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Seguridad biológica y su evolución…. Un poco de reflexión



  1. Reflexiones acerca del concepto de seguridad
    biológica
  2. Percepción de los consumidores y
    ciudadanos
  3. Legislación
  4. Ética y valores
  5. Algunas consideraciones para
    concluir

La seguridad biológica ha sido una
cuestión muy controvertida desde el nacimiento de la
biotecnología moderna. En este artículo se describe
cómo ha evolucionado el debate sobre este asunto en las
tres últimas décadas, analizando aspectos como
percepción ciudadana, tratamiento legislativo,
consideraciones éticas y los últimos desarrollos en
este campo.

El objeto esencial de este articulo es la seguridad
biológica y su evolución a lo largo de las tres
últimas décadas, que coinciden con la emergencia el
florecimiento de la biotecnología moderna. Sin embargo, es
preciso reseñar que la reocupación por la seguridad
biológica ya estaba presente en la tradicional
biotecnología industrial orientada a la producción
de fármacos y a la depuración de aguas, en procesos
cuya antigüedad es superior a un siglo.

Reflexiones
acerca del
concepto de seguridad
biológica

La seguridad, en su acepción mixta que
combina la cualidad o condición de seguro con un
carácter instrumental de mecanismo físico, social o
legal que sirve para impedir o limitar los riesgos o las
consecuencias negativas de un accidente, es un concepto ligado a
la sociedad industrial. Por ello se habla de seguridad en la
ingeniería, seguridad en la automoción, seguridad
en la construcción de puentes, seguridad en la
minería, seguridad sobre el fuego o seguridad en las
instalaciones eléctricas
.

El concepto de seguridad biológica es un concepto
normativo que incorpora a la biología como factor
productivo y que se proyecta sobre varios niveles: en el primer
nivel debe actuar sobre los actores que intervienen en la
generación de conocimiento; en el segundo incide sobre los
intermediarios que aprovechan ese conocimiento para producir los
consiguientes bienes; en el tercer nivel concierne al
público localizado en un determinado lugar o zona donde
ocurre la investigación y/o producción, mientras
que el cuarto nivel tiene que ver con la proyección
global.

No obstante, es a finales de la década de 1970
cuando surge con fuerza el concepto de seguridad
biológica, precisamente a partir de los riesgos que la
ensoñación que generaba la ingeniería
genética se iban extendiendo. Incluso la
biotecnología industrial más tradicional se dio
cuenta de que, al recurrir a la utilización de organismos
modificados genéticamente (los OMG resultantes de la
ingeniería genética
), debía extremar
los cuidados en la gestión de los residuos de los procesos
que implican la utilización de organismos
transgénicos por los eventuales peligros que
podrían suponer, tanto desde el punto de vista local para
la salud de los trabajadores como para la población
restringida a un entorno determinado o con carácter
más universal.

En este contexto conviene mencionar un libro, publicado
en 1994 bajo el título Biosafety in Industrial
Biotechnology
, en el que se recogía con amplitud la
problemática relacionada con la gestión de los
bioprocesos. Es importante resaltar que la preocupación
por las aplicaciones de la ingeniería genética
surgió de la propia comunidad científica,
encabezada por Paul Berg, padre de la técnica del ADN
recombinante y premio Nobel de Química en 1980 por tal
hallazgo. Los científicos han actuado a lo largo de la
historia con una ética profesional, derivada de lo que el
sociólogo norteamericano Robert K. Merton analizó
en profundidad (el conocido «ethos
mertoniano»). Pero también es verdad que su
progresivo contacto con el poder político y
económico ha venido debilitando las barreras éticas
en lo que concierne a su responsabilidad como expertos. En
cualquier caso, en el tiempo de la génesis de la
ingeniería genética se vivieron momentos
excepcionales, con importantes movimientos sociales tras la
revolución de mayo del 68 en las universidades de Columbia
y París y las influencias del filósofo Herbert
Marcuse con su síntesis
existencialista-marxista.

Los científicos punteros en la biología
conducente a la moderna biotecnología se autosituaban en
posiciones de izquierda, con la que se consideraban tributarios
de la responsabilidad. Por este motivo convocaron en 1975 la
conferencia de Asilomar, un centro de convenciones en la costa
del Pacífico, a la que asistieron científicos,
periodistas y algunos responsables políticos. En esta
conferencia se puede situar el nacimiento de la seguridad
biológica como objetivo científico y
político, en suma, como objetivo de política
científica. Como resultado de aquella reunión se
planteó una moratoria, lo que en un país como
Estados Unidos, creyente fervoroso en la tecnología,
llevó a la movilización de la agencia federal para
la promoción de la investigación biomédica,
los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), que establecieron
las directrices sobre los requisitos que debían cumplir
los laboratorios que fueran a trabajar con OMG, fijando tres
categorías o tipos -P1, P3 y P4- en función de la
peligrosidad del organismo original (patogenicidad, capacidad de
diseminación, impacto ambiental).

Es necesario subrayar que las directrices establecidas
por los NIH para trabajar con los organismos modificados
genéticamente en condiciones de confinamiento han sido
adoptadas internacionalmente y las experiencias de su
aplicación se han saldado con éxito en el campo de
la seguridad, pues no se han detectado ni accidentes ni problemas
de fuga o contaminación, a pesar de la cantidad ingente de
experimentos realizados en centros de investigación
públicos y privados a lo largo de los últimos
treinta años.

Percepción
de los consumidores y ciudadanos

Desde sus inicios, la biotecnología ha sido
objeto de importantes movimientos críticos,
particularmente en la década de los años 90 y en
países de Europa Central como Suiza y
Alemania.

Los análisis sobre la percepción de la
biotecnología que resulta de los procesos de
comunicación y divulgación configuran lo que he
dado en llamar «espacio social de la
biotecnología» (para más detalles sobre este
concepto, véase la sección «La
biotecnología en el espejo» en la web del
Instituto Roche, institutoroche.com), y representan un valioso
indicador de la sensibilidad social sobre la seguridad
biológica.

La biotecnología ha sido desde el advenimiento de
la ingeniería genética o tecnología de los
genes objeto de importantes movimientos críticos, sobre
todo en la década de 1990 y en países de Europa
Central como Suiza, con la intervención de organizaciones
como Appell de Basilea, movilizada contra la
«patentabilidad de la vida», según su propio
eslogan, o el SAG (Grupo de Trabajo sobre Tecnología del
Gen, con sede en Zurich), organización fundada en 1990 con
el objeto de defender los principios ecológicos, los
derechos de los animales, los consumidores y de los países
del Tercer Mundo. Este grupo promovió desde sus inicios
una intensa campaña para detener la liberación de
organismos genéticamente modificados en el medio exterior,
la introducción de animales transgénicos -animales
modificados con la tecnología del ADN recombinante y la
atribución de patentes a partes o componentes de seres
vivos.

Las actitudes de los científicos
(expertos)

Aunque con menor frecuencia, también se han
realizado encuestas con los científicos especialistas en
ingeniería genética, sobre todo en el conflictivo
periodo de principios de la década de 1990. Un estudio
modelo es el que llevó a cabo Isaac Rabino, del Centro de
Ciencias Biológicas y de la Salud (Universidad del Estado
de Nueva York), quien se propuso explorar las actitudes y
preocupaciones de los científicos de Europa Occidental y
que fue publicado en Biotech Forum Europe (10/92, páginas
636-640).

La mayoría de los encuestados
reconocían que la atención pública sobre el
tema había dificultado el desarrollo del campo en
términos generales, aunque en el ámbito de su
actividad científico-técnica personal opinaban que
esa atención había reportado más efectos
positivos que negativos. Las respuestas más positivas
procedían de Francia y el Reino Unido, mientras que las
más negativas tenían su origen en Alemania y
Suiza.

Los ingenieros genéticos, o los
biólogos moleculares que utilizan esa tecnología,
mostraban mentes abiertas a la cooperación y
colaboración con el público y aceptaban asimismo
que los ecologistas debían intervenir en la
formulación de las regulaciones relativas a la
investigación sobre el ADN recombinante. Sin embargo,
reclamaban la responsabilidad última sobre las
regulaciones en su condición de expertos en el campo;
deberían ser consultados en la gestión
política del tema tanto a nivel nacional como
internacional. Admitían, por otro lado, que debían
asumir un importante protagonismo en la educación del
público, de los medios y de los gobiernos. Solicitaban
clarificación de las directivas de la Comunidad Europea,
designación de la época para la Europa
unitaria.

Los científicos españoles, que
habían tenido una escasa representación en el
estudio de Rabino (1,3% de una muestra de 376), fueron objeto de
un estudio demoscópico específico en 1995 por parte
de José Luis Luján y Luis Moreno en el antiguo
Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) del CSIC. Los
resultados confirmaron los obtenidos a nivel europeo: los
científicos españoles se manifestaron a favor de la
regulación, rechazaban de un modo rotundo la eugenesia y
opinaban que existían riesgos mínimos para el medio
ambiente y la salud como fruto de la aplicación de las
técnicas biotecnológicas y de la ingeniería
genética. Las opiniones de los expertos, investigadores
biotecnólogos del sistema público y
biotecnólogos de la industria, se contrastaron con las de
un grupo de profesionales relacionados con la
biotecnología, pero no cultivadores de la misma, como era
el de los facultativos de hospitales, y con otro más
alejado, el de los periodistas científicos. Eran
éstos los menos seducidos por las potencialidades de las
tecnologías genéticas, aunque su renuncia era
matizada, pues valoraban que el riesgo de estas prácticas
era escaso, en contraste con la ciudadanía común,
que asocia estas técnicas con riesgo, aunque, como ya he
señalado anteriormente, en función de creencias y
valores.

Fue en Alemania Occidental donde se produjo la mayor
resistencia. Aunque no se detectó ninguna
preocupación popular en ese país en el
histórico momento en el que se celebró la
conferencia Asilomar en Estados Unidos, la resistencia
creció de modo notable en la década de 1980 con la
oposición iniciada por grupos de izquierdas y el Partido
de los Verdes.

La oposición de Alemania se manifestó
también en instituciones como el Instituto para la
Investigación Social de Hamburgo, financiado por una marca
de cigarrillos, la Confederación para la Protección
de la Naturaleza y el Medio Ambiente de Bonn y la Red
Genética de Berlín. En el centro del activismo se
encontraban algunos individuos con doctorados en Ciencias
Biológicas, asociados o formando parte de los
ecoinstitutos, en relación además con responsables
políticos del área medioambiental de algunos
Länder o Estados federales.

Dinamarca y el Reino Unido también contaron con
la oposición a la tecnología del gen por parte de
grupos ambientalista; los discursos no dejaban de enumerar
contradicciones al argumentar su rechazo a productos
agrícolas modificados genéticamente, haciendo
referencia a su inutilidad en una Europa comunitaria donde
existía sobreproducción de alimentos.

La actividad política de oposición a la
biotecnología empezó a cambiar y a hacerse
multinacional con la asunción del movimiento
crítico por parte de Greenpeace y Amigos de la Tierra, dos
organizaciones pro-ambientales transnacionales, y con la entrada
del tema en la agenda del Parlamento Europeo por medio de los
eurodiputados verdes.

En la década de 1990, únicamente los
países del sur de Europa, Francia, Italia y España,
carecieron de organizaciones opuestas a algunas aplicaciones de
la biotecnología. Pero con la transformación de un
movimiento casi marginal y de escasos recursos en otro liderado
por grandes organizaciones pro-ambientales, la situación
cambiaría en esos países, que pasaron a tener una
oposición a la biotecnología con el motivo central
de invocación a la bioseguridad y a la no patentabilidad,
de carácter transnacional, si exceptuamos Francia, en
donde surgió la figura de un cabecilla, el agricultor
José Bové, como líder del movimiento
antibiotecnología.

En este contexto, no es sorprendente que la
Comisión Europea decidiera poner en marcha consultas para
conocer las percepciones y actitudes de la ciudadanía
sobre estos temas, por otra parte cruciales para tomar decisiones
políticas, ya que, entre tanto, Estados Unidos ha caminado
con rapidez por la senda de la biotecnología por la que
apostaban la comunidad científica, el mundo de la empresa
y el capital, y además sin grandes resistencias de la
sociedad en general.

Bien es verdad que Estados Unidos no se libró de
una confrontación sobre el tema, principalmente en el
terreno de la alimentación. Por citar un caso relevante,
el presidente de la Fundación sobre Tendencias
Económicas (Foundation on Economic Trends, Washington),
Jeremy Rifkin, publicaba en enero de 1993 un artículo en
colaboración con Ted Howard, director de la
Fundación Campaña para una Alimentación Sana
(Pure Food Campaign) bajo el impactante título de
«Los consumidores rechazan los alimentos
Frankenstein
» (Consumers reject
"frankenfoods
").

Es relevante hacer notar que el artículo se
publicó en la revista Chemistry and Industry
(Química e Industria). Rifkin ha encabezado el movimiento
antibiotecnología (especialmente en el ámbito
agroalimentario) durante una década y consiguió en
los primeros años de la misma generar una reacción
bastante importante, hasta el extremo de que algunas encuestas,
pocas pero relevantes, realizadas en Estados Unidos, registraron
resultados bastantes significativos de rechazo a la
aplicación biotecnológica en
agroalimentación, sobre todo en relación con la
transferencia de genes (el 70% de los encuestados consideraba
inaceptable la introducción de genes de animales en
plantas y casi el 90% consideraba inaceptable la
incorporación de genes humanos en animales y peces de
granja, mientras que cerca del 85% admitía que era
«muy importante» etiquetar todos los alimentos
resultantes de la ingeniería genética).

La evolución en Estados Unidos no ha seguido
estos derroteros a pesar del pesimismo que todas estas reacciones
y posiciones generaron en proponentes de la biotecnología
como Henry Miller, biólogo molecular y funcionario en la
FDA, quien ha culpado a los científicos de haber
desencadenado las alarmas e invocado a los monstruos. Aunque
sigue existiendo un debate entre la agricultura
biotecnológica y la agricultura ecológica,
éste está centrado y delimitado por los intereses
económicos, y hasta el propio Rifkin ha modulado su
actitud ante la biotecnología.

Pero volvamos a Europa, donde la situación es
diferente. Desde 1978 hasta prácticamente la actualidad,
con una periodicidad trianual como máximo, los
eurobarómetros han auscultado a la ciudadanía
europea en los seis países de los inicios de la CE hasta
extenderlos a veinticuatro en la consulta más
reciente.

Los resultados no son blancos ni negros. Hay gradientes
en la escala, que va del rechazo a la aceptación en todos
los niveles: el biológico, el de las aplicaciones y el de
los países. La aceptación de contradicción
por los riesgos personales que puede entrañar la condena
por la herencia), o la terapia génica, que también
arrastra riesgos, demostrables con datos y que son mucho mayores
y evidentes que en el caso de los alimentos modificados
genéticamente. En el caso de Europa existe una gran
heterogeneidad, con países altamente receptivos a las
aplicaciones de la biotecnología, como es el caso de
España, Finlandia y Portugal, y países muy
negativos, como Austria y Luxemburgo, a los que se ha unido
recientemente Grecia (una nueva paradoja la ofrecida por este
país, que ha transitado desde la posición muy
favorable hasta la muy ne gativa). Existe una mayoría de
países europeos con posiciones intermedias, aunque con
matices según las aplicaciones.

Entre las más rechazadas, además de los
alimentos modificados o transgénicos, figuran los
xenotransplantes y la clonación de animales.

El diagnóstico de la percepción social
ante la biotecnología en Europa guarda una estrecha
relación con el concepto de seguridad biológica y
se caracteriza por estar inspirado por valores, creencias e
intereses, aunque la característica global más
evidente es la ambigüedad. En cualquier caso, el discurso de
la oposición, esencialmente ecologista, ante los alimentos
transgénicos ha estado salpicado por metáforas
relacionadas con la monstruosidad, como es el caso de un
número crítico de The Ecologist que
hacía referencia a «las semillas del diablo» o
la ya mencionada alusión a los alimentos
Frankenstein
.

En los últimos tiempos se han producido nuevas
aplicaciones en salud, como es el caso de las células
madre o troncales de origen embrionario, lo que, unido a la
identificación de posibles riesgos asociados a su uso,
levanta nuevas dudas y promueve debates en el sector de
aplicación que había generado hasta ahora menos
controversia. En todo caso, las preocupaciones por estas
aplicaciones biotecnológicas en salud descansan más
en consideraciones éticas que en una preocupación
estricta por el problema de la seguridad, aunque este problema
esté subyaciendo en la preocupación por esas
aplicaciones.

Para un análisis más completo de las
cuestiones relacionadas con la percepción pública
en biotecnología, véase «Los problemas en el
análisis de la percepción pública de la
biotecnología: Europa y sus contradicciones», de
Emilio Muñoz, en Percepción social de la
ciencia
(Rubia, Fuentes y Casado eds., UNED Ediciones,
2004).

Legislación

Las distintas regulaciones legislativas sobre
seguridad biológica son un reflejo directo de las
peculiaridades culturales y de los intereses asociados a
ellas.

En el ámbito legislativo confluyen las
preocupaciones por la seguridad biológica de los espacios
científico, social y político. Con el acuerdo en
principio, según se ha puesto de manifiesto, de los
científicos y expertos, los administradores y gestores se
han lanzado a legislar con profusión sobre las cuestiones
relacionadas con las aplicaciones
biotecnológicas.

Los procesos regulatorios han tenido lugar en diferentes
planos políticos, desde el nivel supranacional hasta el
regional, aunque los de mayor relevancia han sido los
supranacionales (Naciones Unidas, UNESCO, Parlamento y
Comisión Europea), mientras que los nacionales han
abarcado una gran variedad de temas, aunque el mayor foco se ha
proyectado sobre cuestiones relacionadas con la transferencia de
conocimientos y la propiedad intelectual, así como en los
temas relativos a la seguridad: alimentaria,
farmacológica, ambiental, derechos
fundamentales.

En general, cabe decir que las regulaciones de
carácter más general son un reflejo de las
peculiaridades culturales y de los intereses asociados a ellas.
En este sentido, hay que apuntar que las leyes y normas
establecidas por la Unión Europea han afectado de modo
principal a la agricultura, a los alimentos y a la propiedad
intelectual (es el caso de las patentes biotecnológicas,
que han arrastrado un debate extenso y complicado de más
de una década). La OCDE, por su parte, ha localizado sus
preocupaciones normativas en el campo de la salud y ha puesto
particular acento en las cuestiones relacionadas con el
diagnóstico genético.

En Estados Unidos, son los campos de la salud y de la
protección medioambiental los que han acumulado las
iniciativas legislativas.

En las actuaciones de los grandes organismos
multilaterales, las normas han circulado alrededor de los
derechos fundamentales, conectando de este modo con
planteamientos éticos.

Ética y
valores

Las dimensiones éticas y valorativas constituyen
otra avenida por la que fluyen, y confluyen, las preocupaciones
por la seguridad biológica de los espacios
científico-técnico, social y político, en
los que juegan además las barreras naturales y
artificiales de las creencias.

A pesar de esta confluencia, es importante
señalar que hay bifurcaciones en la estrategia y forma de
abordar el problema según el sector en que se apliquen las
tecnologías de las ciencias de la vida. De esta forma, las
aproximaciones éticas a las implicaciones de la moderna
biotecnología en la salud han circulado sobre la base de
señales apoyadas en las creencias y en la responsabilidad,
centrando los principales problemas en cuestiones relacionadas
con las tecnologías reproductivas, en la situación
de los embriones, en la necesidad de aumentar la
participación (gobernanza) ciudadana en la práctica
médica y en los nuevos avances de la biomedicina, con
mayor o menor potencial para su aplicación traslacional,
en lo que he llamado, en una contribución reciente al Foro
de Tendencias Sociales, «rediseño de la vida».
En este ámbito ha nacido y crecido especialmente la
bioética, que fue introducida a principios de la
década de 1970 por el oncólogo Van Ressenlaer
Potter con su artículo «Bioethics:
the

Science of Survival», aparecido en 1970,
y con el libro Bioethics: Bridge to the Future en 1971,
que se ha movido en los análisis y la reflexión por
el camino de la ética principialista.

Diferente es la situación para el caso de las
aplicaciones biotecnológicas a la agricultura y al sector
alimentario, que también han tenido consideraciones
éticas, aunque éstas se han movido para sus
análisis dentro de las comparaciones de costes y
beneficios en línea con corrientes luditas, o
consecuencialistas (utilitaristas). El documento
«Ethical Aspects of the Labelling of Foods Derived from
Modern Biotechnology
», de 5 de mayo de 1995, que
recogía la opinión del Grupo de Asesores sobre
Implicaciones Éticas de la Biotecnología de la
Comisión Europea, es bastante ilustrativo al
respecto.

Parece claro que la política ha jugado un
papel decisivo en el reconocimiento y en la puesta en
práctica y desarrollo de la seguridad
biológica

Algunas
consideraciones para concluir

En el tema de la seguridad biológica, parece
claro que hay que admitir el papel decisivo que ha jugado la
política en su reconocimiento y en su puesta en
práctica y desarrollo. Es cierto que los propios
científicos, en el ejercicio de un cierto autocontrol,
fueron los que primero advirtieron de los riesgos potenciales de
una tecnología que surgía con el aura de ser
todopoderosa. Ello ha llevado a que otros expertos, a la vista de
las importantes reacciones sociales y políticas generales,
hayan criticado a los colegas científicos que hicieron la
reflexión previsora por un exceso de alarmismo. En
cualquier caso, las cuestiones de la seguridad biológica
relacionadas con la emergencia de las nuevas (modernas)
biotecnologías pueden vanagloriarse de tener el menor
número de víctimas o problemas sobre sus espaldas.
Paradójicamente, los problemas y las víctimas,
aunque bastante escasas, han estado del lado de aquellas
aplicaciones que son mejor aceptadas por la sociedad, como es el
caso de la terapia génica.

Sin embargo, esta satisfactoria situación se ha
visto perturbada con la llegada, no de una tecnología,
sino de una discutible decisión de política
científica. Tras los ataques terroristas del 11 de
septiembre de 2001 en Estados Unidos, la Administración
Bush lanzó un programa de investigación sobre
bioterrorismo (Bioterror Research Program), que ha
conducido a una proliferación de trabajos sobre organismos
potencialmente peligrosos. Paralelamente, estas iniciativas han
provocado un aumento en la construcción de laboratorios de
alta seguridad, niveles P3 y P4 según las directrices de
los NIH mencionadas ante riormente. A pesar de estas
lógicas medidas de previsión, la acumulación
de trabajos sobre temas que entrañan riesgos ha generado
una avalancha de errores en la seguridad, sobre todo en la
Universidad de Texas -aunque no sólo-, lo que ha hecho que
la cuestión de la seguridad biológica
(biosafety) haya sido incorporada en la agenda del
Congreso de Estados Unidos (the scientist.com, october 2007).
Este caso pone de relieve, una vez más, la importancia de
las decisiones políticas en temas de impacto social. Esta
reflexión me lleva a hacer un acápite para
referirme a dos ámbitos, aunque distintos, de la seguridad
biológica, puesto que son ámbitos en los que se
pierden vidas de un modo absolutamente sobrecogedor, como son el
ámbito laboral y el de la circulación rodada, sobre
los que la indiferencia -por utilizar un término suave- de
la ciudadanía es impresionante.

En todo caso, la reflexión sobre la seguridad
biológica relacionada con las ciencias de la vida y sus
desarrollos tecnológicos ha tenido como un activo
más la capacidad de generar preocupaciones nuevas por la
seguridad, como es el caso de la seguridad
alimentaria.

Sin embargo, no han dejado de crearse confusiones en el
ámbito político, como las derivadas de la
aplicación, esencialmente europea, del principio de
precaución. Se trata de un principio político que
tiene un acomodo o ajuste difícil con respecto a la
ciencia y al método científico. Al extremar las
preocupaciones se llega a no permitir la experimentación,
que constituye un instrumento básico para la
generación y contraste del conocimiento
científico.

Parecería más lógico aplicar
principios de previsión y prevención que son
más acordes con la racionalidad científica y con su
lógica. De este modo se podría establecer un
balance entre los sueños y los monstruos.

 

 

Autor:

Dr. Juan Antonio Acosta Giraldo

Director General

GRUPO Consultor DISAM

Ave. Montes Azules, Residencial Santa Fe del Carmen,
Quintana Roo, México.

www.grupodisam.webnode.es

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