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Descentralización (página 2)



Partes: 1, 2, 3

Mas la obtención de la homogeneidad
social, independientemente de nuestra voluntad, y como lo muestra
la historia, no es cuestión de años ni
décadas, sino de siglos.

¿Debemos entonces esperar paciente-
mente que transcurran nuevos siglos, sin que entre tanto podamos
hacer nada para ir alcanzando los objetivos descentralizadores?
Ciertamente no.

Sobre todo, por el hecho de que tenemos a
mano la posibilidad histórica de convertir esa debilidad
-la heterogeneidad social- en una poderosísima fuerza
descentralizadora.

Porque en efecto son potencialmente grandes
fuerzas des centralistas los componentes regionalistas de la
heterogeneidad social. Los resultados de las elecciones
municipales en el Perú son cada vez más claros en
ese sentido. Y los de la que acaban de realizarse en 1998, no nos
dejan lugar a dudas.

De los cuatro grandes países
desarrolla- dos y descentralizados que acabamos de mencionar, dos
son repúblicas unitarias: Francia y Japón, aunque
en este último figure nominal y paradójicamente en
la cúspide del poder oficial un emperador sin imperio (en
tanto que no tiene colonias); y los otros dos, Estados Unidos y
Alemania, son repúblicas federales.

Históricamente, las 13 Colonias
fundado- ras, en el caso del primero, y más de 350
pequeños estados, en el caso del segundo, die- ron origen
al federalismo.

Como ellos, el Perú, como pocos
pueblos en la historia de la humanidad, tiene tanto o más
derecho a ser una república federal que una
república unitaria. Y muchísimo más derecho
a ser una república federal que una republiquita
imperial.

Nuestro milenario pasado plurinacional,
cuyas expresiones regionales, culturales y
lingüísticas aún se mantienen vivas, son un
magnífico y extraordinariamente valioso sustento para que,
legítimamente, los pueblos del Perú aspiren a
transformar la achacosa, subdesarrollante y centralista
"república imperial" en la que estamos muriendo todos y a
pocos, en una moderna y descentralizadora república
federal.

En todo caso, la idea no es ni propia ni
nueva. Por paradójico que pueda resultar, fueron los
"demócratas" y "liberales" peruanos del siglo pasado -con
Nicolás de Piérola y Augusto Durand a la cabeza,
como nos lo recuerda Mariátegui 69-, quienes hicieron las
primeras declaraciones en ese sentido, pronunciándose
directa y explícitamente a favor del
federalismo.

En esa época, a fines del siglo
pasado, "hasta aparece, de repente, como por ensalmo, un partido
federal" -recuerda Mariátegui 70-, quien agrega: "La tesis
centralista resulta entonces exclusivamente sostenida por los
civilistas que en 1873 [con el propio Manuel Pardo a la cabeza]
se mostraron inclinados a actuar una política
descentralizadora".

¡Qué historia la de Pardo!
¡Se negó a sí mismo hasta dos veces!
¡Traicionó al Perú gravemente dos veces! No
obstante, la historiografía tradicional sigue
considerándolo u- no de los prohombres del
Perú.

Desde entonces, muy pocos se han atrevido a
sostener abiertamente la tesis de la conversión del
Perú en una república federal, conformada como por
ejemplo lo propone hoy valientemente Alfredo Pezo Paredes por
"naciones regionales" 71.

Y es que, de manera perversa y grotesca,
los adalides del centralismo, confundiendo malintencionadamente
federalismo con separatismo, chantajean con el sambenito de que
atenta contra la unidad nacional.

Pero también es cierto que los
liberales y sus ideas federalistas, en el siglo pasado, cayeron
en el descrédito cuando como una vez más nos lo
recuerda Mariátegui quedó en evidencia "que no
obstante su profesión de fe federalista, sólo
esgrime[n] la idea de federación con fines de
propaganda".

Y es que, a pesar de formar parte del
Gabinete Ministerial, y de contar con mayoría
parlamentaria durante el gobierno de José Perdono
mostraron "ninguna intención de reanudar la batalla
federalista" 72.

Sin embargo, a pesar de esos antecedentes,
y a pesar del chantaje, no debemos amilanarnos. Proponer
nuevamente la idea de convertir al Perú en una
república federal como también lo son Brasil,
Argentina y México, en tanto que es, muy probablemente, la
mejor solución histórica para lograr la
descentralización, es entonces también
fundamentalmente patriótico.

Y, al fin y al cabo, no habrá de ser
una élite intelectual la que finalmente concrete el
proyecto. Habrán de hacerlo los hombres y mujeres que
legítimamente llevan en sus venas la herencia de las
grandes naciones del Perú antiguo: tallanes, chimú,
chavín, caja- marcas, chachapoyas, limas, icas, chankas,
huancas, inkas, antis y kollas, entre otros.

El contexto:

Factor determinante externo

No obstante, y para no crearnos falsas
ilusiones, debemos tener absoluta conciencia de que la tarea no
es ni habrá de ser fácil.

No sólo porque el centralismo
interno

Aunque sólo fuera inconscientemente
desatará todas sus armas y todas sus furias, viejas y
nuevas, contra la idea y contra el proyecto. Sino,
fundamentalmente, porque el centralismo -como está visto-,
no depende tan sólo del contexto interno, y no depende
sólo de la forma de organizar el gobierno.

El federalismo, por sí sólo
no es garantía de descentralización. Basta mirar a
nuestro

Entorno geográfico y cultural
más relevante: como parte de él, Argentina, Brasil
y México, siendo repúblicas federales, son no
obstante países centralizados, aunque por cierto en una
situación sensiblemente menos compro- metedora y grave que
la del Perú.

Esos buenos ejemplos, una vez más,
de- ben hacernos volver la mirada al centro de la
cuestión, al factor largamente más gravitante: el
contexto dentro del que se encuentran todos y cada uno de
nuestros países.

Es ese contexto común el que, a fin
de cuentas, define que los pueblos de América Latina ya
como repúblicas unitarias o ya como repúblicas
federales, sea que hablemos castellano, portugués,
francés o inglés; o sea que tengamos 200 o 100
años de vida formalmente independiente, sean todos igual-
mente subdesarrollado centralizados.

Ese contexto no es otro que el de la Octava
Ola de la civilización occidental 73: la del capitalismo
mundial bajo hegemonía norteamericana.

Es absurdo pretender ocultar el sol con un
dedo; en todas las grandes olas de la civilización se ha
dado el mismo fenómeno: el centro hegemónico impone
en su entorno sus intereses y objetivos, durante
larguísimas -pe- ro siempre finitas- décadas, y de
manera absoluta e inexorable, más allá de la
voluntad de los pueblos que caen bajo su influencia y
dominación.

En el siglo pasado ya como países
formalmente independientes-, estando Inglaterra
significativamente más distante, y siendo las
comunicaciones notablemente más lentas, menos masivas y
menos eficientes que las de hoy, no pudimos escapar a su
hegemonía.

Cuánto más difícil
pues habrá de resultarnos escapar de la dominación
económico

Financiera, tecnológica y cultural
que impone hoy Estados Unidos.

Aunque en el fuero interno nos resulte
incómodo y hasta repulsivo admitirlo, objetivamente
formamos parte del último círculo de los intereses
norteamericanos, esto es, de aquella porción
periférica de su entorno a la que despectivamente ellos
mismos han de- nominado su "propio patio trasero" -como
textualmente dijera en 1941 el funcionario del Departamento de
Estado Norteamericano J. F. Melby Dicho sea de paso, los pueblos
latinoamericanos están aún a la espera de las
disculpas correspondientes.

Y, aunque desagradable, la analogía
es pedagógicamente útil. Porque, en efecto, si el
"dueño" ordena, manda y se impone en su casa, es
generalmente con sus peores mane- ras y modales como ordena,
manda e impone las cosas en "su patio trasero".

Es elegante y fino en la sala con sus
socios más importantes (Inglaterra, Alemania, Japón
y el resto del famoso G7), pero rudo y grosero, cruel y desleal
con los trabajadores de "su patio trasero" -recuérdese,
por ejemplo, la conducta norteamericana frente a la Guerra de las
Malvinas, para citar sólo la última de mil viles
actuaciones del Gobierno Norteamericano en América Latina;
o la notable ausencia del presidente Clinton en Brasilia, durante
la reciente firma del acuerdo final entre Perú y Ecuador,
el último de sus desplantes-.

No nos engañemos pues. No existe
razón alguna para que América Latina pase a ocupar
un rol más destacado frente a Estados U- nidos. Y ninguna
posibilidad, ni siquiera en los próximos cincuenta
años, de que podamos actuar de igual a igual frente a
él.

Por un largo tiempo por delante, sus
intereses y objetivos prioritarios estarán
orien

Todos hacia Europa y Japón. Y
nuestros asuntos tendrán una subalterna importancia.
Mientras ello siga ocurriendo, la gigantesca economía
norteamericana dominará total- mente en su entorno, es
decir, también en el nuestro.

La hegemonía norteamericana se ha
impuesto virtualmente en todo el planeta. Hay pues virtualmente
un sólo centro, y todo el resto forma parte de "su
periferia". Es decir, Estados Unidos ha convertido el centralismo
en un fenómeno planetario.

Bien podemos decir pues que asistimos al
mego centralismo global absolutamente distinto y opuesto a la
"mega tendencia descentra lista mundial" que ilusoria y
erróneamente han empezado a "ver" algunos autores
75.

A lo largo de la historia, y en tanto per-
dura la hegemonía, todo lo que inadvertida o
deliberadamente imponen los centros hegemónicos, se
termina convirtiendo en una no- da, que se generaliza y reproduce
en el área de influencia, pero fundamentalmente dentro de
los pueblos que no tienen cómo contrarrestarla.

Así, el mega-centralismo global da
origen al centralismo en los países, y dentro de
éstos al centralismo en las regiones, y dentro de
éstas al centralismo en las provincias, y dentro de
éstas al centralismo en los distritos…

Y es que la influencia del centro
hegemónico es enorme. Porque la desproporción de
sus fuerzas -respecto de las nuestras- es abismal. Nunca debe
perderse de vista, por ejemplo, que el PBI de Estados Unidos es
15 veces más grande que el de Brasil, el gigante
sudamericano; y 150 veces más grande que el del
Perú.

¿Qué posibilidades de vencer
o empatar tiene alguien que se enfrenta contra 150

Como él? Y cuidado, no nos dejemos
seducir por el mito de David y Goliat.

No nos engañemos,

Es un asunto de siglos

Las grandes conquistas económicas
sociales de los pueblos en su historia -como ha insistido Jacques
Lambert 76 se han labrado a lo largo de siglos.

Es el caso del desarrollo
descentralización bienestar, de los pueblos de Europa,
Estados Unidos o Japón, por ejemplo.

Desgraciadamente, sin embargo, los tex- tos
de Historia no dejan esa sensación, ni consistentemente
muestran esa enseñanza. Ni ilustran adecuadamente tampoco
que ello sólo pudo ser logrado dentro de un contexto
internacional favorable, y nunca, ni por ex-

Capción, dentro de un contexto
adverso, esto es, a la sombra de la hegemonía de
otro.

Aunque de una manera muy
esquemática, el Gráfico N° 3 pretende mostrar
la significativa diferencia que existe entre la progresión
histórica de algunos países desarrollados
(Japón, Suiza, Inglaterra y Estados Unidos -para el que
hemos forzado el esquema-) con la de los países
subdesarrollados de América Latina.

En el caso de los primeros, Japón es
el único que nunca ha experimentado en su territorio la
hegemonía de una potencia imperial. Nunca ha sido colonia.
Suiza e Inglaterra, en cambio, han tenido en su experiencia,
durante varios siglos, la hegemonía ro- mana. No obstante,
de ello hace tanto como mil seiscientos años.

Es decir como indicaba hace décadas
Augusto Salazar Bondi, llevan 16 siglos sin ver inhibido o
interrumpido su crecimiento y

Desarrollo por la hegemonía y
dominación de otro u otros pueblos.

A otro tanto equivale la experiencia
histórica de Estados Unidos (como un brazo de la
experiencia de Inglaterra, mas no en la experiencia de los
pueblos nativos de Norteamérica, que fueron virtualmente
exterminados).

Así, continuamente han ido
alcanzando cada vez mayor desarrollo y riqueza. No puede sin
embargo dejar de destacarse que esos pueblos, durante los
períodos de hegemonía del que han sido
protagonistas en los últimos siglos, han incrementado su
riqueza con la que extrajeron de sus colonias, y con la que
siguen extrayendo de los espacios económicos que tienen
absolutamente dominados.

Los pueblos de América Latina, en
cambio, hace cinco siglos que ven frustrada la realización
de su Proyecto Nacional, sometidos sucesivamente a la
hegemonía de España, Inglaterra y Estados Unidos, y
otros a la de Portugal, Holanda o Francia; hacia cuyos
territorios, de muy diversas formas, han transferido y siguen
transfiriendo riqueza.

Es decir, en más de un sentido
(dependencia y pobreza relativa), casi podría decir- se
-como lo indican las flechas en el gráfico que
recién estamos como cuando Suiza o Inglaterra transitaban
las últimas décadas de la hegemonía
romana.

Resulta "ideal" la historia de aquellos
pueblos que nunca han estado sometidos a la hegemonía de
otros. ¿Es quizá ese el caso de Japón?
Así parece haber ocurrido, en todo caso, en los
últimos 22 siglos.

Ese trascendental privilegio que de manera
inadmisible soslayan algunos autores- es el que permite que hoy
pueda decirse que uno de los aspectos más destacables de
la historia japonesa ha sido -como afirma Toyomasa Fusé
"la capacidad que tuvo para combinar un alto grado de desarrollo
eco- nómico con el mantenimiento de su identidad
cultural".

Lo que Toyomasa Fusé se niega sin
embargo a admitir y ese es su problema es que esa capacidad es
una consecuencia de la independencia, de la libertad de que ha
goza- do Japón, resultante a su vez, casi fúndanme-
talmente, de su azaroso aislamiento en el Ex- tremo
Oriente.

No se pretende indicar que para que los
pueblos de América Latina alcancen el Desarrollo del que
hoy disfrutan los suizos o japoneses deban necesariamente
transcurrir veinte siglos. Pero sí que el asunto, larga-
mente, es cuestión de siglos, y no de décadas como
ilusoriamente por lo general se cree.

Y también debe quedar claro que para
iniciar el despegue, para poder iniciarlo real- mente, debe
quebrarse la dependencia de la hegemonía
político-económica de Estados Unidos y, tan
importante como ello, no caer en otra -porque ese peligro siempre
estará latente-.

Un déficit histórico
inverosímil

Desangrado y destruido durante largos tres
siglos por el imperialismo español, prolongado luego el
saqueo, por otros dos siglos, por los imperialismos inglés
y norteamericano, ¿cómo puede extrañar que
en sus potencialidades más valiosas (el hombre y él
territorio), el Perú exhiba la increíble pobreza,
el subdesarrollo material y el abrumador centralismo de
hoy?

En su conjunto, los sucesivos imperialismos
han creado en el Perú un déficit
histórico

Gigantesco. Veamos para ilustrar nuestra
afirmación algunas cifras muy poco conocidas, sobre
aspectos que, sin embargo, son de dominio
público.

Para dramatizar nuestra exposición,
y a fin de que se tenga una idea, por ejemplo, de la pobreza de
la red vial del Perú, comparemos con ayuda del
Gráfico Nº 4- su red de carreteras de primera
categoría (A) -en la que no hay ni 500 Ms de autopistas-,
con la que debería tener si fuera proporcionalmente
equivalente a la de Alemania (B).

La diferencia es harto elocuente y extra-
ordinariamente significativa. Remontarla representaría
más de 700 000 millones de dólares de
inversión (sólo pues en ese rubro, sin incluir
ferrocarriles, por ejemplo).

Para alcanzar los estándares de
otros países subdesarrollados de América Latina
aquellos que no sufrieron tan gravemente la explotación
del imperialismo español-, el Perú requiere, como
mínimo -y de acuerdo a estimados propios- hacer un
impresionante esfuerzo de inversión y, aunque sólo
estima- do para 20 años, un enorme incremento en algunos
rubros (*) del gasto social a cargo del Estado:

Objetivo Inversión

Infraestructura. De comunicaciones
185,250

Vivienda e infraestructura. Urbana
154,100

Seguridad ciudadana 10,000

Educación y Salud 44,200

Desarrollo agropecuario 10,750

Desarrollo turístico
7,500

Nuevos puestos de trabajo 95,000

Es decir, incluyendo sólo lo
mínimo in- dispensable, el total se eleva a la gigantesca
cifra de 506 800 millones de dólares. Esto es,

Tramos seriamente afectados por el
fenómeno de "El Niño".

Casi tanto -según creemos- como lo
que extrajo el imperialismo español de nuestro
territorio.

Asumiendo que la capacidad de
inversión del país -que hoy es del orden del 15 %
del PBI- pudiera crecer excepcional y sostenida- mente a un ritmo
promedio de 5 % anual, tendríamos que esperar por lo menos
105 a- nos para equiparar al Perú con el nivel pro- medio
de desarrollo infraestructural de los países mejor
equipados de América Latina. Pero, además, siempre
que ellos crezcan so- lamente a un ritmo promedio anual de 2 %
78.

Es decir, la tragedia histórica
peruana -en el lenguaje de los jóvenes de hoy- es
alucinante. Casi, diríamos, no hemos empezado a
andar.

El déficit, pues, como está
dicho, es real- mente inaudito. Cubrirlo, habrá de
demandar a los peruanos un esfuerzo gigantesco, habida cuenta de
que, previamente, se den en el contexto las condiciones
favorables.

Entre tanto, los avances que vayamos dando
serán insignificantes, sobre todo si se les compara con
los que, en el mismo tiempo, habrá de ir alcanzando los
pueblos desarrollados, con los que, por ahora, la brecha en lugar
de ir disminuyendo, se va agrandando
sistemáticamente.

El difícil contexto
internacional

En relación con la
descentralización del país, el reto que tenemos los
peruanos es gigantesco. De proporciones sobre las que nunca hemos
tenido conciencia.

Entre otras razones, porque las verdaderas
magnitudes del desafío siempre nos han sido esquivas, o,
en su defecto, porque de manera deliberada han sido
sistemáticamente ocultadas a los pueblos del
Perú.

Mas, sea como fuese, tenemos derecho a
mejores condiciones de vida, en el hogar y en nuestro propio
entorno. Debemos pues hacer absolutamente todo lo que esté
a nuestro al- cance por mejorarlas.

Descentralización: no una

Sino la condición indispensable para
el desarrollo

Viendo individualmente a todos y cada uno
de los países desarrollados del Norte, desde Japón,
pasando por Estados Unidos y España, hasta Alemania,
Suecia y los demás, debemos poner énfasis en cuatro
constata- cienes importantísimas:

a) Han alcanzado el desarrollo
países con culturas, idiomas y condiciones
geográficas y naturales muy diferentes; es
decir,

Ninguno de esos tres factores es un
común denominador del Desarrollo.

b) No todos los países que han
alcanzado el Desarrollo pasaron previamente por la fa- se de
hegemonía imperialista (es el caso, por ejemplo de
Japón, Suiza, Suecia y varios otros países de
Europa, o el de Australia); esto es, la fase de hegemonía
imperialista no es tampoco un común denominador y
condición del Desarrollo.

c) Todos, sin excepción, son sin
embargo al propio tiempo desarrollados y no centralizados; es
decir, la descentralización sí es pues un
común denominador del Desarrollo, y;

d) Históricamente, sin
excepción, el no centralismo -es decir, la
dispersión natural de la población y de las
actividades eco- nómicas en los correspondientes
territorios de esos países- ha estado presente antes de
alcanzarse el Desarrollo.

De ello puede -y debe- colegirse que, a
diferencia de las culturas, idiomas, condiciones
geográficas y naturales, y a diferencia de la
hegemonía imperialista, el no centralismo sí es una
condición indispensable para alcanzar el
Desarrollo.

Así, el no-centralismo -nos
atrevemos a decir-, asoma nítidamente como la
condición

Del Desarrollo, la primera y más
importante, la única imprescindible.

Es decir, a diferencia de los pueblos
desarrollados del Norte -que nunca estuvieron centralizados, y
menos en los niveles en los que hoy se encuentran nuestros
países-, los pueblos subdesarrollados de América
Latina tenemos un desafío que ellos no tuvieron:
descentralizarnos.

Tenemos, entonces, un doble desafío:
des- centralizarnos y desarrollarnos. Porque ciertamente el reto
no es descentralizar la pobreza.

En otros términos, mientras cada uno
de los pueblos del Norte fue alcanzando el Desarrollo dentro de
su propio contexto nacional absolutamente descentralizado,
nosotros tenemos el reto de emprender la tarea del Desarrollo a
partir de un grave centralismo.Históricamente, pues, la
descentralización asoma entre nosotros como el más
importante objetivo estratégico previo al
Desarrollo.

A diferencia de nuestra perspectiva, la
descentralización, absurda y erróneamente, es
presentada por muchos economistas, políticos, gobiernos y
organizaciones multilaterales en el mundo sólo como "una
de las condiciones" para el Desarrollo, y no precisamente como la
más importante y prioritaria para lograrlo.

Basta ver, por ejemplo -como lo haremos en
detalle a continuación-, las propuestas y plataformas de
Desarrollo que, a través del denominado "Consenso de
Washington", plantean los más importantes y poderosos
organismos financieros del mundo: el Fondo Monetario
Internacional –FMI– y el Banco Mundial -BM-, para los que la
descentralización ocupa tan sólo un lugar
secundario y de ninguna prioridad.

Aunque sólo fuera por esta
diferencia de perspectivas, la descentralización que
debemos acometer tropieza ya pues con serios escollos. Y es que
la opinión de esos organismos multilaterales en la vida de
nuestros pueblos ha pasado a ser decisiva: en la práctica
casi estamos haciendo sólo aquello que concuerda con sus
opiniones, o, si se pre- fuere, sólo aquello que ellas
diseñan y quieren que se haga.

Por lo demás, cuentan con la fuerza
y los instrumentos de presión necesarios y suficientes
para imponer su perspectiva. O, mejor, para imponer las
políticas económicas financieras y de Desarrollo
que convienen a los poderosísimos intereses de sus
mentores: los grandes centros de poder político
económico de Occidente.

El escenario mundial, pues, y en particular
el de nuestra América, decisivamente nos resulta adverso y
difícil. Y se mantendrá como tal mientras
más tardemos en tener una imagen cabal y completa del
mismo. Esto es, mientras más tardemos en conocer a ciencia
cierta las fortalezas y debilidades de todos aquellos intereses
locales, regionales e inter- nacionales que, por inercia o por
interés, se oponen a nuestros objetivos de
Desarrollo.

Pero también seguirá
siéndonos adverso el contexto internacional en tanto no
seamos capaces de diseñar:

a) nuestra propia y más adecuada
estrategia de descentralización y Desarrollo, y

b) la más adecuada estrategia de
diálogo, negociación y concertación con los
organismos internacionales.

Y es que buena parte de lo que nos viene
aconteciendo es responsabilidad directa e in- excusable de
nosotros mismos. Mal haríamos

En soslayar nuestra propia
responsabilidad.

¿Acaso nuestros gobiernos -pensemos
en el de los nueve años del Presidente Fujimori, por
ejemplo- le han planteado alguna vez al FMI y el BM nuestra
urgencia de descentralización?

Al contrario, el FMI y el BM han sido
testigos -quizá hasta con beneplácito-,
conjuntamente con los pueblos del Perú -aunque con
ostensible rechazo a su vez-, de que éste ha sido el
gobierno más centralista en los casi doscientos
años de nuestra historia republicana.

¿Cómo pues un gobierno
obsesiva y hasta enfermizamente centralista iba a plantear la
descentralización? ¿Acaso pretendemos esperar que
el FMI y el BM, o el gobierno de los Estados Unidos y el Club de
París, adopten la postura de más papistas que el
Papa, para presionar a nuestros gobiernos a que asuman una
estrategia descentralizadora en la que no creen ni unos ni
otros?

No, nuestros interlocutores internacionales
sólo dialogarán, negociarán y
concertarán su apoyo a la descentralización de
nuestros países, cuando nuestros gobiernos, de pie y no de
rodillas, con lucidez y solvencia intelectual y
científica, y con el evidente a- poyo de los distritos,
provincias y regiones de los pueblos del Perú y el resto
de América Latina, planteen cada uno su razonable y
adecuada estrategia de descentralización, en el contexto
de una también adecuada estrategia de diálogo
respetuoso pero firme.

El difícil contexto internacional
actual

Conozcamos pues primero, entonces, los
difíciles escollos internacionales que tener

Que superar de cara a nuestro caro y
sagrado objetivo estratégico de
descentralización.

La hegemonía
norteamericana

Hoy ya ningún economista del mundo,
ni siquiera el más recalcitrantemente pro norteamericano,
duda de la hegemonía real y efectiva de los Estados Unidos
sobre el resto del mundo, pero, en particular, sobre las
economías -y en el fondo las sociedades– de todos los
países de América Latina. Un sólo dato es
reveladoramente suficiente: la economía norteamericana es
cuatro veces la de toda América Latina.

Ninguno duda tampoco de que, entre otras
manifestaciones, esa hegemonía se ex- presa en el
férreo control norteamericano sobre el FMI y el BM y, en
consecuencia, en el férreo control norteamericano de las
políticas reales y efectivas que imponen directamente esos
dos importantísimos organismos multilaterales, y, de
hecho, indirectamente otros

-Como el Club de París, por ejemplo-
que han puesto como condición indispensable para cualquier
plan de financiación o refinanciación la
aquiescencia de aquéllos.

Lo cierto es que, en las actuales
circunstancias, agobiados por la pobrísima capacidad de
ahorro interno y por la insoportable magnitud de la deuda
externa, nuestros gobiernos han sido presas que con enorme fa-
calidad y docilidad se han tragado las pastillas de las "recetas"
del FMI y el BM, o, si se prefiere, unas desagradables e
ineficaces "pastillas de alquitrán".

En tales circunstancias nuestros
países

-Como muy claramente insinúa la
prestigiada economista inglesa Francés Stewart 79
-han

Sido objeto de una nefasta presión:
"tragan la pastilla o no hay crédito".

En efecto, como reconocen Stewart y todos
los economistas del mundo, el FMI y el BM han condicionado su
apoyo financiero (los nuevos créditos) a la
aceptación de sus recetas económicas (las pastillas
de alquitrán), esto es, al paquete de políticas
económico financieras que el norteamericano John William
son bautizó en 1990 como "Consenso de
Washington".

Veletas o marionetas

A pesar de que "históricamente
América Latina ha tenido más independencia
intelectual que cualquier otra región" -como generosa y
objetivamente reconoce Francés Stewart 80- en la
práctica las políticas eco- nómicas
aplicadas en nuestros países se han diseñado o
inspirado generalmente afuera. Y nosotros, siguiendo a pie
juntillas la "moda", las hemos aceptado siempre como "las
adecuadas" para alcanzar el Desarrollo.

Así, en los años cincuenta se
puso de "moda" el keynesianismo norteamericano, esto es -y como
indica Stewart-, la "firme creencia en el papel del Estado en los
asuntos económicos y sociales" 81.

Convergente y coincidentemente, fueron
llegando desde Europa -en boca de Ganar Mardal y otros
economistas preocupados en el clamoroso subdesarrollo del Tercer
Mundo

teorías que también
ponían énfasis en el rol preponderante que
debía cumplir el Estado en el Desarrollo de nuestros
pueblos.

Y casi sin más, aunque con bastante
atraso y desde una "perspectiva específicamente
latinoamericana" -léase las teorías de
Raúl

Previas y la CEPAL, por ejemplo-, y porque
eran la "moda", fueron puestas en práctica por nuestros
gobiernos, pero sin que ninguno reparase en que en ellas no
había ninguna palabra en relación con la
"descentralización.

El "keynesianismo" fue pues la primera
ineficiente receta que se nos obligó a adoptar. Y es que
¿acaso había sido "el Estado" el secreto del
Desarrollo que ya habían alcanzado los países del
Norte al iniciarse el siglo xx?

No, el secreto del Desarrollo de los
países del Norte no había sido la "preponderante
participación del Estado en la Sociedad". Los secretos
habían sido, por el contrario, y principalmente, la
"descentralización política", la alta
predisposición al ahorro y la inversión, y la
consecuente y cuantiosa "inversión des- centralizada",
realizada no en pocas décadas sino durante
siglos.

¿Por qué, entonces, se nos
recomendó una "solución técnica", una
"receta distinta" a la que ellos habían seguido?
¿Fue acaso un error involuntario? ¿Fue quizá
una maquia- bélica jugada, y con algún
propósito específico? ¿Fue una simple pero
deplorable y clamorosa torpeza? En todo caso, estas cruciales
interrogantes están aún pendientes de res- puesta.
¡Y merecen respuesta!

Pues bien, las malhadadas y falsas "recetas
estatistas" no habían empezado a dar sino insignificantes
y hasta contra producen- tés resultados en torno a la
Descentralización y el Desarrollo de nuestros
países, cuando ya había cambiado la "moda" en el
Norte: el "pensamiento keynesiano" había sido sustituido
por el "pensamiento monetarista".

Así, en una violenta y gran
contorsión malabarista de la que nadie se ruborizó,
el rol que lleno de soberbia y seguridad el "keynesianismo"
había asignado "al Estado" -un ente finalmente concreto-,
el "monetarista

", Con idéntica soberbia y
seguridad, se lo asignaba ahora "al Mercado" -un ente final-
mente abstracto-.

Mas el novísimo "pensamiento
monetarista", llegando en lo político de las
férreas y amenazantes manos de hierro de Ronald Reagan y
Margaret Tachar, no tuvo el más mínimo tropiezo
para empezar a imponerse en nuestros países, aunque
también desfasa- do en el tiempo.

Así, cual veletas o marionetas, los
gobiernos de los pueblos latinoamericanos, sin plantear
objeciones ni el más mínimo reparo, empezaron a ser
"monitoreados" desde Washington a través del FMI y el
BM.

Y la nueva "receta" era esta vez la del
paquete de políticas económicas del
eufemísticamente llamado "Consenso" y acertada- mente
denominado "de Washington".

Como lo fue la receta del "estatismo
keynesiano", la del "Consenso de Washington", es decir, la nueva
"receta del Desarrollo" y sus correspondientes "programas de
ajuste previos", no son sino -como lo demuestra Stewart 82- la
convergencia de voluntades e intereses de:

a) la tecnocracia internacional del FMI, el
BM y el resto de Instituciones Financieras
Internacionales;

b) la profesión económica
estadounidense y la pléyade de PhD latinoamericanos en
Economía que luego de ser formados y graduarse en
Norteamérica han llegado a nuestros países a ocupar
importantísimos cargos en el manejo de los asuntos eco-
nómicos y financieros;

c) el Gobierno de los Estados Unidos -el
"amo no tan encubierto" como lo denomina Stewart-, y;

d) los intereses comerciales de Occidente
-los "amos encubiertos", como los denomina la misma Stewart-. Es
decir, en la elaboración de las teorías del
"Consenso de Washington" han confluido los intereses de "todos",
menos los de los que deberían ser los protagonistas: los
gobiernos y pueblos de nuestros países.

¿Será acaso porque nosotros
no sabemos qué queremos, qué necesitamos y
cómo debemos manejarnos, y ellos, a pesar de sus
malabarísticos saltos, tienen invariablemente siempre la
razón y la verdad a la mano?

La novísima "pastilla de
alquitrán"

Veamos pues el contenido de la nueva
receta, la del "Consenso de Washington". Sus diez componentes son
83:

1) Disciplina fiscal;

2) Una sola tasa de cambio (la que fije el
mercado);

3) Apertura comercial (con arancel bajo y
uniforme);

4) Apertura financiera (los intereses los
fija el mercado);

5) Reforma fiscal (ampliación de la
base tributaria y cambio de impuestos di- rectos por
indirectos);

6) Prioridad del gasto público en
infra- estructura, salud y educación);

7) Promoción de la inversión
extranjera directa;

8) Privatización de las empresas
esta- tales;

9) Desregulación (eliminación
de barreras burocráticas a la actividad eco-
nómica), y;

10) Asegurar y ampliar el derecho de pro-
piedad.

Una vez más tenemos derecho a
preguntar: ¿ha sido acaso con esa receta que los
países del Norte alcanzaron el Desarrollo ya en los
albores del siglo xx? ¿Verdad que no?

¿Y entonces por qué nos
recomiendan una medicina que no han utilizado nunca? Porque en
rigor ni siquiera la utilizan hoy.

¿Acaso no nos consta a todos que
Estados Unidos ha sido siempre el primero en violentar la receta
de la "apertura comercial"? ¿A- Caso no consta a todos que
Estados Unidos ha llegado a tener los más altos
déficits fis- cales del planeta?

¿Y que el Estado Norteamericano
sigue manteniendo en sus manos "industrias estratégicas",
como la aeroespacial, que no está dispuesta a
"privatizar"? ¿Y qué Estados U- nidos subsidia a
sus agricultores de los gran- des valles centrales?

¿Acaso no consta a todos que la Co-
munidad Europea acaba de aprobar en Berlín un plan de
siete años para destinar 100 000 millones de
dólares por año para subsidiar a la agricultura
europea? ¿Y que Japón acaba de destinar la
extraordinaria suma de 250 000 millones de dólares para
salvar al sistema financiero privado de ese
país?

¿Porque, pues -y valga la
analogía-, ellos se inyectan suero para mantener el
crecimiento y solidez de sus economías, y a nosotros nos
recomiendan tomar "pastillas de alquitrán" para dar
solidez a las nuestras?

¿Cuál es la racionalidad y
consistencia de aplicar dos recetas distintas ante la misma
enfermedad?

Por lo demás, no es difícil
comprobar, otra vez, que la receta del "Consenso de Washington"
no contiene tampoco ni una sola idea ni palabra sobre
"descentralización". Ninguna.

Ni siquiera para guardar las apariencias de
que es una propuesta verdaderamente técnica y
científica. Y es que los tecnócratas del "Consenso
de Washington" son como los pe- ces: viven en sociedades
absolutamente des- centralizadas sin tener conciencia de ello,
como aquéllos viven en el agua sin tener tampoco
conciencia de ello.

Y tampoco tienen entonces
conciencia

-Porque probablemente muchos de ellos lo
desconocen- que en la historia de los países Desarrollados
resulta incontrovertible la trascendental importancia del
no-centralismo en el proceso del Desarrollo.

Ni de que, más específica y
precisamente, el no-centralismo es condición indispensable
e insustituible del Desarrollo. Y, en consecuencia, no tienen
tampoco conciencia de que a los países subdesarrollados de
América Latina que ellos tan soberbiamente monitorean, les
resulta imperiosa la necesidad de a- tacar a fondo el problema
del centralismo y erradicarlo.

¿Es que a los tecnócratas del
"Consenso de Washington" no les ha resultado digno de
reflexión y estudio el hecho de que el centralismo
poblacional y económico de nuestros países sea en
promedio más del doble del de los países
desarrollados? ¿Es que no han reparado que ese centralismo
es una lacra tan nefasta y peligrosa como el control estatal de
la tasa de cambio o la irresponsabilidad en el manejo de los
recursos fiscales?

¿Es que no son conscientes de que
como aquellas otras es igualmente imperioso erra- dicar el
centralismo suicida?

¿Es que no han reparado que el
centralismo es tan absurdo y peligroso como poner "todos los
huevos en una canasta", receta que los tecnócratas
aborrecen cuando de invertir en la Bolsa se refiere, por
ejemplo?

¿Por qué, en definitiva -nos
pregunta- muslos tecnócratas del "Consenso de Washigton"
no han reparado en el gravísimo problema del centralismo
que afecta a todos los países latinoamericanos, y en
especial al Perú, constituyéndose en un
pesadísimo lastre que impide cualquier posibilidad de
despegue económico?

¿Será acaso -nos preguntamos
como de hipótesis-, porque nuestro centralismo en el fondo
conviene a los intereses del Norte en general y de Washington en
particular, en tanto que nos debilita cada vez más y, en
con- secuencia, proporcionalmente fortalece cada vez más
las posiciones del Norte y de Washington?

¿O será acaso simplemente
porque "no la ven", esto es, porque no han reparado en la virtud
de la descentralización -"su" descentralización- ni
en los defectos del centralismo -"nuestro"
centralismo-?

Sea como fuese, lo cierto e inobjetable es
que los tecnócratas y PhD que manejan las políticas
económicas de nuestros países, y que a rajatabla
aplican la receta del "Consenso de Washington", no consideran en
ella ni una sola palabra sobre nuestro problema objetivamente
más acuciante: la descentralización. Es decir,
éste es un asunto que no les preocupa y los tiene sin
cuidado.

No obstante, y nuevamente cual veletas o
marionetas, nuestros gobiernos, una vez más sin objeciones
ni réplicas, han hecho suya, con tanta "fe" como
"originalidad" y "firmeza", la nueva receta.

Y si las cosas no cambian en nuestros
países, mañana nuestros gobiernos
abandonarán esta segunda receta para aplicar una tercera
que, eventualmente también, volverá a llegar como
fruto de un nuevo salto malabarístico desde el
Norte.

El extraño doble código del
Norte

Nuestros pueblos tienen que tener con-
ciencia de que los países del Norte -pero muy
especialmente Estados Unidos bajo el gobierno de Reagan, e
Inglaterra bajo el gobierno de Tachar- han venido actuando con un
doble código digno de censura, por decir lo
menos.

En efecto, mientras presionaban a los
países de América Latina para que acataran la
"receta monetarista", en la que "el Estado" debía
inhibirse de actuar sobre "el Mercado" y reducirse a su
mínima expresión, dejaban al propio tiempo a los
Tigres del Asia haciendo olímpica y exactamente lo
contrario.

Nadie duda que muy meritoriamente entre los
Tigres del Asia -Taiwán y Corea del Sur, en particular- se
logró alcanzar tasas de ahorro e inversión
extraordinarias, que llega- ron a alcanzar durante varias
décadas hasta el

30 % del PBI, y que en más de una
ocasión

-como en el caso de Tailandia- llegaron al
récord de 37 % del PBI.

Pero todos saben también que, en el
caso de Corea del Sur, por ejemplo, el Estado jugó un
papel decisivo para lograr su exitosa
industrialización.

Stewart -recogiendo formulaciones de
Amsden-, nos recuerda en este sentido que el Estado coreano
intervino "deliberadamente con subsidios para distorsionar los
precios relativos con el fin de estimular la actividad
económica"

Y que utilizó hasta cinco
"instrumentos para lograr sus objetivos industriales": a) la
banca con tasas de interés diferenciales; b) la
limitación a quiénes podían entrar y salir
del mercado; c) el control de precios; d) el con- trol a la fuga
de capitales, y; e) impuestos y subsidios (selectivos)
85.

Y no fue precisamente distinto el caso de
Taiwán. Allí también -como lo admiten
Stewart y Wade- "el Estado asumió un papel igualmente
fuerte: emprendió inversiones por su propia cuenta,
garantizó la demanda y otorgó crédito barato
a nuevas industrias. El Estado estableció redes de
tecnología e institutos de investigación (…) Los
bancos eran propiedad del Estado y asignaban créditos de
acuerdo con pautas estatales"

En Malasia -como lo recuerda esta vez Lall
-también hubo protección contra las importaciones;
y a despecho del desprecio "monetarista" por la
planificación, se diseñó y aplicó un
"Plan Maestro Industrial"; y se die- ron políticas
económicas selectivas que fomentaban la inversión
multinacional orienta- da hacia la exportación

Es decir, y en el contexto del "doble
código monetarista" de Reagan y Thatcher, Corea del Sur,
Taiwán y Malasia han hecho "libre- mente" todo lo
contrario de lo que para nuestros países ha recomendado -y
recomienda

-E impuesto -e impone -el "monetarismo",
cuyas bases científicas son tan "sólidas" como las
que exhibió décadas atrás el
"keynesianismo".

¿Cómo explicar tamaña
inconsistencia?

¿Tiene acaso explicación?
Claro que la tiene.

Los intereses, siempre los
intereses

Es en el seno de los grandes intereses
económicos y políticos de Norteamérica e
Inglaterra donde se encuentra ciertamente presente, aunque
magníficamente oculta y bien disimulada, la profunda
consistencia de esa aparente dualidad
cuasi-esquizofrénica.

En efecto, en el contexto de la
Guerra

Fría, los Tigres del Asia
pertenecían al área

Más sensible de la frontera
geopolítica entre el "capitalismo" y el
"comunismo".

Y como los países desarrollados
tienen una gran conciencia de la importancia real
-económica, política y militar- de sus fronteras, a
"cualquier precio", incluso al de violar las sacrosantas "leyes
del Mercado", alentar- ron al conjunto de los Tigres del Asia
para que se convirtieran en la mejor vitrina de los
"éxitos del capitalismo".

Aquí, en cambio, es decir, en
América Latina, ya no había urgencia, porque ya no
había peligro: la languideciente Unión
Soviética apenas podía seguir apoyando
económicamente a Cuba. Sus añosos y cada vez
más débiles tentáculos ya no daban para
más. La "revolución comunista" había dejado
de ser una amenaza en América Latina. En ésta,
entonces, no había necesidad de violentar nada, y menos
todavía las "inconmovibles leyes del Mercado".

El "doble código monetarista" se
explica porque en el Asia "convenía" una política
económica -la del heterodoxo cuasi-estatismo keynesiano- y
en América Latina "convenía" otra -la ortodoxamente
monetarista-.

Mas no es que aquélla "conviniera" a
los Tigres del Asia y ésta "conviniera" a los pueblos de
América Latina.

No, ambas, simultáneamente, una
allá y otra acá, "convenían" invariablemente
sólo a los grandes intereses del capitalismo
mundial.

Quizá la mejor prueba de ello es el
hecho de que terminada la Guerra Fría, derribado el Muro
de Berlín, disuelta la Unión Soviética,
eliminado el gran peligro de contaminación y
expansión comunista en Asia, los porta estandartes del
capitalismo mundial, de la no- che a la mañana,
abandonaron a su suerte a los Tigres del Asia.

Y éstos, casi sin saber bien
cómo ni por qué, y asistiendo además al
sorpresivo cierre de inmensas fábricas norteamericanas
dentro de sus fronteras, ingresaron a una crisis e-
económica fenomenal, y de la que aún no se reponen
del todo.

De cualquier modo, y lamentablemente, han
quedado convertidos en tímidos gatitos a los que -y por
algún tiempo- casi nadie volteará a mirar como
ejemplo de milagro eco- nómico alguno.

No obstante, y en definitiva, debe quedar
bien claro a todos que el "asombroso" surgimiento de los Tigres
del Asia, y su no me- nos "lamentable" caída, han sido,
una vez más, milagro y obra de Washington -con el
incuestionable y nada despreciable apoyo de Londres y las otras
capitales del Norte-.

¿Resulta acaso muy difícil
colegir de esto, por ejemplo, que en nuestro absurdo centralismo,
y en nuestros frustrados y frustrantes intentos de
descentralización, está también, de una u
otra manera, abierta o encubiertamente, deliberada o
inadvertidamente, la mano de los grandes intereses del
capitalismo mundial?

¿Es difícil concluir acaso
que a éstos no les conviene en nada el surgimiento de
nuevos países Desarrollados que, a la postre, no
serían sino nuevos competidores industriales que
harían bajar la rentabilidad de sus negocios y, en
consecuencia, su capacidad de acumulación y
crecimiento?

¿Acaso no se ha resentido ya
bastante la economía norteamericana en el último
medio siglo con la incursión de Japón como potencia
industrial y tecnológica? ¿No es obvio, entonces,
que uno y otro -en incluso la propia Comunidad Europea- se
resentirían a su vez con el surgimiento de nuevos
competidores?

Objetivamente -y por lo menos desde su
perspectiva de corto plazo- a los países del Norte no les
conviene el surgimiento de nuevos países
Desarrollados.

Así, no les interesa en lo
más mínimo que nuestros países se
descentralicen como primer paso hacia el Desarrollo. Más
nunca sabremos si maquiavélica y deliberadamente
están actuando para impedir nuestra
descentralización. Pero de lo que sí debemos estar
absolutamente seguros es que de buen grado nunca habrán de
apoyarla.

Y, en consecuencia, la
descentralización deberá ser un triunfo nuestro,
labrado con nuestro propio esfuerzo, en base a nuestra propia
inteligencia y nuestras propias estrategias. Y, a despecho de los
intereses del Norte, aprovechando todos y cada uno de los res-
quicios y debilidades de éste que se presen- ten en el
camino.

Las Profundas
Inconsistencias de la Receta del Consenso de
Washington

Debemos tener clara conciencia de que la afamada receta
del "Consenso de Washington" carece de sustento científico
aunque sólo fuera por el hecho incontrastable de que
está flagrantemente recortada y hasta puede decirse que es
sospechosamente incompleta. Hay en efecto, notorias y graves
omisiones pero además no está libre de
inconsistencias y de parcialidades tendenciosas, que desnudan su
carácter más bien ideológico, subjetivo e
interesado, que científico. A continuación se
presentan dichas omisiones.

  • 1. El hecho de que en la receta del "Consenso
    de Washington" bajo ningún aspecto, se intenta
    enfrentar el grave problema del centralismo de nuestros
    países.

  • 2. En la receta del "Consenso de Washington" se
    confunde y no se hace distingos entre el "mercado" y mercado
    real, atribuyéndole a éste el predominantemente
    oligopólico mercado latinoamericano, pero
    también al predominantemente oligopólico
    mercado global, la capacidad de asignación racional de
    los recursos que sólo tiene el mercado a secas, esto
    es, el mercado ideal, el mercado de competencia perfecta, el
    mercado teórico, que sólo existe en los libros
    y en la mente de algunos economistas.

El hombre, a partir de su voluntad, de las fuerzas con
que cuenta y en función de sus intereses, ha podido no
sólo "violar" la ley de la gravedad; he ahí a los
cohetes camino a la Luna por ejemplo, sino que ha podido siempre,
puede y podrá seguir violando las leyes del
mercado.

Así, allí donde debería haber
"mercados perfectos" donde se dé la asignación
racional de los recursos, la equidad, y por supuesto y el no
centralismo, gigantescos Estados y enormes empresas. En
función de sus intereses, han creado "mercados
imperfectos" -en los que prima la asignación irracional de
los recursos, la inequidad y como está visto, un absurdo y
suicida centralismo.

  • 3. La receta del "Consenso de Washington"
    prohíbe en la práctica a nuestros países
    diseñar y establecer las mismas inteligentes
    estrategias económicas de Crecimiento y Desarrollo que
    se han aplicado y siguen aplicando consistentemente en el
    Norte, sea Estados Unidos, Europa o Japón, y que
    libremente se dejó practicar a los Tigres del Asia.
    Los economistas del norte están consientes de que el
    mercado solo no resuelve todos los problemas, sino que este
    no soluciona bien el conjunto parcial de problemas a los que
    se enfrentan.

De esto perfectamente consientes de las imperfecciones
del mercado, los economistas y políticos de los
países del Norte admiten y alientan que en sus
territorios: 1) casi sin excepción, se proteja y hasta
subsidie a la agricultura; 2) se proteja también a la
industria, o específicamente algunos tipos de industria;
3) se deje en manos del Estado algunas actividades a las que se
considera estratégicas, entre otras.

  • 4. La receta del "Consenso de Washington" habla
    de Inversión Extranjera directa, en el entendido de
    que ella puede ser un aporte insustituible para que nuestros
    pueblos logren el tan anhelado Desarrollo. Los economistas de
    Washington tienen primero la obligación moral,
    profesional y científica de responder y refutar estas
    interrogantes:

  • ¿Cuando y donde ha quedado probada esa
    hipótesis?

Nunca y en ningún lado. Por primera vez en
años se está ensayando la misma con resultados aun
inciertos.

  • Si más de dos millones de millones de
    dólares invertidos hasta hoy en América Latina
    han reportado resultados insignificantes,
    ¿cuánto deberá invertirse para que
    realmente nuestros países alcancen el
    Desarrollo?

Pues una suma astronómica que hasta ahora, ni con
el auxilio de las computa- doras o nadie se ha atrevido a
calcular.

  • Y si como sospechamos, la suma fuera
    realmente astronómica, ¿en qué plazo
    podría concretarse ese aporte y en qué plazo
    alcanzaríamos el Desarrollo? ¿y por qué
    se silencia esos datos?

En uno y otro caso de bastante más que de un
siglo. Y se calla en todos los idiomas para evitar el
escándalo y la vergüenza del engaño al que
inicuamente se nos viene sometiendo.

  • ¿Estados Unidos, Inglaterra, Francia,
    Alemania, Suiza o Japón, por ejemplo, alcanzaron acaso
    el Desarrollo con la contribución de la
    inversión extranjera?

No. Por lo menos no con la inversión extranjera
directa y voluntaria. La participación cuantitativa de esa
inversión extranjera directa y voluntaria en el Desarrollo
de esos países ha sido absolutamente
irrelevante.

  • ¿Reconocen los afamados economistas de
    Washington que ha habido en la historia otro tipo de
    inversión extranjera, la indirecta e involuntaria, que
    sí fue una contribución decisiva al
    enriquecimiento de muchos de los países Desarrollados
    de hoy?

No. Nunca lo han admitido, aunque históricamente
resulta una verdad irrebatible y monumental como las
Pirámides de Egipto. La esclavitud, en el caso de los
pueblos del África, y la extracción colonial de
riquezas a los pueblos conquistados de Asia y América
Latina, representaron durante siglos aportes descomunales de los
pueblos colonizados del Tercer Mundo a los pueblos colonizadores
del Primer Mundo. Ningún economista del mundo hasta ahora
se ha dedicado a estimar la gigantesca deuda histórica
externa que Estados Unidos y otros pueblos del Primer Mundo
tienen pendiente de pagar al África. Además de la
deuda histórica externa que el primer mundo tiene con
otros países que el mismo Primer Mundo tiene con muchos
pueblos de Asia y todos los pueblos de América
Latina.

  • ¿Debemos seguir considerando
    homogéneas todas las formas en que se presenta la
    actual inversión extranjera directa?¿Tienen
    todas acaso el mismo impacto en los subdesarrollados
    países anfitriones?

No. No son ni debe seguirse considerando
iguales a todas las formas de inversión extranjera
directa.

  • Por último, ¿son consientes los
    autores de la receta del Consenso de Washington que hay
    inversiones extranjeras directas que en lugar de beneficiar
    perjudican a los países anfitriones?

Tal parece que aún no hay conciencia de ello. En
ese sentido, tal parece que el aporte científico que
acaban de hacer dos economistas peruanos el PhD Santiago Roca y
el economista Luis Simabuko habrá de tener una sensacional
repercusión en el mundo científico y
económico.

  • 5. La receta del Consenso de Washington habla
    consistentemente de apertura comercial. Esto es dejar que las
    mercancías circulen libremente y sin tropiezos de un
    país a otro. La en apariencia aséptica receta
    parece magnífica. En realidad no se trata de otra cosa
    que de ampliar sistemáticamente los mercados a los
    productos del Norte que con productos manufacturados,
    concentra el 80 % de la producción mundial.

  • 6. También la receta del Consenso de
    Washington habla consistentemente de apertura financiera.
    Esto es, dejar que los capitales circulen sin tropiezos
    libremente por el planeta. Aunque la mayor parte de los
    economistas olvidan y dejan de tenerlo en cuenta, el fin de
    la Guerra Fría ha hecho más urgente al Norte, y
    en particular a los Estados Unidos, la exigencia de la
    apertura financiera del Sur.

¿Puede acaso considerarse una simple casualidad
que haya coincidido con el fin de la Guerra Fría el
violento retiro del Asia de gigantescos capitales
internacionales? No, no es una simple casualidad. Su presencia,
más aún ante el grave riesgo de insolvencia de los
acreedores, ya no era necesaria ante la estrepitosa derrota
político-económica del enemigo principal: la ex
Unión Soviética.

  • 7. Para terminar, la receta del "Consenso de
    Washington" incurre en una omisión de flagrante
    inconsistencia. En efecto, como está dicho, en ella se
    reclama, proclama e impone el derecho a la libre
    circulación de mercancías y de capitales. Las
    mercancías, como es obvio, son el resultado final del
    proceso productivo. Y en éste, como también se
    sabe, los factores que intervienen además de la tierra
    y las fábricas son: a) el capital, y; b) el trabajo.
    La teoría económica, y no de ahora sino desde
    bastante tiempo atrás, reconoce cabal y
    explícitamente que la existencia de mercados de
    competencia perfecta pasa, necesaria e ineludiblemente, por
    la libre circulación del capital y del trabajo.
    Así, reclamar el derecho a la libre circulación
    del capital y al propio tiempo dejar de reclamar el derecho a
    la libre circulación del trabajo es, sin el más
    mínimo asomo de duda, una omisión deliberada y,
    simultáneamente, una inconsistencia inexcusable. Y sus
    mentores son perfectamente consientes tanto de lo uno como de
    lo otro.

Ciertamente, cuando a través del FMI y del BM
reclaman e imponen el derecho a la libre circulación del
capital su capital están objetivamente actuando en
función de sus intereses, su conveniencia: ampliar los
mercados de sus capitales financieros, para así obtener
mayores ganancias y dividendos. Son pues perfectamente consientes
de ese reclamo y esa imposición invariable y directamente
los beneficia, los enriquece aún más.

El Norte tiene conciencia de que, con el mismo derecho
que hoy los capitales fluyen libremente de Norte a Sur, cuando se
consagre definitivamente el igual derecho a la libre
circulación de la fuerza de trabajo, millones de
profesionales, técnicos, obreros, ocupados o desocupados,
legítimamente, en estricta aplicación de las
sacrosantas leyes del mercado, migrarán masivamente, pero
esta vez de Sur a Norte, en busca de trabajo, unos, o de mejores
oportunidades de empleo, otros.

¿Puede acaso frente a esa insensata
incongruencia hablarse entonces de democracia global?

  • 8. Pero hay todavía otra seria y grave
    omisión en la receta del "Consenso de Washington". En
    efecto, en algún lugar de ella debería
    consignarse el grave e importante tema de las cuantiosas
    deudas que agobian a los pueblos del mundo.

Debiendo consignarse y consagrarse, por ejemplo, el
principio de que "todas las deudas son iguales", con esa u otra
formulación objetiva y respetuosamente equivalente. Les
preocupa grave y seriamente la cuantiosa magnitud a la que ha
llegado la Deuda Externa en cada uno de nuestros países, y
la cuantiosa cifra a la que ha llegado la suma total: tanto como
dos millones de millones de dólares.

Para nadie es un secreto que, de un buen tiempo a esta
parte, los afamados "pro- gramas de ajuste" que impone el FMI a
nuestras economías no tienen tanto el propósito de
alentar el Desarrollo de nuestras sociedades, sino garantizar a
los acreedores el pago puntual de las cuotas de la Deuda Externa.
En realidad, hasta podría decirse que,
legítimamente, el FMI actúa como un
"interventor".

La Deuda Total para el caso de todos y cada
uno de los pueblos del planeta, debe entenderse como conformada
por la suma de:

Deuda Externa Actual

Deuda Interna Actual

Deuda Externa Histórica.

No pretendemos reivindicar derecho especial alguno. No.
Pero sí nos asiste, idéntico, el mismo derecho que
legítimamente se ha reivindicado y consagrado con el
pueblo judío que fue víctima del atroz y
sanguinario genocidio nazi. En nuestro caso, el tiempo
transcurrido no podrá ser esgrimido ni por España,
Inglaterra y otros países europeos, ni por Estados Unidos,
como un pretexto para el no reconocimiento de la enorme Deuda
Histórica Externa que tienen con nuestros pueblos. Al fin
y al cabo, han sido los propios países desarrollados y
democráticos del Norte los que han definido y precisado
que los crímenes de la humanidad no prescriben.

En todo caso, y es de esperar que más temprano
que tarde también, los pueblos del Norte alcancen a
comprender cabalmente que la brutal magnitud de nuestro
subdesarrollo actual, tiene estrechísima relación
con el saqueo y la expoliación de que fueron
víctimas nuestros pueblos en ese pasado no tan remoto del
que hablamos. Y así comprenderán también
cabalmente que la cancelación de la enorme Deuda
Histórica Externa que tienen, habrá de jugar un rol
importantísimo en cambiar el estado actual de las cosas,
dándose así inicio al despegue hacia el Desarrollo
de los pueblos del Sur, de modo tal que puedan satisfacer las
urgencias de sus pobladores y, en particular, la de fuentes de
trabajo dignas con las que solventar sus necesidades.

Entre tanto, y mientras se llegue a tomar conciencia
lúcida de esa necesidad, muy probablemente
prevalecerán los criterios más recalcitrantes de
los menos democráticos intereses del Norte. Es decir, y
durante algún tiempo, muy probablemente seguirá
imperando la "ley de la Selva" en la que, en este caso, unos
seguirán considerándose los únicos
acreedores, y seguirán considerando a los otros como los
únicos deudores.

En fin, sólo nos resta decir que cada uno Norte y
Sur, haga responsablemente lo que le corresponde. Y, claro
está, que cada uno asuma también la responsabilidad
de sus opciones.

Importantísima Clarinada de
Alerta

El mundo desarrollado, esto es en general el Norte, ha
puesto particular énfasis a través del FMI y del BM
pero también en nuestros días por medio de la
receta del Consenso de Washington, en la importancia de las
inversiones extranjeras directas en los pueblos subdesarrollados,
en el entendido de que ellas pueden y deben precisamente
constituirse en "palancas" y "factores motrices" de nuestro
Desarrollo.

Esa parte de la receta es quizá el menos nuevo de
sus componentes. Tanto que tiene ya largamente casi un siglo de
vigencia. Más aún, es uno de los principales
paradigmas con los que se forman los economistas de casi todo el
mundo. Y en verdad se ha internalizado casi tanto como
éstas. Pero, ¿cuánto hay de verdad en todo
ello?

La receta de la bondad genérica de la
inversión extranjera directa ha estado
sustentándose en los principios más "sagrados" y
profundos de la teoría económica neoclásica.
Ella sostenía que "todos los productos son
intrínsecamente iguales entre sí". A partir de
allí, sin más, se coligió que era igualmente
benéfico para nuestros países que se instalara
entre nosotros una transnacional para producir muebles o
tractores u otras para extraer hierro, cobre, petróleo,
gas natural o fosfatos. Con ese sustento "teórico", desde
hace ya bastante tiempo, en realidad desde la primera
década de este siglo, empezaron a llegar a nuestros
países innumerables empresas transnacionales.

Lúcidos intelectuales empezaron a advertir que en
nuestro suelo recalaban sólo empresas transnacionales
exclusivamente orientadas a la actividad primario-extractiva:
plátano, azúcar, café, cacao,
algodón, caucho, petróleo, cobre, hierro, zinc,
tungsteno, harina de pescado, entre otros. Por lo menos en el
caso de la mayoría de los países de América
Latina.

Pronto quedo evidenciado que éramos grandes
exportadores de materias primas de casi ningún valor
agregado, transformación industrial, importadores de
productos industrializados cada vez más elaborados ya sea
como bienes de capital para la instalación de industrias
caseras, o como bienes de consumo: vehículos, artefactos
electrodomésticos, etc.

Mediante la teoría económica del
"deterioro de los términos de intercambio" quedó en
evidencia que los productos que exportábamos eran cada
año más baratos, y los productos que
importábamos eran más caros. Por tanto, cada
año teníamos que exportar y trabajar más
para comprar del extranjero lo mismo que en el año
anterior. En verdad nuestras exportaciones de materias primas
eran cada vez más baratas por la conjunción de dos
razones: por un lado, la oferta de materias primas había
aumentado considerablemente, en tanto que las propias
transnacionales, en competencia, habían instalado empresas
extractivas en muchos lugares del mundo; y, del otro, en el
desarrollo tecnológico despuntó la
miniaturización, es decir, no otra cosa que la
disminución de la demanda. Sólo uno de esos
factores habría sido suficiente para deprimir los
precios.

Con el deterioro de los términos del intercambio
que hoy es aún más acusado que antes, los
únicos que se perjudican son los países
subdesarrollados anfitriones de las empresas transnacionales
primario extractivas. Porque irremediablemente disminuye la
captación proporcional de divisas e irremediablemente
decrece su proporcional captación tributaria.

Nuestra estructura económica es
intrínsecamente perniciosa, tanto por el lado de su
"vocación devaluatoria", cuanto por el de su
"vocación inflacionaria".

En efecto, ¿nos hemos puesto a pensar
cuánto ascenderían hoy nuestras Reservas
Internacionales si no se hubiera emprendido la agresiva
campaña de privatizaciones? Pues muy simple,
réstese a los 9 000 millones de dólares de Reservas
Internacionales de hoy los 8 500 millones de dólares
obtenidos por las privatizaciones, y veremos cuán poco ha
sido capaz este presuntuoso y sistemáticamente manipulador
gobierno también a este respecto. En todo caso, y habida
cuenta del monto negativo en que encontró las Reservas
Internacionales en 1990, el promedio anual no pasa de ser
paupérrimo.

En otros términos, cada vez que se incrementa la
participación de las actividades primario extractivas en
la composición del PBI del Perú, decrecen tanto el
consumo per cápita como el promedio de los sueldos y los
salarios reales de los peruanos. En la práctica ello
virtualmente equivale a decir:

  • Cuanto mejor es la situación de las empresas
    nacionales o transnacionales de actividad primario extractiva
    mineras, pesqueras, petroleras, etc. Peor es la
    situación de los peruanos en general, y;

  • Mientras más empresas nacionales o
    transnacionales primario-extractivas haya en el Perú,
    peor será la situación económica de los
    peruanos en general. El asunto es realmente
    gravísimo.

Tal parece, que al interior del mundo subdesarrollado
por lo menos algunas grandes inversiones no sólo no son
benéficas, sino que incluso son dañinas para
nuestros pueblos. Pero, como se sabe, esta hipótesis
sí no es nueva, pues estaba ya en la base misma de la
teoría del "deterioro de los términos del
intercambio" que fue acuñada hace ya tanto como medio
siglo.

Pues bien, todos estos lineamientos
significan en términos prácticos por ejemplo lo
siguiente:

  • El país no debe aceptar ninguna nueva
    inversión en actividades primario extractivas si no
    incluyen por lo menos las actividades de
    transformación industrial inmediatamente
    subsecuentes.

  • Mas debemos tener absoluta conciencia de que ello no
    va a lograrse simplemente porque nosotros lo queremos y
    planteamos así.

  • En tal sentido, en negociaciones
    absoluta-

  • mente limpias y transparentes, con la
    participación de los mejores especialistas, con la
    participación de las regiones involucradas y
    respetando sus aspiraciones y legítimos intereses,
    debemos ser capaces de ofrecer los mejores estímulos
    posibles a fin de concretar inversiones en las que la
    actividad primario-extractiva se complemente con actividades
    de transformación industrial.

  • Estamos sin duda hablando, por ejemplo, del caso del
    gas de Camisea. Pero también de los depósitos
    aún no explotados de petróleo y minerales
    metálicos y no metálicos. Pero además de
    las tan ampliamente exigidas concesiones de bosques
    maderables.

  • Pero también estamos hablando de la necesidad
    imperiosa de negociar con las grandes empresas
    transnacionales ya establecidas en el Perú, como la
    Southern, la Occidental y muchas otras, para que se lancen
    decididamente con nosotros a la tarea de construir plantas
    industriales de procesamiento de las materias primas que
    vienen actualmente extrayendo.

Las lecciones que
nos deja todo esto

Como afirma el título general de esta
sección, y como hemos pretendido mostrar hasta aquí
con los aspectos más relevantes de la cuestión, el
contexto internacional actual no es precisamente el más
favorable ni para emprender la descentralización ni para
iniciar el despegue hacia el Desarrollo. No obstante, es en
éste, real y tangible, y no en otro, ideal e ilusorio, el
mundo en el que debemos actuar.

Se trata, por el contrario, de llegar a alcanzar una
estatura moral respetable que, a pesar de las diferencias
notables de poder político efectivo con que nos supera el
Norte, nos coloque en el diálogo y la negociación
en pie de igualdad frente a él. Difícilmente
podremos lograr alcanzar una estatura moral respetable si
seguimos dejando todo al azar; si seguimos dejándonos
llevar por el espontaneísmo y la improvisación; si
seguimos manteniendo dormida nuestra imaginación; si
seguimos dejando al Norte toda la iniciativa.

Tampoco podremos llegar a tener una estaturamoral
respetable mientras prevalezcan entre nosotros el inmediatismo
fácil y demagógico y las urgencias coyunturales,
tanto las económico-financieras como las electoreras, con
las que se llega dócil y sumiso, y hasta en actitud
rastrera, ante el interlocutor, que así mal puede
apreciarnos y respetarnos.

Y tampoco podremos llegar a alcanzar una estatura moral
respetable mientras nuestros interlocutores, en virtud de nuestra
propia omisión, monopolicen el análisis y los
planteamientos estratégicos en los que a lo sumo atinamos
a ubicarnos ya sea tímida u oportunistamente "lo mejor que
podemos".

Asimismo no alcanzaremos nunca una estatura moral
respetable mientras en ausencia de acertados análisis
estratégicos sigamos desconociendo nuestra
"situación real" en el contexto histórico e
internacional y en la geografía política del
planeta. Y en ausencia de esa valiosísima herramienta
sigamos engañándonos a nosotros mismos en
relación con nuestra importancia en el mundo, nuestra
capacidad de acción y nuestras verdaderas
posibilidades.

Ni mientras en ausencia de esos acertados
análisis carezcamos pues subsecuentemente de perspectiva
estratégica y así seamos incapaces de plantearnos y
exhibir objetivos claros de largo plazo, legítimos y
viables, y las metas precisas de mediano y corto plazo para
lograrlos. Y seamos incapaces de mostrar una estrategia
lúcida para acceder a esos objetivos y esas
metas.

Pero tampoco conseguiremos tener una estatura moral
respetable mientras prevalezca entre nosotros -y absurdamente
ponderemos- el pragmatismo, invariablemente cortoplacista,
invariablemente oportunista, invariablemente sinuoso,
intrínsecamente contradictorio y
contraproducente.

Sólo superando todas esas carencias y defectos
adquiriremos una estatura moral respetable con la que
-insistimos-, recién podremos dialogar, negociar y
concertar en pie de igualdad con el Norte.

He aquí, sin embargo, en una primera
aproximación, algunas de las tareas que debemos acometer
en el camino a adquirir una estatura moral con la que se nos
aprecie y respete en el concierto internacional:

1) Para conocer nuestra "ubicación real" en la
historia y en la geografía política del planeta, en
el país debe darse enorme importancia académica,
profesional y oficial al análisis y estudios
estratégicos de la situación nacional e
internacional, con énfasis en los aspectos
políticos, económicos, financieros y
tecnológicos.

Éstos no deben ser privilegio de unos cuantos y
espontáneos aficionados. Y en todos los más altos
niveles del Estado, tanto a nivel central como regional, debe
haber especialistas en la materia.

2) El país, es decir los 25 millones de peruanos,
tenemos el legítimo derecho de "conocer nuestra
situación objetiva real", nuestro verdadero "punto de
partida", particularmente en lo que a las condiciones materiales
de vida, empleo e infraestructura se refiere.

Debemos desterrar el engaño y el ocultamiento de
la verdad.

El Perú nunca se ha conducido en esos
términos. Y sus gobiernos nunca han actuado
conforme a esa lógica. De esa manera, los peruanos
no hemos tenido nunca la ocasión de evaluar a los
gobiernos y a los políticos- sino en función a sus
palabras tantas veces falsas , pero nunca en función a las
metas que debieron cumplir.

Así nunca hemos podido saber si lo que hicieron
era poco o mucho en relación con lo que debieron hacer. Ni
nunca hemos podido saber por qué un gobierno prioriza esto
y el siguiente, aparentemente en forma arbitraria y antojadiza,
prioriza aquello.

Por múltiples razones el Poder Ejecutivo debe ser
el primero en dar ejemplo y conducirse en
términos de metas y objetivos, tanto en relación
con la Sociedad a la cual

representa, como en relación con nuestras
obligaciones con otros Estados y los organismos
multilaterales.

4) La política internacional del país
tiene que modernizarse drásticamente, de cara a cumplir
los siguientes objetivos:

a) ser la más importante herramienta de respaldo
y apuntalamiento de una política internacional
decididamente pacifista y defensiva, de progresiva, consistentey
significativa disminución de gastos militares, para
liberar así importantes recursos para el Desarrollo
del país;

b) ser el más importante vehículo para la
capacitación y reentrenamiento profesional del más
alto nivel científico, tecnológico y técnico
de miles de estudiantes y profesionales peruanos;

c) ser el más importante instrumento para la
captación de cientos y miles de medianos y pequeños
empresarios del mundo que deseen invertir en el Perú, y de
cientos y miles de profesionales y técnicos que deseen
afincarse en el país;

d) ser el más importante vehículo para la
búsqueda y captación de nuevos mercados para la
producción peruana, y en particular las exportaciones no
tradicionales;

e) ser el más importante instrumento para la
"venta" de la imagen del país y la atracción masiva
de turistas al Perú.

5) Para que todo lo anterior sea viable, el país,
es decir tanto el conjunto de la Sociedad como el Estado que la
representa, debe reconocer la extraordinaria importancia de
establecer un Estado de Derecho irreprochable. Y, en base al
diálogo y la concertación, concretarlo en el plazo
más breve posible.

Ha sido en efecto en el Estado, desde los inicios mismos
de nuestra vida republicana, donde se han enquistado todas las
modalidades de mal ejemplo e inconducta. Desde las de irrespeto y
violación a las leyes y las constituciones, pasando por la
corrupción e incluso el crimen y la impunidad, la burla
inicua y el engaño, la trampa y el golpe artero, la
mentira y el cinismo, etc. Y eso, todo eso, sin
excepción, y durante 500 años, ha sido
sistemáticamente irradiado a toda la Sociedad
Peruana.

De allí que haya cundido el irrespeto por la ley
y el orden. De allí que se hayan generalizado la
indisciplina y la coima, y tantas otras lacras que nos abruman
avergüenzan, y con las que ha quedado modelado un
país cuyo pasado asombra por su grandeza y su presente
asombra por su pequeñez.

Tenemos pues el deber, pero también el derecho de
dar un drástico golpe de timón. Debemos
hacerlo.

• En virtud de ese lamentable diagnóstico, y
ahora que el derecho al voto alcanza a todos los hombres y
mujeres del Perú, la Sociedad Peruana tiene entonces la
responsabilidad histórica de enmendar gruesos errores de
elección.

Tanto a nivel del Poder Ejecutivo, como a nivel de las
Regiones, Provincias y Distritos del país, no debemos
apostar más por la improvisación; no debemos
apostar más por la demagogia y el cinismo; no debemos
apostar más por los rostros y los gestos.

Si en verdad queremos empezar a ganarnos el genuino
aprecio y respeto de nosotros mismos, para ganarnos
legítimamente el genuino respeto y apreciodel mundo,
debemos apostar en lo sucesivo, y para todos los niveles de
gobierno, empezando por las elecciones del año 2000, por
autoridades de probada y comprobada solvencia moral y
honorabilidad, de probado y comprobado patriotismo, de probada y
comprobada solvencia técnica y profesional, de probada y
comprobada responsabilidad, de probada y comprobada calidad
humana, de probada y comprobada transparencia, y, para terminar,
de probada y comprobada actitud democrática.

Pero además, y de manera particularmente
importante, no debemos apostar por los aspirantes
que irresponsablemente nos piden que les extendamos en las urnas
el equivalente a un cheque en blanco, generalmente contra sus
volátiles y siempre endebles ofertas electorales de
palabra. No. Además del derecho a exigir la presencia de
todas y cada una de las virtudes morales y profesionales en las
que hemos hecho énfasis, tenemos y debemos ejercer
irrestrictamente el derecho a exigir a los aspirantes a cargos de
gobierno que nos expliciten por escrito, en blanco y negro, con
su rúbrica y bajo responsabilidad, sus planes y programas
de acción.

Son éstos, y no los gestos y las palabras, los
que tienen que ser evaluados y contrastados durante los
períodos pre-electorales.

Y, ciertamente, y a la hora de la verdad, y solo frente
a nuestra conciencia, debemos de ser capaces de optar por el
mejor entre los mejores planes y programas de
acción.

Partes: 1, 2, 3
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