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Longevidad (página 2)




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2, 3

ransmutación de las especies”.
Añadió: “Hay otra dificultad, relacionada con
ésta, que es mucho más seria. Aludo a la manera
como especies que pertenecen a varias de las principales
divisiones del reino animal aparecen de súbito en las
rocas fosilíferas más bajas que se conocen. […]
En la actualidad el caso tiene que permanecer inexplicable, y
verdaderamente se puede presentar como argumento válido
contra los puntos de vista [evolucionistas] que aquí se
expresan”. Ahora, después de más de un siglo
de extenso cavar, se han desenterrado grandes cantidades de
fósiles. ¿Es todavía tan
‘imperfecto’ como antes el registro? El libro
“Processes of organic evolution” (Procesos de la
evolución orgánica) comenta: “Ahora el
registro de las formas de vida pasadas es extenso, y
constantemente aumenta en riqueza a medida que los
paleontólogos hallan, describen y comparan nuevos
fósiles”. Y el científico Porter Kier, de la
Institución Smithsoniana, añade: “En museos
de todo el mundo hay cien millones de fósi les, todos
catalogados e identificados”. Por tanto, “A guide to
Earth history (Guía a la historia de la Tierra) declara:
“Con la ayuda de los fósiles los
paleontólogos pueden darnos ahora un cuadro excelente de
la vida de las edades pasadas”. Después de todo este
tiempo, y de haberse ensamblado millones de fósiles,
¿qué dice el registro ahora? El evolucionista
Steven Stanley declara que estos fósiles “revelan
cosas nuevas y sorprendentes acerca de nuestros orígenes
biológicos”. El libro “A view of life”
(Una vista de la vida), escrito por tres evolucionistas,
añade: “El registro fósil está lleno
de tendencias que los paleontólogos no han podido
explicar”. ¿Qué es esto que ha sido tan
‘sorprendente’ para estos científicos
evolucionistas, y que ellos ‘no pueden explicar’? Lo
que ha confundido a estos científicos es el hecho de que
la gran cantidad de prueba fósil que ahora está
disponible revela precisamente lo mismo que revelaba en los
días de Darwin: Las clases fundamentales de organismos
vivos aparecieron de súbito y no cambiaron en grado
apreciable durante largos espacios de tiempo. Nunca se han
hallado eslabones de transición entre una de las clases
principales de organismos vivos y otra. Por eso, lo que el
registro fósil dice es precisamente lo opuesto de lo que
se esperaba. El botanista sueco Heribert Nilsson describe la
situación de este modo, después de 40 años
de llevar a cabo sus propias investigaciones: “No es
posible siquiera hacer una caricatura de una evolución
mediante los hechos paleobiológicos. El material
fósil ahora está tan completo que […] la falta de
series de transición no puede ser explicada como cosa que
se deba a escasez de material. Las deficiencias son reales, y
nunca serán llenadas”». Este estado de cosas
paleontológico arremete brutalmente contra la idea de que
el hombre provenga del simio y de que la bipedestación
humana sea el final de un proceso evolucionario que condujera a
nuestros primitivos ancestros desde la copa de los árboles
hasta la sabana. El Cac-7 carece de credibilidad y de
fundamentos. Cac-8. Los candidatos para el puesto de primeros
antepasados humanos separados ya de los simios corresponden a un
grupo de fósiles encontrados en África datados
entre 3'75 y 3'65 crones (un Cron equivale a 106 años;
Brunet et al., 1995). Estos restos óseos se atribuyeron y
asignaron a un simio que ya presentaba algunas
características que lo separaban de los otros simios
coetáneos y lo aproximaban a la especie humana. Por esto
se denominó “Australopithecus afarensis”, que
significa “simio del sur”. Tres
características importantes presentaban los A. afarensis
que los incluían en la línea de la evolución
humana: la bipedestación, la utilización de
elementos naturales (ramas, piedras, etc.) como herramientas, y
la disminución de la proyección de los dientes
caninos al haber iniciado una alimentación basada,
fundamentalmente, en la recolección de vegetales. Los
australopitecos habitaban áreas de la actual
Etiopía y la zona del Valle del Rift (Tanzania) en
África. Los australopitecos, se ha sugerido, que habitaron
estas zonas en un periodo comprendido entre los 4-2 millones de
años y fue un grupo concreto de ellos el que dio un salto
evolutivo al denominado Homo habilis. De esta manera debemos
tener presente que los australopitecos y los habilis compartieron
tiempo y espacio en la evolución. Los restos
fósiles más famosos de un A. afarensis, debido
a

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11. su abundancia y buen estado de conservación,
pertenecen a una hembra que se denominó “Lucy”
y que han sido datados con una antigüedad de 3'2 millones de
años (Wolpoff, 1983). Las características
anatómicas más importantes de los australopitecos
adultos, que se infieren del análisis de los
fósiles encontrados son: la estructura de la pelvis y las
extremidades sugiere que eran bípedos y tenían una
capacidad de deambulación tipo humana. Esta
anatomía adaptada al bipedismo ha sido considerada por los
investigadores el rasgo fundamental para considerar a los
afarensis como el inicio de la evolución de los
homínidos (Wolpoff, 1983). El inicio de la marcha
bípeda supuso un cambio en el centro de gravedad del
cuerpo que produjo modificaciones en las curvaturas de la columna
vertebral. La nueva distribución del peso corporal sobre
los pies hizo que se desarrollase el arco plantar. La
bipedestación también tuvo una repercusión
fundamental sobre las extremidades superiores donde, en la mano,
se desarrolló y perfeccionó la oposición del
pulgar con los restantes dedos (base del inicio de las
habilidades manuales). Los australopitecos machos más
altos tenían una talla de unos 1'20 m, y pesaban alrededor
de 50 kg, mientras que las hembras alcanzaban los 0'8 m, y pesan
alrededor de 30 kg. Como se puede apreciar, estas cifras hablan
de un gran dimorfismo sexual en cuanto a valores
antropométricos. Los australopitecos poseían una
facies (cara o rostro) prognata (que presenta mandíbulas
salientes) y la presencia de un hueso frontal muy huidizo que
determinaba la apariencia de una frente aplanada. Respecto al
tamaño cerebral, los análisis de los
volúmenes craneales sugieren que tenían una
capacidad craneal con un rango de 350-500 cm3. Las capacidades
más pequeñas corresponden a los australopitecos
más antiguos y las más próximas a 500 cm3
corresponden a los A. afarensis más tardíos ya en
transición hacia el primitivo Homo. Sirva como referencia
que la media de la capacidad craneal de los chimpancés
actuales tiene un rango de 300-485 cm3. Se ha sugerido que el
progresivo incremento del volumen cerebral a lo largo de la
evolución de los homínidos guarda una estrecha
relación con los cambios en el esqueleto óseo,
previamente comentados, y de forma particular con el desarrollo
de las habilidades manuales fundamentadas en la oposición
del pulgar que permitió a los australopitecos manejar
objetos con cierta destreza y de esta manera actuar sobre las
áreas corticales sensorio-motrices y determinar su
desarrollo y maduración (Strait y Grine, 2004). El
australopiteco y el hombre moderno comparten algunos rasgos con
los primates antropoides, nuestros parientes evolutivos
más cercanos. Desde el punto de vista de la longevidad nos
interesa destacar: 1) embarazos prolongados (humanos 260-280
días, chimpancés 240-260, y gorilas 260-280
días), 2) una cría por parto y muy raramente partos
múltiples, 3) un largo periodo de dependencia infantil, 4)
intensa vida social y, 5) grandes cerebros en relación con
la masa corporal (Bercovitch y Harding, 1993). Se ha sugerido
que, al igual que sucede en la actualidad con los primates, los
australopitecos tenían una relación de 4 hembras
por cada varón que nacía. Esto determinaba, junto
con la más precoz maduración sexual de las hembras,
la posibilidad de que siempre hubiera más hembras
disponibles para incrementar la capacidad reproductiva de la
especie (darwinismo). Éste es un rasgo que se ha perdido
con la evolución humana, donde, en la actualidad, la ratio
(razón o cociente) de alumbramientos hembras/varones es
casi 1. El estudio de los fósiles de los Australopithecus
ha revelado que presentaban un ciclo vital similar al de los
simios coetáneos, particularmente en lo que se refiere a
las primeras etapas del desarrollo postnatal. Ambos
compartían un rápido desarrollo de las fases
postnatales tempranas para alcanzar, las hembras, la etapa adulta
a los 5-7 años, mientras que los machos la alcanzaban
más tarde, en torno a los 8-10 años. Es decir,
tenían un desarrollo físico postnatal de tipo
precocial (Bogin, 1999). Se entiende por tipo precocial (precoz)
un rápido crecimiento para que en pocos años
pudieran alimentarse, defenderse, cooperar, alcanzar su
autonomía funcional, y en última instancia comenzar
la reproducción. Una vez alcanzada la etapa reproductiva,
las hembras podían pasar por una serie de ciclos
embarazo-parto-lactancia habiéndose calcu

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12. lado que este ciclo se podía repetir cuatro veces, y
la hembra llegaba al final de su etapa fértil en torno a
los 20 años. Alcanzada esta edad, tanto en machos como
hembras, se iniciaba un rápido proceso de envejecimiento
(edentulismo, pérdida de fuerza, etc.), que determinaba su
muerte por inanición o bajo la acción de un
predador. De esta forma la longevidad máxima de los
australopitecos se ha establecido en 25 años. Pero debemos
señalar que eran muy pocos los que alcanzaban esta edad,
pues la mayoría moría joven como consecuencia de
infecciones, traumatismos y acción de los predadores. La
esperanza de vida de los A. afareafarensis debido a la alta tasa
de mortalidad infantil no superaba los 10 años (Crews y
Gerber, 2003). NOTA: El libro “La vida…
¿cómo se presentó aquí? ¿Por
evolución, o por creación?”, citado en la
nota anterior, páginas 28-32, explica, con relación
a los Australopitecos: «Hay otra laguna de enormes
proporciones entre [el Ramapiteco] y la siguiente [criatura] que
había sido puesta en la lista como antepasado de tipo
“hombre-mono”. A esta última se llama
australopiteco (Australopithecus… simio del sur).
Fósiles de éste se encontraron originalmente en el
sur de África en los años [de 1920]. Tenía
un cráneo pequeño como de antropoide y una quijada
pesada, y lo representaron caminando sobre dos extremidades,
encorvado, cubierto de pelo y con apariencia de antropoide. Se
decía que había vivido unos tres o cuatro millones
de años atrás. Con el tiempo llegó a ser
aceptado por casi todos los evolucionistas como el antepasado del
hombre. Por ejemplo, el libro “The Social Contract”
(El contrato social) señaló: “Con una o dos
excepciones, todos los investigadores competentes en este campo
concuerdan ahora en que los australopitecinos […] son
verdaderos antecesores del hombre”. El periódico
“The New York Times” declaró: “Fue
australopiteco […] el que con el tiempo evolucionó hasta
Homo sapiens, o el hombre moderno”. Y en “Man, Time,
and Fossils” (El hombre, el tiempo y los fósiles)
Ruth Moore dijo: “Toda la prueba indicaba que los hombres
al fin habían encontrado a sus antecesores primitivos, que
por mucho tiempo les habían sido desconocidos”.
Declaró ella con énfasis: “La prueba era
arrolladora […] al fin se había encontrado el
eslabón perdido”. Pero cuando en realidad la prueba
para algo es débil, o no existente, o se basa en puro
engaño, tarde o temprano lo que se afirma queda en nada.
Así ha sucedido en el caso de muchos ejemplos pasados de
presuntos “hombres-monos”. Así ha sucedido,
también, con australopiteco. La investigación
creciente ha revelado que su cráneo “difería
del de los humanos de más maneras que solamente su menor
capacidad cerebral”. El anatomista Zuckerman
escribió: “El cráneo australopitecino, al
compararse con el cráneo humano y el cráneo
símico [de antropoide], parece arrolladoramente
símico… no humano. La proposición contraria
pudiera igualarse a una afirmación de que lo negro es
blanco”. También dijo: “Nuestros
descubrimientos dejan poca duda respecto a que […]
australopiteco no se parece a Homo sapiens, sino a los monos y
antropoides vivientes”. Donald Johanson también
dijo: “Los australopitecinos […] no eran hombres”.
Richard Leakey también llamó “poco probable
el que nuestros antecesores directos sean descendientes
evolutivos de los australopitecinos”. Si hoy hubiera de
hallarse vivos a algunos australopitecinos, serían puestos
en los jardines zoológicos con los demás
antropoides. Nadie los llamaría
“hombres-monos”. Lo mismo es cierto de otros
“primos” fósiles semejantes, como un tipo de
australopitecino más pequeño llamado
“Lucy”. De este espécimen Robert Jastrow dice:
“Este cerebro no era grande en tamaño absoluto;
tenía la tercera parte del tamaño de un cerebro
humano”. Es obvio que este australopitecino era
también sencillamente un “antropoide”. De
hecho, la revista New Scientist dijo que “Lucy”
tenía un cráneo “muy parecido al de un
chimpancé”». Estos datos fidedignos hacen
totalmente cuestionable las afirmaciones de Cac-8, no sólo
ya en materia de antropología evolutiva sino
también en asuntos de gerontología arcaica. La
teoría gerontológica de la evolución de la
longevidad humana queda bastante desacreditada y expuesta a ser
tenida como fábula contemporánea, especialmente por
el hecho de haberse excedido fantasiosamente en detalles y
pormenores acerca de la vida del

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13. supuesto antecesor humano llamado Australopiteco y no haber
tenido en cuenta la fragilidad de sus fundamentos.
También, este fiasco mueve al investigador honesto a
cuestionar, desconfiar y mirar con mucho cuidado las afirmaciones
gerontológicas de los Cacs 1 a 6 citados anteriormente, ya
que existe una ilación más o menos acusada entre
éstos y los Cacs 7 y 8 considerados posteriormente. Cac-9.
Los A. afarensis que evolucionaron hacia la línea Homo
fueron desarrollando durante varios millones de años sus
habilidades manuales y unos cuerpos más robustos,
además de incrementar el tamaño del cráneo.
De esta manera, hace 1'9 crones, se originó el denominado
Homo habilis que ya constituye la emergencia definitiva del
género Homo (Leakey, 1996). El nombre de Homo habilis
(hombre hábil) se le otorgó en reconocimiento de la
presumible asociación entre el H. habilis y el inicio de
la fabricación de algunos instrumentos de piedra. Homo
habilis habitó las mismas zonas que los australopitecos y
la etapa evolutiva de los habilis comprende un periodo de tiempo
entre 2'5-1 millones de años. Lo cual nuevamente nos
señala la coexistencia de grupos de australopitecos y
hábiles. Los habilis, como consecuencia de la
estimulación de las áreas corticales motoras y
sensitivas, iniciaron un proceso de incremento de la talla, peso
cerebral y, tal y como revelan los estudios de endovaciados
poseían una capacidad craneal entre 500-750 cm3. La talla
de las hembras era de unos 100 cm, y pesaban en torno a 35 kg y
la de los varones alcanzaba los 140 cm y tenían un peso de
poco más de 55 kg. Esto nos muestra el inicio de la
longinización de nuestra especie. Además se ha
propuesto que ya habilis era capaz de manejar el fuego que se
ocasionaba de forma natural, aunque era incapaz de producirlo
(Robinson, 1966). Las características anatómicas
más típicas de los habilis fueron: su progresiva
estilización, el inicio del desarrollo de la bóveda
craneal, la disminución del prognatismo y la
reducción aún mayor que en la etapa anterior del
tamaño de las piezas dentarias. Este aspecto de la
reducción del tamaño de las piezas dentarias,
fundamentalmente el tamaño de los caninos,
determinó que su facies comenzara a tener rasgos del
hombre moderno y, tal vez más importante, justificó
una forma especial de alimentación que pasó a ser
de tipo recolector (de alimentos estacionales); y los aportes de
proteínas animales procedían fundamentalmente de
pequeños animales cazados en grupo y de los restos de
otros animales muertos. Se ha sugerido que este inicio de una
alimentación de tipo omnívoro dio un nuevo impulso
al proceso de incremento del tamaño cerebral. Respecto del
ciclo vital de los habilis, éste no presenta grandes
variaciones con respecto a lo señalado para los
australopitecos. Se produce un pequeño incremento en la
etapa reproductiva lo que permite a las hembras tener más
descendencia. Estos hechos coinciden con lo que se denomina una
selección-r. La selección-r es
característica de los seres vivos que para alcanzar el
éxito reproductivo, y concretamente la propagación
de esa especie, alcanzan de forma temprana la edad fértil,
tienen altas tasas de reproducción (más
descendencia) e invierten poco tiempo y esfuerzo en los cuidados
a las crías. A esto se une el hecho de la
cooperación social intra e inter grupos de habilis, lo que
determina que disminuya la presión de los depredadores
(acciones de defensa colectiva). Asimismo se cree que comenzaron
a utilizarse remedios naturales para ciertas enfermedades
(ingesta de ciertos vegetales). Esto determinó que aunque
la longevidad máxima, con respecto a los australopitecos
no se incrementó, sí se produjo un aumento en la
esperanza de vida que se ha calculado próxima a los 15
años (Wood, 1996). NOTA: La obra “Atlas de la
creación”, volumen 1, de Harun Yahya, edición
y traducción al español de junio de 2007,
página 676, informa: «Homo Habilis [es] el mono que
fue presentado como ser humano. La gran similitud entre las
estructuras del cráneo y del esqueleto de los
australopitecinos y los chimpancés, y la refutación
de la pretensión de que los primeros caminaban erguidos,
provocó grandes inconvenientes a los
paleoantropólogos evolucionistas. La razón de ello
está en que de acuerdo al esquema evolucionista imaginario
el Homo erectus viene a aparecer a continuación

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14. del Australopiteco. Como el prefijo "homo" significa
"hombre", ello implica que el Homo erectus es una especie humana
y por lo tanto su esqueleto debe ser erguido. El volumen craneal
de éste es dos veces más grande que el de los
Australopitecos. Una transición de éstos –que
se asemejan a los chimpancés– al Homo erectus, que
posee un esqueleto sin ninguna diferencia con el ser humano
actual, es algo imposible y fuera de discusión, incluso
para la teoría de la evolución. Por lo tanto hacen
falta los “vínculos” o “formas
transitorias”. El concepto de Homo habilis surge de dicha
necesidad. La clasificación de Homo habilis fue presentada
en el decenio de 1960 por toda la familia Leakey, “cazadora
de fósiles”. De acuerdo a los Leakey, esta nueva
especie que clasificaron como Homo habilis, tenía una
capacidad craneal relativamente grande así como la
disposición para caminar erguida y usar herramientas de
madera y de piedra. Por lo tanto podía haber sido el
ancestro del hombre. Nuevos fósiles de la misma especie
desenterrados a finales del decenio de 1980 hizo cambiar la
perspectiva anterior. Algunos investigadores como Bernard Wood y
C. Loring Brace, quienes se basaron en los fósiles
recién hallados, dijeron que el Homo habilis, que
significa “hombre hábil, es decir, hombre capaz de
usar herramientas”, debería ser clasificado como
Australopiteco habilis, que significa “mono hábil
del sur”, porque el Homo habilis tenía un
montón de características en común con los
monos llamados australopitecinos. Tenían brazos largos,
piernas cortas y una estructura del esqueleto parecida a la de
los Australopitecos. Los dedos de las manos y de los pies eran
apropiados para trepar. Su mandíbula resultaba muy similar
a la de los monos actuales. Los 600 cc de volumen craneal
promedio es el mejor indicio de que se trataba de monos. En
resumen, el Homo habilis, que fue presentado como una especie
distinta por algunos evolucionistas, en realidad era una especie
de mono igual a todos los otros australopitecinos.
Investigaciones realizadas durante años después del
trabajo de Brace, demostraron que el Homo habilis no tenía
ninguna diferencia con los australopitecinos. El cráneo y
el esqueleto fósiles OH62 encontrados por Tim White,
mostraban que esta especie tenía un volumen craneal
pequeño, brazos largos y piernas cortas que le
permitían trepar a los árboles igual que los monos
actuales. El análisis detallado conducido por la
antropóloga norteamericana Holly Smith en 1994,
indicó que el Homo habilis no era “homo” o,
dicho con otras palabras, no era “humano” sino un
tipo inequívoco de “mono”. Smith dijo lo
siguiente acerca del análisis realizado sobre los dientes
de los Australopitecos, de los Homo habilis, de los Homo erectus
y de los Homo neandertalensis: “Análisis
circunscriptos de ejemplares de fósiles que satisfacen
estos criterios, exhiben en los gráciles Australopitecos y
Homo habilis pautas de desarrollo dental que los coloca en la
clasificación de los monos africanos. Los mismos
análisis en los Homo erectus y Neandertales clasifica a
éstos con los humanos”. Ese mismo año, Fred
Spoor, Bernard Wood y Frans Zooneveld, todos especialistas en
anatomía, llegaron a las mismas conclusiones a
través de un método totalmente distinto que se
basaba en el análisis comparativo de los canales
semicirculares del oído interno de los humanos y de los
monos. Dichos canales permiten el equilibrio. Y concluyeron que:
“Entre los fósiles homínidos, la primera
especie que demuestra la morfología humana moderna es el
Homo erectus. En contraste, las dimensiones del canal
semicircular atribuido a un Australopiteco del sur de
África, se asemejan a la de los grandes monos
vivientes”. Esta misma gente también estudió
un ejemplar de Homo STW 53 y encontró que tenía un
comportamiento menos bípedo que los australopitecinos, lo
cual significa que el Homo habilis era más parecido a un
mono que la especie Australopiteco. Por lo tanto, concluyó
que resultaba imposible que el STW 53 represente algo intermedio
entre las morfologías vistas de los australopitecinos y
los Homos erectus. Este descubrimiento conlleva dos conclusiones
importantes: 1.Los fósiles del Homo habilis no
pertenecían, en realidad, al género "Homo", es
decir, a los humanos, sino a los australopitecinos, o sea, al de
los monos. 2.Tanto los Homo habilis como los Australopitecos
fueron criaturas que caminaban inclinados hacia adelante,

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15. es decir, poseían esqueletos de mono. No tenían
relación de ningún tipo con el ser humano».
El 28 de septiembre de 2008, el turco Harun Yahya anunció
públicamente una millonaria recompensa a quien lograra
demostrar la existencia de un fósil intermedio o de
transición entre una especie y otra, con la que se pudiera
probar la veracidad del darwinismo. Adnan Oktar (que usa el
pseudónimo de Harun Yahya) ha lanzado, pues, un
desafío a los evolucionistas, al ofrecer un premio de diez
billones de liras turcas (6'2 billones de euros) a aquel
científico que le presente un fósil de una etapa
intermedia en el proceso evolucionario. Oktar se ha hecho famoso
a raíz de la distribución mundial y con
carácter gratuito de su lujoso libro “Atlas de la
Creación”, dos volúmenes de 800
páginas cada uno en los que afirma que las formas de los
organismos vivos no han evolucionado. El biólogo y
conocido ateo británico Richard Dawkins calificó el
volumen 1 de “ridículo” y su contenido de
“inane”, pero el turco le respondió que
éste no había logrado presentarle ningún
fósil en apoyo del darwinismo y por lo tanto sus
descalificaciones eran meras palabras sin valor. Dawkins ha
afirmado considerarse ateo. También se declara humanista y
escéptico. Es miembro del movimiento “bright”
y uno de los intelectuales públicos contemporáneos
más influyentes en lengua inglesa. Por analogía con
el epíteto de “bulldog de Darwin” que se le
daba a Thomas Huxley (1825-1895), Dawkins es también
conocido como el “rottweiler de Darwin” por sus
posicionamientos evolucionistas radicalistas. Cac-10. Los restos
fósiles de H. habilis y los objetos encontrados en su
entorno, sugieren que vivía en grupos o cuadrillas
semejantes a los grupos de bandas de cazadores-recolectores de la
actualidad; y como resultado de, entre otras influencias, la
progresiva organización social y el incremento de sus
destrezas, continuaron evolucionando y hace unos 1'8 millones de
años se originó una especie llamada Homo erectus
(Hombre erguido). Los erectus, en conjunto, vivieron desde la
fecha señalada hasta hace unos 300.000 años
(Antón, 2003). Los primeros erectus fueron
coetáneos de los últimos habilis, aunque parece que
sólo fue un compartir tiempo evolutivo pero no de
hábitat. H. erectus, durante su evolución
sufrió transformaciones físicas importantes; se
produjo un incremento de la talla por, fundamentalmente, el
alargamiento de las extremidades inferiores. Además se
hizo más longilíneo, pues al incremento en talla
(160 cm para los varones y 130 cm para las hembras), le
acompañó un discreto incremento de peso similar
para ambos sexos, así los varones alcanzaban los 65 kg y
las hembras alcanzaban los 45 kg (Crews y Gerber, 2003). A estas
variaciones antropométricas se asociaban mejoras en la
anatomía de la mano lo que a su vez seguía teniendo
su influencia sobre el desarrollo cerebral, fundamentalmente el
córtex. Estos cambios morfo-funcionales se tradujeron en
un crecimiento de la capacidad craneana que albergaba un cerebro
cada vez mayor y con el inicio de las circunvoluciones. El
estudio de los ya numerosos restos fósiles de los erectus
ha mostrado que poseía una capacidad craneal entre
800-1000 cm3, aunque su morfología seguía siendo de
acusado prognatismo y las tablas de los huesos del cráneo
eran muy gruesas. Plenamente adaptado al caminar erguido y dotado
de un sistema músculo-esquelético robusto, el
erectus era fuerte y vigoroso. El “erguido”
desarrolló una gran capacidad de bipedestación y
desplazamiento y, algunos grupos comenzaron a desplazarse de
forma importante, desde su hábitat inicial, realizando la
primera “salida de África” dirigiéndose
hacia Eurasia (desde España a China e Indonesia). Estas
migraciones supusieron un nuevo peldaño en la
evolución de los homínidos, pues, representaron una
nueva adaptación de esta especie del clima cálido
en África a los climas más fríos de Eurasia.
Se ha propuesto que esta adaptación al frío
está en la base de dos aspectos fundamentales de la
civilización: en primer lugar el dominio del uso del fuego
para calentarse, defenderse y preparar alimentos y, en segundo
lugar, el inicio de la cultura asociada a la protección
del frío ambiental (habitar cavernas y abrigarse con
pieles). Los erguidos se asociaban en bandas de
cazadores-recolectores donde ya había una clara
distribución de las funciones sociales basadas en la
dicotomía macho-hembra (los varones cazaban y las mujeres
recolectaban). La cooperación necesaria para la caza,
junto con las habilidades que su éxito implica, se ha
propuesto como un nuevo impulso en el proceso de
“cerebrización”, pues se cree que el
desarrollo de

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16. la caza está en la base del inicio del lenguaje en los
homínidos (protolenguaje). En el Homo erectus se
alargó la duración de las fases tempranas
(infancia), lo que contribuyó a un crecimiento más
lento hasta alcanzar el estado adulto. Es decir, se
incrementó la duración de la etapa prereproductiva.
De esta manera, lo que era un rápido tránsito entre
infancia y estado adulto pasó a tener un ciclo de tres
fases (infancia-pubertad-adulto). Esto supuso un incremento en la
duración del ciclo vital de varios años, pero las
fases de adulto (reproductora) y envejecimiento se mantuvieron
constantes en cuanto a su duración (Crews y Gerber, 2003).
El tener más tiempo postnatal para alcanzar la
maduración sexual (infancia-adolescencia), permitió
a los H. erectus comenzaran a tener crías más
inmaduras en cuanto al desarrollo de su soma y destinar los
esfuerzos del desarrollo prenatal a la maduración del
cerebro. Este aspecto en la mejora en la maduración
cerebral intrauterina se ha considerado fundamental en el proceso
de hominización. Así, el cerebro comenzó a
incrementar sus circunvoluciones y de esta manera se produjo un
importante aumento en la extensión de la superficie de
este órgano (córtex cerebral). De esta manera se
originó una dualidad en cuanto al estado de madurez de los
H. erectus al nacer. Tenían un cerebro precocial (muy
desarrollado y receptivo a la estimulación) y un soma
altricial, menos maduro, que necesitaba más atenciones
postnatales. A medida que se produjo una extensión en la
etapa pre-reproductora para que el soma alcanzara su madurez, se
incrementó el tiempo necesario para completar los procesos
de la vida (crecimiento, desarrollo, maduración,
reproducción y cría de los hijos). Esto
originó un ligero aumento de la etapa post-reproductiva y
en consecuencia un incremento de la longevidad, aunque la fase de
envejecimiento seguía siendo breve. Los estudios
predictivos y de análisis de fósiles establecen que
estos H. erectus podían alcanzar los 25-30 años de
vida (Crews y Gerber, 2003). NOTA: La revista DESPERTAD de
abril-2008, página 30, publicada por la Sociedad Watch
Tower Bible And Tract, comenta: «Los científicos
suelen representar las “etapas” finales de “la
evolución humana” como una progresión que va
del Homo habilis, pasando por el Homo erectus, hasta llegar al
“hombre moderno”, el Homo sapiens. Sin embargo, ahora
se cree que dos fósiles encontrados en Kenia a unos pasos
de distancia entre sí demuestran que las especies Homo
habilis y Homo erectus, consideradas antecesoras del ser humano,
vivieron al mismo tiempo. “Su coexistencia hace muy
improbable que el Homo erectus evolucionara del Homo
habilis”, asegura Meave Leakey, coautora de un
artículo sobre el tema». El libro “La vida…
¿cómo se presentó aquí? ¿Por
evolución, o por creación?”, citado
anteriormente, página 95, explica: «Otro tipo
fósil recibe el nombre de Homo erectus… hombre erguido.
El tamaño y la forma de su cerebro sí caen dentro
del alcance de las medidas inferiores del cerebro del hombre
moderno. Además, la Encyclopædia Britannica
declaró que “los huesos de las extremidades
descubiertos hasta ahora no se han podido distinguir de los de
H[omo] sapiens”. Sin embargo, no está claro si era
humano o no. Si lo era, entonces era simplemente una rama de la
familia humana, y desapareció». El “Atlas de
la creación”, volumen 1, páginas 679-682,
expone: «El término "erectus" en "Homo erectus"
significa "hombre que camina erguido". Los evolucionistas han
tenido que separar estos fósiles de los primeros
agregándoles la cualidad de "erectos", porque todos los
fósiles Homo erectus disponibles están erguidos en
un grado no observado en ninguna de las especies
australopitecinos u Homo habilis. No hay ninguna diferencia entre
el esqueleto postcraneal del ser humano actual y el del Homo
erectus. La razón primaria para que los evolucionistas
definan al Homo erectus como "primitivo" es el volumen del
cráneo (900-1100 cc) –más pequeño que
el promedio de los seres humanos actuales– y la saliente
del arco superciliar. Sin embargo, mucha gente que vive hoy
día tiene el mismo volumen craneal que el Homo erectus
(por ejemplo, los pigmeos), y otras el arco superciliar saliente
(por ejemplo, los aborígenes o nativos australianos). Hay
un acuerdo general en que las diferencias en los volúmenes
craneales no denota necesariamente diferencias en la inteligencia
o en las capacidades. La inteli

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17. gencia depende de la organización interna del cerebro
antes que de su volumen. Los fósiles que han hecho
conocido en el mundo al Homo erectus son los del Hombre de
Pekín y Hombre de Java, encontrados en Asia. De todos
modos, se comprendió con el tiempo que ambos
fósiles no eran dignos de confianza. El Hombre de
Pekín consistía en algunos elementos hechos de
yeso, cuyos originales se perdieron. El Hombre de Java
está "compuesto" de un fragmento de cráneo y un
hueso de la pelvis encontrado a unos metros de distancia del
primero, sin ningún indicio que perteneciesen al mismo ser
viviente. A eso se debe que los fósiles de Homo erectus
encontrados en África ganaron una importancia creciente
(Debería tenerse en cuenta que ciertos fósiles, que
se dijo eran Homo erectus, algunos evolucionistas los incluyeron
bajo una segunda especie llamada "Homo ergaster". Entre ellos hay
desacuerdos al respecto. Nosotros trataremos a todos estos
fósiles bajo la clasificación de Homo erectus). La
clase más conocida de Homo erectus encontrada en Africa es
el fósil "Narikotome Homo erectus" o "Muchacho de
Turkana", que fue encontrado cerca del Lago Turkana en Kenya. Se
confirmó que este fósil era de un muchacho de 12
años que habría tenido una altura de 1'83 metros en
la adolescencia. La estructura vertical del esqueleto
fósil no se diferencia en nada de la del hombre moderno.
Respecto al cráneo, Walker escribió que se
rió cuando lo vio porque “se lo apreciaba muy
parecido a un Neandertal”. Los Neandertales son una raza
humana. Por lo tanto el Homo erectus también es una raza
humana. Incluso el evolucionista Richard Leakey dice que las
diferencias entre el Homo erectus y el hombre
contemporáeno no son más que variaciones raciales:
“Uno debería ver también las diferencias en
las formas del cráneo, en el grado de protrusión
del rostro, en el vigor de las cejas, etc. Estas diferencias
probablemente no son más pronunciadas que las que vemos
hoy día entre las razas humanas alejadas
geográficamente. Tales variaciones biológicas
surgen cuando las poblaciones están apartadas
geográficamente por una cantidad de tiempo
significativa”. El Profesor William Laughlin, de la
Universidad de Connecticut, realizó extensos
exámenes anatómicos de los esquimales y de la gente
que vive en las Islas Aleutianas y advirtió que eran
extraordinariamente similares al Homo erectus. Laughlin
concluyó que todas esas razas, en realidad, eran distintas
variedades de Homo sapiens (hombre de hoy día).
“Cuando consideramos las vastas diferencias que existen
entre grupos muy alejados, como los esquimales y los bosquimanos,
que pertenecen a la misma especie de Homo sapiens, parece
justificable concluir que el sinantropo (un espécimen
erectus) se incluye en esa misma variedad” (Marvin Lubenow,
“Huesos de Contención”, Grand Rapids, Baker,
1992, página 136). Hoy día se ve más
pronunciadamente en la comunidad científica que el Homo
erectus es un grupo taxonómico superfluo y que los
fósiles que se le adscriben, en verdad, no se diferencian
del Homo sapiens como para ser considerado una especie distinta.
En American Scientist esta discusión y la conferencia
tenida en la materia en el 2000 fueron resumidas así:
“La mayoría de los participantes en la conferencia
de Senckenberg se sumergieron en un acalorado debate sobre la
verdad del grupo taxonómico del Homo erectus, debido a las
intervenciones de Milford Wolpoff de la Universidad de Michigan,
Alan Thorne de la Universidad de Canberra y sus colegas.
Argumentaron que el Homo erectus no era para nada una especie y
que debía ser eliminado de esa categoría. Di

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18. jeron que todos los miembros del género Homo, desde
hace unos 2 millones de años hasta la actualidad, eran
especies muy variables y ampliamente esparcidas de Homo sapiens,
sin ninguna subdivisión. El tema de la conferencia, es
decir, el Homo erectus, no se trató para nada” (Pat
Shipman, “Dmanisi Incierto”, American Scientist,
NoviembreDiciembre de 2000, página 491). La
conclusión alcanzada por los científicos, al
defender la tesis antes mencionada, se puede resumir de la
siguiente manera: “La especie Homo erectus no es distinta
de la Homo sapiens, sino más bien una raza dentro de Homo
sapiens”. Por otra parte, hay un gran vacío entre el
Homo erectus, una raza humana, y los monos que le antecedieron en
el escenario de la "evolución humana" (Australopiteco,
Homo habilis, Homo rudolfensis). Esto significa que los primeros
hombres aparecieron en los registros fósiles de modo
repentino, sin ninguna historia evolutiva. No puede haber
ningún indicio más claro de que fueron creados. No
obstante, admitir este hecho va totalmente contra la
filosofía dogmática y la ideología de los
evolucionistas. En consecuencia, intentan retratar al Homo
erectus, verdaderamente una raza humana, como una raza medio
simiesca. En sus reconstrucciones del Homo erectus lo dibujaron
porfiadamente con rasgos simiescos. Por otra parte, con
métodos similares de dibujo, humanizaron a monos como el
Australopiteco o el Homo habilis. Con ese procedimiento buscan
"aproximar" los monos y los seres humanos y cerrar el hueco entre
esas dos clases distintas de vivientes». Cac-11. El
siguiente peldaño en la escalera de la evolución
del Homo erectus tomó una bifurcación de
extraordinaria importancia para la especie humana (Antón,
2003). Una línea evolucionó en las poblaciones que
quedaron en África y otra en las que habían
emigrado a Eurasia. Esta evolución originó en
África los primeros Homo sapiens arcaicos hace unos
400-300.000 años. Estos sapiens arcaicos presentaban un
cerebro más grande (una media de capacidad craneal de
1.200 cm 3, aunque todavía tenían una frente
pequeña y huesos de gran grosor. La “otra
línea” de Homo erectus (la que colonizó
Eurasia), siguió evolucionando para finalmente originar,
hace aproximadamente 100.000 años, una subespecie de
homínidos muy robusta, sin barbilla y frente muy
inclinada, conocida como Homo sapiens neanderthalensis (Wood,
1996). La variedad Homo sapiens neanderthalensis (europea),
tenía una apariencia robusta (talla de 170 cm para varones
y 140 cm para las hembras, y un peso que superaba los 70 kg y los
60 kg respectivamente). Además, los neandertales
tenían una capacidad craneal de 1.600 cm3 (superior a la
media de los humanos actuales). Pero este incremento en la
capacidad craneal no se correlacionaba con un incremento en la
superficie del córtex cerebral, que seguía siendo
pobre en circunvoluciones, como muestran los análisis de
las huellas cerebrales en los huesos de la bóveda craneal
(ver Nota, a continuación). Se cree que muchos de
los

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19. rasgos anatómicos de los neandertales representaban
los efectos de la selección para la vida en climas
extremadamente fríos (glaciaciones). Los restos
encontrados han revelado que vivían en abrigos naturales
que adaptaban y eran grandes cazadores. Una característica
cultural importante de los neandertales es que comenzaron a
enterrar a los muertos e incluir algo de su ajuar en el
enterramiento. Homo sapiens neanderthalensis vivió hasta
hace unos 35.000 años, tiempo en el que desapareció
constituyendo las causas de su eliminación uno de los
enigmas más importantes en los orígenes del hombre
actual. Entre las diversas hipótesis que se han propuesto
para justificar su desaparición figura la dificultad que
tenían las hembras para parir fetos de gran tamaño
y cráneos muy osificados (sus fetos experimentaban un
crecimiento corporal precocial) que dificultaba, sobremanera, los
mecanismos del parto muriendo la madre y el hijo. NOTA: El
“Atlas de la creación”, volumen 1,
páginas 682-684, habla acerca del Hombre de Neanderthal,
en parte de la siguiente forma: «[Se dice que] los
Neandertales fueron seres humanos que aparecieron repentinamente
hace 100 mil años en Europa y fueron asimilados,
mezclándose con otras razas, o desaparecieron silenciosa
pero rápidamente hace 35 mil años. La única
diferencia que tenían con el ser humano de hoy día
estaba en el esqueleto, pues el de ellos era más vigoroso,
con un volumen craneal levemente más grande. Los
Neandertales eran una raza humana, hecho que es admitido hoy
día prácticamente por todos. Los evolucionistas se
esforzaron al máximo por presentarlos como "una especie
primitiva", aunque todos los descubrimientos indican que no
diferían en nada de un ser humano "robusto" que camine por
la calle actualmente. Una autoridad prominente en la materia,
Erik Trinkaus, paleoantropólogo de la Universidad de Nuevo
Méjico, escribe: “Comparaciones detalladas de los
esqueletos del Neandertal y del ser humano moderno han expuesto
que no hay nada en la anatomía del primero que indique de
manera concluyente capacidades locomotoras, de
manipulación, intelectual o lingüística
inferiores que la del segundo”. Muchos investigadores
contemporáneos definen al hombre de Neandertal como una
subespecie del ser humano actual y lo llaman "Homo sapiens
neandertalensis". Los descubrimientos testifican que enterraban a
sus muertos, modelaban instrumentos musicales y tenían
afinidad cultural con los Homo sapiens sapiens que vivían
en el mismo período. Para expresarlo con precisión,
los Neandertales son una raza humana "vigorosa" que, simplemente,
desapareció con el tiempo». El libro “La
vida… ¿cómo se presentó aquí?
¿Por evolución, o por creación?”,
página 95, párrafo 34, corrobora lo anterior:
«El hombre de Neandertal (llamado así por el
distrito de Neander, en Alemania, donde se halló el primer
fósil) era indudablemente humano. Al principio se le
pintó encorvado, con apariencia de estúpido, peludo
y simiesco. Ahora se sabe que esta reconstrucción
equivocada se basó en un esqueleto fósil que
había sido malamente deformado por una enfermedad. Desde
entonces se han hallado muchos fósiles de Neandertal, y
éstos confirman que no difería mucho de los humanos
modernos. En su libro “Ice” (Hielo), Fred Hoyle
declaró: “No hay prueba de que el hombre de
Neandertal fuera de manera alguna inferior a nosotros”. El
resultado ha sido que dibujos recientes de los neandertaloides
han adquirido una apariencia más moderna». La
revista DESPERTAD del 8-11-1981, páginas 14-15,
añade al tema: «El Hombre de Neanderthal
también es una de las partes más conocidas de la
llamada cadena evolucionista. Cuando se descubrió la
primera porción del cráneo, un científico la
llamó la coronilla de un idiota. Las interpretaciones
fueron cambiando gradualmente a medida que se iban descubriendo
más huesos. Las primeras reconstrucciones representaban a
los neandertalenses agachados y parecidos a monos, con brazos
largos que colgaban flojamente, pero ahora tenemos libros que
dicen que “Neandertal probablemente no se veía muy
diferente de algunas personas de hoy día”. Una
enciclopedia ahora dice que los neandertalenses eran
“completamente humanos, plenamente erectos”.
¡Qué cambio! Al comparar las ilustraciones en varios
libros se nota los ajustes que se han hecho en la apariencia que
se ha atribuido al hombre de Neandertal. ¡Y, más
bien que ser idiota, ahora se reconoce que el hombre de
Neandertal te

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20. nía un cerebro más grande que el de la
mayoría de los hombres modernos! Una de las razones por la
cual algunos científicos creyeron que el hombre de
Neandertal era rechoncho y doblado es muy interesante. Un
esqueleto primitivo que hallaron tenía las piernas
arqueadas y una forma doblada. Por supuesto, ya que estaban
buscando una criatura parecida a mono que cuadrara con su
teoría, ¡qué fácil fue cometer un
error! ¡Más tarde, un examen más detenido
reveló que el esqueleto estaba deformado debido a
artritis! Y eso no es todo. Puesto que los evolucionistas se
esfuerzan por hacer que sus hallazgos se parezcan al
eslabón entre el mono y el hombre, cuando reconstruyeron
por primera vez los huesos de los pies del hombre de Neandertal,
un libro dice que “hicieron que se parecieran a los de un
mono”. Pero el mismo libro dice que los pies realmente
‘se parecen mucho a los del hombre moderno y funcionaban de
modo muy parecido’». La prestigiosa revista
Investigación y Ciencia”, número 425,
de febrero 2012, Prensa Científica (SA), páginas 68
a 76, contiene un artículo titulado “La
evolución cerebral de los homínidos”,
redactado por Emiliano Bruner (doctor en biología animal
que lidera un grupo de investigación en
Paleoneurología del Centro Nacional Español de
Investigación sobre la Evolución Humana, CENIEH, de
Burgos). El artículo habla de técnicas digitales
que permiten reconstruir el molde de la cavidad craneal
(superficie cerebral virtual) de especies fósiles, las
cuales supuestamente arrojan nueva luz sobre la evolución
anatómica del cerebro humano y su relación con los
cambios cognitivos. El artículo dice, en parte (salvo los
comentarios en gris y entre paréntesis, los cuales son
ajenos al texto del citado artículo): «Aunque los
primeros fósiles humanos fueron hallados a mediados del
siglo XIX (HOMO NEANDERTHALENSIS, en Europa, seguidos por los
primeros restos de HOMO ERECTUS, en Asia), la
paleoantropología no se desarrollaría como ciencia
reconocida hasta los años treinta del siglo XX. En 1924,
el neuroanatomista Raymond Dart encontró en África
el primer cráneo de AUSTRALOPITHECUS AFRICANUS, un
individuo infantil conocido como Niño de Taung. En el
hallazgo de aquel australopiteco concurrieron dos
características muy peculiares: no sólo fue
descubierto por un especialista en anatomía cerebral, sino
que, por una rarísima situación de
fosilización, el sedimento geológico había
penetrado en el cráneo y se había compactado. Los
huesos de la bóveda craneal habían desaparecido y
lo que quedaba era un molde fósil de su cerebro. Por esta
sugestiva coincidencia, podemos afirmar que la
paleoantropología humana (el estudio de las estructuras
cerebrales de los homínidos fósiles) nació a
la vez que la paleoantropología misma. Durante largo
tiempo, la evolución humana se entendió desde una
perspectiva lineal, gradual y progresiva. Hoy en día, sin
embargo, no creemos que esa SCALA NATURAE (“escala natural,
o cadena de los seres”, pensamiento recurrente en la
historia de la biología según el cual todos los
organismos pueden ser ordenados de manera lineal, continua y
progresiva, comenzando por el más simple hasta alcanzar el
más complejo, que normalmente se identifica con el hombre;
estas ideas arrancan desde Aristóteles y se
perpetúan hasta casi finales del siglo XX, cuando se
impone la n-ésima especulación evolucionaria
llamada Teoría Sintética Neodarwinista Revisada)
refleje el verdadero proceso de evolución
biológica. En primer lugar, ésta no es siempre
lineal, sino que a menudo sigue caminos discontinuos y complejos
(es decir, ahora existe evidencia clara de que el simplismo
original con el que la teoría evolucionista comenzó
su andadura es un completo error, por lo que se adopta un nuevo
enfoque complejista. Un examen profundo, reflexivo y
multidisciplinar, que no descarte el aporte bíblico que
ofrece la visión histórica del Génesis,
permite comprender que el simplismo teórico, aunado al
materialismo filosófico, fueron la cuna del evolucionismo,
de la teoría de la generación espontánea y
del transformismo. Por otra parte, el prisma creativista, que
toma como eje el relato del Génesis, no pudiera partir de
un esquema simplista para abordar el estudio de la naturaleza y
de la biosfera, puesto que una premisa fundamental del mismo
descansa en la creencia en un Sumo Hacedor o Diseñador
Inteligente, artífice y causa primordial del mundo y de
los seres que en él habitan. Por consiguiente, el punto de
vista del creativista ha de ser complejista, esto es, el de
esperar encontrar enormes dificultades teóricas a la hora
de estudiar y tratar de entender la creación material u
obra terrestre de superlativa ingeniería divina.
Además, el sólo hecho de que actualmente la
teoría evolucionista esté adoptando obligatorias
ópticas complejistas hace sospechar que tal vez se va
aproximando hacia una visión científica más
acorde con las viejas premisas creativistas que con las
evolucionistas tradicionales, aunque, sin embargo, por supuesto,
todo indica que seguirá manteniendo su terquedad
materialista). Tampoco obedece siempre a un proceso gradual, pues
a veces puede presentar largos periodos de ausencia de cambio
junto a otros en los que las transformaciones se suceden con gran
rapidez (esta nueva visión, amparada evidentemente en el
registro fósil ya que no hay evidencia experimental que la
apoye, constituye un gran alejamiento del darwinismo

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21. fundamental a la vez que se aproxima a la expectativa
paleontológica creativista). Y quizá tampoco
recorra siempre un sendero de mejora absoluta, ya que numerosos
rasgos que pueden resultar útiles para ciertas funciones
quizá no lo sean para otras (esto, de asumirse como nueva
premisa evolucionista, supone un duro golpe para las
teorías materialistas acerca del origen de la vida, las
cuales, al igual que el evolucionismo darwiniano y
postdarwiniano, se basan en fenómenos aleatorios en los
que el cálculo de probabilidades les resulta muy poco
favorable, aunque ellos han seguido intentando acomodar la
teoría para que esto no se haga evidente. Por lo tanto si
ahora, obligados por postreros descubrimientos, adoptan posturas
que implícitamente conllevan más resultados
negativos en dicho cálculo probabilístico, en
realidad lo que están haciendo es aproximarse
subterráneamente a la criteriología de base que
caracteriza a la teoría del Diseño Inteligente de
la vida). Las necesidades de las especies cambian continuamente,
por lo que una trayectoria evolutiva que procediese siempre en la
misma dirección carecería de sentido (lo cual es
sinónimo de complejismo). Hoy, esta nueva
interpretación de la teoría evolutiva ha permeado
(penetrado en) todos los sectores de la biología, incluida
la paleontología humana. A la luz de gran cantidad de
fósiles hallados durante el desarrollo de la disciplina,
la historia de la evolución del hombre ha pasado de verse
como una línea para convertirse en un
“árbol” y, finalmente, en un
“arbusto”, donde las relaciones completas entre sus
numerosas ramas están aún por descubrir (es decir,
hay en el horizonte un panorama de complejismo todavía
mayor a lo esperado). La paleoneurología investiga la
(hipotética) evolución del sis tema cerebral de las
especies extintas. Sin embargo, dado que el encéfalo no
fosiliza, la reconstrucción de las estructuras cerebrales
debe realizarse a partir de las huellas que éstas han
dejado en los huesos del cráneo. Para ello resulta
necesario entender, en primer lugar, las relaciones
anatómicas existentes entre ambos: cerebro y cráneo
guardan relaciones estructurales (los dos se tocan, por lo que
deben respetar equilibrios físicos y mecánicos) y
funcionales (comparten recursos fisiológicos),
vínculos que hoy se investigan sobre todo en individuos
vivos. El estudio paleoneurológico se centra, por tanto,
en la anatomía de la cavidad craneal, o
“endocráneo”. Ésta nos aporta
información sobre el tamaño del cerebro, su
geometría, la proporción que guardan sus
áreas (lóbulos y circunvoluciones) e incluso sobre
su sistema vascular superficial, ya que también las venas
y arterias dejan huellas sobre la pared interna del
cráneo. A partir de esos datos, la paleoneurología
trata de descifrar la manera en que estas características
se han ido modificando a lo largo de la (supuesta)
evolución, con un interés particular por su
relación con (hipotéticos y) posibles cambios
cognitivos. En el pasado, una vez que se hallaba un cráneo
fósil, el método tradicional para proceder al
estudio del endocráneo consistía en la
elaboración de un molde físico, un
“positivo” de la cavidad craneal que reflejase la
apariencia exterior del cerebro. Sin embargo, todo fósil
constituye un objeto único y muy delicado, por lo que esta
técnica no podía permitirse emplear procesos
físicos o químicos demasiado agresivos. Sólo
si un fósil se encontraba muy fragmentado resultaba
sencillo elaborar el molde, pero entonces éste no aportaba
demasiada información. Y, ante un cráneo completo,
fabricar un molde y extraerlo sin dañar el primero ni
deformar el segundo era un proceso que revestía grandes
dificultades. Con todo, durante el siglo XX se desarrollaron
técnicas cada vez mejores. En un principio se emplearon
moldes de yeso; después, se introdujeron resinas y
compuestos plásticos. Sin embargo, la investigación
con moldes físicos siempre había limitado de manera
considerable el grado de desarrollo de la disciplina. En este
sentido, la paleoneurología vivió una verdadera
revolución a mediados de los años noventa [del
siglo XX]. Ésta llegó de la mano del alto grado de
desarrollo que, durante esos años, experimentaron los
métodos de obtención de imágenes digitales
biomédicas. La tomografía computarizada y las
técnicas de resonancia magnética alcanzaron un
nivel de difusión que trascendió el ámbito
de la medicina; de repente, estas técnicas se encontraban
al alcance de cualquier laboratorio anatómico y
paleontológico. La elaboración de moldes
endocraneales experimentó un progreso sin precedentes: por
primera vez, podían construirse moldes digitales sin tocar
el fósil. Hoy en día, el proceso de
obtención de moldes es rápido y versátil, y
la correspondencia entre la anatomía original y la
geometría del molde alcanza las décimas de
milímetro. Cuando los fósiles se encuentran
incompletos o fragmentados, resulta posible emplear aplicaciones
estadísticas

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jo. 22. a fin de minimizar la componente subjetiva de la
reconstrucción. A su vez, los moldes digitales pueden
copiarse y enviarse con gran facilidad, con las ventajas que ello
supone para la colaboración entre laboratorios. Al mismo
tiempo que las técnicas de imagen digital proporcionaban
nuevas herramientas para la obtención de datos
paleontológicos, los avances informáticos
revolucionaron también la morfometría, la
disciplina que, a través de la estadística,
cuantifica y compara las formas anatómicas. En lugar de
medir físicamente las distancias entre los puntos de un
sistema anatómico (anchuras, longitudes, etcétera),
como se ha venido haciendo durante siglos de estudios
antropométricos, hoy se trabaja con modelos
geométricos digitales. Éstos se analizan luego con
métodos de estadística multivariante (un tipo de
estadística que analiza las correlaciones entre todos los
elementos a la vez) a fin de identificar los patrones de
estructura y función que se esconden tras un modelo
biológico. Este tipo de análisis espacial,
denominado morfometría geométrica, constituye en la
actualidad el método principal para el estudio de
morfología en biología evolutiva. Hoy, un
laboratorio de paleoneurología es un laboratorio de
anatomía digital: un conjunto de ordenadores aplicados a
la reconstrucción virtual de cráneos y cerebros de
especies extintas, que analizan su variabilidad y que investigan
los patrones (supuestamente) evolutivos que han caracterizado los
cambios neurales, con especial interés por aquéllos
con implicaciones cognitivas. Los conocimientos necesarios son
los de la biología, la paleontología, la
bioestadística y las técnicas digitales de
reconstrucción anatómica. Todo ello forma parte de
lo que ha dado en llamarse “biología in
silico”, que, en lugar de emplear modelos animales (in
vivo) o fisicoquímicos (in vitro), lleva a cabo sus
experimentos en un ordenador. De todos los datos que pueden
extraerse a partir de un molde endocraneal, uno de los que
más atención ha recibido en el pasado ha sido el
volumen. En parte, ello se debe a las grandes diferencias
observadas en el volumen cerebral de los mamíferos y, muy
en particular, en el de los primates. De hecho, nuestra especie
destaca en este sentido: un humano moderno posee en torno al
triple de masa neural que un primate de peso corporal pare Con
todo, no podemos ignorar que otro de los factores que han
contribuido a aumentar la importancia que tradicionalmente se ha
asignado al tamaño cerebral: en términos
estadísticos, se trata de un dato aparentemente
fácil de calcular. Durante décadas, se han llenado
cráneos con semillas o se han introducido los moldes
correspondientes en agua para medir el volumen de la cavidad
endocraneal. Aunque hoy en día se emplean métodos
digitales, a menudo éstos tampoco se encuentran exentos de
ambigüedades. La mayoría de los restos fósiles
se componen de fragmentos aislados de cráneo, en cuyo caso
el volumen cerebral sólo puede calcularse de manera
aproximada. Y si bien existen varios métodos
empíricos para extrapolar su valor, el resultado final
varía mucho de una estimación a otra, una
circunstancia que ha generado encendidos debates sobre la validez
de las reconstrucciones. […] Por lo general, en zoología
suele calcularse el volumen cerebral con relación al
tamaño del animal. Pero los estudios
paleontológicos adolecen de la limitación usual: no
disponemos del cuerpo completo, sino sólo de fragmentos de
esqueleto. Los métodos empíricos (experimentales)
para estimar el peso corporal a partir del esque

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23. leto han desembocado, a su vez, en nuevas controversias
[…]. […] El proceso de encefalización (el aumento
relativo del volumen cerebral) ha ocurrido en diferentes momentos
y, con toda probabilidad, en (hipotéticas) líneas
evolutivas independientes. Algunas especies sólo han
experimentado (aparentemente) un aumento del valor absoluto del
tamaño cerebral, acompañado de un incremento
proporcional del volumen del cuerpo. En otras, por el contrario,
sólo ha variado el tamaño del encéfalo, sin
cambios corporales. Los australopitecos contaban con un volumen
cerebral similar o poco mayor al de los simios antropomorfos
actuales, con un promedio de entre 400 y 500 cc. […] Homo
habilis [alcanzaba] entre 600 y 800 cc. […] Homo erectus
[llegó] a poseer cerebros de entre 1000 y 2000 cc. Los
humanos modernos y los neanderthales presentaban los valores
más altos, entre 1300 1500 cc. Es más, el promedio
de Homo neanderthalensis era algo más elevado que el de
nuestra especie. Mención aparte merece el caso del Hombre
de Flores (Homo floresiensis), un individuo fósil
descubierto en 2003 en la isla de Flores, en Indonesia, y datado
en unos 20000 años de antigüedad. Con un metro de
altura, su capacidad craneal no llegaba a los 400 cc. Su
pequeño tamaño y sus particulares rasgos
anatómicos, junto a una datación tan reciente y una
industria lítica compleja, han planteado una infinidad de
preguntas relativas a nuestra compresión de los procesos
evolutivos. Sobre todo, ha quedado en evidencia una vez
más lo poco que sabemos sobre la anatomía craneal y
cerebral de nuestra propia especie. A pesar de una
atención desproporcionada por parte de los medios de
comunicación y de un encendido debate académico -a
menudo, en un tono innecesariamente conflictivo-, aún no
sabemos si el Hombre de Flores constituye un ejemplar de una
especie extinta, ajena por completo a los (supuestos) esquemas
evolutivos que conocemos, o si no era más bien un
individuo patológico […]. Hoy en día, el
tamaño cerebral recibe menos atención que
antaño. No cabe duda de que se trata de un dato relevante,
pero otros factores más sutiles bien podrían haber
resultado más determinantes […]. Y aunque algunos
autores han hallado cierta correlación entre tamaño
cerebral (absoluto y relativo) e “inteligencia”,
otros sugieren cautela en este sentido. Muchos de tales estudios
se basan en la comparación de nuestra especie con otros
simios antropomorfos actuales, un enfoque que requiere cierta
precaución. […] Por ello, quizá suponga un
error dar por sentadas demasiadas similitudes entre un simio
actual y un estado biológico (supuestamente) primitivo de
nuestra especie. También las circunvoluciones cerebrales
dejan sus huellas en la pared endocraneal. Estas trazas pueden
ser muy débiles, por lo que a menudo se requiere cierta
experiencia para interpretarlas. En el pasado se les ha concedido
gran importancia, sobre todo al dar por sentado que a cada
región cerebral debía corresponderle un aspecto
cognitivo. Hoy sabemos que, aunque existan áreas
cerebrales especializadas en funciones concretas, los procesos
cognitivos se basan en la integración de varias redes
neurales, por lo que no resulta aconsejable asociar de forma
demasiado rígida funciones cognitivas a zonas cerebrales
específicas. (Además, no debería suponerse
que las actuales técnicas de elaboración de moldes
de la cavidad endocraneal son absolutamente fidedignas a la
verdadera imagen superficial del cerebro que en su día fue
alojado en dicha cavidad, puesto que hay que contar con las
deformaciones y erosiones acaecidas en la superficie craneana
interna del propio fósil a lo largo del tiempo que ha
permanecido en el yacimiento. En la página 119 del libro
Arqueología de la mente”, de Steven Mithen,
publicado en español en 1998 por la editorial
Crítica de Barcelona, España, se menciona estas
posibles eventualidades diciendo, en parte: “Nos tendremos
que contentar con analizar los moldes del interior de sus
cráneos fosilizados, confiando en que las protuberancias e
improntas de esos moldes reflejen las protuberancias e improntas
del cerebro de Homo habilis [lo cual aplica evidentemente a
cualquier tipo de cráneo fósil antropo

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24. mórfico]. Cuando menos se trata de un asunto
arriesgado, Recordemos que estos fósiles han permanecido
bajo tierra durante 2 millones de años [según las
hipótesis paleontológicas], y que con frecuencia se
han fosilizado bajo el peso de los sedimentos que se han ido
acumulando sobre ellos, Por lo tanto, es probable que las
protuberancias e improntas de estos moldes reflejen la estructura
del cerebro, pero también las contusiones y deformaciones
producidas a lo largo de todo el proceso de
fosilización”. Por otra parte, el Instituto
Argentino de Buceo conserva un artículo a fecha de hoy
[26-11-2012] en su sitio de Internet, que dice parcialmente lo
siguiente: “Muchos cetáceos tienen cerebros
relativamente grandes y complejos pero ¿son por ello
inteligentes? Incluso en los seres humanos 'inteligencia' es un
término muy confuso. Se la suele relacionar con la
capacidad de aprender, de conocer y de analizar utilizando la
razón y el juicio. Para contestar esa pregunta no
sólo se han examinado pruebas de comportamiento sino
también las estructuras del sistema nervioso. La simple
comparación del cerebro de un delfín y un humano
nos hace sospechar del elevado nivel intelectual del
cetáceo. No sólo el cerebro de éste es
superior, en proporción al tamaño corporal, que el
del hombre, sino que también presenta una mayor
complejidad. Así el córtex, capa cerebral donde
residen las más altas facultades intelectuales, parece ser
más extenso y con mayor complicación de
circunvoluciones, siendo su número al menos el doble.
Además la cantidad de neuronas es al menos un cincuenta
por ciento mayor en el delfín. Algunos especialistas
opinan que estos animales podrían poseer un intelecto
mayor al del humano pero definitivamente distinto”). […]
El cerebro del hombre moderno posee una forma particularmente
esférica, debida, sobre todo, a la geometría de sus
áreas parietales. Esta diferencia con las especies
extintas no obedece a un proceso gradual, sino que resulta
exclusiva de nuestra especie. Tampoco puede explicarse a partir
del proceso de encefalización, ya que los neandertales
poseían un cerebro incluso más grande que el
nuestro, sin embargo, no exhibía dicha geometría
globular. […] El cerebro es el órgano más
complejo que conocemos. […] Sin embargo, aún
desconocemos su biología. Pero, sobre todo, ignoramos los
procesos cerebrales a partir de los cuales emerge la mente. Los
términos “cognición” e
“inteligencia” siguen resultando difíciles de
definir, y los intentos por cuantificar y describir sus
variaciones se han mostrado tan necesarios y útiles como
poco resolutivos. En el estudio de la (supuesta) evolución
del cerebro, sólo un enfoque multidisciplinar puede
ofrecer hipótesis completas e interesantes (No cabe duda
de que el complejismo superlativo es lo que se cierne sobre las
expectativas investigadoras de los teóricos evolucionistas
y, a diferencia de antaño, hoy aceptan perfectamente ese
nuevo enfoque criteriológico no reduccionista. La pregunta
pertinente es: ¿Cuánta dosis de complejismo les
hará falta admitir, pues, para que de una vez por todas se
inclinen ante la evidencia del diseño
inteligente?)». Cac-12. Mientras que el neandertal europeo
se adaptaba a las condiciones frías de Europa y
alcanzó su fatídica desaparición, sus
contemporáneos en África (los H. erectus), que
vivían en un ambiente cálido, se hacían
aún más longilíneos y comenzaron a
evolucionar en la dirección del Homo sapiens moderno cuyos
primeros miembros aparecieron hace 100-70.000 años. Esta
evolución implicó entre otras
características la reducción de las diferencias
antropométricas morfo-sexuales con respecto a la talla y
el peso (varones 170 cm y 65 kg, y hembras 150 cm y 50 kg). Con
la evolución de los homínidos se va produciendo una
paulatina reducción del dimorfismo sexual gracias a un
incremento de los valores antropométricos de las hembras.
Los Homo sapiens arcaicos se caracterizaron por seguir
incrementando la duración temporal de las etapas
postnatales tempranas (pre-reproductiva) hasta la madurez sexual.
Esto ha hecho que los humanos mostremos una fase fetal final
(tres últimos meses) destinados fundamentalmente al
desarrollo del cerebro y otras estructuras neurales en detrimento
del desarrollo somático. Además, se calcula que
durante los 5 primeros años de la vida postnatal se
produce un desarrollo diferencial entre las partes neurales y las
somáticas de nuestro organismo, de tal manera que al
finalizar este periodo el sistema nervioso ha alcanzado un
desarrollo morfológico que asegura el posterior desarrollo
funcional.

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25. Respecto a su longevidad, se ha postulado que la longevidad
máxima de esta especie no superaba los 40 años,
aunque la esperanza de vida se alargaba al irse produciendo una
mejora en las condiciones de su existencia (reducción de
la mortalidad infantil, mejora e incremento en la diversidad de
nutrientes aportados por la alimentación, existencia de
“curanderos” versados en el arte de sanar,
cooperación social, etc.). Estos aspectos, o como
consecuencia de ello, fueron determinando que la relación
entre hembras y varones al nacer se acercara a 2. De esta manera
la poligamia necesaria en las etapas anteriores (4 hembras por
varón) para seguir perpetuando la especie, ahora ya se
veía reducida de forma notable y paulatinamente nos vamos
acercando a grupos monogámicos, pues la tendencia una-uno
(hembra-varón) se siguió continuando hasta las
cifras actuales. Esta reducción en la relación
hembras/varones determinó la paulatina aparición de
grupos monogámicos, lo que facilitó la
selección de los cuidados a un solo miembro de la pareja
por parte de los varones (aprovisionamiento, atenciones, etc.),
lo cual se cree que socialmente llevó a un incremento de
la esperanza de vida de los sapiens (Crews y Gerber, 2003). NOTA:
Según la Wikipedia, el “Homo sapiens arcaico”
también se llama “humano arcaico” o
“pre-sapiens”, y aglutina a un cierto número
de especies de Homo que aún no son considerados
anatómicamente modernos por los evolucionistas. Se dice
que poseen hasta 600 mil años de antigüedad y tienen
un tamaño cerebral cercano al de los humanos modernos. El
antropólogo Robin Dunbar cree que es en esta etapa
prehistórica, perteneciente al hombre arcaico, cuando
aparece el lenguaje humano. La filiación de estos
individuos dentro de nuestro género resulta bastante
controvertida. Entre los humanos arcaicos están
considerados los siguientes especímenes: Homo
heidelbergensis, Homo rhodesiensis, Homo neanderthalensis y, a
veces, Homo antecessor; en 2010 se ha añadido a
éstos el denominado “hombre de Denisova”, y en
2012 el denominado “hombre del ciervo rojo” en China.
Ya que no son tenidos por sapiens por algunos especialistas,
ciertos teóricos prefieren llamarlos simplemente
“arcaicos” antes que “Homo sapiens
arcaico”. El Atlas de la Creación (Harun Yahya),
volumen 1, páginas 678 y 679, comenta en cuanto al
“Homo Rudolfensis”: «El término Homo
rudolfensis es el nombre dado a unos pocos fragmentos
fósiles desenterrados en 1972. Se los llamó
así porque fueron encontrados cerca del lago Rudolf en
Kenya. La mayoría de los paleoantropólogos aceptan
que dichos fósiles no pertenecían a una especie
distinta y no se distinguían para nada del Homo habilis.
Richard Leakey, quien desenterró los fragmentos,
presentó el cráneo –al que se denominó
"KNM-ER 1470" y se le consideró una edad de 2'8 millones
de años– y dijo que era el más grande
descubrimiento en la historia de la antropología.
Según Leakey, esta criatura, que tenía un volumen
craneal pequeño como el Australopiteco y rostro humano
similar al nuestro, era el eslabón perdido entre el
Australopiteco y el ser humano. Así y todo, poco tiempo
después se iba a comprender que el rostro tipo humano del
cráneo KNM-ER 1470, que apareció frecuentemente en
la tapa de las revistas científicas, era el resultado de
un ensamblado anormal de los fragmentos hallados, cosa que pudo
ser deliberada. El profesor Tim Bromage hizo estudios sobre la
anatomía del rostro e informó lo siguiente con la
ayuda de simulación por computadora en 1992: “Cuando
(el KNM-ER 1470) fue reconstruido por primera vez, la frente fue
ajustada al cráneo en una posición casi vertical,
de manera muy parecida a la que exhiben los rostros planos
humanos modernos. Pero estudios recientes de las relaciones
anatómicas muestran que en vida el rostro debe haber
sobresalido considerablemente, dándole un aspecto de mono,
como los rostros de los Australopitecos”. El
paleoantropólogo evolucionista J.E. Cronin dice lo
siguiente al respecto: “… su rostro vigoroso, la clivus
nasoalveolar achatada (recordando los rostros cóncavos de
los australopitecinos), la reducida amplitud craneal
máxima (en los temporales), el canino pronunciado y los
grandes molares (como lo indican los restos de las
raíces), son todos rasgos relativamente primitivos que
emparentan (coligan) el ejemplar con miembros del taxon
Australopiteco africanus”. C. Loring Brace de la
Universidad de Michigan llegó a la misma conclusión
como resultado de los análisis que hizo sobre la
estructura maxilar y los dientes del cráneo 1470 y dijo
que el tamaño del paladar y

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26. la expansión del área que contenía los
molares exhibían que ER 1470 tenía exactamente el
rostro y los dientes del Australopiteco. El profesor Alan Walker,
paleoantropólogo de la Universidad John Hopkins, quien
había investigado tanto como Leakey, mantiene que esta
criatura no debería ser clasificada como un miembro de
"Homo", es decir, como una especie humana, sino incluida en el
género Australopiteco. En resumen, las clasificaciones
como Homo habilis u Homo rudolfensis, presentadas como
vínculos transitorios entre los australopitecinos y el
Homo erectus, son totalmente imaginarias. Muchos investigadores
de la actualidad han confirmado que esas criaturas son miembros
de la serie Australopiteco. Todos sus rasgos anatómicos
revelan que ambas son especies de monos. Además, este
hecho fue establecido por Bernard Wood y Mark Collard,
antropólogos evolucionistas que publicaron una
investigación en la revista Science en 1999. Explicaron
que los grupos taxonómicos Homo habilis y Homo rudolfensis
(cráneo 1470) son imaginarios y que los fósiles
asignados a esas categorías deberían ser
considerados en el género Australopiteco:
“Más recientemente, sobre la base de la medida
absoluta del cerebro, de inferencias sobre la capacidad
idiomática y formación de la mano y la
explicación o interpretación de acciones pasadas
acerca de su habilidad para modelar herramientas de piedra, se
han asignado a Homo algunas especies fósiles. Con muy
pocas excepciones, la definición y uso del género
en lo que hace a la evolución humana y a la
demarcación de Homo, han sido tratados como si no hubiese
ningún problema. Pero… datos recientes, nuevas
interpretaciones de la evidencia existente y la limitación
de los registros paleoantropológicos invalidan los
criterios existentes, de atribuir un grupo taxonómico al
Homo. … En la práctica, especies fósiles
homínidas son asignadas a Homo sobre la base de uno o
más de cuatro criterios… Sin embargo, ahora resulta
evidente que ninguno de esos criterios es satisfactorio. El
Rubicón (o punto de no retorno) cerebral es
problemático porque la capacidad cerebral absoluta es
cuestionable en lo que hace a la biología. Del mismo modo,
hay evidencias que fuerzan a considerar que la función de
comunicación oral (lenguaje) no puede ser inferida con
precisión de la apariencia general del cerebro y que las
partes de éste relacionadas con el lenguaje no
están bien localizadas, como lo daban a entender estudios
anteriores… En otras palabras, el género Homo no resulta
bueno si se le asignan los hipodigmos de Homo habilis y Homo
rudolfensis. De ese modo, Homo habilis y Homo rudolfen sis (u
Homo habilis en el sentido lato para quienes no suscriben la
subdivisión taxonómica de “primeros
Homos”) deberían ser removidos de (la
categoría) Homo. La alternativa taxonómica obvia,
que es transferir uno o ambos del grupo taxonómico a uno
de los primeros géneros homínidos existentes,
también tiene sus problemas, pero nosotros recomendamos,
por ahora, que Homo habilis y Homo rudolfensis sean transferidos
al género Australopiteco”. La conclusión de
Wood y Collard corrobora lo que hemos mantenido aquí: en
la historia no existen “los antecesores de los humanos
primitivos”. Las criaturas que, se supone, lo
serían, se trata en realidad de monos que deberían
ser asignados al género Australopiteco. Los restos
estudiados muestran que no hay ningún vínculo entre
estos monos extintos y el Homo, es decir, la especie humana, que
aparece repentinamente en los registros fósiles.
Según el caprichoso esquema sugerido por los
evolucionistas, la evolución del género Homo es la
siguiente: Primero, el Homo erectus; luego el llamado Homo
sapiens arcaico y el Neandertal (Homo sapiens neandertalis); y
finalmente el Hombre de Cromañón. De todos modos,
ese tipo de clasificaciones son en realidad variaciones de una
raza única en la familia humana. La diferencia entre ellos
no es más grande que la diferencia entre un esquimal y un
africano o un pigmeo y un europeo». El mismo Atlas, volumen
1, página 684, añade: «El Homo sapiens
arcaico es el último paso antes del ser humano
contemporáneo en el esquema evolucionista imaginario. En
realidad, los evolucionistas no tienen mucho que decir acerca de
esos fósiles, dado que las diferencias entre
aquéllos y los seres humanos actuales son mínimas.
Incluso, algunos investigadores dicen que aún viven
representantes de esa raza y señalan a los nativos de
Australia como un ejemplo. Éstos, igual que el Homo
sapiens (arcaico), también tienen un grueso saliente en
las cejas, una estructura maxilar inclinada hacia adentro y un
volumen craneal levemente más pequeño. El grupo
caracterizado como Homo heilderbergensis, en la literatura
evolucionista, es en realidad igual que el Homo sapiens arcaico.
La razón por la que se usan dos términos distintos
para definir el mismo tipo racial humano reside en las
diferencias entre los evolucionistas. Todos los fósiles
incluidos bajo la clasificación Homo heilderbergensis
sugieren que estas personas, que resultaban anatómicamente
muy similares a los europeos modernos, vivieron 500 mil e incluso
740 mil años antes, primero en Inglaterra y después
en España».

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27. Teniendo en cuenta, por tanto, la cuasi nula base real en la
que se apoya el Cac-12, sólo podemos calificarlo de pieza
literaria perteneciente a un fantasioso “culebrón
evolucionista”. Cac-13. Según la hipótesis
que podemos denominar “Salir de África”, los
Homo sapiens modernos evolucionaron a partir de algunos Homo
sapiens arcaicos que se originaron en África (130-120.000
años en el pasado) y hace unos 90.000 iniciaron la segunda
emigración de África, ésta llena de
éxito, como lo muestran los resultados, y la cual
colonizó Asia (68.000 años atrás), Australia
(50.000 años en el pasado), Europa (36.000 años
atrás) y América (15.000 años atrás).
De particular importancia es la colonización de Australia,
pues se sabe que esta isla continente nunca estuvo unida a Asia,
lo cual infiere un gran desarrollo intelectual de los sapiens,
pues hizo falta la construcción de “balsas” y
ciertos conocimientos de navegación de un número
importante de elementos que aseguraran la procreación y
reproducción de la especie. Esta hipótesis de
“Salir de África”, que como hemos visto
postula un origen común (para los humanos actuales) de un
ancestro africano, se ha visto reforzada al aplicarse las nuevas
técnicas de análisis del ADN mitocondrial (ADN mt),
que se transmite de forma matrilineal. Estos estudios han
mostrado que todos los miembros contemporá neos de la
humanidad hemos tenido un antepasado común en
África (Watson et al., 1997). En Europa, los primeros
sapiens modernos llegados de África se denominaron
Cromañón y fueron coetáneos de los
últimos Neandertales, aunque, tal y como muestran los
estudios genéticos (ADN mt), no hubo “cruces”
entre ambas poblaciones (Currat y Excoffier, 2004). Otra
hipótesis que trata de explicar la desaparición de

Partes: 1, 2, 3
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