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Consumo de sustancias psicoactivas en jóvenes en situación de calle




Enviado por Cristian Escobar



  1. Introducción
  2. Juventud, calle y consumo, hacia un perfil de
    intervención
  3. Dependencia a sustancias psicoactivas en
    jóvenes en situación de calle, Consideraciones
    para la intervención
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía

Monografía para optar a diploma de
actualización de pos titulo "Tendencias y desafíos
en el tratamiento de consumo de drogas y alcohol"

Introducción

El consumo de sustancias psicoactivas en nuestra
sociedad no es una conducta anormal, muy por el contrario,
existen sustancias legales de características similares
con relación a sus efectos en el sistema nerviosos
central, de las sustancias que se encuentran consideradas como
ilegales. Los motivos por los cuales un joven decide consumir una
sustancia en particular, por lo general depende del contexto o de
al menos tres dimensiones a considerar, a saber: a) El ambiente
familiar, y su responsabilidad de transferir un capital cultural
con un soporte valórico robusto de una perspectiva con
relación al consumo, b) La dinámica escolar, en
cuanto a dificultades, presiones externas impuestas y
frustraciones en la perspectiva de futuro, y c) La presión
de grupo, que en esta etapa del ciclo vital juegan un rol
fundamental a la hora de probar, utilizar de forma recreativa o
como forma de legitimarse en el espacio relacional. Sin embargo,
cuando hablamos de jóvenes en situación de calle
debemos considerar la inexistencia de las primeras dos
dimensiones (familiar – escolar) como generadoras de
recursos alternativos al consumo, y una preponderancia de la
presión de grupo, que por compartir las mismas condiciones
de vida se desarrollan vínculos intensos y
autodestructivos cuando hablamos del uso de drogas. En el
transcurso del presente trabajo se desarrollará un
análisis sobre el contexto de los jóvenes en
situación de calle con relación al consumo de
sustancias psicoactivas, con la intención de visualizar la
presencia de posibles factores internos o externos, que promuevan
su uso. El desafío es poder reflexionar sobre las
condiciones mínimas y necesarias que debe contemplar un
modelo terapéutico que logre abordar el fenómeno en
su complejidad, profundizando sobre las tensiones existentes
entre el objetivo de un tratamiento y el resultado del proceso
cuando el eje central es el consumo de drogas, es decir:
¿cuáles son las características y
particularidades de esta población?, ¿Qué
distinciones existen en el consumo de sustancias cuando hablamos
de estos jóvenes? ¿Cuáles son los factores
que debería considerar una institución, en un
modelo de intervención?, el objetivo final, no es buscar
responder de manera definitiva cada una de estas preguntas, sino
que, desarrollarlas en una línea argumentativa y ampliar
la mirada para abrir la discusión sobre el uso de drogas
en este segmento de la población.

Situación de calle: características y
problemáticas.

En un modelo económico de mercado como el de
nuestro país, no es extraño aceptar las
desigualdades, llevándolas incluso, al extremo de la
exclusión social. Si articulamos esta desigualdad con
elementos biográficos estresantes caracterizados por la
ruptura en diferentes ámbitos de un sujeto, tales como:
los vínculos familiares, laborales y sociales, y que
además no cuenta con un lugar propio donde alojarse, surge
como resultado el concepto "persona en situación de
calle", definida como: "Todo individuo que se encuentre en
una situación de exclusión social y extrema
indigencia específicamente sin hogar, y a la vez la
presencia de una ruptura de los vínculos con personas
significativas
" (Ministerio de desarrollo social, 2012).
Este fenómeno no surge con el modelo económico
imperante, sin embargo, los principios que rigen actualmente la
relación entre economía, política, cultura y
estructura social, legitiman una integración basada en un
patrón normativo excluyente, fundamentado en la
exclusión (Mayol, 2012). En una sociedad de estas
características, los mecanismos de mitigación del
dolor y de metabolización de las frustraciones que genera
esta desigualdad, por lo general tienden a ser herramientas que
permiten evadir la realidad, con el objetivo de; en el caso de
los integrados, eludir esa realidad (o anestesiarla), y en el
caso de los excluidos, negarla (o buscar consuelo). Bajo estos
términos las sustancias psicoactivas cumplen las
condiciones mínimas y necesarias para responder a esta
necesidad, configurándose como una alternativa de primera
línea, viable y de fácil acceso. Cuando hablamos de
los jóvenes[1]es decir, de sujetos que se
encuentran consolidando una identidad a través de una
diferenciación con su entorno; el panorama es mucho
más complejo cuando estos se encuentran en
situación de calle. A saber; en nuestro país la
población de personas en situación de calle (en
adelante PSC) presenta la siguiente
distribución:

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El total de personas asciende a 12.255, donde el 11.6%
corresponde a niños y jóvenes menores de 25
años (1.422 en total). El preámbulo
biográfico que antecede la condición de
situación de calle en este segmento en particular, esta
caracterizado por diversos sucesos estresantes ocurridos en la
infancia, tales como:

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Considerando que los sucesos descritos en la tabla
número dos, no son generalizables a todos los sujetos, es
decir, los siete sucesos descritos no constituyen necesariamente
en su totalidad la biografía de cada individuo en el orden
descrito, sin embargo, el 41,12% de la muestra total del segundo
catastro nacional de PSC, indica que han tenido más de 6
sucesos estresantes en su infancia (el 42,24% de 1 a 5 sucesos).
¿Qué indican estos datos?, bueno, nos
señalan que cuando hablamos de jóvenes en
situación de calle con relación a un tratamiento
por consumo problemático de sustancias, debemos sumarle al
abordaje terapéutico, diversas fracturas de los
vínculos afectivos, traumas y trastornos basales no
abordados por su ausencia en el sistema de salud de manera
permanente y reactivos a un entorno hostil, en definitiva, no es
solo el consumo de sustancias el objetivo de una
intervención.

Juventud, calle y
consumo, hacia un perfil de intervención

Cuando hablamos de juventud, nos referimos a una mirada
sociológica que comprende los periodos de la pubertad,
adolescencia (inicial y media) y juventud plena, es decir para la
organización mundial de la salud, la juventud comprende
las etapas que van desde los 10 años a los 24 años,
diferenciándolos de la infancia (Palacios, 2001).
Además del proceso natural que implica el dejar
atrás las lógicas del mundo infantil, el joven
comienza a buscar la independencia en una legitimación
personal a través de su grupo de pares, en una sociedad
que lo obliga culturalmente a adelantar su madurez, agobiando su
entorno con exigencias, en tanto competencias funcionales al
control de sus vidas, es decir, nuestra sociedad obliga a los
jóvenes a capacitarse técnicamente en algo
productivo; el modelo basal que dirige las lógicas
relacionales de nuestra sociedad no estimula la elección
de su labor en relación a sus intereses personales,
generando una tención proveniente de un ser ideal, que se
desprende de la proyección familiar y social, versus las
preferencias personales del individuo. Sin embargo, la
posibilidad de metabolización de esta tensión
depende de la capacidad de contención que exista en el
entorno del joven, donde pueda encontrar el capital cultural
necesario que le permita resolver las dificultades y dar
respuesta a sus inquietudes. La no existencia de esta red de
contención (por ejemplo: la familia) es tierra
fértil a la búsqueda alternativa de alivio
focalizada en el consumo de sustancias, es decir, a mayor
ausencia de respuestas del entorno del joven, mayor es la
probabilidad de elaborar una prótesis que sustituya esa
carencia. En un ejemplo, podríamos suponer que la sociedad
es un escenario donde pretendemos contar una historia, y donde la
configuración de los personajes se encuentran distribuidos
en torno al protagonista principal, en este caso el joven,
podemos observar que se encuentra entramado en una red de
contención que puede regular (en la mayoría de los
casos con mucha dificultad) las frustraciones naturales que
genera la acomodación a los distintos roles que debe
sortear nuestro personaje a lo largo de la obra, en sus
caídas alguien le tiende una mano y sostiene del impacto,
cuando se le olvida el guión, otro le susurra en el
oído recordándole la estrofa perdida en la memoria,
en definitiva, para que nuestra obra alcance el éxito con
el cierre de los aplausos, que en nuestra alegoría es la
entrada a la vida adulta con el grado necesario de
autonomía, depende que en ese escenario se encuentre un
equipo robusto y distribuido de actores acompañando a
nuestro personaje principal. Cuando a nuestro escenario le
quitamos los personajes secundarios y dejamos que nuestro
protagonista al momento de su caída no encuentre soporte
más que el del piso frío de la tarima,
además, cuando el guión se le olvide, solo
encuentre silencio a su alrededor, nuestro personaje principal
caerá victima de la angustia, de una sensación de
vacío en el espacio psíquico que debe ser llenado,
es urgente entonces la generación de una prótesis
que supla esta carencia, una prótesis que logre sostener
la configuración yoica, impidiendo que nuestro personaje
desaparezca de la escena físicamente, de esta forma, ante
la ausencia generalizada, la prótesis elegida es
química, personalizada en el consumo de sustancias (Le
Breton, 2012), alejando a nuestro personaje de la realidad
consensuada del escenario, otorgándole la creación
ficticia de mayor seguridad, generando la modificación del
guión de la obra, a uno escrito por él mismo, con
lógicas particulares, reduciéndola a la
improvisación diaria de la desesperanza aprendida,
alimentada por un escenario social que no es capaz de visibilizar
la problemática, negándola y cubriéndola a
la sombra de grandes edificios, solo así el joven que vive
en la calle pasa a ser parte accesoria del entorno, y puede
encontrarse en el espacio público sin ser visto. Un
resultado producto de la desigualdad social, de una fractura
familiar y el abandono institucional de una sociedad de la cual
desconfía.

No solo el consumo es la respuesta a un sistema familiar
multi-problemático, de un entorno caracterizado por la
violencia, el abandono y agresiones sexuales provocadas (en la
mayoría de los casos) por los mismos familiares, los
jóvenes en situación de calle cargan en su historia
con la negación de la niñez (Gómez, Sevilla,
Álvarez. 2008), la ausencia de un entorno necesario para
el ejercicio de sus derechos primarios, de esta forma, el
concepto de familia se relaciona con un lugar carente de sentido,
el impulso primordial para sustituir el hogar, como lugar
compartido por vínculos sanguíneos (o lazos
afectivos), por la residencia en el espacio público. De lo
anterior, la familia (en la mayoría de los casos) pasa a
ser un factor de riesgo en la vida del joven, una
institución carente de la entrega de cariño y
contención.

La existencia de una prótesis química se
considera funcional para la subsistencia en la vida de la calle,
no es necesariamente la justificación de su permanencia en
la misma, sino más bien un socializador, una forma de
suplir la ausencia de figuras significativas, encontrando en un
estado alterado de conciencia, la posibilidad de ejecutar
conductas de riesgo que en todas sus facultades, no serían
capaces de realizar (Giraldo; Foreno; Hurtado; Ochoa;
Suárez; Valencia; 2008). Además, el consumo de
sustancias es la respuesta inmediata a necesidades físicas
de primer orden, que disminuyen su demanda (por ejemplo) ante los
efectos de los disolventes volátiles como la bencina o el
tolueno, cuyos síntomas se caracterizan por el
aturdimiento, somnolencia y agitación (NIDA, 2011), estos
efectos pasan a un segundo plano, si responden a necesidades
básicas como la disminución del frio o el
hambre.

Nos encontramos entonces, con jóvenes cuya
organización de significado personal se encuentra anclada
en la inmediatez, caracterizada por la satisfacción
impulsiva de sus carencias históricas, sujetos que se
encuentran solos (aunque acompañados pasajeramente) ante
un escenario del cuál no comparten la trama del consenso
social, desconfiando de sus instituciones, cuya forma de
vinculación (producto de su dinámica familiar) es
una rebeldía reactiva y el desprecio a toda norma
(Céspedes, 2010), abandonados a la toma de decisiones
diarias que no considera la posibilidad de consecuencias a
futuro, donde el consumo es solo el síntoma de una
problemática de fondo. Es la búsqueda en el
exterior, de lo que les falta dentro en ellos mismos (Le breton,
2012).

Dependencia a
sustancias psicoactivas en jóvenes en situación de
calle, Consideraciones para la
intervención

Caracterizado el joven en situación de calle,
podemos entender que su lógica de consumo, si bien,
presenta características de dependencia según los
criterios de DSM IV, en su clasificación, además de
tolerancia, abstinencia y cantidad de consumo, encontramos la
disminución de actividades sociales desde un punto de
vista de la conducta adaptada, alejando (de alguna manera) del
diagnostico al joven en situación de calle, ya que para
adaptarse a su nueva realidad deben desarrollar conductas
alternativas que se mesclan con los criterios diagnósticos
de dependencia que no están vinculados directamente a la
sustancia, sino a la relación y la ganancia del entorno
inmediato donde se consume, a saber:

Tabla Número 3. Criterios
diagnósticos para la dependencia de
sustancias

1

Tolerancia definida por la necesitad de consumir
cantidades mayores de sustancias para lograr efectos
deseados, y un notable efecto de disminución debido
al uso continuo de la misma cantidad

2

Abstinencia, definida por el síndrome de
abstinencia característico de la sustancia, y el uso
de ésta para mitigar o evitar los síntomas de
abstinencia.

3

Ingestión de grandes cantidades o durante
un periodo mayor del que se pretendía

4

Deseo persistente o esfuerzo fallido por disminuir
o controlar el abuso de sustancia.

5

Pasar una gran cantidad de tiempo en actividades
necesarias para obtener o usar la sustancia o recuperarse
de sus efectos.

6

Eliminar o reducir importantes actividades
sociales, profesionales o recreativas por el uso de
sustancias.

7

Uso continuo de la sustancia a pesar de estar
consciente de la existencia de un problema persistente o
recurrente físico o psicológico causado o
agravado por la sustancia.

Tabla 3, Muestra los
criterios diagnósticos según DSM IV para
clasificar entre Dependencia a sustancias. datos
"psicopatología, psicología anormal, el
problema de la conducta inadaptada, edición 11,
sarason&sarason, 2006, person educación, p.
442,443"

La tabla numero tres nos muestra que el patrón de
comportamiento sostenido por un periodo mínimo de 12
meses, con al menos tres de las siete conductas descritas, puede
considerarse estar en presencia de una dependencia. En
situación de calle este consumo no es considerado
subjetivamente por el sujeto como problemático, es decir,
anteriormente señalamos que una de las estrategias de
supervivencia utilizadas por estos jóvenes es precisamente
el consumo, esto nos señala, de cierta forma que es
funcional a su realidad e implica una ausencia de
problematización con respecto a la situación. De lo
anterior, nos encontramos con la primera barrera para su
intervención: "la negación", que es reforzada por
un pseudo control de su entorno, además debemos sumarle la
desconfianza del joven en los sistemas sociales, ausencia de red
de apoyo familiar y una problemática estructural encarnada
en la (casi) inexistencia de dispositivos que focalicen su
intervención a esta población. En cuanto a la
dependencia a sustancias psicoactivas propiamente tal,
actualmente nos encontramos con una variedad de programas que van
desde la desintoxicación exclusivamente (en régimen
ambulatorio u hospitalario) orientados a limpiar el organismo del
paciente de la sustancia consumida mediante la
metabolización, mientras se tratan los síntomas de
abstinencia. También existen programas de reducción
de daños a consecuencia de las sustancias, centrados su
mirada en la libertad del sujeto, además, podemos
encontrar programas ambulatorios libres de drogas, donde el
sujeto puede continuar trabajando o asistiendo a clases en
paralelo a un tratamiento, y por último, programas
residenciales o de comunidad terapéutica que consisten en
el ingreso del paciente a una comunidad que lo priva de su
entorno inmediato, anulando los principales estímulos de
consumo (Girón García, 2006). Antes de continuar,
es preciso abrir un paréntesis con relación a la
lógica del consumo de sustancias que se promueve en
nuestro país, la cual está sustentada bajo un
modelo jurídico – represivo que se explica bajo el
supuesto de que la droga es mala y la persona es la victima a
proteger, con medidas legislativas sobre producción,
distribución, venta y consumo (Palacios, 2001). Lo
llamativo de esta mirada paternalista en el contexto de
jóvenes en situación de calle, es que el estado le
dice a estos jóvenes que no pueden consumir, por ejemplo,
tolueno, ya que el daño neurológico puede ser
permanente (Republica de Chile, 1998), lo cual es cierto, sin
embargo, niega el efecto secundario y adaptativo que es erradicar
el hambre y soportar el frio, si llevamos la reflexión al
paroxismo, sería algo como:"Ud. No puede consumir eso que
le quita el hambre porque le hace daño, se lo
prohíbo, aun que no tengo un dispositivo que le provea de
alimento o lo cobije del frio".[2] Continuamos con
los programas de intervención en drogodependencias y nos
enfocamos en esta última modalidad descrita (comunidad
terapéutica), considerando que la efectividad de un
tratamiento está vinculado al tiempo de estadía en
el mismo (es decir: a mayor tiempo de tratamiento; mayor es la
probabilidad de éxito del mismo), tomando en cuenta las
características particulares de un joven en
situación de calle (de las que ya hemos señalado),
un programa debería visualizar en su modelo de
intervención de alcance extenso, contar con un periodo de
residencia no menor a 12 meses, con la posibilidad de contar con
casas de medio camino ya que la intervención no solo debe
apuntar al reemplazo de la prótesis química que ha
generado el joven, sino que, un abordaje integral que incluya el
tránsito de su situación de calle a una
inserción social con un mínimo nivel de
autonomía, esto considerando la probabilidad cierta de la
ausencia de familiares como red de apoyo que promuevan la
adhesión al tratamiento, además, dentro de las
estrategias de contención deben considerarse solo como
último recurso la expulsión de la
institución ante situaciones críticas ya que la
desvinculación del joven no presenta una amenaza para el
mismo, debido a que cuenta con las herramientas necesarias para
subsistir en el espacio público, es decir, la habilidad
del equipo profesional para mantener a un beneficiario de estas
características en un programa debe estar anclada en la
creatividad y un alto nivel de tolerancia a la
frustración, con claridad de en su rol de promotores
activos del cambio, ya que el eje central del trabajo se
encuentra caracterizado por la complejidad:

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La figura numero uno muestra los componentes de
intervención a considerar en un proceso terapéutico
con un joven en situación de calle, que además
involucra la dependencia a sustancias psicoactivas, dando cuenta
de la existencia de problemáticas entrelazadas que
debieran generar en el equipo de profesionales que intervienen
con el joven, un plan de acción con objetivos
diferenciados, donde el consumo es parte de un entramado de
variables y no el eje central del tratamiento.

Conclusiones

En un modelo económico conceptualizado como la
forma de articular la relación entre economía,
política, cultura y estructura social que legitima la
integración basado en un patrón normativo
excluyente, permite que emerjan formas de subsistencias
alternativas extremas como las personas en situación de
calle, quienes producto de la exclusión, extrema
indigencia y una vida marcada por la ruptura de vínculos
significativos, presentan características particulares y
demandan una intervención especializada que comprenda la
complejidad de su abordaje terapéutico. Cuando hablamos de
jóvenes en situación de calle, nos referimos (desde
la sociología) al rango etario que comprende desde los 10
hasta los 24 años, los cuales presentan consecuencias
psicológicas propias de una historia marcada por la
violencia (en la mayoría de los casos abuso sexual) y la
negación de sus derechos primarios, que ha configurado de
forma crónica una inmadurez emocional caracterizada por la
rigidez, la tendencia hacia la disforia y un estilo cognitivo
impulsivo anclado en la inmediatez; donde la forma de
vinculación adoptada es una rebeldía reactiva hacia
el sistema legitimado subjetivamente por la desconfianza. El
consumo de sustancias en este segmento de la población
tiene relación con la creación de una
prótesis química capaz de solventar necesidades
básicas como el frio o el hambre, lo que indica la baja
problematización de la situación de consumo, y
donde el mismo (consumo) no debe ser mirado en este segmento como
el gatillante de la decisión de habitar el espacio
público, sino que debiera ser visto como un facilitador
adaptativo.

El modelo de intervención en drogodependencias
preponderante en nuestro país, se encuentra fundamentado
bajo un marco jurídico – represivo, el cual presenta
diversas dificultades para entender la función que cumple
el consumo de sustancias psicoactivas en los jóvenes en
situación de calle, consecuencia de los anterior, podemos
encontrar una escasa oferta de dispositivos de
intervención social que aborden de manera
específica las problemáticas diferenciadas de este
sector de la población. A lo largo del trabajo se puede
observar la existencia de una tención al momento de
planificar un modelo de tratamiento en drogodependencias para
jóvenes en situación de calle, en cuanto a la forma
de jerarquizar los objetivos de la intervención, ya que el
desarrollo de la reflexión da cuenta de una
subordinación de la problemática de consumo a
factores estructurantes del sujeto.

El modelo de comunidad terapéutica puede
considerarse como la opción de mayor pertinencia al
momento de pensar un dispositivo que pueda responder a las
demandas de este segmento de la población, el cual
debería contar con un periodo de residencia amplio para
trabajar con el sujeto de manera integral, además, dentro
de las estrategias de contención (considerando el perfil
de alta complejidad del usuario) deben considerarse solo como
último recurso la expulsión de la
institución ante situaciones críticas, ya que la
desvinculación del joven no presenta una amenaza para el
mismo, debido a que cuenta con las herramientas necesarias para
subsistir en el espacio público.

Bibliografía

  • Céspedes Amanda; (2009); Niños
    con pataletas, adolescentes desafiantes. Ediciones B,
    Chile.

  • Giraldo; Foreno; Hurtado; Ochoa;
    Suárez; Valencia; 2008;Un viaje que puede
    controlarse: consumo de drogas en niños en
    situación de calle; Revista Facultad Nacional de
    Salud Pública, ISSN (Versión impresa):
    0120-386X revfnsp@quimbaya.udea.edu.co; Universidad de
    Antioquia; Colombia

  • Girón García, (2006). Los
    estudios de seguimiento en drogodependencia: una
    aproximación al estado de la cuestión.
    (versión electrónica), Cádiz,
    España.

  • Gómez, Sevilla, Álvarez. (2008),
    Vulnerabilidad de los niños de la calle, Acta
    Bioethica, Vol.XIV, núm. 2, 2008, pp. 219 -223,
    organización mundial de la salud,
    Chile.

  • Le Breton, David (2012), La edad solitaria,
    Adolescentes y sufrimiento. Lom ediciones, Santiago
    Chile.

  • Mayol Alberto, (2012), El derrumbe del modelo,
    la crisis de la economía de mercado en el Chile
    contemporáneo. Lom ediciones,
    Santiago.

  • Ministerio de desarrollo social, (2012) En
    Chile todos contamos, segundo catastro nacional de
    personas en situación de calle, Ediciones
    Alberto hurtado, Chile.

  • Ministerio de Salud (1998), Prohíbe el
    uso de tolueno en adhesivos y pegamentos que indica,
    diario oficial; Republica de Chile.

  • Palacios Juan, (2001), Adolescentes y drogas.
    Información recopilada y entregada en diplomado
    de Tendencias y desafíos en el tratamiento de
    consumo de drogas y alcohol, universidad de
    Chile.

  • Sarason&sarason. (2006)
    Psicopatología, psicología anormal, el
    problema de la conducta inadaptada. México ,
    2006, person educación

 

 

Autor:

Cristian Andres Escobar Rivas

(Psicólogo)

[1] Para continuar con la línea
argumentativa, no me extenderé en exponer de forma
detallada los conflictos y dificultades propias de esta etapa
del siglo vital ya que el objetivo y eje central del presente
trabajo es desarrollar una argumentación respecto al
consumo de sustancias.

[2] Probablemente la reacción
inmediata sería preguntarse por los organismos del
estado encargados de albergar a jóvenes que no cuenten
con un soporte familiar que les permita residir en un lugar
(sobre todo a los menores de 18 años), sin embargo
hablamos de jóvenes en situación de calle, cuya
realidad implica la no adherencia a los dispositivos sociales
encargados de su cuidado.

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