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Los casos de la Francia de Colbert y la República holandesa



  1. El colbertismo en
    Francia
  2. El prodigioso
    crecimiento de los Países Bajos en el siglo
    XVII
  3. Bibliografía
    básica

El colbertismo en
Francia

El ejemplo arquetípico del nacionalismo
económico fue la Francia de Luis XIV. Luis
proporcionó la enseña -y el poder -, pero la
responsabilidad de elaborar la política y de su
ejecución correspondió a su primer ministro durante
más de veinte años (1661-83), Jean-Baptiste
Colbert. La influencia de Colbert fue tal que los franceses
acuñaron el término colbertisme,
más o menos sinónimo de mercantilismo tal y como
esa palabra se usa en otros idiomas. Colbert intentó
sistematizar y racionalizar el control del aparato de estado
sobre la economía que heredó de sus predecesores,
pero nunca lo consiguió del todo. La razón
principal de este fracaso fue su incapacidad para extraer
suficientes ganancias de la economía para financiar las
guerras y la fastuosa corte de Luis. Eso, a su vez, fue resultado
en parte del caótico sistema de impuestos francés,
si es que puede llamársele sistema, el cual Colbert fue
incapaz de reformar.

En principio, según la teoría medieval de
la monarquía, se suponía que el rey debía
mantenerse de la producción de sus dominios, aunque sus
súbditos, actuando a través de asambleas
representativas, podían otorgarle ingresos
"extraordinarios" en casos de emergencia, como la guerra. De
hecho, al final de la Guerra de los Cien Años varios de
tales impuestos "extraordinarios" se habían convertido en
parte permanente de los ingresos reales.

Por otra parte, a fines del siglo XV el rey había
obtenido el poder de aumentar las tasas e imponer nuevos
impuestos por decreto sin el consentimiento de ninguna asamblea
representativa para fines del XVI, resultado del aumento de los
impuestos, de la inflación de los precios y del
crecimiento real de la economía, los ingresos reales por
impuestos se habían multiplicado por siete en el curso del
siglo y por diez desde el final de la Guerra de los Cien
Años, en 1453. Pero ni siquiera esta balanza fiscal fue
suficiente para cubrir los gastos de las campañas en
Italia, la larga serie de guerras entre los reyes Valois de
Francia y los Habsburgo que abarcaron los primeros sesenta
años del siglo XVI, y las guerras civiles y religiosas que
siguieron. De esta forma, los reyes se vieron obligados a
recurrir a otros recursos para obtener fondos, tales como el
préstamo y la venta de cargos.

Los reyes franceses ya se habían endeudado en la
Edad Media, especialmente durante la Guerra de los Cien
Años, pero hasta el reinado de Francisco I (1515-1547) la
deuda real no se convertiría en una característica
permanente del sistema fiscal. A partir de entonces la deuda se
elevó de forma constante excepto en aquellas ocasiones en
que la corona arbitrariamente suspendía los pagos de
intereses y reducía el valor del capital. El efecto de
tales bancarrotas parciales fue empeorar todavía
más las condiciones de los préstamos a la
monarquía; pero se continuaron solicitando, incluso a
tasas de interés más onerosas. Además de por
los préstamos, la corona obtenía ingresos a
través de la venta de cargos (jurídicos, fiscales y
administrativos). La venta de cargos no era desconocida en otros
lugares, pero en Francia se convirtió en una
práctica habitual. Algunas autoridades afirman que produjo
hasta un tercio de los ingresos reales, lo que es probablemente
una exageración, pero se puede decir a ciencia cierta que
en muchos años produjo hasta un 10 ó 15 por ciento
de los ingresos.

Esta práctica satisfizo sus propósitos
inmediatos, pero a la larga su efecto fue totalmente perjudicial.
Creó una multitud de nuevos cargos que no tenían
función o cuyas funciones eran adversas para las masas (en
algunos casos dos o más individuos eran propuestos para el
mismo cargo), suponiendo una carga creciente para el gobierno y,
en última instancia, para los que pagaban los impuestos;
puso en estos cargos a hombres incompetentes, e incluso sin
ningún interés en desempeñar sus deberes,
estimulando así la ineficacia y la corrupción; y
permitió el acceso de plebeyos ricos a la noblesse de
la robe,
desviando su riqueza de la empresa productiva al
servicio del estado, al tiempo que los eximía de cualquier
impuesto.

A pesar de la multiplicación de cargos y
funcionarios, la corona se vio obligada a confiar en la empresa
privada para obtener el grueso de sus impuestos, a través
de la institución de los campesinos recaudadores. Estos
individuos, generalmente ricos financieros, acordaban con el
estado pagar una suma global de dinero a cambio del privilegio de
recaudar ciertos impuestos especificados, como podían ser
las aides (impuestos indirectos aplicados a una amplia
gama de mercancías), la odiada gabelle
(originalmente un impuesto indirecto sobre la sal, que se hizo
fijo sin tener en cuenta la cantidad de sal comprada o
consumida), y especialmente los numerosos aranceles y peajes que
se obtenían del tránsito de mercancías,
tanto dentro del país como en las fronteras. Colbert
deseaba reformar este sistema, especialmente aboliendo los
aranceles y peajes internos, pero la necesidad de ingresos de la
corona era demasiado grande, y no pudo.

En los últimos decenios de Colbert, sobre todo el
economista Jacques Turgot, intentaron de hecho reformar el
sistema y crear un comercio interno libre; pero la
oposición de los intereses creados, entre ellos los de los
funcionarios, los campesinos recaudadores y la aristocracia,
obligó a Turgot a abandonar el cargo. Al final
sería la incapacidad del sistema fiscal para producir
suficientes beneficios lo que condujo a la convocatoria de los
Estados Generales de 1789, principio del fin del Antiguo
Régimen.

Aparte de sus tentativas de reformar y aumentar los
ingresos del sistema fiscal, tanto Colbert como sus predecesores
y sucesores intentaron incrementar la eficacia y la productividad
de la economía francesa del mismo modo en que un sargento
instructor trata de intensificar el esfuerzo de sus soldados.
Promulgaron numerosas órdenes y decretos con respecto a
las características técnicas de los
artículos manufacturados y el proceder de los mercaderes.
Fomentaron la multiplicación de gremios con la
intención teórica de mejorar el control de calidad,
aunque su objetivo real era obtener más beneficios.
Subvencionaron las reales fábricas "manufactures
royales"
para abastecer a los señores de la realeza
con bienes de lujo y también para establecer nuevas
industrias. Por último, para asegurar una balanza de pagos
"favorable", crearon un sistema de prohibiciones y altos
aranceles proteccionistas.

Los reyes franceses comenzaron a intentar centralizar su
poder sobre el país, y con ello el control de la
economía, después de la Guerra de los Cien
Años. Luis XI (1461-83) prohibió a los mercaderes
franceses acudir a las ferias de Ginebra y al mismo tiempo
concedió privilegios especiales a las de Lyon, lo que pudo
contribuir su crecimiento. Extendió asimismo el control
real a los gremios municipales, pero esto fue principalmente para
aumentar los ingresos reales. Resultado de las guerras de Italia
fue el aumento de la demanda, por parte de la aristocracia, de
los exquisitos bienes de consumo que el rey y sus oficiales
habían encontrado allí. Francisco I y sus sucesores
reclutaron a artesanos italianos y los establecieron en reales
fábricas privilegiadas para la producción de seda,
tapices, porcelana, cristalería de lujo y similares. Estas
industrias tuvieron una importancia cultural y artística
significativa en los siglos siguientes, pero, a excepción
de la de la seda, su impacto económico inmediato fue
nimio. Las guerras civiles de religión que tuvieron lugar
desde 1562 hasta 1598 ocasionaron muchos daños y
destrucción, e hicieron imposible una política
económica consistente y coherente.

El hombre que, incluso más que Colbert,
debería ser considerado como el fundador de la
tradición francesa del étatisme
(estatismo) en asuntos económicos fue el duque de Sully,
primer ministro de Enrique IV (1589-1610). A Sully se le
considera como un activo y eficaz administrador que
incrementó los ingresos y redujo los gastos, pero su
ambiguo legado está simbolizado principalmente por dos
medidas (generalmente atribuidas a Enrique) tomadas en 1598, poco
después de haber consolidado Enrique sus poderes como
rey.

Por una parte, en el Edicto de Nantes Enrique
concedió una tolerancia limitada a los protestantes (Sully
fue uno de los principales consejeros que persuadió a
Enrique de que se convirtiera al catolicismo para fortalecer su
posición en el trono, pero el mismo Sully siguió
siendo protestante). Por otra parte, arbitrariamente, por
decreto, redujo el principal y las tasas de interés de las
elevadas deudas reales, en realidad una declaración de
bancarrota parcial por parte del trono. Aunque firme partidario
del absolutismo real, Sully, como sagaz financiero, se opuso a
las subvenciones que implicaban la creación de las reales
fábricas, pero Enrique las creó de todas formas; de
las cuarenta y ocho existentes a su muerte en 1610, cuarenta
habían sido establecidas desde 1603. El más famoso
de los logros de Sully fue la elevación del rendimiento de
los monopolios reales en la producción de salitre,
pólvora, municiones y especialmente sal. Estos monopolios
habían existido sobre el papel durante varias
décadas, pero su ejercicio había sido descuidado;
Sully los hizo observar con rigor, con el resultado de que el
rendimiento de la gabelle, por ejemplo, casi se
dobló durante su permanencia en el cargo.

Richelieu y Mazarino, los sucesores de Sully como
primeros ministros, carecían tanto de interés como
de habilidad en los asuntos económicos y financieros.
Siendo su principal objetivo (después de mantener sus
propias posiciones) el engrandecimiento de Francia en la arena
internacional, permitieron que las finanzas del Estado regresaran
poco a poco a las deplorables condiciones que imperaban antes de
Sully. La primera labor de Colbert, por tanto, fue restaurar
cierta apariencia de orden en el quebrantado estado de las
finanzas, lo que hizo, de forma característica, abrogando
aproximadamente un tercio de la deuda real. Sin embargo, el
renombre histórico de Colbert deriva de sus ambiciosos
aunque infructuosos intentos por regular y dirigir la
economía. Colbert no fue un gran innovador;
existían precedentes históricos
prácticamente de todas sus actuaciones. Lo que
distinguió su régimen, además del
relativamente largo tiempo que permaneció como hombre de
confianza de Luis XIV, fue el vigor de sus esfuerzos y el hecho
de que escribió copiosamente sobre ellos.

Uno de los objetivos principales de Colbert fue hacer de
Francia un país autosuficiente económicamente. Con
este fin promulgó en 1664 un extenso sistema de aranceles
proteccionistas; cuando se vio que esto no mejoraba la balanza de
pagos recurrió en 1667 a aranceles aún más
altos, prácticamente prohibitivos. Los holandeses, que
llevaban una gran parte del comercio francés, tomaron
represalias a su vez con medidas discriminatorias. Tales
escaramuzas comerciales contribuyeron al estallido de una guerra
real en 1672, pero esta terminó en tablas y, en el tratado
de paz que siguió, Francia se vio obligada a restaurar el
arancel de 1664.

Las medidas de Colbert relativas a la regulación
industrial tuvieron menos directamente que ver con el objetivo de
la autosuficiencia, pero tampoco fueron enteramente ajenas a
él. Promulgó detalladas instrucciones que
cubrían cada paso en la manufactura de literalmente
cientos de productos. En sí misma, la práctica no
era nueva, pero Colbert también estableció cuerpos
de inspectores y jueces que hicieran cumplir las regulaciones, lo
que aumentó considerablemente los costes de
producción. Los productores, así como los
consumidores, se opusieron a ellas e intentaron soslayarlas,
pero, en la medida en que se consiguió que se observaran,
dificultaron también el progreso tecnológico. La
Ordenanza de Comercio de Colbert (1673), que codificó la
ley comercial, fue mucho más beneficiosa para la
economía.

Como parte de su gran proyecto Colbert también
buscó crear un imperio en ultramar. Los franceses
habían establecido ya en la primera mitad del siglo XVII
avanzadas en Canadá, las Indias Occidentales e India,
pero, absorbidos por la política de poder europea, no les
suministraron mucho apoyo. Colbert fue al extremo opuesto,
asfixiando a las colonias con minuciosas regulaciones.
También creó sociedades anónimas de
monopolio para dirigir el comercio tanto con las Indias
Orientales como Occidentales (y otras similares para el comercio
con el Báltico y Rusia, Oriente y África). No
obstante, a diferencia de los modelos holandeses e ingleses, que
eran resultado de la iniciativa privada con la cooperación
de los gobiernos, las sociedades francesas eran en realidad
delegaciones del gobierno a las que los socios, entre los que se
contaban miembros de la familia real y la nobleza, habían
sido inducidos o forzados a invertir, y en pocos años
estuvieron todas al borde del colapso.

Colbert, aunque católico incondicional,
apoyó la tolerancia limitada que concedió a los
hugonotes el Edicto de Nantes. Sin embargo, a su muerte, su
débil sucesor consintió la decisión de Luis
de acabar con la herejía protestante, lo que
culminó en la revocación del edicto en 1685 y la
consiguiente huida de muchos hugonotes hacia atmósferas
más tolerantes. Este hecho, junto con la
continuación del asfixiante paternalismo de Colbert y las
desastrosas guerras de Luis, sumergieron a Francia en una seria
crisis económica de la que no emergería hasta
después de la Guerra de Sucesión
española.

El prodigioso
crecimiento de los Países Bajos en el siglo
XVII

El área que más ganó con los
cambios asociados a los grandes descubrimientos fue la
región que bañan el Mar del Norte y el Canal de la
Mancha: los Países Bajos, Inglaterra y el norte de
Francia. Abierta al Atlántico y a mitad de camino entre el
norte y el sur de Europa, esta región prosperó
enormemente en la nueva era del comercio mundial oceánico.
La Hansa alemana medró en el siglo XV, pero decayó
después al fortalecer el poder comercial de las ciudades
holandesas e inglesas.

Los holandeses empezaron inmediatamente a construir
barcos capaces de hacer viajes de varios meses rodeando
África hasta el Océano Indico. En menos de diez
años más de cincuenta barcos hicieron el viaje de
ida y vuelta entre los Países Bajos y las Indias. Estos
primeros viajes tuvieron tanto éxito que, en 1602, el
gobierno de las Provincias Unidas, la ciudad de Amsterdam y
varias compañías comerciales privadas formaron la
Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que
monopolizó legalmente el comercio entre las Indias y los
Países Bajos. Los holandeses concentraron su
atención en las fabulosas islas de las Especias en
Indonesia, y hacia mediados del siglo XVII habían
establecido ya su dominio tanto sobre las islas como sobre el
comercio de las especias de una forma más eficaz de lo que
los portugueses habían hecho nunca. También se
adueñaron del control de los puertos de
Ceilán.

En 1624 los holandeses intentaron conquistar las
colonias portuguesas en Brasil, pero tras dos décadas de
luchas intermitentes fueron expulsados por los mismos colonos
portugueses, con un poco de ayuda de la madre patria. Los
holandeses conservaron Surinam y unas pocas islas en el Caribe.
El mismo año en que los holandeses empezaron su conquista
del Brasil, otro grupo de colonos holandeses fundó la
ciudad de Nueva Amsterdam en el extremo sur de la Isla de
Manhattan. Reclamaron todo el valle de Hudson y los alrededores,
fundaron Fort Orange (Albany) y distribuyeron la tierra
según el sistema de propiedad de patrono entre familias
como los Rensselaer y los Roosevelt.

La política económica holandesa difiere de
forma significativa de las de las naciones-estado del resto del
continente. Para ello hay dos razones principales. Primero, la
estructura de gobierno de la república holandesa era muy
diferente de la de las monarquías absolutas de la Europa
continental. Segundo, la economía holandesa
dependía del comercio internacional en un grado mucho
mayor que la de cualquiera de sus vecinos más
grandes.

La Unión de Utrecht de 1579 – el acuerdo entre
las siete provincias del norte que más tarde se
convertirían en las Provincias Unidas de los Países
Bajos o República holandesa – tuvo más el
carácter de una alianza defensiva contra España que
el de constitución de una nación-estado. Los
Estados Generales, el cuerpo legislativo de la República,
se ocupaban exclusivamente de la política exterior,
dejando los asuntos internos en manos de los estados provinciales
y los ayuntamientos. Además, todas las decisiones
tenían que adoptarse por unanimidad, teniendo cada
provincia un voto; no llegar a un acuerdo requería que los
delegados volvieran a sus estados provinciales para consultar y
recibir instrucciones.

Los estados provinciales, por su parte, estaban
dominados por las ciudades más importantes. Las ciudades
estaban gobernadas por ayuntamientos que se autoperpetuaban,
constituidos por un número de miembros que iba de veinte a
cuarenta y que eran los dirigentes reales, los burgo-oligarcas,
de la República de Holanda. Originalmente los miembros de
esta oligarquía habían sido elegidos de entre los
mercaderes más ricos de las ciudades, al menos en las
provincias marítimas de Holanda y Zelanda; en las
provincias del este y del norte, menos urbanizadas, la nobleza
provincial y los agricultores acomodados desempeñaron
papeles más prominentes. Hacia mediados del siglo XVII se
generalizó la tendencia de extraer a los miembros de este
grupo dirigente conocidos como "regentes" de una clase
rentier de terratenientes y obligacionistas más
que de activos mercaderes. Sin embargo, los regentes
solían ser descendientes de familias de mercaderes, se
casaban entre sí y eran conscientes y sensibles a sus
necesidades y deseos.

Los holandeses establecieron su dominio mercantil a
comienzos del siglo XVII y este fue creciendo hasta por lo menos
mediados de siglo. La base de su superioridad comercial cran los
llamados "negocios-madre", que eran aquellos que conectaban los
puertos holandeses con otros del Mar del Norte, el
Báltico, el golfo de Vizcaya y el Mediterráneo.
Dentro de esa región los barcos holandeses
constituían tres cuartos del total. Del Báltico
traían grano, madera y pertrechos navales que eran
distribuidos por Europa occidental y meridional a cambio de vino
y sal de Portugal y del golfo de Vizcaya, de sus propios bienes
manufacturados, sobre todo tejidos, y de arenques.

La pesca del arenque ocupó un lugar único
en la economía holandesa, con un cuarto de la
población dependiendo de ella directa o indirectamente. El
arenque seco, ahumado y salado gozaba de gran demanda en una
Europa siempre escasa en carne fresca. Ya en el siglo XV los
holandeses habían perfeccionado un método para
curar el pescado en el mar, lo que permitía a sus flotas
pesqueras permanecer fuera durante varias semanas en lugar de
tener que volver a puerto cada noche. Pescando en las costas
escocesas e inglesas del mar del Norte tardaron en desbancar a
las pesquerías hanseáticas y escandinavas del
Báltico y pasaron a distribuir sus capturas por los
ríos alemanes, Francia, Inglaterra, el Mediterráneo
y el propio Báltico.

Los holandeses se especializaron en transportar las
mercancías de otros junto con sus exportaciones de
arenque, pero también exportaban otros productos
propios.

La agricultura holandesa, aunque ocupaba una
proporción bastante menor de mano de obra que la de
cualquier otro lugar, era la más productiva de Europa y se
especializó en productos de alto precio, como la
mantequilla, el queso y los cultivos de uso industrial. Los
Países Bajos carecían de recursos naturales tales
como carbón y minerales, pero importaban materias primas y
productos semielaborados tales como paño de lana en bruto
de Inglaterra, y los exportaban ya acabados. La industria de la
construcción de barcos, desarrollada hasta un alto nivel
de perfección técnica, dependía de la madera
del Báltico; sin embargo, abastecía no sólo
a las flotas pesqueras, mercantes y navales holandesas, sino
también a las de otros países. De forma similar,
las industrias de la lona y el cordaje obtenían el lino y
el cáñamo del extranjero.

La zona agrícola más avanzada de Europa
eran los Países Bajos. A lo largo de los siglos XVI y XVII
la agricultura holandesa experimentó un cambio
impresionante que merece que se le otorgue el nombre de primera
economía agrícola «moderna». La
modernización de la agricultura estuvo íntimamente
ligada al igualmente impresionante nacimiento de la superioridad
comercial holandesa; sin la una, no podría haberse dado la
otra. La clave del éxito de la agricultura holandesa fue
la especialización. En lugar de intentar producir lo
máximo posible en mercancías – agrícolas y
no agrícolas- necesarias para el propio consumo como
hacían la mayoría de los campesinos del resto de
Europa, los granjeros holandeses intentaban producir lo
más posible para el mercado, comprando también a
través de este muchos bienes de consumo, así como
bienes intermedios y de capital. Se especializaron en productos
de valor relativamente alto, especialmente ganado y productos
lácteos.

No todos los granjeros holandeses se especializaron
exclusivamente en los productos lácteos y ganado. La
horticultura ocupaba a muchos de ellos, especialmente en las
lindes de las ciudades. Algunos cultivaban cebada y lúpulo
para la industria cervecera, otros cosechas industriales tales
como lino, glasto, rubia y pastel. Incluso las flores se
convirtieron en objeto de explotación comercial
especializada. Los bulbos holandeses estaban tan bien
considerados que la especulación con ellos dio lugar a una
"tulipán-manía" en 1637. Los granjeros holandeses
tampoco dejaron de lado enteramente el cultivo de cereal; el
patriciado urbano estaba dispuesto a pagar un precio
relativamente alto por el pan de trigo.

Los Países Bajos del norte, especialmente Holanda
y Zelanda, se beneficiaron en gran medida de la
inmigración libre desde otras partes de Europa. Como
consecuencia inmediata de la revuelta holandesa, gran cantidad de
flamencos, brabanzones y valones, la mayoría de ellos
mercaderes y artesanos cualificados, inundaron las ciudades del
norte. La facilidad con que Amsterdam accedió a su
categoría de principal centro distribuidor de Europa fue
resultado, en parte, de la afluencia desde la postrada Amberes de
mercaderes y financieros que aportaron su experiencia capitalista
y su capital líquido. Durante los años que
siguieron los Países Bajos continuaron absorbiendo
capital, tanto financiero como humano, gracias a la afluencia de
refugiados religiosos de los Países Bajos del sur,
judíos de España y Portugal, y, a partir de 1685,
hugonotes de Francia. Estas migraciones contribuyeron, tanto como
simbolizaron, a una política de tolerancia religiosa en
los Países Bajos única en su tiempo. Aunque los
fanáticos calvinistas intentaron imponer ocasionalmente
una nueva ortodoxia religiosa, la oligarquía mercantil
logró mantener la libertad religiosa, a la vez que
económica, para católicos y judíos,
así como protestantes.

La preocupación holandesa por la libertad era
real, y especialmente respecto a la libertad de los mares. Como
pequeña nación marítima rodeada de vecinos
mucho más poblados y poderosos, los Países Bajos
encabezados, como siempre, por la provincia de Holanda y la
ciudad de Amsterdam se opusieron a las pretensiones de
España de controlar el Atlántico occidental y el
Pacífico, a las de Portugal de hacer lo propio con el
Atlántico sur y el Océano Indico, y a las de Gran
Bretaña relacionadas con los "mares británicos",
entre ellos el Canal de la Mancha. El jurista holandés
Hugo de Groot (Grotius) escribió su famoso tratado
Mare Liberum ("La libertad de los mares"), destinado a
convertirse en las bases de la ley internacional, como memorial
en las negociaciones que llevaron a la tregua con España
en 1609. En las frecuentes y más o menos continuas guerras
del siglo XVII los holandeses insistieron en sus derechos, como
parte neutral, para transportar la mercancía a todos los
combatientes y se mostraron dispuestos a entrar ellos mismos en
guerra con tal de protegerlos. Sin embargo los mercaderes
holandeses no dejaban de comerciar por su cuenta y riesgo, con el
enemigo, práctica tácticamente aceptada por el
gobierno.

EI compromiso de los holandeses con la libertad en
asuntos de política comercial e industrial era ligeramente
más ambiguo. En general las ciudades, que eran las
unidades reales, siguieron la política de libre comercio.
No había aranceles que gravaran las exportaciones o las
importaciones de materias primas o bienes semiacabados que
tenían que ser procesados y reexportados; los aranceles e
impuestos de los bienes de consumo estaban destinados a obtener
ingresos, no a proteger las industrias nacionales.

El comercio de metales preciosos, en particular, era
totalmente libre, en sorprendente contraste con la
política de otras naciones. Amsterdam, con su banco, su
bolsa y su balanza de pagos favorable, se convirtió
rápidamente en el emporio mundial del oro y la plata. Se
ha estimado que entre un cuarto y la mitad de las importaciones
anuales de plata del imperio español terminaron en
Amsterdam, incluso durante la Guerra de la Independencia
holandesa.

La libertad era también la regla en la industria.
Aunque existían los gremios, ni estaban tan extendidos ni
eran tan poderosos como en otros países; la mayoría
de las industrias importantes operaban enteramente fuera del
sistema gremial. Más restrictiva, en cambio, eran las
regulaciones impuestas por las ciudades más grandes en los
distritos que las rodeaban, lo que impidió el crecimiento
de industrias rurales.

La excepción más importante a la ausencia
de regulaciones en el comercio y la industria holandeses la
constituyó el "Gremio de la Pesca", sancionado por el
gobierno, que regulaba la pesca del arenque. Solo se
permitía a los barcos de cinco ciudades tomar parte en la
"Gran Pesca", diferente de la de arenque fresco local para el
consumo doméstico. El Colegio autorizaba a los
navíos a controlar la cantidad y también
imponía estrictos controles de calidad para conservar la
reputación del arenque holandés. Esta
política restrictiva resultó muy beneficiosa
mientras los holandeses mantuvieron su cuasimonopolio en el
mercado europeo, pero a medida que otras naciones fueron
adoptando la tecnología holandesa contribuyó al
estancamiento y por último al declive del comercio del
arenque, sintomático -y en parte causa- del declive de la
economía holandesa en su conjunto.

Pero el alejamiento más ostensible de los
holandeses de su regla general de libertad se dio en
relación con su imperio colonial. Así, el embajador
inglés en los Países Bajos afirmó
sinceramente: "Es mare liberum en los Mares
Británicos, pero mare clausum en la costa de
África y en las Indias Orientales". Al contrario que
España y Portugal, en donde el comercio con el imperio de
ultramar se consideraba un monopolio real, los Estados Generales
de los Países Bajos actuaron contra su costumbre en ese
aspecto no solo en relación con el control del comercio,
sino también con las potestades del gobierno hacia las
compañías anónimas privadas: la
Compañía de las Indias Orientales (para el
Océano Indico e Indonesia) y la Componía de las
Indias Occidentales (para la costa occidental de África y
América del Norte y del Sur).

Aunque instituidas inicialmente como empresas puramente
comerciales, las compañías pronto descubrieron que
para conseguir ser rentables en competencia con sus rivales
portugueses, españoles ingleses y franceses, por no hablar
de las aspiraciones y deseos de los pueblos con los que deseaban
comerciar, necesitaban establecer un control territorial. En la
medida en que lo consiguieron se convirtieron en "estados dentro
de un Estado"; la consecuencia cultural fue el monopolio del
comercio, por una parte respecto a sus propios compatriotas y,
por otra, en competencia con otras naciones.

Un gran centro de producción pañera
radicó en Flandes. Aquí, la materia prima utilizada
era, principalmente, la lana de oveja merina procedente de
Castilla, excelente para la fabricación de telas ligeras.
La unión de ambos países bajo la Monarquía
de Carlos V favoreció aún más las
posibilidades de un comercio regular de exportación e
importación de lana. Junto a la pañería, en
Flandes floreció también una industrial textil
artística de primera calidad como la tapicería. Los
bellos tapices flamencos con representaciones de escenas
bíblicas, mitológicas o históricas adornaron
ricamente las paredes de los grandes palacios de la
época.

Surgió una clase de mercader-fabricante
interesado en los negocios de exportación de textiles que
ideó formas de abaratar la producción y de romper
los límites impuestos por las corporaciones, sacando
provecho de la creciente demanda de paños. Estos
mercaderes-fabricantes rentabilizaban las posibilidades derivadas
del trabajo en el ámbito rural. Los campesinos
podían dedicar sus horas libres al trabajo de hilar o
tejer. Sus mujeres, y hasta sus hijos menores, podían
asimismo ayudar en ello. Obtenían así unos ingresos
complementarios que incrementaban el presupuesto familiar. El
empresario-comerciante les facilitaba la materia prima y el
instrumental necesario y recogía a domicilio los productos
elaborados o semi-elaborados para llevarlos a recibir las labores
de acabado en la ciudad. A este sistema se le conoce como
"domestic-system" o "putting-out".

Esta forma de organización industrial se
desarrolló en Flandes, sirviendo como alternativa a la
decadencia de la actividad textil en ciudades como Gante, Brujas
o Courtrai, pero también floreció en otros
ámbitos de la Europa industrial. Las fluctuaciones del
mercado internacional y los grandes riesgos derivados de la
elasticidad de la demanda la hacían más rentable
que la creación de grandes empresas centralizadas, que
exigían fuertes inversiones y gastos de mantenimiento y
que podían fácilmente quebrar debido a un cambio de
ubicación de los centros gravitatorios del comercio
internacional (Lis-Soly).

Junto a la industria tradicional y al "putting-out
system" de la industria textil hay que contar con una tercera
forma de organización industrial. Por su especial
contextura, actividades que alcanzaron un gran desarrollo como la
minería, la siderurgia o la construcción naval
exigían concentraciones de capital y mano de obra. Fueron
estos, prácticamente, los únicos sectores en los
que avanzó la industria concentrada de tipo
capitalista.

Bibliografía
básica

  • Rondo Cameron, Historia Económica
    Mundial. Desde el Paleolítico hasta el Presente
    ,
    Alianza Universidad Textos, Cuarta reimpresión
    1996

  • Selección de Lecturas de Historia
    Universal
    de Leonor Amaro Cano, La Habana, Editorial
    Pueblo y Educación.

  • Historia Moderna I. Selección de
    Lecturas
    . La Habana, Editorial Pueblo y
    Educación.

  • Historia General de las Civilizaciones.
    Maurice Crouzet.

  • Estudios sobre el desarrollo del
    capitalismo
    . Maurice Dobb.

 

 

Autor:

Jacqueline Laguardia
Martínez

 

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