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Ética de Erich Fromm el problema moral en la actualidad



  1. El
    problema moral en la actualidad
  2. Preguntas

El problema moral
en la actualidad

¿Existe un problema moral característico
de nuestra época? ¿Acaso el problema moral no es
uno y le mismo para todos los tiempos y para todos los
hombre?

En verdad lo es, y sin embargo, cada cultura tiene
problemas morales específicos que emanan de su estructura
particular, aunque estos problemas específicos constituyen
solamente diferentes facetas de los problemas morales del hombre.
Cualquier faceta particular puede ser comprendida
únicamente en relación con el problema
básico y general del hombre.

En este último capítulo es mi
intención destacar un aspecto específico del
problema moral general, en parte porque es de carácter
decisivo desde el punto de vista psicológico y, en parte,
porque estamos tentados a evadirlo al hallarnos bajo la
ilusión de haber resuelto este problema: la actitud del
hombre frente a la fuerza y el poder.

La actitud del hombre frente a la fuerza está
arraigada en las condiciones mismas de su existencia. Como seres
físicos estamos sujetos al poder, al poder de la
naturaleza y al poder del hombre. La fuerza física puede
privarnos de nuestra libertad y matarnos.

El que podamos resistirla y vencerla depende de los
factores accidentales de nuestra propia fuerza física y de
la fuerza de nuestras armas. Nuestra mente, por otra parte, no
está sujeta directamente al poder. La verdad que hemos
reconocida, las ideas en las que tenemos fe, no se invalidan por
la fuerza. El poder y la razón existen en planos
diferentes y la fuerza jamás revoca la verdad.

¿Significa esto que le hombre es libre aunque
haya nacido entre cadenas?¿significa esto que el
espíritu e un esclavo puede ser tan libre como el de su
amo, tal como lo sostuvieron San Pablo y Lutero? Esto, de ser
cierto, simplificaría grandemente el problema de la
existencia humana. Pero esta opinión ignora el hecho de
que las ideas y la verdad no existen fuera e independientemente
del hombre y que la mente del hombre está influida por su
cuerpo; su estado mental, por su existencia física y
social.

El hombre está capacitado para conocer a verdad y
para amar, pero si lo amenaza –no precisamente en su cuerpo
físico, sino en su totalidad como persona– una fuerza
superior, si se lo amedrenta e imposibilita, entonces su mente se
afectará y su actuación se deformará y se
paralizará.

El efecto paralizador del poder no depende solamente del
temor que origina, sino igualmente de una persona
implícita, la promesa de que aquellos que están en
posesión del poder pueden proteger y hacerse cargo del
"débil" que se somete a él; de que ellos pueden
librar al hombre de la carga de incertidumbre y de
responsabilidad para consigo mismo, garantizando el orden y
asignando al individuo un lugar en este orden que lo haga
sentirse seguro.

La sumisión del hombre a esta combinación
de amenaza y de promesa es su verdadera "caída". Al
someterse al poder=dominio, pierde su poder=potencia.

Pierde suponer para hacer uso de todas aquellas
capacidades que le hacen verdaderamente humano; su razón
cesa de actuar; puede ser inteligente, puede ser capaz de manejar
objetos y manejarse a sí mismo, pero acepta como verdad lo
que aquellos que tienen el poder sobre él llaman verdad.
Pierde su poder para amar porque sus emociones están
sujetas a aquellos de quienes depende. Pierde su sentido moral
porque su incapacidad para indagar y criticar a quienes se
encuentran en el poder embota su juicio moral con respecto a
cualquier persona o cosa. Es presa del prejuicio y de la
superstición porque es incapaz de inquirir acerca de la
validez de las premisas sobre las cuales descansan tales falsas
creencias. Su propia voz no puede llamarlo para que vuelva a
sí mismo, ya que no es capaz de escucharla por
están con tanto ahínco atento a las voces de
quienes tienen poder sobre él.

En verdad, la libertad es la condición necesaria
tanto para la felicidad como par la virtud; la libertad no en el
sentido de la aptitud para hacer elecciones arbitrarias ni
tampoco el estar libre de necesidades, sino la libertad para
darse cuenta de que uno es potencialmente, para dar pleno
cumplimiento ala verdadera naturaleza del hombre de acuerdo con
las leyes de su existencia.

Si la libertad –la aptitud para preservar la
propia integridad contra el poder- es la condición
básica para la moral, ¿no ha, acaso, resuelto su
problema moral el hombre de Occidente? ¿No es, acaso,
solamente el problema de la gente que vive bajo regímenes
dictatoriales autoritarios que les privan de su libertad personal
y política? En verdad, la libertad lograda en la
democracia moderna implica una esperanza para el desarrollo del
hombre, que está ausente en cualquier clase de dictadura a
pesar de que proclamen que obran a favor del hombre. Pero es
solamente una esperanza y uno una realidad.

Enmascaramos nuestro propio problema moral si enfocamos
nuestra atención a comparar nuestra cultura con modos de
vida que son la negación de los mejores triunfos de la
humanidad y, de esta manera, ignoramos el hecho de que
también nosotros nos hallamos sometidos a un poder que no
es el de un dictador ni el de una burocracia política
ligada a él, sino al poder anónimo del mercado, del
éxito, de la opinión pública, del "sentido
común" –o, mejor dicho, del "sinsentido
común"- y de la máquina en cuyos siervos nos hemos
convertido.

Nuestro problema moral es la indiferencia del hombre
consigo mismo.

Radica en el hecho de que hemos perdido el sentido del
significado y de la singularidad del individuo, que hemos hecho
de nosotros mismo los instrumentos de propósitos ajenos a
nosotros, que nos experimentamos y nos tratamos como
mercancías y que nuestros propios poderes se han enajenado
de nosotros. Nos hemos transformado en objetos y nuestros
prójimos también se han transformado en objetos. El
resultado de ellos es que nos sentimos impotentes y nos
despreciamos a causa de nuestra impotencia. Dado que no confiamos
en nuestro propio poder, no tenemos fe en el hombre, ni fe en
nosotros o en aquello que nuestros propios poderes puedan
crear.

Carecemos de conciencia, en el sentido humanista, porque
no osamos fiar en nuestro juicio. Estamos convencidos de la
creencia de que la ruta que seguimos debe conducir a una meta
determinada porque vemos a los demás en la misma
ruta.

Deambulamos en la oscuridad y conservamos nuestro
ánimo porque oímos que los demás silban como
nosotros.

Dostoievski dijo una vez: "Si Dios está muerto
toda está permitido".

Esto es, en verdad, lo que cree la mayoría de las
personas, difiere solamente en que algunos llegan ala
conclusión de que Dios y la Iglesia deben subsistir a fin
de mantener el orden moral, mientras que otros aceptan la idea de
que todo está permitido, que no existe ningún
principio moral válido que el oportunismo es el
único principio regulador de la vida.

La Ética Humanista, en contraste, sostiene que si
el hombre está vivo, sabe lo que está
permitido: y vivir realmente significa ser productivo; no emplear
los propios poderes para ningún fin que trascienda al
hombre, sino para uno mismo; dar un sentido a la propia
existencia, ser humano.

Mientras el individuo siga creyendo que su ideal y su
objeto se encuentran fuera de él, arriba de las nubes, en
el pasado o en el futuro, saldrá de sí mismo y
buscará el cumplimiento de su misión donde no lo
podrá hallar. Buscará soluciones y respuestas por
doquier, excepto allí donde éstas pueden ser
halladas: en sí mismo.

Los "realistas" nos aseguran que el problema de la
ética es una reliquia del pasado. Nos dicen que el
análisis psicológico o sociológico demuestra
que todos los valores son relativos únicamente a una
cultura dada. Sostienen qu nuestro futuro personal y social se
garantiza tan sólo por nuestra eficiencia material. Pero
estos "realistas" ignoran algunas duras verdades.

No perciben que al vacuidad y la superficialidad de la
vida individual, la falta de productividad y la consiguiente
falta de fe en sí mismo y en la humanidad-de ser
prolongadas- originan perturbaciones emocionales y mentales que
pueden incapacitar al hombre aun para el logro de sus fines
materiales.

Hoy día se levantan con una frecuencia cada vez
mayor voces proféticas que anuncian la perdición.
Si bien tiene la importante función de atraer la
atención hacia las peligrosas posibilidades de nuestra
situación actual, fallan en cuanto que no toman en cuenta
la esperanza prometedora que en forma implícita reside en
los triunfos del hombre en el terreno de las ciencias naturales,
la psicología, la medicina y el arte. En verdad, estos
triunfos atestiguan la presencia de intensas fuerzas productivas
que no son compatibles con el cuadro de una cultura decadente.
Nuestra época es una época de
transición.

La Edad Media no concluyó en el siglo XV y la Era
Moderna no principió inmediatamente después. El fin
y e comienzo implican un proceso cuya duración ha sido de
más de cuatrocientos años, un tiempo muy breve,
ciertamente, si lo mediamos en términos históricos
y no en términos de nuestro ciclo de vida individual.
Nuestra época es un fin y un principio fecundo en
posibilidades.

Si repito ahora la pregunta planteada al comienzo de
este libro, de si tenemos razón para estar orgullosos y
esperanzados, la respuesta es de nuevo en sentido afirmativo,
pero con la reserva que se deduce de todo aquello que hemos
analizado: ni el buen resultado ni el malo es automático o
preestablecido. La decisión depende del hombre.

Depende de su capacidad para tomarse a sí mismo,
a su vida y a su felicidad seriamente; de su buena voluntad para
enfrentarse con su problema moral y el de su sociedad. Depende
del valor que tenga para ser él mismo y de ser para
sí mismo.

Preguntas

¿Qué es la libertad?

¿Cuál es la relación de la libertad
con la felicidad?

¿Cómo se explica la felicidad como
virtud?

¿Cual es la fe en el hombre?

¿Por qué los hombres no confiamos en
nuestro propio poder?

¿Cómo se resuelve el problema moral de la
actualidad?

 

 

Autor:

Erich Fromm

México, Fondo de la Cultura
Económica 22 reimpresión 2004

Passim p. 264

Enviado por:

Lic. Sandra Liliana Martínez
Saucedo

 

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