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La economía feudal – evolución y crisis



Partes: 1, 2

  1. Descomposición del modo de
    producción esclavista y tránsito al
    feudalismo
  2. El Feudalismo en
    Europa
  3. La expansión
    de Europa
  4. Transformaciones de
    la institución feudal
  5. El Comercio
    Feudal
  6. La
    tecnología industrial y los orígenes de la
    energía mecánica
  7. Conclusiones
  8. Apéndice
  9. Bibliografía
    básica

Descomposición
del modo de
producción esclavista y tránsito al
feudalismo

Las limitaciones del uso de esclavos en la
producción debido a su desinterés en una
explotación más eficiente de la actividad
agrícola se manifiesta con el aumento en la
concentración de la tierra y de la mano de obra. Esto
engendró la necesidad de la aparición de nuevas
formas de producción para la explotación
económica de mayores territorios: se requiere de avances
tecnológicos y se teme la reunión de un mayor
número de esclavos. Aparecen los colonos, a quienes se les
otorga el uso y la propiedad sobre los medios de
producción, así como la apropiación de parte
del producto de su trabajo, lo que incita su
interés.

La explotación de los latifundios comienza a ser
más ventajosa que la de las tradicionales villas
esclavistas. Los latifundios podían extenderse en forma
ilimitada, por lo que tenían tierras suficientes que
ofrecer a los colonos que huían de las ciudades
arruinadas. Los latifundios se aplicaron a la realización
de todas las actividades económicas necesarias para su
mantenimiento. Empezaron a independizarse cada vez más de
las ciudades y del Estado Romano: no pagaban los onerosos
impuestos. Su vida en semejante circuito cerrado podía
también prescindir del uso del dinero.

Las señales más evidentes de la crisis
económica son la alteración de las monedas y el
incremento de los precios. Las tentativas de Diocleciano y
Constantino con sus políticas de reforma constituyeron un
soplo de aire que solo sirvió para alargar la
agonía del sistema ya en crisis. La economía
monetaria retrocede ante paso a la economía
doméstica, se regresa a la recaudación de impuestos
en especie (donde se estima que se pierden dos tercios de lo
ingresado), el sueldo del ejército tiende a ser pagado
cada vez más en especie, etc. Ante la inestabilidad en el
imperio el ejército gana aún más poder
(recordar que después de la caída de la
República es el ejército quien coloca a los
emperadores, salidos de los generales victoriosos y con
más prestigio dentro de sus filas). Sin embargo, la
ausencia de numerario hace preferir a las tropas bárbaras
ante las romanas, y el ejército romano se
debilita.

El comercio alcanza alto grado de desarrollo y de
sofisticación. Sin embargo, este se concentra en: (i) la
concesión del cobro de los impuestos de las provincias a
particulares, (ii) la colocación del dinero en bienes
raíces – tierras, bienes inmuebles-, y (iii) los
préstamos usurarios. El capital no fue invertido en la
industria, sino dilapidado en la compra de objetos de lujo
(consumo improductivo) o destinado a empresas
usurarias.

La esclavitud, en rigor, no fue nunca abolida. A finales
del Imperio aparecen leyes que limitan el poder ilimitado de los
amos sobre los esclavos, ante el temor de las insurrecciones en
las cada vez más extensas posesiones territoriales. Este
fue un golpe fundamental contra una de las principales formas de
gestión de las explotaciones esclavistas. El amo no
podía matar al esclavo, los testimonios de los esclavos
eran aceptados en los tribunales en determinadas circunstancias,
etc.

La liquidación de las supervivencias de la
esclavitud fue posible a partir de las oleadas de invasiones
bárbaras en el territorio occidental del Imperio Romano. A
partir del siglo IV comienza un período de
transición que abarca hasta el siglo IX con la
aparición del Imperio Carolingio.

La crisis del modo de producción esclavista en el
Imperio Romano se inicia a finales del siglo II d. C. Se
considera su fin en el año 476 d. C, que marca la
desaparición del Imperio Romano de Occidente. La
evolución del imperio en Oriente siguió un curso de
acción diferente, donde la comunidad primitiva y el
sistema esclavista habían evolucionado de manera
diferente. Las ciudades, el comercio y los oficios precedieron la
aparición del régimen esclavista; por lo que el
proceso de descomposición fue mucho más
lento.

Por Edad Media se entiende el período que abarca
de la caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 d.C.
al descubrimiento de América en 1492.

El Feudalismo en
Europa

Orígenes: A partir de la contradicción
engendrada por el uso extendido de la mano de obra esclava y la
imposibilidad consecuente de registrar avance tecnológico
en el proceso productivo ante el desinterés del esclavo.
Esto se evidencia en el imperio romano con: (i) unos impuestos
cada vez más gravosos; (ii) la creciente ineficacia y
corrupción del imperio romano; (iii) el colapso final de
la autoridad central y la anarquía resultante; (iv) el
crecimiento de las grandes haciendas autosuficientes; (v) y el
ocaso de las ciudades y del comercio interregional.

A partir del siglo VIII, musulmanes provenientes del
norte de África conquistaron el reino visigodo de
España, Córcega, Cerdeña y Sicilia,
convirtiendo el Mediterráneo prácticamente en un
lago musulmán. Entrado el siglo, los vikingos salieron en
masa de Escandinavia. En el siglo IX componentes de las feroces
tribus magiares se encaminaron al centro de Europa.

Para hacer frente a estas amenazas, los reyes francos
idearon un sistema de relaciones políticas y militares,
posteriormente denominado feudalismo. Por consideraciones de tipo
militar se requerían tropas de guerreros a caballo. El
mantenimiento directo de tales tropas resultaba imposible ante la
ausencia de un sistema fiscal efectivo y la virtual
desaparición de la economía monetaria. Por otra
parte, para mantener el orden y por razones administrativas, se
necesitaban numerosos funcionarios locales, a quienes el estado
tampoco podía pagar. La solución consistió
en otorgar a los guerreros, a cambio de sus servicios militares,
las rentas de las grandes haciendas. Estos guerreros, los
señores y caballeros quedaron asimismo encargados de
mantener el orden y administrar justicia en sus tierras. Los
grandes nobles poseían gran cantidad de tierras que
abarcaban muchas aldeas, y concedieron algunas de estas a
señores o caballeros de inferior categoría, sus
vasallos a cambio de un juramento de homenaje y fidelidad similar
a la que el rey recibía de ellos.

El feudalismo se desarrolló en el reino
carolingio en el s. IX y se extendió posteriormente al
conjunto de la sociedad cristiana occidental. Comienza a dominar
Europa después de la larga agonía que caracteriza
la decadencia del mundo antiguo. Ya antes de esa fecha existen
relaciones feudales, pero nunca plenamente desarrolladas. La
institución feudal se basaba en un contrato que obligaba a
señor y vasallo; por él, el vasallo juraba
fidelidad al señor y se comprometía a prestarle
diversos servicios, generalmente de tipo militar (obsequio), y a
cambio recibía del señor protección y
tierras o sus beneficios o rentas (feudo). Este acuerdo se
sellaba en una ceremonia llamada homenaje. Un mismo noble
podía ser señor de otro de menos poder y, a la vez,
vasallo de otro más poderoso.

La mayor parte de la tierra pertenecía a la
aristocracia laica y eclesiástica y de su propiedad
quedaba excluida la clase servil, que constituía la
mayoría de la población. Los siervos
carecían de derechos y a menudo estaban vinculados a las
mismas tierras que trabajaban, de manera que con ellas cambiaban
de señor. La institución feudal desapareció
en la baja Edad Media, no así el régimen de
posesión señorial de la tierra, que se mantuvo
vigente hasta las revoluciones burguesas del s. XVIII.

La orientación agraria de la Europa medieval fue
única en comparación con la de otras civilizaciones
desarrolladas. Desde las ciudades-estado sumerias de la
antigüedad hasta el Imperio Romano, las instituciones
urbanas determinaron el carácter de la sociedad y la
economía, pese a que la mayoría de la
población se ocupaba de tareas agrícolas. En la
Europa medieval, en cambio, aunque la población urbana
aumentó en tamaño e importancia, fueron las
instituciones agrarias y rurales las que llevaron la voz
cantante.

Sustentando el sistema feudal pero con orígenes
bien diferentes y más antiguos, estaba la forma de
organización económica y social basada en el
manor = feudo. Esta empezó a tomar forma en los
últimos tiempos del Imperio Romano, cuando las grandes
fincas de la aristocracia romana se transformaron en haciendas
autosuficientes y los campesinos quedaron ligados a la tierra. El
manor se convirtió en la base económica del sistema
feudal. No existía lo que podríamos llamar manor
típico, ya que se dieron numerosísimas variaciones
tanto cronológicas como geográficas, de acuerdo a
las características del suelo, clima, terreno e
instituciones existentess.

El hipotético manor ideal: consistía en
tierra, edificios y la gente que cultivaba aquella y habitaba
estos. La tierra se dividía en tierra de cultivo, tierra
de pasto, prados, monte, bosque y tierra baldía. Los
dominios del señor representaba aproximadamente el 25
ó 30% de la tierra cultivable del manor;
incluía la manor house, los graneros, los
establos, la forja, los jardines y acaso los huertos y
viñedos.

La manor house servía de residencia al
señor o a su representante. En principio, la
función del señor era la defensa y la
administración de justicia; podía interesarse
personalmente en la explotación de su demesne,
pero en general dejaba esta tarea a un mayordomo o administrador.
Catedrales y monasterios tenían también sus propios
manors, que podían cederse a vasallos, ser
administrados directamente por los clérigos, o confiarse a
administradores o mayordomos laicos.

Los campesinos vivían en pueblos apretados al pie
de la muralla de la manor house o en sus cercanías. Los
pueblos normalmente estaban situados en las inmediaciones de un
arroyo que proporcionaba agua, movía el molino y, en
ocasiones, el fuelle del herrero. Generalmente una pequeña
iglesia completaba el panorama del pueblo.

Las tierra que los campesinos labraban para sí
estaba situada en vastos campos abiertos que rodeaban la
manor house y el pueblo; la tierra se dividía en
franjas o parcelas pequeñas, y cada colono tenía
derecho posiblemente a dos docenas o más de parcelas
diseminadas por los campos del manor. Los prados, pastos, bosques
y montes se tenían en común, si bien el
señor vigilaba su utilización y se reservaba
privilegios especiales en los bosques.

La actividad económica fundamental
continuó siendo la agricultura, aunque en la periferia
celta y en Escandinavia la ganadería se impuso como
consecuencia de su clima húmedo y frío, que
garantizaba mejores pastos naturales y era menos favorable a la
producción agrícola.

Dentro de la población rural había
diversas categorías o grados según el nivel social.
La sociedad se dividía en tres "órdenes" y asignaba
un deber a cada uno de ellos. Los señores proporcionaban
protección y mantenían el orden, los
clérigos cuidaban del bienestar espiritual de la sociedad
y los campesinos trabajaban para mantener a los dos
órdenes superiores.

La clase dirigente abarcaba al 5% de la población
total, vinculada por complejas relaciones de vasallaje. El orden
clerical se dividía en clero regular (órdenes
monásticas) y el clero secular (obispos y
sacerdotes).

Dentro de la sociedad campesina existían
divisiones sociales. La fundamental era entre hombres libres y
siervos. A diferencia del sistema esclavista los hombres no eran
propiedad de sus amos, sino que estaban adscritos a la tierra.
Había muy pocos hombres completamente libres. El sistema
de campos abiertos y el hecho de que las parcelas de cada
campesino estuvieran diseminadas por los campos forzaba a
acometer el trabajo común. La mayoría de los
campesinos estaba forzado a trabajar en el dominio del
señor, teniendo este trabajo preferencia sobre su labor en
las propias parcelas. Las mujeres hilaban y tejían, ya
fuera en su cabaña, ya en los talleres del señor y
los niños formaban parte del servicio doméstico de
este. A partir del siglo X empezó gradualmente, y con
más rapidez en unas áreas que en otras un
movimiento tendente a suprimir los servicios de trabajo o a
sustituirlas por rentas en dinero.

Además de los servicios de trabajo, la
mayoría de los campesinos estaban sometidos a otros
deberes, pagos y prestaciones, en dinero y en especie.
También se obligaba a los campesinos a utilizar a cambio
de un cierto pago el molino, el lagar y el horno del
señor, y estaban sometidos a la justicia que este
administraba, que frecuentemente se traducía en el pago de
multas. Tenían que pagar asimismo el diezmo y a veces
tributos al rey.

La innovación más importante en la
agricultura medieval fue la sustitución de la
rotación de dos hojas de la agricultura clásica
mediterránea por la de tres hojas, innovación
íntimamente unida a otras dos igualmente decisivas: la
introducción del arado de ruedas y el uso del caballo como
animal de tiro.

La rotación de tres hojas tenía diversas
ventajas. La fundamental era el aumento de la productividad del
suelo. La rotación de tres hojas, con sus siembras en
primavera y otoño, extendía las labores agrarias
más uniformemente a lo largo del año;
reducía asimismo, el riesgo de hambre en caso de perderse
la cosecha. Por último, al haber más tierra de
cultivo disponible, se podía introducir mayor variedad de
plantas, con el consiguiente efecto favorable sobre la
nutrición. En el siglo XI era ya práctica
generalizada en el norte de Francia, los Países Bajos,
oeste de Alemania y el sur de Inglaterra. En el área
mediterránea, en cambio, su práctica fue
excepcional.

Aparte de estas innovaciones fundamentales, la
agricultura medieval experimentó un sinnúmero de
mejoras e innovaciones menores. Estas se extedieron cada vez
más a las herramientas agrícolas. Se registraron
mejoras en el diseño y construcción de hoces y
gradas, se inventó la guadaña para cortar el heno,
se extendió el uso del abono. Si a esto añadimos el
uso de de algarrobas, nabos y trébol como forraje para la
ganadería intensiva y la consecuente abundancia de
estiércol, entendemos que fuera posible introducir la
rotación de cuatro hojas e incluso algunas más
complicadas en regiones de agricultura intensiva.

También puede hablarse de innovaciones en el
campo del crecimiento de cultivos y animales, uso extendido de
las técnicas de injerto. Se introdujeron en Europa una
serie de plantas que tuvieron amplia difusión y en cuyo
cultivo se especializaron algunas zonas. Entre estas están
el centeno (amplio uso en la elaboración del pan), la
avena, los guisantes, las judías y las lentejas. Los
musulmanes dieron a conocer a los europeos el algodón, la
caña de azúcar, los cítricos y el arroz. Las
moreras y la crianza de gusanos de seda llegaron también
al norte de Italia a través de las civilizaciones
bizantina o islámica. El crecimiento de la industria
textil hizo aumentar la demanda de glasto, rubia, azafrán
y otros tintes naturales; hubo pequeñas regiones que se
especializaron totalmente en esos productos, importando su
alimento del exterior. Este incentivo para la innovación
es lo que diferencia las agriculturas de la Edad Media y la
Antigüedad.

La expansión
de Europa

Se ha calculado que alrededor del año 1000 la
Europa Occidental contenía entre 12 y 15 millones de
personas. La población de la Europa cristiana
probablemente era de 18 a 20 millones de habitantes. Estas cifras
implican una densidad de población significativamente
mayor en Europa Occidental que en el resto del continente; de
hecho era precisamente en las áreas de economía
basadas en el manor.

A principios del siglo XIV la población de Europa
Occidental estaba probablemente entre los 45 y 50 millones, y la
de todo el continente entre 60 y 70 millones. En Europa
Occidental este incremento puede atribuirse casi enteramente al
crecimiento natural (las tasas de natalidad superaron a las tasas
de mortalidad a partir del siglo X, a partir de mejoras
registradas en la alimentación gracias a las innovaciones
tecnológicas); en el resto de Europa, a las migraciones
provenientes del oeste y a la conquista o conversión de
pueblos no cristianos.

Este crecimiento demográfico provocó el
aumento de la población urbana, y la necesidad de ubicar a
los nuevos agricultores en zonas hasta entonces yermas. Se
procede a trabajos de tala y roturación de bosques,
trabajos de recuperación de tierras al mar. Surgen
granjeros con obligaciones de pago, pero por lo demás
independientes económicamente.

Finalmente, para dar cabida a su mayor número de
habitantes, la civilización europea se expandió
geográficamente, con la reconquista de la Península
Ibérica y Sicilia de los musulmanes, del Dranff nach
Osten
de los colonos alemanes en la Europa del este y el
establecimiento de monarquías feudales en el Cercano
Oriente durante las Cruzadas.

La reconquista cristiana de la península
empezó seriamente en el siglo X, coincidiendo con el
crecimiento demográfico europeo, y en el siglo XIII nueve
décimas partes de la península estaban ya en manos
cristianas. La reconquista adquirió carácter de
cruzada. Sin embargo, quizá la prueba más llamativa
de la vitalidad económica de la Europa medieval fuera la
expansión alemana en lo que ahora son Alemania Oriental,
Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Lituania. La
colonización de este vasto territorio se llevó a
cabo de varias formas, y en gran parte entrañó una
forma rudimentaria de planificación
económica.

Los resultados económicos globales de esta
expansión se pueden resumir en: (i) difusión de una
tecnología más avanzada, (ii) importante incremento
de la población debido a un aumento natural y a la
emigración, (iii) gran ampliación de la tierra de
cultivo (nuevos recursos), (iv) e intensificación de la
actividad económica.

A diferencia del avance germano hacia el este, las
Cruzadas no produjeron una expansión geográfica
definitiva de la civilización europea; su causalidad fue
más compleja y abarca más motivaciones
políticas y religiosas que económicas (Primera
Cruzada en 1095). No obstante, las Cruzadas estimularon el
comercio y la producción. Además de tener que
financiar y abastecer los ejércitos cruzados, las
conquistas temporales de los cristianos en el Mediterráneo
oriental abrieron nuevos mercados y nuevas fuentes de suministros
a los mercaderes de Occidente.

La tradición urbana subsistió en Italia.
Gracias a ello las ciudades italianas tuvieron la posibilidad de
actuar de intermediarias entre el Oriente, más avanzado y
próspero, y el Occidente, atrasado y pobre,
situación de la que se beneficiarían tanto
económica como culturalmente. Entre los siglos VI y IX,
las principales intermediarias fueron Amalfi, Nápoles,
Gaeta y otros puertos de la mitad sur peninsular. Venecia, Pisa y
Génova se incorporaron posteriormente. Las ciudades
italianas intensificaron su penetración en el levante
durante las Cruzadas; establecieron colonias y enclaves
privilegiados. La caída del reino de Jerusalén y el
fracaso de las Cruzadas apenas afectó a las posiciones
italianas en Oriente: firmaron tratados con los árabes y
los turcos y continuaron sus negocios de costumbre.

En el otro extremo del Mediterráneo el comercio
era más prosaico. Además de trigo incluía
otros productos corrientes, como la sal, salazones de pescado,
vino, aceite, queso y frutos secos. Aunque también este
comercio estaba dominado por los grandes puertos italianos lo
compartieron, de mejor o peor grado, con comerciantes catalanes,
castellanos, provenzales, narboneses e incluso
musulmanes.

Venecia comienza su apogeo en el siglo XI y fue la
capital comercial de Europa entre los siglos XII y XIV. En ella
surge la Bolsa así como las técnicas de banca y el
cálculo comercial. Se considera la cuna de la actual
contabilidad y del sistema de la deuda pública.

También se incorproraron otras ciudades al
predominio italiano como fueron las ciudades francesas de
Marsella, Narbona, Arlés, Nimes, Touluse, Burdeos,
Orleáns, Reims y Lyon; y las ciudades alemanas de la
cuenca del Rin y el Danubio.

Las ciudades italianas, a medida que se iban
desarrollando y ganando en poder, decidieron independizarse del
dominio de los señores feudales. Para ello sus integrantes
más próspreros se asociaron entre sí para
conquistar su dominio e independencia; y de estas primeras
asociaciones voluntarias surgieron los gobiernos municipales. Con
la creciente libertad y prosperidad de las ciudades aparecieron
los primeros signos de diferenciación de clases en el seno
de la comunidad urbana, así como el surgimiento de una
oligarquía exclusivamente mercantil dentro de los
principales gremios y gobiernos de las ciudades.

Ya durante los siglos XII y XIII este patricado
reclutado entre los mercaderes más notables había
asumido el gobierno municipal en todas las ciudades europeas.
Este gobierno de clase dio a la civilización urbana los
rasgos que habrían de caracterizarla: creó la
administración municipal, organizó sus diferentes
servicios, instituyó las finanzas y los créditos
urbanos, constituyó mercados y lonjas y halló los
recursos necesarios para levantar sólidas murallas, abrir
escuelas, etc.

El desarrollo urbano en el resto del continente
empezó más tarde y fue menos intenso que en el
norte de Italia. La única región que podía
compararse con el norte de Italia en lo que respecta a desarrollo
urbano era el sur de los Países Bajos, especialmente
Flandes y Brabante.

En ambas áreas estaban las ciudades que contaban
con mayor número de habitantes de Europa, y además
eran las zonas más densamente pobladas. La agricultura de
ambas era la más avanzada e intensiva y las dos
tenían los centros comerciales e industriales más
importantes. Estos hechos indican las infuencias
recíprocas entre el campo y la ciudad, y el desarrollo de
los mecanismos de mercado que los vinculaban entre
sí.

Durante la Edad Media la importancia de los mares del
norte de Europa, si bien menos activos que el
Mediterráneo, experimentó un aumento continuo. En
los últimos años de la Edad Media el comercio en el
Báltico y en el Mar del Norte estuvo dominado por las
grandes ciudades comerciales alemanas organizadas en la Hansa,
que con el tiempo llegó a comprender casi 200 pueblos y
ciudades y no se organizó formalmente hasta
1367.

Por Hansa se entiende a la asociación de
mercaderes de diversas ciudades en Inglaterra, Flandes y, sobre
todo, el norte de Alemania durante la baja Edad Media.

Las hansas alemanas nacieron por la necesidad de ayuda
mutua y protección, como herramienta para defender los
intereses de los mercaderes. Su expansión en la baja Edad
Media se debió especialmente al auge de la acción
cooperativa y monopolizadora característica de esta
época. La Hansa teutónica fue la asociación
de las hansas de diversas ciudades alemanas septentrionales,
encabezada por Lübeck, Hamburgo, Bremen y Colonia, que
actuó conjuntamente para combatir a Dinamarca por la
hegemonía en el mar Báltico o para negociar precios
y aranceles en los distintos mercados a los que acudía,
fundamentalmente Brujas y Londres. Nacida a mediados del siglo
XIII, su importancia comenzó a disminuir en el siglo
XV.

El crecimiento urbano empezó en las ciudades
portuarias, pero pronto se extendió a otras. Con el
aumento de la productividad agrícola y el crecimiento
demográfico que engendró, muchos campesinos
emigraron a los centros urbanos, viejos y nuevos, donde
emprendieron nuevas profesiones en el comercio y la industria. La
influencia recíproca entre el campo y la ciudad fue
intensa. El campo proporcionaba el excedente humano necesario
para poblar las ciudades, pero, una vez allí, esa nueva
población urbana constituía los nuevos mercados
para los productos del campo. Bajo la presión de las
fuerzas de mercado, el sistema manorial, concebido para la
autosuficiencia rural, empezó a desintegrarse.

El origen de las ciudades en este período no
tiene una explicación única, y varias son las
teorías enunciadas al respecto. Algunos opinan que las
ciudades son mera continuación de los núcleos
urbanos surgidos durante la expansión romana; otros que
las ciudades tienen un origen rural, desarrollándose en el
seno de una estructura feudal donde sus habitantes retuvieron
ciertas relaciones de dependencia con un señor feudal y
donde el requisito de ciudadanía continuó siendo de
carácter agrícola: poseer tierras dentro de la
región.

También se manejan los criterios sobre si las
ciudades se originaron en poblados de caravanas de comerciantes,
y que después de alcanzar cierto tamaño e
influencia recibieron privilegios especiales y protección
del señor feudal o incluso del mismo rey, a cambio de
préstamos o pagos en dinero como el caso de los
comerciantes alemanes e italianos en Inglaterra.

La afluencia de los mercaderes en los lugares favorables
provocó a su vez la de los artesanos. La
concentración industrial es un fenómeno tan antiguo
como la concentración comercial, y es posible observarlo
en la región flamenca. Al concentrarse en las villas, la
industria abasteció la exportación en forma cada
vez más amplia.

Se cree que el motivo principal del renacimiento de las
comunidades urbanas fue el resurgimiento del comercio
marítimo en el Mediterráneo, con el consiguiente
estímulo del movimiento de caravanas mercantiles
trascontinentales y a su vez el asiento de mercaderes.

La mayoría de las ciudades tuvieron su origen en
la iniciativa de alguna institución feudal, o de alguna
manera como un elemento de la sociedad feudal. Al menos en su
etapa inicial las comunidades urbanas eran mitad sirvientes mitad
parásitas de la economía feudal.

Su influencia como centros mercantiles fue profunda. Su
existencia proporcionó la base para las operaciones en
dinero, y por tanto para los pagos monetarios del campesino al
señor feudal. La existencia misma de las ciudades fue un
imán de atracción para los campesinos alentando el
éxodo de los dominios feudales.

Las necesidades y las tendencias de la burguesía
que se desarrollaba en las ciudades eran tan incompatibles con la
organización tradicional de Europa occidental, que
encontraron desde un principio enconada resistencia. Estaban en
pugna con los intereses e ideas de la sociedad dominada por los
poseedores de latifundio y la Iglesia.

Esta burguesía necesitaba de un derecho
más expedito, instrumentos más eficaces y jueces
iniciados en sus ocupaciones profesionales. La burguesía
se lanzó a la conquista de la implantación de un
derecho acorde a sus necesidades, por sobre el derecho
consuetudinario bajo el control del señor feudal. Desde
principios del siglo XI se creó un derecho mercantil
embrionario. Así se inició la lucha por la
conquista de derechos de las ciudades que surgieron en las
proximidades de los feudos, y ya durante el siglo XII las
constituciones municipales imponían su género de
vida a sus habitantes.

Transformaciones de
la institución feudal

En el siglo X los servicios en trabajo se estaban
empezando a sustituir por rentas monetarias. Era conocido que el
trabajo obligatorio es mucho menos eficiente y más
difícil de supervisar, y el rendimiento de los servicios
laborales podía tornarse incierto y bajo, a diferencia del
dinero. Los señores feudales, necesitados cada vez
más de numerario ante el auge del comercio comenzaron a
vender o a arrendar sus señoríos a agricultores que
cultivaban para comerciar con sus productos. Los campos abiertos
del sistema manorial se dividieron, se cercaron y se sometieron a
un cultivo intensivo que con frecuencia incorporaba riego y abono
abundante. Muchos de los nuevos empresarios agrícolas eran
habitantes de las ciudades que aplicaban a sus tierras, fuesen
arrendadas o compradas, los mismos cálculos meticulosos de
gastos e ingresos que habían aprendido en los tratos
comerciales.

La tendencia que se desarrolló en el sentido de
cambiar los servicios laborales por un pago monetario, así
como dar en arriendo las tierras señoriales a cambio de
una renta monetaria, o bien emplear mano de obra asalariada tuvo
como condición necesaria el crecimiento del mercado y de
las operaciones monetarias. Sin embargo, ¿cuáles
fueron los factores que determinaron estas transformaciones? Ya
en el siglo XII existía un movimiento considerable hacia
la conmutación, pero en el siglo XIII se verifica una
vuelta atrás.

Las necesidades de ingresos crecientes de la clase
dominante feudal demandaban al mismo tiempo una mayor
presión y exaciones sobre los productores. En la
época feudal el movimiento de las Cruzadas implicó
un drenaje especial de ingresos feudales y según
avanzó la era de la hidalguía avanzaron
también las extravagancias de la nobleza con sus
pródigos festines y costosa ostentación. El
resultado fue agotar a la masa campesina, que comienza la
emigración ilegal de los dominios feudales. Con el aumento
de población esto no tuvo mayores consecuencias, pero a
partir de 1300, que se observa un estancamiento en el crecimiento
demográfico nuevas soluciones han de ser
encontradas.

La reacción de la nobleza a esta situación
no fue uniforme en absoluto, y de la diferencia en esta
reacción en distintas áreas de Europa depende la
diferencia entre los acontecimentos registrados en los
años venideros. Los factores políticos y sociales
tuvieron mucho que ver en la determinación del curso de
los mismos. La firmeza de la resistencia del campesino, el poder
político y militar de los señores feudales, y el
grado de poder efectivo del rey en detrimento de las posiciones
de los señores feudales eran de gran importancia al
decidir si la concesión o la coerción renovada
habría de ser la respuesta. También influía
el tipo de cultivo predominante, los pastos predisponían
al uso de dinero ante su menor demanda de mano de obra; la
tradición podría haber hecho difícil el
aumento de los servicios laborales establecidos por lo que las
cuotas en dinero serían más favorables. Sin
embargo, la consideración fundamental fue la baratura o
carestía del trabajo asalariado al determinar si el
señor feudal estaría dispuesto o no a conmutar los
servicios laborales por el pago en dinero.

Si añadimos la consideración del uso del
trabajo asalariado debemos sumar además la necesaria
existencia de una reserva de fuerza de trabajo y que el nivel de
productividad de este trabajo asalariado fuese mayor que sus
salarios en un monto significativo. Estas razones también
son válidas al considerar el arrendamiento de tierras a
cambio de los servicios laborales. En este último caso
debe tenerse en cuenta la posibilidad de ahorrar cierto monto de
gastos fijos en la administración del dominio como el
mantenimiento de mayordomos y alguaciles. Las condiciones
más o menos favorables del mercado local eran importantes,
en particular la proporción de precios de productos
agrícolas en relación con los productos
industriales. Mientras más escasa fuera la tierra respecto
a la fuerza de trabajo más alta será la
rentabilidad de la tierra y mayor por lo tanto el incentivo de
adoptar una política de arrendamiento en vez del cultivo
con servicios laborales.

La transición anterior de pagos en servicios a
pagos en dinero no constituía más que el comienzo
de una tendencia que habría de manifestarse con mucha
más fuerza en el siglo XV.

El Comercio
Feudal

Si bien durante el desarrollo de la economía
feudal el comercio jugó un rol importante en el
desenvolvimiento económico, la actividad comercial estaba
en franco antagonismo con la Iglesia, que consideraba las
ganancias comerciales como peligrosas para la salvación
del alma. Sin embargo las prácticas usurarias fueron
practicadas por los Caballeros Templarios.

A partir de la expulsión de los musulmanes del
Mediterráneo, la navegación y el comercio comienzan
un lento restablecimiento. Las flotas italianas cooperan con el
movimiento de las Cruzadas hasta la derrota de San Luis en
Túnez, en 1270, fecha que marca el fin de estas y consagra
su fracaso en el dominio político y religioso. Las
ganancias realizadas por los proveedores en estos tiempos de
guerra fueron significativas. Los más beneficiados fueron
los venecianos, los pisanos, los genoveses y los provenzales. El
resultado más duradero de las Cruzadas fue el haber dado a
las ciudades italianas, y en menor grado a las de Provenza y
Cataluña el dominio del Mediterráneo. La actividad
comercial marítima también se extendió al
norte de Europa, permitiendo el florecimiento de la región
flamenca, que conservó una situación privilegiada
durante toda la Edad Media.

Este predominio se debe a la aparición de la
industria de producción de paños, que mejoró
gracias al abastecimiento de la excelente lana inglesa. Durante
el siglo XII toda la extensión de Flandes se
convirtió en un país de tejedores y bataneros
(batán: máquina de propulsión
hidráulica, compuesta por un eje y unos mazos, que se
utiliza para golpear paños y así desengrasarlos y
dar cuerpo a su tejido). El trabajo de la lana, que hasta
entonces se había practicado solo en los campos, se
concentra en las aglomeraciones mercantiles que se fundan por
dondequier. Sin embargo, Flandes y Brabante ocuparon un lugar
privilegiado gracis a su proximidad a Inglaterra.

Ya en el siglo XII la producción especializada
por regiones se estaba convirtiendo en una característica
de mercado de la economía medieval. El ejemplo más
famoso es el de la industria vinícola gascona, con su
centro de operaciones situado en Burdeos. El transporte por
tierra era en general más caro que por agua, y desde
finales del siglo XIII y a lo largo del XIV se realizaron grandes
progresos en diseño naval; progresos que tendrían
en el XV un efecto revolucionario. El renacimiento del comercio
marítimo coincidió con su penetración en el
interior, demandando de la agricultura más
producción. La navegación influyó
positivamente en el comercio. El primer impulso vino de la
navegación veneciana por el Sur, de la escandinava por el
Norte.

Sin embargo, en la Edad Media hubo una gran
excepción a la regla: el comercio entre el norte y el sur
de Europa, especialmente el comercio del norte de Italia con
Alemania y los Países Bajos. Los señores feudales
dueños de las tierras por donde pasaban las rutas acabaron
con el bandidaje y mejoraron los caminos, por lo que cobraban
peaje, pero este no era alto por la competencia de rutas
alternativas. Las hermandades religiosas organizaron casas de
postas y servicios de rescate. Compañías
profesionales de arrieros y carreteros proporcionaban servicios
de transportes en una atmósfera de viva competencia, y la
mayoría de las mercancías cambiaban de manos en las
grandes ferias o mercados de Leipzig, Francfort y especialmente
en las cuatro ciudades de feria de Champagne.

Uno de los rasgos de mayor relieve en la
organización económica de la Edad Media fue el
papel de las ferias, sobre todo hasta finales del siglo XIII.
Estas son lugares de reunión periódica de los
mercaderes de profesión. Son centros de intercambio, sobre
todo al por mayor; y se esfuerzan por atraer -fuera de toda
consideración local- el mayor número de hombres y
productos. Las ferias datan del renacimiento del
comercio.

Las ferias solucionaban temporalmente las trabas
existentes al comercio feudal. En ellas se gozaba de
garantías especiales de seguridad para los mercaderes; la
reunión de grandes cantidades de mercancías
propiciaba una formación más real de los precios
ante la concurrencia temporal de la oferta y la demanda; y estas
compensaban ante la inexistencia de un crédito
organizado.

El derecho reconoce a las ferias una situación
privilegiada. Se decretaba un período de paz, se
suspendían las acciones judiciales, se suspendía la
prohibición canónica de la usura (préstamo
con intereses). Las ferias más activas se agrupan
más o menos a la mitad de la gran ruta comercial que va de
Italia y de la Provenza hasta la costa de Flandes. Las ferias de
Champagne debieron gran parte de su importancia al contacto que
establecieron desde un principio entre el comercio italiano y la
industria flamenca, su influencia se propagó a todas las
regiones del Occidente.

El tráfico de mercancías no era el
único atractivo de las ferias de Champagne. Eran tan
numerosos los pagos que en ella se efectuaban que no
habían tardado en convertirse en la sede del mercado
monetario de Europa. En cada feria, después de un primer
período dedicado a la venta se iniciaba uno dedicado a los
pagos, que se extendían no solo a las deudas
contraídas en la misma feria, sino también a la
cantidad de pagos a largo plazo de obligaciones contraídas
en ferias anteriores. Desde el siglo XII, por medio de dicha
práctica, empezó a funcionar la organización
del crédito, que se extendieron sobre todo gracias a la
afluencia de mercaderes florentinos y sieneses.

Las ferias de Champagne, surgidas en el siglo XII, eran
el más importante lugar de reunión de mercaderes,
tanto del norte como del sur de Europa. Las prácticas y
técnicas comerciales que desarrollaron -por ejemplo, las
«letras de cambio» giradas sobre la
celebración de una feria y otros instrumentos de
crédito- y los precedentes que sentaron sus tribunales de
comercio ejercieron una influencia más amplia y duradera
que las propias ferias. Prácticamente todas las compras y
ventas de las ferias de Champagne se realizaban a crédito.
Al final de una feria, todas las cuentas pendientes se
diferían a la feria siguiente por medio de letras de
cambio. Las letras de cambio, si bien unidas originalmente al
comercio de mercancías, en la práctica se
utilizaban como instrumentos puramente financieros, sin
relación directa con las mercancías en
cuestión.

A principios del siglo XIII se inició la
decadencia de las ferias. La causa esencial es la
sustitución del comercio errante por hábitos
comerciales más sedentarios, al mismo tiempo que el
desarrollo de la navegación de los puertos de Italia y
Flandes con Inglaterra. Sin duda, la larga guerra que opuso al
Condado de Flandes con los reyes de Francia (1302-1320)
contribuyó a dicha decadencia, y la Guerra de los Cien
Años asestó un golpe decisivo (la muerte de los
tres hijos de Felipe IV sin descendencia masculina
permitió a Eduardo III de Inglaterra reclamar el trono,
pero los Estados Generales proclamaron sucesor a Felipe VI de
Valois, lo que provocó la guerra de los Cien Años
en 1337; la guerra concluyó en 1453 con la derrota
inglesa).

Otra razón que justificaba la confianza
generalizada en el crédito era la confusión y
diversidad de monedas. La mayoría de las regiones de la
Europa occidental usaban el sistema monetario carolingio de
libra, solidus, denarius, pero esa unidad aparente
escondía una desconcertante desigualdad monetaria. Los
soberanos apurados de dinero y con ingresos fiscales
insuficientes solían recurrir a la desvalorización
de la moneda para aumentar sus recursos. En tales circunstancias
una importante función en las ferias y ciudades
comerciales era la que desarrollaban los cambistas de moneda,
cuya tarea consistía en saber el valor de las distintas
piezas de dinero. De sus filas surgieron muchos banqueros. No fue
hasta la segunda mitad del siglo XIII que Europa obtuvo por fin
una moneda realmente estable, el famoso florín de oro que
puso Florencia en circulación por vez primera en
1252.

Sin embargo, en las últimas décadas del
siglo XIII los viajes al Mar del Norte desde el
Mediterráneo fueron haciéndose más
frecuentes; en la segunda década del XIV, Génova y
Venecia organizaban anualmente convoyes regulares, las famosas
flotas de Flandes. Las grandes empresas comerciales y
financieras, con sede en las ciudades italianas más
importantes y sucursales en toda Europa, se convirtieron en los
principales agentes del comercio, sustituyendo a los mercaderes
individuales. Este acontecimiento, al que a veces se ha llamado
«revolución comercial», fue fundamental en la
segunda época de expansión de Europa, que
empezó en el siglo XV. Estos factores contribuyeron al
ocaso de las ferias comerciales.

Con el restablecimiento del comercio en el siglo X, los
mercaderes europeos cobraron más importancia, pero hasta
bien entrado el siglo XIII el mercader siguió siendo un
viajero ambulante. Pronto entró en vigor una forma de
sociedad, la commenda: un mercader, quizá ya
demasiado viejo para soportar la dureza del viaje, aportaba el
capital y otro realizaba el trayecto. Las ganancias se
dividían: normalmente tres cuartas partes para el socio
sedentario y una cuarta parte para el socio activo. Estos
contratos eran más frecuentes en el comercio por el
Mediterráneo, pero también se daban en los viajes
por tierra.

Partes: 1, 2

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