Al
garete
El tiempo, una enorme caja
vacía.
la vida, un océano
infinito
sobre cuyas aguas amorfas
navego a la deriva.
Las horas, que a veces son tan
raudas
que apenas si se sienten,
son ahora una mole tan pesada
que sobre el asfalto blando las ideas
hienden
y me arrastran inexorables
hacia no sé qué
playa.
La existencia es una avenida
demasiado ancha y desierta.
Un traje sin medida
que me queda mal
porque me queda grande;
me sobra la sisa de las
horas,
la manga de la energía me queda
larga.
Se abrochan en el ocio los botones
aburridos
en la soledad, castigo
inmerecido.
Los ojos se abren
desmesurados
ante el paisaje que la mente
muestra
ante la imaginación explicadora
de todo;
trabaja y trabaja como araña
laboriosa.
Cada instante es un pequeño punto
cromo
que se entreteje con millones
formando imágenes
multitudinarias
y yo sigo sola conmigo.
Creación
Suspendidos en el hilo de un
instante,
Atrapados en el hueco del
presente
Tenemos el ahora
instantáneo
Para quedar tejidos al
recuerdo
Desamor
Negras baten, negras baten
las alas negras en la noche
negra;
Negro el antifaz, negra la
capa,
como pluma de cuervo, así de
negros.
La luz de las pupilas apagan
negros,
abanican el alma con su soplo
helado
Y entumecen la sangre en el
corazón.
El grito no sale de la
garganta,
su eco resuena en el
interior.
Alarido punzante estrangulado de
negro
por hilo negro de desamor.
Dolor
Están gimiendo las
bordonas,
suenan las notas más graves del
teclado,
los acordes más roncos del
bandoneón y del órgano,
tañen a luto las
campanas
en el submundo de Hades;
vibra de escalofrío el
universo.
Con una aguja de crochet
he tenido que entresacar
las ideas de la gelatina del
cerebro
y acompasando los sollozos,
mi pluma ha escrito todo eso
que he llamado "sin
título".
¡Qué importa si no tiene
título!
Hay gente que dice
que vivo en el pasado;
no pude con el monstruo;
me enredó en su maraña
viscosa
y destrozó lo más puro con
su maldad.
Uno trata de veras
de mirar para adelante
y abrir horizontes de luz tras la
borrasca,
pero el estómago sigue
revuelto
y, de tanto en tanto,
entre la luz de un hallazgo
y la melodía de una
canción
se presenta un vómito,
o del grano que crece en la
sombra
brota un chorro de pus.
No todo es alegría,
proporción y belleza.
Sobre todo cuando,
aunque se trate de andar
dignamente,
tiran del cabello los
recuerdos
cada vez mejor hilados
porque la mente trabaja
en varios planos
simultáneos,
y no por hacer poesía o
canto
deja de armar el puzzle
de esos fantasmas que se creían
olvidados.
¿Cómo puede alguien
cultivar los jardines del frente
si a la hora del almuerzo no hay
hortalizas
ni frutales en el fondo
malogrados por sequía,
inundaciones y plagas,
y esa tierra yerma le recuerda a cada
instante
la devastación?
Acaso el poeta es alquimista
y su talento trasmuta
el horror en alegría,
o lo pútrido en fragantes
prados
donde pacen sus rebaños de
poemas.
Quizás este agricultor del
alma
sepa manejar la paradoja,
los ciclos que rigen todas las
cosas,
y con el polvo de la bosta haga
pigmentos
y combine las tinieblas con
lumínicos matices
y modele bellas formas
con excrementos nauseabundos.
Consista su labor
en trabajar con los despojos que han
quedado,
con telarañas y
remiendos,
o los añicos de un
espejo,
e inventar con todo ello un
espantajo
que cause admiración.
¿No es el volcán
fulgúreo
de rugir abrupto, grosero
y que estremece,
con su candente vómito
que devasta y aniquila,
una imagen horrenda
de fantástico
esplendor?
Yo voy por la vida ataviada de
andrajos
ciñendo en mis sienes corona de
espinas
los pies ampollados, las manos
callosas,
pero quién no
querría
pisando una púrpura
alfombra
lucir figurines y joyas y
pieles
con la gracia que ando
mi garbo y glamour?
Vidas
ignoradas
Con tus ojos de acero de largo alcance y
tu gallarda figura,
dejaste un rizo de oro en un
poema
y un suspiro escapando de una boca
adolescente.
Ajustaste la faja bordada por aquel amor
puro
y partiste sin titubeos a juntarte a los
rebeldes,
hacia el peligro inminente.
Dieciséis años, un nudo en
la garganta
y el sepulcro de tu madre atrás,
yacente.
Era mejor la muerte que aquel
duelo,
perderse en el fragor de la
batalla,
descargar las pasiones
revueltas
y emprender esa especie de
epopeya
de las gestas patrias con tu primo
Orestes;
connotación trágica de la
remota Grecia
que agorera la mano del
destino
haría realidad: echada estaba la
suerte.
Se opuso la hebilla a la bala
y luego de días de tormentos
fantasmales
a la grupa del caballo y ardiendo en
fiebre
volviste al campamento y a la
vida
y se abrieron tus ojos, los ojos de un
valiente.
Más tarde sabrías que por
salvarte,
había sucumbido
Orestes;
Una bala cobarde por la espalda al
socorrerte
lo había subido al corcel negro
de la muerte.
Y tu, de inexperto jovenzuelo
saliste de la guerra
alférez.
Pero ¡qué importaba
eso!
Solo y sin guía, tu paso te
llevó
por las calles ciudadanas,
empedrado que despertaba al
900.
Y seguiste estudios y más
estudios
Pero la mente volaba con otros
sueños
quizás buscando refugio o
consuelo,
siempre anclada a los amargos
recuerdos.
Solo muy solo, con un padre lejano y
frío,
un hermano menor que huyó sin
norte fijo,
un primo en el combate
muerto.
Te metías en esas clases que eran
tu refugio,
y un día en Buenos Aires y otro
en Montevideo,
periodista de turno y a exámenes
abierto
fuiste haciendo tu camino,
un camino involuntario hacia el
Derecho.
Coqueteaste con las letras y hasta
fuiste experto
en la prosa castellana, el teatro y el
verso.
Dictaste clases y como sin querer
queriendo
terminaste notariado y sin
esfuerzo
seguiste lidiando con las
leyes,
con sus vueltas, doctrina,
jurisprudencia
con el francés como segunda
lengua,
defendiste pleitos perdidos y ganaste
los pleitos y fama,
forjando huestes de amigos y
alternando
en ambientes selectos; vitalicio en el
Jockey Club
noches de carolina, póker y
comilonas
placeres mundanos para olvidar las
penas
que como eran tan grandes te llevaron a
excesos.
Ya te habías casado, lo
harías dos veces,
tres serían con mi madre, pero el
elegir mujer
no era tu fuerte,
ni el hogar, ni los hijos,
ausencias prolongadas cumpliendo otros
deberes
que te exigían las carreras, la
fama, la suerte.
Sin olvidar el violín que
sabías de niño en la
estancia
fuiste hilvanando notas hasta llegar a
estrenar
en el teatro una opereta, exquisita
invitación antigua
que encontré en una caja jugando
de niña.
La ternura esquiva por la madre
ausente
Te empujó a buscar romances en
amores breves
quizá no más profundos que
los de tus mujeres.
Fue con la universidad tu unión
perenne;
Dos veces hiciste votos con
ella,
y resultó ser la madre que me
abrazó a mi también
en mi mala suerte; éramos dos
refugiados
en la magna casa de estudios.
Ella fue la fuente de mis más
altos anhelos
y un oasis para los tormentos
de los que tu no eras
conciente.
En conflicto con el mundo, sola con mis
teorías
aburrida de los bailes donde sonaban los
Beatles
que me encantaban, los demás
sólo bailaban
pero el tema era aburrido y yo
huía de afanosas manos
que buscaban otra cosa.
El estudio fue el refugio de mis
penas,
de mi soledad, del mundo
indiferente,
autoritario y machista
contra el que mi yo mujer se
rebelaba
elaborando teorías que resultaban
novedosas
y hasta parecía
inteligente.
Así fueron cayendo los
ídolos de barro,
todas las mentiras con las que siempre
me engañaron.
Y gracias a la salud de los
conocimientos universitarios
fui descubriendo un universo de
sólidas bases
para construir mis
sueños.
Cancelé mi matrimonio y
aprendí lo que es el amor,
aprendí a disfrutar de mi
cuerpo,
y llegando a ser mujer,
lentamente
fui comprendiendo lo que era ser
madre.
He escrito tanto
que ya las hojas de mis primeras
teorías
se perdieron en la vorágine de
las mareas de la vida.
Hoy, en mi pequeño recinto me he
construido un mundo
internándome en el
ciberespacio
investigando, buscando, encontrando y
armando temas
en formato DVD
o escribiendo como hago ahora
estos versos que deslizan mis creencias
y mi fe.
Quizás cuando me haya
ido
alguien mire, lea, piense
que existió una mujer que fue
contra la corriente,
que sabía que nació libre
aunque no se lo permitieran
y que para seguirlo siendo dejó
jirones de sí por el camino
porque los que más quiso no la
comprendieron
porque los que dijeron quererla no la
supieron querer
porque fue la ilustre desconocida de sus
seres más allegados.
En esas amarguras se le fue el
tiempo
y llegó tarde para enseñar
lo que aprendió
de la vida, de la cultura, del
amor
pero nunca claudicó, y a su modo
silencioso
practicó sin alardes sus
convicciones.
Autor:
Esperanza Cibils Balbis
Diciembre 2012