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Lazarillo de Tormes



  1. Las
    primeras ediciones
  2. El
    género
  3. Temas
  4. Valor
    y trascendencia
  5. Argumento
  6. Lázaro en su vida y cuyo hijo
    fue

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y
adversidades es una novela española mas no se sabe por
quién fue escrita, es decir, fue anónima. Escrita
en primera persona y en estilo epistolar, cuya edición
conocida más antigua data de 1554. En ella se cuenta de
forma autobiográfica la vida de un niño,
Lázaro de Tormes, en el siglo XVI, desde su nacimiento y
mísera infancia hasta su matrimonio, ya en la edad adulta.
Es considerada precursora de la novela picaresca por elementos
como el realismo, la narración en primera persona, la
estructura itinerante, el servicio a varios amos y la
ideología moralizante y pesimista.

Lazarillo de Tormes es un esbozco irónico y
despiadado de la sociedad del momento, de la que se muestran sus
vicios y actitudes hipócritas, sobre todo las de los
clérigos y religiosos. Hay diferentes hipótesis
sobre su autoría. Probablemente el autor fue simpatizante
de las ideas erasmistas. Esto motivo que la inquisición la
prohibiera y que, más tarde, permitiera su
publicación , una vez expurgada. La obra no volvió
a ser publicada íntegramente hasta el siglo
XIX.

Las primeras
ediciones

Aun se conservan cuatro primeras ediciones distintas de
la obra, las cuatro del año 1554, impresas respectivamente
en Burgos, Amberes Alcalá de Henares y Medina del Campo.
Las antiguas parecen ser de Burgos y de Medina.

De la edición de Amberes se conservan siete
distintos, en tanto que solo hay uno de cada una de las otras
tres ediciones. El ejemplar más recientemente descubierto
es el de la edición de Medina del Campo, que
apareció en 1992 emparedado en una casa de la plaza de
nuestra señora de soterraño de la localidad pacense
de bancarrota.

No obstante, es muy probable que existiese una
edición más antigua, de 1553 o 1552, cuyo
éxito generase las cuatro simultáneas ediciones
posteriores.

El
género

Se trata de una novela de autoformación , de
estructura aparentemente simple pero en realidad muy compleja ;
es una carta destinada a vuestra merced , tratamiento que implica
alguien con su superior condición social , y está
motivada por " el caso " , hecho del cual este ha oído
hablar , y cuya versión personal pide a Lázaro ,
parte implicada en él , le explique . Así que debe
ser una especie de confesión y el personaje es un alto
dignatario eclesiástico, quizá el Arzobispo de
Toledo que ha oído los extraños rumores que
circulan sobre la extraña conducta sexual del Arcipreste
de san salvador, como llegamos a saber al fin del libro ,
según los cuales este estaría amancebado con la
mujer de Lázaro.

La originalidad del libros sin embargo trastoca
cualquier molde y crea un subgénero literario especifico
realista , la novela picaresca mediante el recurso a la parodia
de narraciones caballerescas idealizan tés del
renacimiento : a las rimbombantes epopeyas de gestas guerras y
los libros de angélicos pastores y cortesanos enamorados
se oponen una epopeya del hambre, que mira solamente a cuanto hay
por debajo del cuello de golilla y se preocupa solamente de la
subsistencia , en línea con la tradición realista
de la literatura española , revitalizada entonces por la
celestina y sus continuaciones.

Temas

La temática del lazarillo de tomes es moral: una
crítica acerba, incluso una denuncia, del falso sentido
del honor y de la hipocresía. La dignidad humana sale muy
malparada de la sombría visión que ofrece el autor,
nihilista y anticlerical.

La vida es dura y , tal como aconseja el ciego a
Lázaro en la obra, "mas da el duro que el desnudo " ;cada
cual busca su aprovechamiento sin pensar en los otros, por lo que
, como se dice al principio de la obra, arrimándose a los
buenos "se será uno de ellos " : esto es , para ser
virtuoso hay que fingir no serlo. Sin duda alguna, se trata de la
visión de un humanista desencantado a caso judeoconverso y
erasmiano, a pesar de que marcel bataillon niega el influjo
directo de Erasmo en la obra. Como consecuencia, resulto la
inclusión de la obra en el índice de libros
prohibidos de la inquisición, la cual permitió al
cabo la circulación de una versión expurgada de los
pasajes anticlericales. El lazarillo fue, además, una obra
muy traducida e imitada y su influjo, profundo, marco tanto la
literatura española que podría decirse que sin ella
no habrían podido escribirse no Don quijote de la mancha
ni la treintena de novelas picarescas españolas y
extranjeras que se han conservado.

Valor y
trascendencia

El lazarillo de Tormes es una obra artística de
primer orden ; lo es por su originalidad, su valor humano, su
transcendencia literaria y cultural su estilo y lenguaje : un
castellano clásico modélico , flexible y expresivo
, sutilmente irónico, donde abundan las geniminaciones y
los isocola y donde no se desprecian y se ponen al mismo nivel el
castizo refrán y la cita culta.

La desproporción entre la materia y su
elaboración por parte del autor se inclina marcadamente en
esta ultima pero sin denotar y en eso consiste uno de sus meritos
el es fuerzo que debió suponer.

Gran parte del material e incluso de los personajes son
de origen folclórico y tradicional hay cuentos y facecias
tomados del rico acervo popular . la obra sin embargo crea sus
propios precedentes y contiene asimismo una variada panoplia de
técnicas narrativas la suspensión de la que
hará un inteligente uso cervantes como en el episodio del
buldero o la gradatio narrativa en ascensión hacía
el anticlímax como en el caso del ciego o el
clérigo de maqueda.

El uso de la anular que acaba concluyendo con lo que se
inicia hace de la novela una obra redonda por otra parte es la
primera novela polifónica de la literatura española
el personaje de lázaro evoluciona no es plano ni
arquetípico cambia y evoluciona y va pasando de ser un
ingenuo a un cínico redomado aprendiendo de la lecciones
que le da la vida . Tan es así que el final lejos de ser
positivo sin embargo es vivido por el personaje como lo mejor que
le podía haber pasado teniendo en cuenta toda la
trayectoria vital que le precede . La infidelidad de su mujer por
tanto no es nada comparado con las vejaciones que ya ha sufrido .
Cada personaje plano por otra parte se halla completamente
individuado y caracterizado sin maniqueísmo la crueldad
del ciego que no es absoluta el idealismo soñador y
orgulloso del escudero pobre un personaje al parecer
folclórico luego retomado por cervantes el dialogo entre
conciencias en el cual se atisba la humana comprensión que
después será patrimonio casi exclusivo de cervantes
en el episodio del criado y el escudero o la avaricia mezquindad
e hipocresía del clérigo.

El valor psicológico y humano es patente en el
tratado tercero que se ha querido ver como el anticipo de la
novela polifónica moderna por otra parte el lázaro
bosqueja ya los rasgos fundamentales de un genero de amplia
transcendencia española y europea la novela picaresca que
se configura definitivamente con el guzmán de alfarache de
mateo alemán mas moralizado y pesimista
todavía.

Argumento

La obra es en realidad una larga epístola que el
autor envía a un corresponsal anónimo . Esta
dividida en siete tratados y cuenta en primera persona la
historia de Lázaro Gonzales Pérez un niño de
origen muy humilde aunque sin honra nació en un rio de
salamanca el Tormes como el gran héroe amadis quedo
huérfano de si padre un molinero ladrón llamado
Tome Gonzales y fue puesto al servicio de un ciego por su madre
Antona Pérez una mujer amancebada con un negro Zaide que
le da a Lazarillo un bonito hermanastro mulato.

Entre fortunas y adversidades lazaro evoluciona desde su
ingenuidad inicial hasta desarrollar un instinto de supervivencia
. Es despertado a la maldad del mundo por la cornada de un toro
de piedra embuste con el que el ciego le saca de su simpleza
después rivaliza en astucia con el en diversos celebres
episodios como el de las uvas o el jarro del vino hasta que se
venga devolviendo la cornada de piedra con otro embuste que le
vale al cruel ciego descalabrarse contra un pilar.

Pasa luego a servir a un tacaño clérigo de
maqueda que lo mata de hambre y al que sisa algo de pan de un
arca que tiene el ciego lo confunde a oscuras y tomándolo
por culebra descubre el engaño le da un tremenda paliza y
lo despide.

Después entre a servir a un hidalgo arruinado
cuyo único tesoro son sus recuerdos de hidalguía y
de dignidad lazarillo simpatiza con el ya que aunque no tiene
nada que darle por lo menos le trata bien , si bien recurre a esa
simpatía que despierta para conseguir que le de parte de
los mendrugos que consigue el muchacho al pedir limosna ya que el
no posee la dignidad de la hidalguía.

El patético escudero termina por abandonar la
ciudad y Lazarillo se encuentres de nuevo solo en el
mundo.

Mas adelante sirve Lázaro a un sospechoso fraile
mercedario tan amante del mundo que apenas para en su convento y
le hace reventar los zapatos .Según Aldo Ruffinato
habría una alusión a las reformas monásticas
por entonces de moda en el sentido de descalzar o hace mas
rigurosos los estatus del clero regular o quizás
alusión a actividades sexuales hetero u hemerotecas .Sin
embargo francisco rico asegura que no hay el menor inidicio para
suponer tal escabrosidad pues el sentido del texto es una simple
abreviadito o reticencia procedimiento abundantemente usado antes
como cuando relatando sus aventuras sus aventuras con el ciego
Lázaro dice por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas
en elipsis que era común para terminar las cartas teniendo
en cuenta que todo el Lazarillo una larga
epístola.

El tratado quinto es mas extenso narra una estafa
realizada por parte de un vendedor de bulas o buldero. Lazarillo
sirve al buldero y asiste como espectador sin opinar al
desarrollo del timo en el cual finge el buldero que alguien que
piensa que las bulas no sirven para nada esta poseso por el
diablo cuando en realidad esta compinchado o conchabado con el
esto se descubre a posteriori con una hábil técnica
de suspensión. También este tratado sufrió
la poda de la censura.

Los restantes y breves tratados narran como
Lázaro se asienta con otros amos un capellán un
maestro de hacer panderos y un alguacil y se hace aguador.
 Por último consigue el cargo de pregonero gracias al
arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador, quien
además le ofrece una casa y la oportunidad de casarse con
una de sus criadas, con la finalidad de disipar los rumores que
se ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una
relación con su criada. Sin embargo, tras la boda los
rumores no desaparecen y Lázaro comienza a ser objeto de
burla por parte del pueblo. Lázaro sufre la infidelidad
con paciencia, después de toda una vida de ver qué
es el honor y la hipocresía que encubre la dignidad
realmente, ya que eso al menos le permite vivir, y con ello
termina la carta, un cínico alegato auto justificativo que
ridiculiza la literatura idealista del momento. Lázaro
afirma que ha alcanzado la felicidad, pero para ello ha debido
perder su honra, pues los rumores afirman que su mujer es la
amante del arcipreste. Para mantener su posición,
Lázaro hace oídos sordos a dichos
rumores.

Lázaro en
su vida y cuyo hijo fue

Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a
mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé
González y de Antona Pérez, naturales de Tejares,
aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río
Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue de
esta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de
proveer una molienda de una aceña que está ribera
de aquel río, en la cual fue molinero más de quince
años; y, estando mi madre una noche en la aceña,
preñada de mí, tomóle el parto y
parióme allí. De manera que con verdad me puedo
decir nacido en el río.

Pues siendo yo niño de ocho años,
achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los
costales de los que allí a moler venían, por lo
cual fue preso, y confesó y no negó, y
padeció persecución por justicia. Espero en Dios
que está en la gloria, pues el Evangelio los llama
bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra
moros, entre los cuales fue mi padre (que a la sazón
estaba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de
acemilero de un caballero que allá fue. Y con su
señor, como leal criado, feneció su
vida.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese,
determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y
vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla y
metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba
la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la
Magdalena, de manera que fue frecuentando las
caballerizas.

Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias
curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se
venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras
veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar
huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su
entrada, pesábame con él y habíale miedo,
viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que
con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque
siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno
leños a que nos calentábamos.

De manera que, continuando la posada y
conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito,
el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que,
estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como
el niño vía a mi madre y a mí blancos y a
él no, huía de él, con miedo, para mi madre,
y, señalando con el dedo, decía:

-¡Madre, coco!

Respondió él riendo:

-¡Hideputa!

Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de
mi hermanico, y dije entre mí:
«¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen
de otros porque no se ven a sí mismos!».

Quiso nuestra fortuna que la conversación del
Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del
mayordomo, y, hecha pesquisa, hallóse que la mitad por
medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y
salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y
sábanas de los caballos hacía perdidas; y, cuando
otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo
esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos
maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta
de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de
otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a
esto.

Y probósele cuanto digo, y aún más;
porque a mí con amenazas me preguntaban, y, como
niño, respondía y descubría cuanto
sabía con miedo: hasta ciertas herraduras que por mandado
de mi madre a un herrero vendí.

Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi
madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado
centenario, que en casa del sobredicho comendador no entrase ni
al lastimado Zaide en la suya acogiese.

Por no echar la soga tras el caldero, la triste se
esforzó y cumplió la sentencia. Y, por evitar
peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al
presente vivían en el mesón de la Solana; y
allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de
criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser
buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas
y por lo demás que me mandaban.

En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el
cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me
pidió a mi madre, y ella me encomendó a él,
diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el
cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los
Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre
que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por
mí, pues era huérfano. Él respondió
que así lo haría y que me recibía, no por
mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y
adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Como estuvimos en Salamanca algunos días,
pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su
contento, determinó irse de allí; y cuando nos
hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y, ambos llorando, me
dio su bendición y dijo:

-Hijo, ya sé que no te veré más.
Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con
buen amo te he puesto; válete por ti.

Y así me fui para mi amo, que esperándome
estaba.

Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente,
está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi
tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca
del animal, y, allí puesto, me dijo:

-Lázaro, llega el oído a este toro y
oirás gran ruido dentro de él.

Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y
como sintió que tenía la cabeza par de la piedra,
afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el
diablo del toro, que más de tres días me
duró el dolor de la cornada, y díjome:

-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de
saber más que el diablo.

Y rió mucho la burla.

Parecióme que en aquel instante desperté
de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije
entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple
avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me
sepa valer».

Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me
mostró jerigonza. Y, como me viese de buen ingenio,
holgábase mucho y decía:

-Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para
vivir muchos te mostraré.

Y fue así, que, después de Dios,
éste me dio la vida, y, siendo ciego, me alumbró y
adestró en la carrera de vivir.

Huelgo de contar a vuestra merced estas
niñerías, para mostrar cuánta virtud sea
saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo
altos, cuánto vicio.

Pues, tornando al bueno de mi ciego y contando sus
cosas, vuestra merced sepa que, desde que Dios crió el
mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su
oficio era un águila: ciento y tantas oraciones
sabía de coro; un tono bajo, reposado y muy sonable, que
hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y
devoto, que, con muy buen continente, ponía cuando rezaba,
sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen
hacer.

Allende de esto, tenía otras mil formas y maneras
para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y
diversos efectos: para mujeres que no parían; para las que
estaban de parto; para las que eran malcasadas, que sus maridos
las quisiesen bien. Echaba pronósticos a las
preñadas: si traían hijo o hija. Pues en caso de
medicina decía que Galeno no supo la mitad que él
para muelas, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le
decía padecer alguna pasión, que luego no le
decía:

-Haced esto, haréis esto otro, cosed tal yerba,
tomad tal raíz.

Con esto andábase todo el mundo tras él,
especialmente mujeres, que cuanto les decía creían.
De éstas sacaba él grandes provechos con las artes
que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un
año.

Mas también quiero que sepa vuestra merced que,
con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan
avariento ni mezquino hombre no vi; tanto, que me mataba a
mí de hambre, y así no me demediaba de lo
necesario. Digo verdad: si con mi sutileza y buenas mañas
no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas,
con todo su saber y aviso, le contaminaba de tal suerte que
siempre, o las más veces, me cabía lo más y
mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las
cuales contaré algunas, aunque no todas a mi
salvo.

Él traía el pan y todas las otras cosas en
un fardel de lienzo, que por la boca se cerraba con una argolla
de hierro y su candado y llave; y al meter de las cosas y
sacallas, era con tanta vigilancia y tan por contadero, que no
bastara todo el mundo a hacerle menos una migaja. Mas yo tomaba
aquella lacería que él me daba, la cual en menos de
dos bocados era despachada. Después que cerraba el candado
y se descuidaba, pensando que yo estaba entendiendo en otras
cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del
fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento
fardel, sacando, no por tasa pan, más buenos pedazos,
torreznos y longaniza. Y así, buscaba conveniente tiempo
para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal
ciego me faltaba.

Todo lo que podía sisar y hurtar traía en
medias blancas, y, cuando le mandaban rezar y le daban blancas,
como él carecía de vista, no había el que se
la daba amagado con ella, cuando yo la tenía lanzada en la
boca y la media aparejada, que, por presto que él echaba
la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del justo
precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego
conocía y sentía que no era blanca entera, y
decía:

-¿Qué diablo es esto, que, después
que comigo estás, no me dan sino medias blancas, y de
antes una blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En
ti debe estar esta desdicha.

También él abreviaba el rezar y la mitad
de la oración no acababa, porque me tenía mandado
que, en yéndose el que la mandaba rezar, le tirase por
cabo del capuz. Yo así lo hacía. Luego él
tornaba a dar voces diciendo:

-¿Mandan rezar tal y tal oración? -como
suelen decir.

Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando
comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par
de besos callados y tornábale a su lugar. Mas
duróme poco, que en los tragos conocía la falta, y,
por reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el
jarro, antes lo tenía por el asa asido. Mas no
había piedra imán que así trajese a
sí como yo con una paja larga de centeno que para aquel
menester tenía hecha, la cual, metiéndola en la
boca del jarro, chupando el vino, lo dejaba a buenas noches. Mas,
como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y
dende en adelante mudó propósito y asentaba su
jarro entre las piernas y atapábale con la mano, y
así bebía seguro.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por
él, y viendo que aquel remedio de la paja no me
aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro
hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y, delicadamente, con
una muy delgada tortilla de cera, taparlo; y, al tiempo de comer,
fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas
del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que
teníamos, y, al calor de ella luego derretida la cera, por
ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca,
la cual yo de tal manera ponía, que maldita la gota se
perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada.
Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y
el vino, no sabiendo qué podía ser.

-No diréis, tío, que os lo bebo yo
-decía-, pues no le quitáis de la mano.

Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló
la fuente y cayó en la burla; mas así lo
disimuló como si no lo hubiera sentido.

Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro
como solía, no pensando el daño que me estaba
aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme
como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi
cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor
gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que
agora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con
toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro,
le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo,
con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de
nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba
descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el
cielo, con todo lo que en él hay, me había
caído encima.

Fue tal el golpecillo, que me desatinó y
sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos
de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por
muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales
hasta hoy día me quedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y, aunque me
quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había
holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que
con los pedazos del jarro me había hecho, y,
sonriéndose, decía:

-¿Qué te parece Lázaro? Lo que te
enfermó te sana y da salud -y otros donaires que a mi
gusto no lo eran.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y
cardenales, considerando que, a pocos golpes tales, el cruel
ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar de
él; mas no lo hice tan presto, por hacello más a mi
salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar mi corazón
y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el
mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin
causa ni razón me hería, dándome coscorrones
y repelándome.

Y si alguno le decía por qué me trataba
tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:

-¿Pensaréis que este mi mozo es
algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara
otra tal hazaña.

Santiguándose los que lo oían,
decían:

-¡Mirad quién pensara de un muchacho tan
pequeño tal ruindad!

Y reían mucho el artificio y
decíanle:

-¡Castigadlo, castigadlo, que de Dios lo
habréis!

Y él, con aquello, nunca otra cosa
hacía.

Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos,
y adrede, por hacerle mal y daño; si había piedras,
por ellas; si lodo, por lo más alto; que, aunque yo no iba
por lo más enjuto, holgábame a mí de quebrar
un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto,
siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el
cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus
manos. Y, aunque yo juraba no hacerlo con malicia, sino por no
hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía, mas
tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del
traidor.

Y porque vea vuestra merced a cuánto se
extendía el ingenio de este astuto ciego, contaré
un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me
parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de
Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque
decía ser la gente más rica, aunque no muy
limosnera. Arrimábase a este refrán:
«Más da el duro que el desnudo». Y vinimos a
este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida
y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día
hacíamos San Juan.

Acaeció que, llegando a un lugar que llaman
Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le
dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen ir los cestos
maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo
está muy madura, desgranábasele el racimo en la
mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que
a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete,
así por no poder llevarlo, como por contentarme, que aquel
día me había dado muchos rodillazos y golpes.
Sentámonos en un valladar y dijo:

-Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es
que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas de él
tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú
picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no
tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo
hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá
engaño.

Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al
segundo lance, el traidor mudó propósito, y
comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo
debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la
postura, no me contenté ir a la par con él, mas
aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como
podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco
con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza,
dijo:

-Lázaro, engañado me has. Juraré yo
a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.

-No comí -dije yo-; mas ¿por qué
sospecháis eso?

Respondió el sagacísimo ciego:

-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a
tres? En que comía yo dos a dos y callabas.

A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos
así por debajo de unos soportales, en Escalona adonde a la
sazón estábamos, en casa de un zapatero
había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen,
y parte de ellas dieron a mi amo en la cabeza. El cual, alzando
la mano, tocó en ellas, y viendo lo que era
díjome:

-Anda presto, muchacho; salgamos de entre tan mal
manjar, que ahoga sin comerlo.

Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo
que era y, como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de
comer, díjele:

-Tío, ¿por qué decís
eso?

Respondióme:

-Calla, sobrino; según las mañas que
llevas, lo sabrás y verás cómo digo
verdad.

Y así pasamos adelante por el mismo portal y
llegamos a un mesón, a la puerta del cual había
muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus
bestias, y como iba tentando si era allí el mesón
adonde él rezaba cada día por la mesonera la
oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con
un gran suspiro dijo:

-¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura!
¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre
cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu
nombre por ninguna vía!

Como le oí lo que decía, dije:

-Tío, ¿qué es eso que
decís?

-Calla, sobrino, que algún día te
dará éste que en la mano tengo alguna mala comida y
cena.

-No le comeré yo -dije- y no me la
dará.

– Yo te digo verdad; si no, verlo has, si
vives.

Y así pasamos adelante hasta la puerta del
mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá
llegáramos, según lo que me sucedió en
él.

Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por
bodegoneras y turroneras y rameras y así por semejantes
mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir
oración.

Reíme entre mí y, aunque muchacho,
noté mucho la discreta consideración del
ciego.

Mas, por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas,
así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me
acaecieron, y quiero decir el despidiente y, con él,
acabar.

Estábamos en Escalona, villa del duque de ella,
en un mesón, y diome un pedazo de longaniza que le asase.
Ya que la longaniza había pringado y comídose las
pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y
mandó que fuese por él de vino a la taberna.
Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual,
como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había
cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal
que, por no ser para la olla, debió ser echado
allí. Y como al presente nadie estuviese, sino él y
yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndoseme
puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente
sabía que había de gozar, no mirando qué me
podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el
deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero,
saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho
nabo en el asador, el cual, mi amo, dándome el dinero para
el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego,
queriendo asar al que, de ser cocido, por sus deméritos
había escapado. Yo fui por el vino, con el cual no
tardé en despachar la longaniza y, cuando vine,
hallé al pecador del ciego que tenía entre dos
rebanadas apretado el nabo, al cual aún no había
conocido por no haberlo tentado con la mano. Como tomase las
rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar
parte de la longaniza, hallóse en frío con el
frío nabo. Alteróse y dijo:

-¿Qué es esto, Lazarillo?

-¡Lacerado de mí! -dije yo-. ¿Si
queréis a mí echar algo? ¿Yo no vengo de
traer el vino? Alguno estaba ahí y por burlar haría
esto.

-No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador
de la mano; no es posible.

Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de
aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las
astucias del maldito ciego nada se le escondía.
Levantóse y asióme por la cabeza y llegóse a
olerme. Y como debió sentir el huelgo, a uso de buen
podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran
agonía que llevaba, asiéndome con las manos,
abríame la boca más de su derecho y
desatentadamente metía la nariz. La cual él
tenía luenga y afilada, y a aquella sazón, con el
enojo, se había aumentado un palmo; con el pico de la cual
me llegó a la golilla.

Y con esto, y con el gran miedo que tenía, y con
la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no
había hecho asiento en el estómago; y lo más
principal: con el destiento de la cumplidísima nariz,
medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y
fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo
fuese vuelto a su dueño. De manera que, antes que el mal
ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración
sintió mi estómago, que le dio con el hurto en
ella, de suerte que su nariz y la negra mal mascada longaniza a
un tiempo salieron de mi boca.

¡Oh gran Dios, quién estuviera aquella hora
sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del
perverso ciego, que, si al ruido no acudieran, pienso no me
dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos,
dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que
tenía, arañada la cara y rascuñado el
pescuezo y la garganta. Y esto bien lo merecía, pues por
su maldad me venían tantas persecuciones.

Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se
allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez,
así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo
presente. Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que
por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia
y donaire contaba el ciego mis hazañas, que, aunque yo
estaba tan maltratado y llorando, me parecía que
hacía sinjusticia en no reírselas.

Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una
cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía,
y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para
ello, que la meitad del camino estaba andado; que con sólo
apretar los dientes se me quedaran en casa, y, con ser de aquel
malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estómago que
retuvo la longaniza, y, no pareciendo ellas, pudiera negar la
demanda. ¡Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso
fuera así que así!

Hiciéronnos amigos la mesonera y los que
allí estaban, y, con el vino que para beber le
había traído, laváronme la cara y la
garganta. Sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires,
diciendo:

-Por verdad, más vino me gasta este mozo en
lavatorios al cabo del año, que yo bebo en dos. A lo
menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu
padre, porque él una vez te engendró, mas el vino
mil te ha dado la vida.

Y luego contaba cuántas veces me había
descalabrado y harpado la cara, y con vino luego
sanaba.

-Yo te digo -dijo- que, si hombre en el mundo ha de ser
bienaventurado con vino, que serás tú.

Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque
yo renegaba. Mas el pronóstico del ciego no salió
mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo de
aquel hombre, que sin duda debía tener espíritu de
profecía, y me pesa de los sinsabores que le hice, aunque
bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me
dijo salirme tan verdadero como adelante vuestra merced
oirá.

Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de
mí, determiné de todo en todo dejalle, y, como lo
traía pensado y lo tenía en voluntad, con este
postrer juego que me hizo afirmélo más. Y fue
así que luego otro día salimos por la villa a pedir
limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el
día también llovía, y andaba rezando debajo
de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos
mojamos, mas como la noche se venía y el llover no cesaba,
díjome el ciego:

-Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la
noche más cierra, más recia. Acojámonos a la
posada con tiempo.

Para ir allá habíamos de pasar un arroyo,
que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

-Tío, el arroyo va muy ancho; mas si
queréis, yo veo por donde travesemos más
aína sin mojarnos, porque se estrecha allí mucho y,
saltando, pasaremos a pie enjuto.

Parecióle buen consejo y dijo:

-Discreto eres, por esto te quiero bien; llévame
a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno
y sabe mal el agua, y más llevar los pies
mojados.

Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle de bajo
de los portales y llevélo derecho de un pilar o poste de
piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros
cargaban saledizos de aquellas casas, y dígole:

-Tío, éste es el paso más angosto
que en el arroyo hay.

Como llovía recio y el triste se mojaba, y con la
priesa que llevábamos de salir del agua, que encima de nos
caía, y, lo más principal, porque Dios le
cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme de
él venganza), creyóse de mí, y
dijo:

-Ponme bien derecho y salta tú el
arroyo.

Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un
salto y póngome detrás del poste, como quien espera
tope de toro, y díjele:

-¡Sus, saltad todo lo que podáis, porque
deis de este cabo del agua!

Aun apenas lo había acabado de decir, cuando se
abalanza el pobre ciego como cabrón y de toda su fuerza
arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer
mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan
recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego
para atrás medio muerto y hendida la cabeza.

-¿Cómo, y olisteis la longaniza y no el
poste? ¡Oled! ¡Oled! -le dije yo.

Y dejéle en poder de mucha gente que lo
había ido a socorrer, y tomo la puerta de la villa en los
pies de un trote, y, antes de que la noche viniese, di comigo en
Torrijos. No supe más lo que Dios de él hizo ni
curé de saberlo.

 

 

Autor:

Yajahira Abigail Camarillo Arciva

 

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