y otras fuentes de óxido de
carbono…

EL "MUERTO RESUCITA"…

El paciente aparece en estado cataléptico; sus
movimientos cardíacos son casi imperceptibles. Se explica
así que, en ausencia de un signo tan importante como es el
pulso, médicos y familiares dieran por muertas a personas
que aún conservaban una mínima capacidad vital. En
Marsella, cuando una familia estaba velando al esposo que
había fallecido víctima de una accidental
pérdida de conocimiento, ahogado en su bañera, el
«muerto» se incorporó, miró sorprendido
a todos los que le velaban y se desmayó de nuevo
impresionado por la escena cuando comprendió la
situación. Más de una vez se ha llegado a tiempo
para abrir un ataúd al escuchar los angustiosos golpes y
arañazos de la víctima que yacía rodeado de
una coraza de zinc…

El
diagnóstico de la muerte

En la moderna época de los trasplantes este
problema de muerte aparente adquiere unas dimensiones especiales.
Por una parte, las leyes exigen que se certifique la muerte del
donante con toda clase de garantías, pero por otra parte,
si se ha iniciado la fase de descomposición
orgánica, esos riñones, ese globo ocular… no
servirán ya para ser trasplantados. Por todo ello,
especialistas del mundo entero han enfatizado acerca de la
necesidad de realizar un diagnóstico absolutamente preciso
de la muerte. Si uno no se muere a una hora determinada como
dicen los malos libros sobre estos temas, si la muerte es un
largo proceso en el que van aniquilándose una a una las
partes vitales de nuestro cuerpo hasta el punto de que nuestra
epidermis sigue viva veintidós horas después de la
muerte cerebral y los riñones aún siguen dando
signos de vitalidad durante bastante más tiempo, al menos
necesitamos un criterio para poder afirmar: ¡A partir de
ahora ya no es posible que el cuerpo vuelva a alcanzar su estado
anterior!

LA INACTIVIDAD DEL CEREBRO.

Ya hemos visto que el silencio cerebral puede brindarnos
una pista para certificar la muerte. El EEG plano, ha marcado el
momento en que algunos médicos han desconectado los
aparatos que mantenían artificialmente con vida a algunos
pacientes en estado comatoso. En 1977 se vio un caso curioso en
el Tribunal Supremo del estado norteamericano de Massachusetts:
un hombre, víctima de un gran traumatismo cerebral,
yacía en el hospital, manteniéndosele vivo mediante
un pulmón de acero. El individuo conservaba sus constantes
vitales, pero el electroencefalograma daba un trazado plano. Esa
situación de ausencia de ritmo encefálico
persistía día tras día. Los médicos,
tras consultar a la familia, decidieron desconectarle el aparato
de respiración artificial….

UN PROBLEMA JURÍDICO.

Pero aquel hombre había sido apaleado por un
psicópata criminal. La situación había
creado un grave problema legal, pues el abogado defensor
aducía que la muerte no había sido provocada por el
agresor, sino por los clínicos que arbitrariamente
habían desconectado el pulmón automático.
¿Cuál era el criterio de muerte? ¿La parada
cardiovascular? ¿La arritmia cerebral?

Penin comparaba la línea plana del EEG con un
gran lago helado que oculta las furiosas corrientes de agua bajo
la inmensa corteza de hielo. Porque efectivamente esas
"líneas cero" sólo demuestran a veces la
inactividad de la corteza cerebral, base de nuestras actividades
mentales, sensoriales y movimientos conscientes; pero no
olvidemos que aún puede latir la actividad del paleo
encéfalo que rige nuestras funciones
vegetativas.

EL TEMOR A SER ENTERRADOS
VIVOS.

El temor a ser enterrados vivos persiste, sin embargo,
en muchos enfermos con un cuadro
anancástico-fóbico. Esa fobia puede haber sido
alimentada en la niñez por esos macabros relatos a los que
aludíamos anteriormente. A lo largo del siglo XIX y a
principios del XX esta terrible obsesión aguzó el
ingenio de muchas personas y se llegaron a patentar sofisticados
sistemas para evitar el enterramiento bajo efectos de muerte
aparente, o para poder comunicar con el exterior en caso de una
emergencia semejante…

Vida
vegetativa

Los médicos actuales se preocupan ante la
inconsecuencia demostrada por esos familiares que permiten la
existencia de cadáveres vivientes, drogados, saturados de
cables y catéteres, provistos de respiradores artificiales
que se mantienen antinaturalmente en un estado
vegetativo.

Se les explica que tan pronto desconectes el marcapasos
o cierres una válvula se irá para siempre, puesto
que jamás podrán recuperarse por sí
solos…, pero los prejuicios de carácter pseudorreligioso
pueden más. Ellos esperan ¡un milagro! y consienten
que el enfermo prosiga su agonía eternizada por culpa de
una aberrante utilización de la tecnología. Ese
ancestral fantasma del "enterramiento en vida" convertido en
verdadero delirio paranoico, vence otras consideraciones
humanitarias que ni siquiera tienen que ver con la eutanasia y
permite esa terrible lacra social que convierte en verdugos a los
seres más queridos del enfermo desahuciado, ante la mirada
impasible de una Iglesia que hace muy poco para resolver los
más dramáticos problemas de nuestro tiempo,
prisionera de unos dogmas esclerotizados que el mundo de nuestros
días ha vaciado de contenido.

La vida vegetativa, sin sensibilidad y sin conciencia,
no es una vida humana. Mantener el riego sanguíneo y la
respiración con la ayuda de la tecnología es un
error, si la situación mortal es irreversible. Cuando el
reloj de la existencia ha efectuado su recorrido total lo natural
es que llegue la muerte; pero debe llegar también de una
manera natural.

 

 

Autor:

Percy Zapata Mendo

 

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