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Desigualdades en la distribución de la renta en los países desarrollados (II) (página 3)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

A pesar de esto, señala la investigadora, lo que
continuará sin mejorar serán las pensiones. "Un
plan de jubilación es algo que el empleador solía
proveer, era su responsabilidad. Pero los buenos planes de retiro
con mayor cobertura es algo que ha estado desapareciendo",
indicó.

"La disminución de los beneficios y las
prestaciones sociales es algo que impacta la calidad del trabajo
y debe haber una discusión de cómo mejorar esto",
afirmó. "Uno de cada cuatro trabajadores está en un
empleo malo".

Aunque Estados Unidos se ha visto afectado por la crisis
económica desatada a partir de 2007, la eventual
recesión no es directamente responsable de la
situación, dice el estudio.

"Esta es una tendencia que hemos visto en los
últimos 30 años. Lo que sucedió entre 2007 y
2010 es una continuación de lo que ha estado sucediendo
todo este tiempo", manifestó Janelle Jones.

Y el impacto ha sido para los trabajadores en todos los
niveles de capacitación y educación
académica. Trabajadores con apenas un título de
bachillerato o aquellos con algunos años de
educación superior tiene muchas más probabilidades
de encontrarse en un puesto malo en la actualidad que en 1979.
Inclusive los que obtienen una licenciatura universitaria
también ven sus perspectivas limitadas.

Otros estudios paralelos del centro de
investigación que analizan la creación de trabajos
buenos en ese período son igualmente deprimentes. De
acuerdo al CEPR, la incapacidad de la economía para
generar buenos empleos tiene varios elementos.

Uno tiene que ver con el salario mínimo y con una
reducción en el reajuste para reflejar la
inflación. También las políticas de
liberalización y la privatización de empresas que
permiten la imposición de nuevas condiciones
laborales.

También apuntan un dedo acusador a los tratados
de libre comercio con otros países que, según
ellos, están diseñados para satisfacer los
intereses corporativos y no los de los empleados.

Por encima de todo, resalta Jonelle Jones, está
la creciente impotencia del empleado y falta de sindicalismo. "Ha
habido una pérdida dramática en el poder de
negociación del trabajador y de los sindicatos. La
afiliación en estas organizaciones también
está cayendo".

Con un alto desempleo, promediando 8,1%, el mercado
laboral no le da muchas opciones al trabajador. Hay cuatro
desempleados disputándose un trabajo, asegura.

Desde el punto de vista de los sindicatos, en las
últimas décadas, el trabajador estadounidense ha
perdido la tradición y la confianza de la capacidad
colectiva de que gozó durante casi 40 años
después de la Segunda Guerra Mundial. Trabajadores,
especialmente del sector privado, tenían gran poder
negociador porque su afiliación sindical era más
del 20%.

Damon Silvers, asesor especial del AFL-CIO, el mayor
sindicato de EEUU, explicó a la BBC que la economía
actual está caracterizada por leyes sindicales
débiles, reglas de comercio diseñadas para crear
una caída libre de los sueldos mundiales y
políticas monetarias para limitar sueldos.

"Eso ha garantizado que los trabajadores no hayan podido
participar de la riqueza que ellos han generado en los
últimos años", manifestó.

"Los sindicatos han tratado de negociar durante estos
años recientes y ha habido grandes victorias como es el
caso del seguro de salud", aseguró Silvers, "pero el poder
económico y político de los empleadores en los
últimos años ha sido simplemente superior al de los
trabajadores".

El líder sindicalista señala al gobierno,
que antes había entrado a nivelar el campo de juego, de
haber inclinado la balanza en favor de los empleadores en este
último período. "Mucho ha sido sutil, no han tenido
que enviar a la guardia nacional a disolver huelgas. Las medidas
tienen más que ver con aumentar los intereses, aplicar
sistemas impositivos que permiten a los ricos a acumular
más dinero e influir en elecciones".

"La pérdida del poder económico de la
clase trabajadora en los últimos 30 años y sus
consecuencias políticas son muy corrosivas para una
democracia saludable", concluyó el representante del
AFL-CIO.

Janelle Jones, coautora del informe del CEPR se lamenta
que la tendencia continúa y no ha habido políticas
que combatan la situación.

Para mejorar las condiciones, recomienda, en primer
lugar, un aumento del salario mínimo. "Si ese sube,
tendrá repercusiones a nivel de distribución de
ingresos y participación de la riqueza
generada".

En segundo lugar, continuó, tiene que haber
más afiliación y presencia sindical como
garantía de mejores sueldos y prestaciones
sociales.

Advierte que entre más empleos de trabajadores
sin sindicato se pierdan a trabajos del sector privado, la
calidad de los trabajos seguirá bajando, en detrimento de
los beneficios de salud y pensiones de todos.

– La dura verdad sobre el crecimiento mundial (Project
Syndicate – 14/9/12)

(Por Michael Spence) Lectura recomendada

Nueva York.- Los países con altos ingresos tienen
problemas económicos, en su mayoría relacionados
con el crecimiento y el empleo. Actualmente, sus dificultades se
extienden a las economías en desarrollo.
¿Qué factores subyacen a los problemas actuales y
cuán apropiadas son las probables políticas de
respuesta?

El primer factor importante es el
desapalancamiento y la consiguiente reducción en la
demanda agregada. Desde el comienzo de la crisis financiera en
2008, varios países desarrollados, luego de mantener la
demanda con apalancamiento y consumo excesivos, tuvieron que
recomponer tanto sus balances públicos como privados, algo
que lleva tiempo –y que los perjudicó en
términos de crecimiento y empleo.

El sector no transable de cualquier economía
avanzada es importante (aproximadamente dos tercios de la
actividad total). Para este gran sector, no hay posibilidad de
sustituir la demanda local. El sector transable podría
contrarrestar parte del déficit, pero no es lo
suficientemente grande como para compensarlo completamente. En
principio, los gobiernos podrían eliminar esa brecha, pero
la elevada (y creciente) deuda limita su capacidad para ello (si
bien el grado de las limitaciones es cuestión de acalorado
debate).

En definitiva, el desapalancamiento implicará que
el crecimiento sea modesto, en el mejor de los casos, en el corto
y mediano plazo. Si la situación en Europa se deteriora, o
se llega a un punto muerto respecto del "precipicio fiscal"
estadounidense a principios de 2013 (cuando expiren los recortes
impositivos y entren en vigor las restricciones
automáticas del gasto), será mucho más
probable que la economía empeore.

El segundo factor que subyace a los
problemas actuales está relacionado con la
inversión El crecimiento de más largo plazo
requiere inversión por parte de las personas (en
educación y habilidades), de los gobiernos y del sector
privado. La inversión insuficiente eventualmente disminuye
el crecimiento y las oportunidades de empleo. La dura verdad es
que la contracara del modelo impulsado por el consumo que
prevaleció antes de la crisis ha sido una inversión
deficiente, en especial por parte del sector
público.

Si se recorta la inversión para reequilibrar las
cuentas fiscales, sufrirá el crecimiento en el mediano y
largo plazo, reduciendo las oportunidades de empleo para los
jóvenes que se incorporen al mercado laboral. Mantener la
inversión, por otro lado, tiene un costo inmediato:
implica posponer el consumo.

¿Pero el consumo de quién? Si casi todos
están de acuerdo en la necesidad de más inversiones
para aumentar y mantener el crecimiento, pero la mayoría
cree que otros deben pagar por ello, la inversión
será víctima de un impasse en términos de la
responsabilidad sobre la deuda -que se reflejará en el
proceso político, las decisiones electorales, y la
formulación de medidas de estabilización
fiscal.

El tema principal son los impuestos. Si la
inversión del sector público tuviese que aumentar
sin incidir sobre los impuestos, los recortes presupuestarios
necesarios en otras partidas para evitar el crecimiento
insostenible de la deuda serían inverosímilmente
abultados.

El desafío más
difícil es el de la inclusión: ¿cómo
se distribuirán los beneficios del crecimiento? Se trata
de un desafío de larga data que, especialmente en Estados
Unidos, se remonta al menos hasta dos décadas antes de la
crisis; no fue atendido y ahora atenta contra la cohesión
social.

El crecimiento del ingreso de la
clase media en la mayoría de los países avanzados
se mantuvo estancado, y las oportunidades de empleo han
disminuido, especialmente en el sector transable de la
economía. La porción del ingreso que se destina al
capital ha aumentado, a expensas del trabajo. En especial en
EEUU, la generación de empleo ha sido desproporcionada en
favor del sector no transable.

Estas tendencias reflejan una combinación de las
fuerzas tecnológicas y de mercado globales, que actuaron
durante las últimas dos décadas. En cuanto a la
tecnología, las innovaciones para ahorrar mano de obra en
el procesamiento de la información basado en redes y la
automatización de transacciones han ayudado a abrir una
brecha entre el crecimiento y la generación de empleo,
tanto en el sector transable como en el no transable.

En el sector transable de las economías
avanzadas, la automatización de la manufactura -que
incluye la ampliación de las capacidades robóticas
y la eventual impresión 3D- se ha combinado con la
integración de millones de nuevos participantes a las
cadenas globales de aprovisionamiento en rápida
evolución para limitar el crecimiento del empleo. La
creciente capacidad de las empresas multinacionales para
descomponer estas cadenas globales de aprovisionamiento
según sus funciones y geografía para luego
reintegrarlas con costos de transacción aún
menores, elimina la protección de los mercados de trabajo
que solía provenir de la competencia local por los
trabajadores.

Este desafío es especialmente
difícil, ya que la política económica no se
ha centrado en las tendencias distributivas adversas que surgen
de los cambiantes resultados de los mercados globales. Sin
embargo, las distribuciones del ingreso en las economías
avanzadas, presumiblemente sujetas a fuerzas tecnológicas
y de mercado globales similares son, de hecho, sorprendentemente
diferentes. Esto sugiere que una combinación de
políticas sociales y normas sociales diferentes
efectivamente tiene un impacto distributivo. Si bien la
teoría del impuesto óptimo sobre los ingresos se
ocupa directamente de la relación inversa entre los
incentivos a la eficiencia y sus consecuencias distributivas,
aún falta mucho para alcanzar el equilibrio
adecuado.

Un balance estatal saludable podría ayudar, ya
que parte del ingreso que fluye hacia el capital iría al
estado. Pero, con la excepción de China, las posiciones
fiscales en todo el mundo son actualmente
débiles.

Como resultado, el desapalancamiento
continúa como una clara prioridad en muchos países,
reduciendo el crecimiento, con contramedidas fiscales limitadas
por las elevadas o crecientes deudas y déficits
gubernamentales. Hasta ahora, hay poca evidencia de la voluntad
por parte de los políticos, responsables de
políticas y, tal vez, del público, para reducir
aún más el consumo actual mediante impuestos y
obtener margen para mayores inversiones orientadas al
crecimiento.

De hecho, con presión fiscal, es más
probable que ocurra lo contrario. En EEUU pocas medidas
prácticas que se ocupan del desafío distributivo
parecen haber sido incluidas en la agenda electoral de ambos
partidos mayoritarios, más allá de la
retórica en sentido contrario.

En la medida que esto también sea
así en otras economías avanzadas, la
economía mundial enfrenta un período extendido de
varios años de bajo crecimiento, con un riesgo residual de
resultados peores de lo previsto proveniente de los errores y el
punto muerto en las políticas europeas, estadounidenses y
de otros sitios. Ese escenario implica un menor crecimiento
–posiblemente entre 1 y 1,5 puntos porcentuales
menos– para los países en desarrollo, incluida
China, nuevamente con preponderancia del riesgo a la
baja.

(Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is
currently Chairman of the Commission on Growth and Development,
an international body charged with charting opportunities for
global economic growth. He is also Professor of Economics at
NYU"s Stern School of Business, Distinguished Visiting Fellow at
the Council on Foreign Relations, Senior Fellow at the Hoover
Institution at Stanford University, and Academic Board Chairman
of the Fung Global Institute in Hong Kong. He was previously Dean
of Stanford"s School of Business and Professor of Economics at
Harvard University)

– Un caso de mala praxis macroeconómica (Project
Syndicate – 30/9/12)

(Por Stephen S. Roach) Lectura recomendada

New Haven.- A la economía de Estados Unidos le
están dando el remedio equivocado. Los responsables
políticos diagnosticaron mal la enfermedad y recetaron una
medicina experimental, de eficacia no comprobada y que
podría tener efectos secundarios graves.

El paciente es el consumidor
estadounidense, el mayor del mundo con creces, pero debilitado
ahora por los rigores de la peor crisis que ha habido desde la
Gran Depresión. Los últimos datos sobre el gasto de
los consumidores en Estados Unidos son desalentadores. En el
segundo trimestre de 2012, el crecimiento del consumo personal de
los estadounidenses (ajustado según la inflación)
cayó hasta el 1,5%, y todo indica que en el tercer
trimestre seguirá igual de alicaído.

Por si fuera poco, estas cifras son solamente las
últimas dentro de una tendencia que ya lleva cuatro
años y medio. Entre el primer trimestre de 2008 y el
segundo trimestre de 2012 incluido, el crecimiento anualizado
promedio del gasto real en consumo llegó apenas al 0,7%,
una cifra incluso más extraordinaria si se la compara con
el 3,6% de la tendencia previa a la crisis, durante el decenio
terminado en 2007.

La enfermedad es una prolongada
recesión de balances que convirtió a una
generación de consumidores estadounidenses en zombis:
muertos vivientes en términos económicos. Es como
lo que pasó en Japón en los noventa, solo que
allí los zombis eran las corporaciones, que entonces
prefiguraron lo que sería la primera de varias
décadas perdidas en Japón; y ahora los consumidores
estadounidenses están haciendo lo mismo con la
economía de Estados Unidos.

Todo empezó después de una
década de consumo excesivo, alentada por dos burbujas (la
inmobiliaria y la crediticia). En 2007 las dos burbujas
estallaron y las familias estadounidenses quedaron
comprensiblemente concentradas en reparar los daños, es
decir, pagar las deudas y volver a acumular ahorros, lo que
explica la prolongada caída de la demanda de los
consumidores.

Pero el remedio recetado sólo
empeoró las cosas. La Reserva Federal se obstina en tratar
la enfermedad como si se tratara de un problema cíclico y
está empleando toda su capacidad de flexibilización
monetaria para compensar lo que en su opinión es una
caída transitoria de la demanda agregada.

Esta estrategia esconde una
lógica retorcida, muy preocupante no solo para los Estados
Unidos, sino también para la economía global. No
hay nada de cíclico en los efectos duraderos de una
recesión de balances que ya llevan casi cinco años.
La realidad es que las familias estadounidenses apenas
están empezando a sanear sus balances. En agosto de 2012,
la tasa de ahorro personal no superó el 3,7%; si bien esto
representa un alza respecto del mínimo de 1,5% registrado
en 2005, es apenas la mitad del 7,5% promedio de las
últimas tres décadas del siglo XX.

Encima, sobre las economías
familiares aún gravita el peso de una deuda enorme. A
mediados de 2012, el nivel general de endeudamiento de los
hogares se redujo hasta el 113% de la renta personal disponible,
lo cual representa una disminución de 21 puntos
porcentuales respecto del máximo de 134% registrado antes
de la crisis en 2007, pero sigue muy por arriba del 75%
aproximado que fue la norma del período 1970-1999. Dicho
de otro modo, a los estadounidenses todavía les falta
andar mucho camino antes de sanear sus balances, y eso
difícilmente puede ser señal de una caída
temporal o cíclica de la demanda de los
consumidores.

Además, el método empleado
por la Reserva Federal enfrenta un obstáculo serio, el
llamado límite inferior cero de la tasa de interés.
Como ya no tiene margen para reducir más las tasas, ahora
la Reserva Federal se volcó a la dimensión
cuantitativa del ciclo crediticio y procura inyectar enormes
dosis de liquidez en las ya maltrechas venas de los consumidores
zombis.

Para justificar la eficacia de este
método, la Reserva Federal cambió el discurso sobre
el mecanismo de transmisión de la política
monetaria cuantitativa. Si antaño se decía que
reducir las tasas de interés incentiva la toma de
préstamos, hoy se supone que la "flexibilización
cuantitativa" actuará como estímulo para los
mercados financieros y de activos, y que en los así
revigorizados mercados financieros se generarán efectos
riqueza que despertarán los adormecidos "espíritus
animales" (las expectativas económicas) y
estimularán a los consumidores a volver a gastar,
cualesquiera sean las restricciones impuestas por sus problemas
de balance pendientes.

No solo eso: según este
razonamiento, una vez resuelto el problema de la demanda, las
empresas comenzarán otra vez a contratar personal.
Entonces, como por arte de magia, una solución no
convencional habrá servido para cumplir con el largamente
descuidado mandato de la Reserva Federal de combatir el
desempleo.

Pero la apuesta política de la
Reserva Federal está llevando a los Estados Unidos por el
camino equivocado: es insistir con un método que nos
conduce a recrear la locura de un modelo de consumo dependiente
de los mercados de activos y de crédito, el mismo error
que llevó a la economía estadounidense al borde del
precipicio durante el período 2003-2006.

Si dos rondas previas de
flexibilización cuantitativa no pudieron ayudar a las
familias estadounidenses a sanear sus balances más
rápido, nada indica que la tercera sea la vencida. La
flexibilización cuantitativa es como mucho un arma sin
filo, con un mecanismo de transmisión muy retorcido y, por
ende, imprevisible. Y sobre todo, no hace prácticamente
nada por resolver los problemas gemelos del apalancamiento
excesivo y la falta de ahorro
. Si en cambio se aplicaran
políticas que apunten directamente al perdón de las
deudas y a aumentar los incentivos al ahorro (que sin duda
serían medidas controvertidas) al menos así se
atacarían los problemas financieros de los consumidores
zombis.

Además, la
flexibilización cuantitativa tiene serios efectos
secundarios. Uno que preocupa a muchos es que haya una escalada
de la inflación, pero la economía mundial
experimenta en este momento una caída de la actividad de
tal magnitud (y que probablemente perdurará varios
años más) que a mí no me parece tan
importante.

Incluso más desconcertante es la
facilidad con que los grandes bancos centrales (no solamente la
Reserva Federal, sino también el Banco Central Europeo, el
Banco de Inglaterra y el Banco de Japón) están
dispuestos a inyectar en los mercados de activos excesos de
liquidez enormes, que las debilitadas economías reales no
pueden absorber. Esto coloca a los bancos centrales en la
desestabilizadora posición de renunciar al control de los
mercados financieros. Y en un mundo acosado por lo que parece ser
una inestabilidad financiera endémica, tal vez esta sea la
peor de las noticias.

Los países en vías de desarrollo han
cerrado filas contra las tácticas imprudentes de los
grandes bancos centrales. Los líderes de las
economías emergentes temen que se produzcan efectos
derrame sobre los mercados de commodities y distorsiones de los
tipos de cambio y de los flujos de capital que supongan un riesgo
para aquello que más les preocupa, la estabilidad
financiera. Seguir la pista de los flujos transfronterizos que
pueda impulsar la flexibilización cuantitativa en los
países llamados avanzados es sin duda difícil, pero
estos temores no están para nada infundados. Inyectar
liquidez en los países desarrollados, donde las tasas de
interés son nulas, alentará a los inversores
famélicos de rendimientos a irse a competir por
oportunidades de crecimiento en otra parte.

La economía global lleva
varios años de crisis en crisis, y el remedio ya es parte
de la enfermedad. En una época de tasas de interés
nulas y flexibilización cuantitativa, la política
macroeconómica perdió contacto con la dura realidad
que nos dejó la crisis. Y mientras los médicos usan
una medicina no comprobada para tratar la dolencia equivocada,
nadie le presta atención al paciente, que sigue tan
enfermo como siempre.

(Stephen S. Roach was Chairman of Morgan Stanley Asia
and the firm's Chief Economist, and currently is a senior fellow
at Yale University"s Jackson Institute of Global Affairs and a
senior lecturer …)

"Uno de cada siete niños menores de 15
años vive de las ayudas sociales. En la Antigua RDA, es
uno de cada cuatro; en la capital, Berlín, uno de cada
tres"…
Alemania es próspera, pero crece la
brecha entre ricos y pobres (El País –
17/10/12)

A primera vista Alemania parece un país
superlativo. En el ámbito económico apenas hay otra
nación industrializada a la que le vaya mejor que a la
República Federal. En el extranjero cunde el asombro ante
un "milagro laboral" que no conoce el paro juvenil masivo que
padecen los Estados en crisis del sur de Europa. Las
máquinas y automóviles "Made in Germany"
están muy solicitados en todo el mundo. En relación
con el tamaño de su población, Alemania es la
nación exportadora número uno a escala mundial.
Pero a la hora de hacer balance social, queda poco de todo ese
brillo.

La República Federal es también un
país de contrastes donde los más ricos son cada vez
más ricos y los pobres, muy a menudo, jamás dejan
de ser pobres.

Ahora se habla mucho de este asunto en los programas de
debate. La ministra de trabajo Ursula von der Leyen, la mujer
más importante del panorama político alemán
después de la canciller, Angela Merkel, ha proporcionado
tema para la discusión. Esta cristianodemócrata ha
presentado el cuarto informe sobre pobreza y riqueza del Gobierno
federal, que deja bien claro que las diferencias
crecen.

Este mosaico de cifras de más de 500
páginas se lamenta de la existencia de "una
distribución muy desigual del patrimonio privado".
Así, "el 10% de los hogares con mayor riqueza reúne
más de la mitad de la totalidad del patrimonio neto". Es
más, el porcentaje que corresponde a esa décima
parte superior al resto "no ha dejado de aumentar con el
transcurrir del tiempo". Al mismo tiempo, el informe registra
grandes diferencias en lo que respecta a la evolución de
los salarios. "En Alemania han experimentado una evolución
positiva al alza en el ámbito de los ingresos más
altos". Sin embargo, el 40% de los empleados a tiempo completo
situado al final de la escala ha tenido que soportar
pérdidas en su salario como resultado de la
inflación. "Semejante evolución de los salarios
ofende al sentido de la justicia de la población", comenta
al respecto el informe.

Por el momento, esto no ha provocado agitación en
el país. Casi nadie sale a la calle a manifestarse.
Ciertamente, en la franja central de la sociedad cunde el miedo a
verse obligado dentro de poco a vivir del subsidio público
básico (Hartz IV) en estos tiempos de paro. Pero la clase
media no se desmorona; desde la reunificación, ha
demostrado ser asombrosamente estable. El politólogo
berlinés Klaus Schroeder señala que en la Europa
del sur, del centro o del este la situación es "mucho
más desigual". A pesar de los contrastes crecientes,
Alemania todavía ocupa una posición relativamente
buena. "Estamos justo detrás de los países
escandinavos".

Sin embargo, se oyen muchas voces críticas. "La
enfermedad de la pobreza se ha hecho resistente al remedio
básico del crecimiento económico", critica Ulrich
Schneider, director de la Asociación de Beneficencia
paritaria.

Con ello alude a un problema sobre el que ha llamado
reiteradamente la atención la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE): en
Alemania, el ascenso social resulta extraordinariamente
difícil. Si uno lleva varios años sin trabajo,
tiene muy pocas posibilidades de volver a integrarse en el
mercado laboral. El sistema de enseñanza desatiende a los
niños procedentes de familias en las que los padres tienen
poca o ninguna formación ya que existen muy pocos colegios
de jornada completa.

Todos los años, el Instituto Federal de
Estadística establece cuántas personas corren el
peligro de caer en la pobreza, es decir, cuántas personas
disponen de menos dinero que la media de la sociedad. A pesar del
auge económico, su número ha experimentado un
ligero aumento en 2011. El 15,1% de la población se
enfrenta al problema de la pobreza. De acuerdo con la
definición de los expertos en estadística, en el
caso de un hogar unipersonal este problema comienza a partir de
unos ingresos netos de menos de 848 euros al mes. En Alemania,
uno de cada siete niños menores de 15 años vive de
las ayudas sociales. En la Antigua RDA, es uno de cada cuatro; en
la capital, Berlín, uno de cada tres.

En Alemania, la pobreza y la riqueza se heredan; en eso
están de acuerdo los economistas y los expertos en
educación. Por eso, el investigador del mercado de laboral
más conocido del país, Joachim Möller, lanza
el siguiente aviso: "Cuando la frustración de los
más pobres se transforma en letargia, alcohol y
criminalidad, toda la sociedad lo padece. Eso es algo podemos ver
en América". Pero el país del "milagro laboral"
parece estar todavía muy lejos de llegar a una
situación así.

– La felicidad es igualdad (Project Syndicate –
19/10/12)

(Por Robert Skidelsky) Lectura recomendada

Londres.- El rey de Bután quiere hacernos felices
a todos. Señala que los gobiernos deberían
dedicarse a maximizar el Producto Nacional de Felicidad de
sus poblaciones en lugar del PNB. ¿Este nuevo
hincapié en la felicidad representa un viraje o solo es
una moda pasajera?

Es fácil entender por qué los gobiernos
deberían dejar de centrarse en el crecimiento
económico cuando éste se vuelve inaprensible. Las
perspectivas de crecimiento este año para la eurozona son
nulas. La economía británica y la griega se
están contrayendo, aunque en Grecia llevan más
años de contracción. Incluso las previsiones
apuntan a una desaceleración de la economía china.
¿Por qué no dejar de lado el crecimiento y mejor
disfrutar lo que tenemos?

Sin duda, este sentimiento pasará cuando se
restablezca el crecimiento, lo que seguramente sucederá.
No obstante, se ha producido un cambio profundo en la forma de
concebir el crecimiento, que probablemente le quitará
importancia al crecimiento en el futuro –en especial en los
países ricos.

El primer elemento que influyó para dejar de
lograr el crecimiento fue la preocupación en torno a su
sostenibilidad. ¿Podremos seguir creciendo a tasas como
las de antes sin poner en riesgo nuestro futuro?

Cuando las personas empezaron a hablar de los
límites "naturales" del crecimiento en los años
setenta, se referían al inminente agotamiento de alimentos
y recursos naturales no renovables. Recientemente el debate se ha
centrado en las emisiones de carbono. Como se destaca en el
Informe Stern de 2006, debemos sacrificar crecimiento ahora para
asegurar que en el futuro no terminemos fritos.

Curiosamente, un tema tabú de este debate es la
población. Entre menos personas haya menor será el
riesgo de calentamiento del planeta. Sin embargo, en lugar de
aceptar el declive natural de sus poblaciones, los gobiernos de
los países ricos absorben más y más personas
para frenar los salarios y por ende crecer más
rápidamente.

Hay inquietudes más recientes que se refieren a
lo decepcionante que resulta el crecimiento. Se va entendiendo
cada vez más que el crecimiento no necesariamente aumenta
nuestro sentido de bienestar. Entonces, ¿por qué
seguir creciendo?

La base de este planteamiento se hizo hace tiempo. En
1974 el economista Richard Easterlin publicó un famoso
artículo, "Does Economic Growth Improve the Human Lot?
Some Empirical Evidence." (¿Mejora el crecimiento
económico el bienestar humano? Evidencia empírica).
Después de correlacionar el ingreso per cápita y
los niveles de percepción de felicidad en varios
países, llegó a la asombrosa conclusión: tal
vez no.

Easterlin no encontró correlación entre la
felicidad y el PNB per cápita una vez logrado superar un
nivel bajo de ingresos (suficiente para satisfacer las
necesidades básicas). En otras palabras, el PNB es una
medida insuficiente del sentimiento de satisfacción
personal.

Ese resultado fomentó nuevos esfuerzos para
concebir índices alternativos. En 1972, dos economistas,
William Nordhaus y James Tobin introdujeron una medida que
denominaron "Bienestar Económico Neto (BEN)", que se
calcula descontando las "malas" entradas del PNB, como la
contaminación y se le suma las actividades externas del
mercado como el esparcimiento. Mostraron que una sociedad con
más esparcimiento y menos trabajo podría tener el
mismo bienestar que una con más trabajo -y por ende
más PNB- y menos esparcimiento.

Medidas más recientes han tratado de incorporar
una serie más amplia de indicadores de "calidad de vida".
El problema es que uno puede medir muchas cosas pero no la
calidad de vida. Cómo podemos combinar cantidad y calidad
en algún índice de "sentimiento de
satisfacción personal" es una cuestión de moral y
no de economía, por lo que no sorprende que la mayor parte
de los economistas se apeguen a sus medidas cuantitativas de
"bienestar".

Sin embargo, otros descubrimientos han empezado a
influenciar el debate actual sobre el crecimiento: las personas
pobres de un país son menos felices que las personas
ricas. En otras palabras, una vez satisfechas las necesidades
básicas, los niveles de felicidad de las personas dependen
mucho menos de su ingreso que de su ingreso en comparación
con algún grupo de referencia. Constantemente comparamos
nuestro bienestar con el de otros y podemos sentirnos superiores
o inferiores cualquiera que sea nuestro nivel de ingreso; el
bienestar depende mucho más de cómo se distribuyen
los frutos de ese crecimiento que de la cantidad
absoluta.

En otras palabras, lo que es importante
para el sentimiento de satisfacción es el crecimiento del
ingreso mediano y no del ingreso medio –el ingreso de una
persona típica. Pensemos en una población de diez
personas (digamos, una fábrica) cuyo director ejecutivo
gana 150,000 dólares al año y las otras nueve
personas ganan 10,000 dólares cada una. La media de sus
ingresos es 25,000 dólares, pero el 90% gana 10,000
dólares. Con este tipo de distribución del ingreso,
sería sorprendente si el crecimiento aumentara el
sentimiento de bienestar de una persona típica.

No es un ejemplo vano. En las
últimas tres décadas, los ingresos medios han
estado aumentando constantemente en las sociedades ricas, pero
los ingresos típicos se han estancado o incluso reducido.
Es decir, una minoría -una muy pequeña
minoría en países como los Estados Unidos y Gran
Bretaña- han absorbido la mayor parte de los rendimientos
del crecimiento. En esos lugares no queremos más
crecimiento sino más igualdad.

Más igualdad no solo
produciría la satisfacción que resulta de
más seguridad y más salud, sino también la
satisfacción que se origina de tener más
esparcimiento, más tiempo para estar con la familia y
amigos, más respeto de nuestros semejantes y más
opciones de vida. Una gran desigualdad nos hacen ávidos de
bienes porque constantemente estamos pensando que tenemos menos
que los demás. Vivimos en una sociedad agresiva con padres
súper dinámicos y madres protectoras, que se
presionan mutuamente e impulsan a sus hijos a "salir
adelante".

El filósofo del siglo XIX, John Stuart Mill,
tenía una visión más civilizada:

"Confieso que no me fascina el ideal de
vida que adoptan aquellos que piensan…que atropellar,
aplastar, dar codazos y obstaculizarse mutuamente, que en
sí constituye el tipo de vida social existente, sea el
destino más deseable para la humanidad… El mejor
estado de la naturaleza humana es uno en el que si bien nadie es
pobre tampoco nadie desea ser más rico y nadie tiene
motivos para temer que los esfuerzos de otros para progresar lo
hagan retroceder".

Esa lección ahora la han olvidado muchos
economistas, pero no el rey de Bután -o las muchas
personas que han entendido los límites de la riqueza
cuantificable.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political
Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy
in history and economics, is a member of the British House of
Lords. The author o…)

– La distribución de la renta y la
crisis: antes y después (I) (Fedea – 20/6/12)

(Por Javier Andrés) Lectura
recomendada

La OCDE ha publicado recientemente un
estudio sobre la evolución de la desigualdad de renta en
sus países miembros, sus causas y la relación que
las políticas encaminadas a reducirla tienen con el
crecimiento económico. La conclusión general es que
la desigualdad, medida por los índices de Gini para
diversas definiciones de renta disponible -individual, familiar-
ha aumentado entre 1980 y 2008, a pesar de que este periodo ha
sido uno de los de más rápido crecimiento en la
región.

Entre las principales causas de esta
evolución el estudio identifica los cambios en las tasas
de desempleo, que han afectado de forma desigual a los diferentes
grupos sociales, la polarización de los salarios entre los
trabajadores empleados a tiempo completo y las diferencias en la
situación contractual –contratos temporales, a
tiempo parcial. Estos cambios vienen asociados en parte al propio
proceso de globalización y al progreso técnico
sesgado en favor del empleo cualificado, y ante ellos no todos
los países han acertado con el diseño adecuado de
las políticas sociales, con lo que la distribución
de la renta se ha hecho más desigual incluso una vez
corregida por transferencias.

El ritmo de desarrollo de muchas economías
emergentes ha permitido una convergencia en renta per
cápita a escala global. Sin embargo el aumento de las
desigualdades en países que han hecho bandera del estado
del bienestar ha sido identificado en una serie reciente del
Financial Times sobre "Capitalism in Crisis" como uno de los
principales factores de deslegitimación del capitalismo en
la actualidad, por lo que la preocupación por la
distribución de la renta debe ser prioritaria en el
proceso de salida de la crisis.

La desigualdad y la crisis financiera
están relacionadas de forma compleja. David Moss muestra
en el siguiente gráfico una correlación
significativa entre ambos fenómenos para Estados Unidos.
No está muy claro qué causa a qué pero se
observa que las dos grandes crisis han venido precedidas por una
notable concentración de la renta en manos del 10% de la
población con los ingresos más altos. Esta
concentración alcanzó una de sus cotas
máximas precisamente en 1928 para reducirse después
paulatinamente hasta los años 70 y aumentar de nuevo
continuamente hasta 2007. Una posible explicación de esta
observación la aporta Raghuram Rajan en su artículo
"The True Lessons of the Recession" para quien los shocks de
precios del petróleo y la caída en el crecimiento
de la productividad tras la posguerra terminaron con buena parte
de la base industrial de las economías avanzadas y con la
fase de crecimiento rápido e integrador en la que una mano
de obra no excesivamente cualificada era el recurso necesario
para el crecimiento. El traslado de muchas de estas actividades a
países emergentes, y el shock que supuso la
incorporación a la producción industrial de
millones de trabajadores en estos países, dieron lugar a
una polarización de la demanda de trabajo que abrió
la brecha salarial y aumentó las tasas de desempleo y/o la
precarización de los trabajadores de cualificación
media y baja.

Monografias.com

Los países desarrollados se enfrentaron a este
incremento de la desigualdad con estrategias muy diferentes.
Algunos fueron a la raíz del problema mediante la
aplicación de reformas de mercados diseñadas para
mantener una base industrial con costes laborales unitarios
competitivos -Alemania por ejemplo- y otros, como los
países escandinavos, mejoraron además el
diseño de los esquemas de protección social y la
eficiencia de su estado del bienestar. En otros países
fueron el sector público y el sector financiero los que
jugaron este papel mitigador de las diferencias, en ambos casos
recurriendo al endeudamiento -lo que es consistente con los
resultados de Azzimonti, de Francisco y Quadrini. En el caso de
los gobiernos mediante políticas monetarias y fiscales
expansivas que mantuvieron el empleo público, compensando
la presión de la competencia exterior. Para autores como
Brender y Pisani es la preeminencia del objetivo de pleno empleo,
más que la superioridad en la producción de activos
financieros, lo que explica el elevado déficit exterior de
Estados Unidos y de otros países avanzados.

En cuanto al papel del mercado
financiero, es cierto que el acceso al crédito barato
permitió mitigar las diferencias en consumo -en
comparación con las de renta- y la percepción de la
desigualdad, pero la dirección de causalidad está
siendo objeto de un debate con argumentos más
políticos. Así, Rajan defiende que la
política de crédito barato fue una respuesta
deliberada a la desigualdad por parte de los gobiernos, aplicado
por agencias semipúblicas -en el caso de Estados Unidos,
Freddie Mac y Fannie Mae. Krugman y Acemoglou consideran, por el
contrario, que la acumulación de desequilibrios
financieros y la desigualdad fueron el resultado conjunto de la
desregulación que favoreció la expansión del
crédito y la acumulación de riesgos por parte del
sector privado, al tiempo que provocaba una progresiva
concentración de rentas en muy pocos perceptores debida a
la separación progresiva entre la propiedad y la
gestión en muchas grandes corporaciones, en particular en
el sector financiero -Wolf.

Independientemente de si el sector público
erró por querer favorecer a los más pobres o por
hacerlo con los más ricos -cuestión que no es
trivial pero que no me toca discutir aquí- el hecho es que
el endeudamiento y las disparidades de renta evolucionaron
conjuntamente, como lo hicieron en los años previos a la
Gran Depresión. La cuestión es si, como entonces,
es posible salir de la crisis con una mejor distribución
de la renta. Las perspectivas no son muy halagüeñas
debido al aumento del desempleo entre los trabajadores menos
cualificados. El propio informe de la OCDE clasifica las
distintas políticas de crecimiento en función de su
efecto sobre la distribución. Entre las que pueden
favorecer ambos objetivos están las dirigidas a fomentar
el acceso a la educación en todas sus formas -incluidas
las políticas activas de empleo- así como la
eliminación de las diferencias profundas entre tipos de
contratos indefinidos y temporales. Por el contrario, para
recuperar la competitividad y reconstruir parte del tejido
productivo es necesario un realineamiento rápido entre los
ingresos laborales y la productividad que difícilmente
puede tener éxito sin ampliar la brecha salarial.
Además no parece que la elevada deuda pública
acumulada permita que la contribución del estado del
bienestar a la reducción de la desigualdad pueda ser tan
determinante como lo fue tras la depresión del siglo
pasado.

Las ganancias del periodo de crecimiento
no se han repartido por igual entre los distintos sectores
sociales, siendo los trabajadores menos cualificados del mundo
desarrollado los que han visto empeorar su posición
relativa. La única solución sostenible al dilema
crecimiento y/o igualdad debe provenir de la educación y
de un uso eficiente de los recursos públicos destinados al
bienestar. Si Europa acaba superando la fase crítica en la
integración en la que se encuentra en la actualidad,
deberá atender a las disparidades en este terreno con la
misma intensidad con la que está empezando a aplicarse en
otros tipos de desequilibrios.

– La distribución de la renta y la crisis (II) (Fedea –
31/10/12)

(Por Javier Andrés)

En la primera entrega de Inequality in Focus de abril de
2012 del Banco Mundial se afirmaba que 2011 será recordado
como el año en el que la desigualdad en la
distribución de la renta volvió a ocupar un lugar
central entre las preocupaciones de política
económica y social, y el exhaustivo informe reciente de
The Economist viene a corroborar esta preocupación. La
crisis financiera tiene desde luego buena culpa de este renovado
interés, pero la desigualdad en la distribución de
la renta lleva más de dos décadas en aumento en la
mayoría de los países del planeta, en particular en
los más desarrollados.

Son numerosos los estudios que muestran
que la distribución de la renta en el mundo ha empeorado
en los últimos años. Y esto a pesar de la
convergencia entre países que no ha podido compensar el
aumento de las disparidades dentro de muchos de ellos. El
índice de Gini, que mide la distribución de la
renta -con valores extremos 0, cuando todos los individuos de la
muestra tienen la misma renta, y 100 si un individuo acumula toda
la renta- ha aumentado entre 1995 y 2007 en dos tercios de los
141 países analizados por Ortiz y Cummins. Todavía
más preocupante es el hecho de que desde 1980 el 20% de la
población mundial con renta más alta acumula
más del 80% de la renta total mientras que el 40%
más pobre apenas recibe el 3% de la misma y que el
índice de Gini de distribución de la riqueza es
sustancialmente mayor que el de la renta, lo que indica que estas
diferencias pueden ser muy persistentes.

Por regiones, las disparidades de renta
han tendido a corregirse en aquellas en las que las diferencias
eran más acusadas –América Latina, África– y
a empeorar en la mayoría de los países
asiáticos y en particular en los más desarrollados,
como se recoge en el Gráfico 1 -de los mismos autores- que
refleja el índice de Gini y su tasa de variación
desde los años 1990 y 2000 hasta 2008. Esto podría
interpretarse como una tendencia a la convergencia en la
desigualdad hacia un nivel socialmente aceptable y
económicamente eficiente, que incentivaría la
especialización y la acumulación de capital humano
de quienes quieren escapar de la pobreza, como muestra, por
ejemplo, el análisis clásico de West para Estados
Unidos -gracias Juanfran por recordarme este trabajo. Sin embargo
hay otros datos relativos a la evolución de la desigualdad
que no son consistentes con esta interpretación y que
indican que las grandes diferencias de renta no van
necesariamente asociadas a una mayor eficiencia y por lo tanto
que no tienen por qué ser un factor que ayude al
crecimiento en el futuro.

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Por una parte el incremento de la desigualdad ha tenido
lugar fundamentalmente en los extremos de la distribución.
Como calcula Bonesmo Fredriksen -Gráfico 2- el rasgo
principal de esta distribución es la polarización
de la renta con un fuerte crecimiento en el decil superior y un
estancamiento cuando no disminución de la renta en el
decil más bajo. En este periodo el aumento de la renta
disponible ha sido similar para el resto de grupos de la
población en la Unión Europea y, en menor medida,
en Estados Unidos. De los factores habitualmente citados como
explicativos del crecimiento de la desigualdad, la
expansión del sector financiero y un tratamiento fiscal
más favorable parecen haber contribuido más a la
polarización en la parte alta de la distribución
que el comercio internacional o el progreso
técnico.

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En segundo lugar, esta desigualdad de
rentas incorpora un componente nada desdeñable de
desigualdad de oportunidades que no sólo no incentiva una
mejor asignación de recursos sino que la dificulta
perpetuando las diferencias sociales. No resulta sencillo
distinguir entre la proporción de la dispersión de
rentas que se debe a factores exógenos a los individuos
("circunstancias") de aquella causada por factores sobre los que
estos tienen algún control ("esfuerzo"). Los factores
circunstanciales conforman lo que entendemos por desigualdad de
oportunidades y el propio informe de The Economist señala
que su contribución a la desigualdad observada de la renta
es muy diferente por países. Así en Noruega y
Suecia las circunstancias ajenas a la elección de los
individuos explican entre el 3% y el 11% de la dispersión
de la renta, mientras que en Guatemala o Brasil esta
proporción supera el 30%. E incluso estas estimaciones
constituyen un límite inferior porque las circunstancias
no son todas fácilmente observables e influyen con
frecuencia en el esfuerzo de los individuos por mejorar su
posición en la escala social. Como muestran Checchi,
Peragine y Serlenga en diversos trabajos las diferencias de
oportunidades son también una causa fundamental de la
desigualdad de rentas observada en la Unión Europea, en
particular en la Europa Mediterránea y Central -con la
excepción de algunos países del Este- llegando a
explicar el 25% del total en algunos casos.

Y para poner las cosas más
difíciles está el efecto de la crisis que muy
previsiblemente no seguirá las pautas de la de 1929 en
Estados Unidos, tras la cual la desigualdad de la renta, que
había empeorado sustancialmente como ahora, mejoró
durante varias décadas. En Europa, y aunque no tenemos
aún una perspectiva temporal suficiente, los datos de
Eurostat -sobre los que me ha llamado la atención Samuel-
muestran que la crisis ya ha hecho mella en la
distribución de la renta. Como se puede observar en el
Gráfico 3 el cociente entre la media de renta del quintil
superior y la del inferior -Q80/Q20- de la distribución ha
aumentado significativamente entre los países más
desarrollados –UE(15) y Eurozona- desde los valores
anteriores a la crisis, mientras que disminuye entre los nuevos
países miembros de la UE.

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En un estudio muy completo para el Programa de
Desarrollo de la Naciones Unidas Atkinson y Morelli, concluyen
que no hay un patrón inequívoco sobre la
relación entre crisis financieras y distribución de
la renta. Las desigualdades sociales efectivamente disminuyeron
tras algunas crisis importantes, pero también aumentaron
en otros casos, lo que indica que las estrategias alternativas de
política económica para combatir la recesión
inciden en la desigualdad. En la misma dirección apuntan
los resultados del reciente informe del Fondo Monetario
Internacional, Taking Stock: A Progress Report on Fiscal
Adjustment que señala que el ajuste fiscal -la forma que
adopta y su intensidad- es determinante en el impacto que las
recesiones tienen sobre la distribución de la renta. El
informe analiza una muestra de 48 países emergentes y
desarrollados entre 1980 y 2010 y encuentra una clara influencia
negativa sobre la igualdad de las tecnologías de la
información -como proxy del progreso tecnológico
sesgado en favor de la cualificación- del comercio
internacional -aunque en este caso la relación con la
desigualdad es muy no lineal y la evidencia no es concluyente- y
de algunos cambios en los impuestos y en el gasto público
que han dado lugar a una estructura fiscal más regresiva.
Pero junto a ello, el informe encuentra para el conjunto de la
muestra y en especial para la OCDE que las consolidaciones
fiscales como tales han contribuido a empeorar la
distribución de la renta, en particular cuando el ajuste
ha sido muy intenso y cuando este se ha basado fundamentalmente
en el gasto productivo y social.

Toda esta evidencia añade otra restricción
más -y ya van muchas- a las decisiones de política
económica que tienen que tomar los países
más afectados por la recesión actual. Entre los
muchos deberes que no se hicieron en el pasado está el no
haber aprovechado para promover un crecimiento más
integrador. El FMI advierte que sus resultados no deben
interpretarse como que el ajuste fiscal no es necesario, sino en
el sentido de incorporar la variable social y de desigualdad a
las decisiones macroeconómicas para evitar un mayor
deterioro del equilibrio social en algunos países. El
informe de The Economist concluye con una propuesta que denomina
True Progresivism cuyo objetivo es compatibilizar la
reducción de las desigualdades con el crecimiento
necesario para superar la recesión y mantener la senda de
crecimiento de años atrás. Algunas de estas
medidas, como la educación, son cruciales pero sólo
efectivas a largo plazo. A corto plazo es preciso
rediseñar el proceso de ajuste fiscal para hacerlo
financiera y socialmente sostenible.

"Los temas marcados como "urgentes" en la agenda
económica del presidente Barack Obama son abrumadores. Se
verá tentado a empezar por arriba e ir bajando: evitar el
llamado "abismo fiscal", llenar vacantes en su gabinete, abrir el
diálogo con los nuevos líderes de China y persuadir
a Europa para que no caiga en el suicidio
económico"…
Los retos económicos de
EEUU a largo plazo (The Wall Street Journal –
7/11/12)

Sin embargo, tras festejar su reelección,
sería sabio (por parte) de Obama considerar algunos de los
asuntos que serán esenciales para la prosperidad de
Estados Unidos durante la próxima
década:

Empleos y salarios

EEUU tiene un problema grave de desempleo. Alrededor de
3,6 millones de estadounidenses están desocupados desde
hace un año o más. Casi uno de cada cinco hombres
de entre 25 y 54 años no tiene trabajo. Las
políticas fiscal y monetaria deberían ser
calibradas para que más de estas personas regresen a
trabajar antes de que se vuelvan permanentemente ineptos para un
empleo.

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Sin embargo, EEUU tenía un problema de sueldos
incluso antes de la recesión de 2007-2009. El hombre
promedio entre 25 y 65 años ganó US$ 40.081 en
2011, cerca de 16% menos que en 1999, en términos reales.
A las mujeres les fue un poco mejor, ya que ganaron US$ 30.061, o
4% más que en 1999.

Un crecimiento económico más rápido
es una condición necesaria pero probablemente insuficiente
para que los salarios vuelvan a subir. Como han documentado los
economistas David Autor y Frank Levy del Instituto
Tecnológico de Massachusetts (MIT), los empleos de
ingresos medios que pueden ser fácilmente automatizados o
trasladados al extranjero están desapareciendo, y con
ellos los sueldos de la clase media.

Ascenso social

Los próximos cuatro años serán
más productivos si comienzan con un reconocimiento de que
la brecha entre los ganadores y los perdedores en la
economía estadounidense se ha estado ampliando.
Detrás del cambio hay razones, incluidas las fuerzas del
mercado, el avance de la tecnología, la
globalización y las cambiantes costumbres sociales. La
distancia entre el penthouse y la planta baja se ha ampliado,
pero los escalones que permiten el ascenso, como la
educación, no han mejorado conmensurablemente.

La rebelión de los ricos y su "teoría de
la fuente del poder"

A principios del siglo XIX Estados Unidos
presumía de ser una de las sociedades más
igualitarias del planeta. La sociedad estadounidense del siglo
XIX era relativamente igualitaria en términos
económicos. Mucho más que hoy en día. Tras
el revulsivo que supuso la revolución industrial, donde
una gran oligarquía controlaba toda la producción,
y la desigualdad alcanzó una de sus cotas más
altas, la situación fue estabilizándose hasta los
años ochenta del siglo XX. Desde entonces, la brecha entre
ricos y pobres no ha dejado de crecer: entre 1980 y 2007 la
desigualdad ha aumentado en un escandaloso 135%. Hoy en
día, en EE.UU., el 1% de la población controla el
23,5% de la riqueza. Y las cifras son similares en el resto de
los países industrializados. En España, en 2008, el
1% más rico de la población controlaba el 18,3% de
la riqueza del país (Davies, J., Sandström, S.,
Shorrocks, A., y Wolff, E., 2008).

Este auge de la desigualdad es el que trata de analizar
un nuevo estudio, "The Rise of the Super-Rich" (El auge de los
super-ricos) publicado en la revista "American Sociological
Review", que, centrándose en el caso estadounidense,
asegura que, a partir 1980, los ricos supieron imponer sus
criterios en el Congreso, los sindicatos perdieron fuelle,
disminuyeron los impuestos a las rentas altas y, en definitiva,
el 1% más adinerado no dejó de acumular riqueza,
mientras el resto de la sociedad la perdía. Una tendencia
que no ha disminuido ni un ápice desde entonces, y que es
similar a la que están viviendo las sociedades
europeas.

La desigualdad vuelve a niveles de la era
industrial

La situación no es nueva. Con la llegada de la
industrialización se vivió una situación
parecida en todo el mundo occidental: la brecha de la desigualdad
creció enormemente, auspiciada por gobiernos y
élites. Entre 1913 y hasta que finalizó la II
Guerra Mundial, el 1% de la población acumuló entre
el 11,3% y el 23,9% de la riqueza de Estados Unidos. Tal como el
propio Franklin D. Roosevelt argumentó en un discurso en
1932, durante una reunión de la Commonwealth, la
revolución industrial había sido posible "gracias a
un grupo de titanes financieros cuyos métodos no
habían sido examinados con demasiado cuidado". El
presidente justificó esto tirando de pragmatismo, en su
opinión Estados Unidos tenía el derecho de aceptar
esta realidad "agridulce". El resultado, tal como
reconocía el propio presidente, era que la igualdad de
oportunidades había desaparecido.

En 1928 la diferencia entre ricos y pobres de Estados
Unidos alcanzó su cenit: el 1% de la población
controlaba cerca del 25% de la riqueza. Desde entonces, pese a la
"agridulce" visión de Roosevelt, la brecha empezó a
disminuir. La lucha por los derechos civiles, los sindicatos -que
pese la represión de la Guerra Fría tuvieron una
gran fuerza en los Estados Unidos- y, en definitiva, la
extensión de cierto estado del bienestar, lograron que en
1975 la diferencia entre ricos y pobres disminuyera notablemente:
en 1975 el 1% más rico "solo" acumulaba el 8,9%. La brecha
había disminuido en un 63%. La situación ha dado un
vuelco desde entonces, al menos a nivel estadístico:
¿Qué ha ocurrido en los últimos 30
años para que la brecha de la desigualdad sea similar a la
de la revolución industrial?

El ejemplo veneciano

Para la experiodista del "Financial Times" y actual
redactora jefe de Reuters, Chrystia Freeland, el hecho de que la
brecha entre ricos y pobres sea la mayor desde la época
dorada de la industrialización no es accidental: "Ahora,
como entonces, los titanes están buscando tener una mayor
presencia en la política, que coincida con su poder
económico. Ahora, como entonces, el peligro inevitable
reside en que van a confundir su propio interés con el del
bien común". Esta es la teoría que traza en su
último libro, "Plutocrats: The Rise of the New Global
Super-Rich and the Fall of Everyone Else" (Plutócratas: el
auge de los nuevos super-ricos globales y la caída del
resto del mundo, Pinguin Press).

Para Freeland la situación que estamos viviendo
se parece en gran medida a la que se dio en la República
de Venecia en el siglo XVI, y que acabó para siempre con
la prosperidad de la ciudad de los canales. Una lección
histórica que utiliza para ilustrar el peligro al que nos
enfrentamos si no se trata de atajar rápidamente esta
desigualdad.

A principios del siglo XIV Venecia era una de las
ciudades más ricas de Europa. Su sistema económico
se regía por la "colleganza", una forma básica de
sociedad anónima, creada para financiar una
expedición comercial. Estas primeras empresas
tenían una particularidad esencial, estaban abiertas a
todo el mundo, lo que permitía a cualquier emprendedor
participar en las finanzas junto a hombres de negocios ya
establecidos, que financiaban sus viajes comerciales.

Este sistema llevó a la prosperidad a la
República Veneciana, que se convirtió en el centro
neurálgico del comercio mundial. En 1315, justo cuando
Venecia se encontraba en el punto más alto de su poder
económico, las personas más adineradas de la
República presionaron para que se legislara a su favor. Se
creó un veto oficial a la movilidad social, El libro de
oro, un registro de la nobleza, que dejaba fuera del sistema a
todo aquel que no estuviera inscrito en el mismo.

Bajo el control de los oligarcas Venecia empezó a
recortar las oportunidades económicas de la
población general y la prosperidad de la República
entró en barrena. La ciudad se estancó: en 1500 la
población de la ciudad era menor que la que tenía
en 1330. Nunca volvió a recuperar su esplendor.

La desigualdad proviene de decisiones
políticas

El caso de Venecia sirve para ilustrar una idea clara:
si las élites económicas toman partido en las
decisiones políticas estas irán encaminadas a su
propio beneficio, que no es el del conjunto de la sociedad. "La
ironía del auge político de los
plutócratas", cuenta Freeman, "es que, como los oligarcas
de Venecia, están amenazando el sistema que han
creado".

Para Thomas W. Volcho y Nathan J. Kelly, autores del
estudio de la "American Sociological Review", cuya tesis es
similar a la de Freeman, el aumento de la desigualdad no es
casual, y no tiene que ver con la crisis (aunque ésta ha
aumentado la brecha), sino con unas determinadas decisiones
políticas, fruto de la presión del 1% más
rico. El fundamento teórico de su trabajo se basa en la
"Power Resource Theory" (la teoría de la fuente del
poder), según la cual la distribución de la riqueza
y el poder se debe al éxito o fracaso de las distintas
ideologías políticas. En su opinión, los
trabajadores y la clase media solo tienen dos formas de lograr
una distribución progresiva de la riqueza: a través
de la política y el mercado. Esta desigualdad iría
de la mano, por tanto, del declive de los partidos de izquierda
(que empujaban a favor de la redistribución de la riqueza
en la esfera política) y los sindicatos (que empujaban en
el mercado). En EEUU, desde 1978, los tipos impositivos
máximos han bajado del 39% al 15%, lo que en su
opinión es decisivo para entender el aumento de la brecha
entre ricos y pobres.

En definitiva, lo que Kelly y Volcho quieren dejar claro
es que, pese a lo que muchos piensan, la desigualdad no es fruto
de los vaivenes del mercado, que se escapan del control, sino de
unas determinadas decisiones políticas. Es cierto que el
mercado influye en las decisiones gubernamentales (algo que se ha
hecho evidente en los últimos tiempos), pero esas
decisiones repercuten a su vez en la economía. Un
círculo vicioso destinado a crear mayor desigualdad, si no
se toman medidas para atajar la tendencia.

– La desigualdad está acabando con el capitalismo
(Project Syndicate – 21/11/12)

(Por Robert Skidelsky) Lectura recomendada

Londres.- Hay un consenso general de que los
créditos bancarios excesivos provocaron la crisis de
2008-2009, y que la imposibilidad para recuperarse adecuadamente
de dicha recesión radica en el rechazo de los bancos a
otorgar créditos debido a sus hojas de balance
"quebradas".

La historia típica preferida de partidarios de
Friedrich von Hayek y la escuela austriaca de economía
cuenta que en el periodo previo a la crisis los bancos ofrecieron
más créditos a los prestatarios de lo que los
ahorradores habrían estado dispuestos a dar, gracias al
crédito barato que dieron los bancos centrales, en
particular, la Reserva Federal estadounidense. El dinero de los
bancos centrales abundaba en los bancos comerciales, que daban
créditos para muchos proyectos malos de inversión,
y la explosión de la innovación financiera
(especialmente de instrumentos derivados) estimulaba el
frenesí crediticio.

Esta pirámide invertida de deuda se
colapsó cuando la Reserva finalmente frenó la
fiebre de gasto mediante un aumento de las tasas de
interés. (La Reserva incrementó la tasa de los
fondos federales de referencia de 1% en 2004 a 5.25% en 2006 y
así la mantuvo hasta agosto de 2007). Como resultado, los
precios de las viviendas cayeron dejando una estela de bancos
zombis (cuyos pasivos superaban por mucho sus activos) y
arruinaron a los prestatarios.

Ahora parece que el problema es de volver a lanzar los
créditos bancarios. Los bancos dañados que no
quieren otorgar préstamos de algún modo tienen que
sanearse. Este ha sido el objetivo de los vastos rescates en los
Estados Unidos y en Europa, seguidos de varias rondas de
facilitación cuantitativa, que sirvieron a los bancos
centrales para imprimir dinero e inyectarlo al sistema bancario a
través de una serie de canales poco ortodoxos. (Los
Hayekianos se oponían a dicho método porque
señalaban que el crédito excesivo había
provocado la crisis y no se podía salir de ella otorgando
más crédito).

Asimismo, los sistemas regulatorios se han endurecido en
todas partes para evitar que los bancos pongan en riesgo
nuevamente el sistema financiero. Por ejemplo, además de
su mandato de estabilizar los precios, al Banco de Inglaterra se
le ha encomendado la nueva tarea de mantener "la estabilidad del
sistema financiero".

Este análisis aparentemente
verosímil, depende de la idea de que la oferta de
crédito es esencial para un buen funcionamiento de la
economía: mucho dinero la arruina, y muy poco la
destruye.

No obstante, se puede ver desde otro punto de vista: que
la demanda de crédito en lugar de la oferta es un motor
crucial de la economía. Después de todo, los bancos
están obligados a dar crédito sobre la base de aval
adecuado; y previo a la crisis, los precios crecientes de la
vivienda fungieron como tal. En otras palabras, la oferta de
crédito resultó de la demanda de
crédito.

Así pues, la cuestión del
origen de la crisis adquiere otro enfoque. La culpa no fue tanto
de los acreedores depredadores sino de los deudores imprudentes o
engañados. Entonces, la pregunta que surge es: ¿Por
qué las personas querían tanto crédito?
¿Por qué en los días anteriores a la
recesión el coeficiente deuda-ingreso de los hogares se
elevó a niveles nunca antes vistos?

Supongamos que las personas son
ambiciosas y que siempre quieren más de lo que les
permiten sus posibilidades. Entonces, ¿por qué se
manifestó de modo tan obsesivo esta
ambición?

Para dar una respuesta debemos ver lo
que está pasando con la distribución del ingreso.
El mundo se estaba volviendo gradualmente rico, pero la
distribución del ingreso entre países se estaba
haciendo cada vez más desigual. Los ingresos medios se han
estancado o incluso han caído en los últimos
treinta años, incluso cuando el PIB per cápita ha
aumentado. Esto significa que los ricos han estado acaparando una
proporción enorme del crecimiento de la
productividad.

¿Y qué hicieron los
relativamente pobres para estar a la altura en este mundo de
expectativas crecientes? Hicieron lo que los pobres siempre han
hecho: endeudarse. En tiempos pasados se endeudaban con los
prestamistas; ahora se endeudan con los bancos o con las
compañías de tarjetas de crédito.
Además, como su pobreza era relativa y los precios de las
viviendas aumentaban rápidamente, los acreedores con gusto
les permitían endeudarse cada vez
más.

Por supuesto, algunos estaban inquietos por la
caída de la tasa de ahorro de los hogares, pero pocos
estaban demasiado preocupados. En uno de sus últimos
artículos, Milton Friedman, escribió que hoy los
ahorros se hacen en forma de casas.

Para mí, este punto de vista explica mucho mejor
que el enfoque ortodoxo por qué después de todo el
dinero que los bancos centrales han inyectado, los bancos
comerciales no han reanudado el crédito, y por qué
la recuperación económica se ha desacelerado.
Así como los prestamistas no obligaron al público a
obtener créditos antes de la crisis, ahora tampoco pueden
obligar a los hogares fuertemente endeudados a obtener
créditos, o a las empresas a solicitar préstamos
para expandir la producción cuando los mercados
están inactivos o contrayéndose.

En resumen, la recuperación no
solo es responsabilidad de la Reserva, el Banco Central Europeo o
el Banco de Inglaterra. Necesita la participación activa
de los responsables del diseño de políticas
fiscales. Nuestra situación actual no requiere
prestamistas de último recurso, sino gastadores de
último recurso, y ese papel solo lo pueden
desempeñar los gobiernos.

Si los gobiernos, con sus ya elevados
niveles de endeudamiento, creen que ya no pueden pedir más
crédito al público, entonces deben pedir
crédito a sus bancos centrales y gastar los fondos
excedentes en obras públicas y proyectos de
infraestructura. Esta es la única forma de reactivar las
grandes economías occidentales.

Sin embargo, más allá
de esto, no podemos mantener un sistema que permite que una parte
tan grande del ingreso nacional se concentre en tan pocas manos.
La redistribución concertada de la riqueza y el ingreso ha
sido a menudo esencial para la supervivencia a largo plazo del
capitalismo. Estamos a punto de volver a aprender esa
lección.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political
Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy
in history and economics, is a member of the British House of
Lords. The author o…)

"El Gobierno alemán ha maquillado el borrador
del informe oficial que alertaba sobre el aumento de la
desigualdad social en el país. Por fuera, la
versión del informe fechada el 21 de noviembre es igual
que la conocida hace dos meses, pero al segundo borrador le
faltan puntos particularmente críticos con la
situación social en Alemania. En las alrededor de
quinientas páginas de noviembre no se encuentran frases
como "la riqueza privada está repartida de forma muy
desigual" y faltan, además, informaciones completas sobre
la evolución de los salarios en el país"…

Merkel maquilla el informe sobre la desigualdad social en
Alemania (El País – 28/11/12)

El segundo borrador omite algunos puntos particularmente
críticos con la realidad del país.

En septiembre (2012) aún se leía que "el
desarrollo en el tramo más alto de los salarios es
positivo" mientras que "en el tramo más bajo, el poder
adquisitivo ha retrocedido" si se tiene en cuenta la
inflación de la última década. La
Federación Alemana de Sindicatos (DGB) criticó
duramente las tachaduras en el texto: "el Gobierno quiere aguar,
maquillar y disimular pasajes críticos de su propio
informe".

Steffen Seibert, portavoz de la canciller Angela Merkel,
dijo que "es normal que un informe sea modificado en el proceso
de coordinación entre Ministerios. Seibert defendió
al Gobierno recordando que "el mercado laboral se ha recuperado"
desde la redacción del informe anterior, presentado en
2007. Después aseveró que "la estampa [que ofrece
el informe] sobre la pobreza y la riqueza en Alemania es realista
y tiene en cuenta los problemas".

Sin embargo, otras "fuentes del Gobierno" citadas por la
agencia Reuters reconocen que el embellecimiento del informe
partió de presiones del ministro de Economía, el
líder liberal Philipp Rösler (FDP). El diario
muniqués Süddeutsche Zeitung, el primero en llamar la
atención sobre "el botox" inyectado al informe, explica
que en el FDP molestaron "sobre todo las advertencias de que
está creciendo la desigualdad social en
Alemania".

El Informe sobre pobreza y riqueza se redacta en el
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, cuya cartera lleva la
democristiana Ursula von der Leyen (CDU). Allí destacan
ahora que este segundo borrador tampoco será la
versión definitiva. El Gobierno quiere terminarlo antes de
que termine el año.

En septiembre (2012), el informe aún
señalaba que se está abriendo más la
horquilla entre ricos y pobres y que esto "lesiona el sentimiento
de justicia de la población". Todo lo cual "ponen en
peligro la cohesión de la sociedad" alemana. La
versión edulcorada de noviembre dice en lugar de esto que
la reducción del poder adquisitivo de los sueldos
más bajos "se debe a que se han creado muchos puesto de
trabajo de jornada completa". El primer borrador advertía
del crecimiento del número de trabajadores de jornada
completa a quienes los sueldos no alcanzan para vivir.

A mediados de noviembre (2012), la democristiana Merkel
sostuvo en su discurso sobre los presupuestos de que "las
diferencias sociales han disminuido" en el país. El
borrador de septiembre criticaba justo lo contrario. La nueva
versión ya es mucho más acorde con el discurso
preelectoral de la canciller.

– El estallido que viene (El País –
30/11/12)

El mundo que prometía un
bienestar sostenido está roto y la sociedad avanza hacia
mayores cotas de desigualdad. Nos están preparando para
aceptar sin violencia un gran retroceso en las conquistas
sociales

(Por Adolfo García Ortega) Lectura
recomendada

Lo habrá, tarde o temprano lo
habrá. Habrá un estallido social. El mundo que
prometía un bienestar sostenido está roto. Los
políticos no lo ven, o no lo saben o quizá sea que
han llegado a ese estado de ceguera, necedad y estupidez que les
impide salir de su discurso hueco, repetido y refractario. Es el
bloqueo del poder partitocrático tal como lo conocemos. E
intuyo que lo que se prepara es el control del
estallido.

Como ciudadano pensante podría hacer un
análisis negativo, incluso muy negativo, y no
dejaría de ser realista. Pero se impone partir de una
esperanza: la sociedad europea, sobre todo la del sur o
medio-sur, sigue viva, avanza, crece, palpita, mira hacia el
horizonte y no se resiste. Lucha. Esto también es
real.

Ahora lo que recorre Europa es una luz.
No una de esas luces de final del túnel, sino una luz
pequeña, una ligera claridad, una luz de linterna que
alumbra, por fin, el interior de lo que pasa. Lo primero que
ilumina esa luz es que Europa tiene un problema político
que no ha sabido resolver todavía. Y a esto se
añade otro aspecto, trágico: los serios problemas
de ciertos estratos de su población, tales como los
mayores, los jóvenes, los inmigrantes, los parados,
etcétera, pendientes cada uno de su inhóspito y
tambaleante futuro. Y esto conduce a nuestro mayor problema:
somos más viejos, somos más pobres, pero los ricos
son más ricos. Hay, pues, un brote agresivo de injusticia
y desigualdad.

Aunque surgen recelos por todas partes, y más con
el maquillaje del Premio Nobel de la Paz a la UE (seguro que en
Bosnia aún se ríen de esta broma de mal gusto), hay
que reconocer que existe un camino que la sociedad europea en su
conjunto ha recorrido modélicamente, un camino
común hacia una identidad común, un bienestar
común y una cultura diversificadamente común; un
camino que no han recorrido por igual los políticos.
Porque ahora hay un abismo entre la sociedad europea y sus
políticos.

Es más, asumamos de una vez, con decisión,
que la clase política es el gran problema que impide
modificar la realidad en Europa. ¿Por qué? Porque
los políticos no han contribuido a eliminar los prejuicios
de unos sobre otros, sino que los han aumentado; y tampoco han
articulado los mecanismos reales contra la injusticia, para lo
cual, básicamente, estaban elegidos. Han entregado a los
ciudadanos a los bancos, a las instituciones financieras, a los
principios inmorales de un capitalismo sin control. Y esto todos:
los políticos de derecha y los políticos de
izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis,
derecha e izquierda han terminado por ser parodias
recíprocas. O, lo que es peor, cómplices de una
vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.

Y al no haber una política económica
verdaderamente común (salvo la malhadada monetaria), se
han evidenciado, en cada país, las miserias de esos mismos
políticos: la corrupción, la ineptitud, la mala
gestión, la incapacidad práctica e intelectual y el
error sistemático. Esto ha llevado a cuestionar, y
más que nunca y con más razones que nunca, su papel
delegado de representatividad.

¿Cuáles son los verdaderos males que
aquejan a Europa? A mi modo de ver, son los siguientes: 1. La
fractura del equilibrio económico sostenible, que requiere
actualmente redimensionarse. 2. Las diferencias entre Estados,
aumentadas por la quiebra entre el Norte y el Sur. 3. La
corrupción (tanto en el Norte como en el Sur) tan
capilarmente extendida. 4. La política estandarizada y
necia. 5. La codicia financiera, estimulada por una banca abusiva
en extremo. 6. La falta de futuro nítido. 7. El
vertiginoso incremento del paro y el desempleo, que ha de verse
en términos no ya económicos sino de
población. Y 8. El desvío o traspaso de
responsabilidades y cargas a las capas más débiles
o clases medias de la sociedad (ciudadanos, profesionales,
trabajadores, parados) y no a la banca, ni a los grandes
empresarios ni a la clase política, con el consiguiente
aumento de la injusticia social generalizada.

Es decir, es imperativo asumir sin eufemismos si existe
o no una respuesta a la cuestión capital de la
redistribución de la riqueza y del sistema productivo y de
consumo. Si la respuesta es inequitativa, toda revolución
debería ser inminente. Si es equitativa, ha de formularse
una eficaz respuesta política de carácter
legislativo. Estamos lejos de esto. Porque esto lleva a pensar (y
a propugnar) que es necesaria otra forma de vida, que
partiría de esta sencilla pregunta que nadie se hace:
¿por qué las cosas valen lo que algunos dicen que
valen y por qué no valen menos? Es decir, ¿por
qué prima la ganancia y el beneficio por encima de la vida
misma?

Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la
hemos concebido hasta ahora, y es una crisis sistémica. La
representatividad y el modo de acceso a ella, sobre todo en
algunos países, está cuestionada, y con
razón. Es, por tanto, una crisis política. Una
crisis en la que otra vez sobrevuela por Europa el fantasma de la
intolerancia, del radicalismo nacionalista (de izquierda y de
derecha), y otra vez se silencian las voces que,
mayoritariamente, se declaran no sectarias, aplicándoles
la categoría de "alternativas", como estigma de lo que no
es una opción viable. ¡Y ya lo creo que lo
es!

Es urgente preguntarse si hay un futuro real para
Europa. Y la respuesta siempre sería positiva, obviamente:
hay, sin duda alguna, un futuro porque la gente existe, la gente
vive. Sin embargo, no es tan fácil. Hay tres escenarios de
futuro: uno deseable, otro indeseable y otro
lamentable.

El futuro deseable pasa por una total
unión política, la creación de unos Estados
Unidos de Europa reales. Eso permitiría conseguir una
globalidad y una corresponsabilidad económica y social,
con la creación de un plan de crecimiento y
racionalización de recursos, producción y consumo;
y no una política de austeridad que suponga la
exclusión y la tortura social. En este sentido, faltan
nuevas ideas y nuevos nombres que las procuren.

El futuro indeseable es aquel que
conlleve ruptura de tratados que garantizan grandes
márgenes de libertad, el avance de posturas muy radicales
(ya las hay en Grecia, Finlandia, Hungría, Holanda,
Francia…), la negatividad de la multiculturalidad, es
decir, su fracaso, y, sobre todo, la desvinculación de la
sociedad de los millones de parados, jóvenes en especial,
dando por sentada una sobrecogedora falta de
solidaridad.

Pero hay un futuro lamentable que me
temo más cercano; un futuro probable y resultadista.
Será el de una Europa sin influencia estratégica
mundial, con grandes carencias en las conquistas sociales, con un
adelgazamiento brutal de la garantía igualitaria que
ofrece "lo público". Será una Europa en la que
cualquier mejoría se anunciará para plazos cada vez
más lejanos, bajo la amenaza de que "lo peor aún
está por llegar", causando desaliento. Será una
Europa dividida en dos, la que funciona y la que no. Y
habrá países de esa Europa fractal en los que
invertir será un chollo: ya se podrá comprar a
centavo el dólar, ya se podrá comprar un
país (y lo que contiene) muy barato, aceptando gustosos
una inversión en industrias que exigirán unas
condiciones laborales muy desprotegidas, con sueldos muy bajos.
Que la sociedad vuelva a escalar clases sociales, desde
posiciones muy bajas también.

Nos están preparando para esto, para aceptar sin
violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una
necesidad inevitable. No de otro modo se entiende la gran
presión que sufren las clases medias, una auténtica
incertidumbre social, y la brutal represión de todas las
manifestaciones de protesta con el fin de atemorizar. Es decir,
se está controlando el estallido, se está modulando
su impacto y su alcance.

Ante todo esto, desolador sin duda, creo que la
única esperanza, la única vía de salida,
radica en ir en dirección contraria a la que vamos. Eso lo
saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser
políticos, porque solo serán
imbéciles.

(Adolfo García Ortega es escritor)

"La OCDE denuncia el uso fraudulento de los
contratos temporales y asegura que el paro juvenil subirá
más del 7% el año que viene. Un 20% de los
trabajadores puede tardar entre 3 y 5 años en encontrar
empleo, afirma el organismo internacional. "Las perspectivas de
una recuperación inmediata son remotas",
concluye"…
La OCDE denuncia contratos temporales
hasta los 39 años y prevé un paro juvenil del 60%
en 2013 (Vozpópuli – 30/11/12)

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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