chos). 1. Longevidad. La lista genealógica del
capítulo 5 del Génesis (aunada a la que aparece en
el capítulo 11 del mismo libro, versículos 10 a 32,
y a otras listas bíblicas de libros sagrados posteriores)
suscita una clase de controversia entre la antropología
evolutiva y la sagrada escritura que no puede menos que sacudir
la mente del investigador imparcial, pues pone en entredicho el
punto de vista globalmente aceptado de que la existencia humana
ha experimentado un progreso evolutivo milenario y positivo en
cuanto a calidad y cantidad de vida. Longevidad y teoría
de la evolución. Tomando a la Universidad de Cantabria
(España) como referencia representativa de las creencias
comunes que a nivel académico y popular se tienen acerca
de la historia de la longevidad humana, accedemos al área
de Ciencias de la Salud de dicha universidad a través del
sitio de Internet: “http://ocw.unican.
es/ciencias-de-la-salud”. Ahí aparecen una serie de
cursos, entre los que se encuentra uno de
“Biogerontología”. El contenido de dicho curso
para el año 2011 constaba de 15 temas, de los cuales hemos
extraído algunos datos de los 2 primeros: 1. El
envejecimiento: definiciones y teorías. 2.
Hominización y longevidad. De la información
contenida en esos 2 temas sólo resaltaremos algunos de
aquellos aspectos que, al ser comparados con el Génesis,
colisionan o desentonan con el relato sagrado. Para facilitar su
manejo, los enunciaremos bajo la forma de “creencias
académicas contemporáneas” (abreviadamente
“cac”) y los numeraremos: Cac-1. Los individuos de la
especie humana (Homo sapiens), al igual que los del resto de
especies animales, están sometidos a un ciclo vital que
comienza con la fecundación y finaliza con la muerte.
Desde un punto de vista biomédico, el envejecimiento es la
etapa final de dicho ciclo, que tras un periodo de tiempo
variable, conduce a la desaparición del individuo humano
como ser vivo. Este proceso se considera natural en el hombre,
puesto que se entiende que proviene de su condición de
animal (un animal racional, para mu Cac-2. En el caso del reino
animal en general y de los humanos en particular (por concebirse
al hombre como un animal superior), muchos de los aspectos
relacionados con la longevidad están de algún modo
referidos a la reproducción de la especie, por lo que el
ciclo vital de una especie determinada poseería tres
etapas: Desarrollo, reproducción y envejecimiento-muerte.
Esta división tiene un eje fundamental centrado en los
aspectos darwinianos del éxito de las especies basado en
su capacidad reproductora, y se argumenta que a su favor
está el hecho de que la mayoría de las especies
tienen un periodo de envejecimiento muy corto tras finalizar su
etapa reproductora. Cac-3. El envejecimiento afecta a todos los
seres vivos (incluido el hombre) y constituye la etapa final de
su ciclo vital. Se cree que el envejecimiento es un mecanismo
asociado y relacionado con el proceso de evolución de las
especies. En general, cuanto más evolucionada es una
especie (es decir, cuanto mayor es
2. el número de las especies antecesoras de su
árbol filogenético o genealógico),
más prolonga su longevidad y, en consecuencia, el proceso
de envejecimiento se muestra más florido. Cac-4. El
envejecimiento no se considera como una enfermedad sino como un
periodo del ciclo vital, aunque haya una cierta asociación
entre este proceso y un incremento en la incidencia y severidad
de las enfermedades. A diferencia del envejecimiento, se dice que
las enfermedades no son universales, pues no afectan a todas las
personas. Unas enfermedades pueden afectar a grupos diferentes y
muchas de ellas nunca afectar a una persona o grupos de personas
concretos. Cac-5. Las teorías del envejecimiento basadas
en la evolución de las especies tienden a acaparar el
dominio de los fundamentos de cualquier ciencia biomédica
y tiempo atrás consideran el envejecimiento como una
respuesta adaptativa y programada genéticamente. La
función del envejecimiento y la posterior muerte
sería limitar el tamaño (en cuanto a número)
de individuos de una especie y evitar de esta manera la
sobreplobación. Pero dado que el envejecimiento no se
observa en las poblaciones salvajes (Kirkwood, 2002) por el
elevado índice de eliminación de sujetos por
factores extrínsecos (accidentes, enfermedades,
predadores, etc.), se dedujo que el envejecimiento no era
evolutivamente necesario para prevenir la sobrepoblación.
Asimismo se asumió que, desde el punto de vista evolutivo,
no era necesaria la expresión de un gen que determinara el
envejecimiento, pues como se ha comentado las especies (en su
medio natural) no tendrían tiempo de envejecer. Como
ejemplo se cita que los animales en su medio salvaje viven menos
que los criados en cautividad. Del mismo modo, también se
añade que los humanos de tribus “primitivas”
viven menos que los de países desarrollados. El argumento
evolucionista se contradiría a sí mismo si adoptara
el criterio de que el genoma humano o el de cualquier otra
especie posee un gen específico que regula el
envejecimiento (a modo de reloj biológico determinante de
la longevidad), ya que entonces sería posible, desde el
prisma evolutivo, que en algunos miembros de esa especie dicho
gen hubiera mutado y en consecuencia hubiera permitido a los
portadores de la mutación sobrevivir, mientras que los no
portadores envejecerían y morirían. En
consecuencia, esta mutación genética hubiera sido
muy ventajosa y evidentemente la selección para dicha
mutación sería elevada, conduciendo a la
generación de individuos inmortales. Sin embargo, esto no
es lo que se observa en la naturaleza, ya que los miembros de las
especies envejecen y mueren. Ante esto, las teorías
basadas en la evolución se han refinado y actualmente
sostienen que el envejecimiento es el resultado del declinar en
la fuerza de la selección natural (aparentemente el
ambiente se ha hecho menos hostil para muchos animales y por lo
tanto muchos de ellos prolongan su vida o no tienen una muerte
prematura), lo cual permite a las especies envejecer al tener un
ciclo vital más largo. Dado que la evolución tiene
como objetivo prioritario, para la especie, maximizar la
capacidad de reproducción, una vez pasada esta etapa
reproductiva comenzarán a manifestarse las
características de envejecimiento que serán, como
es sabido, diferentes en cada especie e individuo concreto. En
esta línea de pensamiento, han surgido variantes de la
teoría basada en la evolución que tratan de
explicar el envejecimiento. Longevidad y antropología
evolutiva. La ANTROPOLOGÍA es la ciencia que estudia los
aspectos biológicos (antropología biológica
o científica) y sociales (antropología cultural o
social) del hombre, estando totalmente afectada por el paradigma
evolutivo (antropología evolutiva) en sus fundamentos
criteriológicos; y ello es debido al hecho de que se trata
de una rama del saber que, como la inmensa mayoría de las
otras disciplinas académicas actuales, está
3. inscrita dentro del materialismo científico (el cual
niega dogmáticamente toda participación
sobrenatural en la realidad que afecta al ser humano). La
antropología evolutiva parte de la base de que el ser
humano es producto de una larga y relativamente lenta secuencia
de transformaciones evolucionarias que llevaron a los simios a
convertirse en homínidos y a los homínidos a
convertirse en humanos. En todo este supuesto proceso
transformista (que hace que una especie se derive de otra
distinta) se adopta la creencia de que la longevidad ha ido
aumentando a medida que las especies más primitivas han
desembocado en especies más modernas, culminando
momentáneamente todo este proceso (sin final predecible)
en el hombre de nuestros días. Cac-6. La
antropología evolutiva parte del hecho actualmente
observable (ver Nota, a continuación) de que los seres
vivos en el medio natural (hábitat salvaje) tienen una
longevidad que puede ser incrementada al alojarlos bajo las
condiciones controladas del laboratorio, zoológico, etc.
Sin embargo, ninguna otra especie parece haberse adaptado a los
diferentes entornos como lo han hecho los humanos. Por medio de
la culturización y la adaptación al medio, la
humanidad ha organizado para ella un ambiente (que
podríamos llamar “entorno artificial”) que la
ha permitido expresar su potencial de longevidad. Esta
adaptación ha tenido consecuencias, entre otras, sobre
nuestro desarrollo y envejecimiento (Andrews y Pilbeam, 1996). En
este sentido y con la idea inicial de tratar de explicar las
causas del aparente incremento de la longevidad humana la
gerontología (ciencia que trata de la vejez y los
fenómenos que la caracterizan) bebe inicialmente de la
antropología evolutiva en lo que tiene que ver con la
supuesta evolución de los homínidos. NOTA: La
antropología evolutiva, así como todas las
demás ciencias evolutivas (es decir, todas aquellas
disciplinas que adoptan sin discusión el paradigma
evolutivo en su criteriología de base o fundamental),
parten de fenómenos y hechos actualmente observables.
Entonces, sin apenas (o sin nada en absoluto) cuestionarse la
posibilidad de que tales fenómenos hayan tenido un aspecto
distinto en el pasado, estas ciencias emiten su visión de
la realidad pretérita de una forma categórica e
impositiva. Por ejemplo, es cierto que hoy día la
longevidad animal puede ser incrementada en determinadas especies
al alojarlas bajo las condiciones controladas del laboratorio o
del zoológico, puesto que de esta manera se las protege de
las inclemencias de un ambiente hostil y de posibles depredadores
y peligros. Pero, cabe preguntarse: ¿Ha habido una
época anterior en la que el ambiente no fuera hostil y no
hubieran existido depredadores ni peligros? Si la respuesta es
afirmativa, entonces cabría preguntarse también:
¿No sería un ambiente natural benigno mucho mejor
que el solaz de cualquier laboratorio o zoológico para que
la longevidad de los animales considerados se expresara
más óptima y en su pleno potencial? El
Génesis revela que al comienzo de la vida en este planeta
no existía la depredación ni los peligros derivados
de ambientes hostiles, como se deduce del hecho de que
Adán y Eva, según las Sagradas Escrituras,
recibieron del Creador la comisión de cuidar de los seres
vivos de la Tierra y de sojuzgarlos con amor (la primera pareja
humana se encontraba desnuda y cómoda, y no necesitaba
armas para protegerse). También, cuando Noé intro
dujo en el arca a los representantes de los distintos
géneros animales no se informa que entre éstos se
produ jeran peleas y matanzas, sino más bien se infiere
que debieron coexistir en paz y concordia, y así pudieron
man tenerse en armoniosa convivencia durante aproximadamente un
año (o todo el tiempo que duró el Diluvio y sus
devastadoras inundaciones); compartieron, pues, un mismo ambiente
cerrado y limitado, protegido de las lluvias. A pesar de que en
la actualidad existe gran controversia general sobre el origen de
la especie humana, parece bastante bien aceptado por la
mayoría de los científicos que los simios y los
humanos han tenido
4. unos ascendientes comunes (el criterio materialista obliga a
dicha aceptación). Se han inventado pruebas para medir el
grado de parentesco entre las especies vivas (Pilbeam, 2000).
Analizando homologías (similitudes) morfológicas y
bioquímicas de ADN de fósiles antiguos (ADNa) y las
variaciones en aminoácidos en ciertas proteínas que
las diferentes especies poseen en común (hemoglobina,
insulina, etc.), se han establecido ciertas relaciones entre
especies. Basándose en estos estudios se ha propuesto que
los homínidos y los simios africanos han tenido un
ancestro común hace 4-5 millones de años (crones).
NOTA: En el estudio comparativo de los seres vivos, la
Homología es la disciplina biológica que se encarga
de ver la relación que existe entre dos partes
orgánicas diferentes cuando sus determinantes
genéticos tienen supuestamente el mismo origen evolutivo.
Por lo tanto, se dice que hay homología entre
órganos determinados de dos especies dife rentes cuando
ambos hipotéticamente derivan del órgano
correspondiente de su antepasado común, con independencia
de cuán dispares puedan haber llegado a ser. Por ejemplo,
el extremo de la pata de un caballo se dice que es
homólogo del dedo mediano de la mano y el pie humanos. Sin
embargo, esta concepción de la Homología
Biológica es manifiestamente poco objetiva ya que parte de
la base de que la evolución es un hecho (en vez de una
hipótesis) y entonces se ampara en tal dogma para
construir su cuerpo de conocimientos. Por lo tanto, la
homología declarada entre el extremo de la pata de un
caballo y el dedo medio de la mano o pie de un ser humano llega a
ser pura entelequia (o irrealidad) que sustenta vaporosamente a
la Biología cuando se toma en cuenta la auténtica
situación de la Teoría Evolutiva: un paradigma no
demostrado que adolece de numerosos indicios que lo desacreditan.
¿De dónde procede el concepto de Homología
biológica? Veamos; los rudimentos nebulosos de dicho
concepto permanecieron largo tiempo a la sombra de las
observaciones dispersas e inconexas entre sí que de vez en
cuando documentaban algunos sabios y filósofos que se
admiraban y fascinaban ante las formas vivientes que contemplaban
en la naturaleza. Deseaban entender por qué muchos
organismos se parecen entre sí y a veces formularon
especulaciones explicativas. En el año 1804 nació
Richard Owen, en Lancaster (Inglaterra). Fue educado en el
colegio Lancaster Royal Grammar y en 1820 entró como
aprendiz de un cirujano y farmacéutico local. En 1824
ingresó como estudiante de medicina en la Universidad de
Edimburgo. Dejó la universidad al año siguiente y
completó su curso de medicina en el Hospital de San
Bartolomé de Londres, donde estuvo a las órdenes
del eminente cirujano John Aberne thy. Owen sintió
interés por la investigación en anatomía y
Abernethy le recomendó que aceptara el puesto de asistente
de William Clift, conservador del museo del Real Colegio de
Cirujanos. Este trabajo le interesó tanto que pronto
abandonó su interés por ejercer la medicina y a
partir de ese momento dedicó su vida puramente a labores
científicas. Preparó una importante serie de
catálogos de la colección Hunter del Real Colegio
de Cirujanos y con esta tarea adquirió excelentes
conocimientos de anatomía comparada que le fueron muy
útiles a lo largo de su carrera, especialmente en sus
investigaciones sobre los restos de animales extinguidos. En 1836
fue nombrado profesor Hunter del Real Colegio de Cirujanos y en
1849 sucedió a Clift como conservador. Owen estaría
en este puesto hasta 1856, cuando fue nombrado superintendente
del departamento de Historia Natural del Museo Británico.
Su reestructuración del departamento llevaría al
traslado de las colecciones de historia natural del Museo
Británico a un nuevo edificio en South Kensington, y a la
creación del Museo de Historia Natural. Owen
permaneció en activo hasta que completó su trabajo
en 1884, cuando recibió la distinción real
denominada KCB, y se retiró a Sheen Lodge hasta su muerte
en 1892. El término "Homología" fue acuñado
originalmente por Richard Owen, a raíz de sus hallazgos en
Anatomía Comparada (disciplina encargada del estudio de
las similitudes y diferencias en la anatomía de los
organismos). Owen observó el parecido entre ciertas
estructuras en diferentes organismos, tales como las similitudes
de los miembros anteriores en los vertebrados. Él
pensó que había algún tipo de plan ideal
abstracto que podía explicar la similitud estructural
entre los diversos grupos de animales.
5. Más adelante, Charles Darwin (1809-1882) sugirió
que las semejanzas propuestas por Owen podrían haber
surgido a partir de un ancestro común. Por ejemplo, la
disposición y estructura de las extremidades en los
vertebrados son similares, por lo tanto estas similitudes
entonces provienen aparentemente de un mismo ancestro
común a todos los vertebrados. En el marco de la
teoría evolutiva, la similitud observada en las
comparaciones de estructuras de diferentes seres vivos se
interpreta de una de dos maneras, a saber: Es el resultado de un
ancestro común (homología), o bien es un caso de
evolución convergente (convergencia). Por ejemplo, todos
los murciélagos comparten una forma de ala común,
ya que comparten un ancestro común (desde el punto de
vista del Génesis parece que todos los murciélagos
pertenecen al mismo género creativo), siendo esta
similitud una Homología. Los huesos de las alas del
murciélago tienen la misma disposición que los
huesos de nuestras manos, y los huesos en la parte superior de
las alas son muy similares a los huesos de nuestros brazos; estas
similitudes son vistas como homologías por los
evolucionistas, porque creen que los murciélagos y los
humanos comparten un ancestro común (aunque desde el punto
de vista del Génesis esto último es falso). Las
aves tienen los huesos del brazo igual a los de los seres humanos
y los murciélagos, pero tales huesos están
dispuestos con un arreglo muy diferente a los huesos de alas de
murciélago. Los murciélagos vuelan con la piel
estirada a través de los huesos de sus dedos, mientras que
en las aves los huesos se han fundido y utilizan plumas para
generar elevación. Así que, aunque alas de
murciélago y las alas de pájaro son similares en
algunos aspectos, no podemos hablar de homología en este
caso porque según los evolucionistas no proceden de una
misma estructura ancestral común (y esto coincide con el
Génesis, pues éste no otorga antepasados comunes a
ningún par cualquiera de géneros creativos
vivientes). Esta similitud es llamada convergencia, pues
según la doctrina evolutiva es el resultado de presiones
evolutivas similares y de parecidas limitaciones impuestas por el
medio y el organismo en cuestión, por lo que se generan
estructuras semejantes a fin de que diversos organismos lleven a
cabo funciones similares. En “The American Spectator”
(El espectador americano) de “Diciembre de 2000 / Enero de
2001”, del Discovery Institute, hay un artículo de
Jonathan Wells titulado “Survival of the fakest” (La
supervivencia de los más falsos), el cual dice en parte:
«La mayoría de los libros de texto de
biología muestran dibujos de extremidades de vertebrados
que exhiben semejanzas en sus estructuras óseas. Los
biólogos anteriores a Darwin habían observado este
tipo de semejanza y lo habían llamado Homología, y
la atribuían a una construcción sobre un arquetipo
(o modelo original y primario en arquitectura, creatividad o
construcción) o diseño común. Pero en
“El Origen de las Especies” Darwin argumentó
que la mejor explicación para la homología es la
descendencia afectada de modificaciones estructurales, y la
consideró como evidencia en favor de su teoría. Los
darwinistas se apoyan en las homologías para ordenar a los
fósiles en árboles ramificados que supuestamente
exhiben relaciones de antecesores y descendientes. En su libro,
de 1990, “Evolution and the Myth of Creationism” (La
evolución y el mito del creacionismo), el biólogo
Tim Berra comparó el registro fósil con una serie
de modelos de automóviles de la marca Corvette: “Si
uno compara un Corvette modelo 1953 y un Corvette modelo 1954,
poniéndolos juntos, y luego un modelo 1954 y un modelo
1955, y se sigue así, la evidencia de la descendencia con
modificación resulta abrumadora”. Pero Berra se
olvidó de un punto crucial, y evidente: Los Corvettes, que
se sepa, no dan a luz a pequeños Corvettes. Lo mismo que
todos los demás automóviles, están
diseñados por personas que trabajan para las
compañías automovilísticas. En otras
palabras, hay una inteligencia exterior. Así, aunque Berra
creía que estaba prestando apoyo a la evolución
darwinista en lugar de a la explicación predarwinista
(creacionista o de diseño), puso en evidencia,
involuntariamente, que la interpretación de los
fósiles es compatible con ambas cosas. El
catedrático de derecho (y crítico del darwinismo)
Phillip E. Johnson lo designó como “La bobada de
Berra”. La lección que debemos aprender de la
“bobada de Berra” es que es preciso especificar un
mecanismo natural antes de poder excluir científicamente
la construcción por designio (diseño) como la causa
de la homología. Los biólogos darwinistas han
propuesto dos mecanismos: vías de desarrollo y programas
genéticos. Según el primero, las
características homólogas surgen de células
y procesos semejantes en el embrión; según el
segundo, las
6. características homólogas están
programadas por genes semejantes. Pero los biólogos han
sabido durante cien años que las estructuras
homólogas no las producen vías semejantes de
desarrollo. Y han sabido desde hace treinta años que a
menudo tampoco las producen genes semejantes. De modo que no hay
ningún mecanismo demostrado empíricamente para
establecer que las homologías se deban a una descendencia
común en lugar de a un designio (diseño)
común. En ausencia de mecanismo, los darwinistas modernos
han pasado a definir la homología simplemente como
semejanza debido a una descendencia común. Según
Ernst Mayr, uno de los principales arquitectos del moderno
neodarwinismo: “A partir de 1859 sólo ha habido una
definición de homólogo que tiene sentido en
biología: Los atributos de dos organismos son
homólogos cuando derivan de una característica
equivalente del antecesor común”. En esto tenemos un
caso clásico de razonamiento en círculos. Darwin
consideraba la evolución como una teoría, y la
homología como evidencia en favor de la misma. Los
seguidores de Darwin dan por supuesta la evolución como si
estuviese establecida de forma independiente, y consideran la
homología como su resultado. Pero entonces uno no puede
usar la homología como prueba en favor de la
evolución excepto razonando en círculos: La
semejanza debida a la descendencia común demuestra la
descendencia común. Los filósofos de la
biología (metabiólogos) han estado criticando este
modo de hacer (ciencia) durante décadas. Como
escribió Ronald Brady en 1985: “Al introducir en la
definición nuestra explicación de la
condición a explicar, no expresamos una hipótesis
científica sino una creencia. Estamos tan convencidos de
que nuestra explicación es verdadera que ya no vemos
ninguna necesidad de distinguirla de la situación que
estábamos intentando explicar. Las empresas
dogmáticas de esta clase han de dejar finalmente el
ámbito de la ciencia”. De nuevo, ¿cómo
afrontan los libros de texto esta controversia? Una vez
más, la pasan por alto. De hecho, dan a los estudiantes la
impresión de que tiene sentido definir la homología
en términos de descendencia común y luego darle la
vuelta y usarla como evidencia en favor de la descendencia
común. Y a esto (es decir, a esta chapuza teórica)
le llaman CIENCIA». Adnan Oktar (alias: Harun Yahya), en su
obra “El Atlas de la Creación”, tomo 1,
página 738 (en español), expone el punto de vista
de muchos investigadores que no son evolucionistas y que en el
terreno de la Homología biológica no se han dejado
engatusar por dogmas científicos materialistas. He
aquí una aproximación a sus declaraciones:
«La utilización de la Homología por parte de
los evolucionistas como evidencia de la evolución es una
falacia no solamente a nivel morfológico (anatomía
comparada) sino también a nivel molecular o
bioquímico. Los evolucionistas aseguran que los
códigos del ADN parecidos o las estructuras proteicas
semejantes correspondientes a distintas especies vivientes
indican una similitud que evidencia que los mismos han
evolucionado a partir de antepasados comunes o cada una a partir
de otra. Sin embargo, los resultados de las comparaciones
moleculares no benefician, para nada, a la teoría de la
evolución. Entre las criaturas muy similares y
relacionadas hay una gran diferencia molecular. Por ejemplo, la
proteína del Citocromo-C, una de las vitales para la
respiración, es increíblemente distinta hasta en
los seres vivientes de la misma clase. De acuerdo con las
investigaciones llevadas a cabo en la materia, la diferencia
entre dos especies de reptiles distintos es mayor que la
existente entre un pájaro y un pez, o un pez y un
mamífero. Otro estudio ha mostrado que las diferencias
moleculares entre algunos pájaros son mayores que la
existente entre esos mismos pájaros y los
mamíferos. También se ha descubierto que la
diferencia molecular entre bacterias que parecen ser muy
similares, es mayor que la que hay entre los mamíferos y
los anfibios o los insectos. Se han hecho comparaciones
análogas en los casos de la hemoglobina, las hormonas y
los genes, llegándose a conclusiones equivalentes. Michael
Denton, en su obra “El evolucionismo: una teoría en
crisis” (Burnett Books, Londres, 1985, páginas 290 y
291), expone: “Cada clase en un nivel molecular es
única, aislada y desvinculada por intermedios. Así,
las moléculas, como los fósiles, no han podido
proporcionar o estipular los esquivos intermedios tan largamente
buscados por la biología evolucionista. A nivel molecular,
ningún organismo es 'ancestral' o 'primitivo' o 'avanzado'
comparado con sus parientes. Hay poca duda que si esta evidencia
molecular hubiese estado disponible hace un siglo la idea de la
evolución orgánica nunca podría haber sido
aceptada”». Adnan Oktar, en la misma obra, tomo 1,
página 737, cita algunas declaraciones del biólogo
evolucionista William Fix, quien describe el colapso de la tesis
evolucionista respecto a la cuestión de la
Homología bioquímica o molecular en los siguientes
términos: «Los textos evolucionistas más
antiguos usan mucho la idea de homología, señalando
las semejanzas obvias
7. entre los miembros esqueléticos de distintos animales.
Así, el patrón pentadáctilo se encuentra en
el brazo del ser humano, el ala del ave y la aleta de la ballena,
lo cual indicaría su diseño común. Si esas
estructuras distintas fuesen transmitidas por la misma pareja de
genes que variarían de tiempo en tiempo por las mutaciones
y realizan su trabajo de selección en consonancia con el
medio ambiente, la teoría tendría sentido. Pero
desgraciadamente no es éste el caso. Ahora se sabe que los
órganos homólogos son producidos por genes
complejos totalmente distintos en cada especie. El concepto de
homología en términos de similitud de genes pasados
de un antecesor común se ha agotado”
(“Mercachifles de huesos: vendedores del
evolucionismo”, New York, MacMillan Pub.Co., 1984,
página 189)». Después de considerar la
fragilidad científica que tienen las pruebas destinadas a
medir el grado de parentesco entre las especies vivas por medio
de analizar homologías morfológicas y
bioquímicas de ADN de fósiles antiguos y
variaciones de aminoácidos en ciertas proteínas que
diferentes especies tienen en común (hemoglobina,
insulina, etc.), se han establecido relaciones
arquitectónicas entre especies que no encuentran su mejor
explicación en el seno de la teo ría evolutiva.
Esto ha desencadenado una gran controversia general sobre el
origen de la especie humana, como era de esperar, por lo que las
hipótesis rocambolescas de que los simios y los humanos
han tenido ascendientes comunes sólo se sostienen debido a
que la ciencia actual atraviesa otra coyuntura terriblemente
inmadura y subjetiva, de la que únicamente se sale por
agotamiento progresivo del cada vez más infructuoso y
contraproducente paradigma materialista. Hombre primitivo y
longevidad. Inevitablemente, antropología evolutiva y
gerontología adquieren sus fundamentos teóricos en
el mismo solar en el que se edifican hoy día todas las
demás ramas biológicas y no biológicas: los
paradigmas evolutivo y metaevolutivo. Por tal razón, la
gerontología asume que la longevidad humana es un
parámetro cuyo valor aumenta desde el pasado hacia el
futuro. En este sentido, se admite ciegamente (en consonancia con
la muestra representativa del pensamiento académico actual
tomado de la Universidad de Cantabria, curso de
Biogerontología, año 2011, tema 2,
Hominización y longevidad) que: Cac-7. La línea de
los homínidos comenzó su diferenciación de
los simios, probablemente, como consecuencia de iniciar un nuevo
estilo de vida que comenzó a transcurrir, en su mayor
parte, en el suelo y en un hábitat abierto (del tipo
sabana). Este nuevo hábitat, alejado de la
protección de las copas de los árboles, se cree
determinó la aparición de aspectos relacionados con
el desarrollo de la bipedestación y el caminar erguido.
Además se inició el desarrollo anatómico del
cerebro y los cambios conductuales asociados a dicho proceso.
Estos cambios determinaron la aparición de las primeras
adaptaciones anatómicas que separaron a los
homínidos de los grandes simios. Entre estas primeras
adaptaciones señalaremos como más
características las que tuvieron lugar en la
morfología de las extremidades inferiores
(fundamentalmente los pies), las superiores (manos), el
crecimiento del cráneo y la adaptación de la
dentición a las nuevas fuentes de alimentos (Pilbeam,
1984). NOTA: El nombre de "primates" fue usado por primera vez
por Linneo en 1758 en su ordenación taxonómica de
los animales; significa "primeros" en latín. Linneo
incluyó en su orden Primates a los humanos, monos
antropomorfos, monos del Viejo Mundo y monos del Nuevo Mundo,
distinguiéndolos del resto de los mamíferos, a los
que llamó "Secundates" (segundos) y de todos los
demás animales, los "Tertiates" (terceros). Con ello,
Linneo quiso evidenciar que los monos son los animales más
semejantes a los humanos y que, todos juntos, son los
organismos
8. "primeros" en la escala zoológica o los más
completamente desarrollados del reino animal, en una
visión fuertemente antropocéntrica, común en
su época (según afirman los teóricos
actuales). En ningún momento Linneo sugirió que los
monos fuesen parientes o antepasados de los humanos, ideas
éstas relacionadas con la evolución que
tardarían un siglo en proponerse (Darwin, 1859). Simio es
un término común o vulgar, sin equivalente
taxonómico, con el que se denomina a un amplio conjunto de
primates que incluye exclusivamente a los monos (a saber:
cercopitecos o monos del viejo mundo, y platirrinos o monos del
nuevo mundo) y a los homínidos (también llamados
monos antropomorfos o grandes simios, a saber: gorilas,
chimpancés, bonobos y orangután). Más o
menos, el denominado “árbol
filogenético” de los primates, acentuando la
línea antropomórfica, es, según los
evolucionistas: Según este esquema, usado
pródigamente hoy día en los ambientes
académicos, se decide evolutivamente que hay una
gradación o transición morfológica gradual
que conduce desde los primates hasta el hombre moderno,
existiendo para todos ellos un ancestro común con forma de
mono que vivió en la Tierra hace unos cuantos millones de
años. La teoría evolutiva establece que el hombre,
a través de una combinación de factores ambientales
y genéticos, surgió como una especie independiente
para producir la variedad de grupos étnicos que apreciamos
hoy en día, mientras que los monos modernos evolucionaron
a partir de un sendero ancestral distinto. Charles Darwin
(1809-82) escribió su obra maestra “El Origen de las
Especies” (1859) para describir su punto de vista acerca de
la supuesta teoría de la evolución. Se basó,
generalmente, en observaciones que hizo durante su viaje de 5
años alrededor del mundo, a bordo del HMS Beagle
(1831-1836). Desde entonces, el origen de la humanidad ha sido
mayormente explicado desde una perspectiva evolucionista.
Adicionalmente, la teoría de la evolución del
hombre ha sido y continúa siendo modificada a medida que
aparecen nuevos hallazgos, se adoptan revisiones a la
teoría y conceptos anteriores se comprueban como
incorrectos y son desechados. La actualmente aceptada
teoría de la evolución del hombre descansa sobre
tres pilares fundamentales. Estos tres pilares o principios
tienen en común la dependencia de la habilidad innata que
todas las criaturas tienen para pasar información
genética a sus crías a través del proceso
reproductivo. El primer principio es la “micro
evolución”, es decir, la ocurrencia y
acumulación de mutaciones en la secuencia genética
de un organismo; estas mutaciones son predominantemente al azar y
pueden ocurrir naturalmente mediante errores en el proceso
reproductivo o mediante impactos ambientales, tales como los de
origen químicos o la radiación. El segundo
principio de la evolución es la “selección
natural”, un mecanismo natural por el cual los miembros
más aptos de una especie sobreviven para pasar su
información genética, mientras que los más
débiles son eliminados (mueren) debido a su incapacidad
para competir en su hábitat; la selección natural
es a menudo calificada como “la supervivencia del
más apto” o “la eliminación de los
más débiles”. El tercer principio es la
“especiación”, la cual ocurre cuando los
miembros de una especie mutan al punto de que ya no son capaces
de reproducirse con otros miembros de la misma especie; la nueva
población se convierte en una comunidad reproductivamente
aislada que es incapaz de tener descendencia con su anterior
comunidad; mediante la especiación, los genes de la nueva
población se aíslan del grupo anterior. Una de las
principales evidencias a favor de la evolución del hombre
es la susodicha “homología”, es decir, la
similitud de características anatómicas o
genéticas entre las especies. Por ejemplo, el parecido de
la estructura esquelética de los monos y los humanos ha
sido correlacionado evolutivamente con las secuencias
genéticas homólogas dentro de cada especie como una
evidencia poderosa a favor de un ancestro común. Este
argumento contiene la gran suposición de que similitud es
igual a parentesco. En otras palabras, mientras más se
parezcan dos especies, más íntimamente relacionadas
están la una con la otra. Pero se sabe que esto es una
mala suposición. Dos especies pueden tener
anatomías homólogas aunque no estén
relacionadas de ninguna manera, y a esto se le llama, en
términos de evolución, “convergencia”.
Ahora también se conoce que las características
homólo
9. gas pueden ser generadas a partir de segmentos de gen
completamente diferentes dentro de diferentes especies no
relacionadas. La realidad de la convergencia implica un duro
golpe al concepto de homología y ascenden cia evolutiva.
Adicionalmente, la evolución del hombre a partir de
ancestros parecidos a los monos es a menudo debatida sobre las
bases de la anatomía comparada dentro del registro
fósil. Aún así, el registro fósil
indica más estabilidad en las formas de especies que
cambios lentos o hasta drásticos, lo cual
desmentiría la existencia de etapas intermedias entre
especies antiguas y modernas. Los “eslabones
perdidos” continúan perdidos, y desafortunadamente
el campo de la paleo-antropología ha estado sembrado de
alegaciones fraudulentas en el sentido de haberse encontrado el
eslabón perdido entre los humanos y los primates; se ha
llegado al extremo de combinar fragmentos de esqueletos humanos
con huesos de otras especies, como cerdos y monos, y hacerlos
pasar como pruebas legítimas. Debido a la persistencia de
brechas en el registro fósil, la incapacidad de demostrar
ventajosas mutaciones genéticas determinantes de vida o
muerte y la falta de experimentos u observaciones para
verdaderamente confirmar la evidencia a favor de la
especiación resulta que la teoría concerniente a la
evolución del hombre está bajo creciente
escrutinio. A pesar de todo esto, la evolución del hombre
permanece como el paradigma aceptado del origen del ser humano
dentro de la comunidad científica. Esto no se debe a que
haya sido por fin comprobado científicamente, sino a que
puntos de vista alternativos conllevan implicaciones
metafísicas que van en contra del paradigma naturalista
(materialista) moderno. No obstante, un examen de cerca de la
evidencia revela que la doctrina de la evolución es cada
vez menos científica y más dependiente de
creencias, no de pruebas. El libro “La vida…
¿cómo se presentó aquí? ¿Por
evolución, o por creación?”, publicado en
2006 en inglés, espa ñol y otros idiomas por la
Sociedad Watch Tower Bible And Tract, páginas 54-70, dice
en parte: «¿Por qué son importantes para la
evolución los fósiles? El genetista G.L. Stebbins
señaló una razón importante:
“Ningún biólogo ha visto en realidad el
origen por evolución de alguno de los grandes grupos de
organismos”. Así, hoy día no se ve que los
organismos vivos que se hallan en la Tierra estén
evolucionando para llegar a ser otros organismos. En vez de eso,
todos están completos en su forma y se distinguen de los
demás tipos. Como señaló el genetista
Theodosius Dobzhansky: “El mundo viviente no es un solo
despliegue […] conectado por series ininterrumpidas de formas
intermedias”. Y Charles Darwin admitió que “la
distinción característica de las formas
específicas [de vida], y el hecho de que no estén
conectadas discerniblemente entre sí por innumerables
eslabones de transición, es una dificultad muy
obvia”. Así, las variedades discretas o distintas de
formas vivas de hoy no ofrecen apoyo a la teoría de la
evolución. Por eso se hizo tan importante el registro
fósil. Se creía que por lo menos los fósiles
suministrarían la confir mación que la
teoría de la evolución necesitaba. Si la
evolución fuera realidad, la evidencia fósil de
seguro revelaría un cambio gradual desde un tipo o
género de vida hasta otro. Y eso tendría que ser
así sin importar qué variación de la
teoría evolucionista se aceptara. Hasta científicos
que creen en los cambios de índole más
rápida que se asocian con la teoría del
“equilibrio puntuado” reconocen que todavía
habría de suponerse que estos cambios tuvieran lugar
durante muchos miles de años. De modo que no es razonable
creer que no habría ninguna necesidad en absoluto de
fósiles eslabonadores. Además, si la
evolución estuviera fundada en la realidad, se
esperaría que el registro fósil revelara los
comienzos de nuevas estructuras en los organismos vivos.
Debería haber por lo menos algunos fósiles en los
que estuvieran en desarrollo brazos, piernas, alas, ojos y otros
huesos y órganos. Por ejemplo, debería haber aletas
de peces que estuvieran transformándose en patas de
anfibio con pies y dedos, y branquias que estuvieran
transformándose en pulmones. Debería haber reptiles
con extremidades delanteras que estuvieran transformándose
en alas de aves, extremidades posteriores que estuvieran pasando
a ser patas con garras, escamas que estuvieran
convirtiéndose en plumas, y bocas que estuvieran llegando
a ser picos córneos. Sobre esto, la revista
científica británica “New Scientist”
dice de la teoría: “Predice que un registro
fósil completo consistiría en linajes de organismos
que continuamente mostraran cambio gradual durante largos
espacios de tiempo”. Como aseguró Darwin mismo:
“La cantidad de variedades intermedias, que han existido
anteriormente, [tiene que] ser verdaderamente enorme”. Sin
embargo, ¿se halla el registro fósil lo
suficientemente completo como para que se dé prueba
aceptable de si es la creación o la evolución lo
que tiene apoyo? Hace más de un siglo, Darwin no pensaba
así. ¿Qué había de “malo”
en el registro fósil en su tiempo? No contenía los
eslabones de transición que se requerían para
sostener
10. su teoría. Esta situación lo impulsó a
decir: “Entonces, ¿por qué no están
llenos de esos eslabones intermedios toda formación
geológica y todo estrato? Ciertamente la geología
no revela ninguna cadena orgánica finamente graduada como
ésa; y ésta, quizás, sea la más obvia
y seria objeción que se puede presentar contra la
teoría”. En el tiempo de Darwin el registro
fósil desilusionó a éste de otra forma.
Explicó él: “La manera abrupta como grupos
enteros de especies aparecen súbitamente en ciertas
formaciones ha sido presentada por varios paleontólogos
[…] como una objeción mortífera a la creencia en
la t
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