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Iruya – La Princesa Chibcha de Guatavita (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Teuso se pone en
marcha

Teuso inició su aventura desandando
el camino que poco antes había traído el
príncipe Humazga hasta llegar a la parte sur de la
Cuchilla de Covadonga, por la que siguió bordeando en
dirección norte, cruzando las nacientes de las vertientes
-denominadas hoy- Quebrada La Villa, Quebrada de la Providencia
-evitando el acercamiento a la aldea de Sesquilé y girando
un poco hacia su izquierda para adentrarse por los terrenos de
Nescuata, bajar por la Quebrada de Cacicazgo y tomar el camino
más frecuentado para seguir en dirección a la aldea
de Suesca o su laguna del mismo nombre. En las afueras de la
aldea, Teuso vio algunos aldeanos y aldeanas camino de sus
trabajos agrícolas y otros que preparaban surcos atajados
para la siembra de papas, un par de ellos estaban regando el
maíz, cuyas mazorcas aún no habían dejado
alumbrar sus panochas, uno más cosechaba mangos en la
misma parcela de terreno y la mayoría de los que vio se
encontraban esparcidos guardando el ganado doméstico que
acababan de sacar de los cercados que les había protegido
de los depredadores durante la noche. A medida que los dos
príncipes se alejaban de la aldea vislumbraban en sus
mentes el camino más idóneo a seguir e ideaban el
bien o presente a conquistar que fuese merecedor de la
aprobación de Menquetá y de sus respectivos
padres.

Los sabios más ancianos de la aldea
de Guatavitá, seguramente también estarían
presentes para dar sus opiniones y asesoramiento -si eran
requeridos para ello- llegada la hora de seleccionar el premio o
trofeo, que debería ser el mejor y tendrían que
hacer presente los príncipes, en tan breve espacio de
tiempo, como eran los catorce días (media fase lunar
próxima).

Tenía forzosamente que ganar la
prueba; él no podía permitir que se le escapase
esta oportunidad y aunque en ello estaba empeñado, no
cejaría, ni un momento en sacar adelante la ocasión
presentada, poniendo en ella todo su esfuerzo para ganarla. De
cuando en cuando, aparecían en sus respectivos caminos
algunos guerreros jóvenes pertenecientes a las aldeas
más cercanas del territorio por el que pasaban
-normalmente iban en pareja y recorriendo los caminos
aledaños a sus respectivas aldea, como vigilantes, pero
nunca entorpecían el transito de los caminantes,
también se les podía observar sentados en
algún peñasco a la sombra de algún frutal
que aún no había perdido las hojas-, armados con
lanzas, encargándose de vigilar, proteger y guardar sus
respectivas aldeas o de informar a sus caciques de los
movimientos habidos por la zona. Río Bogotá a su
paso por el Embalse del Tominé. Nemocón y embalse
del Tominé. La ruta que llevaba Teuso, viniendo del sur,
iría casi bordeando los terrenos del actual Embalse del
Tominé, cruzando por los territorios de Sesquilé,
Suesca, Sutatausa y Ubaté por su parte oriental, esa
sería -más o menos- la que empleaba el
príncipe en su desplazamiento, en búsqueda del bien
preciado. Algún que otro viejo se cruzaba en sus
respectivos caminos; eran los maestros viandantes que surcaban
las diferentes aldeas para prodigar enseñanzas de sus
experiencias y las más notables vivencias acontecidas;
siempre eran muy bien aceptados por los aldeanos: donde llegaban
a exponer sus conocimientos y eran muy convenientes y
considerados de mucho provecho para los
jóvenes.

A sus charlas, siempre muy concurridas,
podían asistir cualquier miembro de la aldea. Estos viejos
sabios, podían recorrer toda la comarca, sin que nadie se
atreviese a molestarles, hacer daño o prohibiesen su
circulación por lugares de sus preferencias. A cuantos de
estos personajes se fue encontrando Teuso por su camino, con
singular simpatía y respeto: les solicitó sus
consejos sobre el emprendimiento que tenía que llevar a
cabo para ganar a su pretendida dama, ante los ojos de su
progenitor, como había quedado establecido; a cuantos vio
o se cruzó por los caminos: contó su relato y
consultó sus pareceres; obtuvo respuestas concretas,
aunque tan sólo uno de ellos fue el que le impactó
más y, bajo su parecer, era el que se acercaba más
a sus maquinadas intenciones desde que tuvo en mente salir
triunfante de la competencia establecida: a este viejo lo
encontró sentado sobre una piedra en la misma base de un
platanero y apoyaba su espalda directamente sobre el tronco y de
cuando en cuando se masajeaba en todas direcciones pero
más frecuentemente de forma vertical, como si le fuese
necesario reactivar el flujo sanguíneo de esa zona. Cuando
Teuso llegó a su altura, este anciano le dijo:
siéntate un rato conmigo joven caminante y descansa un
poco; pareces muy sudoroso y aunque tu juventud tiene aún
buen aguante, la mía necesita del saber de las aldeas de
los alrededores, del cómo transcurre la vida en sitios
donde no estoy presente y sobre todo: de los pensamientos, ideas
y ambiciones de los demás seres humanos. Teuso, no lo
dudó un instante y ante esta situación e
invitación que se le presentaba: optó por atender
con suma complacencia y agrado a los requerimientos que le hizo
el honorable señor, pues a él le parecía
también un momento especial para ampliar sus conocimientos
y saber también de todo aquello que el propio viejo le
estaba solicitando.

El paisaje era magnifico,
destacándose la sierra de las Rocas de Suesca que saliendo
en paralelo al camino, formaba tan magnifico paisaje; como una
columna vertebral erosionada por las inclemencias de miles de
años que arrancando desde la singular aldea de Suesca, iba
buscando uniformemente las Quebradas de la Tenería con su
enfrentada la Quebrada denominada de la Chocancia.

Desde la base del camino se extendía
longitudinalmente de este a oeste y embelleciendo un entorno de
ensueño.

Largo rato llevaban platicando los dos,
cuando el honorable, viejo y sabio señor, le
interpeló, argumentando algunas de las cualidades que
debería buscar en el objeto que debía llevar como
presente, si quería tener éxito y aunque no ganase
el favor de los tres caciques, seguro que no quedaría en
ridículo al presentarlo; por lo que, cuantas más de
estas cualidades tuviese el objeto, mejor agradaría a sus
árbitros. -En primer lugar debería ser un objeto
agradable a los sentidos, especialmente a la vista. – Que llegue
a concentrar las mentes de los evaluadores en el propio objeto,
tan sólo con verlo; que su presencia les cauce sorpresa,
placer y admiración. -Cualquier individuo lo debe
considerar algo especial, no visto y de gran valor. -Que produzca
un deseo innato de poseerlo, debido a su atracción
intrínseca. -A la vez, que sus propiedades: favorezcan el
bienestar físico y espiritual de su dueño. Algunas
de estas cualidades o características, serán
necesarias para que salgas triunfante del reto
-lógicamente cuantas más contenga, mucho mejor
será para ti y les beneficiará a ellos. Debes
llevar un presente similar a cada uno de los caciques, para que
no se sientan discriminados, puedan sentirse orgullosos de poseer
el presente y tú puedas aprovechar el momento del agasajo
para obtener sus consentimientos sobre Iruya.

En este diálogo estaban, cuando
aconteció a pasar por allí un joven que
parecía llevar el mismo camino que Teuso, pues
según dijo: se encaminaba a la aldea de Ubaté.
Sólo quiso detenerse unos momentos, mientras
intercambiaban sendos saludos y observando que los dos
jóvenes llevaban la misma dirección, el viejo
sabio, aconsejó a ambos que viajasen juntos, pues la
compañía en buena armonía engrandece el alma
de las personas que transitan por la vida a la vez que les da
mucha más seguridad en sí mismos y es muy bueno
cara a los demás humanos, por lo que era su consejo que se
marchasen juntos y se ayudasen mutuamente en todo aquello que les
fuese preciso. Allí mismo se despidieron del viejo y sabio
-con una pequeña flexión de la cabeza a la vez que
extendían el brazo derecho y se lo llevaban a la altura
del corazón-, que a la sazón se llamaba Guzgo y
también en esos momentos fue cuando el recién
llegado se dio a conocer como Furain de la aldea Ubaté,
situada más al norte.

Después ambos prosiguieron la
marcha, girando la cabeza cuando iban a unas veinte varas de
distancia, para saludar por última vez al viejo Guzgo, al
tiempo que le hacían gestos con la mano derecha de un
adiós prolongado.

Fue Teuso el primero en iniciar el
diálogo: relató a su acompañante los motivos
que le llevaban a realizar aquella marcha y la situación
por la que atravesaba; todo se lo expuso con lujo de detalles y
siempre buscando la información, ayuda o indicaciones
más acertadas, esperando de Furain: le pudiese
proporcionar los datos oportunos para tener éxito en su
emprendimiento.

Ya estaban sobrepasando los terrenos de
Nemocón y aún Furain no había pronunciado
una palabra, ni siquiera había abierto la boca,
parecía perplejo y a la vez asombrado de todo lo que
estaba relatando Teuso; tanto era así: que éste
empezó a sentirse incómodo y hasta ridículo
ante su acompañante, que no hablaba, ni expresaba
cualquier tipo de parecer sobre toda la información que
él le estaba exponiendo. Pensaba para sus adentros, sin
manifestarse, que como eran sus problemas los que le estaba
exponiendo, a su acompañante, poco le podían
importar, por lo que se consideró, aún más:
en un estado de ridículo total.

Finalmente Furain se pronunció de
esta forma: debemos hacer un alto en el camino y comer un poco
pues el camino se vuelve bastante áspero e
incómodo; llevamos un largo trecho sin descansar y
también porque deberíamos recuperar fuerzas; a mi,
por lo menos, me están dando muchas ganas de comer;
¿qué te parece Teuso…, quien asintió
de forma afirmativa con la cabeza, al tiempo que se quedaba
boquiabierto por el sentido de las primeras palabras que
pronunciaba su acompañante. Al salir de un recodo -casi en
ángulo recto- que hacía el curso del arroyo que
formaban las Quebradas de La Chocancia y la de la Peña del
Fiscal, nombres por las que les conoce actualmente, y por el que
iban ellos también encauzados, se toparon con una frondosa
sombra que formaba la figura de un enorme ficus, cuyo ramaje,
casi llegaban a alcanzarse con las manos extendidas hacia el
cielo por los propios viandantes, situado en la falda sur del
cerro Del Guarnique, en la margen derecha un pequeño
afluente que bajada de una de las vertientes más
pronunciadas del citado cerro, cuyo caudal no era muy importante
pero si hacía mucho ruido al bajar por entre las rocas
fijas en su cuenca; no faltando los grandes bolos que en las
frecuentes crecidas, seguramente daban un par de tumbos arroyo
abajo, dejando sus huellas de algunos años,
transitoriamente visibles y como cobijo de sedimentos posteriores
al amainar el caudal. En esos momentos el cauce parecía,
una madeja de hebras de hilos enmarañados, tratando de
salpicar el ambiente con blancas espumas. Grandes follajes de
arbustos anclados en las orillas, se dispersaban por doquier,
daban bastante esplendor al entorno y estaban salpicados por los
trinos de algunos pajarillos, como queriendo calmar el
ambiente.

Al pié del tronco -donde llegaron
ambos caminantes- giraban una serie de piedras -casi en forma de
bolos- que servían como asientos para los
transeúntes que deseasen descansar un rato; y allí,
fue donde se dispusieron, de la forma más cómoda
posible, a dar cuenta de sus respectivas viandas y no perder
mucho tiempo en tratar de cazar algún animalito cercano o
entablar la persecución escurridiza de algún pez
que pudiera proporcionarle el sustento de aquella
jornada.

Soltaron sobre el suelo sus pertenencias y
se acercaron a las aguas de la orilla del riachuelo, donde se
estuvieron refrescando y adecentando un buen rato.

Ocuparon cada cual, uno de los pedruscos,
asentándose sobre los mismos y empezaron un pausado ataque
sobre sus alimentos, al tiempo que el callado Furain, comenzaba
un diálogo abierto, pronunciándose de esta forma:
amigo Teuso, no he querido interrumpir tu relato anteriormente y
aunque te haya parecido grosero por el poco interés que
hayas podido apreciar en mi a tu conversación: no ha sido
así; me ha parecido sumamente interesante y una forma muy
diplomática en el comportamiento del cacique
Menquetá. De esa forma: encumbra a su hija Iruya, no falta
a su palabra dada -tiempo atrás- a su vecino del norte
Soacha, padre de Humazga y cacique de la aldea de Sesquilé
(evitando posibles confrontaciones tribales por tal motivo) y da
la oportunidad a su hija para unirse al hombre que ella ha
elegido, dependiendo de sus cualidades, virtudes y
valentía.

Verdaderamente este cacique de Guatavita,
hace honor al gran prestigio que tiene adquirido por todas las
aldeas de la comarca y va a ser un individuo muy difícil
de contentar; pues debes tener en cuenta, algo muy importante:
que los hombres adultos, con poder sobre los demás y si
son inteligentes: nunca se precipitan en sus decisiones, mucho
menos arriesgan sus intereses o los de sus subalternos, aunque no
lo tengan…

Siendo el bienestar de éstos lo que,
les garantizan en gran medida o de alguna forma y porcentaje su
estabilidad en los cargos o puestos que ocupan; constituyendo
basas muy importantes de sus triunfos que en rarísimas
ocasiones manifiestan y a la vez conservan el cariño de
los suyos y la estabilidad en el seno de sus propias
familias.

Por otra parte estos hombres poderosos,
cuentan con una serie de medios de protección especiales,
muchas veces concedidas por dictamen divino; posiblemente
Xué sea su protector incondicional, para que: sin
dilaciones, equívocos o malas interpretaciones de sus
actos, puedan llevar a cabo la tarea de gobernar sus propios
territorios; buscando o proporcionando los privilegios, las
libertades y las recompensas que le guíen en sus tareas,
debiendo ser conciliables con todos los de los demás
miembros, que como él: son los que dirigen y gobiernan a
los demás.

El gobernante no puede estar ocioso por
derecho o por el privilegio que ostenta en su cargo, ni debe
hacer uso de los bienes comunes que tiene a su disposición
para su uso y beneficio personal, de particulares o de otros
fines que no sean los encomendados para la consecución del
bienestar social de los súbditos que representa, por ello:
es mucho más difícil mandar que obedecer, tampoco
pueden estar ociosos los súbditos, porque en ese caso:
estarían holgazaneando y por lo tanto consumiendo sin
producir a costa de los demás que trabajan.

Todo el mundo -desde el cargo más
ínfimo al más alto que ostente cualquier miembro-
debe desarrollar una actividad y cumplir con los fines para los
que fue elegido o fue encomendado, para que la armonía
reine en este mundo.

Los holgazanes, que se aprovechan del
cargo: por derecho, atributos o golpes de suerte, conseguidos a
través de la situación que ostentan, siempre
caerán en maldad, les llevará a la tentación
y al mal uso de sus funciones; redundando en perjuicio de los
demás subalterno. Por otra parte, suele ocurrir, lo que al
cesto de las manzanas: siempre estarán comestibles y en su
punto, si todas están sanas, cuando una de ellas se pudre,
contamina a las demás y en un tiempo corto: todas se
pudrirán; ¡imagínate, si se pudre la
más importante, la que conforma la cabeza visible de ese
conjunto!; la podredumbre será fatal, muy rápida y
ponzoñosa: yendo rápidamente al desastre en un
perjuicio total. El amigo Furain, tomó el hilo de la
conversación y no paraba -ahora era Teuso el que se
convirtió en un oyente atento, pues todo lo que
salía de su boca; a él, le parecían verdades
como templos, aprendiendo muchos conceptos que antes
desconocía. Yo aquí, en este punto me agrego como
una lapa, al parecer del príncipe y de Furain; me adhiero
al reafirmar con todas mis fuerzas esas ideas y, al propio tiempo
quiero puntualizar algunos conceptos que me bullen en la mente,
sin encontrar nunca el medio apropiado para exponerlos y,
éstos son: En el mundo social -que a mi generación
le ha tocado vivir- por doquier nos encontramos con Organismos
Oficiales y medios (públicos y privados) que albergan
mandatarios negligentes, ociosos y holgazanes por derecho propio,
que engañaron a los ciudadanos no cumpliendo sus programas
electorales o no atendiendo a sus funciones empresariales y, al
ser elegidos en las urnas, en los comités o consejos de
administración, van amparados por la democracia existente
en las leyes escritas y no supieron o no quisieron luego ponerlas
en práctica; en la mayoría de los casos, porque la
tentación del poder los volvió corruptos, -como el
caso del cesto de las manzanas podridas-, dando al traste con la
ilusión de todos aquellos que confiaron en sus proyectos,
presentando con ilusión sus trabajos o intentaron
anteriormente ser elegidos como gobernantes de sus comunidades
con toda lealtad y fueron suplantados por éstos.
Independientemente del cargo para el que fueron elegidos en su
día, son los corruptos modernos, esos que yo conozco, los
que me preocupan, entre otros males, porque siembran su mala
semilla de dirigentes corruptos en las mentes y el corazón
de los dirigentes venideros; aunque me consta que la
corrupción es tan antigua como el mundo, que las
debilidades y ambiciones que acarrea el poder será como el
quinto jinete de la Apocalipsis, pues también nos
conducirá al fin del mundo que conocemos.

Por todo ello hay que poner los medios
-urgentemente- para curar esa enfermedad que se está
convirtiendo en endémica e incurable en la mayor parte de
las naciones actuales o al menos, en todas las que yo conozco,
desde hace tiempo y, que son muchas. Por ello, una forma justa de
corregir ese gran mal que produce el poder, sería: la
elección de dirigentes por votación, pero que sean
estrictamente vocacionales (de entrega total a los demás)
y totalmente desinteresados: (sin sueldos, gratificaciones,
gastos de representación, dicotomías, dietas, etc.,
etc. Tal y como se viene haciendo democráticamente -por
elecciones en las urnas para periodos de cuatro años o de
cinco años-; pero introduciendo la variable, consistente
en hacerlo sobre aquellos candidatos que sólo propongan
programas realizables, aquellos que se presenten sólo por
vocación de servir a los demás en la comunidad -a
lo largo de todo su mandato- y si, como consecuencia de su mala
gestión: sus debilidades, perezas, ineptitudes, ambiciones
políticas, comisiones, favoritismos a terceros
-familiares, allegados o provecho personal de cualquier
índole, etc. Aquellos que no cumpliesen lo prometido o
programado: deberían ser repudiados públicamente,
sin ningún tipo de honores y tener depositado previamente
a favor, de la comunidad, entidad o razón que representen,
un aval real (en metálico contante y sonante) proporcional
financieramente a todo el riesgo de su gestión; suficiente
y garantizado que cubra cualquier tipo de perjuicio a la
comunidad por su mala gestión, debiendo responder de ello
todo su patrimonio personal y el toda su familia, inclusive.
Habiendo hecho este inciso, nuestro amigo Furain, continuó
de esta forma su diálogo: amigo Teuso, no te quepa la
menor duda, que siempre estarás en desventaja en tu
competición con Humazga, pues parece ser: que las
desavenencias existentes entre las aldeas de Sesquilé y
Guatavita son mayores que las existentes entre ésta
última y la que gobierna tu padre; por lo tanto
primará mucho más la reconciliación mediante
la unión de sus hijos (el príncipe del cacique
Tequendama con la princesa del cacique Menquetá) y prueba
de ello es el compromiso antiguo existente entre ambos; seguro
que fue establecido en su día con ese mismo fin, aunque
ahora no le den la importancia debida. Ahora te has cruzado
tú en su camino -por un motivo muy encomiable que ha
captado la sensibilidad juvenil y amorosa de Iruya-, cual es
haberla librado del peligro del felino y el hecho de que ella
pasó de un momento de terror a la gratitud debida a su
valiente, apuesto e imprevisto salvador (tú); ella
pasó del pánico a la dicha y admiración en
décimas de segundos, sin advertirlo; son
lógicamente estados de la mente que no tienen gobierno
posible y que marcan para toda la vida a las personas que lo
experimentan. Por todo ello y algún otro dato que es muy
posible desconozcas tú mismo, te aseguro que estás
en desventaja con tu contrincante -al que desconozco
personalmente, pero si he oído hablar de él, por
algunos amigos que le han conocido y aseguran que no es un hombre
de fácil trato, muy buen cazador -sí que lo es-,
poco respetuoso con sus vecinos -según cuentan- y bastante
belicoso -creo que es su peor atributo o emblema-.

No es tarea fácil el emprendimiento
que te has propuesto y lo tienes que llevar a cabo con total
éxito, si quieres conseguir la felicidad futura, al lado
de la mujer elegida por tu corazón y para la tranquilidad
en toda la zona.

Teuso, volvía a insistir una y otra
vez -cada vez que su compañero de viaje le daba tregua-
para preguntarle sobre si él le podía aconsejar de
algún objeto que pudiese encontrar por las inmediaciones y
que pudiese llevar como presente, pues estaba totalmente resuelto
a ganar la prueba, ya que no podría, ni sabría
vivir sin su amada. A todo ello, siempre le contestaba Furain con
un: no se lo que pueda ser adecuado y hasta se me nubla la mente
tratando de pensar en algo que yo haya visto anteriormente y que
te pudiera recomendar. La tarea que llevas por hacer es muy
difícil de resolver, le decía constantemente. Ya se
habían incorporado y se disponían a proseguir con
su camino, cuando se cruzaron con una pareja de mediana edad, que
llevaban un hato de tejidos a forma de bandolera cruzado sobre
los lomos y se dispusieron a ocupar el lugar que ellos dejaban.
Después del consabido saludo cordial -pues resultaban ser
conocidos de Furain , al ser oriundos de su misma aldea, la
actual Ubaté, éste le preguntó a los
recién llegados sobre varios aspectos de la aldea y del
estado de salud de sus familiares más allegados, pues
hacía varias lunas que él se encontraba ausente;
también le preguntó (a instancias de Teuso) acerca
de si ellos conocían algún lugar, donde conseguir
un objeto nunca conocido, que tuviese propiedades especiales,
como para ser aceptado por los tres caciques, con prioridad a
cualquier otro presente, ya que estaba en juego la felicidad de
dos enamorados y, entonces relató -por encima- los motivos
del viaje que llevaba su compañero de viaje Teuso,
príncipe de Guasca, aldea situada al sur de la laguna de
Guatavita…

Cuando Furain terminó de relatar a
los recién llegados la breve historia de la
búsqueda que se proponía realizar el
príncipe para conquistar la dicha al lado de Iruya, el
varón que conformaba la pareja, se dispuso a aconsejar a
Teuso lo siguiente: he oído hablar de lugares, más
allá de la cuenca del río Turtur, muy lejos de
nuestra aldea, donde perece ser que están asentadas las
tribus más belicosas de todo el territorio y que son como
diablos vivientes, muy aguerridos, belicosos y amigos de lo
ajeno. Por aquellas tierras -prosiguió diciendo el paisano
de Furain, al que le llamó Túpac- he oído
hablar, en algunos relatos contados por los más viejos de
nuestra aldea Ubaté: que -muy raramente- se encuentran
algunas piedras verdes conteniendo propiedades muy especiales,
llegando incluso a embelesar a los humanos; entrando en trances
por largos y angustiosos periodos de tiempo que parecen ser
sueños, inducidos por los hacedores de Bague, como
penitencia a sus conductas anteriores. Algunos son olvidados por
tiempos indefinidos y otros son rescatados por turnos
establecidos que previamente les han marcado los hacedores, en
unas tablillas que están muy bien guardadas por elementos
del inframundo a las puertas de las grutas donde son controlados
por Bachué, quien responde de ellos ante
Xué.

En ocasiones estas cuevas -de muy
difícil acceso- son comunicadas con el exterior, como
consecuencia de algún cataclismo natural o fenómeno
meteorológico, dando con ello oportunidad a ser liberados
por los mortales más intrépidos.

Casi todas estas oquedades, cuevas o
cataclismos, se encuentran en los alrededores del río
Turtur, que el tal Túpac -el ubatense, conocido y vecino
de Furain- había referido e indicado, como lugar al que
debería dirigirse Teuso y seguir su búsqueda, si
quería averiguar o localizar, por aquellas
serranías, las piedras verdes de grandes propiedades que
él había oído de otros. Río Turtur,
aún siendo un arroyo, cerca de Ubaté. Esmeraldas
colombianas.

Dicen en sus relatos los más viejos
del lugar que estas rarísimas piedras encierran todas las
maldades de los mundos que vivieron los que están
encerrados en ellas, pero también todas las virtudes y
gracias de aquellos cuando vivían; con esas piedras la
mayoría de sus poseedores adornaban sus vidas, pero
también se olvidan de practicar las virtudes.

Son como talismanes de incalculable valor
material y cuando son limpias aparecen con un color verde intenso
y transparente -son las que encierran mayores virtudes-, en
cambio, las más opacas están formadas por malas
conductas o llevan maldades intrínsecas incorporadas.
Cuentan de ellas, que las más claras y puras: tienen
poderes curativos extraordinarios. Teuso y Furain, después
de las explicaciones tan abiertas y sinceras que dio su paisano
ubatense, se lo agradecieron y prosiguieron la marcha para
adentrarse por la vaguada que formaban el Cerro de las
Comunidades y el de Piedras Largas.

Subieron directamente en dirección
norte hacia los terrenos del Hatillo para proseguir por una
vertiente pequeña que entra por el sur en la laguna de
Suesca, en cuyo lugar, ya tenía en mente Furain, para
pasar la próxima noche.

Sin ningún contratiempo que
reseñar, aunque Teuso entonces iba recordando, algo que
Túpac había dicho y que entonces no se le
pasó por alto y era, referente a: las propiedades que las
referidas piedras encerraban.

Muy cansados, habían progresado toda
la tarde por los bajos de las vertientes del Cerro Quiluva,
llegando a las inmediaciones de la laguna de la actual Suesca, en
parte más sureña, cerca de la cuchilla
montañosa denominada del Buey Echado, cuando ya
desaparecían y se ocultaban los últimos rayos de
sol de las altas cumbres; la vegetación era exuberante en
todo el entorno que alcanzaba a abarcar la vista y seguramente
debería ser un lugar paradisiaco a la luz de pleno
día; ahora en la quietud de la tarde, la mayoría de
su fauna estaba acomodándose para pasar la vecina noche
que estaba llegando con enorme sigilo, pero sin pausa.

La laguna de Suesca se extendía
alargada en dirección suroeste noreste de la zona
norteña de Cundinamarca, formando como una habichuela
enorme o blanquillo a punto de germinar y formaba una extensa
depresión en la mitad de las estribaciones cordilleranas
de los Andes entre los terrenos suesquenses y los cucunubenses,
intercalando innumerable quebradas que empezaban a dividir las
vertientes que transitarían al día siguiente en su
caminar hacia el norte, separándose de las que lo
harían hacia el sureste.

La laguna o Embalse que lleva
también el nombre de Suesca, se encuentra a más de
2.500 metros de altitud sobre el nivel del mar y al este de los
Andes Orientales.

Al llegar a las inmediaciones de la laguna,
además de sentirse ambos muy cansados, ese día
habían andado por lo menos veinte leguas y estaban
bastante hambrientos, por lo que se vieron obligados a armar sus
cepos.

Al pié de un gran mango -puso Teuso
el suyo y Furain lo armó bajo un frondoso guayabo- pues
cada uno llevaba los útiles necesarios en el
zurrón; los lugares donde habían colocado los
cepos; estaban ocultos del sitio donde habían elegido
pasar la noche y donde pensaban hacer una buena fogata que
espantase las alimañas nocturnas y les diese calor al
descanso necesario.

Posteriormente, sacaron una flecha cada
cual de su capazo y se dirigieron a la orilla de la desembocadura
del riachuelo que entraba en la laguna con aguas cristalinas, con
la intención de pescar rápidamente algún pez
para que les sirviese de sustento hasta el día siguiente,
en que posiblemente tendrían algún animalito de
pequeño tamaño atrapado en los cepos que acababan
de montar. El territorio que se mostraba ante ellos no estaba
habitado por ninguna aldea, a simple vista, lo cual les
pareció un lugar muy favorable, para poder descansar, sin
sobresaltos; lo necesitaban y les era totalmente necesario para
recuperar las fuerzas perdidas. No existían indicios de
tierras labradas o pastizales andados o preparados para animales
domésticos, por lo que esa zona sería ideal para
formar un establecimiento en un futuro, próximo. Panorama
de los aledaños a los territorios de Suesca y Sutatausa.
Así lo pensó Teuso, e incluso ideó
allí: su vida en común con Iruya; aunque
también pensó, que: en el último momento
aparecería alguna tribu con ansias de dominio territorial
para entorpecer su idea momentánea,- que no era otra: que
la de formar con Iruya su propia aldea junto a la orilla del
río-. Cuando volvía de armar su cepo, ya se
había fijado en el lugar exacto que sería ideal
para ello: encima de un promontorio existente entre la
desembocadura del río y la laguna, lo que evitaría
cualquier tipo de crecida de las aguas, en tiempos de lluvias
torrenciales y sin peligros de corrimientos de tierras o
hundideros de humedales.

No consiguieron pescar ningún
pescado para la cena, aunque al volver de la laguna, se les
cruzó una gran serpiente cascabel y con la misma flecha
que traía Teuso de vuelta de la ineficaz pesca, le
asestó un varazo sobre su cabeza, que la dejó
atontada; momento que aprovechó Furain para cortarle la
cabeza -en un santiamén-…, e inmediatamente se
ocupó de enterrar la cabeza y la cola bajo tierra, lejos
de los lugares que ellos podían frecuentar, en
evitación de posible envenenamiento, si por error llegaban
a pisar encima. Ya se habían procurado la cena: ahora no
tendrían otra cosa que hacer, que asarla frente a un buen
fuego, que al mismo tiempo les serviría de defensor de sus
propias personas e integridades -frente a fieras, reptiles o
cualquier otra alimaña- mientras dormían en sus
respectivos chinchorros. Recogieron algunos leños secos
(de entre ellos): iban palos medianos y troncos gordos para que
durante la noche venidera, pudieran estar largo rato ardiendo y
de esa manera no tendrían que levantarse a media noche
para atizar el fuego que iría decayendo a medida que
avanzaba la noche y bajase la temperatura

Los llevaron al espacio triangular que
formaban los tres troncos de sendos árboles donde
había escogido el lugar para pernoctar -que a su vez
formaban, como una pequeña depresión o cahorro,
ideal para reservar las ascuas más tiempo vivas, al evitar
pequeñas corrientes de aire o brisas surgentes- esos
árboles escogidos eran los más idóneos para
colgar sus hamacas o chinchorros de todos los que habían
visto por los alrededores de la laguna y además de tener
unos troncos bastantes robustos, conservaban: en escalera,
fuertes ramajes que les permitirían subí
fácilmente por ellos en caso de algún peligro
inesperado. Inició el fuego Teuso, con cierta facilidad,
con chispas del pedernal, dirigiéndolas sobre unas hierbas
secas y finas que había formado en puñados y
apretujándolas a forma de bolos; cuando una de
éstas prendió le fue agregando las demás,
leña fina y seca hasta que pudo colocar en la hoguera
palos más gruesos. Mientras tanto su amigo Furain se
encargó de limpiar, junto a la orilla del riachuelo, el
resto de la serpiente que pensaban sería el manjar de
aquella noche. Cuando el humo del fuego se aplacó un poco,
-ensartaron una fina rama verde por el tubo digestivo del cuerpo
limpio y desollado de la serpiente -que había limpiado y
enjuagado varias veces Furain en las aguas del río y,
clavaron en el suelo una de las puntas de la rama, de tal forma:
que quedase perpendicular a las llamas y en sentido favorable a
la ínfima brisa que corría, con objeto de que no
fuese quemada, ni ahumada la carne por las llamas y el humo, sino
que, se hiciese como a fuego lento. Ya el fuego había
tomado bastante consistencia; lo avivaron un poco más,
hasta que creyeron que aguantaría, con el rescoldo que
tenía, hasta llegada la madrugada. Habían
satisfecho plenamente el hambre que contenían desde que
comieron al medio día, cuando pararon al pié del
Cerro del Guarnique y estuvieron hablando con Túpac. No
les sobró nada del animal asado y pronto les entró
a ambos una ligera somnolencia que inducía sus voluntades
a subir a sus respectivos chinchorros; seguidamente arrimaron
toda la leña seca y troncos que tenían esparcidos
por los alrededores de la fogata, los distribuyeron
escalonadamente, de forma que no prendiesen todos al mismo
tiempo, sino que y ocuparon sus chinchorros -situados a no menos
de tres varas del suelo y a unas seis del fuego- por lo que
hubieron de ocuparlos trepando por el tronco de uno de los
árboles, donde previamente los habían atado; pronto
el sueño los embargó y empezó a solicitarles
un relajamiento total; sus cuerpos les solicitaban el consabido
descanso.

Tan sólo los órganos vitales
de Teuso -eran manejados automáticamente por su cerebro y
daban señales de vida; aunque aparentemente y a los ojos
de cualquier profano: estarían en un estado letal;
así, eran organizados bajo la influencia del
semidiós o genio que lo protegía, de un mundo
más cercano a los muertos que al de los vivos-. Se me hace
muy difícil -como observador de los acontecimientos que
aquí relato, establecer las imágenes que -el genio
o semidiós influyente- le hacía pasar por sus
neuronas pues estaban embriagadas o saturadas con los sabores
sensuales -no reales, pero imaginariamente consumidos- de un
erotismo amoroso y de las nuevas sensaciones de atracción
que sentía hacía la figura carnal de Iruya; por lo
que: el amor apasionado, empezaba a tener sus primeros
síntomas secrecionales.

Las ilusiones espirituales -el amor
platónico- y las sensaciones físicas involuntarias:
se entremezclaban y volvían cada vez más borrosas;
mezcla incesante e involuntaria, sin que él pudiese
remediarlo u ordenarlas.

Aquellas, como tantas otras veces,
habían conducido sus últimos pasos, idealizando su
futuro juntos: una mezcla de sueño erótico y de
obligaciones forzadas, se aparecían en su mente constantes
y simultáneamente; en aquella situación, parecida a
una pesadilla que estuviese sufriendo. Daba continuas trechas
-incomodísimas de llevar a cabo dentro de su chinchorro o
hamaca- en un duermevela inducido y prolongado, al que estaba
siendo sometido. Se le iba la noche bien avanzada, hasta cerca de
la madrugada.

Además, parecía tener gran
ventaja, en contraposición a su rival Humazga, por contar
con la ayuda y el apoyo de algún semidiós o genio,
que le iba mostrando el camino a seguir. Con la influencia que
estaba ejerciendo sobre su subconsciente, empezaba a despertar
sus sentidos del aletargamiento -al que habían estado
acostumbrados- y, comenzó a divagar por un mundo de
imágenes que hasta ahora desconocía: mezcla de
ilusión y realidad, prolongándose en un
sueño constante. Las ilusiones inalcanzables que antes lo
situaban en una realidad física imposible, al mezclarlos
con los recuerdos de su pasado no lejano, ahora se le
habían tornado fáciles emprendimientos de llevar a
cabo. El genio o semidiós le estaba llevando -con su
guía- a imágenes reales dentro de su subconsciente
que a él le parecían fáciles de
realizar.

Le presentó las imágenes de
una oquedad formada por tres grandes bloques de piedras azuladas,
apareciendo con toda nitidez ante sus ojos; -en mi pueblo a este
tipo de piedras las llamamos vulgarmente piedras de reaní
y casi siempre se encuentran en los fondos de los pozos
artesanales, donde se reúnen las aguas que se filtran
desde sus capas freáticas de los alrededores, al no poder
traspasar esa capa impermeable.

Esta bocamina o cueva, más bien
parecía el refugio de algún oso de anteojos o de
alguna fiera, que fuese usada como guarida
transitoria.

La abertura estaba bien situada a la margen
derecha de un pequeño riachuelo y se entiende que alguna
vez, su curso fue el causante de aquel gran boquete de entrada
entre las tres piedras; horadando la bocana y arrastrando las
tierras para penetrar con sus aguas por aquellas madrigueras
tenebrosas hasta llegar a profundizar, indagar e inspeccionar las
entrañas de aquellas tierras.

¡Algo especial debió atraer al
riachuelo para desflorar la virginal ladera…!. Antes de
despertar -el semidiós, guía o genio- lo introdujo
en el interior de la cueva, cuyo techo formaba una continua
concavidad, al menos en el espacio que podía apreciarse a
simple vista, pues a poco más de seis o siete varas, se
bifurcaba en dos tramos, por los que habría que entrar
recostado, si quería proseguir avanzando, ya que los dos
agujeros, al iniciar su separación: manifestaban
fácilmente, su inaccesibilidad a las claras, no alcanzando
-el diámetro que presentaban cada uno de los boquetes
más allá de tres cuartos de varas-
haciéndolos impenetrables, si no se ampliaban sus
diámetros. Seguramente él se tendría que
arriesgar a entrar por aquellas estrecheces, al no contar con
herramientas para poder ampliarlos más, costase el
esfuerzo que le costase para conseguir su objetivo; claro que
tenía previamente que resolver otro gran problema, cual
era el de: agenciarse la luz que necesitaría para
transitar en las entrañas de la tierra; para ello
tendría que proveerse de un par de antorchas que
confeccionaría con partes de sus propias ropas -las menos
necesarias- liando algunas hojarascas secas que buscaría
por los alrededores de la entrada a la cueva y envueltas al
efecto con la piel del conejo que aún conservaba en el
zurrón; con cuya grasa, facilitaría,
prendería y conservaría la llama con más
duración sirviéndole de alumbrado en su
camino.

Arriesgaría bastante al meterse de
cabeza por cualquiera de los dos agujeros que se desviaban pues
no sabía de los peligros que podían encerrar,
según fuese entrando por cualquiera de las aberturas; a
rastras gateando con los codos, era la única forma de
penetrar para conseguir entrar en su interior e intentar
proseguir hasta el fondo, para averiguar todo lo desconocido y
sorprendente que encontrase en su interior. En varios pasajes el
semidiós, guía o genio, le había gravado en
el subconsciente el camino a seguir y, con poca voluntad que
pusiese Teuso al despertar a la mañana siguiente,
fácilmente daría con el sitio indicado.
Semiinconscientemente se despertó algo alterado -muy
posiblemente por la congoja que le producía aquella
tremenda estrechez o porque algún pensamiento le cruzo la
mente advirtiéndole de algún peligro grave; pero
pudo observar que no se había movido de su lecho sobre el
chinchorro y permaneció allí mismo, impasible e
inquieto, al observar que Furain estaba traspuesto durmiendo -a
la pata, la llana-.

CAPÍTULO V.

El viaje de
Humazga

Humazga, emprendió la marcha
más rápidamente que Teuso; tomó
dirección sur por el mismo camino que había
traído Teuso aquella misma mañana, pero antes de
llegar al recodo desde donde se divisaba la aldea de Guasca,
torció hacia el noroeste para encaminarse directamente a
los territorios de las minas de sal gema.

No tuvo que acercarse a la aldea, cuyos
territorios llegaban hasta la orilla oeste del río Chonal.
–Al príncipe Humazga, le acontecía algo parecido,
con respecto al camino: iba desandando en dirección sur,
los mismos tramos que había recorrido Teuso aquella
mañana hasta llegar a las inmediaciones del río
Chonal, siguiendo su curso hacia el oeste y hasta su confluencia
en el Tominé casi en su desembocadura sur con el Embalse
del Tominé -actual-. Cruzaba casi sigilosamente por
aquellos terrenos pertenecientes a los nativos de Guasca -aldea
de Teuso- y por tal motivo no deseaba tener ningún
encuentro con los aborígenes, llevaba bastante tiempo
alerta y camuflado entre los matorrales, cada vez que oía
algún ruido inapropiado a la naturaleza por donde
transitaba. Se quedaba paralizado unos segundos, hasta que
podía apreciar que no había ningún peligro o
situación que pudiera producirlo. Anduvo todo el
día y en dos ocasiones tuvo que sortear el arroyo
Santuario.

Ya avanzada esa tarde: llegó
bastante cansado por la dureza del camino y pernoctó en un
bonito paraje que hacía el entronque de la Quebrada del
Cerro Hueco, con la denominada de La Lechuza; desde donde se
podía divisar perfectamente la aldea de Sopó por
extenderse una gran llanura hacía el occidente; llegaba
incluso a distinguir algunos movimientos de los oriundos de esta
aldea, lo que le congratuló mucho, al saber y pensar que
podía dominar con la mirada todos los movimientos de
aquellas gentes; claro que no podría alertar de su
presencia si hacía algún fuego o se manifestaba de
alguna forma para que lo localizasen, a pesar de estar bastante
distante y la luz jugaba a su favor, pues el sol se ponía
por aquel horizonte que hacía destacar a sus habitantes,
por el humo de las fogatas, las carreras de algunos perros que
jugueteaban por sus calles terrizas, etc. Armó su hamaca o
chinchorro y sacó del zurrón, -que siempre llevaba
atravesado a las espaldas a modo de bandolera- algo de carne de
venado seco, el cuerno de chicha y una torta de maíz
-denominada por toda la zona arepa- que su madre la tarde
anterior a su partida, le había hecho con sumo cuidado y
cariño. Comió abundantemente y tomó un largo
trago de chicha del cuerno de buey -éste siempre iba
consigo, como fiel viajero y acompañante-, lo que le
ayudó sensiblemente a entrar en un profundo sueño.
"La chicha es una bebida que se obtiene de la fermentación
de los granos de maíz, como ya se comentó
anteriormente y que por su importancia dentro del entorno
cultural de esta etnia, no dudo que podrá ser de
interés repetir algunos otros conceptos". En sus comienzos
los indígenas masticaban los granos y escupían
éstos mezclados con su saliva, transformando así
-por la combinación enzimática- el almidón
del maíz en azucares, que al fermentar, debido a las
bacterias ambientales, se convertía en esa bebida
alcohólica, tan usada por los primitivos asentamientos en
América del Sur. Son muchos los países que la
fabrican de forma industrial, como Argentina, donde llegó
a tener un gran consumo; en Bolivia, está muy divulgada
por toda la provincia de Cochabamba, aunque las demás
provincias también son grandes consumidoras; en Chile,
aún se hace como lo hacía los primitivos
indígenas y también hay otras variedades de chichas
provenientes de las frutas o cereales que la mezclan con
aguardientes duros; en Colombia, la llegó a prohibir el
Libertador Bolívar en la zona de Sogamoso por su gran
consumo, al haberse dado un envenenamiento masivo de tropas de la
División Valdés. Ese decreto de prohibición,
parece ser que cayó muy mal a la población, donde
aparecieron críticas y glosas que enfadó mucho a
las gentes de entonces , como ejemplo basten estos versos, -cuya
autoría desconozco-:

En una tienda

de triste aspecto,

una cajera

que es una dicha,

a todos brinda

con gran anhelo,

doradas copas…

de fuerte chicha…

La fabricación y expendeduría
de la famosa chicha, se llevaba a cabo de forma normal en casi
todos los puestos de intercambio y era una de las tareas
encomendadas a las mujeres que formaban la unidad familiar,
especialmente las de mayor edad. Se considera que la chicha, era
la bebida que usaban los Muiscas en sus celebraciones. En
Ecuador, le agregan: mora, tomate de árbol, mandarinas,
taxo, aguacates, guayabas, etc., para darles sabor más
agradable.

Nicaragua, Panamá, Perú,
etc., son otros de los muchos países centro y
sudamericanos donde la chicha es una de sus bebidas de gran
consumo hoy en día. No se podía decir -de sus
consumidores en exceso-, que: dormían como los angelitos,
ya que sus ronquidos eran desesperantes -si hubiese habido
algún acompañante- porque sus ronquidos y
resoplidos ahuyentaban hasta a las posibles fieras
vecinas… Desde luego Humazga no reparaba en formar fogatas
hasta el amanecer que le resguardasen de las alimañas,
pues simplemente le bastaba tomar de su cuerno un buen trinque de
chicha. En este su primer día de viaje y no había
tenido contratiempos, ni se había tropezado con alguna
dificultad insalvable y ahora no quería organizar
ningún fuego para pasar la noche, por la cercanía
de aquella aldea y con ello podría ser detectado por sus
lugareños; de todas formas, él iba evitando
tropiezos que pudiese entorpecer su camino; se decía a
sí mismo que cuanto antes terminase con aquél
asunto engorroso, antes podría disfrutar de la chiquilla y
lo que verdaderamente le agradaba a él eran sus
correrías de choza en choza manoseando, violando a sus
aldeanas o las de los territorios que conocía y las largas
jornadas de caza, en persecución de algún ciervo o
felino, que en definitiva era lo que realmente constituía
su gran pasión.

Al día siguiente se levantó
bastante temprano: cuando aún no había salido el
sol y ante sí se extendía una inmensa cortina de
niebla que lo abarcaba todo.

Se puso en marcha a pesar de ello y poco a
poco fue desapareciendo la niebla a medida que el sol levantaba
aquella atmósfera, llegando a disiparla del todo, cuando
ya se acercaba a los aledaños de Sopó. Sus pasos se
encaminaron con rapidez hacia las veredas que conducían a
las riberas del actual río Bogotá entre las aldeas
de actuales de Sopó y Tocancipá, dejando a su
izquierda la Quebrada de Cerro Hueco y a su derecha la Quebrada
de la Lechuza, el viento le daba en pleno rostro con cierta
intensidad y levantaba algunas nubes del polvoriento camino. El
príncipe de Sesquilé no reparaba tan
meticulosamente en los personajes que se iba encontrando por el
camino; tan sólo le llamó la atención la
actividad que estaban llevando a cabo cuatro jóvenes
indígenas , posiblemente miembros de algunas de las aldeas
vecinas. Estaban atareados las cuatro personas en la
confección de flechas que luego serían utilizadas
en las correrías de los guerreros de su aldea, para la
caza y hasta posiblemente para escaramuzas entre los propios
vecinos.

Se encontraban muy cerca en la confluencia
de varias de las estribaciones de la Quebrada Honda, ya pasadas
las Cuchillas de Peña Blanca.

De entre los cuatro había dos
mujeres; los hombres estaban muy atareados y con gran habilidad,
confeccionaban las flechas, como si se tratase de una cadena de
montaje; ellos se las iban pasando unos a otros: empezando por
los dos varones que las cortaban, las aderezaban y sacaban las
puntas y las dos mujeres.

Labraban las flechas de varetas de chupones
de cítricos, pues resultaban ser las más
apropiadas, duras y rectas de todas las que habían probado
con anterioridad.

Las piezas eran cortadas con una longitud
aproximada de una vara, el grosor debería ser aproximado
al dedo meñique y les sacaban o tallaban las puntas muy
finas y agudas; también les introducían dos plumas
alrededor de la parte trasera, haciéndoles unos cortes en
forma de cruz, donde introducían las plumas, que ellos
consideraban: especial y lo fundamental para mantenerlas en una
misma dirección, cuando fuesen lanzadas.

Las jóvenes estaban untando con
muchísimo cuidado las puntas de las flechas terminadas,
con algo viscoso que extraían de una pequeña vasija
de barro. Seguramente algún veneno letal que sirviese para
agilizar la muerte o aletargamiento de la presa, cuando fuese
herida certeramente por alguna de aquellas flechas y con ello se
evitaría la pérdida de la pieza a cobrar; por lo
que el éxito de la caza, muchas veces dependía de
la rapidez con que debía actuar el veneno en el animal.
Una vez bien impregnadas las puntas de las flechas en
aquél veneno, las ponían al sol para que se secasen
y una vez secas: las mojaban levemente, introduciéndolas
en un cacharro de barro con agua y las volvían a impregnar
con aquel veneno y vuelta a secarlas al sol… Pareciera que
algunas de las flechas llevaban más cantidad de veneno que
otras, seguramente tendrían distinta utilidad.

Allí si se paró el
príncipe de Sesquilé y dialogó con los
cuatro hasta quedarse bien informado de la tarea que
desarrollaban; también llegó a apreciar: cuando uno
de los hombres lo reconoció; respetándole, como
quien era y le habló de que el príncipe Teuso,
había salido día atrás de su aldea, muy de
mañana, para competir con él, pero Humazga se hizo
del distraído y prestó muy poca atención al
diálogo que pretendía entablar uno de sus
interlocutores, pero no se le escapó el hecho de que todos
los indígenas de las zonas limítrofes estaban al
tanto de los acontecimientos que se estaban llevando a cabo entre
él y Teuso para conseguir el favor de Menquetá con
respecto a su hija Iruya. Sabía perfectamente sobre las
formas de confeccionar y producir todo tipo de flechas, tanto
para las dedicadas a la caza de animales, como las utilizadas en
las guerras tribales o las empleadas en las competiciones de las
fiestas religiosas y, en las que ya había participado con
bastante éxito, pero quiso hacerse un tanto el
neófito en la materia y preguntaba al otro nativo, sobre
la efectividad del veneno que estaban empleando y si era el mismo
que utilizaban en los confrontamientos tribales. El interlocutor
contestaba a todo con un sí, como si se tratase de querer
evadirle, pues era el que mejor se había percatado de la
doble intencionalidad del príncipe Humazga, que era bien
respetado, pero no muy bien visto entre los vecinos.

Una vez que hubo satisfecho su curiosidad,
volvió a reemprender la marcha, casi sin despedirse de
aquellos vecinos, que tan bien le habían atendido, por su
calidad de príncipe vecino del norte, muy posiblemente por
respeto y seguro que por temeridad. Finalmente se le abría
un inmenso horizonte de palmerales centenarios, cuando iba
dejando la aldea de Sopó en una distancia de más de
una legua por su parte izquierda. Algunas vertientes muy
empinadas bajaban por su derecha y en la lejanía
podría apreciar algunas hogueras, quizás que
acababan de iniciar su combustión -por las columnas de
humo que se apreciaban, por lo menos a cuatro o cinco leguas por
el este, más allá de las Cuchillas de Peña
Blanca, cuyas vertientes nortes formaban amplias quebradas que se
reunían hacia donde se había formado las hogueras;
muy posiblemente por aquellos lugares se encontrarían sus
vecinos de occidente, pertenecientes a la aldea de
Tocancipá, contra los que frecuentemente había
tenido escaramuzas y en una de ellas, viéndose muy
amenazado llegó a matar a un nativo, mientras él
sufrió una gran cuchillada en el muslo derecho, por lo que
se vio enclaustrado dentro de su cabaña más de
siete lunas.

Desde entonces, siempre que salía a
cazar por todo el territorio que colindaba con los de esas tribus
tocancipacenses, le acompañaban de cinco a diez mozos
guerreros de su aldea; su padre no consentía que tuviese
ni una escaramuza más con gentes de esa aldea: bastantes
problemas tuvieron entonces, hasta llegar a conformar al cacique
de Tocancipá, por la muerte de uno de sus guerreros, al
que tuvieron que indemnizar largamente; todavía existe una
profunda enemistad entre los miembros de ambas aldeas. A pesar de
la distancia que existía hasta donde se apreciaba el
fuego, por la humareda que salía de ellos, nuestro
príncipe de Sesquilé, no alteró el paso,
pero claro está: no quiso, ni pensó en hacer
ningún alto en el camino y si que procuró pasar
rápidamente por aquellas tierras. Siempre que terminaba de
subir alguna recuesta del camino: llegaba a alcanzar con la vista
los territorios de la aldea de Cajicá y las enormes
extensiones de frondosa vegetación existente hasta llegar
a sus dominios. Los ríos Teusacá y Bogotá
serpenteaban mansamente ante su vista, aún lejanos en su
horizonte del noroeste, formando una inmensa olla de muchas
leguas de extensión. Renombrados por toda la comarca son
los venados que se crían en esos llanos y la abundancia de
caza de otros muchos animales que existen por aquellas zonas.
¡Lástima que le quedase tan separado, a casi una
jornada -bien andada- desde su aldea. También era un
territorio muy rico -a decir de los más antiguos, pues
él no lo había llegado a conocer personalmente
todavía-: por la cantidad de palmeras de cera que
allí existen, parece ser, por lo que cuentan muchos, era
ese lugar y otros muchos más hacia el oeste, por muy
renombrados que estaban poblados de ese gran árbol y
alguno como el que más -llamado Quindío- donde se
encontraban esa espléndida palmera con mayor abundancia y
los más altos de todos los conocidos; en su interior
estaba deseando visitar aquellas tierras de las que tanto le
había hablado su abuelo, pero antes quería visitar
los yacimientos de sal que estaban ,según le habían
informado, a la altura de La Caldera del pantano Redondo, actual,
en las cercanías de la aldea de
Zipaquirá.

Según le contó en una
ocasión su abuelo -hacía ya, bastantes
años-: muy antiguamente, las minas de sal: era la chimenea
que tenía el palacio sumergido de la hacedora
Bachué aunque antiguamente estaba situada mucho más
cerca de las minas, de lo que lo está actualmente. Estos
yacimientos de sal gema: tan conocidos por todos los territorios
y base fundamental del comercio entre los pueblos de la zona y
especialmente de los muiscas, era el lugar donde él
quería averiguar: si allí, se podía
encontrar algo de valor que llevar a su futuro suegro
Menquetá y así, hacerle cumplir con su palabra
-años atrás dada a su padre- y ahora tendría
que ganar, en competición absurda con otro
pretendiente.

La tarde transcurría con un calor
sofocante y el sol empezaba a reflejarse sobre las llanuras
inmensas del río Teusacá, la cuenca del río
Bogotá le quedaba ahora muy opaca como consecuencia de la
niebla que en poco tiempo se había levantado por
aquél frondoso y verde horizonte. Avanzaba con gran
dificultad y lentitud, se iba dando cuenta de que se le
hacía mucho más duro el camino que pisaba, a su
paso por los pantanales que se formaban a su izquierda,
éstos le interrumpían mucho su caminar, para no
caer en zonas de barros en incluso de ciénagas, donde
incluso podía hundirse, con peligro de no obtener ayuda
necesaria para salir de ellos, por lo que tenía que ir
sorteando algunas zonas y con ello su caminar se hizo mucho
más penitente.

A medida que avanzaba la tarde,
sentía un cansancio descomunal, por el esfuerzo que
tenía que hacer a cada paso que daba.

Ante tales inconvenientes, pensó y
decidió en corto espacio de tiempo dar por terminada la
jornada, tan pronto como pudiese encontrar un sitio adecuado para
pasar la noche. De todas formas, el pensaba: que no había
perdido el tiempo, a pesar de haberle tenido que dar la vuelta
hasta salir por el sur del territorio de Guatavita. Seguramente
que los cuatro guasquenses comentarían en su aldea, el
paso del príncipe de Sesquilé por los
límites de Guasca, camino de resolver el problema en el
que se habían embarcado él y el propio
príncipe Teuso por alcanzar el beneplácito de los
Caciques. Humazga llevaba un controlable sinsabor aquella tarde,
que se le había atravesado entre ceja y ceja: se
había desviado involuntariamente de camino correcto que
llevaba, hasta que recordó sus escaramuzas o más
bien contiendas con sus vecinos y vio las columnas de humo a la
altura de la aldea de Tocancipá; seguro que su sistema
nervioso del Gran Simpático, le había jugado
algún tipo de estrategia especial, para irlo alejando del
peligro.

Lo cierto era que ahora no se estaban dando
las circunstancias más propicias para que él
pudiese salir pronto de aquellas tierras.

Cada vez que se le abría algo de
horizonte, se paraba para poder calcular la distancia que
podía separarle de las orillas del río
Teusacá.

Allá lo divisaba en algunos recodos
del camino, como a cinco leguas de donde él caminaba,
cuando le entró unos deseos imperiosos de
comer.

Humazga, no quería recurrir al
zurrón; así que se agazapó como un gato
garduño en una oquedad que formaba el terreno en el
saliente del terraplén, donde había enraizado un
gran árbol de higuera y esperó pacientemente a que
llegase algún ave y se posase en sus ramas. Estuvo
esperando un buen rato la llegada de su presa, pero finalmente
apareció una gallinácea, corpulenta, negra y de
cuello pelado; que a cualquiera le habría parecido
incomestible, pero él opinaba lo contrario,
diciéndose para sus adentros mentalmente: -pájaro
que vuela…, a la cazuela…- ; y, en eso le alabo el
gusto, ya que todo es proteína.

Como desde hacía rato, fue previsor
y tenía el arco armado con su flecha, no tuvo más
que tensarlo al máximo, apuntar firmemente hacia el ave y
sin dudarlo un instante; lanzó la flecha que fue
rápidamente a dar en el blanco; atravesó al gran
pájaro de parte a parte, cayendo muerto a sus pies. Lo
desplumó en breve tiempo, dando muestras de su habilidad
en este menester; formó una lumbre con algunos
leños secos que encontró muy a mano y colocó
la carne frente al fuego; ensartándolo previamente en una
rama verde, resistente al peso del animal. Mantuvo la rama verde
clavada cerca del fuego hasta que el ave estuvo bien asado, al
que previamente había hecho girar en varias ocasiones
sobre su eje.

Al cabo de algún tiempo, pudo
arrancar una de las patas, que ya se estaba soltando de su
articulación (coyuntura) y comenzó a tragar
-más que a comer- aquella carne dura y fibrosa -parte
quemada y la mayoría de ella ahumada-, sacó el
cuerno de sus privilegios y de cuando en cuando daba un buen
tiento del contenido, al que seguramente y pronto tendría
que rellenar.

Cuando acabó de terminar con su
asado que mayoritariamente había desperdiciado: miro con
bastante intencionalidad todo el interior de aquél gran
árbol, por si encontraba algún buen sitio donde
poder amarrar su chinchorro, donde sentirse medio seguro y con
ello poner fin a la caminata, por ese día.

Eran tantas las ganas que tenía de
tumbarse que fácilmente encontró el lugar adecuado
y seguramente estaría bastante apartado de los peligros de
las alimañas nocturnas. Subió por el tronco,
sorteando con gran dificultad el ramaje interno de los primeros
tramos y cuando estuvo como a tres varas del suelo ató un
extremo del chinchorro al tronco del árbol; se
deslizó por una de las ramas laterales, hasta que
llegó -extendiendo- el otro extremo de su red; ahora la
dificultad la encontraba: en la forma que habría de
adoptar para colocarse dentro de su chinchorro y que no llegase a
partir la terminación de la rama última que
había atado -de todos, bien sabido es: la facilidad que
tienen las higueras para romper sus ramas al más
mínimo peso o simplemente saltan y se desgarran, si les
trata de que sean flexibles- Humazga lo sabía y en todo
momento fue con mucho cuidado, para no sufrir ningún
percance de ese tipo. Se ideó bajarse al chinchorro una
vez; tumbado en paralelo sobre la rama, se liaría la red
alrededor de su cuerpo y se volcaría sobre ella, con lo
que quedaría dentro de la misma con facilidad. Ya
había colocado todos sus pertrechos en una de las ramas
cercanas y a similar altura con respecto al suelo y puso en
práctica lo que había ideado para meterse dentro
del chinchorro, haciendo el mínimo esfuerzo posible y
procurando no llevarse una sorpresa con la higuera. Todo le fue
bien y consiguió su propósito sin grandes
dificultades, pero cuando estuvo dentro acomodándose para
tener una siesta y sueño placentero: se percató de
que no había montado el cepo, para tratar de conseguir
comida que no le entretuviese en siguiente jornada y otras de las
cosas fundamentales que recordó era: el no haber previsto
y prendido una hoguera cerca del árbol, que sirviese para
ahuyentar a cualquier animalejo de tuviese ganas de amargarle la
vida mientras él dormía. No se inmutó de su
sitio y debido al cansancio que traía encima o a la
pesadez que notaba con la buena porción de aquella
gallinácea que se había tragado, lo cierto es que
el sueño le embargó rápidamente y se
durmió de inmediato.

Habrían pasado unas dos o tres
horas, más allá de la media noche, cuando se
despertó sobresaltado: notaba el roce sigiloso y suave de
algo que se le movía alrededor del chinchorro, por
momentos parecía calmarse y a largos intervalos
emitía una sonido característico de estos ofidios
al roce con las ramas al arrastrar sus cuerpos; silbaba con
destreza en contadas ocasiones, porque seguramente estaba
llamando a una pareja para parearse.

Rápidamente el príncipe
sospechó, con todo acierto, que se trataba de una
serpiente arborícola. Estuvo muy atento, guardando un
silencio sepulcral y sin mover un músculo de su cuerpo.
Indudablemente la serpiente sabía, desde hacía
bastante tiempo, que Humazga estaba ocupando su chinchorro y si
no se veía acosada, seguramente ella proseguiría su
camino, con más paz que gloria; sin embargo, quien
seguramente no iba a pasar por alto el sobresalto que se
llevó, tan pronto, como notó el movimiento sigiloso
del animal fue Humazga: que no perdonó al animalito que le
interrumpiese en lo más profundo de su sueño y,
estuvo quieto y agazapado como un gato montés, hasta que
apreció que la serpiente estaba a su alcance y entonces de
un brusco manotazo la consiguió coger de la cabeza, con la
intención de no soltarla, hasta que hubiese muerto
completamente. Tremendo fue el impulso que dio a su mano derecha
para atrapar la serpiente por la cabeza, que tembló toda
la higuera y tuvo que semi incorporarse dentro del chinchorro
tanto que llegó a darse un buen golpe con la rama que
sostenía uno de los extremos de la red, teniendo que
soltar al animal por su propio impulso instintivo de tratar de
protegerse del golpe que ya se había dado.

La rama crujió a un tiempo y
cedió, volviéndose arqueada en su parte más
delgada y llegando a rozar contra el suelo, donde el
príncipe llegó a sentir la dureza con sus talones.
El creía que se había caído al partirse la
rama, pero ésta solamente llegó a desgajarse lo
suficiente para rechazar el peso que le representaba el propio
Humazga. Con un sin fin de movimientos, pudo zafarse el
príncipe del lio que se había formado con el
chinchorro al ceder de su postura inicial.

Cuando lo hubo conseguido, la rama falta
del peso anterior, casi volvió a ocupar su primitiva
situación; no tan erguida como lo estaba al principio,
pero lo suficiente, como para causarle nuevos inconvenientes al
pobre Humazga, quien no acertaba a desliar el enredo que se
había formado entre la rama y el chinchorro. Finalmente
desistió de su empeño en volver a una
situación cómoda y normal dentro de su chinchorro,
por la falta de luz, necesaria para resolver aquel enredo y
aunque ya se encontraba mucho más recuperado que cuando le
aconteció el sobresalto descrito. Como pudo, se
encaramó a la rama donde tenía sus pertenencias,
para no correr riesgos innecesarios a nivel del suelo y, como
pudo, sacó una cinta de cuero del zurrón, con el
que se ató al árbol y trató de car algunas
cabezadas, hasta que llegase la madrugada e hiciese luz
suficiente, como para desatar el chinchorro, recoger sus
pertenencias y tratar de continuar la marcha.

Por más que quiso y lo
procuró, no llegó a dar ni una sola cabezada,
aunque permanecía todo el tiempo con los ojos cerrados;
claro está que la posición que tenía no era
la más adecuada y hay que tener en cuenta que ya
había dormido lo suficiente, para que con el sobresalto,
tuviese capacidad de proseguir durmiendo. Cuando hubo amanecido,
con mil artes y ayuda de su cuchillo, pudo sacar su chinchorro no
muy mal parado, de las garras de la higuera.

De todas formas tuvo suerte esa noche y con
poca pérdida de tiempo y menos ganas de caminar que el
primer día: emprendió nuevamente el camino,
sorteando arroyos por los que pasaba, bebiendo de sus aguas
cristalinas y observando el paisaje por donde transitaba.
Aminoró el paso en gran medida, como consecuencia de que
empezó a darle hambre; la digestión de aquella
gallinácea de la tarde anterior, se le había hecho
muy pesada, al acostarse tan pronto y sin haber hecho
completamente la digestión; también habría
influido el calor persistente y el percance sufrido por culpa de
haber querido atrapar la serpiente.

De todas formas se sintió
afortunado, pues pudo ser mucho peor de lo que realmente le
pasó. Tubo suerte hasta en conseguir coger al animal de
las fauces, sin darle tiempo, ni a clavarle uno de sus colmillos
y al ceder la rama, la soltó como un clavo candente. No
volvió a ver al animal por ninguna parte, seguramente ella
también se llevó un mal recuerdo. El camino que
llevaba, era casi a campo través, sin que notase huellas
humanas, por ninguna parte de su recorrido.

Finalmente optó por seguir la
dirección del cauce que llevaba el río
Teusacá a favor de la corriente y tratando de serpentear
los obstáculos que pudieran entorpecerle o retrasarle,
para lo cual en muchas ocasiones se separaba mucho de la orilla
natural, tratando de enderezar en su camino los meandros que iban
serpenteando y haciendo larguísimas vegas de una tierra
vegetal que debería ser muy rica y favorable para el
empleo en la agricultura; haciendo estas trochas en su caminar,
también se le acortaba la distancia, pues eran muchas los
que hacía en aquél recorrido. Avanzaba otra vez a
ritmo lento, no con tanta dificultad, como lo hizo la tarde
anterior, pero se notaba sensiblemente un camino muy pesado, por
algunas zonas de areniscas sueltas y en ocasiones limazos en los
que iba dejando sus huellas a medida que avanzaba por los
territorios de una pequeña aldea, denominada actualmente
como Briseño y aunque no llegó a ver ningún
indígena por los alrededores, pudo apreciar en la
lejanía por su derecha: algunas chozas sobre un
promontorio existente al lado oriental de una pantaneta, sobre
cuya superficie refractaban algunos rayos de sol delatadores.
Paró un corto espacio de tiempo debajo de una gran
platanera para hacer un alto en el camino pues ya empezaba
nuevamente a sentirse cansado por los esfuerzos que tenía
que hacer para avanzar por aquellas tierras, mientras estuvo sin
hacer ruido alguno, escudriñando, con los ojos y los
oídos en máxima alerta, cada palmo del terreno
limítrofe, tratando de averiguar si podía haber
algún humano por la zona: para su tranquilidad no pudo
observar u oír señales algunas que denotasen la
presencia de nativos u otro tipo de amenaza que pudiera provenir
de ellos.

Durante su observación,
apreció por la margen izquierda del río
Teusacá, como se adentraba hacia la parte central de la
corriente una línea de roquedos que con alguna astucia,
arrojo y valentía, fácilmente podrían
facilitarle cruzar, sin grandes riesgos aquella corriente tan
amplia que inicialmente imponía ante sus ojos.

Como ya llevaba bastante tiempo y esfuerzo
gastados en cruzar aquellas tierras semi pegajosas, poco firmes y
menos fiables; se decidió finalmente por cambiar de
orilla, buscar mejor camino del que traía a la vez que se
alejaba más aún de las cabañas que acababa
de descubrir; por lo que se armó de valor para cruzar el
río por aquel lugar que parecía más angosto,
aunque fuese más profundo, ya que, contaba con el impulso
que cogiera al entrar en las aguas, le llevasen muy cerca de la
orilla opuesta. Así lo hizo y cogiendo una ligera carrera,
antes de tirarse a las aguas, el impulso de entrada y algo de
nado progresivo que hizo, le acercaron a unos tres metros de la
orilla donde pretendía llegar; poco esfuerzo tuvo que
hacer a partir de ese momento, pues rápidamente hizo
pié en el lecho del río y avanzó andando
hasta que salió del agua.

Allí se tumbó breves momentos
y como el sol estaba en pleno zenit, rápidamente se le
secaron las pocas ropas que llevaba y sus
pertenencias.

Ahora no tenía deseos de continuar
la marcha y lo que hizo fue montar su lazo al lado de una gran
palmera real que estaba frente a un chontaduro de mediano porte,
pero con gran cantidad de frutos maduros en el suelo y cuando
hubo terminado: se alejó más de 80 varas y
ató un extremo del chinchorro lo más alto que pudo
en un enorme bananero y con el otro se subió un par de
varas por el tronco de otro chontaduro de enorme proporciones y
también lo ató allí el otro extremo;
colgó sus enseres de un lateral de su red y se introdujo
dentro de forma lo más cómoda posible, con la
intención de descansar por breves momentos, pero
procurando no dormir; aún le apetecía darse un buen
baño y comer algo antes de encaramarse de nuevo, pues
sabía que una vez que hubiese comido algo y se metiese de
nuevo en el chinchorro, se dormiría profundamente hasta el
día siguiente; necesitaba de hacer una buena siesta
reparadora y posteriormente, si se despertaba, ya no sería
hora de ponerse de nuevo en camino. Estaba tan cansado que
tardó sólo un suspiro en quedarse
traspuesto.

Ya estaba bien avanzada la tarde cuando se
despertó, pero no lo hizo de mal humor por haber dormido
sin comer o por lo largo del sueño.

Y, sabiendo que ya no le convenía
ponerse en marcha nuevamente; lo que sí hizo, fue: repasar
su lazo, recoger el enorme conejo que había atrapado y
volver a poner otra vez el lazo adecuadamente, para tratar de
coger otra pieza.

Abrió al animalito en canal- que
estaba aún caliente- lo destripó y
despellejó; enterrando posteriormente todo lo desechable
para él, con objeto de que no fuese foco de
atracción para algún animal carroñero o
carnívoro, pues pensaba pasar la noche en aquel lugar y no
deseaba tener ningún contratiempo, como le había
ocurrido la noche anterior.

Lavó cuidadosamente al animal y lo
colocó horquilladlo por el cuello en dos ramas del
chontaduro para que escurriese y se orease; mientras tanto se
dedicó a buscar leña seca por los alrededores
inmediatos, hasta juntó un buen montón junto al
frutal; limpió una pequeña superficie de unas 10
ó 15 varas cuadradas en el espacio que quedaba junto al
lugar elegido para pasar la noche, algo escorada de donde estaba
extendido el chinchorro y sin mucha demora, porque le acuciaba el
hambre, prendió fuego rápidamente y colocó
al conejo frente a las brazas, como ya había hecho tantas
otras veces en sus correría de caza. No tardó mucho
tiempo en darse el banquete con el conejo, al que
consumió, casi por entero pausadamente y
acompañándolo con pequeños sorbos de chicha
que bebía de su cuerno. Ya tenía más de
media tarde consumida y aún pensó en darse otro
buen baño en el río Teusacá, pues lo
tenía todo resuelto por aquella jornada y hasta el lugar
donde pensaba pernoctar aquella noche que le pareció
ideal.

Le tenía un poco despreocupado
volver al chinchorro, pues era temprano y tenía la orilla
del río cerca, lo cual le llevó a pensar que
podría pasar un buen rato pescando o tratando de pescar al
tiempo que se refrescaba en las aguas por toda la orilla;
procurar pescar un buen rato tratando de tener algún
pescado, que podría poner a secar para la jornada
siguiente; después tendría que buscar algunas ramas
secas más para que el fuego no se agotara; el tener una
buena fogata para pasar la noche era fundamental en campo
abierto.

Esta próxima noche, seguro que no se
olvidaría de tener un fuego encendido.

Aún estuvo deambulando por toda la
orilla del río tratando de pescar algún pez con su
flecha, pero el agua estaba un poco turbia, de los arrastres de
las últimas lluvias acaecidas por algunas de las
quebradas, que no llegaban a enturbiar totalmente las aguas, pero
sí que le habían quitado la transparencia,
necesaria para poder atinar a cualquier pez que merodease por sus
alrededores.

Volvió a mirar y repasar la zona
donde tenía colocado el lazo e incluso lo cambió de
lugar, pues no había sido efectivo nuevamente y
seguramente se debía al resabio que habría cogido
algunos de los animalitos que hubieran visto caer al conejo
atrapado anteriormente; se lo llevó a la otra parte
opuesta, cerca de la orilla del río, entre un
cañaveral y unos mimbres y donde existía bastante
pasto verde gramíneo. Finalmente volvió a buscar
más leña seca y algún tronco suelto, pues
había muchos cerca de la orilla, pero estaban aún
enclavados en la arena o por sus aledaños; cuando hubo
considerado que ya tenía suficiente amontonada, la
colocó a favor de la brisa que circulaba desde el
río y superpuesta escalonadamente, para que se fuese
consumiendo lentamente durante la noche.

Cuando creyó que estaba todo bien
ordenado y convenientemente a su idea, se subió y se
enroscó nuevamente en el interior del
chinchorro.

Ya estaba anochecido cuando la luna
salió empezó a alumbrar todo el entorno, las
estrellas dejaron de parpadear tan claramente y una serie de
sombras se difuminaban hasta alcanzar mucho más
allá de la otra orilla del rio; algunos aletazos empezaron
a surgir a lo largo de toda la corriente cristalina, de su
superficie brotaban, como un rosario de burbujas que formaban
círculos concéntricos ampliándose hasta la
orilla donde morían.

Antes de dormirse escuchó los
chillidos que daba alguna pequeña pieza que había
caído en su lazo, hasta llegar ha hacerse
imperceptible.

Llegó a pensar -antes de dormirse-
que ya tenía garantizada la comida del día
siguiente y aún le dio tiempo a dar su aprobación
al fuego que ardía, tal y cómo él lo
deseaba. Toda la noche había transcurrido con normalidad,
aunque notó algo de frío entrando la madrugada,
pues la lumbre estaba llegando a su fin.

Saltó del chinchorro tan pronto como
hubo luz matutina para proseguir la marcha; recogió todas
sus pertenencias, apagó el fuego con bastante experiencia
en ello y recogió su lazo con otro conejo atrapado,
seguramente en los momentos que él sintió los
chillidos de la noche pasada. Llegó casi al
mediodía a las cercanías de la orilla izquierda del
río Bogotá; se detuvo en una colina,
agazapándose al oír algunos ruidos humanos, que
venían de las orillas por donde él deseaba pasar la
noche y al poco rato: pudo contemplar a cuatro o cinco
jóvenes guerreros que estaban chapoteando en el
río; por lo que tomó la determinación de
bajar más al sur para no tener que tropezar con estos
nativos -pues muy posiblemente, al considerarse en número
superior: se embravecerían con él, como siempre
suele ocurrir -al observándole solitario, desconocido y
cansado-; seguro que tratarían de divertirse con él
un buen rato.

Su intención había sido
seguir por toda la orilla y cruzar al otro lado, aprovechando la
desembocadura del río Teusacá en río
Bogotá, pero la presencia de aquellos indígenas que
él no había previsto, se lo impidió, por lo
que optó: por tomar las de Villa diegos y muy
sigilosamente -medio agazapado- se fue escaqueando por entre los
arbustos, hasta que consideró prudente que el peligro de
enfrentamiento había pasado; anduvo todavía, como
dos leguas más y casi se adentró en los terrenos
dominados por nativos de la actual Cajicá y no muy lejos
de donde había pasado su segunda noche, por los
aledaños de las tierras de Sopó. Cerca quedaba un
recodo del río, que se remansaba a la salida de un abierto
meandro. Soltó todas sus pertenencias en el suelo, junto a
un gran pino que había observado, mientras se acercaba
desde la lejanía y trepó por él llevando la
punta de su chichorro atada a su cintura; cuando estuvo a una
altura de unas cinco varas: ató la otra punta del
chinchorro -la que arrastraba tras de sí- al tronco del
árbol y una vez que la hubo asegurado bien, siguió
trepando por una de las gruesas ramas laterales casi en vertical
y que a la vez se iba separando de su entronque prudencialmente;
cuando alcanzó la longitud que daba su chinchorro,
ató la punta que llevaba anudada a su cintura en aquella
rama; quedando el chinchorro resguardado de las vistas de
cualquier intruso.

Bajó del pino y enganchó
todas sus pertenecías a una de las ramas más bajas
y seguidamente se fue preparando -asando- el conejo que llevaba
en el zurrón, como lo hiciera la tarde anterior. Cuando
hubo terminado con su asado, no se sintió satisfecho
personalmente y emprendió su acometida con los peces y con
el río; -flecha en mano y dispuesto a dejarse parte de
sí en las aguas- a cambio de ganarse el pan de del
día siguiente, sacando de las fauces del río
algún hermoso pez, ya que, no había tenido suerte
con la pesca desde que emprendió el viaje.

Estando en plena faena de pesca, Humazga se
distraía analizando su viaje, encorajinándose por
su mala suerte y haciendo algunos gestos alusivos a las
dificultades por las que había tenido que pasar para
llegar hasta allí y, a no ser por los movimientos que los
confundían con los de la pesca, hubiera parecido que daba
zarpazos anormales, como cualquier bestia salvaje que atrapada en
una red, hiciese esfuerzos inauditos para liberarse de
ella.

A cualquier observador que lo hubiera
analizado un poco por encima; le hubiese parecido, como muy
enfadado consigo mismo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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