El amor en la Lucha de
Masas
Decimos que la lucha de Masas puede darse en cualquier
lugar. Nada tiene que ver con el tiempo y con el espacio. Lo
mismo da que se libre en una multinacional, o en una
institución del Estado. Las Masas Aman y destruyen al
amar. No saben lo que aman o lo que destruyen, porque producen
amor, se hinchan, se ponen robustas, se aparean, y engendran, sin
saber si lo que hay en frente es un policía o un asistente
social. Las Masas hacen el amor con la vida, con el aire, con la
tierra, y son lo que les da vida a esa misma tierra. Por todos
lados, por toda la periferia, nacen Centros en los que Las Masas
toman fuerzas, se alimentan, comienzan a mimarse.
El lenguaje de las Masas es un lenguaje que está
lejos de ser propio de un género. Las Mujeres no entienden
nada del amor: son demasiado maternales para eso. Las mujeres,
con su amor maternal, hieren a las masas, las estupidizan o las
edipizan. Las Masas Aman sin razón, acarician a una hoja,
besan la primavera. Nada esperan cuando aman respecto al ser
amado. El ser amado se llena de vida con las caricias de las
masas, pero nada deberá dar a cambio.
Allí donde la mujer reclama al hijo por no
devolverle todo el amor que ella le dio, las Masas lo entregan
todo, olvidándose al mismo momento en que dan, de todo lo
que dan. Donde queda el resentimiento, las Masas ya no
están: alguna mujer que fue atravesada por las
masas.
Los hombres nada entienden de esto: buscan mujeres, que
contengan su amor. Las mujeres los esperan a ellos, para darles
la teta. Ellos se las chupan, y ellas viven de eso. Los pezones
crecen, y el futuro niño ya está esperando para
nacer. Pero, si no hubiesen pasado las masas por allí,
nadie hubiese podido siquiera vivir, ni siquiera las
masas.
Hasta los amigos dependen de las masas para vivir: hasta
las masas dependen de los amigos, para ser masas. Pero ellas
entran y salen, no quieren dejar de ser masas: los amigos, las
mujeres y los hombres, extrañan las masas cuando ellas los
abandonan. Algo de ellas queda, por supuesto, pero ya no son las
mismas. Y los amigos no toleran tampoco el algo de ellas
que ya no está, que ya es otra cosa, en otra amistad, en
otra parte.
Pero…a dónde se van las masas, cuando dejan
amigos, parejas, familias, solas, o inanes?: se vuelven al
Centro, donde se revitalizan, porque mucho tiempo en esos lugares
sería suicida. Lecho de guerra, Centro de
ebullición, caos orgiástico donde las masas vuelven
a reproducirse: el Centro brota en toda la periferia, que al
brotar ya no es periferia, explota como partículas que ya
no son lo que eran (parte de la periferia). Pero al explotar ya
otra vez compone periferia, la recrea, renace ella con nueva
fuerza (otra familia invadida, otra amistad que rejuvenece: amor
de las masas: no es una guerra sanguinaria, convencional, es un
amor-guerrero, que nada deja cuando pasa, que todo arrastra a su
paso).
Las Masas no tienen problemas con el espacio ni con el
tiempo. Se acercan a los lugares donde ven una oportunidad, se
multiplican allí, para que nazca la Primavera. Sienten la
oportunidad política, la posibilidad de experimentarla.
Las atrae esa posibilidad: las mueve la ley de la
experimentación. Allí donde no hay Programa,
allí donde nada se sabe acerca de lo que puede ocurrir,
ellas se sienten a gusto, porque puede ocurrir de
todo.
Ellas necesitan Crear, esa es la relación que
tienen con la vida. Y sin amar a la vez, cómo
podrían hacerlo?. Crean mujeres hermosas, les acarician y
les hacen crecer el pelo, les ponen perfumes, las pintan de
colores, dibujan alas sobre ellas, y ellas comienzan a volar. Lo
propio hacen con los pájaros, aman todo lo que vuela, nada
que pueda quedarse en la palma de una mano, y que quiera ser
sujetado.
Lo que hace el Centro con el amor, es producirlo,
inventarlo. Pero el amor crea también al Centro. Ambos
Crean instalados en un lugar de la periferia, en una hora, pero
deliran tiempo y lugar.
El Centro se crea descomponiendo a la periferia.
¿Cómo amar con todo el cuerpo?. Cómo
respirar solo amor?. Como penetrar con todos los órganos,
como ser penetrado a la vez?. ¿Cómo ser el mismo
pájaro que vuela, descomponerse en el aire, nube y colores
salpicados, para amamantar a ese pájaro, que vuela?: el
Centro no puede dejar de preguntarse todas estas cosas. Ama
desquiciadamente, lo ama todo, quiere desintegrase en ese amor.
Los inventa (a los amores) porque la periferia le muestra
imágenes del amor que el Centro no engendró.
"Amarás así -le dice la periferia- a esta mujer, a
este niño, a este maestro, a esta bandera, de este modo.
Tendrás tu hogar, amarás ese lecho".
Pero el Centro inventa personajes, les da vida, y es
víctima de los personajes que inventa. Cree en eso, no son
ficción. Se enamora de los personajes, con pelos de
indios, piel de cristiano, órganos de pájaros, cola
de pescado. Personajes que deambulan por las calles de noche, en
busca de alguna presa, y se conocen en los baldíos, para
amarse desquiciadamente, sin ningún motivo. Y en la medida
en que se aman, se rebelan contra su Creador, el
Centro.
El Centro no sabe qué hacer con lo que crea, los
personajes lo invaden en los sueños, y transforman su modo
de soñar. Al levantarse , el Centro ya no puede siquiera
vivir la vigilia como Centro. Ocupado por Masas impersonales,
monstruos que se aparean y se masturban, monstruos que eyaculan
lo que engendran, monstruos que orinan su propio nombre. El
Centro ya no los ama, ellos lo aman a él: Tanto amor
produce el Centro. Crea máquinas que lo desbordan: Las
Masas.
El Centro, la gran máquina donde se crean las
Masas. Música, la música aviva el fuego en el que
ellas se tornean. Un incendio en el que aparece un amor
desquiciado, que irradia con su incandescencia a la periferia.
Arrasa con todo, pero amando. Así es como el centro
destruye: no conoce otra forma de hacer la guerra que no sea
amando.
Una mujer conoce a un extraño, en un lugar
conocido. El extraño juega con muchas máscaras. La
mujer con las máscaras autorizadas. Van juntos, la
música los hace danzar. El Centro se deja llevar por ella.
Son la música que danzan. Se olvidan de sí.
Dónde esta el Centro?. Ni siquiera la periferia puede
hacerse la pregunta.
Una dulce trompeta empuja desde el fondo. Ya no hay
preguntas. ¿Alguien sabe qué cosa es lo dulce?. Un
platillo de cristal, dorado refulgura, en los pies de ella y de
él. Se van, a la casa de ella. Ella no se acuerda de
dónde vienen. Surge la periferia, frente al miedo, el
centro Cede, y confiesa su nombre: otra trampa para ella. Ella se
ablanda, una Trampa para él. Trampa sobre trampa, la
periferia y el Centro se confunden. Ella abre las piernas, y mira
a su padre que la penetra. Él sabe que es Dios. Ella
resplandece. El la penetra lentamente, y detiene su miembro en
sus entrañas. ¿Están haciendo el amor?. No
están. Lo que no está no puede hacer. No
hay acción. La invasión fue casi total. Delirio.
Luces, dioses. Todos son esclavos del Centro.
La periferia vive feliz: es la guerra total, cuando
ambos se confunden en masas indiscernibles: el Centro de la lucha
de masas: sexo, pero también danza, pero también
amor, pero todo eso sin ser nada, sólo siendo. El Centro
es lo que está siendo, nunca Es. O no en este momento:
cuando la guerra, es decir, el amor, se torna incluso en contra
del propio centro que lo produjo: ya ni puede separarse de la
periferia: él que creía ser el Gran Afuera
Insurrecto (G.A.I).
Agacha la cabeza, se inhibe. La culpa lo invade. Se
autodestruye. Inventa amores desquiciados condenados a ser
aniquilados por la periferia. Pero no puede hacer otra cosa.
Guerrea. Inventa indios que ya no existen. Inventa luchas
perdidas. Cree ir hacia el futuro y repite la historia. Indios
que se matan entre sí. Amores en selvas
clandestinas.
Todo es verde, pero flores, pero aire, pero olores, que
se marchitan. Muere en la periferia, sabe que muere. Pero juega a
perder. La culpa lo destruye. Pero ama, no puede dejar de
hacerlo. Compra amores que la periferia vende, y sigue así
su destrucción. Se viste con los ropajes de la periferia,
y así sobrevive. El Chat. El Faces. La depresión,
el pasado. Enfermedades que lo rotulan. Psiquiatras que viven de
él. Medicamentos. Y el trabajo: la institución y
todos sus compañeros. El Centro se pone autorreferencial.
Ya no es pura creación. Crea con los elementos de la
periferia. Instancia de derrota. La guerra sigue, pero el centro
lleva las de perder. Quisiera morir antes que dejar de ser
centro.
Busca todas las formas, pero hay algo que lo aferra a la
vida: todavía no dejó de ser centro.
Preferiría el Terror, sembrar el Terror, antes que dejar
de serlo. Pero tampoco cree en el terror, otro recurso de la
periferia. Él guerrea por amor, esa es la diferencia.
Busca crear una alternativa: electroshock. Nadie lo aconseja ya,
pero él Cree en eso: inventa un electroshock. Y sale
gracias a su invento: sólo así puede salir el
Centro. Vive de sus creaciones, no puede hacer otra cosa, no
puede vivir de otro modo. Si yo dijera que soy el Centro, otra
vez el centro cae. El alimento del Centro es la creación,
a través de la despersonalización. Pero era
necesaria la caída en la autorreferencialidad, para tomar
fuerzas y no morir en la periferia.
Me gustaría explicarles a los psicólogos
lo que es hoy la psicología. Si tuviera prensa, si pudiera
publicar, necesitaría destruirlos, no a ellos, si no a sus
ropajes. Hay ropajes que experimenté en sus consultorios,
y ellos vivieron de esos ropajes. Nunca lo reconocerán, me
tendrían que pagar ellos a mí. El
psicoanálisis crea sus enfermos para poder vivir de ellos.
Los laboratorios miman a los psiquiatras. Los psiquiatras miman a
Papá y a Mamá, aunque los cuestionen.
La Familia, y el psicoanálisis, los psiquiatras y
los psicólogos, los terapeutas ocupacionales, los
carceleros, lacra poderosa, a la que tanto culto hay que
rendirle, para poder salirse de ellos. Los trabajadores sociales,
los trabajadores sociales. Habrá que amarlos, amarlos
hasta morir. El Centro Ama a muerte. La consigna del Centro: Amor
o muerte. Y cuando ya no puede amar, prefiere morir. Inventa una
forma. Se mata, y vuelve a la vida. Ya no servía como
centro: ya no le servía a las Masas. Ya no las
podía crear.
Cuna embelezada. Sonidos de agua. Gotas, marea. Va y
viene, se mece. Para conceptualizarla hay que hablar así.
La fuerza que parte hacia el concepto que buscamos, sólo
podemos encontrarla en la poesía. Lo llamamos Lucha de
Masas, Centro, pero es otra cosa. Sólo porque no sabemos
qué otra cosa decir, lo llamamos de ese modo. En todas las
épocas, en todas las plazas, en todos los cantos, en toda
política donde brilló el amor, la esperanza, no
pudo haber otra cosa que Centros, creando, algo que la historia
mal denominó con nombres que ahora nada nos
dicen.
Hay que crear personajes para poder ser el Centro. Ser
desde el centro. Nada que tenga que ver con nosotros. El
centro aparece en la medida en que aparece el otro. Brillan
otros, diversos, multicolores, suenan todos, disonancia. Caos.
Nada esta sincronizado. No hubo ensayo previo.
La hoguera del Centro se enciende sin mecha. Hay fuego,
se escupe fuego desde el centro. Crece un personaje que no tiene
Yo. Nadie sabe quien habla. Todos están en un bar, leyendo
o bailando. Todos rodean al centro. La danza que rodea al centro
ya es hoguera. El Centro escupe fuego pero el fuego ya es Centro.
Los que bailan alrededor del centro quieren disolverse en la
hoguera, intentan entrar, se queman y se retiran. Danzan
cadenciosamente, y se dejan quemar. El fuego, es decir, la
hoguera, se deja enfriar. El Centro negocia con las personas que
lo rodean. Ellas quieren ser Centro, por eso negocia. Y en la
medida en que quieren ser Centro el centro quiere ser parte de
ellas, a costa de enfriarse un poco.
El Centro se expone. No puede No exponerse. Las guerras
de amor son guerras de exposición. Siempre apuntamos hacia
los lugares en los que nos disparamos a nosotros mismos. Siempre
que disparamos, algo de nosotros sangra. El amante se desintegra
cuando ama.
El amante del centro, es decir, el amante absoluto, no
espera reciprocidad. Derrocha ternura y placer, sexo, furia. No
puede separar todas estas herramientas del amor. Con ellas ama y
derrite al ser amado. Ser amado o amar, no hay diferencia. No hay
un ser propio del amor. El amor, se hace en el centro, para si
mismo, construyendo castillos destinados a desmoronarse. No es la
vida la que ama. No es el centro lo que es vida.
El centro ama la vida y la vida ama al centro. Pero cada
palabra que el centro emite hacia la vida es propiedad de la
vida, no del centro. En el Centro esta la vida. Siempre,
finalmente, diremos: en el centro esta la vida. Es decir, la
lucha de masas. O dicho de otros modo, las masas tienen vida
propia, y esa vida esta en el centro. El centro, es la vida de
las masas descentradas.
De esta forma el centro deviene literario. Es decir, ya
no hay forma de nombrarlo con la sintaxis conocida. La
gramática no puede hablar del centro: no puede hablar al
centro. El centro se nombra así mismo con un lenguaje
indescifrable. Plagado de letras que son dibujos en el aire,
humo, mezcla de formas escupidas por el fuego que él
emite, el centro se besa los labios con los que se nombra. Se
come la lengua. Se traga su nombre. El centro no puede nombrarse,
fracasa al hacerlo.
El Centro habla por obligación. Tiene que
escribir para hacerse entender, y lo hace sabiendo que miente.
Por eso juega con las palabras. Por eso deviene literario, aunque
no conoce nada de literatura. Y la literatura vive del centro.
Crecen los autores, los concursos, los lectores, los
bettSellers. Fuego marchito. El centro se apaga y emite
un alarido. Se queja, pero da las gracias, y se retira. Se
enciende en otro lado, y vuelve a dar las gracias. Y agradece
más que nada porque no puede permanecer un segundo
dormido. Antes que cerrar los ojos del todo, el centro emite un
quejido de agradecimiento. Nunca duerme con los dos ojos
cerrados.
Cuando esta despierto, necesita los dos ojos, las dos
orejas y todo lo demás. Por eso cuando duerme no puede
involucrar a todos los órganos. El sueño y la
vigilia se confunden para el centro. El centro no sabe discernir
lo que sueña de lo que vive en la vigilia. Escribe: cuando
duerme también escribe. Inventa una vida que
después vive cuando esta despierto. Estar despierto para
el centro es sinónimo de vigilia: porque estar despierto
es la frontera que separa al sueño de la vigilia. El
centro es el estar despierto, que atraviesa tanto al
sueño como a la vigilia. "Despertar", esa es la consigna
del centro. Emite fuego para despertarse y despertar.
Iluminar, irradiar, calentar, incendiar, enamorar: todo lo que el
centro sabe hacer.
La vigilia toma del sueño aquellos flujos que
atraviesan la frontera.
El Centro se prepara para el amor a través de la
guerra. La guerra, el disparar, es lo que el Centro genera para
librarse de las ataduras. Ataduras que impone la vida en la
periferia. El Centro, de contrabando, inventa personajes, y pasa
por la periferia. Con un libreto que siempre inventa. Juega la
danza de la seducción. Se deja llevar por el viento o por
el rocío, siente el aroma de la flor más delicada,
tiene el tacto tan sensible que cualquier Flor quisiera ser
tocada por él.
Los pétalos bordó, como seda, se erizan
cuando el Centro los roza con sus yemas. Son como la lengua de un
gato. Raspan la piel, lamen, hieren. Por donde pasa esa lengua
todas las pieles de la tierra se derriten. Primero se ablandan,
después se deforman, y después quedan como el agua.
El agua va y viene, pero no se sabe hacia dónde. Rodea a
las rocas, demasiado duras para resistirla. La horadan con los
años, lentamente pero de modo insidioso. El Centro arde,
no tiene horario para hacerlo, pero sabe que la piedra cede cada
vez más. No diferencia el corto ni el largo plazo: menos
los plazos Medios.
Al Centro le da lo mismo que sea hoy o mañana,
siempre está horadando. Y ¿cómo puede
importarle si lo esta haciendo bien si él no sabe hacer
otra cosa que horadar?. Y cómo puede importarle si
algún día llegará a terminar con la
piedra?…si sabe que mientras viva, la piedra seguirá
achicándose??. Inventa palabras el centro mientras carcome
la piedra.
Sabe que hay miles de palabras que todavía no
inventó. Y sabe que nunca sería bueno que
algún día las palabras desaparecieran. Esa
sería una de las modalidades de su muerte. Él sabe
que no quiere morir. Inventa palabras. Ama a la piedra porque
gracias a ella puede hablar. Le habla con ternura. Somos
compañeros, le dice. Yo creo en Compañeros. Ese
lenguaje me encanta, le dice el Centro, mientras la devora
lentamente, con dientes de roedor.
Autor:
Mauro Paradiso