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La cultura ético-axiológica humanista del profesional de la educación (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Todos estos planteos permiten connotar en la
concepción de la formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación que se presenta los contextos donde se despliega
el ejercicio de la profesión del educador.

  • Desde lo psicopedagógico:

Se asumen determinados postulados del enfoque
socio-histórico cultural
fundado por L.S. Vigotsky y
sus continuadores, particularmente las ideas de S. L. Rubinstein
y A.N. Leontiev[14]desde la Psicología de
orientación marxista.

Así, se concreta como fundamentos la
concepción dialéctica de las relaciones entre
aprendizaje y desarrollo, cuyo eje central es el concepto de
zona de desarrollo próximo de
(Vigotsky,1988).

Para él, la psiquis es entendida como una entidad
dinámica variable, producto del desarrollo
histórico de la sociedad, en el cual el desarrollo
individual pasa por transformaciones tanto estructurales como
funcionales. Plantea que las funciones psíquicas
superiores son un producto de la apropiación de la
experiencia histórico-social acumulada por la humanidad y
que se encuentra en los objetos y fenómenos que, a su vez,
constituyen síntesis del decursar histórico de la
humanidad; o sea, la apropiación constituye el
mecanismo fundamental por el cual se produce el desarrollo
psíquico humano.

Introduce Vigotsky en la relación hombre-mundo,
concretada como una relación sujeto-objeto, un elemento
mediador, que él llama instrumento; para él, el
adulto desempeña un papel decisivo como mediador de la
relación sujeto-objeto y como portador de las formas
más generales y concretas de la experiencia
histórico-social y de la cultura, contenidas en los
objetos de la realidad circundante del sujeto.

La concepción Vigotskiana de zona de
desarrollo próximo
no sólo funciona en el
niño, sino durante todo el ciclo vital del hombre,
teniendo en cuenta que la enseñanza va delante del
desarrollo, conduciéndolo y creando nuevas posibilidades
para el desarrollo posterior; por lo que es totalmente funcional
en la educación superior. Esto es un fundamento importante
para concebir la instrucción y la educación
ética del futuro profesional de la
educación.

Según su teoría, las estructuras formales
de la mente se forman como producto de la
apropiación del bagaje cultural producido por la
evolución histórica de la humanidad que se
transmite en la relación educativa; estas se comunican de
generación en generación y no sólo implican
contenidos, conocimientos, también suponen formas,
estrategias, modelos de conocimiento, que el individuo capta,
comprende, asimila y practica; por esto se resalta el valor de la
instrucción y se le da gran peso a la actividad
tutorada[15]

Del modelo de Orientación Educativa
(Suárez, C. y Del Toro M. 1999) se asumen los postulados
que refrendan la orientación desde su función
preventiva, como una relación de ayuda que implica el
desarrollo de las potencialidades de cada sujeto a través
del diálogo y de un amplio proceso interactivo.

Desde el reconocimiento de estas autoras acerca de la
orientación educativa como un proceso con carácter
estratégico, sistémico, metodológico y
educativo, se significa su sentido potenciador en el desarrollo
de la subjetividad del profesional de la educación y
particularmente en la apropiación de una cultura
ético-axiológica humanista, a través del
proceso interactivo que tiene lugar en el contexto de su
formación inicial.

Permite advertir el proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista del profesional
de la educación como un tipo especial de
orientación educativa encaminada a desarrollar los
recursos personales del sujeto como herramientas para la
comprensión del sentido eminentemente
ético-axiológico humanista del ejercicio
profesional pedagógico.

Se tiene en cuenta el enfoque desarrollador del
aprendizaje y de la enseñanza
elaborado y desarrollado
por Castellanos D., Castellanos B., Llivina M. y otros (2002), en
el cual el aprendizaje se concibe como un proceso que ocurre a lo
largo de toda la vida y que se da en diferentes espacios, en
él cristaliza la dialéctica entre lo
histórico-social y lo individual-personal y supone el
tránsito de lo externo a lo interno, de lo inter a lo
intrapsicológico, de la regulación externa a la
autorregulación, posee un carácter intelectual y
emocional y es un proceso de participación,
colaboración e interacción.

El enfoque antes aludido constituye un sistema
conformado por: los contenidos o resultados del
aprendizaje
(¿qué se aprende?), estos son
diversos, se resumen como cognoscitivos, procedimentales y
valorativos; los procesos o mecanismos del aprendizaje
(¿cómo se aprende?), se aprende en la actividad y
como resultado de la misma, es regulado y en un nivel superior
autorregulado, es constructivo por cuanto no constituye una copia
reproductiva de la realidad y ha de ser significativo en el que
el nuevo contenido cobre un determinado sentido y debe ser
motivado; las condiciones del aprendizaje (¿en
qué condiciones se desencadenan los procesos necesarios
para aprender los contenidos esperados?), es mediado por los
"otros", que pueden ser el profesor, el grupo escolar, la cultura
expresada en el currículo, y también por la
actividad de comunicación como característica
esencial del proceso, el mediador fundamental es el maestro, es
cooperativo, significa interacción y comunicación
con otros, colaboración, y es contextualizado, ya que
transcurre en una realidad en la que está inmerso el
sujeto.

Estos fundamentos permiten en la concepción que
se presenta cualificar y caracterizar el aprendizaje ético
del profesional de la educación en
formación.

Por otra parte, se tiene en cuenta la concepción
de la comunicación educativa como instrumento del
proceso formativo. Un proceso verdaderamente educativo es aquel
en el que las relaciones entre el profesor y el alumno no son
únicamente de información, sino de intercambio, de
diálogo educativo, de interacción y de influencias
mutuas.

De esta forma, la comunicación educativa tiene
tres importantes consecuencias para el proceso formativo: la
creación de un clima psicológico favorable para el
diálogo, la optimización del aprendizaje y el
desarrollo de las relaciones profesor-alumnos y entre el grupo de
alumnos.

Otro fundamento lo constituye la comprensión
de la autonomía humana
(Morín, 1998), como
aspecto sustancial en la Teoría de la
Complejidad[16]que se comprende como un proceso
complejo que depende de condiciones culturales y sociales,
implica la posibilidad de reflexionar y elegir entre un
cúmulo de ideas que una cultura determinada puede ofrecer,
si previamente se ha aprendido un lenguaje, un saber que vincule
al individuo a esa cultura, por lo que la autonomía se
nutre de la dependencia: del lenguaje, de la educación, de
la cultura, de la sociedad y también de los genes. Este
planteo permite comprender en esta tesis el vínculo
estrecho entre heteronomía moral y autonomía moral
y cómo se transita de la primera a la segunda, a partir de
qué dependencias y condicionantes.

En este mismo ámbito se valoran los
principios para pensar la complejidad: el principio
dialógico, el principio de recursividad y el principio
hologramático.
Según este, el principio
dialógico permite asociar dos términos que pueden
ser a la vez complementarios y antagonistas y que permite
mantener la dualidad en la unidad; el principio de la
recursividad que permite comprender la relación
causa-efecto no de forma lineal sino en espiral y el
hologramático que permite explicar que no sólo la
parte está en el todo sino que el todo está en la
parte, por lo que se puede enriquecer el conocimiento de las
partes por el todo y del todo por las partes en un mismo
movimiento del conocimiento.

Estas son tesis básicas para concebir el propio
proceso formativo que se trata desde una visión diferente,
más a tono con la idea de que cualquier estudio que tenga
que ver con la condición humana ha de ser, por
necesidad, multifacético.

Es por eso que desde estos propósitos morinianos
se abstraen en este trabajo las perspectivas o dimensiones
ética y axiológica de la condición
humana
como el conjunto de elementos claves, tales como: la
aceptación, la solidaridad, la equidad y la justicia, que
constituyen valores universales y devienen rasgos esenciales que
la identifican.

Estos valores son expresión de lo humano
universal que al decir de Montoya J., Fuentes H. y Fuentes L.
(2012, pág. 359-360) "…propicia la propia estructura
concreta de la condición humana hacia el estado
dinámico de la existencia y la esencia que condiciona la
auténtica ética-estética de la
vida…"
y continúan plantando, "… de
ahí que la condición humana se proyecta hacia el
encuentro del porvenir, del devenir y por tanto de la dignidad
del hombre como en profundidad y totalidad de su
cultura…"

Se infiere entonces que la finalidad hacia la que se
proyecta la condición humana, en lo que esta autora llama
las dimensiones ética y axiológica de la misma, es
la dignidad del hombre, categoría
ético-axiológica que es premisa y síntesis
de los valores universales que se han definido como claves para
la condición humana en esta tesis.

La condición humana, por tanto, se legitima en la
práctica educativa a partir de un determinado sistema de
influencias educativas que favorezcan el ejercicio de los
elementos claves que la identifican, reconociendo su particular
relevancia en el contexto formativo del profesional de la
educación, atendiendo al hecho específico de que es
éste profesional y no otro quien tiene la encomienda
social de enseñar la condición humana a las futuras
generaciones, o como dijera un filósofo cubano:

"…una cultura del ser existencial para la
convivencia humana
, sin autoritarismo e intolerancias
estériles, como prerrequisito para el advenimiento de una
humanidad como ciudadanía planetaria, donde la
relación individuo–sociedad–especie se aborde
en toda su complejidad de mediaciones, determinaciones y
condicionamientos contextuales planetarios. Una ética que
propicie la democracia participativa y se construya en espacios
comunicativos, sobre la base de la razón y la sensibilidad
dialógicas". (Pupo, R. s/f, p.4)

La concepción pedagógica de la
formación de la cultura ética del profesional de la
educación se estructura como un todo, donde cada
componente está interrelacionado con el otro en una
expresión dialéctica de lo general y lo singular a
través de lo particular y de las relaciones entre el todo
y las partes.

La concepción pedagógica que se presenta
revela las regularidades cardinales del proceso de
formación de la cultura ética del profesional de la
educación, en tanto atañe una de las direcciones
fundamentales de la formación del sujeto como persona y
como profesional de la educación, y a su vez la de sus
futuros alumnos. Así mismo se visibilizan los nexos
fundamentales entre las categorías que se configuran en la
misma y que constituyen el núcleo del aparato
teórico-metodológico, así como las
relaciones esenciales que la conforman.

Para su conformación se apela a la
concepción teórico-metodológica del modelo
de formación de la universidad cubana actual, en
particular lo relacionado con las dimensiones del proceso de
formación, que en su integración expresan la
misión de preparar al universitario para un
desempeño profesional integral en la sociedad, en este
modelo el sistema de influencias educativas tiene el rango de
estrategia principal y se expresa en un enfoque integral para la
labor educativa que tiene su expresión concreta en el
Proyecto Educativo (Horruitiner, 2007).

II.2 Concepción pedagógica del proceso
de formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación.

La concepción que se presenta se caracteriza por
ser expresión de la articulación armónica
entre los elementos teórico-metodológicos precisos
que permiten conceptualizar y caracterizar
epistemológicamente el complejo proceso de
formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación desde la
formación inicial y que se derivan de la
integración orgánica del propio aparato categorial
de la Ética como ciencia filosófica, la
Pedagogía, la Psicología y la Filosofía de
la Educación como disciplinas científicas; de
ahí que se declare la misma como una concepción
pedagógica de raigambre filosófica
.

En la presente investigación se entiende por
concepción pedagógica una expresión
teórica articulada por el conjunto de ideas, conceptos y
categorías que, a partir de sus relaciones internas,
esenciales y estables, definen las peculiaridades de un proceso
pedagógico particular, donde se significan rasgos
cardinales de la formación del educando que aluden a
contenidos afectivos, valorativos, motivacionales y relacionales
y definen las cualidades personales del mismo.

De esta forma, se concibe esta concepción
pedagógica como una estructura integral y totalizadora, la
cual se articula a partir de las categorías esenciales que
caracterizan al proceso y sus relaciones primordiales entre la
formación humanista, la formación ética y la
formación axiológica y se sintetizan en la
formación de una cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación como la
categoría esencial que cualifica y tipifica la
especificidad del proceso, este se da a partir de la
dinámica de lo instructivo, lo educativo y lo orientador
desde la perspectiva de lo ético, donde el aprendizaje
ético deviene eje dinamizador, emergiendo así la
regularidad del aprendizaje ético meta-reflexivo, a partir
de la cual se revela el principio del carácter transverso
de lo ético en la formación del profesional de la
educación y el método formativo de diálogo
ético educativo.

Los elementos que articulan la concepción se
precisan en los siguientes:

  • Las relaciones entre las categorías
    formación humanista, formación ética,
    formación axiológica y formación de la
    cultura ético-axiológica humanista del
    profesional de la educación.

  • Las dimensiones del proceso de formación de
    la cultura ético-axiológica humanista del
    profesional de la educación y su
    dinámica.

  • La regularidad del aprendizaje
    ético-meta-reflexivo.

  • El principio del carácter transverso de lo
    ético en la formación del profesional de la
    educación.

  • El método formativo de diálogo
    ético educativo.

Las relaciones entre las categorías
formación humanista, formación ética,
formación axiológica y formación de la
cultura ético-axiológica humanista del profesional
de la educación.

El proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación desde su formación inicial se despliega a
través de la dinámica del proyecto educativo en sus
diferentes niveles de integración, donde el grupal
desempeña un papel trascedente, por su singularidad en
cuanto al proceso educativo que tiene lugar en el grupo al cual
pertenece el profesional en formación; en este espacio
grupal intervienen múltiples agentes e influencias,
implicando de forma especial a cada uno, lo que apunta a la
relevancia que aquí adquieren los factores vinculados con
la subjetividad individual y social, a ello no escapa la
apropiación de las normas, reglas y preceptos de la moral
que condicionan el comportamiento del sujeto; consecuentemente,
se considera que los proyectos educativos tienen una finalidad
desarrolladora, para lo cual deben comprometer a todas las
personas que interactúan en el proceso de formación
de la cultura ético-axiológica humanista del
profesional de la educación, desde posiciones abiertas a
la diversidad, planeando de forma sistémica y flexible
determinados objetivos, resultados y tareas que sean viables, con
vistas a garantizar la sostenibilidad de las transformaciones
educativas que se promueven al interior de cada grupo en
particular y de la Universidad en general.

Es así como el proyecto constituye una propuesta
de acción educativa que se concibe y ejecuta con el
propósito de desencadenar procesos de cambio en las
concepciones, actitudes y prácticas, de modo que la
escuela y su comunidad educativa se acerquen a un proceso
formativo cada vez más pertinente con los derroteros del
desarrollo humano.

Desde esta óptica, la formación
humanista
, así como la formación
ética
y la formación axiológica
cobran un valor inusitado en la autentificación de la
condición humana que ha de tener lugar en la
formación de los profesionales de la
educación.

La formación humanista constituye un
fenómeno de índole cultural, lo que se deduce de la
propia concepción de cultura asumida en esta
investigación; así mismo constituye un
fenómeno educativo, avalado igualmente por el
vínculo existente entre cultura y
educación.

Por formación humanista del profesional de la
educación
[17]se entiende una manera
sui géneris de enseñar, de conducir y de
formar al educador en el espíritu del humanismo
teórico-práctico, plasmado en el modelo de hombre
que como finalidad persigue la educación, está
sujeta a una práctica educativa marcada por la
sensibilidad humana, en la cual lo humano ha de ser la medida de
todas las cosas. Esta trasciende la enseñanza de las
humanidades y la formación humanística; está
sujeta al modelo de hombre, al ideal de hombre al que se aspira y
está signada por las condiciones y circunstancias
históricas, políticas, económicas y
socio-culturales.

Esta visión permite comprender que a pesar de las
múltiples aristas que posee la formación humanista
como proceso, la misma se articula y vertebra a partir de su
dimensión ética, donde lo moral jerarquiza y
transversaliza todo el proceso, siendo entonces la
formación ética una dimensión ponderadora en
el mismo.

De esta forma, la demanda social está expresada
en términos de una formación humanista del
profesional de la educación, que desde la perspectiva de
la ética implique una autonomía moral, donde el
futuro educador sea capaz de poder hacerse cargo racionalmente y
emocionalmente de las propias decisiones, en condiciones de
argumentar con otros sus propias razones, escuchar las que son
diferentes, buscar consensos racionales, compartir proyectos
comunes, respetar responsablemente los principios básicos
de una convivencia social justa y no actuar miméticamente
o con doblez, desde y para las disposiciones heterónomas.
De ahí que, la formación humanista de este
profesional conduce necesariamente al análisis de la
formación ética del mismo.

Es así que, la formación ética
del profesional de la educación
[18]se
reconoce como el proceso particular de formación humanista
que dinamiza la formación y el desarrollo moral del
profesional de educación, a partir del ejercicio de la
reflexión, la crítica y la argumentación
ética, en el que intervienen múltiples agentes
socializadores favorecedores del aprendizaje ético como
mecanismo de apropiación por parte del sujeto de un
conjunto de saberes imprescindibles para su educación y el
ejercicio de su profesión, desde los presupuestos
éticos y axiológicos de la condición
humana.

En esta singular relación, la formación
ética del profesional de la educación viene a ser
el colofón que ratifica la validez y pertinencia de la
formación moral de un profesional de la educación,
el cual no ha de conformarse sólo con vivenciar los
eventos morales que tienen lugar en el ejercicio de su
profesión o en su vida cotidiana, sino también que
debe ser capaz "de flotar" sobre ellos y en un proceso
de abstracción lógica y reflexiva, valorar la
naturaleza y finalidad de estos eventos y su sentido en el
desarrollo de la condición humana desde lo ético y
lo axiológico.

De esta forma la formación ética del
profesional de la educación constituye una
dimensión sui géneris de la
formación humanista del mismo; coincidiendo con el
pensamiento pedagógico Moriniano, se trata entonces de una
formación centrada en la condición humana, que
permita al estudiante reconocerse ante interrogantes de
raíces egocéntricas y genocéntricas
¿quiénes somos?, ¿dónde estamos?,
¿de dónde venimos? ¿hacia dónde
vamos? Interrogantes de connotación ética que se
sintetiza en la ética del género humano (Morin E.;
2001).

La formación ética está abocada a
formar educadores críticos e insertados de forma activa en
su entorno, tal finalidad no puede conseguirse si no se estimula
la interpretación, el razonamiento, la
argumentación, la reflexión, la valoración,
el diálogo, la crítica, la capacidad de
elección y de resolución de conflictos, procesos
todos que tienen una dimensión ética y
axiológica y deben potenciarse desde una formación
profundamente humanista.

La formación ética en general, ha de estar
orientada a la edificación de sujetos competentes y de
excelencia no sólo en su ejercicio profesional, sino, ante
todo, en su forma de ser y de vivir, a través del respeto,
la solidaridad y la justicia, la tolerancia y la equidad, ella es
expresión de la formación
moral[19]de un sujeto como integridad
bio-psico-social, situada en su contexto y capaz de reflexionar
críticamente y argumentativamente sobre su propio proceso
de formación moral.

Por su parte, al igual que la formación
ética constituye una arista o dimensión sui
géneris
del proceso de formación humanista del
profesional de la educación, a partir de la cual este se
vertebra, la formación axiológica constituye
otra dimensión que complementa, en unidad orgánica,
la dimensión ética.

La formación axiológica del profesional
de la educación
[20]constituye un
proceso que pone al futuro educador en situación de
apropiarse de herramientas que le permiten realizar una
reflexión teórica, crítica y argumentativa
acerca de los valores, la valoración y el proceso de
formación de valores en el que se está formando y
que a su vez tiene que formar en sus educandos.

Entendido de esta manera, éste trasciende el
proceso de formación de valores, por cuanto no se trata de
una transmisión fría de valores, más que
enseñar y tratar de educar valores fijos, se trata de
enseñarlos a valorar por sí mismo, a reflexionar,
desde la argumentación y la crítica, sobre el
contenido del cual se nutren valores universales como la
justicia, la solidaridad, la equidad y la tolerancia, de acuerdo
a las situaciones y escenarios concretos, mostrarles que ese
contenido es mutable y que en ocasiones ellos, los valores,
chocan y hay que elegir por el que jerárquicamente es
más significativo, pero que esa escala es igualmente
cambiable y dependiente de las circunstancias, se trata de
preparar al futuro profesional de la educación para que
pueda orientarse valorativamente de modo correcto ante cualquier
eventualidad de su vida personal, profesional y
social.

Al caracterizar y revelar las relaciones existentes
entre estos procesos formativos (expresados a través de
estas categorías) se revela el hecho de que los mismos se
sintetizan, resumen y compendian dialécticamente en un
proceso de formación de una cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación, lo que se puede avalar a partir de los
siguientes postulados teórico-conceptuales:

  • La consideración del proceso como
    expresión esencial de las dimensiones ética y
    axiológica de la condición humana y por tanto
    deviene eje vertebrador de la formación humanista del
    profesional de la educación en particular.

  • En el proceso se revela el vínculo
    orgánico intrínseco entre lo ético y lo
    axiológico, que parte del hecho de que la moral, y por
    tanto, la ética, penetra cualquier fenómeno
    social (actividad y relaciones humanas) y consecuentemente
    educativo, de ahí que esta atraviesa todo el sistema
    de valores y su teoría correspondiente,
    revelándose así la posibilidad de formar
    valores desde el propio proceso de formación
    ética del profesional de la
    educación.

  • Lo ético sintetiza, a través de las
    nociones sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, los
    valores subjetivos surgidos espontáneamente de la
    praxis cotidiana, socializados y convertidos en patrimonio
    común para un determinado grupo social, del cual se
    apropia y utiliza como reguladores de la conducta.

  • En este proceso se concibe lo ético como
    objeto de aprendizaje, que no se reduce sólo a la
    formación de valores morales, sino que concierne al
    aprendizaje de contenidos éticos y axiológicos
    que en el proceso formativo él puede construir y
    reconstruir reflexivamente, críticamente y de forma
    creadora.

  • El aprendizaje ético apunta a la
    dimensión axiológica, ya que los valores que se
    aprecian por una sociedad justa y democrática como
    ideales, la educación está llamada a
    contextualizarlos como atributos del ambiente educativo y del
    modo de actuación del profesional de la
    educación en formación.

  • El proceso se concibe desde los postulados
    conceptuales y metodológicos que la Ética, la
    Axiología y la Pedagogía han elaborado como
    constructos científicos y se contextualizan en las
    condiciones y circunstancias concretas en que transcurre la
    formación del profesional de la
    educación.

  • El proceso posee carácter transdisciplinar en
    tanto utiliza y elabora conceptos transdisciplinares desde un
    enfoque cultural que parte del hombre, la actividad humana y
    la cultura.

  • El proceso posee una multi-intencionalidad formativa
    que se expresa en la educación para sí y para
    el futuro ejercicio de la profesión.

De esta forma, el proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista del profesional
de la educación
[21]es aquel en el cual,
mediante la acción de las influencias educativas
sistematizadas, se forman y desarrollan conceptos, juicios y
razonamientos morales que, en unidad con los sentimientos,
autorreferentes, valores e ideales morales, dinamizados por el
aprendizaje ético a partir del diálogo educativo,
le permiten al sujeto un accionar, reflexivo, crítico y
autónomo que propenda al bien, la aceptación, la
solidaridad, la equidad y la justicia, como presupuestos
ético-axiológicos que sustentan la condición
humana, desde la educación para sí y para el
desempeño de la profesión, condicionado dicho
proceso por la orientación ética del
formador.

Como puede apreciarse, en dicho proceso lo
axiológico coexiste en interdependencia de forma
espacio-temporal con lo ético, como la
manifestación más esencial de la condición
humana que subyace en la expresión de la
contradicción entre las tendencias egocéntrica y
genocéntrica (sociocéntrica) del ser
humano.

Es así que el aprendizaje
ético
[22]en este sistema de relaciones
se resignifica como eje dinamizador que vertebra el sistema de
relaciones entre la formación humanista, la
formación ética y la formación
axiológica, que en su interrelación
dialéctica se expresan en el proceso de formación
de la cultura ético-axiológica humanista del
profesional de la educación.

Las dimensiones del proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista del profesional
de la educación.

El proceso referido se concibe a partir de los
principios pedagógicos de unidad de lo instructivo y lo
educativo y de lo cognitivo y lo afectivo, así como de las
particularidades esenciales del proceso aludido, lo que da cuenta
de las dimensiones que posee como proceso formativo, ellas
son:

  • La instrucción ética.

  • La educación ética.

  • La orientación ética.

La instrucción ética en el proceso
de formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación está
relacionada de forma directa con la formación y desarrollo
de un pensamiento ético pedagógico, para comprender
éste es necesario tener en cuenta que el pensamiento
abstracto o racional es la forma más compleja del
conocimiento y sus formas esenciales son los conceptos, los
juicios y los razonamientos, según la Lógica, por
lo que la formación de este pensamiento comporta conceptos
normativo-valorativos, juicios morales y razonamientos
morales.

La formación de conceptos morales
(normativo-valorativos) en los profesionales de la
educación es parte del proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista de los mismos,
se produce como un proceso de conceptualización que se
realiza en la etapa juvenil, por cuanto ya han pasado de un
período de formación de nociones morales, como
conocimientos inmediatos, típicos de la niñez y la
adolescencia, a una fase de argumentación racional y de
reflexión, para la cual la conceptualización es
punto de partida.

La formación de conceptos morales conlleva al
desarrollo de un pensamiento ético en el educador que se
está formando, que se caracteriza no sólo por lo
social, sino, que también se configura en él un
pensamiento ético profesional.

En el proceso formativo de la cultura
ético-axiológica humanista del futuro profesional
se atiende de forma particular un conjunto de conceptos morales
básicos y generales, que se determinan atendiendo a los
presupuestos de la condición humana y al perfil de este
profesional, por un lado; por otro, tiene en cuenta a las
categorías fundamentales de la Ética, (tradicional
y marxista) y de la Ética Global o ética del
género humano y la Bioética (más
actuales).

En la contemporaneidad, a partir de la concepción
de la condición humana y su mirada desde la perspectiva de
los conceptos morales se destacan la equidad, la
justicia
, la solidaridad y la
aceptación, como valores
universales
que articulan y sintetizan la
relación dialéctica de lo ego y geno
céntrico, en tanto son expresión de la mayor y
más acuciante necesidad humana de la especie: su
conservación y supervivencia.

Junto a los conceptos morales, este proceso comporta la
formación del juicio moral, este siempre expresa
las exigencias morales y presenta un carácter normativo y
valorativo. La formación de los juicios morales
está relacionada con la capacidad de comprensión
crítica y de razonamiento como reflexión moral,
como parte de la esfera cognitiva, que en cierto sentido
posibilita enfrentarse a los conflictos de valor de forma
autónoma y aportan razones para la argumentación,
justificación y valoración de lo bueno y lo malo,
lo justo y lo injusto, lo correcto y lo incorrecto en las
opiniones y comportamientos morales.

De esta forma en el estudiante no sólo se forman
los conceptos morales, sino que éste realiza un ejercicio
de pensamiento crítico que le permite orientar previamente
su conducta, en tanto el pensamiento, en este sentido, antecede a
la acción y se da el tránsito de la
heteronomía moral a la autonomía, con la ayuda de
los juicios morales.

A la par con los elementos anteriores se encuentra la
formación y desarrollo del razonamiento moral, este
es una representación mental que relaciona los conceptos
morales (normativo-valorativos) y los juicios morales, de tal
manera que permite derivar una conclusión que cobra la
forma de un razonamiento y es indispensable para la
comprensión crítica y para la reflexión
argumentativa.

La organización de la instrucción en el
sentido anteriormente aludido coloca al docente ante la necesidad
de realizar un proceso de instrucción de tipo cooperativo,
de respeto a la diversidad, evitar la competitividad, desarrollar
la aceptación de la individualidad de cada alumno,
sólo así se estará transitando del discurso
social y político a una práctica pedagógica
vivencial que lo haga ser un ente verdaderamente transformador
del mundo de hoy.

En unidad orgánica con la instrucción
ética se despliega el proceso de educación
ética
que se encuentra íntimamente vinculado
con la educación emocional, la cual expresa la
educación de los sentimientos y emociones desde un
ejercicio práctico-vivencial (Venet, 2011). Al extrapolar
esta idea al campo de la dinámica del proceso de
formación ético-axiológica humanista del
profesional de la educación, se comprende que esta es una
formación afectivo motivacional moral que involucra y
favorece tanto el desarrollo moral profesional como el desarrollo
moral personal, en tanto su finalidad es el cultivo de los
sentimientos morales, de las emociones positivas y de la
capacidad para regular el comportamiento.

Desde el punto de vista de la moral, las emociones y los
sentimientos preceden a toda reflexión y acción
moral, pueden ser considerados condiciones constitutivas del
juicio moral y de la autorregulación moral, a su vez
constituyen la energía que impulsa y desarrolla las
estructuras cognitivas del sujeto y constituyen la fuerza y el
motor de la conducta, esto da razón del lugar que ocupan y
la importancia que tienen en la formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación.

Estos componentes afectivo-motivacionales devienen
sustento esencial de la sensibilidad moral necesaria para
comprender a los otros en sus contextos específicos. La
profesión de educador es por excelencia de alta
sensibilidad moral por lo que se hace necesario el equilibrio
justo entre lo racional y lo afectivo para el desenvolvimiento
del desempeño profesional pedagógico
ético.

La dimensión ética de la educación
exige que los profesores se apropien y mantengan a lo largo de su
vida un conjunto de normas y valores que les orienten en su
actividad y les sirvan de referente; los conceptos morales, el
razonamiento y el juicio moral son un componente esencial del
comportamiento ético (como expresión de la
instrucción ética), pero no el único, las
emociones, los sentimientos, la empatía, ocupan un lugar
trascendental, cuyo olvido conlleva a la pérdida de la
dinámica real de la formación de una cultura
ética que autentifique lo
axiológico-humanista.

De esta forma, para que un profesional de la
educación en formación pueda transitar de la
heteronomía moral, como mecanismo externo de
regulación de su conducta y su desempeño
profesional, a la autonomía moral, se requiere la
necesaria conjunción de las dimensiones instructiva y
educativa desde la perspectiva ética.

Junto a estos elementos de la esfera afectivo
motivacional un lugar especial lo ocupa el valor,como
elemento constitutivo de la dinámica del proceso de
formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación, el cual forma
parte de la subjetividad, en esta dirección, el
significado y el sentido personal desempeñan un papel
importante en la comprensión de la expresión de los
valores a nivel de la conciencia, en su existencia subjetiva
individual se expresa el sentido personal que adquiere la
realidad para el sujeto y se manifiesta como motivo de
actuación.

Como formaciones motivacionales de un determinado grado
de complejidad ellos transitan de un nivel inferior de
regulación (presión externa) hasta un nivel
superior (expresión de una necesidad); por tanto,
sólo se convierten en verdaderos reguladores de la
conducta cuando constituyen motivos de la actuación del
sujeto.

La dinámica del proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista se produce en el
contexto de la actividad pedagógica como un proceso de
comunicación no sólo entre profesores y
estudiantes, sino también entre los propios estudiantes,
donde estos asumen una posición activa en la
apropiación individual de los significados para la
construcción de sus valores individuales como formaciones
motivacionales de su personalidad.

Los valores morales ocupan un lugar especial en el
sistema de valores sociales, lo que está dado por la
propia naturaleza del fenómeno moral y por el
carácter de orientadores y reguladores internos de la
personalidad en cualquiera de las esferas de la actividad humana;
de ahí que, los valores morales transversalizan todo el
sistema de valores a nivel social y a nivel
intrasubjetivo.

A la par con estos elementos se encuentra el
ideal, que es una formación motivacional que
orienta al sujeto en la consecución de objetivos mediatos,
pero no como una asimilación pasiva y mecánica de
un modelo externo, sino, como un proceso de elaboración
activa y creativa de los objetivos mediatos del sujeto que se
expresan en un modelo que orienta su actuación.

Para el profesional de la educación en
formación el ideal posee una inmensa fuerza motivacional
en el orden profesional, ya que constituye una fuente de
enriquecimiento y crecimiento personal y profesional, al aumentar
su nivel reflexivo sobre el modelo, a partir de la
profundización en su conocimiento, estimula la
aparición de nuevos motivos.

Es necesario tener en cuenta que en la dinámica
del proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista de este profesional el
ideal efectivo se distingue por el hecho de que es el propio
estudiante el centro de la elaboración del ideal a partir
de los objetivos-metas que encarnan sus aspiraciones, producto de
una profunda reflexión individual, en la cual el
profesional de la educación formador deviene ideal
efectivo para el profesional de la educación en
formación.

En el proceso aludido el ideal reviste la forma de ideal
socio-moral, entendido como el conjunto de demandas morales que
son expresión de las necesidades sociales en
términos de progreso moral y mejoramiento humano. En toda
sociedad se establecen los fines sociales que, como metas, los
hombres tratarán de alcanzar; de acuerdo con ellos las
personas elaboran líneas de pensamiento y actuación
que conllevarán a la objetivación de los mismos. En
la medida en que el sujeto haga suya la necesidad socio-moral,
más se acercará a la concreción de los
ideales morales y con ellos a los ideales sociales.

Siguiendo la lógica de la dinámica del
proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista otro elemento esencial
lo constituye la autovaloración en su calidad de
autorreferente, es así que cuando el estudiante
reflexiona acerca de los motivos y los objetivos que orientan su
actividad se produce en él un proceso de
autovaloración. Ella orienta la actividad del profesional
de la educación en formación a alcanzar sus fines
personales y profesionales, es esta una función esencial
de la autovaloración como formación motivacional
compleja que se forma en el futuro educador.

De esta forma, la autovaloración moral del futuro
profesional que se está formando incluye no sólo
elementos valorativos que indican la presencia de determinadas
cualidades, rasgos, capacidades, sino, además, rasgos y
cualidades que constituyen aspiraciones del mismo, por lo que se
constituye como una tendencia de orientación de su
actividad en la persecución de objetivos mediatos de forma
consciente.

La autovaloración moral que se forma en el futuro
profesional de la educación conforma un sistema de
cualidades interrelacionadas, donde se destacan cualidades
morales como la sencillez, la modestia, el colectivismo, la
solidaridad, el sentido de lo justo, la crítica y la
autocrítica, entre otras y además las
específicas que están orientadas hacia la
profesión: expresiones de intereses cognitivos,
metacognitivos e investigativos, creatividad y otras.

Por otra parte, la autovaloración moral se
encuentra íntimamente relacionada con las principales
tendencias motivacionales de contenido moral que determinan la
posición activa del profesional en formación ante
la vida, su actitud hacia todo lo que lo rodea, los demás
y hacia sí mismo, y en el contexto de la profesión
pedagógica para la que se le prepara, incluye
necesariamente la actitud hacia su objeto principal que son los
estudiantes y el proceso pedagógico que él debe
dirigir.

En el proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista de este profesional es
precisamente la autovaloración moral lo que permite
diferenciar con cierta precisión cuándo el mismo ha
alcanzado el nivel de la "moral convencional" o socializada, y
cuándo ha llegado al nivel de autodeterminación
moral, como nivel superior al que debe llegar un futuro
profesional de la educación en ejercicio.

La autoestima es otro de los autorreferentes que
se forman a partir de la dinámica del proceso de
formación de la cultura ético-axiológica
humanista del estudiante y enlaza componentes intelectuales de
tipo metacognitivos – autoconocimiento, autopercepción,
autoconcepto – y componentes emocionales: vivencias y actitudes
orientadas hacia sí mismo. Estos componentes están
en relación directa con sus funciones valorativa y
reguladora, ya que la autoestima basada en el conocimiento de
sí y la autovaloración, determina la
dirección del comportamiento humano y le da una
orientación a su existencia.

Desde el punto de vista moral la autoestima, al formarse
como parte constitutiva de la educación ética del
profesional de la educación, le permite al mismo sentirse
una persona-estudiante buena, correcta y justa, confiable, o por
el contrario, mala y poco confiable, una autoestima positiva
induce a un comportamiento adecuado del estudiante.

La autoestima de los futuros profesionales se forma en
estrecho vínculo con los valores morales, ya que si ella
se alcanza no solo a través de la satisfacción
prioritaria de necesidades de orden individual (como la necesidad
de realización personal o de beneficio personal, de
posesión de bienes materiales), sino también por el
hecho de que el comportamiento constante del estudiante se
corresponde con sus valores morales, ello genera el sentido de
autorrespeto, de dignidad personal y de autoaprobación,
vivenciado de forma personal; entonces se puede hablar de un
nivel superior de regulación y por tanto de
autonomía moral en su desempeño como futuro
profesional de la educación.

A la par de la autovaloración y la autoestima se
encuentra la autodeterminación, ésta permite
comprender la relación de correspondencia o no entre los
juicios morales, los razonamientos morales y las valoraciones con
el comportamiento, a partir de la autodeterminación
moral.

En el proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación la autodeterminación moral expresa el
esfuerzo que lleva a cabo el estudiante para dirigir por
sí mismo su propia conducta moral, tanto social como
profesional, a partir de una elevada coherencia entre los
sentimientos, el juicio y la acción moral.

Ella es expresión del nivel superior de
regulación moral al que se aspira en el proceso de
formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de educación, por cuanto no
sólo es un indicador de su autonomía moral en su
desarrollo personal, sino también en su ejercicio
profesional pedagógico.

El ejercicio vivencial de la educación
ética tiene lugar en todos los contextos formativos de la
universidad y en todos los procesos sustantivos que transcurren
en ella y que han de caracterizarse por la flexibilidad, la
creatividad, el diálogo, la problematización, la
resolución de conflictos. Implica además crear
situaciones de aprendizaje y educativas que propicien este
ejercicio por parte del profesional en formación,
está vinculado con las formas de organización del
proceso, con los métodos de solución de
problemas.

Este ejercicio está estrechamente vinculado con
la participación real y efectiva del estudiante en la
elaboración de sus proyectos de vida a partir del proyecto
educativo en todos sus niveles de integración,
particularmente el de grupo, con el concurso de las
organizaciones estudiantiles y políticas.

La orientación ética está
estrechamente vinculada con la orientación
educativa[23]en sentido general debe ser un
proceso de carácter continuo y sistemático, para lo
cual el formador debe estar preparado, por cuanto es él
quien tiene mayor y más rica interacción con el
profesional en formación en este contexto, además
de ser el único profesional cuya función esencial
es la formación integral de la personalidad, por ello se
maneja la idea de que debe convertirse en un orientador que no
agote su accionar en la instrucción, sino que esté
dirigido a lograr que los estudiantes se conviertan en mejores
sujetos integralmente.

Por lo general, la orientación educacional es
entendida como una relación de ayuda, de esta forma el
nexo entre la instrucción ética y la
educación ética queda dinamizado por la
orientación ética, conformándose así
un espacio común donde emerge la integralidad vertebrada
por lo ético.

La tarea educativa, en particular la formación y
el desarrollo de los aspectos predominantemente inductores de la
personalidad, es en su esencia dependiente de un proceso de
orientación educativa que se realiza a partir de la ayuda.
Por lo general el formador se constituye en modelo o autoridad,
de este modo él es consultado o sondeado en el sentido de
emitir opiniones sobre diferentes hechos, problemas o
situaciones, opiniones estas, que pueden no solamente ser
reconocidas como las más válidas, sino que son
cumplidas sin muchos cuestionamientos por los orientados, es por
eso que el formador como orientador ético tiene que ser
muy analítico, reflexivo, comprometido y responsable en el
tratamiento que hace de una problemática
determinada.

Al realizarse la orientación ética el
formador debe tener presente:

  • Respeto y aceptación de la individualidad del
    estudiante.

  • Observar equidad y justicia ante las diferencias
    individuales.

  • Meta-reflexión de su quehacer formador y
    orientador.

  • Coherencia psicopedagógica de su
    accionar.

  • Integridad ética.

En el proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación, la orientación ética se encamina
a la ayuda que ha de prestarse a través de la
orientación educativa en la resolución de
conflictos éticos
y en la actualización
introyectiva y proyectiva
del estudiante como futuro
profesional.

En términos generales la conflictividad
ética puede ser sincrónica o diacrónica. La
primera puede ser entendida como expresión de la
oposición entre lo universal y lo individual, entendido lo
universal como diferentes niveles de integración de lo
social (planeta, nación, región, comunidad,
familia), mientras la segunda es expresión de la
oposición entre la permanencia y el cambio.

Traducido al proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación, la conflictividad sincrónica tiene su
expresión más concreta en los conflictos
sociedad-profesión y profesión-individuo, como los
más genéricos y que requieren de una adecuada
orientación educativa para su resolución, donde la
tríada entre lo social-lo profesional-lo individual
encuentre la síntesis más acabada y creativa
posible. Con respecto a la diacrónica la conflictividad se
expresa entre el ser-el deber ser-el ideal, como expresión
del movimiento progresivo hacia el perfeccionamiento moral del
individuo y la sociedad.

De ahí que la orientación ética que
ha de desarrollar el formador de formadores ha de desarrollarse
desde un enfoque dialógico que permita al estudiante
resolver los múltiples conflictos que afloran entre la
heteronomía y la autonomía moral.

El formador, como orientador ético, presta una
ayuda para que el estudiante realice la actualización
introyectiva que le permite progresar en sus autorreferentes, ya
que puede ser capaz de autoconocerse como autor de sus acciones y
pensamientos, y tener autoconciencia de que es él el que
está pensando y actuando. Esta autoconciencia, lo lleva a
la autodeterminación moral personal y consiguientemente a
desarrollar su responsabilidad.

Por su parte, la proyectiva está relacionada con
la ayuda que da el formador para el crecimiento y la
autonomía personal del estudiante, que este sea capaz de
dotar de significación la información que le rodea
y ser protagonista y factor fundamental de su propio desarrollo,
está relacionada con la creación y
manifestación de formas propias de pensar, de organizar y
de resolver las situaciones problemáticas y de
manifestarse de forma creativa en un medio complejo como puede
ser al contexto escolar.

Es necesario connotar que, si bien es cierto que el
aprendizaje ético se resignifica como eje
dinamizador que vertebra el sistema de relaciones entre la
formación humanista, la formación ética y la
formación axiológica, que en su
interrelación dialéctica se expresan en el proceso
de formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación, éste se
constituye, a su vez, como síntesis y mecanismo
dinamizador de las dimensiones instructiva, educativa y
orientadora del proceso aludido.

El aprendizaje ético, a partir de sus
presupuestos teóricos[24]propicia el
autoperfeccionamiento, la autonomía y la
autodeterminación moral, en vínculo orgánico
con el compromiso y la responsabilidad social y debe cumplir con
los requisitos de integralidad, independencia,
autorregulación y autoeducación.

Se concibe así el aprendizaje ético
desarrollador del profesional de la educación en
formación, desde una intencionalidad expresada en la
necesidad de formar una identidad moral que vincule en
organicidad lo motivacional y lo cognitivo, en búsqueda de
la autonomía y la autodeterminación moral, a
través de la apropiación de la reflexión
socio-moral crítica argumentativa, como unas herramientas
que se forman desde el diálogo educativo, tanto para
sí mismo, como para el ejercicio profesional.

De esta forma, como elemento dinamizador, el aprendizaje
ético va a permitir a los profesionales de la
educación en formación:

  • Reconocer aquellos valores y normas socialmente
    instituidos que se aprecian como ideales socio-morales e
    incorporarlos de forma crítica a las matrices
    personales de valores y a la práctica
    profesional.

  • Actuar de manera moralmente autónoma en los
    diferentes contextos a partir de la reflexión
    socio-moral.

  • Dialogar y argumentar a partir del juicio y los
    razonamientos morales.

  • Actuar responsablemente y comprometido socialmente
    en y con grupos heterogéneos, desiguales y
    complejos.

  • Convivir en la escuela, la familia y en sus
    comunidades a partir de criterios de aceptación,
    solidaridad, equidad, justicia social y desde el respeto a
    las personas como expresión de la dignidad.

  • Entender y aceptar la diferencia a partir del
    reconocimiento del disenso y la búsqueda del consenso
    a través del dialogo.

El aprendizaje ético a fin de cuentas apunta al
componente axiológico, por cuanto los valores que se
aprecian por una sociedad justa y democrática como
ideales, la educación está llamada a
contextualizarlos como atributos del ambiente educativo, del
clima y del modo de actuación del profesional de la
educación en formación.

Igualmente transcurre en los diferentes espacios o
contextos de los procesos sustantivos universitarios:
formación, investigación y extensión, tanto
en lo curricular como en lo extracurricular y en los distintos
escenarios de formación del profesional de la
educación.

El aprendizaje ético indica la presencia de dos
vertientes en unidad en el proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista del profesional
de la educación: la formación de profesionales
moralmente autónomos y que a la vez actúen como
ciudadanos responsables y comprometidos; se trata de
profesionales (educadores) que sepan qué decir y hacer,
cómo decirlo y hacerlo en su área de
desempeño profesional, en correspondencia con el momento y
las circunstancias y a la vez que sean ciudadanos que utilicen su
profesionalidad en función del mejoramiento humano en el
plano social meso y macro.

A partir de los elementos connotados se revela el
aprendizaje ético como una regularidad de la
dinámica del proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación.

La regularidad del aprendizaje ético
meta-reflexivo.

Penetrar en la esencia del aprendizaje ético,
como mediador, síntesis y eje dinamizador de las
dimensiones del proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación, posibilita descubrir sus características
más taxativas, entre ellas la reflexión y
meta-reflexión ético-axiológica humanista
que debe realizar el profesional de la educación en
formación, la cual cobra forma de ejercicio intrasubjetivo
mediador entre el sistema de influencias educativas que recibe
durante el proceso formativo y el proceso de objetivación
que él mismo despliega en su accionar como profesional en
formación que se preparara para su futuro ejercicio
profesional.

A su vez, esta meta-reflexión está
condicionada por el carácter multi-intencional del proceso
formativo de la cultura ético-axiológica humanista
del profesional de la educación, en tanto este proceso
connota la educación para sí y para el ejercicio de
la profesión, que a su vez implica de forma particular la
formación moral y ética de sus futuros
estudiantes.

La educación para sí, en su
expresión ético-axiológica humanista, da
cuenta de lo que pudiera designarse como meta-reflexión
ética del profesional en formación y está
asociada al ejercicio crítico-reflexivo del estudiante
acerca de su propia actuación con respecto al mundo que lo
rodea, sus procesos y fenómenos, así como las
cualidades y valores humanos que matizan su actuación.
Significa también tener conciencia plena de sus
decisiones, de cuáles son sus lados débiles y
fuertes como ser humano, saber qué valores e ideales
socio-morales desea conseguir, cómo se consiguen y
cuándo y en qué condiciones concretas se deben
aplicar los recursos que se poseen para lograrlo.

La educación para el ejercicio de la
profesión, en su significante
ético-axiológica humanista, se particulariza en su
preparación para desarrollar el proceso de
formación moral y ética de sus discípulos,
ya que, si bien ésta forma parte del propio ejercicio
profesional, el docente, más que nadie, debe actuar
reflexivamente en este sentido, pues no sólo está
enseñando una o varias materias, sino que, ante todo,
está formando una personalidad de forma integral,
está educando a esa persona, pero él debe tener
claridad meridiana desde qué perspectiva lo está
haciendo, cuál es la finalidad que se persigue, qué
tipo de hombre se quiere formar, en qué medio o
hábitat natural ha de vivir ese hombre, qué valores
lo han de guiar en su vida futura qué métodos son
más efectivos para lograr estos objetivos y finalidades;
esto le impregna un sello particular a su futuro ejercicio
profesional: es una meta-reflexión
ético-axiológica humanista.

Estos argumentos permiten entender que el aprendizaje
ético meta-reflexivo
es expresión de una
regularidad formativa que cobra carácter de regla
de obligatoria observancia para los formadores de formadores en
el proceso que despliegan a tales efectos.

A partir del reconocimiento de la regularidad antes
explicada, la cual se expresa como una tendencia de mayor
generalidad en la dinámica del proceso objeto de estudio,
se revela la existencia de un principio que dimana de la misma a
lo interno del proceso apuntado.

El principio del carácter transverso de lo
ético en el proceso de formación del profesional de
la educación.

Como se ha planteado ya la moral es una dimensión
de la cultura, una dimensión omnipresente, universal e
intangible, que se caracteriza por el aspecto cualitativo de
significación social, por lo que está presente en
toda la actividad humana; se revela entonces la transversalidad
de la moral en la cultura con carácter de regularidad
social.

En este sentido el principio[25]se
constituye como elemento que emerge a partir de los propios
componentes del proceso y, a la vez, deviene elemento que
direcciona al mismo. Se enuncia como el principio del
carácter transverso de lo ético en el proceso de
formación del profesional de la educación,
se
revela y formula a partir de la regularidad que se manifiesta en
el plano social acerca de la transversalidad de la moral en la
cultura, como se ha dicho anteriormente y, a su vez, tiene su
génesis en la especificidad que posee la moral, como
fenómeno social complejo, de penetrar de forma intangible
todas las manifestaciones de la actividad y las relaciones
humanas y ser el mayor regulador social por su amplitud y
generalidad.

La transversalidad de lo ético en el proceso de
formación del profesional de la educación se
manifiesta de forma particular en el proceso que realiza el
estudiante de reflexión crítica y argumentativa de
su propio proceso de formación moral durante el proceso
formativo que transcurre en la universidad, que apunta al hecho
de que los hombres actúan y regulan su conducta a tenor
con un determinado sistema de normas y reglas de conducta y
convivencia, en tanto la moral posee una cualidad sui
géneris
de penetrar y regular toda la actividad
humana, pero se trata ante todo de formar en el profesional de la
educación, la capacidad de reflexionar acerca de la
pertinencia o no de ese sistema de normas, de argumentar
críticamente el comportamiento, de dar razones suficientes
que justifiquen determinadas decisiones. Esto se debe a que el
proceso de aprendizaje ético sigue la propia secuencia
evolutiva del desarrollo moral, que va de la heteronomía a
la autonomía, a donde se llega con criterios propios fruto
de la reflexión sociomoral.

Este tipo de actividad presupone el uso crítico
de la razón y del diálogo para la resolución
de conflictos tanto en el desempeño profesional del futuro
educador como en la convivencia familiar, comunitaria y social de
forma responsable y comprometida.

Estos elementos determinan la necesidad de la
creación de condiciones y ambientes propiciadores de estas
práctica y de estos aprendizajes, muy en especial en los
contextos donde transcurre profesionalmente este proceso; a pesar
de la complejidad y dificultad que esto conlleva, es
imprescindible velar por el clima de las instituciones educativas
y por la actitud de los profesionales de la educación
encargados del proceso.

Este argumento se vincula también al
método y a los procedimientos necesarios para generar este
aprendizaje en el profesional de la educación en
formación, que van desde el diálogo educativo, la
formación y desarrollo de las habilidades sociales, las
virtudes o cualidades, hasta la resolución de dilemas
morales, la imitación de modelos y la construcción
de matrices personales de jerarquías de
valores.

La transversalidad de lo ético en el proceso de
formación del profesional de la educación se
expresa de forma peculiar en la cultura escolar y
pedagógica, en particular puede dimensionarse lo
curricular vinculado a la selección de los contenidos
éticos de aprendizaje culturalmente construidos y
pedagógicamente organizados, que tiene como antecedente el
aprendizaje moral como apropiación de un conjunto de
normas, reglas, postulados y valores que regulan el
comportamiento humano y es un proceso que transcurre a lo largo
de la vida desde el nacimiento de la persona, tiene un
carácter más espontaneo y cotidiano, menos
elaborado y sistematizado que el aprendizaje
ético.

Para que se produzca el aprendizaje ético del
profesional de la educación en formación, si bien
no se reduce a la apropiación de determinados contenidos,
conlleva la necesidad de realizar una selección curricular
de los contenidos culturales que posean una naturaleza
ética, o sea, aquellos que más potencialidades
tengan para la formación y desarrollo de la cultura
ético-axiológica humanista de los profesionales de
la educación que se están formando y para la
preparación de los mismos con vistas a asumir este proceso
como futuros educadores en ejercicio.

Estos contenidos se organizan pedagógicamente
atendiendo a las especificidades de las carreras, los
años, las disciplinas y las asignaturas y la
gradación de complejidad se hace teniendo en cuentas estas
mismas condiciones.

Es indispensable un incremento en la densidad cultural
de los profesionales de la educación en formación,
específicamente que se incrementen los conocimientos de
carácter ético que poseen o que plantean cuestiones
social y moralmente controvertidas. Se trata de apostar por el
aprendizaje de contenidos éticos para formar profesionales
de la educación capaces de operar con conocimientos
transdisciplinares y con los saberes emergentes que reflejan una
realidad natural y social cada vez más compleja, diversa y
vulnerable, donde está en juego la propia supervivencia de
la especie.

Esta selección debe conducir a la
formación y desarrollo de profesionales de la
educación que sepan atender éticamente los dilemas,
conflictos y disensos socio-morales, tanto de su comunidad
escolar como de su entorno comunitario, en tanto esto constituye
parte intrínseca de su desempeño
profesional.

Desde esta perspectiva el profesional de la
educación en formación incrementa un conjunto de
saberes necesarios para el desempeño de su ejercicio
profesional ético-axiológico humanista, revelando
rasgos de la formación moral como la responsabilidad, el
compromiso, la seriedad, el rigor, la crítica y la
autocrítica, el tesón, la voluntad, el prestigio y
la autoridad, estos contribuyen no sólo a la
formación del carácter que toda educación
implica, sino a la formación humanista del profesional de
la educación que contempla sentimientos morales,
empatía y sensibilidad.

Por último, el carácter transverso de lo
ético en el proceso de formación del profesional de
la educación se revela en la resignificación del
ejercicio profesional del futuro educador. Hoy, el profesional de
la educación tiene que ser algo más que un
transmisor de conocimientos científicos, estos se hallan
presentados y representados de múltiples formas, a partir
de las tecnologías de la información y las
comunicaciones, susceptibles de acceso relativamente fácil
y autónomo.

Sin embargo, sin dejar de ser el transmisor del
conocimiento, se considera que, por un lado, el profesional de la
educación debe ser un profesional encargado de
enseñar a aprender la ciencia, de enseñar a
gestionar el conocimiento de una forma significativa y con
sentido personal para el estudiante, de crear genuinos escenarios
de aprendizaje, y por otro, es el encargado de revelar el
carácter ético de los contenidos de la ciencia que
enseña y de la realidad en que vive, revelando así
que es portador de una cultura ético-axiológica
humanista que condiciona y engendra un accionar y ejercicio
profesional ético en esa misma
dirección.

El profesional de la educación ha de estar
comprometido moralmente con su tarea formadora, es decir, se
trata de ser un experto competente en el sentido humanista, su
rol no se limita a transmitir ciencia, sino que además ha
de ser responsable y con compromiso ético hacia su
actividad profesional y social; destaca aquí, ante todo,
el papel de modelo de actuación y de orientador en el
tratamiento de dilemas éticos propios de su
profesión como educador, del área de conocimiento
en la que se desenvuelve y relativos a los aspectos
controvertidos de la vida cotidiana.

Para lograr esta resignificación del ejercicio
profesional del educador se defiende la idea de desarrollar
formas especiales y concretas de organizar los distintos
escenarios educativos, esto indica la necesidad de prestar
atención especial a las formas de organización
profesional de la educación y a los ambientes o contextos
educativos, que apuesten por situaciones de diálogo,
interactividad, significatividad y sentido, aceptación a
las diferencias, alta motivación, cooperación,
justicia, equidad y contextualización.

Siendo el aula un espacio físico clásico
donde se forma el profesional de la educación, ha de
representar y reflejar algo más que un proceso de
transmisión de contenidos científicos, tal como ha
marcado la tradición, debe ser un lugar donde no solamente
se aprendan los contenidos (a veces de forma vertical y
unidireccional), sino que se fomente el diálogo educativo,
la polémica controvertida, la reflexión, la
crítica argumentativa, la problematización
profesional, donde el profesional de la educación en
formación vaya desarrollando in crescendo la
reflexión ética axiológica humanista sobre
la importancia de estos aprendizajes para su desempeño en
su carácter multi-intencional, o sea, que vaya
desarrollando gradualmente sus procesos
meta-reflexivos.

El profesional de la educación no ha de ser tanto
el experto de un área de conocimiento, sino, ante todo, un
profesional de una altura humana tal, que represente hoy el ideal
sociomoral, lo que la sociedad aspira a ser en un futuro: un
crisol moral que personifica la imagen adelantada de la sociedad,
a partir de un conjunto de valores, cualidades, habilidades y
capacidades que lo distingan del resto de la sociedad y le
confieran el status de figura ético-axiológica
humana excepcional en el escenario educativo.

El método formativo de diálogo
ético educativo.

El proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del futuro profesional
de la educación requiere de un método
formativo
que se corresponda con los saberes y las
condiciones de la época y con el contexto
histórico-concreto y responda al proceso de
socialización e individualización que la
formación ética de este profesional debe lograr,
desde un enfoque desarrollador que propicie la autonomía
moral en correspondencia con el compromiso y la responsabilidad
social.

Cuando se habla de
método[26]formativo se refiere al
cómo, a través de qué vía el proceso
de formación de la cultura ético-axiológica
humanista del profesional de la educación logra la
finalidad del mismo, cuáles son las características
esenciales y qué procedimientos se asocian a él a
partir de la especificidad y naturaleza de este
proceso.

El método formativo de diálogo
ético educativo
emerge de las relaciones entre las
dimensiones del proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación, y de las categorías que expresan su
esencia, es expresión de su regularidad, parte de ella, en
la medida que el alumno se involucra en procesos reflexivos en
torno a su propio comportamiento personal y a los valores que
comparte, así como en relación a la
profesión reconoce y asume el diálogo como la
vía más legítima de intercambio
humano.

Este método es una manifestación
dinámica instrumental de la lógica de la
concepción revelada y se concibe para estructurar el
proceso formativo en función de desarrollar la cultura
ético-axiológica humanista que ha de ser inmanente
a la profesión de educador.

El mismo se dirige a promover la transformación
paulatina, pero a la vez coherente, con las necesidades
personales y sociales del proceso de formación de la
cultura ético-axiológica humanista y para que
exista tal transformación, es necesario sistematizar sus
procedimientos de acuerdo a la diversidad y complejidad de los
diversos contextos formativos.

Tiene carácter particular, pues al emerger del
sistema de relaciones reveladas, los niveles de especificidad en
el proceso de formación profesional, dependerán de
la dinámica que se va estableciendo entre la
instrucción ética, la educación ética
y la orientación ética; en él se potencia
una integración cognitiva, procedimental y actitudinal, de
una manera lógica y coherente con el contexto de la
formación profesional del licenciado en Educación,
a partir de una previa selección de los contenidos que
tengan significación personal y social, y que a la vez, es
una respuesta a la problemática de la formación
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación.

Como características esenciales del
método se pueden referir:

  • Se sustenta en el
    diálogo[27]un diálogo ante todo
    entre profesor y alumno, y además entre alumnos y
    entre todos los que forman parte del proceso
    pedagógico en la Universidad. Es un diálogo con
    valor formativo para el desarrollo moral de los educandos que
    busca promover la reflexión individual y colectiva
    sobre los contenidos relacionados con lo ético desde
    la crítica y la argumentación.

  • El método apela a la autenticidad,
    aceptación, respeto y empatía con el otro; la
    autenticidad se refiere a una relación entre los
    dialogantes basada en una congruencia entre lo que se piensa,
    lo que se dice y lo que se hace, para que la otra parte
    actúe de la misma forma, sea franco y sincero; la
    aceptación y respeto implica aceptar al otro como es,
    mostrarle afecto y respetarlo, independientemente de la
    diferencia entre las partes, o sea reconocerlo y confiar en
    él; la empatía, por su parte, apunta a la
    capacidad de situarse en el lugar del otro y entender
    emocionalmente lo que le está pasando al otro, su
    mundo interior.

  • El método apunta al compromiso con el cambio
    educativo a partir de acciones concretas que provoquen las
    trasformaciones y el crecimiento del alumno y del resto de la
    comunidad educativa.

  • El método demanda un nuevo estilo en la
    manera en que se relacionan alumno-profesor y el resto de las
    personas que intervienen en el proceso, este estilo es
    personológico, transformador y responsable y requiere
    del alumno:

  • Disposición, motivación y actitud
    positiva hacia su formación moral.

  • Posición moral activa y transformadora hacia
    sí mismo y hacia los otros.

  • Autovaloración y reflexión
    sistemática en función de su
    autodeterminación moral.

El diálogo debe ser educativo y
cumplir con las siguientes premisas para que sea
expresión de un método formativo:

  • Activar el proceso formativo mediante la
    participación consciente de los
    estudiantes.

  • Estimular la necesidad y el interés por su
    formación, motivando la adquisición de nuevas
    cualidades y capacidades para su desempeño profesional
    futuro.

  • Promover la discusión y la polémica a
    través de la reflexión individual y colectiva
    utilizando el razonamiento, la argumentación y la
    crítica.

  • Incentivar la actividad creadora mediante la
    búsqueda de soluciones novedosas y el uso de criterios
    personales en las situaciones de dilemas y conflictos
    morales.

  • Utilizar correctamente la lengua materna, la
    educación formal y la comunicación
    educativa.

Para que en el diálogo educativo se revele el
aspecto ético no basta, ni es lo más importante, lo
que se está diciendo, sino, ante todo, cómo se
está diciendo, desde qué actitud y qué
posiciones se asumen, por qué y para qué, en este
sentido lo ético implicaría una actitud
dialógica donde[28]

  • Se reconoce a las demás personas como
    interlocutores con derecho a expresar sus intereses y
    criterios y a defenderlos con argumentos.

  • Se está dispuesto igualmente a expresar sus
    intereses y a presentar los argumentos que sean necesarios,
    sin temor ni presión externa.

  • No se pretende tener toda la razón y toda la
    verdad.

  • Se está interesado en encontrar una
    solución correcta y descubrir lo que hay en
    común.

  • Se entiende que la decisión final, para ser
    correcta, es aquello que todos podrían querer en el
    sentido más universalizable posible, a partir de
    criterios de aceptación, equidad, justicia y
    solidaridad.

  • Se asume que las decisiones morales relacionan a
    todos los afectados porque comporta una significación
    positiva o negativa para los mismos.

Estos elementos apuntan a un diálogo
ético educativo
como método formativo de la
cultura ética del futuro profesional de la
educación.

El diálogo ético educativo ayuda a
resolver los conflictos escolares, grupales e individuales, ya
que, si el profesional de la educación es capaz de
permitir que los estudiantes se expresen con sinceridad, de forma
clara y correcta, respetar sus criterios aunque se difiera y no
sean los más correctos, escuchar con atención y
deseos de comprenderlos y colocarse en el lugar del otro,
entonces puede lograr que el estudiante transite de la moral
heterónoma a la autónoma, a partir de su
autodeterminación moral y sea capaz de reflexionar
críticamente y con argumentos sólidos sobre sus
decisiones, incidiendo así en su formación
ética.

Las finalidades del método.

El método tiene una función general
teleológica relacionada con las finalidades del propio
proceso de formación de la cultura
ético-axiológica humanista del profesional de la
educación, que como metas educativas se persigue lograr en
la actividad pedagógica donde transcurre este proceso;
esta función general se realiza a través de las
siguientes funciones específicas:

  • Función de reflexión
    socio-moral.

  • Función de comprensión socio-moral
    crítica.

  • Función de argumentación
    moral.

La función de reflexión
socio-moral[29]implica, desde lo cognitivo: el
desarrollo del pensamiento del profesional de la educación
en formación sobre cuestiones éticas acerca de los
conflictos sociomorales y las jerarquías de valores,
significa que se forme puntos de vista propios y además
adoptar puntos de vista diferentes, y desde lo afectivo indica:
la necesidad de desarrollar la empatía de los sentimientos
morales y emociones con los otros.

Es el proceso que le permite al estudiante captar lo
esencial de la realidad desde la perspectiva de los conceptos
morales, para incidir, a través del juicio moral en unidad
con los sentimientos morales y las emociones, en su propio
comportamiento moral.

La comprensión socio-moral
crítica[30]posibilita el desarrollo de la
valoración moral ya que se puede avanzar desde el
análisis de situaciones reales y próximas a la vida
de los estudiantes hasta situaciones más alejadas y
complejas como son las realidades económicas,
políticas y sociales del mundo
contemporáneo.

Se trata de promover el interés por recabar
más información de las realidades concretas que se
analicen, construir un conocimiento moral sobre el tópico
que se trate, valorarlo y mejorarlo en la medida que corresponda,
implica conocer la situación, conflicto o proceso que sea
objeto de análisis, mediante la adquisición de
información objetiva, comprender a través de la
reflexión y el diálogo las razones que pueden
existir, valorarlo críticamente y asumir posiciones de
forma autónoma y con suficientes argumentos.

La argumentación[31]moral pretende
convencer al o los interlocutores de la veracidad de lo que se
plantea y de su justeza, de esta forma los argumentos morales son
los juicios morales verdaderos que se utilizan para demostrar una
tesis.

El intercambio de argumentos desde la moral abre el
camino al desarrollo de la autonomía, en tanto
contrarresta la unidireccionalidad, el autoritarismo y la
heteronomía moral, permite admitir la pluralidad, la
diversidad y el disenso en la convivencialidad.

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