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La “mala vida” del Planeta Tierra (una mirada autocrítica) (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Así, pues, ¿cómo hemos de comenzar
a afrontar el inmenso imperativo de reorganizar nuestra
economía mundial, preservar el medio ambiente y ofrecer
mayores oportunidades y equidad, incluida la igualdad entre los
sexos, para todos? El informe del Grupo de alto nivel, Una
población resistente, un planeta resistente, ofrece
propuestas.

En primer lugar, tenemos que fijar el
valor y el precio de lo que importa. El mercado debe reflejar
todos los costos ecológicos y humanos de las decisiones
económicas y establecer señales de precios que
vuelvan transparentes las consecuencias de la
acción… y de la inacción. La
contaminación -incluidas las emisiones de carbono– no debe
seguir siendo gratuita. Se deben volver transparentes las
subvenciones que distorsionan el comercio y los pecios y suprimir
progresivamente las relativas a los combustibles fósiles
de aquí a 2020. También debemos crear formas nuevas
de calibrar el desarrollo, además de mediante el PIB, y
proponer un nuevo índice de desarrollo sostenible de
aquí a 2014.

En segundo lugar, debemos colocar la
ciencia en el centro de la sostenibilidad. Vivimos en una era de
repercusiones humanas sin precedentes en el planeta,
acompañadas de un cambio tecnológico sin
precedentes. La ciencia debe indicar la vía para una
adopción de políticas más informada e
integrada, incluidas las relativas al cambio climático, la
diversidad biológica, la gestión de los
océanos y las costas, las escaseces de agua y alimentos y
los "límites" planetarios (los umbrales científicos
que determinen un "espacio seguro de actuación" para la
Humanidad). Para que se vea el panorama general, proponemos unas
perspectivas de la sostenibilidad mundial que integren el
conocimiento en todos los sectores y las
instituciones.

En tercer lugar, tenemos que ofrecer
incentivos para que se adopte la perspectiva a largo plazo. La
tiranía de la urgencia nunca es más absoluta que
durante los tiempos difíciles. Debemos situar el
pensamiento a largo plazo por encima de las exigencias a corto
plazo, tanto en el mercado como en el ámbito
electoral.

Se deben utilizar
estratégicamente unos fondos públicos limitados
para desencadenar unas corrientes mayores de inversión
privada, compartir los riesgos y aumentar el acceso a los
elementos básicos de la prosperidad, incluidos los
servicios energéticos modernos. Los objetivos de
desarrollo del Milenio de las NNUU, encaminados, entre otras
cosas, a reducir a la mitad la pobreza mundial de aquí a
2015, nos han resultado útiles. Los gobiernos deben
formular un conjunto de objetivos de desarrollo sostenible
universalmente aplicables a partir de 2015 que puedan galvanizar
la adopción de medidas a largo plazo, independientemente
de los ciclos electorales.

En cuarto lugar, debemos prepararnos
para una travesía accidentada, porque el clima extremo, la
escasez de recursos y la inestabilidad de los precios han llegado
a ser la "nueva normalidad". Debemos fortalecer nuestra capacidad
de resistencia fomentando la reducción de los riesgos de
desastre y la adaptación a ellos y redes de seguridad
sólidas para los más vulnerables. Se trata de una
inversión en nuestro futuro común.

En quinto lugar, reviste importancia
decisiva la equidad y la oportunidad. La desigualdad y la
exclusión de las mujeres, los jóvenes y los pobres
socavan el crecimiento mundial y amenazan con desbaratar el pacto
entre la sociedad y sus instituciones. La emancipación de
las mujeres puede rendir beneficios enormes, entre otras cosas
para la economía mundial.

La tarea de velar por que los países en
desarrollo dispongan del tiempo -y el apoyo financiero y
tecnológico- para hacer la transición al desarrollo
sostenible beneficia en última instancia a todos. El
fomento de la equidad y la eliminación de la
exclusión es lo que más oportuno y lo más
inteligente en pro de una prosperidad y una estabilidad
duraderas.

Ningún grupo de expertos, incluido el nuestro,
tiene respuestas para todos los problemas, pero, si cooperamos
todos, podemos contribuir a dirigir nuestro mundo por un rumbo
más seguro, equitativo y próspero. Hacemos un
llamamiento a los dirigentes de todos los sectores de la sociedad
para que se nos unan. La necesidad es urgente; la oportunidad,
inmensa. No la desaprovechemos.

(Jacob Zuma es el Presidente de la República de
Sudáfrica. Tarja Halonen es la Presidenta de la
República de Finlandia. Son los copresidentes del Grupo de
alto nivel de las Naciones Unidas sobre la sostenibilidad
mundial. Copyright: Project Syndicate, 2012)

– La fantasía solar de Alemania (Project
Syndicate – 16/2/12)

(Por Bjørn Lomborg)

Copenhague.- Uno de los mayores experimentos de
política pública en materia de energía verde
del mundo está llegando a un amargo final en Alemania, con
importantes enseñanzas para las autoridades de otros
países.

En otro tiempo, Alemania se enorgullecía de ser
la "adalid del mundo fotovoltaico", al repartir subvenciones
generosas -por un importe total de más de 130.000 millones
de dólares, según las investigaciones de la alemana
Universidad del Ruhr- a los ciudadanos para que invirtieran en la
energía solar, pero ahora el Gobierno alemán ha
prometido recortar las subvenciones antes de lo previsto y
abandonar progresivamente ese apoyo a lo largo de los cinco
próximos años. ¿Qué ha
fallado?

Subvencionar una tecnología verde ineficiente
plantea un problema fundamental: sólo es asequible, si se
hace en pequeñas cantidades simbólicas. El
año pasado, los alemanes instalaron, gracias a las
generosas subvenciones estatales, 7,5 gigavatios de capacidad
fotovoltaica (FV), más del doble de lo que el Gobierno
había considerado "aceptable". Se calcula que tan
sólo ese aumento provocará una subida de 260 euros
en la factura eléctrica anual de los
consumidores.

Según Der Spiegel, incluso algunos miembros del
equipo de Angela Merkel están calificando ahora esa
política de agujero sin fondo para enterrar dinero.
Philipp Rösler, ministro de Economía y
Tecnología de Alemania, ha llamado "una amenaza para la
economía" las disparadas subvenciones de la energía
solar.

El entusiasmo de Alemania por la energía solar es
comprensible. Si pudiéramos captar tan sólo una
hora de la energía del Sol, podríamos satisfacer
las necesidades energéticas mundiales de todo un
año. Aun con la ineficiencia de la actual
tecnología FV, podríamos atender toda la demanda de
energía del planeta cubriendo 250.000 kilómetros
cuadrados, el 2,6 por ciento, aproximadamente, del desierto del
Sahara, con placas solares.

Lamentablemente, Alemania -como la mayor
parte del mundo- no está tan soleada como el Sahara y, si
bien la luz del Sol es gratuita, las placas y la
instalación no lo son. La energía solar es al menos
cuatro veces más costosa que la producida por combustibles
fósiles. También tiene la clara desventaja de no
funcionar durante la noche, cuando se consume mucha
electricidad.

Como ha dicho la Asociación Alemana de
Física, "la energía solar no puede substituir a
ninguna de las centrales eléctricas suplementarias". En
los cortos y muy nublados días del invierno, los 1.100
millones de sistemas de energía solar de Alemania no
pueden generar electricidad alguna. Así, pues, el
país se ve obligado a importar cantidades considerables de
electricidad procedente de las centrales nucleares de Francia y
de la República Checa. Cuando el Sol no brilló el
pasado invierno, un plan de refuerzo puso en marcha una central
austríaca alimentada con gasóleo para compensar el
déficit de suministro.

De hecho, pese a la enorme
inversión, la energía solar representa sólo
el 0,3 por ciento, aproximadamente, de la energía total de
Alemania. Ésa es una de las razones principales por las
que el oneroso precio que pagan los alemanes ahora por la
electricidad ocupa el segundo puesto del mundo desarrollado
(sólo superado por Dinamarca, que aspira a ser la "adalid
mundial de la energía eólica"). Los alemanes pagan
tres veces más que sus homólogos
americanos.

Además, esa considerable inversión
contribuye muy poco a contrarrestar el calentamiento planetario.
Aun con supuestos de una generosidad carente de realismo, el
insignificante efecto neto es el de que la energía solar
reducirá las emisiones de CO2 en ocho millones,
aproximadamente, de toneladas métricas -es decir, el 1 por
ciento, más o menos- en los veinte próximos
años. Cuando se calculan los efectos con un modelo
climático normal, el resultado es una reducción de
la temperatura media de 0,00005 grados centígrados (un
veintemilavo de grado Celsius o un diezmilavo de grado
Fahrenheit). Dicho de otro modo: al final de este siglo, los
130.000 millones de dólares de subvenciones de placas
solares habrán retrasado en 23 horas los aumentos de
temperatura.

Mediante la energía solar,
Alemania está pagando unos 1.000 dólares por
tonelada de CO2 reducida. El precio actual del CO2 en Europa
asciende a ocho dólares. Alemania habría podido
reducir 131 veces más CO2 por el mismo precio. En cambio,
los alemanes están despilfarrando más de 99
céntimos de cada euro que entierran en placas
solares.

Peor aún: como Alemania forma parte del sistema
de compraventa de emisiones de la Unión Europea, el efecto
real del exceso de placas solares de Alemania hace que no haya
reducciones de CO2, porque ya se ha cubierto el tope de
emisiones. En cambio, los alemanes permiten simplemente a otros
países de la UE emitir más CO2. Las placas solares
de Alemania sólo han conseguido que a Portugal o Grecia
les resulte más barato el uso del
carbón,

Los defensores de las subvenciones de la
energía solar de Alemania afirman también que han
contribuido a crear "empleos verdes, pero cada uno de los empleos
creados por las políticas de energía verde cuesta
por término medio 175.000 dólares: muchísimo
más que la creación de empleo en los demás
sectores de la economía, como, por ejemplo, el de las
infraestructuras o el de la atención de salud, y se
están exportando muchos "empleos verdes" a China, lo que
quiere decir que los europeos subvencionan puestos de trabajo
chinos, que no reducen las emisiones de CO2.

El experimento de Alemania con la
subvenciones de tecnología solar ineficiente ha fracasado.
Lo que los gobiernos deben hacer es, al contrario, centrarse en
primer lugar en intensificar la investigación e
innovación para lograr que la tecnología de
energía verde sea más barata y competitiva.
Más adelante es cuando se debe acelerar la
producción.

Entretanto, Alemania ha pagado unos
130.000 millones de dólares por una política en
materia de cambio climático que no tiene efectos en el
calentamiento planetario. Han subvencionado puestos de trabajo
chinos y la dependencia de otros países europeos de las
fuentes de energía sucias y han impuesto cargas
innecesarias a su economía. Como incluso muchos
funcionarios alemanes probablemente atestiguarían, los
gobiernos de otros países no pueden permitirse el lujo de
repetir semejante error.

(Bjørn Lomborg es autor de The Skeptical
Environmentalist ("El ecologista escéptico") y Cool It
("No os acaloréis"), director del Centro del Consenso de
Copenhague y profesor adjunto de la Escuela de
Administración de Empresas de Copenhague. Copyright:
Project Syndicate, 2012)

– Un Banco Mundial para un nuevo mundo (Project
Syndicate – 24/2/12)

(Por Jeffrey D. Sachs)

Nueva York.- El mundo está en una encrucijada. La
comunidad global puede unirse para luchar contra la pobreza, el
agotamiento de los recursos y el cambio climático, o
enfrentar una generación de inestabilidad política,
zozobra ambiental y guerras por los recursos.

El Banco Mundial, con una conducción adecuada,
puede jugar un rol fundamental para evitar esas amenazas y los
riesgos que implican. Es mucho lo que está en juego a
nivel mundial en esta primavera, ya que los 187 países
miembros del Banco elegirán un nuevo presidente para
suceder a Robert Zoellick, cuyo mandato finaliza en
julio.

El Banco Mundial fue establecido en 1944 para fomentar
el desarrollo económico, y casi todos los países
son actualmente miembros. Su misión principal es reducir
la pobreza mundial y garantizar que el desarrollo global sea
ambientalmente sólido y socialmente incluyente. Lograr
esas metas no solo mejorará las vidas de miles de millones
de personas, también impedirá violentos conflictos
alimentados por la pobreza, el hambre y las luchas por recursos
escasos.

Los funcionarios estadounidenses tradicionalmente han
considerado al Banco Mundial como una extensión de la
política extranjera y los intereses comerciales de Estados
Unidos. Como el Banco se encuentra a solo dos cuadras de la Casa
Blanca, en la Avenida Pennsylvania, les ha resultado muy
fácil dominar esa institución. Actualmente muchos
de sus miembros, incluidos Brasil, China, India y varios
países africanos, están alzando sus voces en busca
de un liderazgo con mayor igualdad y cooperación, y una
mejor estrategia que funcione para todos.

Desde la fundación del Banco
hasta hoy, la regla implícita ha sido que el gobierno de
los EEUU simplemente designa a cada nuevo presidente: los 11 han
sido estadounidenses y ninguno de ellos experto en desarrollo
económico -la responsabilidad central del Banco- ni con
trayectorias en la lucha contra la pobreza o la promoción
de la sostenibilidad ambiental. Por el contrario, EEUU ha elegido
banqueros de Wall Street y políticos, probablemente para
garantizar que las políticas del Banco sean adecuadamente
amigables hacia los intereses comerciales y políticos
estadounidenses.

Sin embargo, esa política
está fracasando para los EEUU y dañando seriamente
al mundo. Debido a una prolongada falta de conocimiento
estratégico en su cúpula, el Banco ha carecido de
una dirección clara. Muchos de sus proyectos tuvieron como
objetivo los intereses corporativos estadounidenses en lugar del
desarrollo sostenible. El banco ha inaugurado gran cantidad de
proyectos de desarrollo, pero son excesivamente pocos los
problemas globales que ha resuelto.

Durante demasiado tiempo, la dirección del Banco
ha impuesto conceptos estadounidenses que a menudo son
completamente inapropiados para los países más
pobres y sus habitantes menos favorecidos. Por ejemplo, el Banco
se ocupó en forma absolutamente torpe de la explosiva
pandemia de SIDA, tuberculosis y malaria durante la década
de 1990 y falló a la hora de enviar ayuda donde
hacía falta para frenar esos brotes y salvar millones de
vidas.

Aún peor, el Banco promovió cobros a los
usuarios y el "recupero de costos" de los servicios de salud,
dejando una atención sanitaria capaz de salvar vidas fuera
del alcance de los pobres entre los pobres -precisamente quienes
más la necesitaban. En 2000, durante la Cumbre del SIDA en
Durban, recomendé un nuevo "Fondo Global" para luchar
contra esas enfermedades, justificándolo precisamente en
que el Banco Mundial no estaba haciendo su trabajo. El Fondo
Global para la Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria
fue creado, y desde entonces ha salvado millones de vidas,
logrando un descenso de al menos el 30% de las muertes tan solo
en África.

De manera semejante, el Banco dejó pasar
oportunidades cruciales para apoyar a los pequeños
agricultores de subsistencia y promover en forma más
amplia un desarrollo rural integrado en las comunidades
empobrecidas de África, Asia y Latinoamérica.
Durante cerca de 20 años, aproximadamente entre 1985 y
2005, el Banco se resistió a implementar asistencia para
grupos específicos de pequeños productores, un
instrumento de probada eficacia, para permitir que los
empobrecidos agricultores de subsistencia mejorasen sus
rendimientos y salieran de la pobreza. Más recientemente,
el banco ha aumentado su apoyo a los pequeños productores,
pero aún queda mucho que puede y debe hacer.

El personal del Banco es muy profesional
y lograría mucho más si se liberase del dominio de
los cerrados intereses y puntos de vista estadounidenses. El
Banco tiene potencial para convertirse en un catalizador del
progreso en áreas clave que darán forma al futuro
del planeta. Sus prioridades deben incluir la productividad
agrícola; la movilización de tecnologías de
la información para el desarrollo sostenible; la
instalación de sistemas energéticos con reducidas
emisiones de carbono; y educación de calidad para todos,
con un mayor aprovechamiento de nuevas formas de
comunicación para llegar a cientos de millones de
estudiantes relegados.

Las actividades del Banco actualmente cubren todas esas
áreas, pero la institución no logra un liderazgo
eficaz en ninguna de ellas. A pesar de su excelente personal, el
Banco no ha sido suficientemente estratégico ni
ágil para convertirse en un agente de cambio eficaz.
Lograr que el Banco cumpla adecuadamente su rol será un
trabajo duro, que requerirá pericia en su
dirección.

Lo que es aún más importante, el nuevo
presidente del Banco deberá contar con experiencia
profesional directa sobre los variados desafíos de
desarrollo. El mundo no debe aceptar el status quo. Un nuevo
líder del Banco Mundial que nuevamente provenga de Wall
Street o de la política estadounidense sería un
duro golpe para un mundo que necesita soluciones creativas a
complejos desafíos de desarrollo. El banco necesita un
consumado profesional listo para ocuparse de los grandes
desafíos del desarrollo sostenible desde el primer
momento.

(Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y
Director del Instituto de la Tierra en la Universidad de
Columbia. También es asesor especial del secretario
general de las Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo
del Milenio. Copyright: Project Syndicate, 2012)

– El síndrome de Fukushima (Project Syndicate –
7/3/12)

(Por Martin Freer)

Birmingham.- Comúnmente, se hace referencia a los
dramáticos acontecimientos que se desarrollaron en la
central nuclear Daiichi de Fukushima después del maremoto
del año pasado como "el desastre de Fukushima". Basta con
esa descripción para empezar a entender los importantes
malentendidos que rodean a la energía nuclear.

Fue el maremoto, causado por el mayor terremoto que haya
padecido jamás el Japón, que causó la muerte
de más de 16.000 personas, destruyó o
dañó unos 125.000 edificios y dejó el
país ante la crisis más grave, según la
calificó su Primer Ministro, desde la segunda guerra
mundial. Sin embargo, a Fukushima es a la que se suele aplicar la
etiqueta de "desastre".

En realidad, aunque lo que
ocurrió fue espantoso, se podrían interpretar los
acontecimientos habidos en las horas y los días
posteriores al choque de una ola gigantesca contra el muro marino
de protección de la central nuclear como un notable
testimonio de las sólidas credenciales de una central
nuclear. Desde luego, las repercusiones medioambientales en
quienes viven cerca de Fukushima pueden tardar muchos años
en remediarse, pero la reacción en muchas partes -en
particular, en Alemania, Suiza y otros países que
inmediatamente condenaron y abandonaron la energía
nuclear- demostraron la persistente falta de conocimientos sobre
dos cuestiones fundamentales.

La primera es la seguridad; la segunda, la
radiación. Para evaluar la energía nuclear por lo
que es en realidad y no desecharla con argumentos poco más
que ignorantes, e intransigentes, tenemos que fomentar un
diálogo mucho menos excluyente y mucho más
informado.

¿Prohibirían los viajes aéreos las
numerosas personas que sí que lo harían en el caso
de la energía nuclear? Al fin y al cabo, los paralelismos
entre las dos industrias son fundamentales para la
cuestión de la seguridad.

Con frecuencia se nos dice que, estadísticamente,
los viajes aéreos tienen una mejor ejecutoria en materia
de seguridad que ninguna otra forma de transporte. Podría
resultar útil resumir las numerosas razones relacionadas
entre sí que lo explican comparando un aeroplano con una
bicicleta.

Todos sabemos que un avión es un aparato muy
complejo y que una bicicleta no lo es. También reconocemos
que las consecuencias de un accidente aéreo pueden ser
mucho más catastróficas que las de un ciclista al
salirse de la calzada para tomar una curva camino de casa y de
vuelta de unas compras. Así, pues, el diseño y la
fabricación de un avión es muchas veces más
complicado y minucioso, que el diseño y el montaje de una
bicicleta.

Lo mismo se puede decir de los 450 reactores nucleares,
aproximadamente, que existen en todo el mundo. La realidad es que
la ejecutoria de esa industria en materia de seguridad no tiene
comparación con ninguna de sus rivales, que no la superan.
Como los aviones, los reactores nucleares están concebidos
y construidos con unas normas alucinantes.

Pese a la tensión y el miedo que rodearon la
lucha contra una fusión nuclear en Fukushima, no debemos
olvidar que las instalaciones -y con ellas la idea misma de una
industria de energía nuclear- estuvieron sometidas a una
prueba extraordinaria, en el sentido más estricto de la
palabra. De no ser por unos fallos de diseño que en la
actualidad no se repetirían, Fukushima habría
podido perfectamente sobrevivir intacta… y la historia
habría sido muy diferente.

De hecho, la energía nuclear es una propuesta
más segura ahora que nunca, pero, para muchas personas, el
mero espectáculo de un acontecimiento como el de Fukushima
-independientemente del resultado- es suficiente para sacar la
conclusión opuesta. Si un 747 se estrellara contra unas
instalaciones nucleares, no es probable que se pidiera que se
declarasen todos los aviones fuera de la ley, pero el clamor en
pro de que se cerraran inmediatamente todos los reactores del
planeta sería probablemente ensordecedor.

Recuérdese, además, que la central de
Fukushima fue construida en el decenio de 1970 y que la
tecnología en la que se basó databa de un decenio
anterior. Sus sucesoras son radicalmente diferentes por su
funcionamiento, como también el marco reglamentario, que
establece criterios asombrosamente nuevos para el cuidado y la
calidad requeridos en todas las fases del proceso.

Los argumentos contra la energía nuclear
están profundamente arraigados en las preocupaciones por
la seguridad en general y la radiación en particular. Como
el accidente de Fukushima ha reforzado demasiadas opiniones y ha
modificado demasiado pocas, reviste importancia decisiva que
intentemos dar claridad a esas cuestiones, en particular en los
países, incluido el Reino Unido, en los que la idea de una
política energética sostenible sigue sin
determinar.

Si bien conocemos los corolarios de altos niveles de
exposición a la radiación, lo que sucede en el otro
extremo de la escala es menos claro. El mundo está lleno
de radioactividad -las paredes, el cemento e incluso los
plátanos contienen rastros de ella- y nuestros cuerpos se
han adaptado a ella. En países como el Brasil y la India,
las personas viven en ambientes que presentan entre 20 y 200
veces la radiación existente comúnmente en el Reino
Unido, al parecer sin efectos genéticos negativos. Algunos
expertos sostienen incluso que podemos necesitar cierto grado de
radioactividad para estimular nuestros sistemas
inmunes.

Naturalmente, siguen existiendo preocupaciones en torno
a las decisivas cuestiones de la eliminación y
proliferación de residuos. Una vez más, es
necesario un debate con conclusiones acordadas por
consenso.

Pero para ello es necesaria una hoja de ruta que nos
indique la situación actual y lo que debemos hacer.
Debemos crear la necesaria cultura dialogante en la industria y
en el mundo académico y debemos alentar a la
población a pensar y reflexionar más. Por encima de
todo, debemos aumentar la comprensión por parte del
público del sector energético en
conjunto.

Actualmente, hay demasiados "yo sé" y "esto es lo
que firmemente creo", procedentes con frecuencia de personas
influyentes, en casos en los que no todo es blanco o negro. El de
Fukushima es uno de ellos.

Aún no es demasiado tarde -no del todo- para
empezar a formular el debate más amplio de la
energía nuclear en un lenguaje que informe en lugar de
alarmar y con términos que contribuyan a la
expresión de juicios equilibrados y no a consolidar
prejuicios sostenidos durante demasiado tiempo.

(Martin Freer es profesor de Física Nuclear en la
Universidad de Birmingham y director del Centro de
Educación e Investigaciones Nucleares de Birmingham.
Además, es miembro de la comisión normativa en
materia de energía nuclear de la Universidad de
Birmingham, que este año publicará Nuclear Power:
What Does the Future Hold? ("La energía nuclear.
¿Qué le reserva el futuro?"). Copyright: Project
Syndicate, 2012)

– El déficit energético (Project Syndicate
20/3/12)

(Por Michael Spence)

Milán.- Me ha sorprendido la reciente cobertura
en la prensa estadounidense de los precios de la gasolina y sus
efectos en la política. Los analistas políticos
están de acuerdo con que los índices de
aprobación presidenciales están muy relacionados
con los precios del combustible: cuando los precios suben, los
índices de un presidente en las encuestas bajan. Pero, en
vista de la larga historia de los Estados Unidos de abandono de
la seguridad y la capacidad de resistencia energética, la
idea de que la administración de Barack Obama es
responsable del aumento de precios de la gasolina tiene poco
sentido.

Han pasado cuatro décadas desde la crisis del
precio del petróleo de los 70. Hemos aprendido mucho de
esa experiencia. El impacto a corto plazo -como siempre ocurre
cuando los precios del petróleo suben rápidamente-
fue reducir el crecimiento al reducir el consumo de otros bienes,
porque el consumo de petróleo no se ajusta tan más
rápido como el de otros bienes y servicios.

Pero, con el tiempo, las personas pueden responder, y de
hecho lo hacen, reduciendo su consumo de petróleo. Compran
automóviles y electrodomésticos que hacen un uso
más eficientes del combustible, aíslan
térmicamente sus hogares, y a veces hasta usan el
transporte público. El impacto a largo plazo es, pues,
diferente y mucho menos negativo. Mientras mayor sea la propia
eficiencia energética, menor es nuestra vulnerabilidad a
la volatilidad de los precios.

Por el lado de la oferta, hay una diferencia similar
entre los efectos a corto plazo y a más largo plazo. A
corto plazo, la oferta puede ser capaz de responder en la medida
que haya capacidad de reserva (no hay mucha ahora). Sin embargo,
el efecto mucho mayor y más largo plazo proviene del
aumento de la exploración y la extracción
petroleras, debido al incentivo de los mayores
precios.

Todo esto toma tiempo, pero, a medida que ocurre, reduce
el impacto negativo: las curvas de demanda y oferta cambian en
respuesta a precios más altos (o en previsión del
aumento de los precios).

En términos de política, hubo una
iniciativa prometedora a fines la década de 1970. Se
legisló sobre los estándares de eficiencia de uso
de combustible para automóviles y los fabricantes los
implementaron. De una manera más fragmentada, los estados
establecieron incentivos para la eficiencia energética en
edificios residenciales y comerciales.

Pero entonces los precios del petróleo y el gas
(ajustados por inflación) entraron en un período de
declive que duró varias décadas. Las
políticas destinadas a la eficiencia y la seguridad
energéticas quedaron en gran medida sin efecto. Dos
generaciones llegaron a pensar en la disminución de los
precios del petróleo como algo normal, lo que explica la
sensación actual de que se trata de un derecho, la
indignación ante la subida de los precios, y la
búsqueda de villanos: los políticos, los
países productores de petróleo y las
compañías petroleras son blanco de desprecio en las
encuestas de opinión pública.

En el trasfondo de la opinión
pública actual existe un fallo importante de la
educación sobre los recursos naturales no-renovables. Y
ahora, habiendo sub-invertido en eficiencia y seguridad
energéticas cuando los costos de hacerlo eran más
bajos, Estados Unidos está mal preparado para enfrentar la
posibilidad de un aumento de los precios reales. La
política energética ha sido "pro-cíclica",
lo opuesto de ahorrar para los malos tiempos. Dada la
presión al alza sobre los precios por el aumento de la
demanda de los mercados emergentes y el rápido incremento
en tamaño de la economía mundial, esos tiempos han
llegado.

La actitud contra-cíclica es una
actitud útil para las personas y los gobiernos. La
historia reciente, en particular la acumulación excesiva
de deuda pública y privada, sugiere que no la hemos
adquirido. La política energética o su ausencia
parece otro claro ejemplo. En lugar de anticipar y prepararse
para el cambio, Estados Unidos ha esperado a que el cambio le
resulte forzoso.

La miopía de la política energética
no se ha limitado a EEUU. Los países en desarrollo, por
ejemplo, han funcionado por muchos años con subsidios a
los combustibles fósiles, que han llegado a ser
ampliamente reconocidos como una mala manera de gastar sus
limitados recursos. Ahora hay que cambiar estas políticas,
lo que implica desafíos políticos y costes
similares.

Europa Occidental y Japón, que dependen casi
totalmente de los suministros externos de petróleo y gas,
lo han hecho un poco mejor. Por razones de seguridad y
ambientales, su eficiencia energética aumentó a
través de una combinación de impuestos, mayores
precios al consumidor y educación
pública.

El gobierno de Obama está trabajando para iniciar
un enfoque energético prudente de largo plazo, con nuevos
estándares de eficiencia de combustible para
vehículos de motor, inversiones en tecnología,
programas de eficiencia energética para viviendas, y la
exploración ambientalmente racional de los recursos
adicionales. Hacer esto en medio de un arduo proceso de
desapalancamiento posterior a la crisis, una recuperación
obstinadamente lenta y el proceso de construcción de un
nuevo modelo de crecimiento más sostenible, es más
difícil -política y económicamente- de lo
que podría haber sido si EEUU hubiera comenzado
antes.

Aún así, más vale tarde que nunca.
Obama está en lo correcto al tratar de explicar que una
política energética eficaz, por su propia
naturaleza, requiere objetivos de largo plazo y el avance
constante hacia su logro.

Es frecuente oír la afirmación de que los
ciclos electorales de las democracias no son muy adecuados para
la aplicación de políticas señeras y de
largo plazo. El contrapeso es el liderazgo que explica los
beneficios y los costes de las diferentes opciones, y une a la
gente en torno a objetivos comunes y enfoques sensibles. Por
ello, el esfuerzo de la administración Obama para poner el
crecimiento a largo plazo y la seguridad por encima de ventajas
políticas merece admiración y respeto.

Si la crítica de la gobernabilidad
democrática sobre la base de su "inevitable horizonte de
brevedad" fuera correcta, sería difícil explicar
cómo la India, una democracia poblada, compleja, y
todavía pobre, pudo sostener inversiones y
políticas de largo plazo necesarias para apoyar un
crecimiento y desarrollo veloces. Allí, también, la
visión, el liderazgo y la creación de consenso han
jugado un papel fundamental.

La buena noticia para la seguridad
energética estadounidense es que en el año 2011, el
país se convirtió en un nuevo exportador neto de
productos derivados del petróleo. Sin embargo es probable
que el precio de los combustibles fósiles continúe
su tendencia al alza.

La disminución de la dependencia de fuentes
externas, debidamente llevada a cabo, es un avance importante.
Pero no es un sustituto para una mayor eficiencia
energética, que es esencial para hacer el cambio a un
nuevo y resistente camino hacia el crecimiento económico y
el empleo. Un beneficio adicional sería abrir una enorme
agenda internacional para la energía, el medio ambiente y
la sostenibilidad, donde se requiere el liderazgo
estadounidense.

Este esfuerzo requiere persistencia y un largo periodo
de atención oficial, lo que supone a su vez apoyo de ambos
partidos. ¿Es eso posible en Estados Unidos hoy en
día?

Los persistentes bajos índices de
aprobación del sistema político de EEUU derivan en
parte del hecho de que parece recompensar el obstruccionismo en
lugar del trabajo bipartidista constructivo. En algún
momento, los votantes van a reaccionar contra un sistema que
amplifica las diferencias y suprime las metas compartidas, y la
formación de políticas volverá a su modo
pragmático más eficaz. La pregunta es
cuándo.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is
currently Chairman of the Commission on Growth and Development,
an international body charged with charting opportunities for
global economic growth)

– La falsa medida de la riqueza (Project Syndicate –
5/4/12)

(Por Partha Dasgupta, Anantha Duraiappah)

Cambridge.- A pesar de los muchos éxitos
alcanzados en la creación de una economía mundial
más integrada y estable, un nuevo informe del Grupo de
Alto Nivel del Secretario General de la ONU sobre Sostenibilidad
Global -Resilient People, Resilient Planet: A Future Worth
Choosing- (Gente resiliente en un planeta resiliente: un futuro
que vale la pena elegir) reconoce el fracaso, incluso la
incompetencia, del actual orden mundial para implementar los
cambios drásticos necesarios a fin de alcanzar una
verdadera "sostenibilidad".

El informe del Grupo de Alto Nivel
presenta como meta una visión de "un planeta sostenible,
una sociedad justa, y una economía en crecimiento",
así como 56 recomendaciones de políticas para
lograr dicha meta. Podría decirse que este informe es el
llamado internacional más prominente hecho hasta la fecha
para pedir un rediseño radical de la economía
mundial.

Pero, a pesar de su rico contenido, Gente resiliente
en un planeta resiliente
queda corto en cuanto a proponer
soluciones concretas y prácticas. Su más valiosa
recomendación de corto plazo, la sustitución de los
actuales indicadores de desarrollo (PIB o sus variantes) con
indicadores más amplios, incluyendo medidas de riqueza,
parece ser un planteamiento tardío. Si no se lleva a cabo
una acción internacional rápida y decidida que
priorice la sostenibilidad por encima del status quo, el informe
corre el riesgo de sufrir la misma suerte que el Informe
Brundtland, su antecesor del año 1987, que fue el primer
informe que propuso el concepto de sostenibilidad y que
igualmente hizo un llamado a un cambio de paradigma; sin embargo,
posteriormente fue ignorado.

Gente resiliente en un planeta
resiliente comienza parafraseando a Charles Dickens e indica que
el mundo de hoy está "viviendo lo mejor de los tiempos y
lo peor de los tiempos". En su conjunto, la humanidad ha
alcanzado una prosperidad sin precedentes, se están
logrando grandes avances para reducir la pobreza mundial, y los
avances tecnológicos revolucionan nuestras vidas, al
erradicar enfermedades y transformar la
comunicación.

Sin embargo, por otra parte, la
desigualdad sigue siendo obstinadamente elevada y se encuentra en
aumento en muchos países. Las estrategias políticas
y económicas de corto plazo impulsan hacia el consumismo y
la deuda, que junto con el crecimiento de la población
mundial -que alcanzará a cerca de nueve mil millones de
personas en el año 2040- someten al medio ambiente natural
a un estrés creciente. En el año 2030,
señala el Grupo de Alto Nivel, "el mundo necesitará
por lo menos 50% más de alimentos, 45% más de
energía, y 30% más de agua, todo esto en un momento
en que los límites medioambientales amenazarán
dichos suministros". A pesar de los avances significativos
alcanzados durante los últimos 25 años, la
humanidad no ha logrado conservar los recursos, ni proteger los
ecosistemas naturales, ni tampoco garantizar, de ninguna otra
forma, su propia viabilidad a largo plazo.

¿Puede un informe burocrático, sin
importar cuán poderoso sea, crear cambio?
¿Unirá ahora el mundo sus esfuerzos ante el llamado
del Grupo de Alto Nivel para "transformar la economía
global", al contrario de lo que ocurrió en el año
1987? De hecho, tal vez la verdadera acción nace de las
entrañas de la propia crisis. Como el Grupo de Alto Nivel
señala, nunca antes se ha visto más claramente la
necesidad de un cambio de paradigma para lograr un desarrollo
mundial verdaderamente sostenible.

Pero, ¿quién va a coordinar un proceso
internacional para estudiar la manera de fomentar tal cambio de
paradigma, y quién va a garantizar que los descubrimientos
científicos conduzcan a procesos significativos de
política pública?

En primer lugar, debe existir un importante esfuerzo de
investigación internacional e interdisciplinario para
abordar estos asuntos de manera exhaustiva; la
recomendación del Grupo de Alto Nivel sobre el
establecimiento de un panel científico internacional es,
por lo tanto, un paso en la dirección correcta. Pero, la
creación de dicho organismo llevará tiempo, y el
reto es lograr, de la manera más rápida, que los
mejores avances científicos estén a
disposición de los diseñadores de
políticas.

El Informe 2010 formulado por la Comisión para la
Medición del Desempeño Económico y el
Progreso Social, designada por el presidente francés
Nicolás Sarkozy, hizo eco del actual consenso entre los
científicos sociales sobre que medimos de manera falsa
nuestras vidas al usar el PIB per cápita como
estándar de comparación para evaluar el progreso.
Necesitamos nuevos indicadores que nos digan si estamos
destruyendo la base productiva que sostiene nuestro
bienestar.

El Programa Internacional de las Dimensiones Humanas
(UNU-IHDP) de la Universidad de las Naciones Unidas ya
está trabajando con el objetivo de encontrar estos
indicadores para su "Informe sobre la Riqueza Incluyente" (IWR,
por el nombre en inglés), que propone un enfoque de
sostenibilidad sobre la base del capital natural, el capital
manufacturado, y el capital humano y social. El programa UNU-IHDP
desarrolló el informe IWR con el apoyo del Programa de las
Naciones Unidas para el Medio Ambiente con el fin de proporcionar
un análisis exhaustivo de los diferentes componentes de la
riqueza en cada país, sus vínculos con el
desarrollo económico y el bienestar humano, y las
políticas que se basan en la gestión social de
dichos activos.

El Primer IWR, que se centra en 20 países en todo
el mundo, será presentado oficialmente en la
próxima Conferencia de Río +20 en Rio de Janeiro.
Los resultados preliminares serán presentados durante la
conferencia "El planeta bajo presión" a celebrarse en
Londres a finales de marzo.

El IWR representa un primer paso crucial en la
transformación del paradigma económico mundial, ya
que nos garantiza que obtendremos información correcta con
la cual vamos a poder evaluar nuestro bienestar y desarrollo
económico, como también vamos a poder evaluar,
nuevamente, nuestras necesidades y objetivos. Si bien no
está pensado como un indicador universal de
sostenibilidad, el IWR ofrece un marco para dialogar con
múltiples grupos de interés provenientes de los
ámbitos sociales, ambientales y
económicos.

La situación es crítica.
Tal como el informe Gente resiliente en un planeta resiliente
acertadamente dice, los "pequeños ajustes marginales" ya
no serán suficientes; esta aseveración actúa
como advertencia para aquellos que confían y creen que las
tecnologías de energía renovable y la
economía verde resolverán nuestros problemas. El
Grupo de Alto Nivel ha revivido el llamado a un cambio profundo
en el sistema económico mundial. En esta oportunidad
nuestro reto es transformar las palabras en acciones.

– Lo que está en juego en Rio+20 (Project
Syndicate – 10/6/12)

(Por Achim Steiner)

Nairobi.- Faltan ya unas cuantas semanas para que se
celebre la Cumbre de la Tierra Río +20 y muchos especulan
sobre cuántos líderes mundiales acudirán en
persona y a qué tipo de acuerdos podría llegarse en
los temas clave del programa: la creación de una
"economía verde" y establecer "un marco internacional para
el desarrollo sostenible". No es casualidad que estos elementos
aparezcan uno junto al otro.

El término "economía verde" se
acuñó hace años, incluso antes de la primera
Cumbre de la Tierra en 1992, para crear un nuevo enfoque con el
cual examinar los vínculos entre la economía y la
sostenibilidad. Sin embargo, ha recibido un nuevo impulso en un
mundo donde el cambio climático es ya una realidad, los
precios de las materias primas se elevan día a día
y recursos básicos como el aire limpio, la tierra
cultivable y el agua dulce son cada vez más escasos. Un
número creciente de entidades científicas, entre
ellas el próximo Global Environment Outlook-5 del Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, confirman lo que
se vislumbró en Río hace 20 años.

Es comprensible el probable nerviosismo acerca de un
cambio de paradigma de quienes han invertido en un modelo
económico y procesos de producción basados en los
siglos XIX y XX. Pero también en algunos sectores de la
sociedad civil existe inquietud por que la transición a
una economía verde pueda afectar negativamente a los
pobres y exponerlos a mayores riesgos y
vulnerabilidades.

Otros cuestionan la eficacia de los enfoques de mercado
para impulsar la sustentabilidad, ya que no pueden generar
resultados óptimos en lo social y ambiental. Estos solo se
pueden lograr con reglamentos, leyes e instituciones
fuertes.

No podríamos estar más de acuerdo. Las
crisis sistémicas de los alimentos, el combustible y las
finanzas que llegaron a su punto culminante en 2008 -y que siguen
ocurriendo en muchos países- se originan en un paradigma
económico que no ha tomado en cuenta el valor de la
naturaleza y su amplia gama de servicios que sustentan la vida.
Como muestra el informe "Towards a Green Economy: Pathways to
Sustainable Development and Poverty Eradication" (Hacia una
economía verde: de camino al desarrollo sostenible y a la
erradicación de la pobreza), recientemente publicado en
inglés, la economía de mercado tal como existe en
la actualidad se ha traducido en un mal uso del capital a una
escala sin precedentes.

De hecho, los profundos y omnipresentes fallos del
mercado -en las emisiones de carbono, la biodiversidad y los
servicios de los ecosistemas- están acelerando los riesgos
ambientales y la escasez ecológica, y socavando el
bienestar humano y la equidad social. Por eso en Río +20
el vínculo con la gobernabilidad y las instituciones es
tan importante como la transición a una economía
verde: los mercados son construcciones humanas que requieren
reglas e instituciones para orientar no solo su dirección,
sino también marcar sus límites.

Una de las preocupaciones de los
críticos es que la transición hacia una
economía verde básicamente monetizará la
naturaleza, exponiendo los bosques, el agua dulce y las reservas
de peces del mundo al afán de lucro de banqueros y
comerciantes cuyos errores ayudaron a desencadenar la crisis
financiera y económica de los últimos cuatro
años. Pero, ¿se trata de la monetización de
la naturaleza, o más bien de su
valoración?

El hecho es que la naturaleza ya se
está comprando y vendiendo, explotando y comercializando a
precios simbólicos que no reflejan su valor real, sobre
todo en términos de la subsistencia de los más
pobres. En gran parte, esto da cuenta de la falta de
regulación o la ausencia de mercados que no reflejan
adecuadamente los valores que la naturaleza nos proporciona cada
día, punto sobre el que se hizo hincapié en el
proyecto Economía de los ecosistemas y biodiversidad del
G-8+5, auspiciado por el PNUMA.

En un sentido muy real, en Río nos jugamos el
futuro del planeta. Sin una solución real y duradera que
reformule como un todo nuestro actual pensamiento
económico, la escala y el ritmo de los cambios pronto
podrían empujar el planeta más allá de los
umbrales críticos y convertir en un sueño imposible
el desarrollo sostenible en cualquier lugar del mundo. Si bien el
multilateralismo es un proceso lento y a menudo fatigoso de
llegar a un consenso, algunos problemas son tan grandes que
trascienden cualquier país.

¿Por qué, por ejemplo, el
mundo sigue un paradigma de crecimiento económico que se
basa en socavar la base misma de los sistemas que sustentan la
vida en la Tierra? ¿Se puede redefinir la riqueza para que
también incluya el acceso a bienes y servicios
básicos, incluidos los que proporciona la naturaleza
gratuitamente, como el aire limpio, un clima estable y el agua
dulce? ¿No es el momento de poner el desarrollo humano, la
sostenibilidad ambiental y la equidad social en igualdad de
condiciones con el crecimiento del PIB?

A todo nuestro alrededor, las luces de
advertencia destellan en amarillo, si no en rojo. Sin embargo,
sabemos que los avances tecnológicos y la
innovación están generando cambios en la forma de
producir energía, la manera como surgen nuevos mercados
para los alimentos y el agua potable, y el modo en que los
servicios ecológicos básicos se vuelven
están cada vez más escasos y valorados.

Río +20 es un momento para el intercambio de
conocimientos y experiencias sobre las transiciones exitosas a
economías que hacen un uso más eficaz de los
recursos y tienen más presente el medio ambiente. Es una
oportunidad para comenzar a desarrollar en todos los niveles la
capacidad de transformar nuestras economías en motores de
crecimiento y empleo sin agotar nuestros recursos ni crear nuevos
lastres para el crecimiento y la salud humana en los
próximos años.

El reto que tenemos por delante
será reconciliar la realidad económica emergente
con la ética y los valores sociales necesarios para
producir una economía verde equilibrada e incluyente. Eso,
en palabras del Secretario General de las Naciones Unidas Ban
Ki-moon, es un "futuro que todos queremos". Un futuro que
podría abrirse paso si los líderes mundiales
demuestran capacidad de decisión y definición en
Río +20.

(Achim Steiner is UN Under-Secretary – General and UN
Environment Program Executive Director)

– Verdes desde la base (Project Syndicate –
12/6/12)

(Por Elinor Ostrom)

Bloomington.- Hay mucho en juego en Cumbre de Río
+20 de las Naciones Unidas. Muchos la consideran un "Plan A para
el Planeta Tierra" y quieren que los líderes se
comprometan a un acuerdo único internacional para proteger
nuestro sistema de sustento de la vida, evitando así una
crisis humanitaria mundial.

La falta de acción en Río sería un
desastre, pero un acuerdo internacional único sería
un grave error. No podemos depender de políticas globales
en singular para resolver el problema de la gestión de
nuestros recursos comunes: los océanos, la
atmósfera, los bosques, las vías fluviales y la
rica diversidad de manifestaciones naturales que se combinan para
crear las condiciones adecuadas para el desarrollo de la vida,
incluida la de siete mil millones de seres humanos.

Nunca habíamos tenido que lidiar con problemas de
la escala que enfrenta la sociedad global interconectada de hoy.
Nadie sabe a ciencia cierta lo que va a acabar por funcionar, por
lo que es importante construir un sistema que pueda evolucionar y
adaptarse rápidamente.

Décadas de investigación demuestran que
una variedad de políticas superpuestas a niveles urbano,
subnacional, nacional e internacional tiene más
probabilidades de éxito que acuerdos individuales
vinculantes que abarcan mucho a la vez. Un enfoque evolutivo de
este tipo para la formulación de políticas genera
redes esenciales de seguridad en caso de que una o más no
funcione.

La buena noticia es que esta formulación
evolutiva de políticas ya se está produciendo de
forma orgánica. Ante la carencia de leyes nacionales e
internacionales eficaces para reducir los gases de efecto
invernadero, cada vez más autoridades urbanas están
actuando para proteger a sus ciudadanos y
economías.

Esto no tiene nada de sorprendente y, de hecho, se
debería alentar.

La mayoría de las ciudades se
ubican en costas, a ambas orillas de un río o en
posiciones vulnerables en deltas, lo que las pone en la
línea directa del ascenso del nivel del mar y las
inundaciones en las próximas décadas. Adaptarse es
una necesidad. Pero, puesto que las ciudades son responsables por
el 70% del total mundial de gases de invernadero, es mejor
atenuar el nivel de emisiones.

Cuando se trata de luchar contra el cambio
climático, Estados Unidos no ha producido ningún
mandato federal que exija de forma explícita o siquiera
promueva metas de reducción de emisiones. Pero, para mayo
del año pasado, unos 30 estados habían desarrollado
sus propios planes de acción climática, y
más de 900 ciudades estadounidenses han adherido al
acuerdo de protección del clima de EEUU.

Esta diversidad de base en la formulación de
políticas verdes tiene sentido económico. Las
"ciudades sostenibles" atraen a personas creativas y cultas que
quieren vivir en un ambiente sin contaminación, urbano y
moderno que corresponda mejor a su estilo de vida. Esta es la
raíz del crecimiento del futuro. Igual que al actualizar
un teléfono móvil, cuando la gente vea los
beneficios, descartará al instante los modelos
antiguos.

Por supuesto, la verdadera sostenibilidad va más
allá de control de la contaminación. Los urbanistas
deben mirar más allá de los límites
municipales y analizar los flujos de recursos, (energía,
alimentos, agua y las personas) dentro y fuera de sus
ciudades.

A nivel mundial, estamos viendo un heterogéneo
conjunto de ciudades que interactúan de un modo que
podría influir fuertemente sobre cómo ha de
evolucionar todo el sistema de sustento de vida en la Tierra. Son
ciudades que aprenden unas de las otras, perfeccionando las
buenas ideas y desechando las malas. Los Ángeles
demoró décadas en implementar controles de la
polución, pero otras ciudades, como Beijing, los adoptaron
rápidamente al ver los beneficios. Es posible que en las
próximas décadas veamos el surgimiento de un
sistema global e interconectado de ciudades sostenibles. Si tiene
éxito, todo el mundo querrá unirse al
club.

Fundamentalmente, este es el enfoque adecuado para la
gestión del riesgo y el cambio sistémico en
sistemas interconectados complejos, y para el éxito de la
gestión de los recursos comunes, aunque todavía
falta para que haga mella en el aumento inexorable de las
emisiones mundiales de gases de invernadero.

Río +20 se celebra en un momento crucial, y sin
duda es importante. Durante 20 años, el desarrollo
sostenible se ha visto como un ideal hacia el cual apuntar. Sin
embargo, la primera Declaración sobre el estado del
planeta, publicada en el reciente mega-encuentro
científico Planeta bajo presión, dejó en
claro que la sostenibilidad es hoy un requisito indispensable
para todo desarrollo futuro. La sostenibilidad a niveles locales
y nacionales tiene que acabar por ser equivalente a la
sostenibilidad global. Esta idea debe ser la piedra angular de
las economías nacionales y constituir el tejido de
nuestras sociedades.

El objetivo ahora debe ser situar la
sostenibilidad en el ADN de nuestra sociedad mundial e
interconectada. El tiempo es el recurso natural más
escaso, por lo que la Cumbre de Río debe convertirse en un
catalizador. Lo que necesitamos son objetivos de desarrollo
sostenible universales en temas como la energía, la
seguridad alimentaria, la sanidad, la planificación urbana
y la erradicación de la pobreza, al tiempo que reducimos
las desigualdades dentro del planeta.

Como una manera de lidiar con los problemas globales,
los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU han tenido
éxito donde otras iniciativas han fracasado. Aunque no
todos los ODM se cumplan en la fecha prevista de 2015, podemos
aprender mucho de la experiencia.

Establecer objetivos puede ayudar a superar la inercia,
pero todos deben participar en ello: los países, estados,
ciudades, organizaciones, empresas y personas de todos los
rincones del mundo. El éxito dependerá del
desarrollo de muchas políticas superpuestas para lograr
los objetivos.

Contamos con una década para
actuar antes de que el coste económico de las actuales
soluciones viables se vuelva demasiado alto. Si no actuamos,
corremos el riesgo de que se produzcan cambios
catastróficos y quizá irreversibles en nuestro
sistema de sustento de la vida. Nuestro objetivo principal debe
ser asumir la responsabilidad planetaria de este riesgo, en lugar
de poner en peligro el bienestar de las generaciones
futuras.

(Elinor Ostrom, a Nobel laureate in economics, was Chief
Scientific Adviser to the Planet Under Pressure conference and is
Professor of Political Science and Senior Co-Research Director of
the Workshop in Political Theory and Policy Analysis at Indiana
University)

– La libreta de calificaciones de Río (Project
Syndicate – 18/6/12)

(Por Jeffrey D. Sachs)

Nueva York.- Una de las más importantes revistas
científicas del mundo, Nature, acaba de dar a conocer, a
pocos días de realizarse la próxima Cumbre sobre
Desarrollo Sostenible Río+20, una libreta de
calificaciones sobre la implementación de los tres grandes
tratados firmados en 1992 en la primera Cumbre de la Tierra de
Río. Las calificaciones fueron las siguientes: Cambio
climático – Reprobado, Diversidad biológica –
Reprobado y Lucha contra la desertificación – Reprobado.
¿Puede todavía la humanidad evitar salir expulsada
de clases?

Durante al menos una generación hemos sabido que
el mundo necesita un cambio de rumbo. En lugar de alimentar la
economía mundial con combustibles fósiles, tenemos
que estimular un uso mucho mayor de alternativas bajas en
carbono, como las energías eólica, solar y
geotérmica. En lugar de cazar, pescar y talar sin tener en
cuenta el impacto sobre otras especies, debemos adaptar el ritmo
de nuestra producción agrícola, pesquera y forestal
a las capacidades del medio ambiente. En lugar de dejar a los
más vulnerables del mundo sin acceso a
planificación familiar, educación y atención
básica de salud, tenemos que acabar con la pobreza extrema
y reducir las altas tasas de fecundidad que persisten en las
zonas más pobres del planeta.

En resumen, tenemos que reconocer que
con siete mil millones de personas hoy en día, y nueve mil
millones a mediados de siglo, todas interconectadas en una
economía global que hace un uso intensivo de la
energía y las altas tecnologías, nuestra capacidad
colectiva para destruir los sistemas del planeta que dan sustento
a la vida ha alcanzado niveles sin precedentes. Sin embargo, por
lo general las consecuencias de nuestras acciones individuales
están tan lejos de nuestra conciencia diaria que podemos
ir derecho al precipicio sin ni siquiera darnos
cuenta.

Cuando encendemos nuestros ordenadores y luces, no somos
conscientes de las emisiones de carbono resultantes. Cuando
comemos nuestras comidas, no somos conscientes de la
deforestación producida por la agricultura no sostenible.
Y cuando miles de millones de nuestras acciones se combinan para
generar hambrunas e inundaciones, afectando a los más
pobres en países propensos a las sequías como Mali
y Kenia, pocos de nosotros tenemos la más vaga
noción de las peligrosas trampas de la
interconexión global.

Hace veinte años el mundo intentó hacer
frente a estas realidades a través de tratados y el
derecho internacional. Los acuerdos que surgieron en 1992 en la
primera Cumbre de Río eran buenos: completos, con
visión de futuro y espíritu público, y
centrados en las prioridades mundiales. Y, sin embargo, no han
sido capaces de salvarnos.

Permanecieron en las sombras de nuestras
políticas cotidianas, nuestra imaginación y los
ciclos de los medios de comunicación. Año tras
año los diplomáticos partían a conferencias
para ponerlos en práctica, pero los principales resultados
fueron la negligencia, el retraso y rencillas sobre minucias
legales. Veinte años después, apenas podemos
mostrar tres bajas calificaciones.

¿Hay una manera diferente de hacerlo? El camino
del derecho internacional involucra a abogados y
diplomáticos, pero no a los ingenieros, científicos
y líderes comunitarios que se encuentran en la primera
línea del desarrollo sostenible. Está plagado de
arcanos técnicos sobre la vigilancia, las obligaciones
vinculantes, los países del anexo I y los que no
pertenecen a ese grupo, y miles de otros legalismos, pero no ha
logrado darnos el lenguaje para hablar sobre nuestra propia
supervivencia.

Tenemos miles de documentos, pero no podemos hablarnos
con claridad los unos a los otros. ¿Queremos salvarnos a
nosotros mismos y a nuestros hijos? ¿Por qué no lo
dijimos en su momento?

En Rio+20 tendremos que decirlo con claridad, con
decisión y de un modo que conduzca a una actitud
resolutiva y activa, en lugar de llevarnos a disputas y ponernos
a la defensiva. Dado que los políticos siguen a la
opinión pública en lugar de guiarla, debe ser el
público quien exija su propia supervivencia, no
funcionarios electos que de alguna manera se supone que nos
salvarán a pesar de nosotros mismos. Hay pocos
héroes en política; esperar a que los
políticos lo sean implicaría esperar
demasiado.

Por lo tanto, el resultado más importante de
Río no ha de ser un nuevo tratado, cláusula
vinculante o compromiso político. Tiene que ser un
llamamiento mundial a la acción. En todo el mundo se eleva
el grito que pide que el desarrollo sostenible se ponga al centro
del pensamiento y la acción globales, especialmente para
ayudar a los jóvenes a resolver el triple desafío
(bienestar económico, sostenibilidad ambiental e
inclusión social) que definirá su época.
Río+20 puede ayudar a que lo hagan.

En lugar de un nuevo tratado en
Río +20, adoptemos un conjunto de Objetivos de Desarrollo
Sostenible, u ODS, que inspiren la acción de una
generación. Así como los Objetivos de Desarrollo
del Milenio nos abrieron los ojos a la pobreza extrema y
promovieron una acción global sin precedentes para
combatir el SIDA, la tuberculosis y la malaria, los ODS pueden
abrir los ojos de la juventud de hoy al cambio climático,
la pérdida de biodiversidad y los desastres de la
desertificación. Todavía podemos cumplir los tres
tratados de Río si ponemos a personas a la vanguardia de
las iniciativas.

Los ODS para poner fin a la pobreza extrema,
descarbonizar el sistema energético, aminorar el
crecimiento demográfico, promover el suministro sostenible
de alimentos, proteger los océanos, los bosques y las
tierras secas, y corregir las desigualdades de nuestro tiempo
pueden impulsar la solución de problemas equivalentes a
toda una generación. Los ingenieros y expertos
tecnológicos de Silicon Valley, São Paulo,
Bangalore y Shanghái tienen en sus mangas ideas que pueden
salvar el mundo.

Las universidades de todo el mundo albergan legiones de
estudiantes y académicos dispuestos a solucionar problemas
prácticos en sus comunidades y países. Las
empresas, al menos las buenas, saben que no pueden prosperar y
motivar a sus trabajadores y consumidores a menos que sean parte
de la solución.

El mundo está listo para actuar. Río+20
puede ayudar a desatar toda una generación de acciones.
Todavía hay tiempo, aunque por los mínimos, para
enmendar las malas calificaciones y aprobar el examen final de la
humanidad.

(Jeffrey D. Sachs is a professor at Columbia University,
Director of its Earth Institute, and a special adviser to United
Nations Secretary-General Ban Ki-Moon. His work focuses on
economic development and international aid, was he was Director
of the UN Millennium Project from 2002 to 2006. His books include
The End of Poverty and Common Wealth)

– El insostenible absurdo de Río (Project
Syndicate – 21/6/12)

(Por Jagdish Bhagwati)

Nueva York.- Si George Orwell viviera hoy, se
sentiría irritado y después escandalizado por el
cinismo con el que cada uno de los grupos de presión con
dinero para tirar ha hecho suya la expresión "desarrollo
sostenible". En realidad, la Conferencia Río+20 de las
Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible versa sobre los
proyectos favoritos de propios y extraños, muchos de ellos
tangenciales a las más importantes cuestiones
medioambientales, como, por ejemplo, el cambio climático,
que fueron el legado principal de la Cumbre de la Tierra original
de Río.

Así, la Organización Internacional del
Trabajo y los grupos de presión sindicales se las han
arreglado para incluir el de "Puestos de trabajo decorosos" entre
los siete sectores prioritarios de la Conferencia de Río.
A mí me encantaría que todo el mundo y en todas
partes tuviera un puesto de trabajo decoroso, pero,
¿qué tiene eso que ver con el medio ambiente o la
"sostenibilidad"?

Nadie debería fingir que podemos ofrecer por arte
de magia puestos de trabajo decorosos al enorme número de
trabajadores empobrecidos, pero con esperanzas, del sector no
estructurado. Sólo se pueden crear semejantes puestos de
trabajo adoptando políticas económicas apropiadas.
De hecho, la tarea en verdad apremiante que afrontan muchas
economías en desarrollo es la de aplicar políticas
que fomenten las oportunidades económicas acelerando el
crecimiento.

El asunto de la semana en Río es la
"indización de la sostenibilidad" para las grandes
empresas, a modo de responsabilidad social empresarial. Se
está comparando semejante indización con las normas
contables, pero éstas son "técnicas" y mejoran con
la normalización; aquélla no lo es y debe, al
contrario, reflejar la diversidad.

Naturalmente, se puede pedir a las grandes empresas que
se ajusten a una lista de prohibiciones: no arrojar mercurio a
los ríos, no emplear a niños para tareas
peligrosas, etcétera, pero lo que practican como
"prescripciones" a modo de altruismo depende sin lugar a dudas de
lo que consideren virtuoso para dedicarle su dinero.

La idea de que un conjunto de activistas autonombrados,
junto con algunos gobiernos y organismos internacionales, puede
determinar lo que una gran empresa debe hacer a modo de
responsabilidad social empresarial contradice la idea liberal de
que debemos pedir que se persiga la virtud, pero no de forma
particular. En un momento en el que el mundo está
subrayando la importancia de la diversidad y la tolerancia, es
una desfachatez proponer que las grandes empresas normalicen su
idea de cómo desean fomentar el bien en el
mundo.

Incluso cuando en el programa de Río+20 figura
algo más propiamente "medioambiental" –por ejemplo,
el abastecimiento de agua–, predominan las trivialidades.
Así, ahora se va a consagrar como un "derecho" la
disponibilidad de agua potable. Tradicionalmente, en las
convenciones sobre los derechos humanos hemos distinguido los
derechos civiles y políticos (vinculantes), como, por
ejemplo, el derecho a habeas corpus, de los derechos
económicos (desiderativos), porque estos últimos
requieren recursos. Desdibujar esa distinción -con lo que
se pasa por alto el problema de la escasez- no es una
solución.

Al fin y al cabo, se puede interpretar la
"disponibilidad" conforme a muchos criterios y, por tanto, con
infinidad de formas: ¿cuánta agua? ¿A
qué distancia de los diferentes hogares (o con
tubería hasta cada una de las casas)? ¿Con
qué costo? Esas decisiones tienen consecuencias diferentes
para la disponibilidad de agua y deben competir, en cualquier
caso, con otros "derechos" y usos de los recursos.

Así, pues, no se puede considerar, a fin de
cuentas, la disponibilidad de agua propiamente un "derecho". Es
más bien una "prioridad" y los países
diferirán inevitablemente unos de otros en el orden con el
que la apliquen.

Si bien ésos son "pecados por comisión",
los "pecados por omisión" en Río+20 son aún
más flagrantes. Para tratarse de una conferencia que debe
abordar la "sostenibilidad", hay motivos para lamentar la falta
de esfuerzos heroicos para acordar un tratado que suceda al
Acuerdo de Kyoto. Si las hipótesis cataclísmicas
que entraña la desatención del cambio
climático son válidas -y los cálculos
extremos, podrían resultar, conviene decirlo,
políticamente contraproducentes, al parecer
inverosímiles o, peor aún, al producir un "efecto
Nerón" (si arde Roma, festejémoslo)-, se debe
considerar que la falta de medidas en Río+20 es un fracaso
histórico.

Pero una omisión equivalente es la debida a la
insostenibilidad política cada vez mayor de nuestras
sociedades, no por los problemas financieros inmediatos, como los
que afligen a Europa y amenazan al mundo, sino porque los medios
de comunicación modernos han vuelto visibles para todos
las disparidades en las fortunas de los ricos y de los pobres. Se
debe instar a los ricos a que no hagan ostentación de su
riqueza: el despilfarro entre mucha pobreza provoca
ira.

Entretanto, los pobres necesitan posibilidades de
aumentar sus ingresos, que sólo pueden llegar mediante el
acceso a la educación y las oportunidades
económicas, tanto en los países pobres como en los
ricos.

"Menos exceso y más acceso": sólo unas
políticas basadas en ese credo garantizarán la
viabilidad de nuestras sociedades y el logro de una
"sostenibilidad" auténtica.

(Jagdish Bhagwati is University Professor of Law and
Economics at Columbia University and a senior fellow at the
Council on Foreign Relations. A renowned expert on international
trade, he has served in top-level advisory positions for the
World Trade Organization and the United Nations, including
Economic Policy Adviser to the Director-General, GATT (1991-93),
and Special Adviser to the UN on globalization. He is the author
of many books, including In Defense of Globalization)

– Cumbre de Rio: ¿lugar para el optimismo? (El
País – 2/7/12)

(Por Daniel Arenas, Profesor del Instituto de
Innovación Social de ESADE)

Uno de los fracasos más sonados
de Río+20 es la falta de medidas concretas para eliminar
los subsidios de los combustibles fósiles y otras
actividades claramente nocivas para el medioambiente. Existe un
baile de cifras sobre esta cuestión, debido a la falta de
acuerdo sobre el concepto de subsidio. Según la Agencia
Internacional de la Energía, el 2010 los estados se
gastaron 409 billones de dólares para bajar el precio del
petróleo, el gas natural y el carbón; un gasto que
subió un 36 % respecto al del año anterior. Se
trata de ayudas seis veces superiores a las que reciben el
biodiesel, la energía eólica y la solar, que
sólo subieron un 10 % en el último año. El
G20 ya había anunciado la eliminación de estos
subsidios en 2009, pero los datos no mejoran.

Algunos gobiernos justifican los subsidios diciendo que
su eliminación perjudicaría gravemente a los
más pobres, que deberían pagar más cara la
energía. En realidad, sería mejor buscar formas
más directas de hacer llegar las ayudas a los que las
necesiten de verdad y que sean ellos los que decidan cómo
invertir el dinero. No hace falta darle más vueltas: se
trata de aplicar las mismas ideas del libre mercado que tanto se
defienden en otros campos para que todas las fuentes de
energía puedan competir en pie de igualdad y para que
exista un esfuerzo serio para reducir el consumo
malbaratador.

En definitiva, los grandes perdedores
de la cumbre Río+20 son las generaciones futuras,
empezando por nuestros hijos, a quienes dejamos un mundo menos
habitable. El otro perdedor es la idea del multilateralismo, que
algunos ya dan por enterrado, como mínimo en cuanto a la
protección de la biosfera
. Se confirma que, comparado
con la primera conferencia de Río, hoy el poder global
está mejor repartido, con el inconveniente de que cada vez
cuesta más llegar a acuerdos. Pero ¿ha habido
ganadores? Seguramente se sienten así los representantes
de países en desarrollo, como Brasil, que no quieren
comprometer su crecimiento a corto plazo; los de China,
alérgicos a interferencias en la soberanía; los de
los Estados Unidos, en medio de una campaña electoral
centrada en la inmigración, la sanidad y el paro.
¿Y los representantes europeos? Ya no pueden tirar del
carro ellos solos, ni quieren poner sobre la mesa un cheque tan
grande para convencer a los demás.

Vistos los pobres resultados, se puede ser cínico
sobre la conveniencia de cumbres como Río+20, con el gasto
y el impacto medio ambiental que conlleva movilizar unas 50.000
personas. Pero, ante este panorama desolador, no flaqueamos: en
Río se han expuesto gran cantidad de experiencias
esperanzadoras lideradas por la sociedad civil, las empresas, los
emprendedores, las ciudades y las comunidades locales. Y se han
visto multitud de colaboraciones entre estos actores para tratar
temas como la deforestación provocada por el aceite de
palma y promover la agricultura sostenible o el uso sostenible
del agua en diferentes continentes. El dinamismo de los distintos
sectores de la sociedad y la voluntad de algunos países de
avanzar de forma unilateral, sin esperar que las soluciones
lleguen de los grandes acuerdos intergubernamentales, son las
únicas fuentes de optimismo.

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