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Santo Tomás de Aquino y el bien común universal en épocas de globalización




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    Santo Tomás de Aquino y el bien
    común universal en épocas de
    globalización

    Hablar de Santo Tomás junto con el proceso de
    globalización puede parecer en un principio un
    desafío demasiado grande. En una primera
    aproximación parece imposible juntar el siglo XIII con el
    siglo XXI. Las épocas son demasiado diferentes. La sola
    intención de relacionar ambos extremos puede sonar a
    forzamiento. Pero a pesar de todas las apariencias, ello es
    posible a poco que nos adentremos en el pensamiento del
    Aquinatense y lo consideremos desde la realidad
    actual.

    En efecto. Sabido es que los grandes pensadores de
    cualquier época y de cualquier civilización siguen
    siendo grandes en la medida en que su pensamiento sea
    actualizable y útil para el ser humano de épocas
    posteriores. Cada pensador es naturalmente hijo de su tiempo, de
    su entorno, de su cultura. Pero si a cada uno de ellos lo
    viéramos cristalizado en su época, sería
    imposible recoger de ellos alguna idea para la actualidad. Le
    reconoceríamos valor solo para su momento, como si fuera
    una espada o un arco y una flecha, que entonces en manos diestras
    fueron armas maravillosas, pero que hoy a nadie se le
    ocurriría utilizar. Como el ser humano es un ser
    histórico, recoge del pasado las grandes ideas y los
    grandes valores y trata de mantenerlos, actualizarlos,
    desarrollarlos, en la medida en que sean actualizables y
    desarrollables. Por ello es bueno hurgar en el pensamiento de
    Santo Tomás desde la óptica de la
    globalización, para ver si su pensamiento sirve
    también en esta realidad, tan diferente de la de su
    tiempo. Veamos primero brevemente en que consiste la
    globalización y su problemática actual, para
    después intentar ponerla en paralelo con el pensamiento de
    Sto. Tomás.

    La teoría actual entiende por
    globalización la intensificación de las relaciones
    sociales que se extienden por todo el mundo y que vinculan puntos
    distantes, de tal manera que los sucesos locales están
    conformados por lo que sucede a mucha distancia y viceversa
    (Giddens, 1990a, 64). A esta intensificación se le suele
    agregar un elemento mas subjetivo, pero complementario, diciendo
    que globalización es la comprensión del mundo y la
    intensificación de la conciencia de un mundo único
    (Robertson, 1992). Se suele hacer especial hincapié en el
    hecho de que la percepción consciente del mundo como lugar
    singular, se ha convertido en algo absolutamente corriente. La
    nueva condición de la humanidad reside en la
    atención inteligente, así como en la conciencia de
    la globalidad y fragilidad de esta condición a fines del
    siglo XX (Beck, 1998,77). La globalización implica
    entonces una mentalidad o, mejor, la conciencia de vivir en un
    mundo, en un medio y en una circunstancia, en la que todos
    formamos parte de una unidad, en la que todo afecta a
    todos.

    Se suele decir que el fenómeno aparece con la
    Modernidad y hay al respecto abundante bibliografía.
    Según ella, el fenómeno se ha ido desarrollando
    desde la Modernidad, hasta adquirir hoy las
    características que conocemos. Para Giddens, la
    globalización tendría en esta consideración,
    cinco dimensiones: El sistema de Estados- naciones, el orden
    militar internacional, la economía capitalista mundial, la
    división internacional del trabajo y , como corolario de
    lo anterior, la globalización cultural. Por lo tanto,
    según esta doctrina, no ha existido históricamente
    una globalización no moderna y la Modernidad lleva en
    sí necesariamente el impulso de la globalización
    (Giddens, 1991b,

    27). La fase germinal se desplegaría así
    en Europa desde el siglo XV con las comunidades nacionales
    incipientes y la pérdida de papel del sistema
    transnacional medieval. Hay incluso una lógica de
    la globalización, que operaría de forma
    relativamente independiente de otros procesos societarios y
    socioculturales (Robertson,1992, 26-28). Algunos historiadores
    suelen mencionar el Imperio de Carlos V, situado obviamente en
    los comienzos de la Modernidad, como la primera unidad
    mundial
    , formada sobre la base del descubrimiento de
    América y otros hechos concatenantes de la época
    (nacimiento del capitalismo, desarrollo de la banca,
    expansión de las facilidades de crédito, decadencia
    de los gremios de artesanos y aparición de nuevas
    industrias, aparición de sociedades por acciones, etc.)
    (Krippendorf, 1975, 41). Los economistas de diferentes
    orientaciones, así como autores con un punto de partida
    economicista, también hacen coincidir la aparición
    de la globalización con el nacimiento del capitalismo y la
    consideran, por este motivo, como un fenómeno
    eminentemente económico. La globalización hoy no
    sería otra cosa que una etapa en la evolución y una
    modificación estructural histórica del capitalismo
    (Ferrer, 1996; Hirsch, 1997; Rapoport,
    1996).

    Pero la globalización, en nuestra opinión,
    no es un fenómeno en principio y fundamentalmente
    económico. Considerarla así sería un error.
    Tiene en realidad connotaciones y dimensiones mucho más
    amplias. La globalización es política,
    tecnológica y cultural, además de
    económica (Giddens, 2000: 23). Es cierto que en lo
    económico- financiero se evidencian algunos de sus efectos
    mas dramáticos, pero ello no debe hacernos perder de vista
    la esencia, eminentemente política, del
    fenómeno.

    Por otra parte sostenemos desde hace años, que la
    globalización como fenómeno es encontrable al menos
    en el mundo grecorromano y el medieval, e incluso hay datos
    anteriores (Fink, 2000-17). La idea de un orden mundial, que de
    algún modo abarque toda la tierra, es muy antigua,
    milenaria. Esta idea es expresión de un modo sumamente
    diferenciado de concebir el mundo, y se ha presentado bajo dos
    formas principales. La primera, cronológicamente, es la
    versión imperial, monocéntrica, de un orden mundial
    asentado sobre un fundamento sacral. Huellas de esta
    noción pueden encontrarse desde el III milenio antes de
    Cristo, hasta el siglo XX y ello tanto en el Viejo Mundo (los
    imperios de la Antigüedad, del Medioevo y de la Edad
    Moderna), cuanto en el Nuevo (el imperio incaico). La otra forma
    de concebir un orden mundial es diferente, mas reciente y se
    remonta a la Europa del tardío Medioevo. En la Edad
    Moderna, se ha ampliado hasta el punto de comprender
    prácticamente todo el planeta, lo que nunca llegaron a
    hacer los imperios, ni en su momento de mayor plenitud, a pesar
    de poseer un ideal de universalidad. Este nuevo orden no es
    monocéntrico, sino multipolar. No se conforma en
    función de un único centro de poder, sino de una
    pluralidad de centros, lo que todavía siguen siendo los
    Estados (Bravo Lira, 1992-93, 7).

    El mundo medieval estuvo profundamente imbuido por la
    idea de universalidad, lo que derivó casi necesariamente
    en la idea de imperio. Con el afianzamiento y expansión
    del Cristianismo en el Imperio Romano, la universalidad se
    había consolidado por partida doble, tanto en el orden
    político como en el espiritual. A pesar del Caos
    en los hechos, a pesar de la atomización del poder
    repartido entre diversos reyes primero y señores feudales
    después, hay un orden intrínseco, Cosmos, que
    proyecta una nueva unidad en esa gran diversidad. Especialmente a
    partir de Carlomagno, la idea de Imperio renace a través
    del Sacro Imperio Romano Germánico, continuándose
    en todo el medioevo (Agulla, 1999, 15). Intelectuales de Harvard
    como Samuel Huntinghton o Joseph Nye en el encuentro de Davos de
    2001, recordaron que hubo globalizaciones anteriores a la de hoy,
    mencionando para el caso la protagonizada por el Imperio Romano.
    Por otra parte un número cada vez mayor de
    autores estadounidenses, al hablar de globalización
    comienzan refiriéndose a Roma y su imperio.

    Por el tiempo en que vivió, Santo Tomás no
    considera la problemática que hoy nosotros llamamos
    "internacional". En el Medioevo tardío todavía no
    existía el "Estado moderno", que comenzó a
    perfilarse algo mas tarde y quedó definido a fines del
    siglo XV. Por supuesto tampoco existió el concepto de
    soberanía, aparecido en el siglo XVI, ni el sistema
    internacional de Estados (Westfalia, 1648), que apareció
    en el siglo XVII. No obstante, el pensamiento de Santo Tomas es
    de tipo sistemático, pues vincula todos los temas en una
    construcción ordenada. En este sentido su
    construcción intelectual puede considerarse como
    cósmica en el real y etimológico sentido del
    término (Cosmos = orden), tanto en el del espacio como en
    el de las ideas, pues abarca el conocimiento de todo el mundo y
    mas allá, de los distintos planos de la naturaleza y de
    las diversas jerarquías de los seres, integrándolos
    en una sola suma. De allí el nombre de su obra
    fundamental, que era por lo demás, una denominación
    común en la época para designar a las grandes
    especulaciones filosóficas. También él,
    desde su cosmovisión y dimensión espiritual,
    tenía conciencia de un mundo único. No había
    en su época Estados-naciones, pero había poderes
    repartidos, señores feudales relacionados entre sí
    por relaciones de vasallaje. Por encima de ellos estaba el
    Emperador, como última instancia temporal. No había
    economía capitalista, ni división internacional del
    trabajo, porque las condiciones económicas y
    sociolaborales no daban para ello. Pero sí había
    globalización cultural en el sentido más amplio del
    término, sostenida por la Iglesia (Papado) y las doctrinas
    políticas de los teólogos y juristas cristianos. La
    esencia del sistema por ellos establecido era la de la
    colaboración íntima, aunque sin confusión,
    de la jerarquía espiritual y de la jerarquía
    temporal en la Europa feudal. En virtud de esta
    colaboración fue apareciendo en el ámbito de lo
    público un conjunto de reglas uniformes que tendían
    a poner orden y justicia en la vida "internacional". Esto
    conformaba un verdadero sistema transnacional medieval. Este
    sistema, obviamente, abarcaba solo la llamada Cristiandad,
    dejando afuera los espacios orientales lejanos (China, India),
    los orientales medios y cada vez mas cercanos (abarcados cada vez
    mas por el Islam). Por otra parte América "no
    existía". No obstante, para las comunicaciones y la
    visión de la época, el espacio que cubría la
    Cristiandad era todo un mundo y es en este sentido relativo que
    debemos entender la noción de globalidad.

    Los fundamentos objetivos de Santo Tomás eran, en
    primer lugar, demostrar la racionalidad del universo, y en
    segundo lugar, asentar la primacía de la razón.
    Creía que el universo, formado por lo conocido y
    también por lo desconocido, es un todo ordenado regido por
    un propósito inteligente. Todas las cosas fueron creadas
    para que se pudiera llevar a cabo el gran plan
    cristiano de instaurar la justicia y la paz en la tierra y la
    salvación de la humanidad en el otro mundo. La
    filosofía de Santo Tomás implicaba una confianza
    serena en la posibilidad de que el hombre conozca y comprenda
    este mundo. Los grandes Compendios que escribió
    tenían por objeto construir, por medio de la lógica
    y la sabiduría del pasado, amplios sistemas de
    conocimiento que no dejaran sin resolver misterio alguno.
    Consideraba a la razón como el medio principal para
    conocer la verdad y es esta una de las ideas directrices de la
    obra del filósofo. Aun su actitud hacia la religión
    era esencialmente intelectual mas que sentimental. Aceptaba que
    algunas doctrinas del cristianismo, como la creación del
    mundo en el tiempo, no son demostrables mediante la inteligencia,
    pero negaba que fuesen contrarias a la razón, pues Dios es
    el ser racional por excelencia. Su filosofia perennis
    desarrolla la doctrina de los conceptos trascendentales, de los
    que en algunos pasajes enumera seis: ens (ente o ser), res
    (cosa), unum (lo uno), aliquid (algún otro ó lo
    distinto de uno), verum (lo verdadero), bonum (lo bueno) (Canals
    Vidal, 213; McNall Burns, 341).

    Acorde con este pensamiento y privilegiando
    permanentemente la idea de unidad, no es posible establecer en
    Santo Tomas una separación total entre política y
    religión, pero sí una distinción entre los
    dos ámbitos. Estima que hay una subordinación
    indirecta de la política a la religión, no porque
    la religión le fije normas a la política, sino
    porque la política no puede afectar o lesionar el destino
    religioso del hombre. El fin último del hombre es salvar
    su alma. La política no lo puede apartar de ese fin
    último y obstaculizar su logro. Esto vale para todo el
    ámbito de lo público, sea a nivel local, sea a
    nivel mas general, internacional.

    Para Santo Tomás el Estado (todavía no
    Estado moderno), como ámbito de lo público temporal
    y como comunidad perfecta, es una unidad de orden. Esta unidad se
    pierde muy fácilmente y hay que hacer esfuerzos por
    conservarla permanentemente. El Estado tiene los siguientes
    fines: 1) Asegurar la paz entre los hombres; 2) Inducir al bien
    obrar estimulando todas las virtudes que a ello conduzcan y
    reprimiendo los vicios; y 3) Proveer lo necesario al bien
    común de la comunidad. Sto. Tomás no participa de
    la idea, todavía corriente, de la necesidad de un imperio
    universal. En cambio, superando el concepto de ciudad-Estado,
    admite ya, anticipándose dos siglos, la legitimidad de
    muchos centros de poder distintos, si bien todos ellos deben
    concordar y tratar de lograr la paz entre ellos, que
    es imprescindible para el bien vivir humano. Si los fines
    mencionados valen para cada uno de los centros de poder, ello
    vale también para una unidad política superior, si
    eventualmente se llegase a conformar como tal. Aquí
    aparece el concepto tan característico de "Bien
    común" trasladado a lo "supraestatal".

    Por encima del Estado, solo en un sentido menos estricto
    se puede hablar de "sociedad internacional", a la cual falta,
    para ser una sociedad perfecta, la suprema autoridad exigida por
    la noción de sociedad. El ámbito internacional es
    descentralizado por naturaleza. En este ámbito el bien
    común se concreta de modos esenciales distintos en las
    diversas sociedades en que se realiza y a la vez es una totalidad
    o concepto análogo respecto de los bienes particulares en
    él contenidos. En el plano inmediatamente inferior al bien
    común divino, se encuentra el bien común del
    universo. Esta también es noción expresa y peculiar
    de Santo Tomás, que se refiere a él repetidamente
    llamándolo bonum ordinis totius universi, al cual
    afirma deben subordinarse, como partes, todos los bienes
    particulares. Este bien consiste en el orden interno de todo el
    universo, en la conservación de todas las partes y seres
    del mismo según sus propias leyes y buena
    disposición, formando una totalidad y plenitud de ser. Sin
    embargo el Santo tiene un gran cuidado en distinguir un doble
    plano en este bonum ordinis universi. Uno, como bien
    trascendente, ordenado al bien divino. El otro, como bien
    inmanente del universo mismo. En este segundo sentido, no es fin
    último de los singulares ni de si mismo, sino simple fin
    intermedio, ya que el universo entero, con todo lo que en
    él existe, solo puede ordenarse al fin último, que
    es Dios. Mucho menos puede ser fin último de las personas
    humanas, aunque estas sean partes de este todo que es el
    universo, ya que el hombre solo puede ordenarse a Dios (Suma,
    Tomo VIII, 760). Esto tiene hoy aplicación directa en toda
    la problemática ecológica y climática
    (Desarrollo sustentable), así como la nuclear y en todo lo
    referente a armas de destrucción masiva.

    Uno de los temas mas importantes en Santo Tomás
    es el de la ley, que constituye en la Suma una especie de
    tratado. Considera que la ley es una norma, medida o regla de las
    cosas y afirma la existencia de una gradación de leyes que
    va desde la mas elevada hasta la mas próxima al hombre. De
    ahí que su doctrina de las leyes puede ser citada como
    antecedente en el tema de la superlegalidad, porque afirma la
    existencia de leyes de jerarquía diferente: Ley eterna;
    ley natural (primaria y secundaria); ley divina (Decálogo
    +

    Nuevo Testamento); y ley humana (positiva). Dentro de
    esta clasificación menciona el "Derecho de gentes" (Suma,
    Tomo VI, 133-147). Hay dudas entre los autores si Santo
    Tomás lo considera formando parte del Derecho natural o
    del Derecho positivo. Los neoescolásticos españoles
    Vitoria y Suárez se inclinan por la segunda posibilidad.
    Francisco de Vitoria, el creador del Derecho Internacional
    Público, en este punto es un continuador innovativo del
    Aquinatense. Ambos pensaron globalmente, a pesar de la diferencia
    entre épocas: Uno pensó en términos de Jus
    Gentium, y el otro, en términos de Jus Inter
    Gentes.

    Los límites de esta comunicación nos
    impiden ahondar en otros grandes topicos del pensamiento de Santo
    Tomás aplicables al ámbito internacional y hoy
    global. Por ello solo los mencionaremos
    telegráficamente:

    a) Orden mundial: Gobernar es definir un orden en la
    convivencia, también en la convivencia internacional. Sin
    un cierto orden ninguna convivencia es posible. Este orden debe
    ser el mas adecuado a las circunstancias. Orden: Es la unidad
    resultante de la conveniente distribución de diversas
    cosas a su fin.

    b) El Poder y su origen: El poder Viene de Dios. No
    puede haber convivencia, tampoco la internacional, sin poder que
    mantenga el orden. Su falta estaría en contra de la ley
    natural. En el ámbito internacional debe haber alguien o
    algunos que definan las "reglas del juego" de la
    convivencia.

    c) La Paz: Tranquilitas ordinis. Tranquilidad o
    armonía en el orden, orden justo.

    d) La Resistencia a la opresión: Requisitos para
    la revolución y la muerte del tirano en "De regimine
    principum": 1) Tiranía habitual, excesiva e intolerable;
    2) Agotamiento de recursos previos; 3) La iniciativa debe
    pertenecer a alguna autoridad pública; 4) Posibilidad de
    éxito. Estos requisitos son trasladables al ámbito
    internacional.

    Todos estos elementos forman parte del pensar global y
    son necesarios para el bien común universal. La idea de lo
    universal hoy nos golpea mas que antes (la ecología, el
    clima, las armas de destrucción masiva, la pobreza
    extendida, la justicia internacional, etc.). Santo Tomás
    en su tiempo pensaba universalmente y su pensamiento hoy nos
    sigue iluminando.

    Bibliografía

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    Autor:

    Andrés Fink

    Enviado por:

    Enrique Jordan Laos
    Jaramillo

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