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La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo



Partes: 1, 2

  1. Abstracto
  2. Introducción
  3. Trama
  4. Personajes
  5. Temas
  6. La
    religión y la religiosidad
  7. Apéndice
  8. Bibliografía

1ra edición: Sihanoukville, 11 de
enero de 2011 en

  • http://albeiror24.wordpress.com/article/la-virgen-de-los-sicarios-de-fernando-12v5ymiwunp3l-10/

  • http://www.mundoculturalhispano.com/spip.php?article5801

Segunda edición revisada y ampliada,
Kep City, 23 de mayo de 2013.

Abstracto

Análisis crítico de la novela del escritor
colombiano Fernando Vallejo, La Virgen de los Sicarios,
publicada por Alfaguara en 1994. El análisis es hecho por
un hijo de las comunas de Medellín, uno de los temas
centrales de la obra.

Abstract

A review on the work The Virgin of the
Assassins
by Colombian writer Fernando Vallejo. The analysis
is made by an inhabitant of the Medellín poor barrios, the
main scenario of the Vallejo"s work, where the topic of urban
violence is centralized.

Contacts and comments: albeiror24@gmail.com;
Twitter: SDBofCambodia

Introducción

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"Las comunas son, como he
dicho,tremendas. 
(…) casas y
casas y casas, feas, feas, feas,
encaramadas obscenamente las unas sobre las
otras
…" (LVS 56). Foto de la cuadra en
donde crecí en el barrio Doce de Octubre,la
"Comuna" Noroccidental.

Terminé de leer la novela, tal vez la más
célebre, del maestro Fernando Vallejo, mi conciudadano, no
sólo por colombiano – o anticolombiano -, sino
también por medellinense, aunque en este punto
habría que discutir si ambos pertenecemos o no a la misma
ciudad, pues en su novela hace una división de la misma
que yo ya había revelado anónimamente a mis
compañeros de clase en la Universidad Pontificia
Bolivariana, aunque la propuesta de renominar las dos
ciudades es suya y apoyo la iniciativa.

Dice el maestro Vallejo que "Medellín son dos
ciudades, la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en
las montañas, rodeándola
" (LVS, 82) y agrega
además: "Yo propongo que se siga llamando
Medellín a la ciudad de abajo, y que se deje su alias para
la de arriba: Medallo
" (LVS, 84). Esa propuesta es en verdad
un hecho y por eso puedo decir que Vallejo es de Medellín
y que yo soy de Medallo, pues es de allí de
dónde vengo y por lo cual me ligo íntimamente a
esta obra.

También debo decir que he leído varias
críticas a la obra y que ninguna me convence
completamente, porque da la impresión de miradas muy
superficiales, al mismo tono con que se mira la realidad de
Colombia, desde una perspectiva generalizada, casi temerosa, que
cae en conceptos etiquetados.

Frases que se sacan de contexto, intelectuales que
quieren manejar el tema del sicariato, de la violencia,
de Medellín y Medallo, de Colombia, como si
supieran mucho. Un crítico costarricense incluso concluye
que Medellín es la ciudad maldita, al sacar las frases
lapidarias de Vallejo que dice "eran los demonios de
Medellín, la ciudad maldita 
(…)" y
"mi Medellín, capital del odio" (LVS 82) y otro
asegura que Vallejo es racista porque despotrica del mestizaje:
"De mala sangre, de mala raza, de mala índole, no hay
mezcla más mala que la del español con indio y el
negro 
(…)" (LVS 90). Respecto a todas esas
críticas, con sus debidos valores, pienso que es como
aquel director inglés que intentó hacer una
formidable película sobre Pablo Escobar con actores
mexicanos y escenas en Texas.

Hay entonces una ventaja de aquel que no sólo
conoce las dos ciudades a las que se refiere Vallejo,
Medellín y Medallo, sino que es hijo de una de
las dos, Medallo, siendo el autor hijo de la otra. De
alguna manera se trata de un complemento entre ambas, como lo es
la simbiosis entre Fernando y Alexis-Wilmar. En el caso, la
novela es de Vallejo-Medellín y la crítica
es de Albeiro-Medallo. Algo así como si
Alexis-Wilmar hubiera sobrevivido, estudiado algo y leído
la novela para después dar su
apreciación.

Si tuviera que rescribir esta obra, sin duda no
podría hacerlo desde el Fernando de Medellín, sino
desde el punto de vista del Alexis-Wilmar de Medallo.
Como para el maestro Vallejo la primera persona narrante
es la más conveniente en literatura porque "¡No
sabe uno lo que uno está pensando va a saber lo que
piensan los demás
!" (LVS 16), de la misma forma puedo
concluir que una crítica literaria en primera persona es
más conveniente y detallista que una crítica
escrita desde Costa Rica sin conocer Medellín, mientras se
elaboran especulaciones.

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Barrio Santo Domingo Savio.

A manera introductoria puedo decir que es una novela
estupenda. Su narrativa es dinámica, poética,
especialmente descriptiva y rica en juegos gramaticales, sin nada
postizo, sin nada que le sobre, sin nada que le falte.

Cierto que es una de las más grandes creaciones
de la literatura colombiana y es lamentable que muchos han
tratado de ignorarla, puesto que toca la llaga de muchos
problemas actuales y el aurea de diferentes instituciones
nacionales que le crean enemigos. La diferencia es que Vallejo ha
alcanzado un gran prestigio internacional, el mismo que no
pudieron a su tiempo escritores como Vargas Vila o Porfirio Barba
Jacob, personajes que recibieron un gran desprecio de parte de la
sociedad agudamente conservadora de su tiempo. Incluso lumbreras
como el maestro Tomás Carrasquilla o El Brujo de
Otraparte
, Fernando González Ochoa, tuvieron sus
oponentes de peso que los acallaron y que apenas en la actualidad
repuntan con creciente valor. Por su parte, Fernando Vallejo
puede sentirse satisfecho de que tiene muchos simpatizantes
dentro y fuera de Colombia y eso le da fuerza a sus obras y una
gran influencia en el pensamiento colombiano de hoy. A pesar de
la situación social, política y económica en
que se encuentra el país y de un estado lamentable de sus
instituciones corroídas por la corrupción, la
megalomanía, la retórica vacía y la
inoperancia, la Colombia de hoy no es la que vivió Vargas
Vila o Barba Jacob o Fernando González Ochoa, en donde las
conciencias eran cerradas por las llaves de la Iglesia de
entonces, por la absoluta ignorancia del pueblo y la arrogancia
de las oligarquías. En la Colombia de hoy es más
posible escuchar voces como las de Fernando Vallejo, de esas que
llaman al pan, pan y al vino, vino.

Leí la Virgen de los Sicarios el 2 de enero de
2009 en la ciudad marítima de Kep, en Camboya. Vine solo a
este balneario lleno de franceses a descansar y me encerré
en un hotel con Vallejo. Ya había visto la película
y leído numerosas críticas, algo opuesto a lo
normal y los colombianos no somos amigos de seguir las leyes
regulares de este mundo. La razón de que leyera la obra a
lo último, es que en Camboya no hay obras
hispanoamericanas ni en español ni en inglés ni en
chino. Camboya se encuentra en este momento de su historia
mirándose el ombligo y hambrienta de dólares. Se
miran a los extranjeros como cerdos, por kilos de
dólares
. Tengo la segunda edición de Alfaguara
publicada en Santafé de Bogotá en julio de 2000
(digo Santafé porque así se llamaba Bogotá
ese año y según el libro).

Respecto a la película, aunque impresionante,
creo que tiene escenas muy postizas. Recuerdo a mi profesor de
cine en la UPB que decía que una novela hecha cine siempre
sería un desastre.

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"Hasta allá subí a
buscar a la mamá de Alexis y de paso a
suasesino. Vi al subir los "graneros",esas tienduchas donde
vendenyuca y plátanos, enrejados
¿para qué no les fueran a robar
lamiseria? Vi las canchas de fútbol voladas
sobre losrodaderos. Vi el laberinto de lascalles y las
empinadasescaleras. Y abajo la otra ciudad,en el valle
rumoroso
…" (LVS 86)

Otra cosa que me une a la obra, además de ser un
hijo de las comunas, es que soy salesiano de Don Bosco. Vallejo
es exalumno salesiano, lo que no creo tenga muy contentos a los
miembros de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales,
porque en la novela son algunos de los damnificados. Hace varias
referencias a los salesianos y a Don Bosco que ofenderían
a cualquiera que se siente parte de la Familia Salesiana y
aprecie todo el valor y el alcance social de las obras del santo
de Turín en todo el planeta. Seguramente esta misma
crítica me traerá antipatías debido al valor
que le doy a la obra como pieza de la literatura colombiana y
como un material sociológico e histórico de gran
importancia. Pero asumo el riesgo. En ese sentido, creo que las
ideas que el autor expresa sobre la Iglesia, sobre los
salesianos, sobre Don Bosco, sobre María Auxiliadora,
sobre Medellín, sobre nuestra raza paisa,
sobre Colombia, pueden ser tomadas de muchas maneras. Una es que
son apreciaciones personales del autor, otra es que son llamadas
de atención sobre la anomalía de ciertas
realidades. El título mismo puede parecer chocante a los
salesianos, tan devotos de María Auxiliadora. Pero
señala una realidad indiscutible: ¿Cómo es
posible que semejante devoción, de tanto respeto y
admiración, haya terminado en una anomalía
devocionaria como amuleto de sicarios? En particular, como
salesiano, no me siento ofendido, sino cuestionado, como me
siento cuestionado sobre lo que quiere decir el autor con sus
afirmaciones tajantes hacia las comunas en donde crecí, mi
Medallo, o hacia Medellín, o hacia nuestra raza o
hacia Colombia. Como me sentí indagado en el íntimo
de mi identidad colombiana cuando el maestro Fernando Vallejo
renunció a su nacionalidad colombiana.

Por mi parte, a pesar de que tengo radicales diferencias
de pensamiento con Vallejo, creo que se trata de uno de los
grandes de nuestra literatura y de nuestra filosofía
criolla. Grande como un Andrés Caicedo, como un Fernando
González Ochoa, como un Gonzalo Arango, como un Gabriel
García Márquez, como un Jorge Luis Borges
De este Fernando Vallejo diría nuestro Fernando
González Ochoa si lo hubiera conocido, que sería
uno de los frutos de la autenticidad, la cual abogaba él.
Definitivamente Vallejo le hubiera gustado a González.
Hubiera gozado con él, como decimos en Medallo.
Se hubiera deleitado oyéndolo decir esas cosas que dice de
Colombia, como que es un país asesino.
¿Acaso no dijo González también cosas
similares? "Colombia es un país de malas
pasiones
" y después "Ninguna ciudad tan vil como
Bogotá
" (Sin el Santafé) (Salomé
22).

Qué risa oír a estos enemigos de lumbreras
como González y Vallejo condenándolos con esa
autoridad chillona de la ignorancia. Hace poco un artista
camboyano, fotógrafo, exhibió
unas apsaras desnudas, como en los tiempos
antiguos, como están escarpadas en las rocas de Angkor
Wat. Obras bellísimas, cuerpos voluptuosos de doncellas,
como aquellas que seguramente bailaron para los reyes
angkorianos. Avemaría, se vino una avalancha de
críticos condenatorios diciendo que el artista era un
vulgar ofensor de la cultura camboyana. Así que, Fernando,
no sufras por palabras necias, si es que sufres, que de todo hay
en la viña del Señor. Qué tendríamos
qué decir pues de las obras de Michelangelo, de Da Vinci
¿qué ofenden la cultura de occidente? Qué
tendríamos qué decir de La Virgen de los Sicarios
porque desnuda nuestras realidades más íntimas. La
violencia se tomó las calles de Colombia y de
América (incluida Costa Rica). La violencia es hija de la
pobreza. La política, la economía, la
religión, las costumbres, el idioma, todo nuestro entorno,
se permeó de violencia. Esa es la denuncia de la obra. Esa
es la realidad sobre la cual tenemos que trabajar. A eso hay que
llamarlo por su nombre, en un país en donde todo se
oculta, en donde "nadie vio aunque todos vieron"
(LVS 30).

Trama

La trama es simple e intensa: un hombre maduro, de
nombre Fernando, intelectual, regresa al país
después de muchos años de ausencia y en particular
a su ciudad natal, Medellín. Este Fernando es un
gramático y un escritor. Sin duda se trata del mismo
Fernando Vallejo. Pero al regresar a su ciudad, encuentra muchas
cosas diferentes a las que él conoció,
especialmente una situación de violencia. Homosexual,
busca un joven amante y encuentra a Alexis, un muchacho de las
comunas. Pronto descubre que este muchacho es un sicario. La
historia se ubica después de la muerte de Pablo Escobar en
1993, lo que hizo que las bandas de sicarios que estaban al
servicio del mayor capo del narcotráfico, se quedaran sin
el empleo que les proporcionaba las mafias. Los sicarios se van
por la ciudad y cometen numerosas atrocidades. Uno de ellos es
Alexis, el amante de Fernando. Ambos recorren la ciudad,
especialmente visitando templos y Fernando relaciona los
recuerdos de su niñez con lo que ve en el presente,
mientras Alexis se convierte en el ángel de la
muerte
, asesinando a todo aquel que se cruce en sus caminos
y que provoque el descontento de ambos.

El clímax de la obra se alcanza cuando Alexis es
asesinado por dos sicarios en una moto. Esto lleva a que Fernando
busque por el asesino. En su búsqueda conoce a otro
muchacho con el cual inicia una relación bajo las mismas
condiciones de la anterior.

Este segundo muchacho también es un sicario, se
llama Wilmar y Fernando lo relaciona completamente con Alexis. De
igual manera, Wilmar sigue siendo el ángel
exterminador
mientras sigue el itinerario de visita a
templos, hasta que La Plaga, un amigo de Alexis, le dice
a Fernando que Wilmar es quien mató a Alexis. Cuando
Fernando quiere matarlo para vengarse, no se atreve porque lo ama
y porque Wilmar le dice que mató a Alexis porque este
había asesinado a su hermano.

La conclusión de la obra se da cuando Fernando le
pide a Wilmar que se vayan del país, pero el muchacho le
dice que quiere ir a la casa a despedirse de la mamá.
Fernando lo espera en el apartamento, pero recibe una llamada de
las autoridades que le dicen que debe ir a identificar el
cadáver de un muchacho que tenía su número
telefónico. Cuando Fernando va a la morgue, descubre que
es Wilmar.

Personajes

2.1. Personajes principales

Los tres personajes principales representan las dos
ciudades de las que habla Vallejo: Medellín es de
Fernando, el símbolo de la ciudad ordenada, tradicional y
agobiada por la violencia; y Medallo es la de Alexis-Wilmar, la
cuna de la violencia. La relación entre Fernando y
Alexis-Wilmar es el símbolo del amor entre Medellín
y Medallo, las dos ciudades que están unidas por el amor y
la tragedia de la violencia.

Alexis y Wilmar se unen en un solo personaje por su
continuidad y por la identificación que el mismo Fernando
hace: "Le dije a Alexis, perdón,
Wilmar 
(…)" (LVS 92) y "De qué le
estaría dando gracias Alexis, perdón, Wilmar, a la
Virgen
?" (LVS 95). De hecho, Fernando conoce a Wimar
después de una oración que hace en la iglesia de La
América: "Entré, y en el primer altar, el del
Señor Caído, arrodillándome, le pedí
al Todopoderoso que puesto que no me mandaba la muerte me
devolviera a Alexis. A Él, que todo lo sabe, lo ve, lo
puede
" (LVS 90). En cierta manera, Wilmar es el cumplimiento
de un milagro: es el regreso de Alexis. Tiene como el primero, lo
ojos verdes (comparar LVS 9 y 119).

Fernando:

Un hombre mayor, en sus cincuenta, escritor y
gramático, homosexual. Regresa a la ciudad después
de años de ausencia. Su casa quedaba en el Barrio
Bostón. La descripción física es poca,
quizá porque la historia es narrada por el mismo
personaje. En un momento determinado Fernando motiva los
asesinatos cuando Alexis-Wilmar comienzan a disparar contra todo
aquel que es criticado por este. Se da una simbiosis entre el
sicario y el autor intelectual: Fernando valora la vida de las
víctimas, como símbolo de la realidad colombiana en
donde el autor intelectual señala a los muchachos a quien
matar, pero no disparan ellos mismos. La única
víctima directa de Fernando es un perro callejero herido y
atrapado en un caño cuyas esperanzas de vida son pocas
(LVS 77). Los dos personajes sienten pesar y Fernando decide que
es mejor matarlo para que no sufra más. Sorprendentemente
Alexis se siente incapaz de hacerlo y entonces lo hace
directamente Fernando.

Alexis:

Un adolescente de los barrios populares, sicario,
homosexual. Su casa queda en el Barrio Santo Domingo Savio. Su
padre murió asesinado. Su madre tiene hijos con otro
hombre que la abandonó. Miembro de una banda de sicarios
al servicio de Pablo Escobar. Los miembros de la banda fueron
todos asesinados y Alexis es el único sobreviviente. La
banda también estaba en problemas territoriales contra una
banda del barrio La Francia. Dos elementos reiterativos: ojos
verdes y llevaba tres escapularios. Llevaba siempre una pistola
que se ponía al cinto, entre los pantalones.

Wilmar:

Adolescente también de los barrios populares y
sicario, su casa estaba en el Barrio Santa Cruz. Alexis
había matado a su hermano y lo buscaba para vengarse. Le
decían Laguna Azul porque se parecía al
personaje de esa película. El personaje asume
completamente la identidad de Alexis, es su continuación,
aunque haya sido su asesino. Tiene también ojos verdes y
el carácter no lo distingue para nada del anterior. Dice
las mismas cosas y reacciona de la misma manera, por ejemplo,
matando. 

Personajes secundarios

El Difunto: Es un persona casi omnisciente que aparece y
desaparece durante toda la obra. Su pequeña
biografía se encuentra en LVS 43: Lo habían
acribillado, lo estaban velando y en el velorio se
despertó, de ahí el nombre. Previene a los
personajes principales de atentados contra su vida (dos veces) y
les cuenta historias suplementarias como la muerte de El
Ñato.

La Plaga: También es un joven sicario, amigo de
Alexis. Su nombre es Heider Antonio, pero Fernando no está
seguro (ver LVS 35). Es quien le dice a Fernando que Wilmar es
Laguna Azul, el asesino de Alexis.

La mamá de Alexis: Aparece una sola vez en la
historia. Su corta biografía se recuenta en LVS 86-87.
Tiene tres niños pequeños, hijos de otro hombre que
la había abandonado, mientras el papá de Alexis
había sido asesinado. Ella le da información a
Fernando sobre el asesino de Alexis, un muchacho de los
lados de Santa Cruz y La Francia 
que llaman Laguna
Azul.

José Antonio: Amigo de Fernando, un proxeneta,
presta su casa en donde hombres adultos se encuentran con
muchachos para tener relaciones. Es en su casa en donde Fernando
conoce a Alexis.

El Ñato: Un personaje extraño que Fernando
dice fue asesinado dos veces. Era homofóbico (LVS 106
– 108).

Difuntos

A través de la obra se presentan una serie de
asesinatos perpetuados por Alexis-Wilmar y en la mayoría
de los casos animados por el mismo Fernando: "Basuqueros,
buseros, mendigos, policías, ladrones, médicos y
abogados, evangélicos y católicos, niños y
niñas, hombres y mujeres, públicas y privadas, de
todo probó el Ángel, todos fueron cayendo
fulminados por su mano bendita, por la su espada de fuego
"
(LVS 103).

1.       Un
ladrón obeso asesina a un joven por robarle el carro (LVS
19).

2.       Un mendigo
amanece acuchillado a la entrada del edificio en donde viven
Fernando y Alexis (LVS 26). El muerto no es de ambos, pero
denuncia la muerte de indigentes en Colombia: "les
están sacando los ojos para una
universidad
".

3.        Alexis
asesina al punkero que no le gusta a Fernando porque hace ruido
en la noche (LVS 26).

4.       Se narra la
muerte de Pablo Escobar, histórica (LVS 33-34 y
61).

5.       Muerte de
tres soldados que hacen una requisa (LVS 38).

6.       Se narra la
muerte histórica de Luis Carlos Galán (LVS
40).

7.       Alexis
asesina a un transeúnte que se tropieza con ellos y los
insulta (LVS 40-41).

8.       Alexis
asesina al taxista que se negó a bajar el volumen del
radio por solicitud de Fernando. Cuando se bajaron, el muchacho
le disparó y el taxi atropella a una señora con dos
niños (LVS 47-48).

9.       Alexis
asesina a una camarera que los atiende mal (LVS 49).

10.   Alexis asesina cuatro gamines que
están atacando a un joven policía desarmado (LVS
54). Es una parodia de la justicia en Colombia: el que
debería proteger, es en cambio protegido. Es el sicario y
quien lo manda quien posee la verdadera autoridad y quien decide
quién vive y bajo qué leyes. Los policías
son vistos como otros delincuentes o como seres indefensos, como
en este caso en el que se trata de lo que se conoce
como policía-bachiller, un muchacho que
presta su servicio militar en la policía y que cuida las
violentas calles desarmado: "El policía, uno de esos
jovencitos bachilleres que están reclutando ahora para
lanzarlos, sin armas y atados de manos por las
alcahueterías de la ley, al foso de los leones

(…)".

11.   Unos sicarios que iban a matar a
Alexis y a Fernando, asesinan a una señora embarazada (LVS
62).

12.   Alexis asesina a un mimo que se
burla de un anciano y a una persona que hace un comentario sobre
esa muerte (LVS 64 – 65).

13.   Alexis asesina a seis borrachos en
una cantina (LVS 67).

14.   Alexis asesina al guardián
de la tumba de Los Priscos que les hace un mal comentario (LVS
71): Otra parodia a la violencia. Los Priscos fueron la banda de
sicarios más fuerte de Medellín y todos asesinados
fueron enterrados en un pomposo mausoleo en el cementerio de San
Pedro en donde fue ordenado poner la música que ellos
oían en vida por espacio de quince años. Para
cuidar que nadie se robe el equipo, se pone a un guardia. La
muerte de este al lado de la que fuera la más temible
familia de matones de la ciudad, es una burla más de la
violencia.

15.   Alexis asesina a dos niños
que pelean y a cuatro espectadores de la pelea (LVS
72).

16.   Alexis mata a sicarios que iban a
matarlos (LVS 72-73).

17.   Alexis mata a un carretillero desde
un taxi porque Fernando le dijo que estaba torturando un animal
al hacerlo trabajar y mata al taxista para no dejar testigo (LVS
76).

18.   Alexis es asesinado por Laguna Azul
(LVS 78).

19.   Wilmar asesina a un hombre que
silbaba en la calle y que molesta a Fernando. Después
Fernando descubre que era el hombre obeso que había matado
al muchacho por robarle el carro (LVS 99). Otro ciclo de
violencia que recuerda el adagio "quien a fierro mata a
fierro muere
".

20.   Wilmar asesina a una señora
con dos niños en un bus porque los niños estaban
molestando y no eran controlados por la mujer. Al bajarse del
bus, asesina al conductor porque se tarda en abrir la puerta (LVS
101).

21.   Wilmar asesina a un mendigo que
pide en el bus (LVS 103).

22.   Historia de la muerte de El
Ñato (LVS 106 – 108).

23.   Wilmar es asesinado cuando va a
despedirse de su mamá para irse con Fernando (LVS
116).

Personajes históricos

Una serie de personajes históricos afectan la
historia.

Pablo Escobar: Este personaje tiene una gran importancia
en la obra porque es señalado como uno de los principales
responsables de la violencia y del sicariato. Con su muerte, los
sicarios sin empleador van por la ciudad cometiendo
crímenes atroces.

Virgio Barco: El presidente de Colombia que
declaró la guerra al narcotráfico, es visto por el
autor con gran simpatía.

César Gaviria: Su nombre no es mencionado, pero
es visto por el autor con gran antipatía. Durante su
gobierno se dio la muerte de Pablo Escobar.

Padre García Herreros: Sacerdote eudista, muy
apreciado en Colombia por sus obras de caridad pública
conocidas como El Minuto de Dios, por un programa de
televisión que era de un minuto. Logró recaudar
fondos para construir casas para los pobres. Su nombre se ha
incluso introducido para causa de canonización. Pero para
el autor, su acción no es buena porque ayuda a promover
más pobreza e incluso lo relaciona con las mafias al,
según el autor, recibir donaciones de los
mafiosos.

Cardena Alfonso López Trujillo: Un hombre
controvertido en Colombia y con muchos enemigos dentro y fuera de
la Iglesia. Murió en El Vaticano. El autor lo acusa de
gran amistad con Pablo Escobar y de grandes robos.

Pedro Justo Berrío: Gobernó Antioquia a
finales del siglo XIX y le abrió las puertas a un gran
progreso. Se cuenta como uno de los grandes del orgullo
antioqueño. Es mencionado varias veces frente a su
monumento en el Parque Berrío, como una parodia de la que
fuera una edad de oro y paz en la región.

Fidel Castro: Mencionado una vez con gran
antipatía.

Luis Carlos Galán: Candidato liberal asesinado
por sicarios de Pablo Escobar en plena campaña
política.

Don Bosco y los salesianos: Mencionados con frecuencia
debido a que el autor estudió en uno de los colegios
salesianos. En Medellín sus escuelas han sido de gran
prestigio y otros intelectuales han tenido que ver con los
salesianos y sus obras educativas. La percepción negativa
del autor hacia la Iglesia hace que presente a estos de manera
dura.

Los Priscos: Una de las primeras y más poderosas
bandas de sicarios de Medellín al servicio de Pablo
Escobar. Fueron todos asesinados y sus restos guardados en un
mausoleo al cual tiene música infinita por quince
años.

Temas

Medellín – Medallo y la
violencia

La violencia divide y fragmenta. La ciudad,
Medellín, es presentada como un campo violento, sin
reglas, en donde el que manda es el que está bien armado.
Después de la muerte del mimo "El terror se
apoderó de todos. Cobarde, reverente, el corrillo
bajó los ojos para no ver al Ángel Exterminador
porque bien sentían y entendían que verlo era
condena de muerte porque lo quedaban conociendo
" (LVS 66).
Aunque en esta época Medellín ganó el record
de ser la ciudad más violenta de América, el
problema de la violencia en el continente no es ingénito a
Medellín, como quieren presentarlo algunos en su
afán de buscar chivos expiatorios. La violencia descrita
en la obra incluye todo el país y a muchas regiones de
América, bajo los mismos patrones.

El sicario, llamado "Ángel Exterminador", es el
dueño de cada situación sin que exista una
autoridad que ponga fin a su paso de muerte. La policía no
tiene en la obra un papel protagónico, es completamente
ausente, lejana y en los pocos momentos en que es mencionada se
hace con desprecio, se equipara a la misma delincuencia e incluso
patrocina la delincuencia cuando un sargento vende balas a
Fernando sin muchos problemas (LVS 37).

El sicariato es una acción directa de las mafias
sobre los barrios más pobres de la ciudad. Estos sectores,
conocidos en Medellín como las "comunas", son en
realidad en su mayoría antiguas invasiones que hicieron
campesinos, muchos de los cuales huían de la violencia en
el campo. Esto creó las dos ciudades de las que habla el
autor: la ciudad tradicional, la que estaba de siempre, la de
clase media y alta, en la parte baja del valle y la ciudad
ilegal, sin planeación, marginal, en las laderas de las
montañas.

La carencia de una presencia de Estado en estos
sectores, la marginación de los planes de desarrollo, dio
paso a que las mafias y especialmente las de Pablo Escobar,
encontraran un caldo de cultivo para sus planes. El origen a su
vez campesino de Escobar lo hizo un hombre popularmente
carismático entre los sectores menos favorecidos. Sin
duda, Pablo Escobar no era un tipo arrogante con el pueblo pobre
y necesitado. Al contrario, actuaba como un líder que se
preocupaba por sus problemas y les daba soluciones inmediatas,
algo que los gobernantes tradicionales del país no tienen.
A su muerte, miles de personas acompañaron su
féretro y le mostraron su simpatía, aprecio y
agradecimiento. Era técnicamente un Robin
Hood 
criollo, con la diferencia de que no utilizaba
flechas, sino subametralladoras y carros-bomba.

Pablo Escobar ofreció oportunidades de empleo a
una población desempleada en donde abundaban los
niños y los jóvenes. Trabajar con Pablo Escobar era
tenerlo todo y bastaba con serle fiel, porque fallarle, era
condenarse definitivamente. De ahí que en Medellín,
especialmente en las barriadas populares, se comenzó a
llamar como El Patrón. Nadie mencionaba directamente su
nombre. No era solo trabajar como sicario. El Patrón
tenía una verdadera empresa en la cual usted podía
vincularse: en el departamento de distribución (las mulas
de la cocaína), como transportador (llevando
cocaína dentro y fuera del país en vehículos
de todo tipo), como representante (testaferro), como asociado
(jueces, abogados, policías, militares, médicos,
periodistas, etc, comprados por el negocio de las mafias y
trabajando para esta),  como agente de seguridad
(guardaespaldas o sicario) o en el departamento de
entretenimiento (prostitución). Se trataba de una inmensa
red de empleo en donde corría el dinero y muchos
querían participar. Esta situación obviamente
corrompería todos los mecanismos democráticos,
institucionales, industriales y económicos. Haría
bien pronto de Colombia una narcodemocracia (John F.
Kerry, 1994), pero no sólo de Colombia: sería un
problema de toda las américas en donde otras
nacionalidades se verían implicadas, desde Argentina y
Chile a México, el Caribe, Canadá y, claro, Estados
Unidos, primer consumidor global de drogas.

La diferencia es que en Colombia el problema tocó
fondo y se agudizó en Medellín.

La palabra sicario es del
latín por sicca, "puñal". Un sicario
era en el antiguo Imperio Romano un asesino pagado para que
apuñaleara a un enemigo político.
Básicamente es eso lo que la mafia genera, sin decir con
ello que el fenómeno sea nuevo en Colombia. Un sicario,
por ejemplo, asesinó el 9 de abril de 1949 al caudillo
liberal Jorge Eliecer Gaitán, aunque en ese tiempo el
término no estaba muy en uso. Son pues las mafias las que
le dan vigencia al término. Buscan entre los barrios
populares a muchachos que puedan hacer ese trabajo, el de
eliminar a aquellos individuos que se declaran enemigos del
narcotráfico y ponen en peligro sus redes, como
magistrados, jueces, periodistas, policías, militares,
etc., pero también los que traicionan la
organización, los que deben y no pagan, los que roban a la
organización (dentro de la mafia misma no hay
corrupción administrativa)  y cualquier otro
tipo de uso funcional.

Un sicario puede ser cualquiera, desde un niño
con el suficiente coraje hasta un hombre maduro o una mujer. La
razón por la cual se hizo recurrente que los sicarios
fueran muchachos, es precisamente porque estos no tienen tanto
temor y se muestran firmes en lo que hacen. El muchacho tiende a
ser más leal y es capaz de dar su vida por quien sabe es
su amigo o su ayuda. Por ejemplo, Alexis cubrió con su
cuerpo a Fernando para protegerlo. Un sicario adulto es
más calculador y teme más, porque tiene mayores
obligaciones.  A esto dice Fernando que un sicario es:
"un muchachito, a veces un niño, que mata por encargo.
¿Y los hombres? Los hombres por lo general no, aquí
los sicarios son niños o muchachitos, de doce, quince,
diecisiete años, como Alexis, mi
amor 
(…)" (LVS 9).

Ser un muchacho de las comunas entre las décadas
de los 70 y los 90 no fue fácil por ejemplo para
mí, que crecí en esos años en medio de la
Zona Noroccidental. Ser muchacho era ser sospechoso de ser
sicario, no importaba si te metías o no te metías.
Salir a caminar por la calle y encontrarse con policías
era tensionante: te miraban con odio, con rencor, así
nunca los hubieras visto ni tuvieras nada que ver con violencia.
Era de entender: Pablo Escobar llegó a pagar un
millón de pesos (500 dólares) por policía
asesinado durante su guerra contra el Estado. Entonces todos los
muchachos de las comunas de Medellín éramos
sicarios en potencia. Te hacían parar contra la
pared y te requisaban cuidadosamente, para buscar el famoso
tote, es decir, el arma. Te pedían la tarjeta de
identidad, la dirección de tu casa, el oficio de tus
padres. Especialmente salir en la noche era un riesgo, porque si
bien se habla de la acción de las mafias sobre nuestros
barrios, no se habla de otros actores igualmente violentos y
oscuros que vinieron a sembrar el terror en nuestras cuadras.
Muchos jóvenes murieron acribillados en las esquinas por
la metralleta de vehículos de vidrios oscuros que
subían al barrio en la noche. Disparaban
indiscriminadamente. Aquellos que no fuimos sicarios y que no
aceptamos los negocios de las mafias en nuestras comunas, nos
encerrábamos por la noche en casa a ver televisión
o a hacer la tarea, para escuchar tiroteos cercanos o lejanos y
saber los nombres de los difuntos al día siguiente.
Éramos los sanos, como decimos por allí a los
pelaos que no se meten con nadie, que no aceptan la
violencia.

En 2000, cuando el maestro Vallejo publicaba en
Bogotá La Virgen de los Sicarios, yo terminaba mi propia
obra, una pequeña y anónima que imprimí en
una imprenta menor de Medellín. La obra se
llama La Flor de Loto, un cuento de muchachos de lado y
lado del planeta
. Es esa parte que no encuentro en la novela
sicariesca, la parte de los muchachos que dijimos no a la
violencia, no a la opción de la muerte y sí al
estudio o a la vida pobre pero digna. Lógicamente el
maestro Vallejo tiene más dinero que yo para publicar sus
obras con bombos y platillos, mientras yo sigo siendo un man
de las comunas
y ahora en este país de pobres como
voluntario, publicando lo que puedo en la red.

Recuerdo cuánto me dolía ser identificado
con un sicario solo por ser un muchacho de las comunas y muchos
muchachos sanos murieron por ese motivo. Nunca se supo
quiénes eran esos que cometían masacres de pelaos
en las noches. El rumor fue siempre organismos de seguridad del
estado que elaboraban incluso listas negras. Sobre esto cae el
misterio per secula seculorum, siguiendo la
tradición de impunidad en Colombia. La masacre de
policías dirigida por el Cartel de Medellín tampoco
ha sido propiamente manejada. A mi modo de ver todas esas
víctimas deben ser compensadas en la historia de nuestro
país.

  Lo cierto es que el mundo de las comunas es
aún más complejo del que La Virgen de los Sicarios
puede narrar.

Hay varias apreciaciones acerca de las
comunas:

"La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba
pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a
robar, a atracar, a matar. Quiero decir, bajan los que quedan
vivos, porque a la mayoría allá arriba, allá
mismo, tan cerquita de las nubes y del cielo, antes de que
alcancen a bajar en su propio matadero los matan
" (LVS 82).
Ciertamente yo soy uno de esos que bajé. Bajé en
enero de 1989, cuando mi cucho que es profesor, con mucho
esfuerzo se buscó un préstamo en el Icetex para que
yo estudiara en la Universidad Pontificia Bolivariana, que era su
sueño. La idea en principio casi no funciona. Era en
verdad un pasar de ciudad a ciudad, de Medallo a Medellín.
Veía a Laureles como si estuviera en el extranjero y mis
compañeros, personas que hoy amo con toda mi alma porque
me acogieron, me veían en principio como a un
sobreviviente. No es cierto completamente que la ciudad de abajo
no subía a la ciudad de arriba. Eso lo dije arriba: los de
abajo subían a exterminarnos, con sus sicarios oficiales
de Estado, pagados tal vez no por las mafias, pero si por
individuos fascistas deseosos de destruir las comunas para volver
a la vieja Medellín (la Medellín sin
tuburios
, diría Escobar). Todos, todos, éramos
sicarios para los de abajo. Eso hizo que pasaran cosas que no he
visto publicadas en ninguna parte, como que las empresas,
negocios, empleadores en general, le negaran trabajo a aquellos
que veníamos de las comunas, sin importar los estudios y
referencias. Bastaba que en la hoja de vida dijera La Francia,
Aranjuez, Castilla, Doce de Octubre, para que rechazaran la
solicitud. El único contratista era la mafia, los
paramilitares, las guerrillas, las bandas criminales. Todos esos
que nos etiquetaron, son culpables de abrirle el espacio a estas
para que se convirtieran en los amos de las comunas.

"A machete, con los que trajeron del campo cuando
llegaron huyendo dizque de "la violencia" y fundaron estas
comunas sobre terrenos ajenos, robándoselos, como barrios
piratas o de invasión. De "la violencia"…
¡Mentiras! La violencia eran ellos. Ellos la trajeron, con
los machetes. De lo que venían huyendo era de sí
mismos
" (LVS 83). El autor, hijo de la Medellín
tradicional, expresa la mentalidad de la llamada época de
la violencia, una guerra civil no declarada que azotó el
campo entre la década de los 50 y los 60. La violencia
respetó paradójicamente a las ciudades y sus
alrededores y se centró en las zonas rurales de Colombia.
Los habitantes de la ciudad sabían que había
"problemas de orden público" en el campo, pero no
auténticas masacres que hoy en día no han sido
completamente registradas. La misma situación pasa con la
acción de los paramilitares: mientras estos masacran
campesinos en el campo, las ciudades no saben de esto. Los
desplazados por la violencia de hoy, son esos mismos que llegaron
buscando refugio en las ciudades hace más de cincuenta
años. Los terrenos ocupados por las comunas fueron en
realidad áreas baldías, ubicados en las faldas de
las montañas, es decir, las laderas. Esas zonas estaban
contempladas como parques naturales por la ciudad tradicional y
eran utilizadas como zonas de veraneo por los ricos de entonces.
Si bien muchas de las tierras fueron invadidas, muchos
terratenientes vendieron por lotes sus terrenos a los
recién llegados, todos campesinos de las zonas más
inusuales de Antioquia, Chocó, Córdoba y
Sucre.

Partes: 1, 2

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