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Longevidad




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2, 3

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    chos). 1. Longevidad. La lista genealógica del
    capítulo 5 del Génesis (aunada a la que aparece en
    el capítulo 11 del mismo libro, versículos 10 a 32,
    y a otras listas bíblicas de libros sagrados posteriores)
    suscita una clase de controversia entre la antropología
    evolutiva y la sagrada escritura que no puede menos que sacudir
    la mente del investigador imparcial, pues pone en entredicho el
    punto de vista globalmente aceptado de que la existencia humana
    ha experimentado un progreso evolutivo milenario y positivo en
    cuanto a calidad y cantidad de vida. Longevidad y teoría
    de la evolución. Tomando a la Universidad de Cantabria
    (España) como referencia representativa de las creencias
    comunes que a nivel académico y popular se tienen acerca
    de la historia de la longevidad humana, accedemos al área
    de Ciencias de la Salud de dicha universidad a través del
    sitio de Internet: “http://ocw.unican.
    es/ciencias-de-la-salud”. Ahí aparecen una serie de
    cursos, entre los que se encuentra uno de
    “Biogerontología”. El contenido de dicho curso
    para el año 2011 constaba de 15 temas, de los cuales hemos
    extraído algunos datos de los 2 primeros: 1. El
    envejecimiento: definiciones y teorías. 2.
    Hominización y longevidad. De la información
    contenida en esos 2 temas sólo resaltaremos algunos de
    aquellos aspectos que, al ser comparados con el Génesis,
    colisionan o desentonan con el relato sagrado. Para facilitar su
    manejo, los enunciaremos bajo la forma de “creencias
    académicas contemporáneas” (abreviadamente
    “cac”) y los numeraremos: Cac-1. Los individuos de la
    especie humana (Homo sapiens), al igual que los del resto de
    especies animales, están sometidos a un ciclo vital que
    comienza con la fecundación y finaliza con la muerte.
    Desde un punto de vista biomédico, el envejecimiento es la
    etapa final de dicho ciclo, que tras un periodo de tiempo
    variable, conduce a la desaparición del individuo humano
    como ser vivo. Este proceso se considera natural en el hombre,
    puesto que se entiende que proviene de su condición de
    animal (un animal racional, para mu Cac-2. En el caso del reino
    animal en general y de los humanos en particular (por concebirse
    al hombre como un animal superior), muchos de los aspectos
    relacionados con la longevidad están de algún modo
    referidos a la reproducción de la especie, por lo que el
    ciclo vital de una especie determinada poseería tres
    etapas: Desarrollo, reproducción y envejecimiento-muerte.
    Esta división tiene un eje fundamental centrado en los
    aspectos darwinianos del éxito de las especies basado en
    su capacidad reproductora, y se argumenta que a su favor
    está el hecho de que la mayoría de las especies
    tienen un periodo de envejecimiento muy corto tras finalizar su
    etapa reproductora. Cac-3. El envejecimiento afecta a todos los
    seres vivos (incluido el hombre) y constituye la etapa final de
    su ciclo vital. Se cree que el envejecimiento es un mecanismo
    asociado y relacionado con el proceso de evolución de las
    especies. En general, cuanto más evolucionada es una
    especie (es decir, cuanto mayor es

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    2. el número de las especies antecesoras de su
    árbol filogenético o genealógico),
    más prolonga su longevidad y, en consecuencia, el proceso
    de envejecimiento se muestra más florido. Cac-4. El
    envejecimiento no se considera como una enfermedad sino como un
    periodo del ciclo vital, aunque haya una cierta asociación
    entre este proceso y un incremento en la incidencia y severidad
    de las enfermedades. A diferencia del envejecimiento, se dice que
    las enfermedades no son universales, pues no afectan a todas las
    personas. Unas enfermedades pueden afectar a grupos diferentes y
    muchas de ellas nunca afectar a una persona o grupos de personas
    concretos. Cac-5. Las teorías del envejecimiento basadas
    en la evolución de las especies tienden a acaparar el
    dominio de los fundamentos de cualquier ciencia biomédica
    y tiempo atrás consideran el envejecimiento como una
    respuesta adaptativa y programada genéticamente. La
    función del envejecimiento y la posterior muerte
    sería limitar el tamaño (en cuanto a número)
    de individuos de una especie y evitar de esta manera la
    sobreplobación. Pero dado que el envejecimiento no se
    observa en las poblaciones salvajes (Kirkwood, 2002) por el
    elevado índice de eliminación de sujetos por
    factores extrínsecos (accidentes, enfermedades,
    predadores, etc.), se dedujo que el envejecimiento no era
    evolutivamente necesario para prevenir la sobrepoblación.
    Asimismo se asumió que, desde el punto de vista evolutivo,
    no era necesaria la expresión de un gen que determinara el
    envejecimiento, pues como se ha comentado las especies (en su
    medio natural) no tendrían tiempo de envejecer. Como
    ejemplo se cita que los animales en su medio salvaje viven menos
    que los criados en cautividad. Del mismo modo, también se
    añade que los humanos de tribus “primitivas”
    viven menos que los de países desarrollados. El argumento
    evolucionista se contradiría a sí mismo si adoptara
    el criterio de que el genoma humano o el de cualquier otra
    especie posee un gen específico que regula el
    envejecimiento (a modo de reloj biológico determinante de
    la longevidad), ya que entonces sería posible, desde el
    prisma evolutivo, que en algunos miembros de esa especie dicho
    gen hubiera mutado y en consecuencia hubiera permitido a los
    portadores de la mutación sobrevivir, mientras que los no
    portadores envejecerían y morirían. En
    consecuencia, esta mutación genética hubiera sido
    muy ventajosa y evidentemente la selección para dicha
    mutación sería elevada, conduciendo a la
    generación de individuos inmortales. Sin embargo, esto no
    es lo que se observa en la naturaleza, ya que los miembros de las
    especies envejecen y mueren. Ante esto, las teorías
    basadas en la evolución se han refinado y actualmente
    sostienen que el envejecimiento es el resultado del declinar en
    la fuerza de la selección natural (aparentemente el
    ambiente se ha hecho menos hostil para muchos animales y por lo
    tanto muchos de ellos prolongan su vida o no tienen una muerte
    prematura), lo cual permite a las especies envejecer al tener un
    ciclo vital más largo. Dado que la evolución tiene
    como objetivo prioritario, para la especie, maximizar la
    capacidad de reproducción, una vez pasada esta etapa
    reproductiva comenzarán a manifestarse las
    características de envejecimiento que serán, como
    es sabido, diferentes en cada especie e individuo concreto. En
    esta línea de pensamiento, han surgido variantes de la
    teoría basada en la evolución que tratan de
    explicar el envejecimiento. Longevidad y antropología
    evolutiva. La ANTROPOLOGÍA es la ciencia que estudia los
    aspectos biológicos (antropología biológica
    o científica) y sociales (antropología cultural o
    social) del hombre, estando totalmente afectada por el paradigma
    evolutivo (antropología evolutiva) en sus fundamentos
    criteriológicos; y ello es debido al hecho de que se trata
    de una rama del saber que, como la inmensa mayoría de las
    otras disciplinas académicas actuales, está

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    3. inscrita dentro del materialismo científico (el cual
    niega dogmáticamente toda participación
    sobrenatural en la realidad que afecta al ser humano). La
    antropología evolutiva parte de la base de que el ser
    humano es producto de una larga y relativamente lenta secuencia
    de transformaciones evolucionarias que llevaron a los simios a
    convertirse en homínidos y a los homínidos a
    convertirse en humanos. En todo este supuesto proceso
    transformista (que hace que una especie se derive de otra
    distinta) se adopta la creencia de que la longevidad ha ido
    aumentando a medida que las especies más primitivas han
    desembocado en especies más modernas, culminando
    momentáneamente todo este proceso (sin final predecible)
    en el hombre de nuestros días. Cac-6. La
    antropología evolutiva parte del hecho actualmente
    observable (ver Nota, a continuación) de que los seres
    vivos en el medio natural (hábitat salvaje) tienen una
    longevidad que puede ser incrementada al alojarlos bajo las
    condiciones controladas del laboratorio, zoológico, etc.
    Sin embargo, ninguna otra especie parece haberse adaptado a los
    diferentes entornos como lo han hecho los humanos. Por medio de
    la culturización y la adaptación al medio, la
    humanidad ha organizado para ella un ambiente (que
    podríamos llamar “entorno artificial”) que la
    ha permitido expresar su potencial de longevidad. Esta
    adaptación ha tenido consecuencias, entre otras, sobre
    nuestro desarrollo y envejecimiento (Andrews y Pilbeam, 1996). En
    este sentido y con la idea inicial de tratar de explicar las
    causas del aparente incremento de la longevidad humana la
    gerontología (ciencia que trata de la vejez y los
    fenómenos que la caracterizan) bebe inicialmente de la
    antropología evolutiva en lo que tiene que ver con la
    supuesta evolución de los homínidos. NOTA: La
    antropología evolutiva, así como todas las
    demás ciencias evolutivas (es decir, todas aquellas
    disciplinas que adoptan sin discusión el paradigma
    evolutivo en su criteriología de base o fundamental),
    parten de fenómenos y hechos actualmente observables.
    Entonces, sin apenas (o sin nada en absoluto) cuestionarse la
    posibilidad de que tales fenómenos hayan tenido un aspecto
    distinto en el pasado, estas ciencias emiten su visión de
    la realidad pretérita de una forma categórica e
    impositiva. Por ejemplo, es cierto que hoy día la
    longevidad animal puede ser incrementada en determinadas especies
    al alojarlas bajo las condiciones controladas del laboratorio o
    del zoológico, puesto que de esta manera se las protege de
    las inclemencias de un ambiente hostil y de posibles depredadores
    y peligros. Pero, cabe preguntarse: ¿Ha habido una
    época anterior en la que el ambiente no fuera hostil y no
    hubieran existido depredadores ni peligros? Si la respuesta es
    afirmativa, entonces cabría preguntarse también:
    ¿No sería un ambiente natural benigno mucho mejor
    que el solaz de cualquier laboratorio o zoológico para que
    la longevidad de los animales considerados se expresara
    más óptima y en su pleno potencial? El
    Génesis revela que al comienzo de la vida en este planeta
    no existía la depredación ni los peligros derivados
    de ambientes hostiles, como se deduce del hecho de que
    Adán y Eva, según las Sagradas Escrituras,
    recibieron del Creador la comisión de cuidar de los seres
    vivos de la Tierra y de sojuzgarlos con amor (la primera pareja
    humana se encontraba desnuda y cómoda, y no necesitaba
    armas para protegerse). También, cuando Noé intro
    dujo en el arca a los representantes de los distintos
    géneros animales no se informa que entre éstos se
    produ jeran peleas y matanzas, sino más bien se infiere
    que debieron coexistir en paz y concordia, y así pudieron
    man tenerse en armoniosa convivencia durante aproximadamente un
    año (o todo el tiempo que duró el Diluvio y sus
    devastadoras inundaciones); compartieron, pues, un mismo ambiente
    cerrado y limitado, protegido de las lluvias. A pesar de que en
    la actualidad existe gran controversia general sobre el origen de
    la especie humana, parece bastante bien aceptado por la
    mayoría de los científicos que los simios y los
    humanos han tenido

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    4. unos ascendientes comunes (el criterio materialista obliga a
    dicha aceptación). Se han inventado pruebas para medir el
    grado de parentesco entre las especies vivas (Pilbeam, 2000).
    Analizando homologías (similitudes) morfológicas y
    bioquímicas de ADN de fósiles antiguos (ADNa) y las
    variaciones en aminoácidos en ciertas proteínas que
    las diferentes especies poseen en común (hemoglobina,
    insulina, etc.), se han establecido ciertas relaciones entre
    especies. Basándose en estos estudios se ha propuesto que
    los homínidos y los simios africanos han tenido un
    ancestro común hace 4-5 millones de años (crones).
    NOTA: En el estudio comparativo de los seres vivos, la
    Homología es la disciplina biológica que se encarga
    de ver la relación que existe entre dos partes
    orgánicas diferentes cuando sus determinantes
    genéticos tienen supuestamente el mismo origen evolutivo.
    Por lo tanto, se dice que hay homología entre
    órganos determinados de dos especies dife rentes cuando
    ambos hipotéticamente derivan del órgano
    correspondiente de su antepasado común, con independencia
    de cuán dispares puedan haber llegado a ser. Por ejemplo,
    el extremo de la pata de un caballo se dice que es
    homólogo del dedo mediano de la mano y el pie humanos. Sin
    embargo, esta concepción de la Homología
    Biológica es manifiestamente poco objetiva ya que parte de
    la base de que la evolución es un hecho (en vez de una
    hipótesis) y entonces se ampara en tal dogma para
    construir su cuerpo de conocimientos. Por lo tanto, la
    homología declarada entre el extremo de la pata de un
    caballo y el dedo medio de la mano o pie de un ser humano llega a
    ser pura entelequia (o irrealidad) que sustenta vaporosamente a
    la Biología cuando se toma en cuenta la auténtica
    situación de la Teoría Evolutiva: un paradigma no
    demostrado que adolece de numerosos indicios que lo desacreditan.
    ¿De dónde procede el concepto de Homología
    biológica? Veamos; los rudimentos nebulosos de dicho
    concepto permanecieron largo tiempo a la sombra de las
    observaciones dispersas e inconexas entre sí que de vez en
    cuando documentaban algunos sabios y filósofos que se
    admiraban y fascinaban ante las formas vivientes que contemplaban
    en la naturaleza. Deseaban entender por qué muchos
    organismos se parecen entre sí y a veces formularon
    especulaciones explicativas. En el año 1804 nació
    Richard Owen, en Lancaster (Inglaterra). Fue educado en el
    colegio Lancaster Royal Grammar y en 1820 entró como
    aprendiz de un cirujano y farmacéutico local. En 1824
    ingresó como estudiante de medicina en la Universidad de
    Edimburgo. Dejó la universidad al año siguiente y
    completó su curso de medicina en el Hospital de San
    Bartolomé de Londres, donde estuvo a las órdenes
    del eminente cirujano John Aberne thy. Owen sintió
    interés por la investigación en anatomía y
    Abernethy le recomendó que aceptara el puesto de asistente
    de William Clift, conservador del museo del Real Colegio de
    Cirujanos. Este trabajo le interesó tanto que pronto
    abandonó su interés por ejercer la medicina y a
    partir de ese momento dedicó su vida puramente a labores
    científicas. Preparó una importante serie de
    catálogos de la colección Hunter del Real Colegio
    de Cirujanos y con esta tarea adquirió excelentes
    conocimientos de anatomía comparada que le fueron muy
    útiles a lo largo de su carrera, especialmente en sus
    investigaciones sobre los restos de animales extinguidos. En 1836
    fue nombrado profesor Hunter del Real Colegio de Cirujanos y en
    1849 sucedió a Clift como conservador. Owen estaría
    en este puesto hasta 1856, cuando fue nombrado superintendente
    del departamento de Historia Natural del Museo Británico.
    Su reestructuración del departamento llevaría al
    traslado de las colecciones de historia natural del Museo
    Británico a un nuevo edificio en South Kensington, y a la
    creación del Museo de Historia Natural. Owen
    permaneció en activo hasta que completó su trabajo
    en 1884, cuando recibió la distinción real
    denominada KCB, y se retiró a Sheen Lodge hasta su muerte
    en 1892. El término "Homología" fue acuñado
    originalmente por Richard Owen, a raíz de sus hallazgos en
    Anatomía Comparada (disciplina encargada del estudio de
    las similitudes y diferencias en la anatomía de los
    organismos). Owen observó el parecido entre ciertas
    estructuras en diferentes organismos, tales como las similitudes
    de los miembros anteriores en los vertebrados. Él
    pensó que había algún tipo de plan ideal
    abstracto que podía explicar la similitud estructural
    entre los diversos grupos de animales.

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    5. Más adelante, Charles Darwin (1809-1882) sugirió
    que las semejanzas propuestas por Owen podrían haber
    surgido a partir de un ancestro común. Por ejemplo, la
    disposición y estructura de las extremidades en los
    vertebrados son similares, por lo tanto estas similitudes
    entonces provienen aparentemente de un mismo ancestro
    común a todos los vertebrados. En el marco de la
    teoría evolutiva, la similitud observada en las
    comparaciones de estructuras de diferentes seres vivos se
    interpreta de una de dos maneras, a saber: Es el resultado de un
    ancestro común (homología), o bien es un caso de
    evolución convergente (convergencia). Por ejemplo, todos
    los murciélagos comparten una forma de ala común,
    ya que comparten un ancestro común (desde el punto de
    vista del Génesis parece que todos los murciélagos
    pertenecen al mismo género creativo), siendo esta
    similitud una Homología. Los huesos de las alas del
    murciélago tienen la misma disposición que los
    huesos de nuestras manos, y los huesos en la parte superior de
    las alas son muy similares a los huesos de nuestros brazos; estas
    similitudes son vistas como homologías por los
    evolucionistas, porque creen que los murciélagos y los
    humanos comparten un ancestro común (aunque desde el punto
    de vista del Génesis esto último es falso). Las
    aves tienen los huesos del brazo igual a los de los seres humanos
    y los murciélagos, pero tales huesos están
    dispuestos con un arreglo muy diferente a los huesos de alas de
    murciélago. Los murciélagos vuelan con la piel
    estirada a través de los huesos de sus dedos, mientras que
    en las aves los huesos se han fundido y utilizan plumas para
    generar elevación. Así que, aunque alas de
    murciélago y las alas de pájaro son similares en
    algunos aspectos, no podemos hablar de homología en este
    caso porque según los evolucionistas no proceden de una
    misma estructura ancestral común (y esto coincide con el
    Génesis, pues éste no otorga antepasados comunes a
    ningún par cualquiera de géneros creativos
    vivientes). Esta similitud es llamada convergencia, pues
    según la doctrina evolutiva es el resultado de presiones
    evolutivas similares y de parecidas limitaciones impuestas por el
    medio y el organismo en cuestión, por lo que se generan
    estructuras semejantes a fin de que diversos organismos lleven a
    cabo funciones similares. En “The American Spectator”
    (El espectador americano) de “Diciembre de 2000 / Enero de
    2001”, del Discovery Institute, hay un artículo de
    Jonathan Wells titulado “Survival of the fakest” (La
    supervivencia de los más falsos), el cual dice en parte:
    «La mayoría de los libros de texto de
    biología muestran dibujos de extremidades de vertebrados
    que exhiben semejanzas en sus estructuras óseas. Los
    biólogos anteriores a Darwin habían observado este
    tipo de semejanza y lo habían llamado Homología, y
    la atribuían a una construcción sobre un arquetipo
    (o modelo original y primario en arquitectura, creatividad o
    construcción) o diseño común. Pero en
    “El Origen de las Especies” Darwin argumentó
    que la mejor explicación para la homología es la
    descendencia afectada de modificaciones estructurales, y la
    consideró como evidencia en favor de su teoría. Los
    darwinistas se apoyan en las homologías para ordenar a los
    fósiles en árboles ramificados que supuestamente
    exhiben relaciones de antecesores y descendientes. En su libro,
    de 1990, “Evolution and the Myth of Creationism” (La
    evolución y el mito del creacionismo), el biólogo
    Tim Berra comparó el registro fósil con una serie
    de modelos de automóviles de la marca Corvette: “Si
    uno compara un Corvette modelo 1953 y un Corvette modelo 1954,
    poniéndolos juntos, y luego un modelo 1954 y un modelo
    1955, y se sigue así, la evidencia de la descendencia con
    modificación resulta abrumadora”. Pero Berra se
    olvidó de un punto crucial, y evidente: Los Corvettes, que
    se sepa, no dan a luz a pequeños Corvettes. Lo mismo que
    todos los demás automóviles, están
    diseñados por personas que trabajan para las
    compañías automovilísticas. En otras
    palabras, hay una inteligencia exterior. Así, aunque Berra
    creía que estaba prestando apoyo a la evolución
    darwinista en lugar de a la explicación predarwinista
    (creacionista o de diseño), puso en evidencia,
    involuntariamente, que la interpretación de los
    fósiles es compatible con ambas cosas. El
    catedrático de derecho (y crítico del darwinismo)
    Phillip E. Johnson lo designó como “La bobada de
    Berra”. La lección que debemos aprender de la
    “bobada de Berra” es que es preciso especificar un
    mecanismo natural antes de poder excluir científicamente
    la construcción por designio (diseño) como la causa
    de la homología. Los biólogos darwinistas han
    propuesto dos mecanismos: vías de desarrollo y programas
    genéticos. Según el primero, las
    características homólogas surgen de células
    y procesos semejantes en el embrión; según el
    segundo, las

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    6. características homólogas están
    programadas por genes semejantes. Pero los biólogos han
    sabido durante cien años que las estructuras
    homólogas no las producen vías semejantes de
    desarrollo. Y han sabido desde hace treinta años que a
    menudo tampoco las producen genes semejantes. De modo que no hay
    ningún mecanismo demostrado empíricamente para
    establecer que las homologías se deban a una descendencia
    común en lugar de a un designio (diseño)
    común. En ausencia de mecanismo, los darwinistas modernos
    han pasado a definir la homología simplemente como
    semejanza debido a una descendencia común. Según
    Ernst Mayr, uno de los principales arquitectos del moderno
    neodarwinismo: “A partir de 1859 sólo ha habido una
    definición de homólogo que tiene sentido en
    biología: Los atributos de dos organismos son
    homólogos cuando derivan de una característica
    equivalente del antecesor común”. En esto tenemos un
    caso clásico de razonamiento en círculos. Darwin
    consideraba la evolución como una teoría, y la
    homología como evidencia en favor de la misma. Los
    seguidores de Darwin dan por supuesta la evolución como si
    estuviese establecida de forma independiente, y consideran la
    homología como su resultado. Pero entonces uno no puede
    usar la homología como prueba en favor de la
    evolución excepto razonando en círculos: La
    semejanza debida a la descendencia común demuestra la
    descendencia común. Los filósofos de la
    biología (metabiólogos) han estado criticando este
    modo de hacer (ciencia) durante décadas. Como
    escribió Ronald Brady en 1985: “Al introducir en la
    definición nuestra explicación de la
    condición a explicar, no expresamos una hipótesis
    científica sino una creencia. Estamos tan convencidos de
    que nuestra explicación es verdadera que ya no vemos
    ninguna necesidad de distinguirla de la situación que
    estábamos intentando explicar. Las empresas
    dogmáticas de esta clase han de dejar finalmente el
    ámbito de la ciencia”. De nuevo, ¿cómo
    afrontan los libros de texto esta controversia? Una vez
    más, la pasan por alto. De hecho, dan a los estudiantes la
    impresión de que tiene sentido definir la homología
    en términos de descendencia común y luego darle la
    vuelta y usarla como evidencia en favor de la descendencia
    común. Y a esto (es decir, a esta chapuza teórica)
    le llaman CIENCIA». Adnan Oktar (alias: Harun Yahya), en su
    obra “El Atlas de la Creación”, tomo 1,
    página 738 (en español), expone el punto de vista
    de muchos investigadores que no son evolucionistas y que en el
    terreno de la Homología biológica no se han dejado
    engatusar por dogmas científicos materialistas. He
    aquí una aproximación a sus declaraciones:
    «La utilización de la Homología por parte de
    los evolucionistas como evidencia de la evolución es una
    falacia no solamente a nivel morfológico (anatomía
    comparada) sino también a nivel molecular o
    bioquímico. Los evolucionistas aseguran que los
    códigos del ADN parecidos o las estructuras proteicas
    semejantes correspondientes a distintas especies vivientes
    indican una similitud que evidencia que los mismos han
    evolucionado a partir de antepasados comunes o cada una a partir
    de otra. Sin embargo, los resultados de las comparaciones
    moleculares no benefician, para nada, a la teoría de la
    evolución. Entre las criaturas muy similares y
    relacionadas hay una gran diferencia molecular. Por ejemplo, la
    proteína del Citocromo-C, una de las vitales para la
    respiración, es increíblemente distinta hasta en
    los seres vivientes de la misma clase. De acuerdo con las
    investigaciones llevadas a cabo en la materia, la diferencia
    entre dos especies de reptiles distintos es mayor que la
    existente entre un pájaro y un pez, o un pez y un
    mamífero. Otro estudio ha mostrado que las diferencias
    moleculares entre algunos pájaros son mayores que la
    existente entre esos mismos pájaros y los
    mamíferos. También se ha descubierto que la
    diferencia molecular entre bacterias que parecen ser muy
    similares, es mayor que la que hay entre los mamíferos y
    los anfibios o los insectos. Se han hecho comparaciones
    análogas en los casos de la hemoglobina, las hormonas y
    los genes, llegándose a conclusiones equivalentes. Michael
    Denton, en su obra “El evolucionismo: una teoría en
    crisis” (Burnett Books, Londres, 1985, páginas 290 y
    291), expone: “Cada clase en un nivel molecular es
    única, aislada y desvinculada por intermedios. Así,
    las moléculas, como los fósiles, no han podido
    proporcionar o estipular los esquivos intermedios tan largamente
    buscados por la biología evolucionista. A nivel molecular,
    ningún organismo es 'ancestral' o 'primitivo' o 'avanzado'
    comparado con sus parientes. Hay poca duda que si esta evidencia
    molecular hubiese estado disponible hace un siglo la idea de la
    evolución orgánica nunca podría haber sido
    aceptada”». Adnan Oktar, en la misma obra, tomo 1,
    página 737, cita algunas declaraciones del biólogo
    evolucionista William Fix, quien describe el colapso de la tesis
    evolucionista respecto a la cuestión de la
    Homología bioquímica o molecular en los siguientes
    términos: «Los textos evolucionistas más
    antiguos usan mucho la idea de homología, señalando
    las semejanzas obvias

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    7. entre los miembros esqueléticos de distintos animales.
    Así, el patrón pentadáctilo se encuentra en
    el brazo del ser humano, el ala del ave y la aleta de la ballena,
    lo cual indicaría su diseño común. Si esas
    estructuras distintas fuesen transmitidas por la misma pareja de
    genes que variarían de tiempo en tiempo por las mutaciones
    y realizan su trabajo de selección en consonancia con el
    medio ambiente, la teoría tendría sentido. Pero
    desgraciadamente no es éste el caso. Ahora se sabe que los
    órganos homólogos son producidos por genes
    complejos totalmente distintos en cada especie. El concepto de
    homología en términos de similitud de genes pasados
    de un antecesor común se ha agotado”
    (“Mercachifles de huesos: vendedores del
    evolucionismo”, New York, MacMillan Pub.Co., 1984,
    página 189)». Después de considerar la
    fragilidad científica que tienen las pruebas destinadas a
    medir el grado de parentesco entre las especies vivas por medio
    de analizar homologías morfológicas y
    bioquímicas de ADN de fósiles antiguos y
    variaciones de aminoácidos en ciertas proteínas que
    diferentes especies tienen en común (hemoglobina,
    insulina, etc.), se han establecido relaciones
    arquitectónicas entre especies que no encuentran su mejor
    explicación en el seno de la teo ría evolutiva.
    Esto ha desencadenado una gran controversia general sobre el
    origen de la especie humana, como era de esperar, por lo que las
    hipótesis rocambolescas de que los simios y los humanos
    han tenido ascendientes comunes sólo se sostienen debido a
    que la ciencia actual atraviesa otra coyuntura terriblemente
    inmadura y subjetiva, de la que únicamente se sale por
    agotamiento progresivo del cada vez más infructuoso y
    contraproducente paradigma materialista. Hombre primitivo y
    longevidad. Inevitablemente, antropología evolutiva y
    gerontología adquieren sus fundamentos teóricos en
    el mismo solar en el que se edifican hoy día todas las
    demás ramas biológicas y no biológicas: los
    paradigmas evolutivo y metaevolutivo. Por tal razón, la
    gerontología asume que la longevidad humana es un
    parámetro cuyo valor aumenta desde el pasado hacia el
    futuro. En este sentido, se admite ciegamente (en consonancia con
    la muestra representativa del pensamiento académico actual
    tomado de la Universidad de Cantabria, curso de
    Biogerontología, año 2011, tema 2,
    Hominización y longevidad) que: Cac-7. La línea de
    los homínidos comenzó su diferenciación de
    los simios, probablemente, como consecuencia de iniciar un nuevo
    estilo de vida que comenzó a transcurrir, en su mayor
    parte, en el suelo y en un hábitat abierto (del tipo
    sabana). Este nuevo hábitat, alejado de la
    protección de las copas de los árboles, se cree
    determinó la aparición de aspectos relacionados con
    el desarrollo de la bipedestación y el caminar erguido.
    Además se inició el desarrollo anatómico del
    cerebro y los cambios conductuales asociados a dicho proceso.
    Estos cambios determinaron la aparición de las primeras
    adaptaciones anatómicas que separaron a los
    homínidos de los grandes simios. Entre estas primeras
    adaptaciones señalaremos como más
    características las que tuvieron lugar en la
    morfología de las extremidades inferiores
    (fundamentalmente los pies), las superiores (manos), el
    crecimiento del cráneo y la adaptación de la
    dentición a las nuevas fuentes de alimentos (Pilbeam,
    1984). NOTA: El nombre de "primates" fue usado por primera vez
    por Linneo en 1758 en su ordenación taxonómica de
    los animales; significa "primeros" en latín. Linneo
    incluyó en su orden Primates a los humanos, monos
    antropomorfos, monos del Viejo Mundo y monos del Nuevo Mundo,
    distinguiéndolos del resto de los mamíferos, a los
    que llamó "Secundates" (segundos) y de todos los
    demás animales, los "Tertiates" (terceros). Con ello,
    Linneo quiso evidenciar que los monos son los animales más
    semejantes a los humanos y que, todos juntos, son los
    organismos

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    8. "primeros" en la escala zoológica o los más
    completamente desarrollados del reino animal, en una
    visión fuertemente antropocéntrica, común en
    su época (según afirman los teóricos
    actuales). En ningún momento Linneo sugirió que los
    monos fuesen parientes o antepasados de los humanos, ideas
    éstas relacionadas con la evolución que
    tardarían un siglo en proponerse (Darwin, 1859). Simio es
    un término común o vulgar, sin equivalente
    taxonómico, con el que se denomina a un amplio conjunto de
    primates que incluye exclusivamente a los monos (a saber:
    cercopitecos o monos del viejo mundo, y platirrinos o monos del
    nuevo mundo) y a los homínidos (también llamados
    monos antropomorfos o grandes simios, a saber: gorilas,
    chimpancés, bonobos y orangután). Más o
    menos, el denominado “árbol
    filogenético” de los primates, acentuando la
    línea antropomórfica, es, según los
    evolucionistas: Según este esquema, usado
    pródigamente hoy día en los ambientes
    académicos, se decide evolutivamente que hay una
    gradación o transición morfológica gradual
    que conduce desde los primates hasta el hombre moderno,
    existiendo para todos ellos un ancestro común con forma de
    mono que vivió en la Tierra hace unos cuantos millones de
    años. La teoría evolutiva establece que el hombre,
    a través de una combinación de factores ambientales
    y genéticos, surgió como una especie independiente
    para producir la variedad de grupos étnicos que apreciamos
    hoy en día, mientras que los monos modernos evolucionaron
    a partir de un sendero ancestral distinto. Charles Darwin
    (1809-82) escribió su obra maestra “El Origen de las
    Especies” (1859) para describir su punto de vista acerca de
    la supuesta teoría de la evolución. Se basó,
    generalmente, en observaciones que hizo durante su viaje de 5
    años alrededor del mundo, a bordo del HMS Beagle
    (1831-1836). Desde entonces, el origen de la humanidad ha sido
    mayormente explicado desde una perspectiva evolucionista.
    Adicionalmente, la teoría de la evolución del
    hombre ha sido y continúa siendo modificada a medida que
    aparecen nuevos hallazgos, se adoptan revisiones a la
    teoría y conceptos anteriores se comprueban como
    incorrectos y son desechados. La actualmente aceptada
    teoría de la evolución del hombre descansa sobre
    tres pilares fundamentales. Estos tres pilares o principios
    tienen en común la dependencia de la habilidad innata que
    todas las criaturas tienen para pasar información
    genética a sus crías a través del proceso
    reproductivo. El primer principio es la “micro
    evolución”, es decir, la ocurrencia y
    acumulación de mutaciones en la secuencia genética
    de un organismo; estas mutaciones son predominantemente al azar y
    pueden ocurrir naturalmente mediante errores en el proceso
    reproductivo o mediante impactos ambientales, tales como los de
    origen químicos o la radiación. El segundo
    principio de la evolución es la “selección
    natural”, un mecanismo natural por el cual los miembros
    más aptos de una especie sobreviven para pasar su
    información genética, mientras que los más
    débiles son eliminados (mueren) debido a su incapacidad
    para competir en su hábitat; la selección natural
    es a menudo calificada como “la supervivencia del
    más apto” o “la eliminación de los
    más débiles”. El tercer principio es la
    “especiación”, la cual ocurre cuando los
    miembros de una especie mutan al punto de que ya no son capaces
    de reproducirse con otros miembros de la misma especie; la nueva
    población se convierte en una comunidad reproductivamente
    aislada que es incapaz de tener descendencia con su anterior
    comunidad; mediante la especiación, los genes de la nueva
    población se aíslan del grupo anterior. Una de las
    principales evidencias a favor de la evolución del hombre
    es la susodicha “homología”, es decir, la
    similitud de características anatómicas o
    genéticas entre las especies. Por ejemplo, el parecido de
    la estructura esquelética de los monos y los humanos ha
    sido correlacionado evolutivamente con las secuencias
    genéticas homólogas dentro de cada especie como una
    evidencia poderosa a favor de un ancestro común. Este
    argumento contiene la gran suposición de que similitud es
    igual a parentesco. En otras palabras, mientras más se
    parezcan dos especies, más íntimamente relacionadas
    están la una con la otra. Pero se sabe que esto es una
    mala suposición. Dos especies pueden tener
    anatomías homólogas aunque no estén
    relacionadas de ninguna manera, y a esto se le llama, en
    términos de evolución, “convergencia”.
    Ahora también se conoce que las características
    homólo

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    9. gas pueden ser generadas a partir de segmentos de gen
    completamente diferentes dentro de diferentes especies no
    relacionadas. La realidad de la convergencia implica un duro
    golpe al concepto de homología y ascenden cia evolutiva.
    Adicionalmente, la evolución del hombre a partir de
    ancestros parecidos a los monos es a menudo debatida sobre las
    bases de la anatomía comparada dentro del registro
    fósil. Aún así, el registro fósil
    indica más estabilidad en las formas de especies que
    cambios lentos o hasta drásticos, lo cual
    desmentiría la existencia de etapas intermedias entre
    especies antiguas y modernas. Los “eslabones
    perdidos” continúan perdidos, y desafortunadamente
    el campo de la paleo-antropología ha estado sembrado de
    alegaciones fraudulentas en el sentido de haberse encontrado el
    eslabón perdido entre los humanos y los primates; se ha
    llegado al extremo de combinar fragmentos de esqueletos humanos
    con huesos de otras especies, como cerdos y monos, y hacerlos
    pasar como pruebas legítimas. Debido a la persistencia de
    brechas en el registro fósil, la incapacidad de demostrar
    ventajosas mutaciones genéticas determinantes de vida o
    muerte y la falta de experimentos u observaciones para
    verdaderamente confirmar la evidencia a favor de la
    especiación resulta que la teoría concerniente a la
    evolución del hombre está bajo creciente
    escrutinio. A pesar de todo esto, la evolución del hombre
    permanece como el paradigma aceptado del origen del ser humano
    dentro de la comunidad científica. Esto no se debe a que
    haya sido por fin comprobado científicamente, sino a que
    puntos de vista alternativos conllevan implicaciones
    metafísicas que van en contra del paradigma naturalista
    (materialista) moderno. No obstante, un examen de cerca de la
    evidencia revela que la doctrina de la evolución es cada
    vez menos científica y más dependiente de
    creencias, no de pruebas. El libro “La vida…
    ¿cómo se presentó aquí? ¿Por
    evolución, o por creación?”, publicado en
    2006 en inglés, espa ñol y otros idiomas por la
    Sociedad Watch Tower Bible And Tract, páginas 54-70, dice
    en parte: «¿Por qué son importantes para la
    evolución los fósiles? El genetista G.L. Stebbins
    señaló una razón importante:
    “Ningún biólogo ha visto en realidad el
    origen por evolución de alguno de los grandes grupos de
    organismos”. Así, hoy día no se ve que los
    organismos vivos que se hallan en la Tierra estén
    evolucionando para llegar a ser otros organismos. En vez de eso,
    todos están completos en su forma y se distinguen de los
    demás tipos. Como señaló el genetista
    Theodosius Dobzhansky: “El mundo viviente no es un solo
    despliegue […] conectado por series ininterrumpidas de formas
    intermedias”. Y Charles Darwin admitió que “la
    distinción característica de las formas
    específicas [de vida], y el hecho de que no estén
    conectadas discerniblemente entre sí por innumerables
    eslabones de transición, es una dificultad muy
    obvia”. Así, las variedades discretas o distintas de
    formas vivas de hoy no ofrecen apoyo a la teoría de la
    evolución. Por eso se hizo tan importante el registro
    fósil. Se creía que por lo menos los fósiles
    suministrarían la confir mación que la
    teoría de la evolución necesitaba. Si la
    evolución fuera realidad, la evidencia fósil de
    seguro revelaría un cambio gradual desde un tipo o
    género de vida hasta otro. Y eso tendría que ser
    así sin importar qué variación de la
    teoría evolucionista se aceptara. Hasta científicos
    que creen en los cambios de índole más
    rápida que se asocian con la teoría del
    equilibrio puntuado” reconocen que todavía
    habría de suponerse que estos cambios tuvieran lugar
    durante muchos miles de años. De modo que no es razonable
    creer que no habría ninguna necesidad en absoluto de
    fósiles eslabonadores. Además, si la
    evolución estuviera fundada en la realidad, se
    esperaría que el registro fósil revelara los
    comienzos de nuevas estructuras en los organismos vivos.
    Debería haber por lo menos algunos fósiles en los
    que estuvieran en desarrollo brazos, piernas, alas, ojos y otros
    huesos y órganos. Por ejemplo, debería haber aletas
    de peces que estuvieran transformándose en patas de
    anfibio con pies y dedos, y branquias que estuvieran
    transformándose en pulmones. Debería haber reptiles
    con extremidades delanteras que estuvieran transformándose
    en alas de aves, extremidades posteriores que estuvieran pasando
    a ser patas con garras, escamas que estuvieran
    convirtiéndose en plumas, y bocas que estuvieran llegando
    a ser picos córneos. Sobre esto, la revista
    científica británica “New Scientist”
    dice de la teoría: “Predice que un registro
    fósil completo consistiría en linajes de organismos
    que continuamente mostraran cambio gradual durante largos
    espacios de tiempo”. Como aseguró Darwin mismo:
    “La cantidad de variedades intermedias, que han existido
    anteriormente, [tiene que] ser verdaderamente enorme”. Sin
    embargo, ¿se halla el registro fósil lo
    suficientemente completo como para que se dé prueba
    aceptable de si es la creación o la evolución lo
    que tiene apoyo? Hace más de un siglo, Darwin no pensaba
    así. ¿Qué había de “malo”
    en el registro fósil en su tiempo? No contenía los
    eslabones de transición que se requerían para
    sostener

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    10. su teoría. Esta situación lo impulsó a
    decir: “Entonces, ¿por qué no están
    llenos de esos eslabones intermedios toda formación
    geológica y todo estrato? Ciertamente la geología
    no revela ninguna cadena orgánica finamente graduada como
    ésa; y ésta, quizás, sea la más obvia
    y seria objeción que se puede presentar contra la
    teoría”. En el tiempo de Darwin el registro
    fósil desilusionó a éste de otra forma.
    Explicó él: “La manera abrupta como grupos
    enteros de especies aparecen súbitamente en ciertas
    formaciones ha sido presentada por varios paleontólogos
    […] como una objeción mortífera a la creencia en
    la t

    Partes: 1, 2, 3

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