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Iruya – La Princesa Chibcha de Guatavita (página 4)



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A mí desde luego me lo
pareció y hasta pude acercarme más, con la
caída de la tarde, para poder analizarlo mejor y
más fríamente.

Su comportamiento oscilaba por momentos y a
grandes rasgos estaba muy contrariado. Él no estaba
contento del camino que se había trazado y ahora
manifestaba su enfado. Cuando Humazga emprendió la marcha
en dirección al territorio de los chibchas asentados en lo
que hoy es Guasca, que precisamente era el territorio del padre
de Teuso y aunque Humazga no lo sabía, lo hizo silenciosa
y velozmente, como si temiese de aquellos terrenos -donde sus
recuerdos le traían malos augurios, seguramente
habría tenido, tiempos atrás y lejanos-
algún percance, riñas o encuentros con nativos del
territorio que no le traían la felicidad ahora.

Al terminar de cruzar el territorio del
poblado de Menquetá y, -tan pronto como los perdió
de vista-: se fue pegando hacia el suroeste, tratando siempre de
bordear los terrenos de la actual Guasca, con el pensamiento de
dirigirse hacia las minas. Cuando considero que ya había
caminado lo suficiente para estar lejos de las aldeas que
él conocía o tenía algunas referencias,
debido a los relatos contados por algún miembro de su
familia -andanzas que al respecto, siempre tenían alguna
referencia bélica- fue cuando empezó a
tranquilizarse, dirigiendo hacia el norte sus pasos por las
vaguadas que formaban los sinuosos montes de -lo que hoy se
conoce como Sopó-, de los que tenía algunas
referencias pues en alguna ocasión los había
visitado siendo más joven en compañía de su
abuelo y, reconocía la silueta que dibujaban -el perfil de
sus montañas sobre el horizonte-; así se fue
adentrando hacia el noroeste para trasponer aquellas colinas,
buscando los yacimientos de sal de las minas de Zipaquirá,
como se les conoce. En su juventud oyó un relato de su
tío abuelo -el cual también fue cacique de su
aldea-, donde refería el hermoso yacimiento de sal que
existía en ese poblado.

Cuando su padre le propuso la aventura a
realizar, para conseguir la mano de Iruya: tanto él como
su padre, coincidieron en ir a ese lugar, donde debería
encontrar o haber algo especial que llamase la atención
del padre de la princesita y del otro cacique -pues de antemano
por ser su padre, siempre tendría preferencia por el suyo
-trajese lo que fuese- además tenía la gran ventaja
de: no estar lejos del lugar donde ellos estaban ubicados -tan
sólo tenían que atravesar los territorios de
Nemocón; sin duda alguna, -ante cualquier dificultad, los
oriundos de aquellas tierras, le ayudarían con agrado, por
ser sus vecinos del oeste y podrían ampliarle los
conocimientos o explicaciones que necesitase sobre aquel lugar;
pero nadie le advirtió, ni le insinuó las
desgracias que se le venían encima, recorriendo aquellos
caminos y mucho menos de las dificultades de suelo que
transitaba.

Inicialmente se vio contrariado al tener
que dirigirse al sur, por destino del sorteo, pero halló
la solución al pensar que podría bordear las
tierras de los guasquenses por su límite norte y seguir en
la dirección oeste de entre Sopó y Tocancipa,
buscando las minas de sal; eran pocas leguas aunque
tendría fácilmente que emplear un día
más en el recorrido -que no tendría que haber
hecho, si desde el principio: hubiese tenido que salir al norte,
por donde se situaba el territorio de su padre, su cabaña
y Sesquilé. Después de darle innumerables vueltas a
su cabeza, analizando su funesto viaje y embriagado por el
terrible cansancio que se había proporcionado jadeando en
el río: no consiguió pescar nada. Bastante mal
trecho y desorganizado se dirigió a su chinchorro y se
coló dentro con el cuerno de chicha en la mano.

Termino bebiéndose el resto que le
quedaba de aquella chicha, y, se durmió.

No se acordó, ni había
preparado un fuego para pasar la noche, durante la cual
-después de pasar los efectos de la chicha- sintió
sobre sus carnes la crueldad de aquellas altitudes. Al despertar
volvió a sentirse hambriento pero en esta ocasión,
emprendió la marcha rápidamente, pues le vino al
pensamiento los guerreros que había visto la tarde
anterior -río arriba- y pensaba que aún
podría toparse con ellos.

A medida que se acercaba a los territorios
de Cajicá, fue apreciando algunos campos de cultivo de
cañas de azúcar, otros de maizales, algunos
árboles de frutales a los que se les notaba el cuidado
esmerado de la mano del hombre y estabulaciones de animales, como
explotaciones domésticas. Pasó bajo un
guanábano y vio en una de sus ramas un magnifico fruto,
que desde el suelo no podía alcanzarse, pero él
notaba que estaba maduro; subió por sus grandes ramas,
como a unas cinco o seis varas y con cierta destreza
alcanzó el fruto -que efectivamente estaba en su punto-;
lo desgarró casi por su mitad -tirando de su piel
más fina con ambas manos y, -no sin algo de trabajo– se
fue abriendo un cuerpo carnoso y blanco como la leche, moteado de
pepitas duras y grisáceas, que no podrían se
masticadas fácilmente; pero que él las desechaba a
escupitajos que daba -las que no se tragaba-; su barba poblada y
negra le destilaba parte del jugo que soltaba la
guanábana. No aprovechó bien el fruto, ni supo
degustar totalmente de su dulzura y exquisitez; se sació
pronto y fue tirando por el camino gran parte del fruto
aprovechable, más bien satisfizo gratamente las aves
pequeñas que le seguían a cierta distancia.
Estaría a media legua de la aldea de Cajicá, cuando
divisó a tres nativos manipulando un recipiente de barro
que tenían encima de dos piedras paralelas, con una lumbre
encendida en su parte central.

Desde la distancia, pareciera que estaban
cocinando alguna vianda, pero a medida que se iba acercando a
ellos, pudo darse perfecta cuenta, que estaban hirviendo algunas
prendas de tejido; por más que pensaba -en qué
podrían ser o para qué lo hacían, no
conseguía dilucidar la incógnita; finalmente se
acercó a ellos para preguntarle sobre las minas de sal de
Zipaquirá, al tiempo que se daba a conocer como
príncipe heredero del cacique Soacha del poblado de
Sesquilé, allí cercano más al este de
Nemocón y al norte de la laguna de Guatavita.

Silenciosa pero continuamente empezó
a dar vueltas alrededor de la lumbre y a mirar sobre la vasija
que estaba puesta al fuego, pues los indígenas no dejaban
de vigilarla, para que no dejase de hervir; hasta que no pudo
reprimirse más y un tanto malhumorado les preguntó
imperativamente, sobre el sentido de aquellas ropas puestas en
remojo medio metidas en aquél recipiente de agua caliente.
Entonces uno de los tres hombres -el más viejo- le
contestó: ese tejido está impregnado de veneno de
las ranas punta de flecha, pues al cogerlas, las metemos en esas
ropas y las mantenemos dentro de ese recipiente de barro cierto
tiempo. Ellas cuando se ven atrapadas y encerradas en los trapos
empiezan a soltar todo el veneno que llevan dentro de la piel;
luego las ponemos, aún en el recipiente, al fuego lento
hasta que se escapan todas; más tarde sacamos los tejidos
y el líquido que se queda es el que contiene el veneno y
lo seguimos hirviendo para que pierda parte del agua, para que se
evapore y se quede mucho más concentrado; posteriormente
lo vertemos en un recipiente más ancho y lo ponemos al
sol, hasta que el calor del sol se lleve y evapore casi todo el
agua; quedándose muy concentrado el veneno. En ocasiones
lo usamos para medicina en pequeñas cantidades, para cazar
-impregnando las puntas de las flechas en ese líquido
concentrado y después las volvemos a poner al sol, hasta
que desaparece totalmente el agua– y se queda el veneno en las
puntas bien impregnado. Ya era la segunda vez que se había
encontrado a indígenas vecinos, atareados en preparar
flechas envenenadas y se sintió muy torpe de no haber
adivinado de inmediato las tareas que estaban llevando a cabo,
pues era muy consciente de que lo había visto en bastantes
ocasiones hacerlo a sus aldeanos. Tanta repeticiones y
coincidencias en la preparación de flechas por aquella
zona, en tan sólo dos jornadas: le empezó a
preocupar en serio, pues hasta era muy posible, que estos vecinos
se estuviesen preparando para alguna escaramuza guerrillera
contra algún vecino y, él que lo era, ni siguiera
se había percatado de ello.

Inmediatamente pensó en dar aviso a
su padre de tales acontecimientos, ya que aún se
encontraba a poco más de una jornada de Sesquilé y
tendría oportunidad de llegar con tiempo a las minas, sin
problemas, aún cortando allí mismo su viaje, cosa
que hizo, tan pronto como dejó atrás a los tres
indígenas, atareados en sacar el veneno a las ranitas. "La
rana del dardo dorado, es uno de los anfibios más
venenosos de los conocidos; tiene unas manchas amarillas sobre su
piel, por donde hace salir un poderoso veneno que utiliza para
evitar ser atacado por otros depredadores".

También se le denomina rana punta de
flecha por los nativos del oeste colombiano, los que empleaban su
veneno para cazar y guerrear unos con otros. Aunque parte de las
cualidades y características del veneno las conocía
perfectamente el príncipe; éste nunca se
había fijado bien en la forma fácil de obtener el
veneno -corriendo los mínimos riesgos– pues nunca se
había interesado en prestar atención y lo
había visto alguna vez en aldea, pero él nunca le
dio importancia a aquella actividad al ser una tarea de
subalternos allegados a su padre.

En todas las aldeas de la zona que
él conocía se usaba con bastante frecuencia;
más lo que llamó mucho su atención y se
marchó de allí -llevándose la idea no
aclarada por su interlocutor- de que en pequeñas dosis:
servía de remedio para curar enfermedades y, bien que le
hubiese gustado obtener toda la información posible al
respecto, para después poder aplicarla en beneficio de los
suyos. Estos indígenas le indicaron el camino más
fácil que debía seguir para llegar a los
yacimientos de sal. Según sus indicaciones el
príncipe, debía seguir por la vaguada que estaba
frente a ellos, siempre dejando los montes a su derecha y -sin
pérdida- directamente le conduciría a la aldea de
la actual Tocancipa; desde allí no estaba lejos la otra
localidad -a unas 20 leguas más hacia el noroeste-.
Mientras esto le explicaba el indígena viejo, él
estaba mentalmente postergando ese recorrido, para llevarlo a
cabo: una vez que hubiese advertido a su padre de las intenciones
o preparación de aquellos vecinos del oeste de su
aldea.

No perdería mucho tiempo en avisarle
-quizás una jornada o dos- y de todas formas, se
internaría en los territorios de la aldea denominada
Zipaquirá, donde algo más al norte -según el
viejo- se encontraban los yacimientos de sal que él
buscaba. Con una alzada del brazo derecho -a modo de saludo- se
despidió de aquellos aldeanos vecinos, con los que no
volvió a cruzar más saludos, ni
palabras.

Antes de partir de nuevo, se fue acercando
muy despacio al recipiente que humeaba encima del fuego; ya no
había ranitas dentro y habían introducido un palo,
-con él removían el contenido-, teniendo mucho
cuidado de que no les salpicase ni una gota de su contenido. Se
marchó a regañadientes por no haber sabido
sonsacarles a aquellos indígenas más detalles de la
obtención, utilización práctica de aquel
veneno tan poderoso y donde o cómo la iban a utilizar en
el futuro inmediato.

Más información acerca de
aquel brebaje que estaban preparando, o la posible
utilización que habrían de darle a su contenido le
habría sido de mucha utilidad al gran consejo que
encabezaba su padre en su aldea natal y sin duda le hubiera
reportado personalmente mucho prestigio. Le faltó un poco
de valor y decisión para hacerles más preguntas -en
el fondo era bastante tímido para ciertas cosas que
necesitaban de algo de picardía e inteligencia-. Si se
trataba de ser bruto o bravo no tenía nunca rival o
parangón, pero cuando la situación se presentaba
demandando diplomacia o delicadeza, empleando una
participación personal y directa en cualquier tipo de
hecho, su timidez se hacía patente, hasta el punto de
parecer un hombre huidizo y cobarde. Por tales motivos: muchas
veces parecía osco, taciturno y distante de los
demás seres, hasta parecer muy poco comunicativo con las
mujeres, considerándolas seres inferiores desde muy tierna
edad, más bien por esta falta de acercamiento: debido a su
falta de sensibilidad y especial timidez que por estar convencido
de ello.

Ya hacía bastante tiempo que se
había adentrado por las estepas de Cundinamarca y
seguía obsesionado -repasando su actitud y comportamiento
personal ante los demás- que él mismo se reprochaba
e iba haciendo fuertes propósitos de enmendar su falta de
participación y cortedad ante los demás, pues
sabía que con ello ganaría muchos valores
personales ante los más allegados, conocidos y
queridos.

Cuando creyó que ya no estaba al
alcance de la visión de los tres individuos que
extraían el veneno de las ranitas y que a él
volvieron a parecerle oriundos del mismo poblado a los cuatro que
vio en el entronque de la Quebrada Honda, dio un giro a la
derecha de noventa grados, enfilando un valle que le
conduciría de nuevo a su aldea.

Tendría que atravesar los terrenos
de sus enemigos de Tocancipá; pero no le importó
mucho en esta ocasión, pues conocía el camino de
años anteriores, cuando iba de caza por aquella zona y su
propósito era o pensaba: que podía llegar, -si no,
aquella misma tarde, al menos al día siguiente- por lo que
empezó a aligerar el paso que llevaba. Habían
pasado ya, como cuatro horas de marcha, cuando se detuvo un breve
momento para coger algunas piezas de un mango, que mostraban el
color amarillento de su estado de madurez; al poco se
recostó junto a un remanso del arroyo de Tocancipá,
donde lavó la fruta y descansó mientras se las
comía. Inmediatamente prosiguió la marcha en
sentido noreste buscando los caminos que tan bien conocía
de aquella zona, realizadas en sus largas jornadas de caza;
pronto tuvo a la vista sus tierras conocidas y ya no dudaba de
que esa noche no, pues la luna salió muy tarde y se vio
obligado a colgar su chinchorro de un enorme mango, como lo
hiciera la noche anterior sobre el pino a la orilla del
río Bogotá, pero al día siguiente:
podría ver a los suyos y dormiría dentro de su
cabaña y hasta muy posiblemente acompañado de su
incondicional amante Hispe.

Al día siguiente apenas llegaban los
últimos rayos de sol, cuando ya empezó a divisar
las cabañas de su aldea, compuesta por algo más del
centenar y que giraban en torno a una plazoleta casi
semicircular, donde podía distinguir, en la parte
diametral del centro la de su familia. Algunos perros salieron a
recibirle con ladridos amistosos y moviendo sus colas en
señal de nula hostilidad, mucho antes de que ojos humanos
pudieran percatarse de su presencia. Algunos vecinos, ya le
empezaron a reconocer en la lejanía, más bien por
la afabilidad de los perros con el personaje que se acercaba a
grande zancadas y que se iba manifestando más claramente
con su presencia, cuando fueron advertidos por los ladridos de
aquellos canes y fácilmente también le reconocieron
en la lejanía.

Cuando estaba a unas cien varas de su
cabaña, su padre apareció en la puerta de la misma
y empezó a caminar en la misma dirección que el
príncipe traía, para recibirle. Cuando llegaron a
la misma altura, su padre lo abrazó y le mostró su
desconcierto al considerar que había desertado o
menospreciado el emprendimiento de la competición que
habían formalizado los tres caciques vecinos.

Nada de eso padre -le dijo Humazga-
sólo me he desviado una jornada para advertirte de la
situación sospechosa que he observado al pasar por las
inmediaciones de la aldea de Sopó y Cajicá; ya que,
en dos ocasiones… -y le relató los dos encuentros
que había tenido en su camino con los nativos de esa zona-
y, he considerado muy adecuado informarte lo antes posible de
ello, para que esté prevenido y si fuese necesario tomes
las medidas oportunas que consideres de interés para
nuestra aldea, también: porque si yo te fuese necesario en
este posible trance, me tengas muy a mano para darte toda mi
ayuda. Cierto es -dijo el padre y agregó-: no creo que sea
motivo de alarma la situación que has visto, pues si se
estuviesen preparando para cualquier tipo de asalto a otra aldea,
muy seguramente, habría preparado sus pertrechos en
terrenos más ocultos y con alguna vigilancia montada; en
esta ocasión creo que estaban llevando una actividad de
abastecimiento de flechas muy normal en esta época del
año, para participar en alguna cacería que les
pueda abastecer de carnes frescas y meter en salazón
algunas piezas, o para posibles celebraciones, competiciones
locales e incluso entrenamientos en sus propias aldeas. No pases
cuidado, le reiteró Soacha, pues aunque así fuese y
ellos se aventurasen a venir contra nosotros, como tú
sabes bien: nosotros siempre estamos preparados para cualquier
ataque por sorpresa. De todas formas, mañana daremos un
repaso a fondo de las armas (lanzas, arcos, flechas, hachas,
etc., de las que disponemos y mantendremos advertidos a todos los
miembros que componen nuestras fuerzas guerrilleras, para que
estén avispadas en los próximos días,
también redoblaremos la guardia que tenemos establecida
por todo el contorno de nuestros territorios.

Haz hecho muy bien en cortar tu camino para
venir a informarme de esos hechos y creo que en poco te va a
retrasar el haber venido, pues mañana podrás salir
temprano para en un par de jornadas llegar a las minas de sal, si
no tienes ningún contratiempo y con mismo
propósito, he pensado que ahora que has vuelto y no
está presente ningún cacique de los comprometidos
(Menquetá o Tequendama): puedes llevarte contigo a tu
amigo Tursu para que te ayude y acompañe hasta que
finalices tu emprendimiento. Humazga se alegró de que su
padre le aconsejase e incluso le propusiese la
compañía de uno de sus mejores amigos de su
niñez y, se dijo para sus adentros: nadie me lo va a
censurar, ni tampoco está prohibido que pueda hacerlo;
así que lo aceptó con agrado, diciéndole a
su padre: me parece muy bien que me acompañe Tursu, tu
sabes que yo lo aprecio mucho y me será de una magnifica
compañía, además podremos, entre ambos,
encontrar mejor el presente que he de buscar, para contentar al
padre de Iruya. Ahora se le presentaba la oportunidad más
clara, de demostrar su intrepidez y valía ante
Menquetá y Tequendama; pues ante los ojos de su propio
padre, ya estaba derrotado Teuso, en aquella absurda prueba -tan
sólo: por el hecho de ser su padre-. Debido a los
últimos acuerdos a los que habían llegado los tres
caciques, –impuestos para conseguir a Iruya- Humazga se
precipitaba, al dar prematuramente por sentado que ganaría
y, no llegó a pensar en ningún momento: que
sería el mejor presente, el que ganaba la
competición y no el aspecto, las virtudes o historial del
competidor.

Yo no era el árbitro en aquella
contienda, pero con el gesto de haber vuelto a su aldea: el
príncipe Humazga había perdido gran parte de las
posibilidades de alzarse en vencedor y obtener como trofeo a la
bella Iruya.

Seguramente los dioses que lo ven y
observan todos los acontecimientos de los humanos,
evitarían la deslealtad a la que estaba llegando este
príncipe, que contravenía todas las normas
éticas, y, aunque no estaban escritas, si existían
por el dictado de los propios corazones de los implicados y de
los propios participantes, siendo dictadas por sus respectivas
conciencias.

Efectivamente aquella noche Humazga la
pasó con su pareja Hispe.

Era una buena moza: chiquilla aún y
no habría llegado a la pubertad completa, pero que desde
hacía más de un año Humazga la tenía
sometida a su capricho, siempre a escondidas de sus padres y
procurando que nadie pudiese sospechar nada y mucho menos que se
atreviese a divulgar cualquier razón de ello, en el caso
de que llegasen a sospecharlo o se percatasen de sus andanzas. La
chiquilla llegaba al habitáculo del príncipe y se
introducía dentro del chinchorro, bien avanzada la noche,
cuando todo el mundo, supuestamente se encontraba en pleno
sueño. Cumplía rápidamente con los deseos
inconfesables del príncipe de su cacique y
rápidamente se volvía al lecho de su cabaña
y si alguno de sus progenitores la hubiese echado en falta,
durante su ausencia, se justificaba o ellos mismos la
justificaban, con ser una necesidad perentoria e imprevista,
surgida a esas horas intempestivas -esos eran los cálculos
de la pareja, pero la realidad, era otra: porque, tanto los
padres del uno y de la otra, sabían de sus encuentros
nocturnos, casi desde que los comenzaron a poner en
práctica dentro de la choza familiar de Humazga y
lógicamente lo mantuvieron en secreto; los unos porque a
potro suelto, no se le puede poner braguero y los otros, pensando
que el príncipe de la aldea era muy buen mozo y excelente
partido, como pareja de su chiquita.

El sol estaba en lo alto y caía a
pedazos sobre todo lo que no estaba a buen recaudo de sus rayos
cuando salieron el príncipe y su amigo Tursu camino de las
minas de sal de Zipaquirá, desandando el mismo camino que
Humazga había traído la tarde anterior, cuando
determinó acercarse a su aldea y comunicar a su padre, lo
que a él le parecía una preparación
lúdica de sus vecinos de las tierras bajas al oeste de la
Cuchilla de Peñas Blancas o de las llanuras de las vegas
de los ríos Teusacá y del río Bogotá.
Ambos continuaron a buen ritmo todo el resto de la mañana
y consiguieron alcanzar los aledaños de la aldea de
Tocancipá e hicieron un alto en el camino, para descansar
un rato y refrescarse en las aguas de una de las vertientes de la
Quebrada del Manzano, que seguramente iban a la cuenca del
río Bogotá y que posteriormente ellos
seguirían por ese cauce para tener menos obstáculos
que sortear en su recorrido, pues querían llegar a la
orilla de su confluente y pasar la noche lo más cerca de
alguno de los ríos citados, como él el
príncipe ya lo había hecho en dos noches
anteriores. Se veía en la relación que
mantenían los dos jóvenes una buena
compenetración en sus hábitos y costumbres, pero se
denotaba a simple vista una arraigada desigualdad y
diferenciación en el carácter, pues Tursu siempre
se manifestaba muy sumiso y transigente a las indicaciones de su
príncipe -mitad por amistad y la otra mitad por temor al
comportamiento irascible de Humazga, al que debía conocer
perfectamente.

Casi todas las actividades de acoplamiento
y acondicionamiento de ambos, especialmente cuando paraban: como
amarrar los chinchorros, limpiar el sitio escogido para acampar,
tratar de cazar alguna pieza o pescar para comer, etc., siempre
tenía que ser el joven, servicial y sumiso Tursu, quien
tenía que hacerlo; rozando muchas veces el servilismo
hacia la persona de su príncipe, el cual, nunca
llegó a darle el margen de confianza suficiente, para que
éste se sintiese de diferente forma o más querido.
Humazga nunca le había tenido en consideración y le
aceptaba como amigo, siempre a regañadientes, al no tener
otro compañero de su propia edad, tan sumiso y obediente
como resultaba ser Tursu, quien siempre estaba medio cubierto
-sobre todo en la cabeza- mediante un sombrero, que hacía
un par de años había conseguido de un nativo
guajiro; andariego por la zona norte de la laguna, el cual
había conocido una tarde mientras pescaba desde la orilla
y donde estuvieron hablando de algunas andanzas que estaba
llevando a cabo el intruso norteño por las inmediaciones
de la laguna de Guatavita.

El sombrero se plegaba fácilmente y
aunque luego aparecía un poco arrugado, al cabo de corto
espacio de tiempo sobre la cabeza: parecía coger
energías y tensaba sus alas, llegando a cubrir los hombros
del individuo que lo llevaba puesto.

Cuando venían bajando la
pequeña cuesta que finalmente les condujo al arroyo que
serpenteaba con sus aguas cristalinas barriéndolas orillas
de juncos y adelfas, tentándoles continuamente a meterse
en una de sus charcas -formadas a la caída de
pequeñas cascadas-: el príncipe se fijó
detenidamente en su acompañante y pudo percatarse de la
docilidad que siempre tenía con él, lo leal que
siempre le había sido y siempre se manifestaba con
verdadero cariño, a pesar de los malos modos que
reiteradamente él le manifestaba, sin corresponderle nunca
a su amistad verdadera. Finalmente cayó en la
tentación de invitar a su acompañante Tursu ha
hacer un alto en el camino, descansar un poco y mientras se
bañaban, podrían ejercitar sus artes de pesca para
tratar de obtener algún buen pez que llevarse a la
boca.

Mientras se bañaban y pescaban:
pudieron observar algunos peces de mediano tamaño, que
bien podían servirle de merienda cena aquella tarde
calurosa.

El también cogió una de sus
flechas y puso toda su atención en atravesar con ella a
alguno de los que -por su tamaño- podía apreciar
con más nitidez.

Con gran lentitud fue siguiendo la
zigzagueante trayectoria que llevaba una hermosa carpa y cuando
apreció que se había parado en una de las oquedades
que hacía la pared vertical de piedras, como a una vara
bajo la superficie del agua: asestó un certero flechazo al
pez -atravesándolo de parte a parte-. Sacó
rápidamente al pez del agua y entregó a su amigo la
flecha con el pez ensartado aún, indicándole que
debía ocuparse de prepararlo, mientras el continuaba con
la pesca, tratando de ensartar otro de los que aún
merodeaban.

Salió Tursu seguidamente de la
charca -dejando su flecha a Humazga quien prosiguió la
pesca-y él se dedicó a preparar un fuego con
algunos leños secos y hojarascas que buscó por los
alrededores y puso directamente al pez ensartado en la propia
flecha ante el fuego, clavando en el suelo su punta y acercando
oblicuamente la otra punta al centro de la vertical de la fogata
y en lado favorable de la pequeña brisa que se llevaba el
humo, -es decir: evitando que el pez se ahumara y para que el
asado se hiciese por parejo y paralelo al fuego, sin que
éste y la flecha llegaran a quemarse. Al cabo de
algún rato, cuando todo estaba listo, llamó a su
príncipe y entre ambos dieron buena cuenta del pez asado,
bebieron de uno de los cuernos de la chicha -pues cada cual
llevaba el suyo- y, tanto Humazga, como Tursu aún no
habían tocado. Al acabar de comer, Tursu se encargó
de lavar el cuerno que había quedado vacío, las dos
flechas y recoger todas las pertenecías; y como era un
individuo precavido, previamente: llenó el cuerno de agua
cristalina, lavándose las manos, los dientes
-restregándoselos con el dedo índice de la mano
derecha- y aprovechó ese momento en que estaba algo
alejado de donde se encontraba Humazga, para dar dos resoplidos,
como si fuese un muleto, se tiró un par de pedos sonoros
-mientras se acomodaba a la sombra de un naranjo viejo, donde
hacía rato se había situado el príncipe,
dispuesto a descansar un rato mientras hacía una
digestión placentera, pero su príncipe se lo
impidió al manifestarle: que andaban retrasados y
debían proseguir la marcha: debemos andar todavía
un largo camino; no te tumbes y recoge las cosas que nos vamos,
si queremos llegar con luz. Se les fue el resto de la tarde en su
larga caminata, hasta llegar a las inmediaciones de la orilla
izquierda del río Bogotá; ya se había puesto
el sol por las cumbres de la Cuchilla de San Jorge cuando
llegaron a la ribera del río y las penumbras ocasionadas
por las montañas vecinas se hacían patentes en las
umbrías. Los últimos meandros que traían,
siguiendo aquel riachuelo, los llevó directamente a
confluir con el más grande u caudaloso
Bogotá.

Ambos se dispusieron a ojear el terreno,
mientras buscaban algunos leños secos y escoger un buen
lugar donde colgar los chinchorros para pasar aquella noche que
se avecinaba a pasos agigantados y para quedar a cubierto de
cualquier peligro venidero. Repusieron fuerzas sentados alrededor
de una gran fogata que había preparado Tursu y decidieron
tomar algunas de las viandas que guardaban en sus respectivos
zurrones. Al cabo de una media hora y ya que estaban cayendo las
tinieblas de la noche, se incorporaron a la vez y tomaron cada
cual su tronco, hasta encaramarse dentro de sus respectivos
chinchorros. A la mañana siguiente ambos despertaron a las
claras del día y tan pronto como la claridad aumentaban
ellos iniciaron su viaje para proseguir, sin pérdida de
mucho tiempo, camino de las minas de sal gema cercana a
Zipaquirá actual.

Cómo se dice en algunos lugares,
parecía ser, como si Humazga hubiese perdido el norte de
su proyectado viaje, lo que no había perdido era la
noción del tiempo que llevaba empleado en su
emprendimiento, por lo que recapacitó brevemente sobre
todo ello y apreció con bastante exactitud que estaba en
su sexto día, desde que se organizó la partida. Le
tranquilizaba bastante el saber que estaba cerca de lugar
preferido para conseguir el presente que debía llevar ante
Menquetá y ganar el reto con ello. Aquella jornada
había sido bastante larga, pues habrían andado no
menos de 15 leguas; afortunadamente Tursu conocía bien los
caminos de toda aquella zona, de las veces que había
tenido que salir de correrías o de cacería y
sabía muchos de los atajos favorables. En el fondo de sus
sentimientos, Humazga: tan sólo sentía la necesidad
de cumplir con los deseos y acuerdos que había establecido
su padre con el padre de Iruya, cuando él era aún
un muchacho que ni siguiera él sabía del acuerdo,
ni sentía los más mínimos sentimientos o
apetencias sexuales por ninguna chica.

Hacía poco tiempo atrás y a
raíz de la reunión que mantuvieron los tres
caciques en la aldea de Guatavita, cuando idearon la competencia
que debían llevar a cabo ambos príncipes para ganar
a Iruya, su padre le comentó todo el compromiso
detalladamente.

CAPÍTULO VI.

Entre sueños
de Teuso

Teuso ligeramente se incorporó y
estuvo tentado de despertar a su compañero, pero, lo
pensó mejor, y se tumbó en la trenzada red
nuevamente, quedando al instante relajado pero sin entrar de
lleno en el sueño, por lo que se puso a imaginar, y a
divagar por aquellos alrededores que ya había empezaba a
conocer por primera vez en su vida aquella misma tarde -pensaba
egoístamente en cómo sería su vida por
aquellos alrededores y, a cada momento, traía a su
pensamiento la imagen de su amada Iruya -manteniendo los ojos
cerrados- y afortunadamente se contentaba pensando así,
llegando a considerar los momentos más felices de todos
los que había vivido, hasta ahora; se armó de
paciencia, era prudente, evitaba los acercamientos e incluso las
palabras; se aseguraba mentalmente, a sí mismo, que
debía impedir el triunfo del otro y ser capaz de ganarle
en lo establecido. Sacó a estudio todos los posibles
momentos que se podían dar allí, junto a su amada.
Rápidamente le construiría la choza más
linda de todas cuantas hubiese por los alrededores -para ello
había fijado en su mente, desde ahora- ir copiando todos
los detalles importantes que viese en las chozas de las aldeas
que visitase a partir de estos momentos; también
haría un buen huerto cercano a la ribera del riachuelo
cercano en donde pensaba construir la choza y haría una
gran charca por encima del terreno, que fuese alimentada con las
aguas del propio riachuelo, traídas por una vertiente
-casi horizontal- que serían recogidas, como a una media
legua hacia arriba del cauce. Necesitaba averiguar, si en
algún momento del año el arrollo llegaba a secarse;
aunque al construir la vivienda cerca de la laguna, no
sería mucho problema, además tenía que
averiguar de algún manantial cercano que no estuviese
contaminado en su recorrido, porque la mayoría de las
veces, de la pureza del manantial, dependía la salud de
las personas que bebían sus aguas. Sin darse cuenta de
ello, entró rápidamente en un sueño profundo
y reparador, que le permitió descansar físicamente
de tanto esfuerzo como había realizado durante el
día anterior, hasta llegar al lugar donde se
encontraba.

En el mismo instante que entró en
sueño: pareciera que enlazó sus últimas
ideas despierto, con un soñar dormido; un sueño en
el que él idealizaba a su amada, haciendo vida
común y teniendo como fondo de los acontecimientos: el
mismo lugar donde él estaba ahora durmiendo, pero al
cobijo de una cabaña que había construido a su
llegada. Su imaginación le había llevado en
volandas por todos los alrededores -aún rendido como
estaba no sentía ese cansancio y estaba tan relajado que
incluso era reparador para su mente y lo notaba. En la
profundidad del sueño que tenía, se veía, a
sí mismo; estaba pescando en el centro de la laguna y tan
abstraído se encontraba con la pesca que no pudo
percatarse del reflejo aparecido en la superficie de las aguas,
mostrando la figura y rostro claro de una deidad, -por su aspecto
a mí me pareció la diosa Bague -la que se le
representaba en ocasiones propicias, desde que se había
enamorado de Iruya- pareciera como si la diosa se hubiese
constituido en protectora de la princesa y a él lo tuviese
como ángel custodio de todos sus actos, como si fuese
él sustituto de aquél niño infante o alguno
de sus descendientes más directos para prevenirla de los
males terrenales y sin duda alguna, para hacerla muy feliz
mientras durase esa pretendida unión y, él absorto
en su pesca no llegaba a captar las indicaciones de la diosa-.
Bague lo arrancó con sumo cuidado mental de su
abstracción en la pesca y lo fue trasladando por todo el
territorio -pues la deidad sabía de la empresa que le
guiaba, hasta llegar allí- de sus prematuros sueños
de establecerse en las inmediaciones a la desembocadura del
arroyo y de la necesidad que tenía la zona de que seres
humanos, que pudiesen formar un nuevo cacicazgo, como nuevos
pobladores de aquellas tierras; seguramente, con ello, se
llenaría de júbilo el entorno: -risas de
niños, nuevas fiestas y cultos religiosos-
adornarían el lugar, donde Teuso se prolongaría
formando una nueva estirpe y sería feliz hasta la saciedad
al lado de su amada.

Con ese propósito lo fue llevando en
su sueño, como en volandas y fuertemente cogido de la
mano, de sur a noreste: bordeando toda la orilla de la laguna
denominada de Suesca, lo enderezó siguiendo la gran
Quebrada de Soaquirá, para adentrarse en los terrenos
aledaños a la aldea de Cucunubá y saltar por encima
de los altos de la Cuchilla de la Ramada Alta , haciendo un giro
hacia el norte para cruzar el río Lenguazaque, cruzando
las llanuras de Guachetá, recorriendo el curso del
río Ubaté hasta su entrada en la Laguna de
Fúquene por su parte más meridional. Es considerada
también, como laguna sagrada por el pueblo
Muisca.

¿Creo: es la laguna de
Fúquene, y, no tengo ánimos de
equivocarme…?

Situada casi en el límite de
Boyacá y en dirección norte la va desaguando el
río Suarez, para irrigar tierras de varias provincias de
buenas siembras: cañas de azúcar, guayabas, mangos,
etc., en dirección a su desembocadura con el gran
río Magdalena y hacia noreste en la vertiente
atlántico-caribeña. Cuando llegaron al aliviadero
que le proporciona el ría Suarez, lo mantuvo expectante
admirando la flora y parte de la fauna de toda aquella cuenca,
por toda la parte alta de la cuenca del río Suarez, hasta
llegar a las inmediaciones de la población denominada
Chiquinquirá, que actualmente es el centro de
adoración de la Virgen de Chiquinquirá; allí
lo despertó y le permitió darse la vuelta en el
chinchorro; desde donde le hizo volver a tener un nuevo
sueño: -quedando recostado en su hamaca toda la noche, sin
mover ni un solo músculo.

En esta segunda parte del sueño la
diosa no le había permitido, ni tan siguiera, abrir los
ojos o incorporarse para cambiar el agua de sus aceitunas, de lo
que estaba necesitando y muy posiblemente, por ello, se le
cortó el primer sueño.

No pudo, ni apreciar que su
compañero Furain, quien roncaba estrepitosamente y
dormía, a pierna suelta, muy profundamente.

La diosa lo bajo en su recorrido, hasta
llegar a rozar casi con la copa de los árboles más
altos; lo giró en un ángulo de casi 90º para
subir por el cauce del Río Susa, haciendo un
pequeño alto en la cumbre del Cerro denominado de la
Cascalera; desde allí lo bajó en picado hasta la
profundidad del río, donde lo soltó a su suerte
sobre una gran charca.

Viéndose Teuso a sí mismo
completamente desnudo en medio de aquellas aguas frías y
en gran parte cubierta por la vegetación de la
orilla.

El príncipe no llegó a
alterarse, ni se incomodó, pues de alguna forma
volvió del sueño, con unas ganas terribles por
evacuar sus líquidos corporales y al mismo tiempo se pudo
percatar de que realmente, estaba tumbado en su chinchorro, sin
que fuese posible todo aquello que le estaba sucediendo. Este
abandono de la diosa en aquel lugar, totalmente desconocido para
él, muy posiblemente tendría algún
significado; y, llegó a pensar: si no sería el
indicativo de las tierras por las que debería buscar el
presente que tanto necesitaba, para ganarse a Iruya. Aquella
mañana Furain se despertó antes que Teuso y al cabo
de una media hora, se vio el ubatense en la necesidad de
despertar al príncipe, pues de lo contrario, seguramente
habría perdido casi media mañana. Cuando Teuso se
hubo levantado y recogieron todas sus pertenencias; se pusieron
en marcha, saliendo por la izquierda de La laguna de Suesca y
siempre en dirección norte, enfilando la parte oriental de
las montañas Cuchillas del Buey Echado, entrando hacia su
mitad y desviándose por poniente para tomar la Quebrada
Grande, camino de Ubaté.

Poco antes de llegar a los terrenos de los
que hoy son de la localidades de Sutatausa y de Cucunubá,
intermedios de los que llevaban los dos caminantes, por entre las
quebradas denominadas La Grande y La Espartinal, muy cerca de los
comienzos de las Cuchillas del Peñón que tan bien
conocía Furain de haber recorridos sus riscos en los
días de caza de su juventud, cuando aún no
había ni soñado y mucho menos emprendido sus tareas
de comerciante de sal por los terrenos boyacarense. Tuvieron que
pasar cerca de los terrenos de la aldea de Cucunubá, por
su izquierda y enfocar el arroyo actual de San Isidro hasta
confluir en la Laguna de Cucunubá, por su parte media.
Allí hicieron un alto para preparar algo de sustento,
darse un buen baño y poder descansar de la larga
caminata.

Al otro lado, en la lejanía del
noroeste ya se podían divisar algunas de las
cabañas y las columnas de humo, que verticalmente formaban
algunas hogueras encendidas de la aldea de Ubaté. Tan
pronto como llegaron a la orilla, Furain se puso muy contento al
poder divisar sus tierras. Estarían a no más de
cinco leguas, aunque la laguna estaba por en medio, con su forma
arriñonada y aunque ellos habían acampado por su
parte más estrecha; sería una temeridad tratar de
pasarla a nado, sin perder parte de los enseres que
llevaban.

Teuso le comentó a su amigo, que:
sería mucho mejor volver en dirección sur, como una
legua y bordearla, para luego bordearla hacia el norte, hasta
llegar a los terrenos llanos y cercanos a la aldea de su amigo
Furain.

Estuvieron rezagados por espacio de
más de una hora; ya habían montado sus cepos en un
extremo de la orilla de la laguna, desde donde no se divisaba el
lugar donde ellos faenaban, bañándose y a la vez
tratando de ensartar algún pez distraído. Algo
taciturno fueron ambos, pues no llegaron a pescar, ni a atrapar
en los cepos ningún animalito que pudiese satisfacer sus
necesidades alimenticias de aquél mediodía.
Estuvieron largo tiempo tumbados sobre un pasto verde que
abarcaba como unas cincuenta varas del terreno circundante de las
aguas. Echaron mano de sus reservas guardadas en los zurrones,
que aunque eran pocas, les sirvieron para pasar aquellos
últimos momentos, antes de llegar a la aldea de Furain y
éste le manifestó a su amigo: que en llegando a su
choza, su familia nos proveería de todo lo necesario y
especialmente a él -refiriéndose a Teuso- que
deseaba continuar su viaje al día siguiente.

Una vez que se habían repuesto bien,
recogieron todo y empezaron a bordear la laguna en la
dirección del sur, donde algo más lejos -como a
unas cinco leguas quedaban los terrenos de la aldea de Sutatausa.
En realidad, ahora que estaban en el pico sur de la laguna, se
podría decir que estaban a mitad de camino entre las dos
aldeas: Ubaté al noroeste y Sutatausa al suroeste. La
tarde estaba soleada y el terreno llano, era muy favorable, para
quien, como Furain: conocía todas las veredas peatonales
de la comarca.

No tardaron ni dos horas en estar a las
entradas sur de la aldea de Furain.

Aquel segundo día, desde su partida,
ya estaba en camino al alba: buscando la abertura de sus
sueños pasados, del que se acordaba con exactitud y todo
lujo de detalles.

Quizás, lo había programado
el semidiós, guía o genio de esta forma, con objeto
de que no perdiese mucho tiempo en encontrar la entrada del
agujero-.

Teuso despertó a su compañero
de viaje que aún dormía en su chinchorro y
recogieron sus pertenencias para ponerse nuevamente en marcha,
cuando estaba clareando el día. Se les hizo bastante larga
la jornada y apenas hicieron un descanso para comer, cuando
entraban en los terrenos de lo que hoy es Cacicazgo, donde
estuvieron recostados sobre unos cañaverales, el tiempo
suficiente para consumir algunos alimentos de los que llevaban en
sus respectivos zurrones que acompañaron con algo de
chicha. Tan pronto recuperaron las energías se volvieron a
poner en marcha, pues aquella noche la querían pasar en
los alrededores de la aldea de Suesca, donde Furain, tenía
algunos conocidos de su confianza a los que deseaba
saludar.

Ya era bastante tarde cuando decidieron dar
por finalizada la jornada, al tiempo que trataba de buscar un
sitio adecuado para pasar la noche, que se avecinaba a pasos
agigantados; estaban muy cansados y sudorosos.

Finalmente, se dispusieron a acampar cerca
de la aldea de la actual Suesca.

Furain había preguntado en la propia
aldea por su amigo, pero le informaron que éste se
encontraba en el trayecto, camino a las minas de sal, donde
tenía que recoger algunas piezas, para trasportarlas a la
zona norte de Quipama en territorio de los muzos, por lo que
decidieron montar sus chinchorros junto al arroyo que
abastecía a la población, donde existía un
buen sitio donde hacerlo y al abrigo de aquella aldea, carente de
hostilidades para Furain y Teuso.

Una vez que hubieron atado las hamacas o
chinchorros a los troncos de dos hermosos árboles, cuyo
enraizamiento seguramente se surtía del propio cauce del
río, por la salud y frondosidad que mostraban.

Aún tuvieron tiempo de meterse en el
río -actualmente denominado río Bogotá-
donde se lavaron bien para quitarse todo el polvo del camino,
lavaron algunas de sus ropas y trataron de atrapar algunas de las
truchas, percas o lucios, que en la quietud de las aguas, se
desplazaban huyendo de los dos intrusos que habían entrado
en su territorio.

Tomaron el baño, más
prolongado que de costumbre y no llegaron a ensartar ninguno de
los peces: parecían mucho más diestros a los
encontrados en otros riachuelos. Éstos no eran grandes
pero muy ágiles y escurridizos, quedando seriamente
contrariados. No pudieron conseguir la comida deseada para
aquella noche y los zurrones estaban diezmados desde que se
unieron para emprender juntos aquellos caminos. De forma
inesperada uno de los oriundos de la aldea: al que Furain
había preguntado por su amigo, se presentó ante
ellos, cuando acababan de salir del agua y después de
saludarles nuevamente, les entregó un recipiente de barro,
parecido a una fuente de graná, que contenía en su
interior todo un cabrito bien asado que aún humeaba, como
una docena de tortas arepas y un cuenco lleno de
chicha.

Ambos agradecieron efusivamente la
atención al nativo, seguramente sería familiar o
amigo personal del conocido ausente, al que venía buscando
Furain.

Él les comunicó que
podían dejar los recipientes junto al tronco de uno de los
árboles, al día siguiente cuando emprendiesen la
marcha y se despidió de ambos, quedando en manifestar los
saludos al amigo ausente, cuando volviese del viaje a las minas
de sal. Aquella noche la enderezó el chivo asado, la
chicha que llevó el agasajante y una charla o
conversación que inició Furain, estando presente el
sesquilense.

Ninguno de los tres encontraba momento
adecuado para interrumpirla y se desarrollaba de esta forma:
muchas veces nos sorprende el estado contemplativo de las
personas mayores que encontramos con cierta frecuencia por
nuestros caminos -decía Teuso- en una conversación
que había iniciado su acompañante Furain,
refiriéndose a la sabiduría del viejo Guzgo cuando
les había aconsejado seguir el camino juntos. Son pozos de
sabiduría y experiencia, -lógicamente, se
pronunció el tercero, que allí mismo se dio a
conocer como Hapac- quien se sintió incorporado a la
conversación desde ese momento y quiso expresarse
así: -los viejos son sabios por naturaleza, pues han
acumulado una serie de vivencias que les da una gran fortaleza
espiritual, experiencia y sobre todo templanza para calcular los
tiempos futuros, por algo se dice, con mucha razón: la
experiencia es la madre de la ciencia… Terrenos de la
actual Suesca.

Laguna del Valle: nace el río
Bogotá. Sobre todo cuando media, durante una vida, largos
periodos de penuria, escaseces, grandes esfuerzos físicos
mal recompensados u otros reveces que nos puede dar la vida,
etc.

-Cierto, aseguraron Teuso y
Furain-

La vida curte mucho si se ha llevado y
vivido con grandes esfuerzos y sacrificios. Prosiguió
Hapac diciendo: la abundancia, siempre es el manantial de la
pereza, aunque no en todos los individuos; pero si éstos
no han sufrido ningún tipo de esfuerzo o sacrificio en la
vida, seguro que tarde o temprano caerán en ella. Por ello
debemos aconsejar nuestros hijos y en general a todo el mundo,
para que se tenga en cuenta, que: no hay pan sin trabajo, pues
aquellos bienes que recibimos, siempre deben provenir de nuestro
propio esfuerzo; las comunidades no se forman para repartir el
pan entre los vagos, que no quieren doblar el espinazo, sino para
ayudar a los menesterosos y en los momentos en que la fortuna les
ha dado de lado, quedándose sin recursos para
subsistir.

Pareció que Hapac no había
tenido últimamente muchos interlocutores, porque
cogió el hilo de la madeja (la conversación) y
parecía como si no quisiera dejar participar a los otros
dos. Hay que dar mucho ejemplo a los demás y especialmente
a la gente joven, pues el trabajo siempre lleva aparejado un gran
esfuerzo: cuando no lo es físico, lo es mental y muchos de
nosotros no sabemos calibrar su importancia pues muchas veces
damos más valor a los trabajos manuales, quizás
porque nos hacen sudar, que a los que solamente nos hacen
pensar.

Indudablemente es fácil sentirse
inclinado hacia una u otra tendencia, dependiendo de la actividad
que uno mismo desarrolla en su vida diaria.

A duras penas, pudo entrar Teuso en la
conversación, que parecía un monólogo – en
esos momentos se acordó del día anterior, cuando
Furain cogió el diálogo y no paraba- para
expresarse de esta forma: -efectivamente hemos de predicar con el
ejemplo y sobre todo delante de los más jóvenes que
lo copian todo de los más mayores y también llevar
a cabo las tareas que nos toque cumplir, sean físicas o
mentales, con el mayor cariño, perseverancia y
atención posibles; sin tener en cuenta los beneficios que
nos pueda reportar; sólo tenemos que pensar y actuar para
hacerlo bien o al menos lo mejor posible y siempre seremos
perfectamente recompensados. No debe haber pan sin trabajo, si
contamos con todos los factores necesarios para llevarlo a cabo,
sin perjuicio de nuestra salud o la de los
demás.

El hecho de estar agrupados en cacicazgos o
comunidades, formando un conjunto bien avenido y luchando por los
mismos intereses o ideales, hace que el individuo se sienta
fuerte y protegido; más esa protección la adquiere
de su propia conciencia, al saberse con el deber cumplido y
dentro de las normas que entre todos han ideado para luchar por
una causa común y estable.

Los ignorantes, acomodaticios -vagos o
maleantes- son los que pretenden alcanzar los beneficios que
puedan rendir los esfuerzos de los demás miembros de la
comunidad. Fue entonces cuando tuvo oportunidad Furain de entrar
en la conversación para manifestar su parecer, de esta
forma: son atributos de los mandatarios de la aldea, distribuir
equitativamente entre los más necesitados y menesterosos,
las viandas o las ayudas necesarias para la subsistencia de los
más débiles o enfermos, hasta que éstos se
hayan recuperado de su inestabilidad vital; los ignorantes
siempre son los que protestan, creyéndose con más
derechos que esos necesitados, porque les falta la honradez y el
corazón puro para poder entender las medidas de
protección al débil, que siempre debe existir en
cualquier comunidad, se llame como se llame.

Llegando a este punto, viendo Hapac, que
los otros dos interlocutores -Teuso y Furain- estaban dando
síntomas de sueño y cansancio; sin más
dilación y apoyándose en la obligación que
tenía, al día siguiente, de atender temprano a sus
obligaciones: se excusó, reiteró su saludo
efusivamente a los dos llegados y se marchó camino de su
cabaña.

Los dos caminantes también se
dispusieron para ir a descansar a sus respectivos chinchorros,
quedando en seguir su camino al día siguiente, para tratar
de alcanzar los alrededores de la aldea de Ubaté entrada
la tarde, donde daría Furain por finalizado su viaje, al
ser su punto de destino, tener allí su familia y ser su
residencia.

Ambos entraron rápidamente a
alcanzar un profundo y reparador sueño.

Aquella noche no pasaron sobresaltos, ni
les afectaron los sueños y prácticamente no se
movieron en sus respectivos aposentos.

La madrugada se les presentó casi al
unísono y ambos se incorporaron, recogieron sus
pertenencias -dejando y plato y la vasija de barro junto al
tronco del árbol más robusto- con objeto de que
pudiese retirarlos Hapac, se asearon un poco en la orilla del
río y emprendieron la marcha, un poco al noroeste, dejando
la vaguada donde se encontraba la laguna de Suesca a una legua de
su mano derecha. Pasaron muy cerca del nacimiento del río
Bogotá, que remansa sus aguas para formar la
pequeña laguna denominada del Valle, después su
curso se hace bastante más escarpado, sinuoso, llegando a
encajonarse.

A media mañana hicieron un alto en
el camino, para tomar un rengue, coger algunos mangos, del mismo
árbol donde estuvieron sentados un rato mientras daban
buena cuenta de un par de frutos ya maduros, el resto lo
guardaron en el zurrón, casi hasta completarlos; para
comerlos más adelante, si no encontraban otro medio de
procurarse la comida de mediodía.

Poco después de haber dado buena
cuenta de aquellos deliciosos frutos, volvieron a emprender la
marcha y Furain se sorprendió gratamente, cuando Teuso
entonó una alegre y romántica canción que
hacia clara alusión a las dificultades que encontraban
para encontrarse, dos enamorados de aldeas vecinas que
habían caído bajo las flechas de Cupido, durante la
celebración de las últimas ofrendas a la diosa
Chié. Algo semejante a lo que podría haberle pasado
con su amada Iruya, de no haberse atravesado, para su suerte, el
león andino y donde pudo manifestar su acierto. Apretaba
el sol de lo lindo, como casi siempre lo hacía, cuando
llegaban a las inmediaciones del arroyo Tunjuelo, afluente del
río Bogotá, donde acordaron hacer otro descanso
para refrescarse, tratar de pescar algo en sus aguas y poner a
remojar cuatro de los mangos, por si tenían mala pesca,
les serviría de almuerzo con un poco de chivito que les
había quedado de la noche anterior.

Iniciaron la pesca y pronto tuvo suerte
Furain, quien ensartó un hermoso pez, que no supieron o no
quisieron comentar de la especie que era, pero que a mí,
desde la larga distancia que me separaba de ellos me
pareció un dorado de unas seis o siete libras. Cuando
acabaron de asar el pescado frente a la fogata que Teuso
había preparado; ya habían dado buena cuenta del
pez asado y de un par de mangos que recuperaron del río
mucho más frescos. Estaban casi acabando de comer, cuando,
de improviso: se desató un chubasco intenso, que los
remojó como una zopa de pan que hubiesen tirado al cauce
del arroyo, pero afortunadamente duró poco rato y casi
inmediatamente salió el sol con toda su intensidad, que
los secó antes de que hubiesen decidido volver a emprender
la marcha. No estaba el cielo cubierto de nubes cuando llegaron
al lugar para pescar; fue durante el pequeño
período de tiempo, en que estuvieron ambos
distraídos con la pesca, cuando se concentró sobre
su vertical una buena acumulación de negros nubarrones que
rápidamente ensombreció todo el contorno y se
destempló el ambiente para descargar un aguacero intenso;
seguramente estaban los chubascos acechando su oportunidad.
Nuevamente emprendieron la marcha; la tarde se hacía
más templada y llevadera que lo había sido el
comienzo del día hasta llegar la lluvia.

Avanzaban con bastante más agilidad
por terrenos que conocía perfectamente Furain y aunque de
vez en cuando se veían encajonados por algunos
desfiladeros rocosos, con subidas y bajadas, que les
hacían algo más penoso el recorrido de ciertos
tramos del camino hacia Ubaté. Habían recorrido un
buen tramo del río Susa, cuando se cruzaron con dos
oriundos de la aldea de Cuennaba, con los charló breves
momentos el amigo Furain, con respecto al camino que
deberían tomar éstos para llegar, sin muchos
contratiempos a la minas de sal gema. Ellos se dirigían al
oeste para sacar unas dos cargas de sal y las debería
traer de vuelta a su aldea en una semana.

Furain les indicó los caminos
más apropiados, los cruces que habrían de
encontrarse en su recorrido y aquellas desviaciones que
deberían tomar, para llegar más rápidamente.
Cuando hubieron proseguido el camino ambas parejas: Furain le
comentó a Teuso que esos cuennabarenses eran conocidos
suyos, de haberlos visto en otra ocasión cerca de la
aldea, haciendo las guardias propias de vigilancia y se
comportaron con él con bastante amabilidad, cosa no
frecuente entre individuos de aldeas vecinas, donde, por regla
general siempre existían rivalidades limítrofes. No
habían parado desde los breves momentos del saludo con los
dos nativos que se cruzaron, conocidos de Furain; avanzaban a
buen ritmo durante toda la tarde, cuando el ubatense, que no
había abierto la boca en toda la tarde, excepción
hecha en lo del saludo con los que se cruzaron; cuando al hacer
un giro hacia la izquierda del camino: advirtió Furain a
Teuso un par de columnas de humo que se divisaba en el horizonte
al pié de la montaña que tenían enfrente y
señalando con la mano, indicó a Teuso el lugar
exacto donde se encontraba la aldea de Ubaté, su propia
casa y donde le estarían esperando sus padres y tres
hermanas, que aún convivían en el hogar paterno.
Teuso fijo la mirada en Furain y notó como el rostro de
éste se le iluminaba al expresar aquellas frases
indicativas e informativas.

Se divisaba con bastante nitidez y el
terreno que iba descendente hacia un valle surcado por un
río, luego de cruzar éste, empezaba una ligera
pendiente de unas dos leguas, por lo que seguramente: aún
tardarían por lo menos una hora en llegar a las
cercanías de la población. Ahora volvió a
dirigirse el ubatense al príncipe, para anunciarle que era
su deseo que la próxima noche el se alojase en su
cabaña, por lo que se sentiría muy honrado. Puso
algunas objeciones Teuso a la invitación que le
hacía su acompañante, porque consideraba que sus
familiares no estaban advertido de ellos y les iba a coger por
sorpresa; a lo alegó y aseguró Furain que no pasara
cuidado, puesto que desde estos mismos momentos sus padres se
sentirán muy halagados con llevarles un acompañante
amigo y no digamos de las tres hermanas, que se sentirán
enormemente felices, al saber que eran tan afortunadas de
encontrar a un mozo tan apuesto y soltero, con el podrían
dialogar y cumplimentar, por ser amigo de su hermano preferido,
al que complacían en todo. Ya se estaban acercando a los
aledaños del poblado de Ubaté; el tramo del camino
se les había hecho bastante más corto -desde que
divisaron las columnas de humo en el horizonte- de lo que ellos
pensaban; seguramente esto, se debió a que Furain
aligeró el paso tan pronto como divisó su aldea,
porque serían muchas las ganas que tenía de llegar
y abrazar a los suyos. Insistió nuevamente Teuso: no
consideraba prudente interferir en sus familiares y que le
agradecía enormemente la atención que le bridaba.
Insistió Furain sobre el tema y mostró su enojo al
príncipe si no aceptaba su invitación de pasar la
noche en su cabaña, junto a los suyos.

Teuso, ante este manifiesto enojo, no
creyó prudente volver a rechazar la propuesta, que por
otra parte consideraba muy apropiada y afortunada para él;
así que, consintió y no volvió a mostrar
más reparos. Habían penetrado a la aldea por la
parte sur, que prolongaba el camino que traían hasta
llegar al centro de una gran plaza, muy parecida o como las que
habitualmente existían en todas las aldeas chibchas, con
algunos árboles frondosos, centenarios, majestuosos y
donde se reunían por horas los más viejos del
lugar, para compartir sus ideas y enfocar sus propias vivencias.
Al llegar al centro de la plaza rectangular, observaron
cómo alrededor de dos fogatas en plena combustión
que habían dejado unos buenos rescoldos, estaban asando un
venado ensartado por una guadua verde, apoyada en horizontal
sobre sus extremos en dos horquillas verticales -clavadas a ambos
lados de las fogatas; en uno de sus extremos habían
colocado un manubrio y lo manipulaba una chiquilla con suma
lentitud, haciendo girar la pieza sobre aquellos rescoldos. La
chiquillada jugaba a una especie de corre que te pillo entre las
carreras que daban tres o cuatro perros, como queriendo
imitarles, estando muy solícitos en imitarles.
Algún ganado doméstico andaba suelto por la plaza,
entre buscando alimento u olisqueando por los recovecos; al caer
de la noche muchos de estos animales domesticados se
quedarían protegidos dentro del rectángulo que
formaban las cabañas y las salidas al exterior,
serían protegidas de cualquier animal salvaje con sendos
cierres de palos trenzados a forma de portón. -De esta
forma se fortificaba todo el recinto-. Furain saludó a las
personas que estaban al cuidado del asado y ambos prosiguieron la
marcha, girando a la izquierda, para adentrarse por entre dos
chozas, hasta una fila existente detrás de la plaza, yendo
a desembocar, justo a la entrada de la estancia de los familiares
de Furain. El encuentro con la familia de Furain, estuvo lleno de
momentos efusivos, donde todos se daban muestras de un sincero
cariño y alegría entusiasta, por la vuelta del ser
querido. Las tres hermanas, quizás, fueron las más
expresivas al manifestar su contento, aunque sus padres -todo
sonrientes- mantenían una complacencia real, pero
más recatada. También les daban la bienvenida, los
más ancianos de la familia, que eran los progenitores de
la madre de Furain.

La tarde ya se vencía y pasados los
primeros momentos de regocijo familiar, donde Teuso fue
presentado a todos, como invitado, amigo de su hijo o hermano;
dos de las hermanas les trajeron algo del asado que antes vieron
cocinar en la plaza, la otra hermana les sirvió una vasija
de barro, conteniendo chicha, de la que el padre de Furain
llenó dos recipientes – a semejanza a los tazones,
también de barro, y estuvo dialogando de todo lo
acontecido, durante el viaje con su hijo hasta, que dieron buena
cuenta de aquella comida y acabaron con la chicha.

Mientras tanto yo estaba de observador,
como invitado de piedra y me pareció que todo el clan
formaban una piña alrededor del padre y éste
mantenía un gran respeto hacia el más viejo, que
también estaba, como yo: pendiente del diálogo que
mantenían padre e hijo. La abuela, las hermanas y la
madre, formaban un grupito cercano al nuestro, pero posicionadas
algo más alejadas, hacia el fondo de la
cabaña.

Teuso pudo intervenir en la
conversación, tan sólo, poco antes de llegada la
hora acostumbrada para ir a dormir, y aprovechó la
ocasión: para manifestar su profundo agradecimiento por el
recibimiento y la estancia que le proporcionaban,
ofreciéndoles su aldea para cuando deseasen o tuviesen que
pasar por ella. En breve se levantaron del lugar de la cena y
colgaron los chinchorros en una esquina de la cabaña, el
de Teuso, paralelo al de su amigo y al cerramiento externo del
ese lateral de la cabaña, -como dando la sensación:
de que el invitado estaba bien vigilado, ante posibles
tentaciones nocturnas y las mujeres podían descansar
tranquilamente, ante el extraño invitado, poco habitual
para las mujeres-; y acomodándose en la red, no tardaron
en quedarse completamente dormidos.

CAPITULO VII:

Las cuatro
hermanas

Debió pasar la medianoche, cuando
Teuso se despertó creyendo que ya estaba amaneciendo, pero
estaba en un error al apreciar desde la puerta de la
cabaña, la situación de las estrellas;
aprovechó para cambiarle el agua a sus aceitunas y
volvió a meterse en el chinchorro. Rápidamente
volvió a darle un sueño prematuro, quizás
debido a la caminata que ambos amigos se habían dado en la
última jornada, hasta llegar a la puerta de la
cabaña familiar de Furain, donde descansaban
ahora.

Teuso se volvió a dormir
rápidamente y lo hizo pensando en su amada princesa, que
como todos los enamorados primerizos, la echaba continuamente de
menos. Sentía una imperiosa ansiedad de verla cuanto antes
y empezaba a desearla físicamente con gran vehemencia. Su
subconsciente nuevamente comenzó a maquinar, a hilvanar y
a enredar imágenes vividas con otras imaginadas, de forma
tal: que, -al poco rato- se encontraba inmerso en un dulce
sueño en compañía de Iruya: "entraban ambos
en un inmenso jardín por un portón, como si fuese
una puerta automática de las actuales, se abría
ante ellos; avanzaron hasta traspasar su quicio y quedaron
petrificados por instantes: al verse sorprendidos por la
magnificencia de lo que veían sus ojos… El recinto
que se abría ante ellos, presentaba una gran estancia de
forma esférica, como jamás la habían visto
en sus respectivos poblados.

Teuso, se había situado en el centro
o circulo del recinto; sus paredes convexas reunían las
imágenes nítidas del exterior, que se podían
contemplar por unas claraboyas situadas en el centro de sus
concavidades interiores; resultaban parecidas a un caleidoscopio
u objetivo que abarcara todas las imágenes del exterior; y
estaban recubiertas -revestidas o alicatadas- de una variedad de
baldosas de mármoles multicolores, de entre los que no se
podían apreciar uniones, al estar tan bien trabajados que
no se les notaba ninguna junta.

Sus combinaciones eran perfectas e
inducían al relajamiento mental y corporal, que en
ocasiones se iban mezclando de tal forma que en sus perspectivas
representaban al arco iris: entremezclándose entre
sí, -como estaban- y formando un entresijo multicolor-
parecido a las telas de las arañas -¡sublimes
constructores, de los más eficientes que dio la
naturaleza!-, con posibilidad de existencia. El suelo estaba
cubierto de un material desconocido hasta entonces por Teuso:
ostentaba un intenso y brillante color verde oliva, o
quizás un poco más claro que emborrachaba los
sentidos -eran esmeraldas, nunca vistas por el
príncipe-.

Los paramentos verticales no presentaban
-aparentemente – uniones entre sí y al tacto tampoco daban
la sensación de resaltes, que denotasen el paso de una
pieza a otra, dando un reflejo perla y uniforme a todo el
contorno.

En el centro geométrico del
círculo, se encontraba una fuente -de la que salían
seis hermosos chorros de aguas cristalinas y arrulladoras- y, al
alcanzar su punto más álgido: descendían
suavemente por los cabellos bien torneados de cuatro lindas
cabelleras de hermosas doncellas, que estaban situadas sobre sus
pedestales, indicando los cuatro puntos cardinales; en el
descenso las aguas reflejaban los colores del suelo, debido a que
por su parte superior penetraba la luz a través de una
claraboya oscilante: al chocar los rayos de luz en el suelo
multicolor -de la base de la fuente y sus alrededores-,
producía la descomposición de la luz en los ocho
colores del Arco Iris. Surgía el agua sin formar el
más mínimo ruido y en diminutas y
pequeñísimas gotas, que más bien
parecían partes de nubes con cambiantes e indefinibles
coloridos. Al acercase a la fuente, le apareció sobre su
piel, como un sudor frío, cuya brillantez resaltaba por
todo su rostro -resaltando sus facciones- y sus ropas
parecían húmedas, como si hubiesen entrado en una
niebla densa, común de las altas cumbres; dándoles
un frescor indescriptible al aire y haciendo una delicia la
permanencia en todo el recinto.

Repentinamente y ante la presencia de Teuso
tomaron vida las vestales, quienes con docta suavidad se fueron
dirigiendo al visitante paulatinamente y de forma interrogativa;
guardando un ritual de notable orden, como queriendo respetarse
mutuamente unas a otras, con cariñosa exquisitez: primero
fue la femenina figura -que antes ocupara la dirección
Norte- quien dirigiéndose de forma cariñosa a la
pareja les preguntó…: ¿de dónde
venís y qué es lo que perseguid?; a lo que Teuso
contestó, contándole todo lo acontecido y necesario
para que él e Iruya pudiesen llegar a formar una familia,
sin desencadenar una guerra tribal con los miembros de la aldea
-denominada ahora Sesquilé-, de donde era oriundo su
contrincante Humazga.

Ante tal relato -la vestal Norte- le
aseveró en estos términos: es totalmente
lógico que hayas perdido todos tus sentidos por conquistar
a la bella Iruya y, no sería sorprendente que perdieras
hasta la vida en tu empeño: al tener que llevar un
presente digno que complazca a Menquetá. Debes saber
Teuso, que tu pretendido suegro no es hombre fácil de
conformar, por lo que has de llevarle un presente tan valioso
como sorprendente, que sea fácil de conservar,
además no debe necesitar cuidados esmerados para su
conservación y que le cautive desde el primer momento y
cada vez más, cuando lo tenga en su presencia. Será
muy difícil de complacer para que vosotros podáis
llevar a cabo vuestro sueño de amor.

De ese jeque podéis esperar todo lo
bueno o todo lo malo, dependiendo de sus preferencias, que seguro
tiene de antemano preestablecidas y, no es fácil la
empresa que queréis alcanzar: cuando por demás,
tiene empeñada su palabra a otro cacique vecino y desde
hace bastante tiempo; si como decid: los tres caciques
están de acuerdo, difícil será que cambien
de opinión los dos comprometidos jefes, si no media algo
de mucho valor por en medio…; (estas últimas
palabras no las llegó a escuchar Iruya). Vuestra
pretensión se hace altamente dificultosa y cuando menos
pretensiosa; sin embargo habéis venido a dar, justo, al
sitio apropiado, porque entre todas nosotras os vamos a aconsejar
los medios y caminos que habréis de recorrer para salir
triunfantes de la prueba a la que voluntariamente se han sometido
Teuso u Humazga por conseguir tu amor; entonces la vestal le
gesticuló a Iruya: guiñándole un ojo a la
vez que la regocijaba con una sonrisa y mirada
penetrantes.

En ese momento fue cuando tomó la
palabra la figura que estaba a espaldas de la anterior, la cual
se pronunció de esta forma y modo: yo soy la
sureña, en mí confluyen todas las aguas de
bienvenidas y voy pasado por la vida: saturada de perfumes,
buenos augurios y dando vida al gran Amazonas -las más
extensas y magnificas selvas, que jamás podréis
imaginar-; parte de ellas recorren mis carnes: serpenteando los
obstáculos para dar vida y apaciguar las ardientes cuencas
y razones de la cordillera andina; soy por naturaleza tranquila,
locuaz, amante de las fiestas y las comparsas; observadora del
mundo real e inundando las almas de los que me visitan con los
dones naturales de la belleza, la bondad y la templanza; vosotros
-amigos míos-, habréis de de ser pacientes y
emprendedores para poder conseguir el presente más
preciado que el ojo humano haya visto -seguro que le
encantará a vuestro padre y le servirá de pago;
complaciendo a su vecino del norte -el cacique de las tierras
donde hoy se sitúa Tequendama y padre de Humazga que
tendrá que resignarse y seguir con su vida insatisfecha,
llena de egoísmos e insulsa.

En cuanto a tu padre Menquetá, la
vestal Sur dijo: -dirigiéndose a Iruya- admitirá
con sumo agrado y satisfacción la valiosa recompensa, como
presente que le lleve Teuso, porque será del agrado de los
tres cacique y no albergará ningún remordimiento o
temor, de no haber podido cumplir con la palabra dada a su vecino
desde hacía tanto tiempo atrás, sobre la mano de su
primogénita; para ello y, después de que
hayáis despertado de este sueño tan instructivo
para la consecución del presente y que ambos estáis
viendo y entendiendo ahora: todas estas imágenes
desaparecerán y tan sólo quedará en vosotros
un breve y leve recuerdo de cuanto ha acontecido -que
darán las pautas a seguir por Teuso para conseguirlo-
quien incluso: pondrá en duda que haya existido este
acontecimiento; más habéis de tener en cuenta: que
todo es posible en este mundo…, pues los sueños se
pueden hacer realidad, si se persiguen con tesón y sin
desfallecimientos. Los sueños forman parte de la vida y en
gran medida llevan un cúmulo de realidades que el
individuo ha vivido con seguridad en su anterior
existencia.

La vestal Sur; cedió entonces la
palabra diciendo: mi hermana y vecina, aquí a mi derecha:
va a daros la clave real, para que con sus referencias
podáis emprender pronto la marcha y conseguir el bien o
presente inaudito, que encandilará la vista y los
sentimientos de los tres caciques; con ello conseguirás
sus favores y el respeto de todos los miembros de sus aldeas,
cuya hazaña será largamente apreciada y sin lugar a
ningunas dudas, serás el digno consorte de su bella hija;
-esto lo dijo mirando a Teuso fijamente- pero siempre
habrás de actuar sin recelos, ni manifestar en
ningún momento gestos de cobardía que menoscaben la
consecución de tu objetivo. Más cuando consigas el
beneplácito de los tres y formes una familia con esta
mujer, no te olvides del favor que te hacemos ahora y danos
siempre muestras de respeto y agradecimiento. Como te hemos
advertido antes -prosiguió la vestal Este-: al despertar
ya no te encontrarás en este mismo lugar y al proseguir tu
camino habrás de sortear innumerables peligros, que
pondrán a prueba todo tu valor, destreza y lo enamorado
que estás de Iruya, por conseguir tus
propósitos.

Todo dependerá de ti
únicamente.

No podrás flaquear en ningún
momento, pues de ello va a depender tu triunfo y felicidad, junto
a tu bella Iruya y, es más, hasta tu propia existencia
dependerá de cuantas virtudes cultives en tus actos. Los
caminos sinuosos y llenos de dificultades que te
aparecerán, no te llevaran a ninguna parte positiva, ni a
encontrar en ellos tus deseos, sin una fuerte voluntad de
conseguir tu fin primordial y, aunque habrás de
transitarlos con éxito y afán, no debes permanecer
mucho tiempo en ellos, por el peligro que encerrarán.
Luego no recordarás nada de lo que aquí vistes u
oíste y al despertar: te seguirás encontrando en
este mismo lugar, pero bajo diferentes perspectivas, siendo el
paisaje que se presentará ante tus ojos: el real -que
será muy diferente al que ahora contemplas- más te
seguirás encontrando en la misma longitud y latitud, sin
que haya variado el tiempo transcurrido. Todo va a depender de
que tú des prioridad al recuerdo sutil que ahora
estás viviendo en sueños para que tu proyecto de
complacer y sorprender a tu futuro suegro Menquetá, se
cumpla con buen éxito -ya que tu amada Iruya-: así
lo está demandando a todas horas y se le puede notar
perfectamente mirándola al rostro, pues se le ilumina,
cada vez que nos referimos a ti o pronunciamos tu nombre…
Insisto mucho en que este aspecto es el fundamental para que
tú puedas llegar triunfante y colmes -de sorpresa- a los
tuyos… ¡Permitan los dioses!: que consigas alcanzar
la felicidad junto a Iruya, lo antes posible. El camino que debes
seguir cuando despiertes de este sueño, te lo va a
describir seguidamente mi hermana: aquí a mi izquierda y,
diciendo esto le cedió la palabra. Oeste se
pronunció de esta forma: soy la que recibe la
máxima información física y psíquica
de todos los acontecimientos que ocurren en la comarca o
están situados en un entorno amplio que me son
transmitidos por otras vestales amigas, situadas entre los
océanos Atlántico al Pacífico…

También soy el espejo donde se
refleja el sol a su paso por estas tierras, donde él va
contándome todas las peripecias de los humanos y en
general de todos los seres vivos que puedan llamar su
atención; en este caso: vuestro amor: viene llamando su
atención desde hace bastantes días. Las brisas que
se transmiten ambos océanos son el mejor medio de
comunicación existente entre la vestales de todo el
continente americano; lo mismo ocurre entre las vestales de otros
continentes, que captan la información a través de
los océanos limítrofes; -por cierto la denominada
Oeste, era la más joven de las cuatro vestales que
formaban la espléndida fuente, también la
más agraciada y simpática- y, – dijo-: Yo, quiero
expresarte -Teuso- que no me sorprende el emprendimiento que han
escogido los caciques, para dirimir a cuál de los dos
príncipes entregan la mano de la princesa Iruya. Debes
entender que Menquetá, por ser un buen padre, cabal y
justo a la vez, sólo pretende lo mejor para su hija, sin
menoscabo de cualquier cumplimiento o compromiso dado
anteriormente para desposarla y de lo más conveniente para
su cacicazgo; por ello -más que pretendiente rico y
opulento- lo que quiere para su hija, es: un hombre integro,
valiente, con gran determinación, pero sobre todo,
virtuoso… Capaz de enfrentar todas las situaciones
venideras -con determinación de triunfo positivo en
beneficio de su pueblo-; adornado de un gran poder resolutivo -en
los momentos más difíciles en beneficio de los
demás-, con capacidad de guiar a su pueblo en todo momento
por el camino del bien y ser paciente para conseguir sus fines.
También debes saber que el hombre capacitado, normalmente
es aquél que es más instruido, siempre y cuando sus
conocimientos estén abonados por la bondad de sus actos.
La sed de saber debería estar gravada en todos los
corazones, pero no todos tienen la capacidad de sacrificio que se
necesita para cultivarse como persona y la mayoría de los
humanos incurren en la ociosidad, el relajamiento o lo que es
peor en el abandono personal, porque son incapaces de doblegar su
vanidad o su vagancia. Siempre debes procurar ser emprendedor y
armarte de una voluntad de hierro, donde todas las tempestades de
la vida caigan ante su resistencia.

La realidad más vital de una persona
debe estar centrada: en su voluntad de conseguir los
emprendimientos que se proponga, su sed de aprendizaje de las
realidades que conforman las vivencias del hombre en su paso por
la vida y sobre en apropiarse de los valores positivos que
ésta lleva aparejados. La instrucción personal,
muchas veces, está amparada por la observación
concienzuda de las actividades que desarrollan otros; reteniendo
los mejores actos, para hacerlos propios y favorecer a los
demás, en un estado de hermandad; a la vez que indagar,
experimentar y ejercer de buen observador sobre todo lo que se
desarrolla alrededor de nuestras vidas, para sacarles el mejor
provecho. Tú debes sorprender a Menquetá
-más que nada- por tus virtudes, aunque para comenzar
captando su interés: habrás de sorprenderle
profundamente con rasgos inauditos, como los de llevar el
presente -nunca visto- que te haga merecedor de su hija. Si
él aprecia en ti ese rasgo de sabiduría, de buen
hacer y de entrega a disposición de los demás, te
habrás ganado su aprecio de por vida, porque has de saber:
que tu futuro suegro es un hombre que concentra muy altos valores
y su persona y no sólo por ser el cacique de Guatavita,
sino, porque siempre ha estado cultivando su sabiduría,
armado de una gran voluntad y espíritu de sacrificio.
Prueba de ello es el gran prestigio que tiene ante todos los
demás jefes y aldeas de nuestra etnia, de la prosperidad
con la que gobierna su pueblo y especialmente el trato personal
que tiene con todos los seres.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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