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Varios conceptos modernos de la Iglesia



  1. La
    ideología marxista
  2. El
    concepto espiritualista
  3. Conceptos de tendencia
    secular
  4. El
    movimiento social en el catolicismo
  5. La
    preocupación social en el protestantismo
    actual
  6. Conclusiones

En nuestros días se está
acentuando la tendencia a resaltar la proyección social
del Evangelio y la consiguiente preocupación que la
Iglesia debiera sentir por los problemas temporales de los
hombres. Esto no es un mal en sí, como algunos han llegado
casi a pensar. Es una necesidad. Pero esa proyección
social del Evangelio, aislada del conjunto de la
revelación bíblica, puede tener y en algunos casos
tiene derivaciones que, en el fondo, son una mutilación
del Evangelio. De aquí que debamos estudiar esta
cuestión objetivamente, tratando de arrojar sobre ella la
luz de las Sagradas Escrituras. Sólo a ser los así
la luz del mundo que somos llamados cristianos no se
convertirá en tinieblas.

Algunos conceptos y movimientos
sociológicos difundidos en nuestro tiempo

Aunque dediquemos, como es lógico,
mayor atención y espacio a los más destacados
dentro de la cristiandad, consideramos importante hacer
mención de una ideología que desde mediados del
siglo pasado se ha extendido con fuerte impulso por el mundo
entero:

La
ideología marxista

El nombre de sociología se atribuye
a Augusto Comte, quien la definió como «la parte
complementaria de la filosofía natural que se refiere al
estudio positivo de todas las leyes fundamentales relativas a los
fenómenos sociales» (Cours de philosophie
positive, 1843). Con Comte y Herbert Spencer da principio la
Sociología como ciencia, y ello en unas circunstancias
históricas sumamente propicias a su desarrollo. Surgen
diversas teorías que tratan de explicar la naturaleza y la
evolución de los fenómenos sociales, entre ellas la
del materialismo histórico, ideada y vigorosamente
defendida por Carlos Marx.

El materialismo histórico atribuye
el desarrollo de la Humanidad a la evolución de la
economía. La historia avanza no bajo la influencia de unas
ideas determinadas (políticas, morales o religiosas) sino
únicamente en función de la lucha por la vida. El
interés económico une a los individuos de igual
situación en grupos que forman las clases sociales y que
luchan entre sí por la existencia, colocando a la
burguesía y al proletariado frente a frente en constante
conflicto, ya que sus intereses son diferentes. Los trabajadores
se adueñarán del poder mediante crisis
económicas o mediante la revolución violenta.
Después de un período provisional de dictadura del
proletariado, necesario para acabar con las fuerzas del
capitalismo, emergerá una sociedad sin clases en la que
cada individuo producirá de acuerdo con su capacidad y
recibirá la remuneración adecuada a sus
necesidades.

La difusión del pensamiento marxista
ha inspirado en millones de personas las más bellas
esperanzas. Les ha hecho vislumbrar un «milenio»
terrenal alcanzado por el esfuerzo humano. En cierta
ocasión, un intelectual marxista asistió a uno de
nuestros cultos, en el que se hizo alusión a la segunda
venida y a la consumación del Reino de Cristo. A1
despedirse, me dijo: «Nosotros también tenemos
nuestra escatología

En el arraigo de la concepción
marxista del futuro ha ejercido gran influencia el optimismo
humanista de los últimos dos siglos, la fe en la bondad y
en la capacidad del hombre para alcanzar por sí mismo la
perfección social. Dios es totalmente
descartado.

No vamos a ignorar que las aspiraciones
marxistas, desde el punto de vista ideológico, contienen
elementos positivos encomiables. Pero la doctrina en su conjunto
no sólo ignora las enseñanzas bíblicas sobre
la naturaleza pecaminosa del hombre y sus graves limitaciones
morales sino que difiere del Evangelio en su propósito
final, en los procedimientos para alcanzarlo y en su perspectiva
de la evolución histórica.

Dentro de lo que podríamos denominar
«campo cristiano», se han venido observando desde el
siglo pasado dos tendencias: una de tipo marcadamente
espiritualista y otra de tendencia fuertemente
secular.

El concepto
espiritualista

El ultraterreno y aislacionista. Muestra
una preocupación casi exclusiva por la relación del
hombre con Dios y se desentiende prácticamente de todo lo
temporal, sobre todo de lo que concierne a los aspectos
políticos y sociales de la vida humana, alegando que el
Reino de Dios no es de este mundo y que el cristiano en la tierra
es tan sólo un peregrino.

Esta apreciación sobre las
relaciones Iglesia Mundo es muy antigua. Ya en el siglo II no
faltaron cristianos que siguieron la política del retiro,
considerando que su responsabilidad se limitaba exclusivamente a
la salvación de su alma, al auxilio de sus hermanos en la
fe y a la predicación del juicio de Dios sobre este mundo
malvado. Tal modo de pensar llevó a Montano y sus
seguidores al aislamiento en Papuza (Frigia), donde esperaban el
inminente advenimiento de Cristo y el establecimiento de su Reino
en la tierra. Imbuido por las ideas de Montano, también
Tertuliano abogó por un apartamiento del orden social en
su tiempo.

Durante la Edad Media prevaleció una
mentalidad ultramundana. Todo lo temporal debía carecer de
importancia. Este mundo había de ser considerado como una
gran «sala de espera desde la cual los hombres
habían de contemplar la muerte, el juicio, el cielo y el
infierno» (Dr. Alec Vidler). No debe sorprendernos que
contra una visión tan parcial y defectuosa se alzaran las
voces airadas del humanismo renacentista, acusando a la Iglesia
de represiva y estéril. En algunas de sus acusaciones
tenía razón.

Después de la Reforma, han
subsistido hasta nuestros días los cristianos
evangélicos, que se han distinguido por su piedad
personal, por su lealtad a las grandes doctrinas bíblicas,
por su celo evangelizador y por su práctica de la
oración. Pero al mismo tiempo han sentido muy escasa
inquietud ante las necesidades, los problemas y los pecados de la
sociedad en el seno de la cual se desarrolla su vida diaria. De
manera punzante han denunciado esta postura John F. Alexander y
Fred A. Alexander refiriéndose a la situación de
los Estados Unidos, «un país donde Dios y la
necesidad de expiación por la sangre de Cristo se
proclaman cientos de veces cada día por la radio y la
prensa y mediante campañas de evangelización, pero
en el cual existe un terrible silencio acerca de los pecados
contra los pobres y contra los grupos minoritarios»
(Repent and Revolt, «His», diciembre 1968,
p. 2). Probablemente hay algo de exageración en estas
palabras; pero en el fondo reflejan el triste cuadro de un
espiritualismo divorciado de las responsabilidades sociales que
pesan sobre el cristianismo y sobre la Iglesia.

Ese tipo de espiritualismo se ha atribuido
generalmente a algunos grupos conservadores o fundamentalistas, a
veces con afán de desprestigiarlos. Pero la verdad es no
sólo que entre los conservadores aumentan los cristianos
de visión amplia y posición equilibrada sobre el
fundamento de su lealtad a la revelación bíblica,
sino que la tendencia a ignorar los problemas de la sociedad,
aunque sea con un enfoque distinto, parece manifestarse en otros
sectores del protestantismo. El Dr. Earle E. Cairns, profesor de
Historia en el Wheaton College de los Estados Unidos, en su libro
Saints and Society escribe: «Karl Barth cree que
la sociedad está bajo la influencia del pecado universal y
que Dios no se entromete en la Historia a no ser en el terreno
individual cuando el hombre se enfrenta con las demandas de
Cristo por la acción del Espíritu Santo mediante la
Biblia. Por consiguiente opina Barth, importa poco que el
cristiano trate de modificar un orden histórico
transitorio mediante una acción social que redunde en el
bienestar humano. Para él «la preocupación
del mundo no debe ser la preocupación de la Iglesia»
.

Con todo lo expuesto, no trataremos en modo
alguno de menospreciar los grandes valores y las grandes verdades
enfatizadas por los «espiritualistas», valores y
verdades que compartimos sin reservas. Intentamos,
únicamente, subrayar el aspecto social del cristianismo.
El budismo se define como la religión de la ausencia del
mundo; pero el cristianismo bíblico, que en palabras del
pastor Henri Blocher «rechaza la huida ascética y
mística para predicar la salvación en la historia,
que rehúsa dejarse aislar en un dominio reservado, el
dominio "sacro", es, entre todas, la religión de la
presencia en el mundo». Y esta presencia debe estar
inspirada no sólo en el elemento trascendental del
Evangelio sino también en sus implicaciones temporales.
Sin embargo, no siempre es fácil lograr una feliz
combinación, netamente evangélica, de lo
trascendental y lo temporal o secular. Un énfasis
desproporcionado en este último aspecto del mensaje
bíblico conduce indefectiblemente a errores serios. Esto
nos lleva a considerar:

Conceptos de
tendencia secular

Es digno de encomio todo intento dentro de
la Iglesia de adaptar la presentación del mensaje del
Evangelio a la mentalidad y a las corrientes de pensamiento de
cada época con objeto de hacerlo más inteligente y
hacer resaltar su perenne actualidad. Pero tal adaptación
jamás debe llevarse a cabo sacrificando o desfigurando las
verdades centrales de la Palabra de Dios. Que frente a las
injusticias la Iglesia hiciera oír su voz profética
denunciándolas vigorosamente, como han hecho algunos
cristianos en diversos momentos de la Historia, sería un
acto loable de fidelidad a su vocación. Pero ¿han
sido o son realmente evangélicos todos los movimientos que
en el seno de la cristiandad han propugnado el progreso
social?

En este terreno es bien conocido el nombre
de Walter Rauschenbusch (18611918), profesor bautista en el
Rochester Seminary, iniciador del movimiento conocido bajo el
nombre de «Evangelio Social». Nadie puede dudar del
espíritu humanitario que animó a Rauschenbusch.
Pero resulta igualmente claro a los ojos de cualquier
crítico imparcial que el pensamiento del distinguido
profesor distaba mucho de las enseñanzas bíblicas.
No sólo confundió el orden social con el reino de
Dios, sino que, influido por Ritschl (éste había
destacado la sociedad, no el individuo, como objeto de la
acción redentora), sostuvo un concepto pelagiano del
pecado. Según Rauschenbusch, el pecado es externo,
corporativo y social más que interno, subjetivo a
individual. Una de las causas principales del pecado es el medio
ambiente, por lo que el remedio para acabar con el pecado es la
cristianización del orden social. Como es de suponer, su
escatología es posmilenialista. La instauración
plena del Reino de Dios en la tierra será el triunfo final
de la acción transformador a del Evangelio sobre las
estructuras de la sociedad.

Sería imposible, dentro de los
límites de esta conferencia, referirnos ni siquiera de
manera bosquejada a otros movimientos posteriores al
«Evangelio social» surgidos en lo que va de siglo,
por lo que sólo haremos mención de las principales
corrientes sociológicas que en nuestros días se
observan tanto en el catolicismo como en el
protestantismo.

El movimiento
social en el catolicismo

La Iglesia Católica, a través
de las declaraciones del II Concilio Vaticano y de varias
encíclicas papales, ha mostrado su preocupación por
los problemas sociales que se plantean en nuestro tiempo a la
Humanidad. Prueba fehaciente de ello es la constitución
conciliar sobre «La Iglesia en el mundo actual, la
más extensa de las cuatro aprobadas en el Concilio. Es la
característica de esta constitución la mesura tanto
en los conceptos como en la expresión, lo que en
más de un punto la hace o ambigua o carente de novedad. En
general, mantiene el carácter trascendental del
cristianismo y la incapacidad del hombre para realizar por
sí mismo, independiente de Dios, la realización de
sus más nobles aspiraciones, «ese hombre que se
exalta a sí mismo como regla absoluta o se hunde hasta la
desesperación» (Const. 12). Son dignas de
consideración sus declaraciones sobre el ateísmo y
su presentación de Cristo como el hombre nuevo. Respecto a
la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo,
merece subrayarse el siguiente párrafo: «La
misión propia que Cristo confirió a su Iglesia no
es de orden político, económico o social. El fin
que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de
esta misma misión religiosa derivan tareas, luces y
energías que pueden servir para establecer y consolidar la
comunidad humana según la ley divina» (C. 42). En la
segunda parte se tratan las cuestiones del matrimonio y la
familia, la cultura, la vida económica social y
política, la solidaridad de las naciones y la paz.
«Sobre cada una de ellas debe resplandecer la luz de los
principios que brota de Cristo para guiar a los fieles a iluminar
a todos los hombres en la búsqueda de una solución
a tantos y tan complejos problemas» (C. 46). Hay mucho en
este documento conciliar que podría ser suscrito sin
reservas por cualquier cristiano evangélico. Sin embargo,
se observa en el fondo un concepto del hombre en relación
con la obra redentora de Cristo que puede fomentar el
universalismo, es decir, la creencia de que al final todos los
seres humanos serán salvos. «La igualdad fundamental
entre todos los hombres exige un reconocimiento cada vez mayor.
Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen
de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque,
redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y del
mismo destino» (C. 29). Lo equívoco de esta
última afirmación exige una aclaración a la
luz de la Escritura, la cual nos habla de destinos muy diferentes
para los hombres.

Tampoco parece demasiado acorde con la
perspectiva profética de la Biblia la idea, bastante
difundida también en algunos sectores protestantes, de que
el advenimiento del Reino de Cristo será la
culminación de la acción social de la Iglesia en el
mundo. A esta idea parece apuntar el texto vaticano cuando
declara: «La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al
recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una
cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de
toda la Humanidad» (C. 45). Al final del mismo
párrafo se encuentra una expresión
típicamente católica, pero ajena a los conceptos y
al lenguaje del Nuevo Testamento: «Todo el bien que el
pueblo de Dios puede dar a la familia humana, al tiempo de su
peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la
Iglesia es "sacramento universal de salvación", que
manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios
al hombre.» Podemos hablar de la Iglesia como testimonio
universal y viviente del amor de Dios, pero no como
«sacramento», al menos en el sentido que la
teología católica da a este
término.

Las declaraciones conciliares y
posconciliares han incrementado en la Iglesia Católica las
inquietudes de tipo social. Sin embargo, algunos elementos de
vanguardia parecen avanzar al impulso de una dinámica
secular más que religiosa. Ejemplo de ello es lo que ya
parece ruptura inevitable entre la comunidad del Isolotto, barrio
de Florencia, y el cardenal Florit. Los sacerdotes de la
parroquia del Isolotto se inclinan a interpretar el Evangelio en
un sentido exclusivamente social, mientras que el arzobispo de
Florencia les recuerda que el Evangelio es, ante todo, un mensaje
de salvación espiritual y no tan sólo un
instrumento de transformación social. Que este tipo de
tensiones no es excepcional se deduce de las declaraciones hechas
por el cardenal francés Jean Danielou, de la
Compañía de Jesús, a la publicación
italiana «Familia Mese», aparecidas en su
número de septiembre del pasado año. Según
opinión de Danielou, «se asiste a una preocupante
politización de los movimientos contestatarios, a una
degradación de los atributos espirituales de la Iglesia
(culto divino, vida interior y sacramental) y a una
acentuación casi exclusiva de los aspectos político
sociales que no son esenciales al cristianismo». Así
pues, el catolicismo actual evoluciona con una más amplia
visión de la influencia social que la Iglesia debe ejercer
en el mundo; pero al mismo tiempo le resulta difícil
mantener en todas partes el necesario equilibrio entre lo social
y lo religioso.

La
preocupación social en el protestantismo
actual

Es casi general la toma de conciencia
social entre las iglesias protestantes de todo el mundo, si bien
hay una diversidad considerable en el énfasis que sobre
las relaciones entre Iglesia y sociedad se hace en los diferentes
sectores.

En la declaración final del Congreso
Mundial de Evangelización, celebrado en Berlín en
1966, en el que se hallaba representado el llamado protestantismo
conservador, no faltó la nota de desasosiego por los
graves problemas de la Humanidad: «Pedimos perdón
por nuestros pecados pasados al negarnos a reconocer el claro
mandamiento de Dios de amar a nuestros semejantes con un amor que
trascienda toda barrera o prejuicio humanos. Buscamos, por la
gracia de Dios, desarraigar de nuestras vidas y de nuestro
testimonio todo cuanto le es desagradable en nuestras relaciones
de los unos con los otros. Nos tendemos las manos
recíprocamente en amor y esas mismas manos se extienden a
los hombres de todo lugar con la oración de que el
Príncipe de Paz una pronto a nuestro mundo tan penosamente
dividido.»

En el orden práctico, también
en el campo evangélico conservador, diferentes iglesias,
sociedades misioneras, alianzas evangélicas y otros
organismos han mostrado una eficaz actividad en la lucha contra
el hambre en el mundo, que han dado como resultado la
fundación de numerosas instituciones benéficas
(hospitales, asilos, orfanatos, etc.) o la realización de
otras tareas de amplia proyección social. Puede citarse
como ejemplo la gran obra alfabetizadora de «Alfalit»
(fundada en 1962 en Costa Rica) en la América de habla
española, con producción masiva de materiales que
usan no sólo las iglesias evangélicas sino
también instituciones católicas y organismos
gubernamentales, tales como los ejércitos y los sindicatos
mineros de Bolivia, la Vanguardia juvenil de Acción
Católica en el Ecuador y el Centro de Acción Social
Juan XXIII, de la Universidad Centroamericana (USA) en Nicaragua
(«Alfalit», enerojunio de 1969).

Por otro lado, el Consejo Mundial de
Iglesias, que incluye gran número de iglesias
protestantes, ha ido intensificando de año en año
su interés por las cuestiones políticosociales. En
su Asamblea de Upsala (1968), de los seis informes de secciones
aprobados, tres expresan esta preocupación.

En el de la Sección III se trata del
desarrollo económico y social en el mundo; en el de la IV,
de la justicia y la paz en los asuntos internacionales, y en el
de la VI de nuevos estilos de vida. Incluso en los restantes se
nota la misma preocupación por los problemas de la
sociedad humana.

También en estos
«informes», al igual que en la constitución
sobre «La Iglesia en el mundo actual» del II Concilio
Vaticano, hay contenido valioso que debiera ser estudiado
seriamente por los cristianos de cualquier confesión. Sin
embargo, no pocos observadores han contrastado y creemos que con
razón el gran relieve dado en Upsala a las cuestiones
mencionadas con la escasa atención prestada a la
proclamación del Evangelio en su sentido neotestamentario.
Como ha escrito Norman Goodall en su artículo editorial
que, a modo de introducción, abre el informe de la
Asamblea de Upsala, «la característica más
obvia y más ampliamente reconocida de la Asamblea fue su
preocupación a veces, casi, su obsesión por el
fermento revolucionario de nuestro tiempo, por las cuestiones de
responsabilidad social e internacional, por las de la guerra, la
paz y la justicia económica, por las agobiantes
necesidades físicas de los hombres, por los apuros de los
menos privilegiados, los que carecen de hogar y los que se mueren
de hambre y por las más radicales rebeliones
contemporáneas contra todos los "establishments" civiles y
religiosos» (The Upsala 68, «Report.»,
página XVII). Y un poco más adelante, con gran
honradez, añade: «… Otros, sin embargo, quedaron
preguntándose si algunas notas esenciales a la fe no
habían sido silenciadas en el curso de la Asamblea. El
"Hombre para los demás" fue reconocido y una "Iglesia para
los demás" trató de responder a sus mandatos.
¿Fue reconocida como más que un hombre para los
demás, más que un Nuevo Hombre? Y los otros para
los cuales la Iglesia existe ¿incluyen realmente el Otro
por el cual ésta existe y al cual corresponde un
nombre cuya importancia es de vida o muerte para que todos los
hombres en todo lugar lo conozcan y reconozcan? Quizás
esta cuestión alcanzó su punto más agudo en
la tensión que se refleja hasta cierto punto en las actas
de la discusión plenaria sobre el informe de la
Sección II (Renovación de la Misión). En la
sección misma, el debate fue más agudo y condujo a
un acalorado diálogo acerca de si en el mandato perenne de
la misión de la Iglesia la preocupación "por los
millones que no conocen a Cristo" constituye todavía un
imperativo decisivo. Algunos manifestaron que cualquier reserva
para hablar en estos términos no es sino el deseo de
abandonar una terminología que ya no comunica lo que se
desea expresar. Otros quedaron dudando si las diferencias
reveladas en esta discusión no serían más
fundamentales, relacionándose más bien con la
"crisis de fe»" contemporánea, a la que se hacen
varias alusiones en las páginas siguientes y a la luz de
la cual uno de los que han contribuido a la redacción de
este volumen escribe: "Quizá, para bien del mundo, la
próxima Asamblea debería ser más
teológica"».

Prácticamente, al margen del Consejo
Mundial de las Iglesias, pero en el seno de algunas de sus
iglesias miembros, va en aumento el número de
teólogos extremistas que verían con buenos ojos que
la Iglesia demoliera sus templos y acabara con su culto y con la
evangelización para dedicarse totalmente a la
eliminación de los males políticos,
económicos y sociales que afligen a la Humanidad. Su
programa de acción admite incluso la conveniencia de la
revolución violenta si resultan ineficaces otros medios
para combatir la injusticia. Opinan, asimismo, que la Iglesia
debiera asegurar una influencia capaz de determinar las
decisiones de los gobiernos de las naciones.

Wilton M. Nelson, en un
artículo publicado por la revista «Latín
América Evangelist», escribe, entre otras cosas no
menos sustanciales: «Es irónico que los liberales
(protestantes) de los siglos XVIII, XIX y principios del XX
criticaran violentamente a la Iglesia Católica Romana por
inmiscuirse en política, mientras que hoy los liberales se
entrometen en la política más de lo que
podría imaginarse. Siguiendo la lógica de algunos
secularistas, debiéramos volver a la ideología del
Sacro Imperio Romano y formar un "Sacro Imperio de la
Iglesia-Sociedad", haciendo de los teólogos secularistas
los asesores del emperador que le dijeran lo que se debe
hacer.»

Lo más deplorable de esta
«teología» es que pierde de vista la
salvación del hombre en el sentido bíblico:
salvación del pecado para la reconciliación y la
comunión con Dios. Y, como bien dijo el católico
Thomas Merton, «reconciliar al hombre con el hombre y no
con Dios es no reconciliar a nadie en absoluto». Es una
triste verdad la afirmación del teólogo ortodoxo
Juan Meyendorf respecto a los radicales que han hecho del
cristianismo «una forma de humanismo social que en realidad
ya no necesita ni el Evangelio, ni el Jesús
histórico, ni al Espíritu Santo, ni la
oración, ni la Iglesia» («Christianity
Today», 17 enero 1969, p. 26).

Sirva de muestra un párrafo del
sermón pronunciado por el canónigo anglicano
Stephen Verney, de la catedral de Coventry, el 16 de mayo de 1965
en la iglesia Great St. Mary, de la universidad de Cambridge:
«En primer lugar, la expresión arquitectónica
de la presencia de Cristo entre su pueblo no puede continuar
siendo un edificio eclesiástico. Los sacerdotes de cuatro
parroquias (anglicanas) en Coventry están considerando la
demolición de sus cuatro iglesias para construir en un
lugar un centro comunitario juntamente con sus hermanos
cristianos y con todos los demás siervos de Cristo de los
cuales he hablado, mediante quienes Cristo puede alcanzar a todos
los hombres para decirles: Yo soy entre vosotros como uno que
sirve. ¿Por qué no levantar un edificio de siete
pisos? En la planta baja podría haber un club donde los
hombres bebieran cerveza y sus esposas jugaran al bingo. En el
segundo piso, un salón de baile y un club para la
juventud. En el tercero, una clínica, una oficina, una
sala para examinar los pies de ancianos jubilados, etc. En el
cuarto podrían establecerse departamentos destinados a
fomentar la educación con salas para arte, música,
pasatiempos y clases. En el quinto podría haber una
librería con pequeñas salas para grupos de
discusión. En el sexto viviría el conserje y el
pastor, y en el séptimo habría una sala dedicada al
culto» (Sermons from Great St. Mar's, Fontana
Books, página 271). Sin entrar a discutir lo procedente o
improcedente de algunas de las actividades que tendrían
lugar en ese edificio «cristiano», obsérvese
el orden de prioridad que se da a cada una de ellas, a juzgar por
su situación, y el lugar a que se relega el culto.
¡Sobra todo comentario!

Las palabras de Verney ¿no
anularían, en parte al menos, las que con mucho más
tino y mesura pronunciara pocos meses antes en el mismo lugar el
arzobispo de Canterbury? Este, refiriéndose a la
importancia de la Iglesia, dijo: «A veces la importancia
toma simplemente la forma de algo muerto y otras veces la
impotencia de una gran preocupación por adorar a Dios que,
sin embargo, no se refleja en un servicio práctico a favor
del hombre, por lo que resulta una especie de eclesiasticismo y
no un auténtico culto del amor de Dios. Y algunas veces,
por otro lado, la impotencia toma la forma de un modo de vida
eclesiástica semisecularizada en la cual se hacen muchos
esfuerzos para impeler a la Iglesia a la eficiencia, a la
filantropía y a las buenas obras, pero falta el contacto
con lo sobrenatural. La impotencia puede tomar tanto la forma de
un (cierto supernaturalismo, no expresado en preocupación
secular, como la forma de una especie de secularismo activo en el
que se ha perdido todo contacto con lo
sobrenatural».

La situación actual, como acabamos
de ver, se caracteriza por la diversidad de conceptos y por las
tensiones a que ha dado origen una seria reconsideración
de la posición y misión de la Iglesia en el mundo.
Ello nos obliga a examinar el concepto bíblico del
mundo.

Para ciertos sectores de la iglesia
evangélica, el tema del Reino de Dios todavía sigue
siendo muy controversial. A pesar de encontrarnos ya en pleno
siglo 21, la gran mayoría de las denominaciones que se
establecieron en este país en el siglo 20 siguen siendo
influenciadas por el fundamentalismo del que habla Howard
Snyder.

Estoy de acuerdo en que la iglesia
evangélica vio la necesidad de practicar la
responsabilidad social en respuesta a 1) la crisis provocada por
la II Guerra Mundial y 2) como posibilidad de autocrítica
a la que llegaron algunos sectores fundamentalistas.

La etapa de la conciencia social
está marcada por la necesidad de revertir o contrarrestar
el pensamiento dicotómico, con el cual se
espiritualizó el evangelio y se redujo todo el accionar de
la iglesia a la salvación del alma. Esta concepción
dicotómica ha arraigado en la doctrina y en la
práctica de la iglesia evangélica, llevando a
ésta a aislarse de la sociedad.

A pesar del crecimiento numérico que
la iglesia evangélica ha logrado en las últimas
décadas, el impacto social que ha generado sigue siendo
muy débil. Por tanto, continúa manteniendo una
deuda en lo que se refiere a la solución de los
principales problemas sociales que enfrenta el mundo actual. Ver
la vida desde la perspectiva del Reino de Dios resuelve el
problema planteado de seguir manteniendo una visión
reducida del ministerio que la iglesia debería realizar en
este tiempo. El problema es que, de acuerdo con el autor, el tema
del Reino de Dios también se ha secularizado o se ha
espiritualizado, lo cual provoca reacciones diversas dentro del
pensamiento evangélico, desde un pesimismo radical hasta
un optimismo desbordante. Según el autor, se requiere
buscar un equilibrio bíblico que provoque una verdadera
conciencia del Reino.

Modelos de la IglesiaEl pacto de Lausana
define a la iglesia como el medio o instrumento de Dios para la
extensión de su evangelio. Los reformadores, por su parte,
identificaron a la iglesia como la comunidad de los santos, con
una pedagogía y valores correctos. Me llama la
atención la lista de metáforas que presenta Pedro
Savage, a través de las cuales, según él, se
entiende mejor a la iglesia: sala de conferencias, teatro,
corporación eficiente, o club social. La metáfora
más curiosa es la que compara a la iglesia con un club
social. Realmente, dicha metáfora no es para desechar,
porque la experiencia de muchas iglesias, en algunos casos con el
afán de atraer a un mayor número de personas, es
ofrecer facilidades de tal manera que las personas se sientan
cómodas, lleguen como quieran y aun practiquen algunas
cosas propias de un club social.

Por su parte, el teólogo jesuita
Avery Dulles identifica cinco modelos: la iglesia como
institución, como comunión mística, como
sacramento, como heraldo y como siervo. A mí me llama la
atención el modelo de la iglesia entendida como siervo,
siendo ésta una dimensión que la iglesia debe
recuperar hoy más que nunca, para evitar seguir cayendo en
la tentación de servirse a ella misma o de ser arrastrada
por la arrogancia o la avaricia del poder.

No obstante, según Snyder, algunos
modelos deben tener prioridad sobre otros. Algunas figuras
bíblicas como la del pueblo y el rebaño de Dios, el
cuerpo y la esposa de Cristo, la comunidad o compañerismo
del Espíritu Santo, tienen prioridad sobre otros modelos
menos bíblicos.

No podemos negar que el Reino de Dios tiene
una dimensión escatológica y que, posiblemente, esa
sea la dimensión que se difundió con mayor
énfasis y la que fue aceptada por los sectores más
conservadores de la iglesia evangélica. Al pensar en el
Reino, siempre estamos pensando en un estado futuro que no tiene
relación con la realidad presente. Por ello, los elementos
ético, social y político se han visto con bastante
indiferencia o como áreas en las que el pueblo
evangélico no debe participar.

Este enfoque escatológico del Reino
ha sido influenciado por el dispensacionalismo y premilenialismo,
lo cual ha llevado al pueblo evangélico a la
práctica de un evangelio totalmente individualista,
conservador y sin ninguna relación con los problemas
sociales que afectan a las grandes mayorías. Así,
según el autor, se ha reducido el concepto de mundanalidad
a cinco problemas o hábitos mal sanos: el alcohol, el
tabaco, ciertas formas de vestir, el cine y el baile. No
obstante, por otro lado, se toleran los grandes males y los
pecados estructurales que son cometidos por los gobernantes de
turno, como la corrupción, la injusticia social, la
opresión, y demás cosas.

El reto de la escatología marxistaEl
marxismo ve en el cristianismo el opio que adormece las
conciencias de las personas, incapacitándolas para una
acción concreta en favor de la sociedad. Por lo tanto,
sostiene que el cristianismo no puede representar ninguna
alternativa para la transformación de la sociedad, porque
predica un estado pasivo, la sumisión al destino, el
resignarse ante la injusticia social y el dejar todo a la
voluntad de Dios. Esta percepción es el resultado de las
diversas interpretaciones que se han hecho en América
Latina de la vida y práctica de los evangélicos,
las cuales le han dado argumentos al marxismo para tener esa
concepción del cristianismo.

La dimensión ética del
ReinoEl Reino de Dios se fundamenta en una serie de valores cuya
enumeración sería una tarea un tanto difícil
de realizar. No obstante, predominan, quizás por la
carencia de los mismos en nuestro contexto, la justicia, la paz y
el amor. Desafortunadamente, la palabra justicia no ha sido
correctamente interpretada y mucho menos practicada en toda la
profundidad de su significado. El modelo bíblico que se
nos presenta especialmente en el Antiguo Testamento es muy claro
en relación con el anuncio y la denuncia de la injusticia
social. Así lo hicieron los profetas, los cuales fueron
obedientes al mandato divino. Me llama la atención el
siguiente comentario del autor: "Habrá que recortarle al
evangelio todo lo que tenga olor a justicia social. Habrá
que volverlo una receta para ser feliz y ganar amigos sin
molestar a nadie", y eso no es el evangelio de Jesucristo.Esa ha
sido la historia del evangelio en nuestros países de
América Latina. En gran medida, hemos preferido la
comodidad y la pasividad antes que el asumir el riesgo de
incomodar a los demás, especialmente a los sistemas
injustos que dominan a nuestros pueblos.

En la actualidad, la iglesia
evangélica se encuentra en deuda en cuanto a su rol
profético. No sólo está llamada a anunciar
las buenas nuevas del evangelio. Como tarea única para el
cristiano, debemos ser sal y luz para causar esa influencia
positiva que se refleja en la práctica de la justicia, la
paz, la verdad, el amor y todos los valores del reino de Dios
aquí en la tierra.

Una dimensión críticaEl
pensamiento crítico es una dimensión que los
cristianos, en gran medida, no han asumido a lo largo de la
historia de la iglesia evangélica en América
Latina. Así es especialmente en El Salvador, con muy pocas
excepciones, y no porque las personas no quieran hacerlo, sino
porque se ven limitadas para asumirlo, debido a la forma en que
han sido capacitadas en las distintas instituciones de
teología, que utilizan un enfoque de tipo bancario, pasivo
y tradicional. Esto no enriquece el pensamiento crítico de
los estudiantes, si no que se impone toda la enseñanza
como la última palabra, la cual no puede ser
refutada.

Esta tarea crítica debe realizarse
con sabiduría y creatividad ante el riesgo de caer en una
actitud demasiado pesimista, resultado de enfocarse solamente en
lo malo o negativo de la sociedad. Por eso, no se debe presentar
sólo la protesta sino también la propuesta hecha
con mucha capacidad. Como dice Samuel Escobar: "Predicar
iluminando la situación, ministrar pastoralmente a quienes
están activamente involucrados, colaborar con las tareas
inmediatas en que la comunidad cristiana puede hacerse presente,
presionar por medios legales para que la ley se cumpla, demandar
ciudadanos informados como señal de madurez cristiana".
Sobre todo, se debe estar bien informado sobre la realidad
social, política y económica del país, para
poder hacer una crítica muy bien fundamentada.

Una dimensión apologéticaEn
este punto el autor se limita a presentar ejemplos de acciones
concretas que han sido algunos aportes de la iglesia
evangélica en determinados momentos de la historia y que
han quedado como huellas de su responsabilidad social como
señales del Reino.

Una dimensión de esperanzaDebemos
recuperar esta dimensión en un mundo caracterizado por la
desesperanza, donde pareciera que ya no existen más
utopías ideológicas y políticas. Es
aquí donde la utopía del Reino recobra su verdadero
valor y somos los cristianos los que estamos llamados a vivir en
esa dimensión, sin perder de vista nuestras
responsabilidades con la realidad.

Conclusiones

  • El reino de Dios es un tema que debe
    ser estudiado con mayor profundidad para contrarrestar esos
    enfoques que han limitado no sólo la
    interpretación sino también la práctica
    de la iglesia, ya que han pasado por alto los elementos
    éticos, sociales y políticos del Reino de
    Dios.

  • Es de suma importancia para los
    cristianos entender con claridad
    bíblica-teológica qué es la iglesia y
    cuál es su verdadera misión, a partir de la
    pluralidad de modelos y figuras que muestran la variada
    riqueza de la iglesia.

  • Es preciso que la iglesia asuma un rol
    más protagónico en los temas de la justicia
    social, la paz y la ética como valores centrales del
    Reino de Dios.

  • Se necesita una iglesia que sea
    más crítica de su propia práctica, como
    también respecto a la realidad socio-política y
    económica del mundo en el que está inmersa.
    Así podrá recomponer su propio mapa y cooperar
    de manera concreta en la transformación de la
    sociedad.

 

 

Autor:

Jorge Alberto Vilches
Sanchez

 

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