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Creatividad literaria y perfeccionismo (Literatura y experiencia del límite)




Enviado por Ricardo Peter




    Creatividad literaria y perfeccionismo –
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    Creatividad literaria y
    perfeccionismo
    (Literatura y experiencia
    del límite)

    El ser humano utiliza la literatura igual que utiliza la
    filosofía o las ciencias de la conducta: para conocerse.
    Es más, las cavernas donde la psicología y la
    psiquiatría no penetran o tienen dificultades para
    adentrarse, la literatura las atraviesa habitualmente destacando
    sus complicados pasadizos. Y aunque de manera menos sistematizada
    y metodológica, esto no es ningún impedimento para
    que la literatura nos revele más motivaciones ocultas de
    la mente que la psicología misma.

    Con gran intensidad psicológica, la literatura ha
    escudriñado la complejidad del espíritu humano, sus
    humillaciones, sus conflictos, las tensiones y las circunstancias
    terribles que pesan sobre la existencia humana.
    ¿Qué mejor tratado de paranoia con delirio de
    grandeza que el personaje de Don Quijote? ¿Y qué
    mejor descripción de los problemas cognitivos del hombre
    que los deliciosos e inmortales diálogos entre don Quijote
    y Sancho Panza, donde los (in)sucesos que nos cuentan se dan por
    verdaderos?

    Narrando con los "Hermanos Karamazov" el conflicto entre
    el racional Iván, el instintivo Dmitri y el compasivo
    Aliocha, figuras que en el lenguaje de Freud calzarían
    respectivamente con las tres instancias básicas de la
    personalidad, el Yo, el Ello y el Super-yo, Dostoievski se
    adelantó cuarenta años a la segunda
    teorización freudiana del aparato
    psíquico.

    Pero, a su vez, con gran intensidad literaria la
    psicología del profundo ha indagado también en la
    complejidad de la mente del creador literario concluyendo que la
    vida particular adquiere alguna forma de expresión en la
    obra literaria y a través de ésta el autor alcanza
    una comprensión más completa de sí mismoy de
    la vida en general.

    Para el psicoanálisis, la creatividad literaria
    se nutre con el material biográfico que se encuentra en el
    subsuelo del sujeto creativo. Definitivamente, el proceso entre
    la producción y el autor está encadenado como
    partes de la misma secuencia. La creación literaria se
    alimenta de la propia vida y está en continuidad con
    ella.

    Pareciera entonces que el enigma de la creatividad
    derivara del hecho mismo de que sus autores han conocido o
    avizorado en carne propia el destino que se expresa en los
    motivos centrales narrados en sus grandes obras. ¿Nos
    hubiera dado Cervantes su comprensión paradójica de
    lo humano que sintetizan Don Quijote y Sancho Panza si él
    mismo no hubiera experimentado en su propia piel tantas
    paradójicas situaciones: sus viajes por Italia y su buena
    vida al servicio del Cardenal Acquaviva combinados con la
    cautividad en Argel y sus dos encarcelamientos, una vez por
    fraude y otra por presunto crimen; el éxito como novelista
    de la mano con el fracaso en el teatro y la poesía; el
    plagio de que fue objeto por obra de un desconocido aunado al
    triunfo literario, y, en fin, la ruina económica de su
    familia con los pocos ratos de bonanza?

    En este mismo sentido tampoco resulta extraño que
    la descripción que Balzac hace de la obsesión por
    el dinero en La comedia humana alcance vetas
    insuperables. Siendo él mismo un ser endeudado de por
    vida, el delirio sobre una sola idea o monomanía fue su
    mejor inspiración. La pobreza absoluta que conoció
    en su vida durante largos años favoreció las
    penetrantes narraciones acerca de ese mismo asunto.

    Igualmente, podemos reconocer sin dificultad que ninguno
    de los dos manuales de enfermedades más respetados en el
    mundo clínico, el DSM, en cuestión de trastornos
    mentales y el CIE, han tratado el pesimismo y la cuestión
    del sentido de la vida con el realismo y la profundidad
    psicológica con que lo hizo Tolstói,
    huérfano a los nueve años, a través de dos
    protagonistas de su novela Ana Karénina,
    Constantine Levín, y Ana. Pero, en realidad, no son ni Ana
    ni Levin los atormentados por el pesimismo y por el sentido de la
    vida respectivamente, sino que es el mismo Tolstói que
    hacia los 50 años de edad ya se está planteando
    pesimistamente la cuestión del sentido de la
    vida.

    En su relato autobiográfico Confesiones,
    en el pleno apogeo de la celebridad, la riqueza y el amor de su
    esposa y de sus hijos, Tolstói nos dirá que no
    puede apartar de su vista que sus días lo encaminan a la
    muerte: "Por mas que me digan, refiere Tolstói en sus
    memorias: No puedes comprender el sentido de la vida; no pienses,
    vive, no puedo hacerlo, porque lo he hecho demasiado tiempo hasta
    ahora. Ahora no puedo hacer sino ver el día y la noche que
    pasan rápidamente y me conducen hacia la muerte.
    Sólo veo esto, pues es la verdad; todo lo demás es
    mentira".

    Y Franz Kafka, gracias a sus personales circunstancias,
    tuberculoso, crecido a la sombra de un padre asfixiante y marcado
    desde su infancia por un complejo de inferioridad que ni el mismo
    Alfred Adler hubiera sabido cómo tratar, pudo plasmar en
    la Metamorfosis y en El Castillo la dificultad
    del ser humano de ser humano, siempre sitiado como está
    por el fracaso, la culpabilidad, la soledad y la
    frustración.

    Sin embargo, no basta el sustrato personal que hemos
    mencionado como materia prima del proceso creador para explicar
    el proceso creativo. ¿De dónde proviene entonces la
    presión a crear? ¿Qué la origina,
    cuál es su fuente?

    Starobinski (1970, p. 220) deja clara su génesis
    al sostener que para el psicoanálisis "la historia
    interior de un hombre …es la historia de los estados
    sucesivos de su deseo" y añade: "La biografía se
    convierte de esta manera en la historia de los actos a
    través de los que el ser en devenir (cuerpo y conciencia)
    se crea a sí mismo dándose por objetivo aquello que
    le falta".

    Estando así las cosas, la creatividad procede del
    deseo y éste puede ser derivado tranquilamente de la
    impulsividad. La instancia originaria de la creatividad es el
    Ello, el polo pulsional o instintivo del individuo. La
    creatividad, en definitiva, derivaría de la libido o
    energía psicológica de naturaleza sexual. Pero esta
    no es nuestra posición.

    Es una lastima que las cosas se planteen todavía
    de una manera excesivamente reductiva, como si las cuestiones
    esenciales para el ser humano tengan como origen un fondo
    impersonal y caótico, que es el credo fundamental del
    psicoanálisis, y que bajo el principio del placer,
    sólo quiere satisfacer.

    En esta perspectiva genética, el acto creativo no
    acontece en el ámbito de la existencialidad, sino que
    permanece en el polo pulsional del individuo, que para el
    psicoanálisis es el origen de toda la actividad
    psíquica. Sin embargo, esta explicación acerca del
    origen de la creatividad aportada por el psicoanálisis
    originó desde su aparición un serio problema
    filosófico, que vale la pena reconsiderar aunque sea
    brevemente, pues equivale a localizar la creatividad en el
    ámbito de la facticidad; en la esfera de lo óntico,
    y no en la dimensión ontológica donde descansa
    propiamente lo antropológico; en los confines de la
    inmanencia y no en el de la trascendencia, donde el
    fenómeno del ser humano se despliega y el problema de la
    creatividad y los demás problemas originarios y originales
    manifiestan la singularidad del hombre.

    Ciertamente la creatividad se origina en el
    inconsciente, pero no en ese inconsciente pulsional freudiano,
    que embiste al hombre desde adentro, sino en el inconsciente
    espiritual referido por la Logoterapia, cuyo contenido resulta
    radicalmente nuevo, donde el hombre encuentra no sólo su
    problema psicológico, sino el misterio de su
    ser.

    La creatividad es enteramente personal y como tal
    sólo puede surgir del fondo mismo del hombre, del humus de
    lo antropológico, de esa zona donde cada uno es lo
    más cada uno del universo, de "ahí" donde el hombre
    alcanza la conciencia de su singularidad. De ese "espacio" que
    constituye lo que Víctor Frankl denomina la
    "verdadera" profundidad de la persona
    profunda[1]donde precisamente el hombre se percata
    de sí mismo como de una realidad personal-espiritual, y
    aparece "centrado" e integrado alrededor de ella. La creatividad
    sólo puede surgir de esta dimensión que para la
    Antropología del límite es de naturaleza
    intuitiva.

    Es necesario pues rehabilitar la creatividad frente a
    cualquier explicación de corte reduccionista. Ahora bien:
    ¿qué necesidad teníamos de llegar a la base
    del asunto de la creatividad? ¿Vincular la creatividad al
    fundamento mismo de la persona, a la intuición? Hemos ido
    a parar hasta el fondo de la cuestión para destacar que es
    a nivel de lo específicamente humano, en la raíz
    misma de lo antropológico, y no a nivel de la
    impulsividad, donde surge el ímpetu de la
    creatividad.

    Demos ahora un paso más y entremos a considerar
    la naturaleza misma de la intuición, la realidad
    específicamente humana y, de esta manera, poder aclarar lo
    que denominamos la raíz de lo antropológico.
    Preguntémonos entonces ¿cuál es, en efecto,
    la naturaleza de la intuición, qué la caracteriza,
    cuál es su calidad?

    En su auténtico cimiento, en la verdadera
    profundidad de la persona, el hombre se define por la total
    imposibilidad de auto-observación. Precisamente a ese
    nivel, lo antropológico es ausencia de conciencia refleja.
    El nivel donde inicia la realidad específicamente humana,
    el núcleo de la estructura ontológica del
    ser-hombre, es, como sostiene la Logoterapia, necesariamente
    espiritual y por lo mismo obligatoriamente y esencialmente
    inconsciente.

    Sin embargo, qué paradoja. A ese mismo nivel el
    hombre se percata de sí mismo, se vislumbra, como
    una realidad irrefleja, radicalmente inaccesible. En otras
    palabras el hombre alcanza su propio fondo, se alcanza en su
    mismo comienzo o fundamento no a través de la
    razón, de la lógica, sino de la intuición.
    Diríamos que más que "pre"-pensarse, el hombre se
    "pre"-siente, pues la intuición es una visión de
    naturaleza emocional y no discursiva. Como señalamos en
    otra ocasión: "El hombre en su esencia es todo
    intuición. La realidad o la esencia propia del ser-hombre
    no es el intelecto ni la razón" (Peter, 1998, p. 68). La
    nota distintiva del hombre no es lo racional ni lo irracional,
    sino simplemente lo transracional o arracional. De hecho, cuando
    el hombre está libre de racionalizaciones y de mecanismos
    defensivos, actúa espontánea y
    creativamente.

    Sin embargo, si la intuición no es susceptible de
    reflexión, esto no significa que sea ausencia de
    conciencia. A este nivel, antes de que surja el primer acto de
    reflexión, el hombre tiene ya conciencia inmediata de
    sí mismo. Esta afirmación nos obliga a
    preguntarnos, al menos por curiosidad filosófica:
    ¿de qué ciencia está "llena" esta
    conciencia, cuál es su contenido?

    En su arranque, donde el hombre se origina, la
    conciencia de sí mismo, la autoconciencia es ciencia del
    límite. Antes de saber que tiene limites, el
    hombre experimenta que es limitado. Antes de
    auto-observar su ser necesitado y de reflexionar sobre sus
    necesidades, el hombre se advierte de manera inmediata como ser
    inacabado, finito. El hombre se aprehende del modo más
    íntimo como restringido, escaso, privado en la
    dimensión del ser y se relaciona instantáneamente
    con su propia privación mucho antes de razonar o cavilar
    sobre ella y sobre las necesidades que derivan de su ser
    limitado. Esta ciencia de ser necesitado es el primer registro y
    el primer impulso hacia la conciencia de sí
    mismo.

    Sin necesidad de ensimismarse, de rumiar o
    reconcentrarse, el hombre se comprende de manera profunda y
    entrañable como ser indigente. En su primer vestigio de
    conciencia el hombre es conciente de su ser limitado. La
    autoconciencia que implica la indigencia es siempre ciencia de la
    propia realidad limitada.

    Ahora bien, a los ojos de la Antropología del
    límite, esta auto-referencia inmediata del hombre a su
    propio límite traza la diferencia no sólo entre lo
    zoológico y lo antropológico, sino que cambia
    radical y definitivamente el asunto de la creatividad, que
    aquí estamos examinando.

    A partir de la indigencia no sólo surge la
    irrefleja conciencia de sí, sino que ella, la indigencia,
    es el principio o el fundamento de todos los fenómenos
    originales del hombre. Es la indigencia la que dispara al hombre
    más allá de sí mismo, la fuente de donde
    brota no sólo la comunicación, el quehacer
    histórico, la religación al Otro, y a los otros,
    sino el deseo mismo y, por consiguiente, la creatividad. De esta
    manera, el deseo freudiano queda redefinido por el concepto de
    indigencia planteado por la Antropología del
    límite.

    Así, pues, es la indigencia, la ciencia de la
    propia condición inacaba, el legítimo surtidor de
    la creatividad. Y en este sentido la afirmación de
    Starobinski de que el impulso creativo expresa la
    dimensión de "aquello que le falta", es correcta
    pero sólo en la medida en que el deseo se vincula a la
    indigencia, a lo antropológico y no a la mera
    impulsividad, a lo instintivo.

    Es la indigencia o conciencia de la necesidad,
    la condición que suscita el entero proceso creador. De la
    indigencia derivan todas las posibilidades de querer ser. Y al
    hablar del entero proceso creativo develamos la palabra
    creatividad en su sentido amplio. No nos reducimos en primera
    instancia a la creatividad en las áreas de la ciencia, de
    la producción filosófica, de las artes
    plásticas, de la música, la literatura, la
    poesía, etc., en el sentido de forjar, descubrir,
    inventar, diseñar, innovar algo. Es cierto que de muchas
    maneras el hombre despliega su poder de re-crear, pero la
    creatividad no se aplica en primer momento a estos
    asuntos.

    El proceso creador se manifiesta primeramente en esa
    forma de creatividad que es la vida diaria. En la capacidad para
    salir de las propias creencias estereotipadas, trascender los
    clichés del tedium vitae y descubrir o inventar
    nuevos estilos de vida. En la capacidad que tiene el hombre para
    dar una valencia positiva a una situación, hecho,
    relación o suceso negativo. En efecto, interpretar las
    circunstancias de la vida es una forma de
    creación.

    La creatividad resalta en la capacidad que tiene el
    hombre para pasar de una actitud o conducta perjudicial para
    sí mismo, como la culpa neurótica, a otra que le
    devuelve la propia valía perdida o menoscabada. En este
    sentido, re-significar la vida y revalorizar el propio ser ante
    los embargos y las embestidas de los acontecimientos son las
    más altas expresiones de la creatividad. Pero en este
    sentido igualmente, la creatividad implica la previa disciplina
    de la aceptación.

    Sin embargo, quisiera dejar claro que al plantear la
    cuestión específica de la creatividad literaria y
    del perfeccionismo, la reflexión anterior no ha sido un
    desvío de nuestro argumento, sino un acercamiento al
    mismo. Si inicialmente nos preguntamos de donde arranca el
    arrebato creativo fue con miras a llegar a tratar finalmente lo
    que lo sofoca e impide. ¿Qué apaga en general el
    deseo creador y extingue, en particular, el fuego de la
    creatividad literaria?

    Respondamos sin más rodeos: el trastorno del
    perfeccionismo es el responsable de quien quiere ser creativo en
    cualquiera de los sentidos mencionados anteriormente y no lo
    logra.

    El perfeccionismo es "un patrón permanente e
    inflexible de experiencia interna" de
    inadecuación que genera, como contrapartida al
    malestar originado por la sensación de
    inadecuación, una necesidad de
    estructuración. Así en la
    definición de la Terapia de la Imperfección, que
    considera el perfeccionismo como una pérdida del sentido
    de orientación a la propia realidad limitada. Precisamente
    se es perfeccionista porque no se consigue, por falta de humildad
    mental, aceptar que se es irreparablemente defectuoso e
    inevitablemente productor de errores y fracasos. En otras
    palabras, que se es indigente.

    Debido a la profunda necesidad de estructurar, como
    quien dice de llenar de cemento la vida, es decir, de ordenar y
    controlar la existencia, las propias experiencias, el propio
    mundo mental, los pensamientos y los sentimientos y las
    relaciones interpersonales, el perfeccionista se mueve en una
    banda excesivamente racional, que es deletérea para
    cualquier asomo de creatividad.

    Así, no es nada raro que a causa de su
    pánico a fallar, de su creencia de que todo debe ser hecho
    a la perfección, algunos candidatos a maestrías y a
    doctorados se vuelvan sempiternos insatisfechos de lo que
    investigan o de lo que escriben. El estado de tensión- de
    hiperreflexión,como diría Frankl – que genera el
    perfeccionismo de que todo lo que se haga salga absolutamente
    bien, sofoca el impulso creativo en su mismo intento.

    La ansiedad de hacer bien las cosas es paralizante del
    proceso creativo, que arranca, como ya señalamos, desde la
    intuición. Pero una intuición vigilada por el temor
    al fracaso, es una intuición rechazada, controlada,
    amordazada o reprimida.

    La creación no es un acto consciente. Si pudiera
    hacer literatura diría que el creativo es un vidente, un
    médium, un iluminado, un encantador de la realidad
    ordinaria, un inspirador de lo imprevisible, un mago que saca un
    poema, el proyecto de una tesis académica, el borrador de
    una novela, la nota de un ensayo, el croquis de un diseño,
    algo de donde no hay nada. El desmesurado recurso a la
    razón, típico de la cultura occidental, la
    exagerada tendencia al análisis y a la lógica, no
    solo quebranta la intuición, sino el sentido común
    que tiene la función de protegernos de expectativas y
    "deberías" que conforman el género de lo
    irrealizable.

    El perfeccionismo es desmotivador del cambio y generador
    de resistencias a las novedades y situaciones imprevisibles que
    caracterizan lo creativo. Es descorazonador de quien quiere
    realizar una tarea pero permanece en la indecisión por
    temor a fallar, de quien quiere elaborar o iniciar una
    producción literaria pero nunca la termina por miedo a que
    salga mal.

    La continua preocupación, desilusión e
    insatisfacción no nos hace más productivos, sino
    más estériles. Para salir del trastorno del
    perfeccionismo y promover la creatividad es necesario situarnos
    en la perspectiva de la defectibilidad. Reconocer el
    propio derecho a ser limitado e imperfecto. Cualquier forma de
    autorechazo, que es el contenido del perfeccionismo, abre una
    grieta en lo más hondo del propio ser y compromete no
    sólo la orientación hacia sí mismo, sino que
    echa a perder la creatividad.

    Para reducir la actitud autocrítica, la Terapia
    de la Imperfección propone las herramientas de la
    inclusión el limite y la conciencia del
    límite.
    El logro dichosamente es inseparable del
    fallo. Digo "dichosamente" porque es el fallo y no el logro, el
    maestro más sabio.

     

     

    Autor:

    Dr. Ricardo
    Peter[2]

     

    [1] Frankl distingue acertadamente entre la
    verdadera persona profunda teorizada por la Logoterapia y la
    mera “persona profunda” del psicoanalisis: la
    primera permanece en el ámbito de la existencialidad y
    está referida al inconsciente espiritual, fundamento
    mismo del ser, mientras la segunda permanece en el
    ámbito de la facticidad y está referida a la
    esfera del inconsciente instintivo. Cfr. V. Frankl, La
    presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión,
    Herder, Barcelona, 6ª.ed., 1986.

    [2] Doctor en Filosofía, Training en
    Psicoanálisis, postgrado en Personal Counseling. Es el
    creador de la Terapia de la Imperfección, método
    psicoterapéutico de orientación
    humanista-existencial para el tratamiento del trastorno del
    perfeccionismo, sobre la cual tiene varios libros publicados en
    Italia, España, Brasil, Argentina y México.

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