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Por qué los ricos son más ricos en los países pobres



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Prólogo
  3. Algunos conceptos previos
  4. Las
    supuestas bondades de la libertad del
    comercio
  5. Las
    viejas teorías de David Ricardo
  6. La
    paradoja competitiva del modelo ricardiano
  7. El
    gran desengaño librecambista
  8. Las
    instituciones financieras internacionales
  9. Internacionalización y tradición
    liberal
  10. Las
    empresas multinacionales y el comercio
    internacional
  11. Las
    naciones del mundo ante el nuevo orden
  12. La
    globalización y el euro
  13. La
    tasa Tobin. ¿Una incipiente solución para el
    futuro?
  14. Un
    ejemplo relevante: la situación de los frutos secos
    españoles ante el comercio mundial
  15. Conclusión
  16. Resumen y consideraciones
    finales
  17. Bibliografía

Introducción

Globalización económica es un
término que va de la mano de la palabra
integración, de países, regiones, mercados,
economías, costumbres, culturas, etc. Se trata de un
proceso que se observa a nivel mundial.

Hoy en día, este proceso está
acompañado también de disposiciones de orden
político y cultural que conforman en el escenario mundial,
una nueva definición de los papeles que cumplen los
gobiernos, Estados, empresas, organizaciones no gubernamentales
Se ha adueñado de los grandes foros de discusión,
de muchas calles y plazas de las ciudades donde se reúnen,
periódicamente, los responsables financieros del orden
mundial. En realidad, dichas manifestaciones pueden ser frutos
amargos del desengaño que han provocado, en el Primer
Mundo, los partidos políticos, probablemente cada vez
más anquilosados y burocratizados.

Prólogo

La globalización consiste en que circulen
libremente por todo el mundo cinco cosas, las mismas para todos:
información, mercancías, capitales,
tecnologías y personas. La globalización es, en
definitiva, la nueva fase del desarrollo capitalista que llamamos
"el sistema capitalista globalizado de libre mercado". En
palabras del profesor catalán de la Universidad de
Columbia Xavier Sala

Es importante, en este punto, citar también a
Susan George, cuyo Informe Lugano al cual también se
refiere el autor del libro ha tenido una gran difusión,
demostración de la preocupación e interés
existente en nuestra sociedad por estos temas, que dice que "el
capitalismo no es el estado natural de la humanidad; por el
contrario, es un producto del ingenio humano acumulativo, una
construcción social y, como tal, quizá el invento
colectivo más brillante de toda la historia", para
añadir más adelante que "la aspiración al
bienestar material, aquí y ahora, ha resultado ser
más poderosa (por no decir más veraz) que las
promesas del comunismo o de la religión, que aplazan la
gratificación a un radiante futuro indeterminado o a la
otra vida".

Pero como cualquier obra humana, tampoco el capitalismo
en su fase de globalización es perfecto, siendo una de sus
mayores deficiencias el hecho de que ha ensanchado las
diferencias y, por lo tanto, las desigualdades existentes tanto
entre las personas de un mismo país como entre diferentes
grupos de países, concretamente con el continente
africano, cuya problemática consecuente de la
inmigración está causando graves quebraderos de
cabeza a las autoridades de nuestro país, así como
plantea a la sociedad uno de los problemas más importantes
de nuestros días. De ello también se habla en el
libro. La generación de una mayor desigualdad es una
consecuencia constante del progreso en cualquier orden, ya que,
al producirse, sus beneficios no pueden ser disfrutados por todos
por igual, y mucho menos al mismo tiempo.

El capitalismo está basado en la libertad de
mercado y en la no intervención para no entorpecer y
estorbar la acción de la "mano invisible" que conduce al
desarrollo económico, basándose en la competencia y
en la iniciativa privada. Esta no intervención dificulta
las acciones correctoras de las diferencias, desigualdades y
discriminaciones que ocasiona. Pero es un hecho aceptado que las
economías desreguladas y competitivas, al mismo tiempo que
benefician a muchos, benefician sobre todo al sector superior.
Ésta es una de las razones de que, según se indica
en el Informe Lugano antes citado, "los perdedores son
invariablemente desestabilizadores para el sistema imperante o
dominante. La protesta organizada o difusa contra las
desigualdades debe ser tomada en serio… y la gran paradoja
es que, para que sea realmente libre el mercado, necesita
restricciones, pero lo difícil es ponernos de acuerdo en
cuáles".

Por otra parte, cabe también señalar que
la naturaleza de la distribución de los ingresos es
crucial para el bienestar, a largo plazo, del sistema. Esto ya lo
intuía Henry Ford cuando pronunció aquella famosa
frase: "paga a tus trabajadores lo suficiente como para que
puedan comprar tus coches".

Toda esta problemática se ve acentuada por una
serie de circunstancias nuevas:

  • El crecimiento tan importante, en los últimos
    años, de la población a nivel mundial, que ha
    hecho que ésta se duplicara desde el año 1970,
    en que era de 3.000 millones, a los 6.000 con que hemos
    empezado el siglo XXI.. Este crecimiento es consecuencia, en
    gran manera, de los avances en el campo de la medicina, que
    han propiciado, por una parte, la disminución de la
    mortalidad infantil y, por la otra, el alargamiento de la
    vida.

En este sentido cabe recordar que la esperanza de vida
en España, a comienzos del siglo XX, superaba ligeramente
los 40 años de edad, mientras que al finalizar dicho siglo
se estaba acercando a los 80 años.

  • Gran aumento de la producción: en la
    actualidad, el mundo produce, en menos de dos semanas, el
    equivalente a la producción física del
    año 1900. La producción, en los últimos
    tiempos, se ha duplicado cada 25 ó 30 años. El
    problema es la distribución de esta riqueza generada y
    la necesidad de distinguir entre "crecimiento" y "bienestar".
    Tampoco hay que desdeñar el impacto que este
    importante crecimiento tiene en el entorno
    ecológico.

  • Gran avance en el campo de las tecnologías de
    la información y de la telecomunicación (TIC):
    La capacidad de proceso y de comunicación han
    aumentado en gran medida, lo que ha propiciado la
    globalización, al compartir la información
    existente en cualquier parte del planeta y poder ofrecer
    cualquier producto en cualquier país. Es quizás
    en los mercados financieros donde resulta más evidente
    su integración global al haberse abolido, de hecho,
    las diferentes fronteras entre mercados que antes estaban
    separados: actualmente, cualquier persona que actúe en
    los mercados financieros no puede limitarse a observar un
    solo mercado, por importante que sea, como Wall Street, sino
    que si quiere tener alguna oportunidad de interpretar su
    evolución con éxito, no puede ignorar lo que
    pase en Japón, Londres, etc. La última fase de
    esta nueva etapa, que será la del comercio
    electrónico, justo acaba de empezar.

Y ya en el campo tecnológico, también el
verano del 2001 ha sido testigo del anuncio, por parte de IBM,
del descubrimiento de un nuevo chip 100.000 veces más
pequeño que un cabello humano. Este avance abre el camino
para fabricar microprocesadores para ordenadores mucho más
pequeños que los actuales, que permitan construir aparatos
de menor tamaño, pero también más potentes y
que consuman menos energía. La información
facilitada por los medios de comunicación indicaba que
este chip está elaborado a partir de nanotubos de carbono,
es decir, moléculas de este elemento de forma
cilíndrica, que actúan como semiconductores.
Según los responsables de la citada empresa, estos
nanotubos son los principales candidatos a sustituir, en el
futuro, a los chips de silicio actuales, que están rozando
ya el límite máximo de
miniaturización.

En este sentido, es importante constatar que, desde que
en 1985 la empresa americana Intel lanzó su
microprocesador 386, el número de transistores
introducidos dentro de un chip de silicio se ha multiplicado por
152. Así pues, la industria informática ha seguido,
en las últimas décadas, una progresión
constante en cuanto a la capacidad de los chips, que, como
anticipó Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, se
ha conseguido doblar cada 18 meses el número de
semiconductores y otros componentes dentro de un chip,
habiéndose respetado esta progresión desde el
año 1965 hasta nuestros días.

Como notaba el profesor Sala, al que he hecho antes
referencia, la globalización no ha eliminado lo local o
regional sino que, en algunos casos, lo ha potenciado e incluso,
en otros, ha posibilitado su expansión. Si ponemos como
ejemplo el caso de la gastronomía, la globalización
ha posibilitado que en Barcelona podemos disfrutar actualmente de
la cocina japonesa, de las típicas hamburguesas
americanas, de la cocina francesa o italiana o china, etc.,
además de nuestra tradicional cocina catalana. Como
consecuencia de la globalización, ahora cuando viajamos es
difícil encontrar algo que comprar y con lo que
sorprender, con el ánimo de obsequiar a nuestros amigos o
familiares: la mayoría de las cosas que valen la pena ya
están en algún comercio de nuestra ciudad. Esto es
lo que me pasó cuando -ilusionado- compré una
hamaca de vistosos colores en aquella ciudad del Amazonas que se
llama Iquitos, a la que no se puede acceder por carretera,
sólo navegando por el Amazonas o en avión. Pues
bien, al cabo de unos días de llegar a Barcelona, y por
casualidad, vi en una tienda del Eixample en la que
vendían objetos de decoración de la zona andina-
una hamaca exactamente igual a aquella que tan contento
había transportado yo a lo largo de miles de
kilómetros hasta mi casa. Lo mismo pasa con los quesos o
vinos franceses, los chocolates o bombones belgas, el sake
japonés, la ropa americana o inglesa, etc.

Y ya que hemos hablado de Iquitos, viene a cuento
recordar que, precisamente en esta ciudad y, aunque se halla
completamente rodeada por la tupida selva amazónica,
encontramos allí un ejemplo ilustrativo de las negativas
consecuencias de la globalización que esta ciudad
sufrió ya a mediados del siglo XX cuando, por
circunstancias de mercado, se fue abandonando la
producción del caucho en aquella zona, pues no se
podía competir con las producciones que estaban llegando
al mercado desde Asia. Se conservan en Iquitos casas y otras
construcciones abandonadas que muestran el esplendor de aquella
época que ya pasó. Es un ejemplo más de los
problemas ocasionados por el fenómeno de la
globalización, ya en aquellos tiempos.

Evidentemente que, con el tiempo y por los motivos antes
mencionados, las consecuencias, tanto negativas como positivas,
se han ido acentuando hasta la fecha. Para centrarnos en casos
más actuales, haremos referencia al hecho de que Tanzania
tuvo que retirar el año pasado 40 millones de litros de su
leche porque las estanterías de sus tiendas estaban llenas
de leche holandesa, más barata, subvencionada por la
Unión Europea. Parece lógico que el camino a seguir
fuera que no subvencionáramos la leche europea para que
compitiera con la de Tanzania y los habitantes de este
país consumieran su propia leche. Pero, de hecho, caemos
en contradicciones más flagrantes como los aranceles que
Europa y Estados Unidos aplican sobre las producciones de algunos
países en desarrollo que dificultan que éstos
puedan ser competitivos y así desarrollar, por sus propios
medios, sus economías.

Todas las ventajas de la globalización no pueden
compensar los grandes desequilibrios que ha generado, que
podrían, en última instancia, poner en peligro la
propia existencia del sistema. Un sistema que está basado
en la libertad, pero que necesita unas limitaciones. Lo
difícil es ponernos de acuerdo en cuáles deben ser
dichas limitaciones, y son las diferentes opciones
políticas las que nos tienen que presentar las propuestas
que -nosotros, los ciudadanos- podamos votar para que se
introduzcan estos elementos correctores al libre mercado, que
avanza a gran velocidad y un tanto desbocado.

La primera baza, en este sentido, la ha empezado a jugar
el primer ministro francés Lionel Jospin que ha empezado a
enfilar la carrera electoral para la presidencia de la
república proclamando la necesidad de la
implantación de la tasa Tobin, para ganarse el favor de la
creciente influencia de los grupos antiglobalización. Esta
tasa, ideada por el Nobel de Economía del mismo nombre y a
la que se refiere extensamente este libro, prevé un
gravamen del 0,1% sobre las transacciones de divisas en los
mercados de cambios. El objetivo perseguido con esta tasa es el
de frenar la especulación, además de que
serviría para financiar el desarrollo mundial. Jospin
anunció esta propuesta al mismo tiempo que decía
que es absolutamente necesario que los estados, las
organizaciones no gubernamentales y los organismos
internacionales establezcan los nuevos términos de esta
globalización.

También ha irrumpido en la política
catalana el debate de la globalización. Al hilo del
interés que este asunto suscita en la izquierda europea,
formaciones políticas de izquierdas se han sentido
igualmente en la obligación de abordarlo. Concretamente,
el líder del PSC Pascual Maragall se ha dirigido ya al
presidente del Parlament de Catalunya para que la cámara
catalana canalice el debate sobre la violencia ligada a las
protestas antiglobalización. Maragall parte de la base de
que, si no se alcanza un acuerdo tácito entre la sociedad
en general, sus representantes institucionales y los sectores
antiglobalización, el enfrentamiento será
inevitable. Según el presidente de los socialistas
catalanes, cuando las partes se radicalizan, la violencia se
vuelve más atractiva, tanto para los jóvenes
antiglobalización como para los defensores de la
globalización, entendida ésta como un
fenómeno desregulador, ultraliberal y sin control
democrático.

Esta violencia tomó su forma más cruel en
el atentado a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001.
Cuando millones de personas de todo el mundo estábamos
mirando la televisión tratando de entender la tragedia
que, aunque estábamos viendo en directo no
acabábamos de creer, a parte de otras motivaciones
políticas, se estaba produciendo una reacción
contra este proceso de globalización por parte de un grupo
que quiere mantenerse cerrado, aislado e impenetrable a este
fenómeno, tratando de preservar, por todos los medios, sus
propias peculiaridades, por lo que renuncia a participar en este
proceso.

Estoy seguro que las reflexiones efectuadas, en este
sentido, por José Mª Franquet en el libro que
presentamos, nos servirán no sólo para entender
mejor por dónde vamos y los peligros que nos acechan, sino
que además nos darán las claves para vislumbrar
algunas de las soluciones que tanto se necesitan, todo ello
apoyado tanto en sus conocimientos técnicos como en el
pragmatismo político que, a lo largo de su carrera, ha
demostrado sobradamente.

Algunos conceptos
previos

La idea definitoria de la
"globalización económica"

En los últimos tiempos, el debate sobre la
"internacionalización de la economía" o, más
propiamente, acerca de la "globalización económica"
se ha adueñado de los grandes foros de discusión,
así como -mediante sonoras protestas de grupos dispares y
heterogéneos- de muchas calles y plazas de las ciudades
donde se reúnen, periódicamente, los responsables
financieros del orden mundial. En realidad, dichas
manifestaciones pueden ser frutos amargos del desengaño
que han provocado, en el Primer Mundo, los partidos
políticos, probablemente cada vez más anquilosados
y burocratizados. En menos de tres años, los actos de
protesta sobre situaciones diversas (exigencia de
protección y seguridad en el trabajo, higiene
pública, igualdad de condiciones laborales para la mujer,
protección a las minorías étnicas y al medio
ambiente, supresión de barreras arquitectónicas
para minusválidos, erradicación del analfabetismo)
configuran un largo rosario de incidentes, con grandes
daños materiales y alguna víctima mortal (por
ejemplo el joven Carlo Giuliani, de 23 años, a manos de un
carabinero siciliano de 20 años, en la ciudad italiana de
Génova). También se han organizado tumultuosas
manifestaciones con ocasión de las cumbres de los
representantes de los Estados más poderosos del planeta,
como es el caso de las reuniones del denominado G-8 (formado por
los Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia,
Reino Unido, Canadá y Rusia) o incluso de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE). Como, sin duda, recordarán
nuestros lectores, en la ya larga agenda de movilizaciones contra
la globalización económica se ha producido una
variopinta representación geográfica: Seattle (la
primera), Washington, Praga, Melbourne, Porto Alegre, Okinawa,
Niza, Davos, Quebec, Göteborg y Barcelona (ésta
última resultó abortada).

Esa resistencia hacia lo que se considera la
última manifestación del sistema capitalista, halla
su máximo fundamento en las crecientes desigualdades y la
pobreza imperante en extensas capas de la población
mundial, así como en la intención de suplir el
vacío sociopolítico existente entre la sociedad
civil y los organismos de poder transnacional, intentando llevar
a efecto una acción democrática de
transformación social que sea más próxima a
los intereses de la mayoría de la población. Lo
cierto es que en nombre de la eficiencia económica (la
eficacia al menor coste) se legitiman muchos atentados que
potencian la explotación humana y, sobre todo, la
infantil. Bajo el paraguas protector del libre mercado se
entorpece la verdadera competencia, se fomenta la
explotación comercial y se explotan hasta su agotamiento
ciertos recursos naturales, poniendo en peligro la sostenibilidad
del planeta (veamos, en este sentido, que las naciones más
contaminantes son precisamente las más reacias a limitar
sus emisiones tóxicas y también las más
convencidas defensoras de la globalización
económica). Contrariamente, no parece haber límites
para los negocios especulativos ni para el lock out o cierre de
empresas, mientras que se agravan los problemas de desempleo y se
acrecientan los beneficios fáciles obtenidos en los
mercados financieros. Por otra parte, su trascendencia para
nuestro país, muy particularmente en el comercio de los
productos agrícolas, no resulta en absoluto
desdeñable. En estos productos de primera necesidad,
así como en otros industriales, algunos grandes
países exportadores basan su fuerte competitividad en los
bajos costos de los inputs del proceso productivo, el bajo
esfuerzo fiscal, el escaso respeto medioambiental, la inexistente
necesidad de riego y, sobre todo, en los exiguos niveles
salariales de sus trabajadores.

Respecto a la idea de "globalidad", lo primero que
sorprende es su ambigüedad. Se tiene de ella la imagen de un
proceso nacido al calor de la actual corriente liberalizadora o
bien, a las puertas del siglo XXI, de una nueva fase del
capitalismo, la más salvaje, como dirían algunos.
Otras veces puede pensarse que se trata de una dinámica
constante en el tiempo e inscrita en un largo proceso de
acontecimientos históricos y que, por ejemplo, el mayor
proceso de globalización conocido tuvo lugar en el siglo
XVI, siendo liderado justamente por el Imperio español. Si
se consulta la amplia bibliografía existente sobre la
"economía global", llama poderosamente la atención
la ausencia de una definición rigurosa de este concepto
etéreo que inunda, para bien o para mal, todo nuestro
planeta en sus más importantes escenarios
económicos. Sólo se encontrarán, al
respecto, detalladas descripciones de un conjunto prolijo de
rasgos del actual sistema económico mundial. Parece como
si se esperara que, a partir de estas descripciones, el lector se
forme subjetivamente, por sí mismo, alguna idea más
o menos certera de lo que pueda ser una "economía
global".

Según Federico García Morales, en muchos
casos el concepto de "Globalización" parte
afirmándose como una realidad novísima que
habría venido a imponerse a toda otra realidad, realizando
sobre éstas una operación omnívora. A partir
de su trabajo digestivo, sólo queda "la
Globalización". La economía, las sociedades, los
sistemas políticos, la cultura sólo podrán
proseguir en adelante como campos sometidos a ella. En este
planteamiento se hace notar la influencia de corrientes como el
postmodernismo, con su anhelo de "presencia" y su doctrina
epistemológica 3 del "borrón y cuenta nueva". Una
vez establecida la "Globalización", ésta ya no
necesita justificarse: es, en sí misma, la
justificación de todo lo que llegue a ocurrir. Afirma el
mismo autor en "Los límites de la globalización",
que la inflación globalizante del capital tenía
también otros soportes que se revelarían pasajeros,
a saber:

  • El crecimiento del ahorro y de la inversión
    en zonas periféricas y su posterior
    carnavalización por el capital
    transnacional.

  • La recuperación de Europa y de
    Japón.

  • El desarrollo de las economías-burbuja (el
    propio Japón, el Sudeste Asiático).

  • La fase final de la Guerra Fría que
    siguió a la segunda guerra mundial, con su intensa
    carrera armamentista, que catapultó a los EEUU a su
    situación hegemónica en la postguerra
    fría..

  • Las ventajas obtenidas por los nuevos centros
    imperiales en el despojo de las zonas coloniales nuevas y
    viejas (Medio Oriente, Asia Central, África,
    América Latina).

  • La expansión de las nuevas tecnologías
    (informática y biotecnología
    molecular).

  • La explotación irrestricta y acelerada de los
    recursos naturales.

  • Las reformas en los corredores
    alimenticios.

  • La plena mercantilización del consumo de
    masas y su creciente concentración.

  • La acelerada concentración del capital
    industrial y del capital financiero, tanto en los centros
    como en las periferias.

  • La hegemonía transnacional a lo largo de todo
    lo que conlleva este proceso.

  • La creación de amplios aparatos
    supranacionales de vigilancia del comportamiento
    económico y financiero.

Pero si seguimos avanzando en el trabajo de la
inteligibilidad de un concepto muy amplio y complejo que no
termina de revelar por completo sus ambigüedades, y poniendo
de manifiesto el hecho de que, sobre todo, se trata – como su
propio nombre indica- de una construcción de relaciones
globales que convocan a diversos lineamientos de la acción
social, hasta el punto que en la elaboración del concepto
hay algo de politético -de construcción de muchos
significados que alternan su presencia en la descripción
del objeto- veremos que el uso cada vez más extenso del
término lo llega a ubicar en el nivel de los paradigmas
kuhnianos.

En este campo, muy pronto las definiciones se ven como
insuficientes y ceden el paso a caracterizaciones en donde se
distingue entre aquellos que muy habermasianamente 4, si es que
no metafísicamente, insisten en realzar la entrada en
operaciones de las novísimas redes comunicativas, y otro
sector que se preocupa básicamente por destacar el valor
determinante de las redes productivas, financieras y de consumo,
de tal modo que la "globalización" quede señalada
históricamente como un momento determinado del desarrollo
capitalista. En esta última tendencia, la
"globalización" viene a ser como una temática de
"la economía mundial", hasta el punto de que las crisis
económicas mundiales pueden ser descritas como "crisis de
la globalización". Unidos al primer sector están
quienes aceptan, como efecto inmediato, una globalización
que genera una gigantesca transformación política,
que suprime al marco nacional y estatal de las economías,
mientras en el segundo sector quedan ubicados los que miran con
más calma la relación existente entre la clase
empresarial y los estados nacionales. "…La globalización
ha beneficiado a algunos y ha marginado a los más… Como
la fuerza dominante que es en la última década del
siglo XX, la globalización ha dado forma a una nueva era
en la interacción entre naciones, economías y
pueblos. Pero también ha fragmentado los procesos
productivos, los mercados de trabajo, las entidades
políticas y las sociedades". El estudio agrega que las
ventajas y la competencia de los mercados globales sólo
podrán asegurarse si la globalización cobra "un
rostro humano".

"Tanto tiempo como la globalización sea dominada
por los aspectos económicos y por la expansión de
los mercados, estará limitando el desarrollo
humano…necesitaremos una nueva aproximación de los
gobiernos, una que preserve las ventajas ofrecidas por los
mercados globales y la competencia, pero que permita, al mismo
tiempo, que los recursos humanos, comunitarios y ambientales,
aseguren que la globalización trabaja para los pueblos y
no para las ganancias".

Pablo González Casanova, dice, por ejemplo:
…"Tenemos que pensar que la globalización es un proceso
de dominación y apropiación del mundo. La
dominación de estados y mercados, de sociedades y pueblos,
se ejerce en términos político-militares,
financiero-tecnológicos y socio-culturales. La
apropiación de los recursos naturales, la
apropiación de las riquezas y la apropiación del
excedente producido se realizan -desde la segunda mitad del siglo
XX- de una manera especial, en que el desarrollo
tecnológico y científico más avanzado se
combina con formas muy antiguas, incluso de origen animal, de
depredación, reparto y parasitismo, que hoy aparecen como
fenómenos de privatización,
desnacionalización, desregulación, con
transferencias, subsidios, exenciones, concesiones, y su
revés, hecho de privaciones, marginaciones, exclusiones,
depauperaciones que facilitan procesos macrosociales de
explotación de trabajadores y artesanos, hombres y
mujeres, niños y niñas. La globalización se
entiende de una manera superficial, es decir, engañosa, si
no se le vincula a los procesos de dominación y de
apropiación".

Un libro que aporta mucho al nuevo trabajo definitorio
que estamos intentando es el de John Saxe-Fernández 6. En
los artículos allí reunidos, se destaca una
visión de la globalización como "una
dimensión del proceso multisecular del capitalismo desde
sus orígenes mercantiles, en algunas ciudades de Europa en
los siglos XIV y XV". Y se le ve vinculado a un amplio conjunto
de factores económicos y sociales, que se lleva, como es
muy visible, actualmente dentro del marco de las economías
capitalistas. O más precisamente, en el marco de la
dominación imperialista. Es pues, un fenómeno
histórico; no ahistórico como pretenden sus
apologistas, que embriagan la globalización y la inflan en
paradigma de esta época. Y aquellas definiciones que no la
vinculan con el desarrollo capitalista vienen a ser sólo
una mistificación y pueden ser entonces analizadas, como
señala el propio Saxe-Fernández, "solamente en el
marco de la sociología del conocimiento", o sea, en el
contexto de la consideración de la globalización
como ideología.

Otro aspecto importante de anotar, es que la
globalización tiene también un matiz
ofensivo/defensivo. Es un proceso que más que unir,
divide, y geoestratégicamente viene a depositarse sobre
una desgarrada lucha por superar una profunda crisis que se viene
arrastrando, durante la última década, en medio de
una competencia cada vez más feroz por el reparto de las
ganancias y de los territorios. La globalización de tal
suerte concebida oculta posibilidades agravadas de conflictos
mayores. En este sentido, no es en absoluto portadora de mensajes
de paz, de democracia ni de progreso.

El término globalización fue propuesto por
Theodore Levitt en 1983 para designar una convergencia de los
mercados del mundo. "En todas partes se vende la misma cosa y de
la misma forma", escribió Levitt. Dicho de forma tan
absoluta, este aserto se me antoja irreal. El tipo de
convergencia referido existe y es significativa. Socialmente
puede ser referido a una gran parte de los productos que consumen
los sectores de ingresos medios del mundo. En alguna medida,
ocurre también con los sectores de altos ingresos. Los
mercados de bienes de capital, en cambio, se hallan bastante
segmentados y, desde luego, los inmensos espacios sociales
ocupados por los sectores pobres del todavía llamado
"Tercer Mundo", son casi enteramente mercados locales. Esta
realidad significa que sólo una fracción de la
demanda se globaliza.

Homogeneización normativa y estatuto
empresarial.

El debate actual de la mundialización
económica, probablemente, no es más que el viejo
dilema existente entre Estado y mercado, pero llevado ahora a
escala internacional. En su momento, se tuvo que establecer
qué papel debía tener el mercado en la
asignación eficiente de los recursos y hasta dónde
debía llegar la intervención estatal para asegurar
el viejo principio de la igualdad de oportunidades. En las
sociedades más industrializadas y avanzadas del mundo
occidental, estas dudas se resolvieron con la implantación
del modelo denominado del "Estado del Bienestar". Pues bien, este
mismo debate se halla ahora planteado a escala global por el
simple hecho de la integración de las economías y
el auge de las telecomunicaciones y de las tecnologías de
la información, pero con la dificultad añadida de
que, a nivel supranacional, no se dispone de ningún
contrapeso político y normativo que vigile este proceso de
globalización y corrija, de un modo justo y equitativo,
los peligrosos abusos que puedan derivarse del mismo.

De hecho, una de las mejores cosas que le pueden suceder
a un país subdesarrollado es el poder acceder a los
mercados proteccionistas de los países más
industrializados. Pero esta liberalización debe acarrear,
paralelamente, una regulación laboral, fiscal,
medioambiental y social, con reglas transparentes y no vinculadas
a un Estado u organización transnacional concretos. Y es
que la internacionalización de la economía ha ido
más deprisa -como suele acontecer también en otros
aspectos de la actividad humana- que su regulación y
control por parte de los poderes públicos
democráticamente escogidos. Ha comenzado el match sin
garantías ni apenas reglas del juego. Se trata,
simplemente, de plantear que lo que está aceptado, e
incluso obligado a cumplir a nivel nacional, lo esté
también a escala global; lo que procede, en última
instancia, es decidir en qué nivel de gobierno (local,
regional, nacional o supranacional) debe regularse cada aspecto
del problema o ejercer cada competencia, teniendo bien presente
el principio político de la subsidiariedad.

En realidad, el debate planteado no es el del
proteccionismo frente al internacionalismo o el del localismo
frente a la mundialización, sino qué forma de
internacionalismo debe aplicarse. Y resulta evidente que no debe
tenderse a un modelo, como el actual, en el que se considere
sagrado para el comercio internacional el derecho a la propiedad
privada pero, en cambio, se condene, como una forma deleznable de
"proteccionismo" en los países subdesarrollados, el
derecho de huelga, a sindicarse, a disfrutar vacaciones y a
trabajar en condiciones dignas, así como el deber
(especialmente para las grandes empresas multinacionales) de
pagar impuestos o de respetar el medio ambiente.

Parece también deducirse, como idea previa, que
la globalización exige, de manera tanto implícita
como explícita, la perentoriedad de la existencia de un
orden económico y social estable y común entre las
distintas economías, así como también de un
ordenamiento económico-social más homogéneo
en sus principios entre las distintas instituciones
empresariales. La economía de mercado constituye, sin
duda, este encuentro común en lo que se refiere a la
configuración del ordenamiento económico y social,
estableciendo aquellas normas de competencia que deben ser
aceptadas por todos los participantes. Pero, al propio tiempo, el
ordenamiento empresarial, la que podríamos denominar
"constitución o estatuto empresarial", debe ser
también semejante en los países competidores, en
cuanto a sus características fundamentales, para el logro
del funcionamiento transparente de sus
comportamientos.

La panacea liberal del comercio
internacional.

Las estadísticas sirven para presentar una
extraña paradoja que se presenta, con frecuencia, al
hablar del comercio internacional. De un lado, y desde un punto
de vista teórico, se tiende a presentar el comercio
internacional como algo movido por una infinidad de iniciativas
empresariales que, superando las trabas e impedimentos
obstaculizadores que oponen los diferentes Estados, logran
establecer relaciones comerciales mutuamente ventajosas entre
todos los países de la Tierra. Parece, en definitiva, como
si sólo la libre iniciativa de los individuos fuese la
responsable última y benéfica de ese
comercio.

Sin embargo, por otro lado hay unanimidad en que una de
las causas principales del crecimiento experimentado por el
comercio internacional reside en la articulación, a
finales de la década de los años cuarenta del siglo
XX, de los acuerdos del GATT (General Agreement on Tariffs and
Trade) y de Bretton Woods (establecimiento de los tipos de cambio
fijos, con la activa participación, en su
gestación, de John Maynard Keynes). Acuerdos, por cierto,
que fueron posibles gracias al poderío y liderazgo
indiscutible de los intereses políticos y
económicos de los Estados Unidos de América,
después de la segunda guerra mundial. Ante este hecho, la
mayoría de los entusiastas partidarios de la "libertad del
comercio internacional", que tanto insisten en el protagonismo de
las empresas privadas, suelen pasar de puntillas, como si
caminaran sobre ascuas, al comprobar que un gran Estado -el mayor
del mundo- lo promovió todo. La historia reciente del
comercio internacional, en definitiva, pone de manifiesto que su
impulso no fue consecuencia de la dinámica
"individualista" y "neutral" del mercado libre, sino claramente
promovido por un pacto político entre un grupo reducido de
grandes potencias, precedido de durísimas negociaciones, y
donde la asimetría de poder fue, y sigue siendo,
absolutamente manifiesta.

Y es que la globalización es, en mucho, obra de
los gobiernos, más que de los mercados por sí
mismos. Justamente, después de que el proceso se
convirtió en un fenómeno generalizado, inclusive
entre las naciones más pobres del mundo, la mayor
preocupación que asalta ahora mismo a los gobernantes,
teóricos y responsables de organismos y agencias
internacionales, es encontrar la fórmula mágica
para evitar que las llamadas "fuerzas libres" del mercado se
desboquen y nos conduzcan a catástrofes que podrían
resultar apocalípticas.

La globalización no ha puesto en crisis las
instituciones políticas preexistentes. Más bien las
ha obligado a autorreformarse y a ponerse a tono con los nuevos
tiempos. Si acaso, habrá puesto en crisis viejos y
macilentos conceptos que hoy, sencillamente, ya no explican nada:
ese podría ser uno de los pocos logros positivos de la
globalización. Su futuro depende, casi en todo, de esas
instituciones. No se puede globalizar (lo que quiere decir, en
estos días, crear amplias zonas de libre comercio y
competencia económica) sin la acción de los
gobiernos, que son los primeros que tienen que ponerse de acuerdo
para alcanzar la feliz consecución de esos fines. Los
peligros que acechan una efectiva globalización no
provienen de la expansión de los mercados, sino de los
desacuerdos que puedan darse entre los Estados de las naciones
implicadas en el proceso. La globalización, por lo
demás, tendrá que ser una estrategia sostenida de
común acuerdo y sometida a reglas y normas decididas entre
todos o, por el contrario, se volverá un verdadero
desastre. Más que un contenido económico, tiene un
contenido político y de eso casi todos los que son
responsables en el caso han tomado la debida nota

Algunas ideas de J. M. Keynes

Por último, ya que nos hemos referido de pasada a
Keynes en el expositivo anterior, veamos que aquel gran
economista inglés siempre se negó a sostener el
axioma del equilibrio presupuestario. Ello debería hacer
reflexionar a algunos de los acérrimos defensores que de
la "estabilidad presupuestaria" han surgido, en los
últimos tiempos, en nuestro país. Es evidente que
la defensa de dicho equilibrio equivalía a negar todo
papel a la política fiscal con el fin de estabilizar la
actividad económica, no tanto porque se negase la
política de estabilización, sino porque ésta
se hacía descansar en el doble apoyo de las fuerzas auto
correctoras del sistema y en las medidas de política
monetaria. La década de los años 30 del pasado
siglo fue muy adversa para sostener la confianza en este doble
punto de apoyo del equilibrio presupuestario.

Respondiendo al ambiente reinante tras la gran
depresión de 1929 y el hundimiento de Wall Street, la
aportación de la teoría keynesiana consistió
en ofrecer los argumentos capaces de negar la validez de ese
doble cimiento del equilibrio en el presupuesto. Keynes 10
creía, de una parte, que habíamos llegado al fin de
laissez faire: no hay armonía natural alguna que garantice
la restauración del equilibrio perdido. Un sistema
económico puede estar en equilibrio con paro forzoso. En
segundo término, la teoría keynesiana dudaba de que
la dosis correctora de la política monetaria pudiera ser
realmente eficaz. Este sabio escepticismo lo basaba Keynes en el
cuadro en el que operaba la política monetaria. Su
posibilidad de actuación residía, en última
instancia, en variar la oferta de dinero fijada
autónomamente por la autoridad monetaria de un
país.

Pero esta variación de la oferta monetaria no
actúa -según Keynes 11- de manera directa sobre la
demanda de bienes. La mayor oferta de dinero determina, con la
demanda del mismo, el tipo de interés; interés que
a su vez influenciará la inversión, que compone,
con el consumo, la demanda efectiva total de la sociedad que
también condiciona el volumen de producción y de
ocupación. Por lo tanto, un aumento de la oferta de dinero
no elevará siempre la demanda efectiva. Ello
dependerá de cuál sea la demanda de dinero
(preferencia por la liquidez) y de cuál sea, en segundo
término, la reacción de los inversores ante las
caídas en el tipo de interés. Keynes dijo al
respecto –en imagen que ha hecho gran fortuna- que "el
líquido puede verterse varias veces entre la copa y los
labios", aludiendo al hecho de que un aumento en la cantidad de
dinero, decretado por una política monetaria expansiva,
podía, en primer término, no producir
variación alguna del tipo de interés, siempre que
la voracidad de la demanda de dinero fuese tal que estuviese
dispuesta a engullir todos los aumentos de medios líquidos
creados por el sistema bancario.

Tal es la famosa "trampa de la liquidez" keynesiana, que
puede inutilizar los mejores y bienintencionados esfuerzos de la
autoridad monetaria. Pero, a mayor abundamiento, aún en el
supuesto de que éste no fuera el caso -al que Keynes
concedía que podía llegarse en un futuro- y que la
oferta de dinero lograse reducir los tipos de interés,
habría que ver cómo los inversores del país
aprovechaban sus reducciones. Keynes contemplaba aquí una
clase empresarial con expectativas variables, sujetas a
frecuentes y exagerados cambios, a temores pasajeros y caprichos
coyunturales, y frente a esta voluble clase empresarial
existía un mercado de crédito caracterizado por
tipos de interés estable, "el menos desplazable de los
elementos de la economía contemporánea",
según lord Keynes. Así, los movimientos de las
expectativas empresariales (o sea, la "eficacia marginal del
capital") determinaban movimientos espectaculares de la
inversión que no podía compensar la política
monetaria por su incapacidad y demora en reducir los tipos de
interés. El resultado final era que la política
monetaria perdía su energía en la procelosa cadena
de transmisión de sus efectos.

El líquido, en efecto, podía derramarse
varias veces entre la copa y los labios. Y, por consiguiente, el
cuerpo enfermizo de la economía podía no recibir
efecto tonificante alguno, con lo que quedaba afirmada la gran
duda sobre la eficacia de la política
monetaria.

Las supuestas
bondades de la libertad del comercio

El origen político del comercio
internacional.

Inicia con que cada país era quien determinaba
sus propias políticas en función de sus
necesidades, sin importar los intereses globales. Reinando este
mercantilismo hasta el siglo XVIII.

La Revolución Industrial también
incidió en este estado de cosas, siendo necesario asegurar
el aprovisionamiento de materias primas y encontrar nuevas
salidas a una producción creciente, por lo que surge el
comercio colonial debido a los intercambios de mercancía
impulsada por el gran desarrollo de la producción y la
riqueza.

Se plantea que el origen del comercio internacional esta
basado en una política con la premisa de la
competitividad.

Partes: 1, 2

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