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Iruya – La Princesa Chibcha de Guatavita



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

  1. El
    entorno…
  2. Iruya
    pescando
  3. Compromiso de
    Menquetá.
  4. Teuso
    se pone en marcha
  5. El
    viaje de Humazga
  6. Entre
    sueños de Teuso
  7. Las
    cuatro hermanas
  8. La
    cueva y Teuso
  9. Tumbado en el agujero
  10. Humazga cerca de la charca
  11. Llegan a las minas de
    Zipaquirá
  12. Humazga se presenta ante
    Menquetá
  13. Retorno de Teuso
  14. Valoración de los
    presentes

CAPÍTULO I.

El
entorno…

Por algún camino ideal de los que se
adentraban en los bosques luminosos y húmedos de
Cundinamarca (Colombia); en su parte nororiental, no lejos del
actual río Bogotá o Chica Mocha o por las
quebradas, que dan lugar al nacimiento del río San
Francisco; quizás, entre las denominadas de Paso Ancho, La
Turbia o El Granadillo -cerca de la laguna redonda de Guatavita o
por sus alrededores- y, sobre las ricas tierras de los humedales
de Agua Blanca, se llegaba a la aldea de -un establecimiento
indígena de la etnia Muiscas o Chibcha- cuyo jeque,
zipá o cacique era conocido con el nombre de
Menquetá. Laguna Guatavita, al fondo, tajón que
hicieron los humanos para vaciarla.

Era éste un hombre de mediana
estatura, algo rellenito de carnes, pero fornido y de buen
semblante; con una incipiente sonrisa característica de su
gran personalidad y bonachona humanidad, que parecía
resplandecer por todos los contornos de su territorio, como
invitando a sus vecinos limítrofes a visitarle; de tez
morena aceitunada, quizás debida a la herencia
genética de sus antepasados o tal vez, por la influencia
ejercida por el sol, favoreciendo la pigmentación de su
piel: constantemente expuesta a los rayos solares, que
perpendicularmente le alcanzaban, casi en todos los momentos del
día; su pelo negro como la endrina, recalcaba los rasgos
aceitunados de su rostro. A pesar de su edad, que rondaba los
sesenta años, su particular reseña, era: la de
estar siempre sonriente. Estaba muy orgulloso de ser un
típico representante fisiológico de su etnia, de
tratarse por igual con todos los seres humanos y especialmente
ser el cacique con más poder e influencias sobre todos los
chibchas. Tenía la barba negra, muy poblada y bien
cuidada; crecida desde los comienzos de su pubertad y nunca se la
había cortado; le llegaba hasta más abajo del
ombligo, tomando una tonalidad más clara por debajo de las
mejillas, donde se le podían apreciar con bastante nitidez
en algunas de las hebras canosas y perceptibles que la
destonalizaban; si con intencionalidad se los miraba. Los
cabellos de la cabeza los llevaba trenzados y le caían por
las espaldas, como si fuesen las dos maromas de una barcaza de
medianas proporciones, atracada en el centro de algún
río tropical y cuyas puntas permanecieran amarradas a los
troncos de robustos árboles ribereños. Iba siempre
enfundado en una almalafa de color ocre, atada a su cintura con
un cordón de cuero que cubría desde los hombros
hasta los pies, los cuales, llevaba siempre descalzos y
encallecidos por las durezas del terreno que pisaba; pero donde
siempre dejaba huellas invisibles de su profunda humanidad. Su
aldea estaba en uno de los mejores enclaves del entorno,
emplazada en una de las laderas del monte denominado Montesillo
y, en todo el territorio cundinamarquense gozaba de gran
prestigio entre los nativos de las demás
poblaciones.

Situada a mitad de camino entre otras
aldeas colindantes, hacia el noroeste se encontraba la laguna de
Guatavita, de donde tomaba su nombre y lugar donde giraban todos
los acontecimientos sociales, religiosos; también era una
de las despensas de su pueblo, pues de ella obtenían sus
aldeanos más de la mitad de sus alimentos.

Los terrenos ocupados hoy por el Embalse
del Tominé, cercano a la laguna: eran el centro
neurálgico de todos los chibchas del zipazgo, donde
acampaban durante las celebraciones al estar colindantes a la
laguna, donde tenían lugar todos los acontecimientos
sociales y religiosos, al ser sobre estas aguas, donde se honraba
a la diosa Chié en múltiples ocasiones y
celebraciones religiosas. Al construirse el Embalse del
Tominé, no hace más allá de medio siglo,
todas las antiguas edificaciones quedaron bajo las aguas y con
ellas muchos de los vestigios de sus antiguos moradores;
ubicándose un nuevo pueblo con el mismo nombre: cercano al
embalse en su parte oriental media y colindante con los
municipios actuales de Sesquilé y Machetá al norte,
al sur con los de Guasca y Sopó, al este con
Gachetá y Junín y al oeste con Tocancipá y
Gachancipá, quedando el embalse del Tominé, como
eje intermedio de todas estas poblaciones.

La antigua población de Guatavita
ocupaba toda la parte central de los territorios de esta etnia y
la influencia, que ejercía el cacique de Guatavita, era
muy preponderante y autoritaria sobre las demás aldeas
vecinas, habiéndose consentido entre muchos de los
caciques de los alrededores, una especie de confederación
que los subordinaba en muchos aspectos de la vida real y al
cacicazgo de Guatavita. Existen estudiosos sobre el tema que
aseguran que toda la zona gozaba de la influencia territorial del
cacicazgo, favoreciendo las relaciones comerciales, culturales y
sociales de unas poblaciones con otras, en grado creciente; pero
lo que realmente hizo cabeza visible a Guatavita -antes de la
llegada de los invasores- fue: su liderazgo religioso sobre la
laguna del mismo nombre; las celebraciones ostentosas, que en
ella se daban y la comodidad geográfica de su
ubicación para el resto de las poblaciones muisca. Los
límites aproximados de influencia territorial del cacique
de Guatavita llegaban por el oriente hasta las inmediaciones del
río Garagoa, por el norte las vertientes del río
Bogotá, por occidente las inmediaciones de la laguna de
Cucunubá y de Suesca, posiblemente más allá
de Sopó y de los yacimientos de sal de Zipaquirá y
por el sur, parte de la cuenca alta del río Humea, hasta
la cuenca alta del río Negro. La línea del mapa
adjunto, marca la zona -que gozaba de esa influencia. La
economía de la zona giraba en torno a la extracción
y comercialización de la sal gema por los nativos de la
zona de Zipaquirá, Gachetá, Sesquilé y otros
yacimientos de menor importancia.

Con el intercambio comercial por oro
-primordialmente con otros indígenas de diferentes etnias,
como los Agataes y los Paches de la cuenca del río
Magdalena- de los cuales obtenían la materia prima para
florecer en la orfebrería.

La producción de la hoja de coca
alcanzó una gran importancia entre todas las aldeas del
Valle de Tenza, Fomequé, Ubatoque, Sunuba,
Chocontá, Machetá y otras que también
tenían, en sus territorios: grandes sembrados de coca y
algodón, cuya explotación constituía una
materia prima excelente para el intercambio por tejidos
elaborados -especialmente mantas- y oro proveniente del noroeste.
Los muiscas eran excelentes orfebres, que también
trasladaban su arte de modelación artística al
barro, llegando a ser grandes ceramistas en las aldeas de
Tocancipá, Gayancipa e incluso en la misma Guatavita y
tenían mucha demanda por la zonas limítrofes del
territorio boyacarense. Quizás los enumerados eran los
productos más empleados en los intercambios comerciales
con los pueblos vecinos, pero existía una gran actividad
en la agricultura, donde conseguían autoabastecerse con
los productos básicos, como eran: la papa, el maíz,
frijoles, la yuca, gran variedad de frutales de consumo diario,
etc.

Al existir un intercambio comercial
bastante intenso entre las distintas aldeas del territorio
muisca, el girar toda la actividad económica en torno a la
confederación establecida (controlada desde el cacicazgo
Guatavita) y ser la laguna el mayor centro religioso de la zona,
reuniendo en las celebraciones a la mayoría de los
habitantes, todo ello constituían los pilares donde se
cimentaba toda la actividad económica y cultural de esta
zona.

Este pueblo (chibcha o muisca), dio mucha
importancia ceremonial a la devoción religiosa en honor a
sus dioses; usando el oro como ofrendas, que adquirían en
los trueques comerciales llevados a cabo con otros pueblos
vecinos.

-Realmente era la moneda de pago en casi
todas de sus transacciones comerciales-. También era un
medio de expresión de sus sentimientos, al que no
habían dado el carácter material, ni aún se
les había ofuscado las mentes por la ambición de
poseer riquezas, como más tarde les ocurrió a la
mayoría de los llegados españoles; sobre todo con
la fabulosa, idealizada y divulgada leyenda del Dorado. Era
normal en todas las agrupaciones de este pueblo: que en sus
ceremonias religiosas usaran el oro, que extraían en poca
cantidad de su comarca: casi todo provenía del intercambio
comercial con pueblos de otras etnias, como ya se ha dicho, usado
para embellecer y agasajar a sus dioses fundamentalmente o
empleándolo en homenajes a sus propios caciques, en las
ceremonias sociales o de rasgos políticos, lo cual,
hacían con bastante frecuencia.

En ocasiones cubrían todo el cuerpo
del cacique con polvo de oro, para sumergirlo posteriormente en
la laguna Guatavita; siguiendo la costumbre de un antepasado
cacique, que lo hizo por penitencia y arrepentimiento, debido a
los malos tratos, que dio: a sus seres más queridos. " En
una de las muchas leyendas colombianas, referente a la laguna de
Guatavita, cercana a la actual Bogotá -unos 70
kilómetros hacia el norte, por excelente carretera-, se
cuenta: que su fondo, está repleto de objetos de oro
macizo y de escamas del mismo metal, como consecuencia de las
penitencias, que se impuso cierto cacique (muy posiblemente
antepasado de Menquetá) para redimirse de los
sufrimientos, que había causado, en vida, a su mujer y a
su hija".

Su comportamiento -para con ellas-
había sido tan descabellado, que: las castigaba
sometiéndolas a crueles actos.

Ante tantos sufrimientos y humillaciones:
ambas acordaron ahogarse en las aguas profundas de la laguna;
aprovechando que su marido y padre estaba ausente, una tarde que
éste se encontraba cazando. Al parecer, la diosa
Bachué que tenía en gran aprecio a ambas mujeres
las acogió en su palacio, que tenía escondido en el
fondo de las aguas entre las algas y los peces, donde: no
conseguiría rescatarlas el malvado padre y
marido.

A partir de estos hechos: el díscolo
cacique no podía conciliar el sueño y siempre
estaba cargado de remordimientos; ya que: se hacía
totalmente el culpable de la determinación, que
habían tomado su mujer y su hija, como consecuencia de su
increíble comportamiento… Las pocas veces que
conseguía dormir -algunas y siempre pocas horas- le
venía al subconsciente el recuerdo de ambas y las
veía en el fondo de la laguna cuidando los jardines de un
prodigioso palacio o paseando por sus alrededores.

Tanta culpa sentía que: -ya, ni le
dejaba vivir-…, estaba muy ofuscado y lleno de
arrepentimiento. Su mente rozaba la locura y empezaba a ver
fantasmas por todos los rincones por donde pasaba, no pudiendo
soportar la negrura de la noche, manteniendo siempre las
antorchas encendidas y con buena luz, porque los mismos temores,
le asaltaban en la penumbra… Para acallar su conciencia
-al verse tan agobiado- ideó finalmente imponerse una
larga penitencia; y era ésta: con cada luna llena se
embarcaría en su canoa hasta llegar a la mitad de la
laguna -acompañado de algunos súbditos sirvientes-
e invocaba a ambas mujeres solicitando su perdón y su
vuelta; al mismo tiempo hacía la firme promesa, de que
jamás: volvería a ser tan mal padre y esposo, como
lo había sido en la etapa que vivieron juntos; algunas
veces, hasta lloraba sinceramente sus pecados, al tiempo que
arrojaba ofrendas de oro macizo a su esposa y esmeraldas a su
hija, en prueba del amor que sentía por ambas. Cuando las
ofrendas, coincidían con alguna fecha especial, como fecha
del nacimiento de la hija o la onomástica de cualesquiera
de ellas, estando siempre la luna llena: se situaba en el centro
de la laguna, con su barca y sus criados más leales, le
desnudaban completamente, le embadurnaban con resina de cedro
toda la piel, al tiempo que lo espolvoreaban con finísimo
oro y le pegaban a su cuerpo pequeñas escamas del mismo
metal, hasta alcanzar la figura de un pez dorado; finalmente se
tiraba de cabeza a las aguas y procuraba sumergirse lo más
profundamente posible. Muchas veces los sirvientes creyeron, que
no volverían a verlo, pero siempre aparecía
flotando sobre la superficie de las aguas y cuando ya no
podía aguantar más la respiración:
salía a la superficie todo medio muerto y con disnea
incontrolable solicitando el perdón de su esposa y de su
hija; entonces los criados le arropaban y rápidamente le
acercaban a la orilla, para evitarle tanto sufrimiento, como se
le veía. No tardó en morir el verdugo y arrepentido
cacique; previamente había ordenado a sus súbditos
y sirvientes de siempre y, para su último viaje: que
tapiasen la barca con tablas conteniendo su cuerpo, junto a todo
el oro y piedras preciosas que pudieron reunir hasta su muerte,
debiendo hacer naufragar la barca en el centro de la
laguna.

La etnia muisca, tomó como costumbre
esa misma ceremonia: invocaban a la diosa de las aguas
Chié, al propio cacique arrepentido y clamaban por
conseguir, dirimir o descargar sus conciencias, copiando las
mismas actuaciones que hacía su antecesor. Otras leyendas:
cuentan la historia de diferente forma, aunque lo cierto es que
la costumbre se fue propagando por las comarcas y lagunas
vecinas, hasta poco después de la llegada de los
conquistadores. Estos actos llegaron a tomar el carácter
de ceremonias religiosas, repitiendo todos los rituales que
hacía el primer cacique.

Como consecuencia de las guerras
fratricidas de los chibchas de la comarca de la laguna de
Guatavita y los de Bogotá, terminaron por perderse este
tipo de actos.

Tanta riqueza, según la
tradición: existe, pero está enterrada y sumergida
en el lecho de las profundidades de la laguna.

Esos hechos han llevado posteriormente a
otros hombres a tratar de vaciar la laguna en dos ocasiones, para
apropiarse o recuperar los tesoros escondidos en sus
profundidades, pero no han sido muy buenos los resultados -al no
poder vaciarla completamente-, aunque en ambas ocasiones
encontraron tesoros. Estas costumbres y ceremonias hicieron, que
se desarrollaran y difundieran por todos los demás pueblos
vecinos, llegando a realizar ofrendas de gran relieve e
importancia, consistentes en ofertar: vasijas y objetos labrados
en oro macizo que después utilizarían o
serían catalogados, como objetos sagrados. Fue muy
exagerada la divulgación de estas costumbres chibchas
sobre el uso de este mineral y también la poca
ambición que ellos le tenían; en
contraposición al apreciado valor, que le dieron las
generaciones después: llegando , con ello: a crear y
fomentar la existencia de El Dorado. Así surgió una
de las leyendas más desafortunadas para este pueblo
Chibchas y de todos los demás descendientes de su tronco
matriz -la civilización Muisca-. "Las noticias, que les
llegaban a los españoles sobre estos actos ceremoniales,
donde el oro fluía como ríos, creó tal
leyenda y, fomentó exageradamente la ambición por
poseer esas riquezas, empeñándose muchos hombres en
conseguirlo. Incluso ahora, en la fecha actual, se buscan los
tesoros de El Dorado, donde según contaban los
imaginativos e ilusionados, pero que: nunca vieron por sus
propios ojos: todo estaba hecho de oro -según contaban los
ambiciosos- hasta los adoquines de las calles, las piedras de los
edificios, etc.

Todas estas falsas noticias, que
corría como la pólvora, tuvieron consecuencias muy
malas para los chibchas-muiscas, que fueron diezmados y sometidos
por los españoles. También estos (buscadores de los
tesoros): fueron diezmados por las fatalidades: en su
ambición incontenible (buscando El Dorado); al tener que
atravesar casi toda la selva colombiana y venezolana por
perseguir la utopía de un sueño…

"Una de las culturas indígenas
más sobresalientes de Hispanoamérica y, es posible:
que la más conocida por el norte del continente
sudamericano, sea la de los Chibchas, de la etnia Muisca: que se
extendía por todo el norte de la actual Colombia y
Panamá, (toda la zona del actual Chocó,
Quindío, Risaralda, Atlántica, Cundinamarca, etc.),
y sucumbieron por la ambición de otros (los
españoles) más adelantados o mejor pertrechados".
Destacáronse -los chibchas- por ser un pueblo muy
creyente, bastante culto y que habían desarrollado su
minería y agricultura, como pocos pueblos de su
época…

Eran muy buenos orfebres, prueba de ello
son las piezas recuperadas y guardadas muy inteligentemente, por
el Banco de la Nación Colombiana y otras muchas que se
conservan en el Museo del Oro de Bogotá, etc.

"Lástima por los desmanes acaecidos,
como consecuencia de la incultura de muchos conquistadores, que
guiados por la ambición del momento, no llegaron a
considerar adecuadamente los valores incalculables de este pueblo
y especialmente su cultura. Los desmanes acometidos por los
invasores (mayormente fruto de sus propios temores y de su
incultura) les llevaron a diezmar sensiblemente una
población:

-admirable por sus muchas virtudes
naturales, como les adornaban-; de la que algunos patanes de la
época, hubiesen podido aprender a ser gentiles humanos; en
vez de garduños salvajes. Aún hoy, estos pueblos:
-desgraciadamente son considerados por algunos más
aventajados posicionalmente (que no, culturalmente) como un
mestizaje de sangre mal avenida de aquella época y, son
maltratados, menospreciados y rebajados a un estado de servilismo
y desconsideración, que no merecieron nunca, ni merecen en
la actualidad, sufriendo las secuelas de aquella falta de
hermandad, respeto y amor, que debió haber proliferado
entonces; aunque sólo fuese por ser seres humanos, cuanto
más, por haber considerado a los llegados, como la flor y
nata de la humanidad conocida. De poco valió la
cristiandad, domesticada al momento; pero, claro está: no
supieron predicar con el ejemplo y los corrompió la
avaricia hasta la crueldad.

¡Cuan diferente hubiese sido las
relaciones humanas, si desde entonces se hubiese sembrado el amor
fraternal al unirnos a estos maravillosos
pueblos…!.

Muchos de ellos saqueados y maltratados en
sus propios territorios o aldeas -tan sólo- por la
ignorancia de ciertos avances bélicos, por inocencia de
sus miembros confiados o porque los que llegaron nunca fueron los
mejores españoles, ni tan siquiera los medianos de aquella
época. -Existen algunas versiones que sitúan a la
diosa Bachué -madre de la humanidad, según la
Mitología Muisca-: eternamente viviendo con su consorte en
su palacio sumergido en las profundidades de las lagunas
denominadas: Viracachá, Iguaqué o Guatavita; otras
versiones la refieren en los alrededores de lugares sagrados
-denominados del Infiernito- donde abundan muchos símbolos
sobre el terreno

-en forma de monolitos-, representando la
fecundidad en sus muy diversos aspectos. Realmente estas
señales servían para calcular los cambios de las
estaciones, -según las sombras que hacían al darles
los rayos solares- y, cuando estos monolitos no hacían
ninguna sombra sobre el terreno: era la época de los
solsticios de verano o del invierno y el sol no proyectaba sombra
porque estaba fecundando los campos desde su Zenit. Aseguran
muchos que fue en la laguna de Iguaqué – cercana a
Arcabuco-: donde se empleó Bachué para cobijar a su
consorte, siendo aún infante y formar a todos los humanos
y es: donde tiene escondidas a la mujer e hija del cacique mal
tratador; siendo la laguna de Guatavita, el lugar sagrado donde
se ungían a los futuros caciques: después de su
largo ayuno y lugar donde tenían que sumergirse en sus
aguas, untados con resinas, espolvoreados con oro y
ofreciéndose, como servidores de la gran diosa
Chié, para salir impregnados con la gran sabiduría
y las capacidades infundidas por la diosa de las aguas; y
así, poder gobernar sus territorios desde ese mismo
instante. "Cuentan algunas versiones, que: el cacique que se
sumergía con cada luna llena en la laguna de
Guatavitá, reclamando el perdón de su esposa e
hija, no fue otro que uno de los antepasados de Menquetá,
el cual no habría sido tan perverso con su mujer e hija,
sino que ésta cometió adulterio -siendo cogida in
fraganti- y, por temor a las represalias de su marido:
tomó a su hijita -aún bebé-,
arrojándose al agua con ella en sus brazos, donde se
ahogaron ambas". Posteriormente, el cacique sólo pudo
encontrar a su hijita deformada y medio comida por los peces; sin
ojos, sin orejitas y partes de su piel comida por los peces.
Otras versiones aseguran, que: el cacique en cuestión, era
el gobernante predominante de los muiscas y embadurnado de barro
arcilloso, se hacía espolvorear de oro, como ritual
religioso en adoración a la luna y posteriormente se
sumergía en las aguas de la laguna de Guatavita, para
solicitar parabienes para su pueblo.

Aseguran otros que no se adentraba hasta el
centro de la laguna en una canoa, sino que lo hacía en
cestón de juncos, confeccionado en la misma orilla por sus
súbditos que, entretejían y engalanaban la especie
de barcaza con muchos adornos, con mucho oro y piedras preciosas,
ofrendas que llevaban los nativos chibchas del entorno en
adoración a sus dioses pidiendo bondades. Otros eruditos
en la materia, aseguran que estas celebraciones se llevaban a
cabo con motivos de aceptar al nuevo personaje que
ocuparía el cargo de cacique en alguna de las aldeas de la
región y los chibchas habían tomado por costumbre
este rito: para homenajear a la diosa de las aguas Chia,
solicitándole recubriese al nuevo gobernante con las
mejores cualidades personales, necesarias para el cargo que iba a
ocupar; saliendo ungido de las aguas colmado de sabiduría
para poder gobernar a sus súbditos. Los propios
indígenas desnudaban al cacique y procedían a
untarle toda la piel con sabia de cedro o acacias, para -al
espolvorearle con oro-, éste quedase bien pegado a su
cuerpo, lo esparciese en su recorrido y quedase bajo las aguas al
sumergirse en sus profundidades; pero había de llegar al
centro de la superficie de las aguas, para hundir la barcaza,
estando él sobre ella; saliendo posteriormente a nado.
Estas ceremonias se llevaban a cabo en presencia de los caciques
de todas las aldeas vecinas y, como mínimo: con dos o
cuatro acompañantes, que iban como él ataviados y
embadurnados; ofreciendo gran cantidad de oro y piedras preciosas
al sol y a la luna. Posteriormente se organizaba una gran fiesta
– donde había grandes bailes, se exponían y
formalizaban intercambios de frutos, se apalabraban bodas entre
los jóvenes, por sus padres, etc. Corría la chicha
a raudales, el griterío hacía temblar los montes
cercanos y retumbar los colindantes, debido al jolgorio y las
algarabías, que se llevaban a cabo entorno a estas
celebraciones". "La chicha, es un licor confeccionado a partir de
la fermentación de maíz o arroz y, en algunas
ocasiones también se emplean otros tipos de cereales;
tradicionalmente de los más comunes de los pueblos nativos
y autóctonos del Continente Sudamericano; licor, brebaje o
bebida típica que por tradición fueron manteniendo
las costumbres de su fabricación y consumo como una
heredad de sus antepasados y es una de las raíces
más características de los indígenas, por
otra parte: consiguiendo la materia prima fácilmente, al
tenerla muy a mano.

Llega a ser consumida abundantemente en
calidad de refresco, licor embriagante e incluso como un vino de
mesa -según el grado de alcohol que contenga-; siendo muy
común en todas la mesas de los clanes, tribus o
aldeas… "Yo pensé que los primeros registros de la
palabra chicha se remontaban a los tiempos de los primeros
indígenas, pero parece ser -que los estudiosos del tema
(etimologistas avezados)- lo sitúan: en los comienzos del
siglo XVI, aunque no se han puesto de acuerdo sobre su
proveniencia exacta. Muchos de ellos sostienen que ese vocablo es
propio de los aborígenes panameños, otros se
inclinan y defienden su origen arahuaco u otomí y otra
minoría -alegando la muy acreditada opinión de
Gonzalo Fernández de Oviedo- sostienen: que es palabra
taína. Lo cierto es que si en su origen se empleó
para designar una bebida fermentada de maíz,
posteriormente sirvió para nombrar la obtenida de
cualquier grano.

Viene en las páginas de casi todos
los cronistas de la conquista, de las colonias, -desde aquellos
remotos tiempos hasta el presente- se sigue consumiendo la
variedad que tiene como base: la fermentación del
maíz y, que entre los más numerosos consumidores
actuales, recibe la denominación de chicha andina; la
preparación no es difícil y sólo presenta
algunas pequeñas variantes -según la zona
cordillerana andina de que se trate- pero fundamentalmente
consiste en: moler el grano de maíz, añadir guarapo
de piña y luego dejarlo fermentar. Aunque las
técnicas han variado con el paso del tiempo, parece ser
que los primeros aborígenes americanos productores de la
chicha, encargaban a sus mujeres el hecho de hacer la bebida, que
ellas ablandaban el maíz -dejándolo en remojo un
día o dos-, para después proceder a su
masticación y escupirlo en otra vasija -una vez bien
triturado-, al mezclase con la saliva: empezaba la
fermentación de los almidones y en su
transformación en alcoholes; dependiendo del tiempo de la
fermentación y de la concentración de esa pulpa
masticada -a la que se podía incorporar agua u otras
frutas posteriormente la hierven, la cuelan -separándola
de la pulpa y residuos- dejándola enfriar y ya
estaría lista para el consumo; de su buena
fermentación y cocción, dependía el grado
alcohólico de la bebida y su posterior tolerancia al
consumirla.

Esta manera de preparación produjo
mucho asco en algunos españoles escrupulosos y muchas
reservas, a la hora de tomarla, reacción inmerecida;
olvidando que en muchas zonas de España -algunas salsas,
como el alioli- se hacen por las mujeres de la casa que
masticando los ajos, después lo mezclan con el aceite para
cocinar o adecentar la mesa, que agregando a las comidas la hacen
tan deliciosa, especialmente las carnes.

La chicha de maíz era confeccionada
por la mayoría de las tribus que ocupaban lo que hoy es
territorio de Venezuela, Colombia, las Guayanas y parte norte de
Brasil; aunque posteriormente -en fechas más recientes a
nosotros- se ha reducido mucho su consumo y elaboración a
zonas muy concretas del Continente Americano; especialmente es
frecuente bebida en las regiones andinas, ocupadas por las etnias
sobrevivientes.

La zona del Táchira, aún
constituye una bebida muy típica y coloquial, donde se le
agrega algún almíbar y especias, para darle mejor
sabor; en otros lugares cercanos le agregan jugos, especialmente
de limón, pero debe ser poco, porque pierde
rápidamente sus cualidades: de ahí el dicho -ni
chicha, ni limonada-.

Si a esta bebida, se la deja mucho tiempo a
temperatura ambiente, se vuelve muy fuerte o mejor dicho se
estropea porque fermenta muy rápidamente, por ello se hace
necesario mantenerla en lugares muy frescos y especialmente en el
frigorífico, para que no se entuerte mucho, como dicen
muchos consumidores en un ambiente familiar y popular. Muchos
habitantes de la zona central y norte de Venezuela prefiere la
chicha de arroz que está hecha con el grano partido de
dicho cereal, al que se le agrega algunas frutas y frutos secos,
consiguiendo distintos sabores, especialmente con vainilla y
almendras. La chicha es una de los brebajes muy simples de
preparar, quizás por ello estuvo muy extendida en todo el
territorio indígena del Continente Americano y seguramente
es uno de los rasgos que más fuertemente caracterizan su
supervivencia. Los españoles, en los tiempos del
descubrimiento y de la conquista, se asombraban de la importancia
que tenía la chicha en las celebraciones comunitarias y de
la manera tan singular como se elaboraba: las mujeres del grupo,
muchas veces las más viejas, masticaban los granos del
maíz para acelerar la fermentación, y
después lo cocinaban para hacer una bebida un poco espesa,
que bebían para festejar los grandes gestos o
acontecimientos. El padre Joseph de Acosta, cronista de finales
del siglo XVI, nos dice que "no le sirve a los indios el
maíz sólo de pan, sino también de vino,
porque de él hacen sus bebidas con que se embriagan harto,
más presto que con vino de uvas". La chicha embriagante,
con sus muchos nombres: masato (para los aborígenes de
Cumaná, el Tolima y Santander); itúa (entre los
quimbayas); acca, azúa y sora (para los ecuatorianos y los
peruanos): parece haberse limitado a las poblaciones
indígenas de la América del Sur y a ciertos lugares
del Caribe.

Durante la época colonial, era muy
famoso en Caracas el carato de casaquita, que vendía un
vendedor ambulante vestido con una casaquita.

Aquella chicha hecha a la manera
tradicional de los indígenas quedó como una rareza,
que seguían practicando algunas comunidades, como la
guajira, tal como recuerda Gallegos en su novela "Sobre la misma
tierra", de 1943, en los tiempos en que se iniciaba la
explotación petrolera en el Zulia. Poco a poco, en la
medida en que se democratizó el consumo de ron, de otros
aguardientes y de cervezas, la chicha dejó detener
importancia como bebida embriagante, y se quedó mayormente
como una bebida refrescante que, elaborada tanto de maíz,
como de arroz, ofrecían los vendedores ambulantes, algunos
tan populares como el chichero que se apostaba debajo del reloj
de la UCV desde finales de la década de los 50, o que se
ofrece industrializada en los supermercados.

Esta costumbre o ceremonia religiosa, se
fue extendiendo por casi todas las lagunas de la región de
Cundinamarca y en mayor o menor medida en algunas de sus
profundidades se han encontrado tesoros de dichas ceremonias que
se conservan en el Museo del Oro de Bogotá. "La antigua
aldea de Guatavita -hoy sumergida en las aguas del Embalse
Tominé en la ladera del Montecillo- ha dado lugar a la
nueva población muy reciente y moderna -de unos cuarenta y
tantos años-: conocida por el mismo nombre y se encuentra
en plena sabana a unos setenta kilómetros de
Bogotá, capital de la nación colombiana.

En la aldea de Guatavita, todo era quietud
y la vida se desarrollaba en total armonía con la
naturaleza, al amparo de la sabiduría que manifestaba
Menquetá.

Formaba su familia una unidad muy bien
avenida que estaba compuesta por su mujer Lura, su hija
primogénita Iruya, un hijo varón, de unos 7
años, al que llamaban Mann y el propio cacique.
Convivían en la mejor y más amplia cabaña de
la aldea formada por unas doscientas. Conformaban una plaza
central en forma rectangular, sobre una extensa planicie, algo
recostada sobre la ladera noroeste del antiguo cráter,
donde estaba bien formaba la laguna en forma circular, cuyas
aguas daban vida a todo su alrededor y constituía un lugar
ideal de sobrevivencia para su pueblo, que llevaba establecido
allí, desde tiempos inmemoriales.

Su aldea estaba considerada una de las
más prestigiosas de toda la comarca y a ella, de alguna
forma manifiesta y entendible, le rendían pleitesía
y respeto el resto de los caciques de la etnia chibcha. Muy
posiblemente ese respeto y admiración de los demás
mandatarios muiscas, había surgido por el prestigio de los
últimos jefes caciques, que lo habían sido sus
antepasados -familiares en su propia aldea- y también lo
fomentaba, el hecho, de ser la laguna de Guatavita: el centro de
celebraciones religiosas más importantes de todo su
pueblo.

Sin duda alguna, él siempre
procuraba estar a la altura de las circunstancias y durante el
tiempo, que llevaba de mandatario o en el cacicazgo, siempre se
esmeraba en conseguir los mejores resultados posibles en sus
gestiones de gobierno para su poblado. No eran pocos los
artesanos: orfebres, tejedores, ceramistas, etc., que se
habían afincado en la aldea, haciendo que ésta
floreciese y aumentase la población enormemente. La
situación geográfica, que tenía el
asentamiento de la población -pensaba él-, que:
tenía mucha importancia para esa creciente
demografía, al estar comunicada con las otras aldeas y
ocupar un buen centro radial, con las poblaciones más
distantes. También habían conseguido bajo su
mandato, que la agricultura fuese de las más florecientes
de toda la comarca -al menos de todo el territorio, que él
conocía-, todos los que eran de gremios menores -es decir
aquellos individuos, que no eran artesanos- se habían
volcado sobre el terreno, haciendo muy buenos campos de papas,
caña de azúcar, maizales; también
proliferaban las plantaciones de arboles, de guanábano,
coca, chontaduros, etc.

"El guanábano es un árbol
tropical -muy extendido y de un fruto bastante dulce, lechoso y
apetecible; su pulpa es rica en vitaminas C -B1- B2 y fructosa;
parecido a la chirimoya.

Guanábano y su fruto. La piel de la
guanábana es bastante más rugosa que el fruto del
chirimoyo pero tiene -como ésta- unas pipas negras de
cascara muy duras, incomestibles e indigestas-; a las que se les
considera con propiedades favorecedoras de la cura del
cáncer, afrodisiacas y rejuvenecedoras. Llega a pesar -en
algunas ocasiones- de dos a tres kilogramos y es muy utilizada en
jugos de sorbetes y mezclada en helados y zumos.

Por sus valores nutritivos y de
fácil accesibilidad es muy consumida por todos los
sectores y especialmente en las zonas donde se da bien su
producción y la comercialización es extensiva,
siendo una de las frutas más aprovechables.

En algunas zonas sus hojas son aún
utilizadas en infusiones que inducen a favorecer el sueño
y normalizan las constantes vitales.

Necesita un cierto grado de humedad y
temperatura para que el rendimiento como explotación
agrícola sea optimo, pues de no tener las condiciones
adecuadas su producción decrece". Su territorio estaba
bastante bien organizado comercialmente y siempre había
productos que eran requeridos por los demás vecinos,
quienes constantemente transportaban las mercaderías a los
lugares que más eran requeridos.

Estos caminantes porteadores, formaban
parte de una de las clases más adelantadas de todas ellas;
estaban acostumbrados al trueque y al cálculo mental sobre
el valor de las cosas, hacía mucho bien para el
desarrollo, la prosperidad, el aumento cultural y el
florecimiento económico de la zona. Sus vecinos del norte,
una de las aldeas más cercanas -la actual Sesquilé,
lugar donde ejercía su poder el cacique Soacha-: otro
cacique de su misma etnia y características, pero
más rencoroso, belicoso y agrio que él.

Sesquilé al norte del Embalse del
Tominé. Guasca, al sur del Embalse del Tominé. Su
rivalidad había sido siempre manifiesta por motivos de
deslindes territoriales, nunca resueltas -enemistad que arrancaba
desde sus años juveniles con reyertas y encuentros
esporádicos- debido fundamentalmente a la preponderancia
que su aldea Guatavita tenía sobre las demás aldeas
vecinas y acentuada por ser ésta: el lugar de peregrinaje
de muchos de los clanes, tribus chibchas o muiscas que, desde
mucho tiempo atrás y cada año, coincidiendo con la
llegada de la luna llena: llegaban a la zona para las fiestas en
honor a los dioses y especialmente en celebraciones a la diosa
Chié -diosa de las aguas; ceremonias que se llevaban a
cabo en el centro de la laguna, con grandes celebraciones,
ofrendas y acontecimientos sociales.

La otra aldea vecina del sur era Guasca y
su cacique: llamado Tequendama, era un hombre más apacible
que el vecino del norte, mucho más diplomático y
amante del diálogo para dirimir cualquier desavenencia
entre los pueblos vecinos; pero también tenía
problemas con él por similares motivos: -los linderos de
sus respectivos territorios- aunque sus discrepancias siempre se
hacían patentes con mayor sinceridad, abiertamente de
forma verbal cada vez que coincidían en las fiestas
anuales -durante las celebraciones anteriormente mencionadas- y
para, mejorándolas sensiblemente. Bordeado por las tribus
vecinas -de la misma etnia- pero enemigos incondicionales por
naturaleza, casi siempre causadas por incomprensiones
vivenciales, afanes territoriales, o de cualquier otra
índole: pasaba sus días Menquetá, su familia
y súbditos; todos dedicados al cumplimiento de sus
obligaciones con afán, sabiduría y tesón.
Los muiscas, extendidos por los altiplanos de los Andes
Orientales, ocupaban los terrenos cultivables de sus
estribaciones colombianas desde varios siglos -se cree que unos
4.000 años antes de la Era Cristiana-; formaban una
civilización muy importante hasta la llegada de la
invasión o descubrimiento de América por los
españoles, como hemos aprendido desde la más tierna
edad en las enseñanzas escolares de nuestro
país.

El descubrimiento de América por
Cristobal Colón el día 12 de Octubre del año
1492 marcó un hito en la Historia Universal, pero
más grande: ¿sí que lo fue?, a nivel de la
de Historia Moderna para España-. Los muiscas no llegaron
a tener tanto renombre como se les ha dado a los mayas, incas,
aztecas, pero sí, semejante a la de otros pueblos, como:
Guaraníes, Diaguitas, Collas, Capayanes, Muzos, Lanchez,
Panchez, Tunebos, Sutagaos, Achaguas, Guayapos, Tecuas, etc. Con
una cultura muy superior a otros pueblos de etnias parecidas y
auténticas: a los que hemos otorgado mucha más
dedicación e importancia. Tenían algunos rasgos de
similitud con el pueblo Inca: eran muy buenos agricultores,
adelantados y expertos orfebres, hábiles tejedores y
mantenían una gran solvencia social en su época.
Creyentes de un mismo dios el Sol: (Xué), otros astros: la
luna (Chia); así, como de otros dioses secundarios, de
gran importancia, pero no creo oportuno recrear aquí. "Los
muiscas vivían apesadumbrados desde sus comienzos, por la
falta de luz en las noches, pues viviendo el ambiente tan
luminoso durante el día, la noche los entristecía.
Ante este sufrimiento: la gran madre Bague -personaje de su
mitología-: omnipresente en todas sus actividades
cotidianas; un día se les manifestó para librarles
del mal. Ella fue la creadora de todo lo que existe, antes de
ella no había nada. Su imaginación y su
pensamiento: empezaron a crear, manifestando la realidad de las
cosas y a fortalecer las actividades en su justo momento, tal y
cómo hoy las conocemos. Bague fue la madre, la creadora y
la hacedora de todos los espíritus que intervinieron en la
formación del mundo, con cuanto existe y en prolongarlo:
perpetuándolo en el tiempo con toda sabiduría,
además de preservarlo y conservarlo de los cataclismos
naturales. Bajo su mando -los hacedores- trabajaron sin cesar
para hacer todo lo que existe. Bague: actuaba gravando en ellos
su pensamiento e imaginación y, ellos: los ejecutaban al
pié de la letra, sin poner objeciones, ni modificar en
nada sus ideas matrices. La más grande hacedora de Bague,
fue la denominada Bachué, de la que se cuenta: que,
estando una mañana contemplando las aguas tranquilas de la
laguna de Iguaqué; ante su vista, surgió de la
brumosa superficie una linda mujer que traía entre sus
brazos un tierno, hermoso y bello bebé. A partir de ese
momento Bachué los cobijó y cuidó como a sus
seres más queridos y cuando el tierno infante
alcanzó la edad adulta Bachué se desposó con
él para formar la gran familia de la humanidad. Desde
entonces y fruto del gran amor reciproco que se profesaban la
diosa y el infante -ya hombre-: nacieron cuatro hijos, saliendo
de ésta estirpe todos los descendientes de la raza humana
que conocemos….

"Sabiendo Bachué que su
misión estaba cumplida: se sumergieron ambos en las aguas
de la laguna Iguaqué, en presencia de sus descendientes,
estando presentes todos sus hijos, a la vez que se
convertían en serpientes gigantes.

La madre de todos los muiscas y progenitora
de toda la humanidad fue Bachué, por transmisión
del sentimiento de Bague…"

Laguna de Iguaqué.

Otro de los hacedores del Universo, por
inspiración de Bague fue: Cuza viva o Cucha viva,
quién fue el hacedor del Arco Iris, dando color y provecho
a la Naturaleza; además de preparar la llegada de Bochica:
el gran organizador social y uno de los mejores hacedores o
personajes de la Mitología Muisca, toda vez que, por sus
bondades: lo toman todos como espejo o modelo para describir
otros personajes. Fue un gran maestro que convivió
mezclado entre los más sabios chibchas, a los que
protegía, enseñaba sus grandes conocimientos en la
orfebrería del oro, la cerámica del barro, el
tejido, sus confecciones, las muchas utilidades para la
convivencia y supervivencia en esta vida; invitando siempre a
divulgar sus enseñanzas a todos los humanos
posibles.

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