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Desigualdades en la distribución de la renta en los países desarrollados (III) (página 3)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

El filósofo esloveno, marxista (o, más
precisamente, como le ha gustado definirse, leninista-lacaniano),
Slavoj Zizek, en un artículo en The London Review of
Books, aborda este tipo de protestas. "No son protestas
proletarias", señala, "sino protestas contra la amenaza de
convertirse en proletarios". Y añade: "La posibilidad de
ser explotado en un empleo estable se vive ahora como un
privilegio. ¿Y quién se atreve a ir a la huelga hoy
día, cuando tener un empleo permanente es en sí un
privilegio?".

Zizek habla del surgimiento de una "nueva
burguesía", que ya no es propietaria de los medios de
producción, sino que se ha "refuncionalizado" como
gestión asalariada. "La burguesía en su sentido
clásico tiende a desaparecer", indica. Resurge como un
"subconjunto de los trabajadores asalariados, como gestores
cualificados para ganar más en virtud de su competencia",
lo que para el filósofo se aplica a todo tipo de expertos,
desde administradores a doctores, abogados, periodistas,
intelectuales y artistas. Cita como alternativa el modelo chino
de un capitalismo gerencial sin una burguesía.

Como señala el economista Michael Spence en
Foreign Affairs, los efectos de la globalización en las
sociedades occidentales han sido benignos hasta hace una
década. Las clases medias y las trabajadoras de las
sociedades desarrolladas se beneficiaron de ella al disponer de
productos más baratos, aunque sus sueldos no subieran.
Pero a medida que las economías emergentes crecieron,
desplazaron actividades de las sociedades industrializadas a las
emergentes, afectando al empleo y a los salarios ya no solo de
las clases trabajadoras, sino de una parte importante de las
clases medias, que se sienten ahora perdedoras de la
globalización y de las nuevas tecnologías. Ya se ha
hecho famosa la pregunta de Obama a Steve Jobs, el fundador de
Apple, cuando en febrero de 2011 le planteó por qué
el iPhone no se podía fabricar en EEUU. "Esos empleos no
volverán", replicó Jobs. La respuesta no
trató solo de los salarios, sino de la capacidad y
flexibilidad de producción.

El crecimiento de la desigualdad de los últimos
años no es algo únicamente propio de EE UU, sino de
casi todas las sociedades europeas, incluida España, a lo
que contribuye el crecimiento del paro y se suma la creciente
sensación de inseguridad que ha aportado la
globalización. Hoy se sienten perdedores de la
última fase de la globalización, de la crisis y de
las nuevas tecnologías no solo las comúnmente
llamadas clases trabajadoras, sino también las clases
medias en EEUU y Europa.

Las sociedades posindustriales se han vuelto menos
igualitarias. De hecho, EEUU vive su mayor desigualdad en muchas
décadas. El sociólogo conservador estadounidense
Charles Murray, en su último libro, Drifting apart
(Separándose), ha llamado la atención sobre
cómo en su país hace 50 años había
una brecha entre ricos y pobres, pero no era tan grande ni
llevaba a comportamientos tan diferentes como ahora. Los no
pobres, de los que hablaba Richard Nixon, se han convertido en
pobres. Aunque para Murray la palabra "clase" no sirve realmente
para entender esta profunda división. Murray ve su
sociedad divida en tribus; una arriba, con educación
superior (20%), y una abajo (30%). Y entre ellas hay grandes
diferencias de ingresos y de comportamiento social (matrimonios,
hijos fuera del matrimonio, etcétera).

Otros añaden la crisis que en ambos lados del
Atlántico están atravesando las clases medias.
Refiriéndose a Francia, aunque con un marco conceptual que
se aplica perfectamente a otras sociedades como la
española, el sociólogo francés Camille
Peugny, en un libro de 2009, alertó sobre el
fenómeno de "desclasamiento", un temor a un descenso
social que se ha agravado con la crisis que agita no solo a las
clases populares "que se sienten irresistiblemente
atraídas hacia abajo", sino también a las clases
medias "desestabilizadas y a la deriva". El desclasamiento,
generador de frustración, se da también como un
factor entre generaciones.

Y tiene efectos políticos. Según Peugny,
los desclasados tienden a apoyar el autoritarismo y la
restauración de los valores tradicionales y nacionales.
Producen una derechización de la sociedad, frente a una
izquierda que sigue insistiendo en un proceso de
redistribución de la riqueza y las oportunidades que ya no
funciona. Está claro que, en Francia, una gran parte del
voto al Frente Nacional de Marine Le Pen, que le come terreno a
Sarkozy, proviene de lo que tradicionalmente se llamaba clase
obrera. O, ahora, de esa nueva clase en ciernes que algunos
sociólogos llaman el precariado, pues las
categorías anteriores ya no sirven.

En otras sociedades pueden darse otras reacciones.
Así, en la Grecia castigada, las encuestas muestran que
tres partidos de extrema izquierda (Izquierda Democrática,
el Partido Comunista y Syriza) suman entre ellos 42% de la
intención de voto, mientras los socialistas del Pasok (8%)
se han derrumbado y Nueva Democracia domina el centro-derecha con
un 31%.

Por primera vez en estos últimos años, la
globalización, con el auge de las economías
emergentes, especialmente China, está afectando no ya a
los salarios de la clase baja, sino también a los empleos
y remuneraciones de las clases medias de las economías
desarrolladas. También con consecuencias políticas.
Francis Fukuyama, que se hizo famoso con su artículo sobre
"el fin de la historia" y el triunfo de la democracia liberal,
ahora, en una última entrega sobre "el futuro de la
historia", también en Foreign Affairs, se pregunta si
realmente la democracia liberal puede sobrevivir al declive de la
clase media. "La forma actual del capitalismo globalizado",
escribe quien fuera uno de sus grandes defensores, "está
erosionando la base social de la clase media sobre la que reposa
la democracia liberal". Tampoco hay realmente una alternativa
ideológica, señala, pues el único modelo
rival es el chino, "que combina Gobierno autoritario y una
economía en parte de mercado", pero que no es exportable
fuera de Asia, afirmación que resulta cuestionable. Pero
coincide con algo de lo que vienen alertando también otros
intelectuales, como Dani Rodrik, que plantean ya abiertamente
dudas sobre las virtudes de la globalización en su actual
conformación.

El peligro del "precariado"

Hace ya algún tiempo, la Fundación
Friedrich Ebert (socialdemócrata) había
desarrollado el concepto de precariado, referido a un estrato
social, dentro del proceso de transformación
posindustrial, cada vez más desconectado del resto de la
sociedad alemana y que elaboraron también
politólogos como Frans Becker y René Cuperus. A
menudo, son gente que vive en familias monoparentales y sufren
enfermedades crónicas. No votan ni emiten votos protesta y
desconfían de las instituciones
políticas.

Recientemente, Guy Standing, catedrático de
Seguridad Económica de la Universidad de Bath (Reino
Unido), publicó un libro en el que desarrolla su
análisis sobre lo que califica como una "nueva clase
peligrosa".

Para Standing, esta nueva clase había estado
creciendo como una realidad escondida de la globalización
-que ha supuesto una nueva Gran Transformación- que ha
llegado a la superficie con la crisis que se inició en
2008. El sociólogo británico lo ve como un
"precariado global" de varios millones de personas en el mundo
que carecen de todo anclaje de estabilidad. No es parte de la
"clase obrera" ni del "proletariado clásico",
términos menos útiles cuando la
globalización ha fragmentado las estructuras nacionales de
clase. Es una clase en creación, formada por un
número creciente de personas -Standing calcula que una
cuarta parte de los adultos de las sociedades europeas se pueden
considerar precariado- que caen en situaciones de precariedad,
que supone una exclusión económica y cultural. La
caída en el desempleo y la economía sumergida es
parte de la vida del precariado. También sus diferencias
en formación con la élite privilegiada y la
pequeña clase trabajadora técnicamente
instruida.

Son "nómadas urbanos" que no comparten una
identidad por el tipo de ocupación, pues esta cambia, pero
sí por cuatro características: "La ira, la
anomía, la ansiedad y la alienación". No son solo
jóvenes, sino que también mayores engrosan sus
filas ante la crisis del sistema de pensiones. Y son personas que
a menudo han tenido que romper con sus lugares de origen,
adaptarse constantemente a nuevos entornos, a un coste
psicológico elevado. Según Standing, es una "clase
peligrosa" pues es pasto de todo tipo de populismos y
extremismos, incluido el nacionalismo exacerbado, el
proteccionismo y el antieuropeísmo. Por lo que se
requieren medidas para evitar que siga creciendo.

"La que fuera analista de cabecera de Wall Street
durante la crisis financiera de 2008, Meredith Whitney, ha
asegurado hoy durante una entrevista con la CNBC que la excesiva
regulación de las instituciones financieras acabará
por "presionar" a los consumidores de clase media que pronto se
verán excluidos del sistema bancario…
Meredith
Whitney: "La clase media está siendo expulsada del sistema
bancario" (El Economista – 23/2/12)

En este sentido, Whitney aseguró que esta
tendencia ya se manifiesta en términos de quién
lidera la mayor parte del gasto de los consumidores. Según
su punto de vista, las últimas cifras de consumo "pueden
ser engañosas" ya que el gasto está siendo
impulsado principalmente por los compradores en los extremos
opuestos del espectro. A los que están en el centro, es
decir, la clase media, les resulta más difícil ser
consumidores activos.

"Es una lectura falsa el analizar el gasto del
consumidor y pensar que todos los consumidores de EEUU gastan
más", dijo. "La clase media no ha experimentado un
crecimiento de sus salarios y la contracción del
crédito sigue vigente para la mayoría de los
americanos", añadió, al mismo tiempo que dijo que
esta situación "tendrá sus
consecuencias".

Según explicó la fundadora y presidenta de
la consultora Meredith Whitney Advisory Group, la dificultad de
acceso al crédito es en estos momentos uno de los
principales obstáculos para la clase media de EEUU. Esta
situación ha sido provocada por las normas crediticias
mucho más estrictas impuestas tras la crisis financiera y
la vorágine subprime, que fue desencadenada en cierta
forma por las condiciones de crédito
fácil.

Sin embargo, no se ha encontrado un punto de equilibrio
desde entonces y se ha convertido muy difícil para los
consumidores tener acceso al crédito que realmente ayuda a
la expansión de dinamismo económico. Es por ello
que muchos ciudadanos se están "desbanquizando", es decir,
deciden no acudir a los bancos sino a otros  prestamistas
fuera del sistema financiero para obtener acceso a
fondos.

– La trampa de la desigualdad (Project Syndicate –
8/3/12)

(Por Kemal Dervis) Lectura recomendada

Washington DC.- A medida que crece la evidencia de
que en todas partes del mundo está aumentando la
desigualdad de los ingresos, el problema recibe una mayor
atención de los académicos y responsables del
diseño de políticas. Por ejemplo, en los Estados
Unidos, la participación en los ingresos del 1% de la
población que más gana se ha más que
duplicado desde los años setenta, pasando de un 8% del PIB
anual a más del 20% en fechas recientes, un nivel que no
se había alcanzado desde los años
veinte.

Si bien hay razones éticas y sociales para
inquietarse por la desigualdad, éstas no tienen una fuerte
relación con la política macroeconómica per
se. Esa relación se observó en los primeros
años del siglo XX: algunos señalaban que el
capitalismo tendía a generar una debilidad crónica
de la demanda efectiva debido a la concentración creciente
del ingreso que conducía a una superabundancia de ahorros
porque los excesivamente ricos ahorraban mucho. Esto
alimentaría "guerras comerciales" porque los países
tratarían de buscar más demanda en el
extranjero.

Sin embargo, a partir de los años treinta este
argumento desapareció porque las economías de
mercado de Occidente crecieron rápidamente en el periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial y la distribución
del ingreso se volvió más uniforme. Mientras
existiera un ciclo de negocios no aparecía una tendencia
perceptible hacia la debilidad crónica de la demanda. Las
tasas de interés de corto plazo, diría la
mayoría de los macroeconomistas, podrían
establecerse en un nivel suficientemente bajo como para generar
tasas razonables de empleo y demanda.

Sin embargo, ahora, cuando la
desigualdad está aumentando nuevamente, los argumentos que
relacionan la concentración del ingreso con los problemas
macroeconómicos se escuchan otra vez. Raghuram Rajan, de
la Universidad de Chicago, y ex economista en jefe del Fondo
Monetario Internacional, ofrece una explicación razonable
sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y la
crisis financiera de 2008 en su más reciente libro, Fault
Lines, que ha sido premiado.

Rajan argumenta que en los Estados
Unidos la enorme concentración del ingreso en los que
más tienen condujo a diseñar políticas
destinadas a promover el crédito insostenible en los
grupos de ingresos medios y bajos, mediante subsidios y
garantías de crédito en el sector de la vivienda y
una política monetaria laxa. También hubo una
explosión de deuda de tarjetas de crédito. Estos
grupos protegieron el aumento del consumo al que se habían
acostumbrado mediante un mayor endeudamiento. Indirectamente, los
más ricos, algunos de ellos fuera de los Estados Unidos,
ofrecieron créditos a los otros grupos de ingreso en donde
el sector financiero actuó, con métodos agresivos,
como intermediario. Este proceso insostenible se vio interrumpido
abruptamente en 2008.

Joseph Stiglitz y Robert Reich han hecho argumentos
similares en sus libros, Freefall y Aftershock, respectivamente,
mientras que los economistas Michael Kumhof y Romain Ranciere han
diseñado una versión matemática formal de la
posible relación entre la concentración del ingreso
y la crisis financiera. Mientras que los modelos de base
difieren, las versiones keynesianas hacen hincapié en que
si los muy ricos ahorran demasiado se puede prever que el aumento
constante de la concentración del ingreso conducirá
a un exceso crónico de ahorros programados con respecto a
la inversión.

La política
macroeconómica puede servir para compensar mediante un
gasto deficitario y tasas de interés muy bajas. O, un tipo
de cambio subvaluado puede ayudar a exportar la falta de demanda
interna. No obstante, si la participación de los grupos de
ingreso más altos sigue aumentando, el problema
seguirá siendo crónico. Y en algún momento,
cuando la deuda pública haya crecido mucho como para
permitir un gasto deficitario continuo, o que las tasas de
interés estén muy cercanas a su límite
inferior de cero, el sistema se quedará sin
soluciones.

Este argumento tiene una parte contradictoria.
¿Acaso en los Estados Unidos el problema era más
bien que se ahorraba muy poco y no lo contrario? ¿No es
cierto que el déficit sistemático en la cuenta
corriente del país refleja un consumo excesivo, en lugar
de una demanda efectiva débil?

El trabajo reciente de Rajan, Stiglitz, Kumhof y
Ranciere, y otros, explica la aparente paradoja: los de los
niveles muy altos de ingresos financiaron la demanda de todos,
que permitió altas tasas de empleo y déficits
elevados de la cuenta corriente. Cuando estalló el
problema en 2008, la expansión monetaria y fiscal masiva
impidió que el consumo de los Estados Unidos se
derrumbara. Sin embargo, ¿resolvió el problema de
fondo?

Aunque la dinámica que condujo
a una mayor concentración del ingreso no ha cambiado,
ahora ya no es fácil obtener créditos, y en ese
sentido es improbable otro ciclo de auge y crisis. Sin embargo,
ello genera otra dificultad. Cuando se les pregunta por
qué ya no están invirtiendo, gran parte de las
empresas dicen que se debe a una demanda insuficiente.
¿Pero cómo puede haber una fuerte demanda interna
si el ingreso se sigue concentrando en los niveles
superiores?

Es improbable que con la demanda de
consumo de bienes de lujo se resuelva el problema. Además,
las tasas de interés no pueden ser negativas en valores
nominales, y la deuda pública creciente puede inhibir cada
vez más la política fiscal.

Entonces, si la dinámica que
estimula la concentración del ingreso no se puede
revertir, los más ricos ahorran una gran proporción
de sus ingresos, los bienes de lujo no pueden estimular una
demanda suficiente, los grupos de más bajos ingresos ya no
pueden obtener créditos, las políticas monetaria y
fiscal han llegado a su límite, y el desempleo no se puede
exportar; la economía se puede estancar.

El temprano repunte de 2012 de la
actividad económica de los Estados Unidos se debe en mucho
a la política monetaria extraordinariamente expansiva y
los insostenibles déficits fiscales. Si se pudiera reducir
la concentración del ingreso como se hizo con el
déficit presupuestal, la demanda podría financiarse
con una amplia base de ingresos privados. Se podría
reducir la deuda pública sin temor a una recesión
porque la demanda privada sería más fuerte. La
inversión aumentaría a medida que las perspectivas
de demanda mejoran.

Este tipo de razonamiento es particularmente relevante
en el caso de los Estados Unidos, dada la magnitud de la
concentración del ingreso y los desafíos fiscales
por venir. Sin embargo, la gran tendencia hacia mayores
proporciones del ingreso en los que más tienen es global,
y las dificultades que puede representar para la política
macroeconómica no deberían seguir sin
atenderse.

(Kemal Dervis, ex ministro de Asuntos Económicos
de Turquía y director del Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo, es vicepresidente y director del Programa de
Desarrollo y Economía Global de la Brookings Institution.
Copyright: Project Syndicate, 2012)

Estados Unidos en
"vías" de subdesarrollo

"El número de bebés nacidos en Estados
Unidos con síntomas de adicción a los
opiáceos se triplicó en la década 1999-2009,
según un estudio publicado por la revista American Medical
Association"…
EEUU: se triplica el número de
bebés con síntomas de adicción (BBCMundo –
1/5/12)

El informe, que es el primero de su tipo en Estados
Unidos y está basado en los registros de más de
4.000 hospitales del país, resalta que uno de cada 1.000
bebés recién nacidos resultó afectado en
2009. Además, el número de mujeres embarazadas que
dieron positivo por consumo de opiáceos legales o ilegales
se quintuplicó en el mismo periodo.

Para los autores del informe, parte de la culpa
está en el abuso de analgésicos vendidos bajo
receta médica. Hallaron que en 2009, unos 13.500
bebés nacieron con síndromes de abstinencia, casi
uno cada hora.

Síntomas y problemas

"El síndrome de abstinencia neonatal está
caracterizado por un amplio rango de señales y
síntomas", dice el informe. Entre esos síntomas
están la creciente irritabilidad, temblores, intolerancia
a la alimentación, ataques y dificultades respiratorias.
Muchos, incluso, necesitaron un tratamiento con la droga
metadona, que sirve de reemplazo a los opiáceos, para
ayudarles a recuperarse de la dependencia.

Los síntomas, según los autores, fueron
descritos entre el 60% y el 80% de los bebés recién
nacidos que fueron expuestos a la heroína o a la metadona
en el útero. Eso quiere decir que no todos los
bebés nacidos de mujeres que consumieron opiáceos
durante el embarazo mostraron los síntomas. Los
bebés "parecen estar incómodos, a veces respiran
algo más rápido. Se rascan las caras", dice Stephen
Patrick, de la Universidad de Michigan y quien trabajó en
el informe.

Carga médica

El informe explica que los "recién nacidos con
síndrome de abstinencia neonatal sufren hospitalizaciones
iniciales más largas y frecuentemente complejas y
costosas". Los bebés permanecieron en el hospital durante
16 días en promedio, comparado con los tres días
que permanecen los bebés saludables. Como muchos nacieron
de madres que tienen derecho a recibir ayuda financiera por sus
costos médicos, el estudio dice que esto es una seria
carga para los presupuestos de salud.

Los investigadores añaden que muchas mujeres
embarazadas estaban tomando legítimamente
analgésicos opiáceos bajo receta médica,
pero advirtieron que debe hacerse más para encontrar
maneras de proteger de drogas muy poderosas a los bebés
que todavía no han nacido. Patrick dijo que los hallazgos
revelan "que los opiáceos están
convirtiéndose en un problema grande en este
país".

Un editorial en la revista que acompaña el
estudio dice que mientras esos medicamentos opiáceos
ofrecen un "control del dolor superior", también han sido
"recetados con exageración, desviados y vendidos
ilegalmente, lo que crea un nuevo camino para la adicción
a los opiáceos y un problema de salud pública para
la salud materna e infantil".

En 2011, los Centros para el Control y Prevención
de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés)
advirtieron que el abuso de analgésicos en Estados Unidos
había alcanzado "proporciones epidémicas". Dijo que
las sobredosis de analgésicos causan más muertes
que la heroína y la cocaína juntas.

– El precio de la desigualdad (Project Syndicate –
5/6/12)

(Por Joseph E. Stiglitz) Lectura recomendada

Nueva York.- A los estadounidenses les gusta pensar en
su país como una tierra de oportunidades, opinión
que otros en buena medida comparten. Pero aunque es fácil
pensar ejemplos de estadounidenses que subieron a la cima por sus
propios medios, lo que en verdad cuenta son las
estadísticas: ¿hasta qué punto las
oportunidades que tendrá una persona a lo largo de su vida
dependen de los ingresos y la educación de sus
padres?

En la actualidad, estas cifras
muestran que el sueño americano es un mito. Hoy hay menos
igualdad de oportunidades en Estados Unidos que en Europa (y de
hecho, menos que en cualquier país industrial avanzado del
que tengamos datos).

Esta es una de las razones por las
que Estados Unidos tiene el nivel de desigualdad más alto
de cualquiera de los países avanzados. Y la distancia que
lo separa de los demás no deja de crecer. Durante la
"recuperación" de 2009 y 2010, el 1% de los
estadounidenses con mayores ingresos se quedó con el 93%
del aumento de la renta. Otros indicadores de desigualdad (como
la riqueza, la salud y la expectativa de vida) son tan malos o
incluso peores. Hay una clara tendencia a la concentración
de ingresos y riqueza en la cima, al vaciamiento de las capas
medias y a un aumento de la pobreza en el fondo.

Sería distinto si los altos ingresos de los que
están arriba se debieran a que contribuyeron más a
la sociedad. Pero la Gran Recesión demostró que no
es así: hasta los banqueros que dejaron a la
economía mundial y a sus propias empresas al borde de la
ruina recibieron jugosas bonificaciones.

Si examinamos más de cerca la cima de la
pirámide encontraremos allí sobreabundancia de
buscadores de rentas: hay quienes obtuvieron su riqueza
ejerciendo el monopolio del poder; otros son directores
ejecutivos que aprovecharon deficiencias de las estructuras de
gobierno corporativas para quedarse con una cuota excesiva de la
ganancia de las empresas; y hay todavía otros que usaron
sus conexiones políticas para sacar partido de la
generosidad del Estado, ya sea cobrándole demasiado por lo
que compra (medicamentos) o pagándole demasiado poco por
lo que vende (permisos para explotación de
minerales).

Asimismo, parte de la riqueza de los financistas
proviene de la explotación de los pobres, por medio de
préstamos predatorios y prácticas abusivas con el
uso de tarjetas de crédito. En estos casos, los que
están arriba se enriquecen directamente de los bolsillos
de los que están abajo.

Tal vez no sería tan malo si
hubiera aunque sea un grano de verdad en la teoría del
derrame: la peculiar idea de que enriquecer a los de arriba
redunda en beneficio de todos. Pero hoy la mayoría de los
estadounidenses se encuentran peor (con menos ingresos reales
ajustados por la inflación) que una década y media
atrás en 1997. Todos los beneficios del crecimiento
fluyeron hacia la cima.

Los defensores de la desigualdad estadounidense
argumentan que los pobres y los que están en el medio no
tienen por qué quejarse: puede ser que la porción
de torta con la que se están quedando sea menor que antes,
pero gracias a los aportes de los ricos y superricos, la torta
está creciendo tanto que en realidad el tamaño de
la tajada es mayor. Pero una vez más, los datos
contradicen de plano este supuesto. De hecho, Estados Unidos
creció mucho más rápido durante las
décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, cuando
el crecimiento era conjunto, que después de 1980, cuando
comenzó a ser divergente.

Esto no debería sorprender a
quien comprenda cuál es el origen de la desigualdad. La
búsqueda de rentas distorsiona la economía. Por
supuesto que las fuerzas del mercado también influyen,
pero los mercados dependen de la política; y en Estados
Unidos, con su sistema cuasicorrupto de financiación de
campañas y el ir y venir de personas que un día
ocupan un cargo público y al otro están en una
empresa privada, y viceversa, la política depende del
dinero.

Por ejemplo, cuando la legislación de quiebra
privilegia los derivados financieros por encima de todo, pero no
permite la extinción de las deudas estudiantiles (por
más deficiente que haya sido la educación recibida
por los deudores), es una legislación que enriquece a los
banqueros y empobrece a muchos de los que están abajo. Y
en un país donde el dinero puede más que la
democracia, no es de extrañar la frecuencia con que se
aprueban esas leyes.

Pero el aumento de la desigualdad no es inevitable. Hay
economías de mercado a las que les está yendo
mejor, tanto en términos de crecimiento del PIB como de
elevación de los niveles de vida de la mayoría de
sus ciudadanos. Algunas incluso están reduciendo las
desigualdades.

Estados Unidos paga un alto precio por
seguir yendo en la otra dirección. La desigualdad reduce
el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica
que el activo más valioso con que cuenta la
economía (su gente) no se emplea a pleno. Muchos de los
que están en el fondo, o incluso en el medio, no pueden
concretar todo su potencial, porque los ricos, que necesitan
pocos servicios públicos y temen que un gobierno fuerte
redistribuya los ingresos, usan su influencia política
para reducir impuestos y recortar el gasto público. Esto
lleva a una subinversión en infraestructura,
educación y tecnología, que frena los motores del
crecimiento.

La Gran Recesión agravó la desigualdad,
provocando recortes en gastos sociales básicos y un alto
nivel de desempleo que presiona sobre los salarios a la baja. Por
añadidura, tanto la Comisión de Expertos de las
Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y
financiero internacional, que investiga las causas de la Gran
Recesión, como el Fondo Monetario han advertido que la
desigualdad conduce a inestabilidad económica.

Pero, lo que es más importante, la desigualdad en
Estados Unidos está corroyendo sus valores y su identidad.
Cuando llega a semejantes extremos, no es sorprendente que sus
efectos se manifiesten en todas las decisiones públicas,
desde la política monetaria a la asignación del
presupuesto. Estados Unidos se ha convertido en un país
que en vez de "justicia para todos" ofrece favoritismo para los
ricos y justicia para los que puedan pagársela: esto
quedó demostrado durante la crisis de las ejecuciones
hipotecarias, cuando los grandes bancos creyeron que
además de demasiado grandes para quebrar, eran demasiado
grandes para hacerse responsables.

Estados Unidos ya no puede considerarse la tierra de
oportunidades que alguna vez fue. Pero no tenemos por qué
resignarnos a esto: todavía no es demasiado tarde para
restaurar el sueño americano.

(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics, has
pioneered pathbreaking theories in the fields of economic
information, taxation, development, trade, and technical change.
As a policymaker, he served on and later chaired President Bill
Clinton"s Council of Economic Advisers, and was Senior Vice
President and Chief Economist of the World Bank. He is currently
a professor at Columbia University, and has taught at Stanford,
Yale, Princeton, and Oxford. He is the author of The Price of
Inequality: How Today"s Divided Society Endangers our
Future)

¿Será
este el "Fin de la Historia" que proclamó
Fukuyama?

– "¿El sueño americano? Los ricos son
más ricos y ahí se acaba la historia" (El
Confidencial – 14/6/12)

(Por Miguel Ayuso) Lectura
recomendada

El "sueño americano"
está basado en una premisa errónea que no funciona
ni en el país que la vio nacer.
El escritor e
historiador Morris Berman (Nueva York, 1944) no se anda
con rodeos. Esta semana está de visita en España
para presentar su último libro, Las raíces del
fracaso americano
(Sexto Piso), dónde traza una
evolución del pensamiento político y
económico de su país y llega a una
conclusión: Estados Unidos fracasará por no haber
prestado nunca atención a soluciones alternativas. En su
opinión, "las bases del capitalismo no están
funcionando. Se está derrumbando y va a
desintegrarse".

"La meta principal de la civilización americana",
explica Morris en el libro, "es y siempre ha sido una
economía en expansión perpetua e innovación
tecnológica sin límites". Morris define esta
tradición como "oportunismo", pues se basa en la premisa
del 'sueño americano' de que todo individuo tiene la
oportunidad de triunfar, de crecer, como el conjunto de la
sociedad. El problema es que, tal como ha explicado Morris a
El Confidencial, esta ideología es
errónea: "El crecimiento no redistribuye la riqueza y
además está basado en la idea del infinito, de que
los recursos van a durar siempre, y esto no es
verdad".

En opinión de Morris, "todo el
sistema se basa en la noción, popularizada mayormente por
Ronald Reagan, de que la riqueza se acaba filtrando a toda
la población. Pero eso nunca pasa. Los ricos son
más ricos y ahí se acaba la historia". El problema,
según el historiador, es que la población
estadounidense no se da cuenta de que vive en un
engaño
: "Las cifras reales de paro rondan el 18%
(Morris insiste en que las cifras oficiales, de un 8,2%, no son
reales). 200 millones de personas viven de cheque en cheque.
Tienen un trabajo, pero si tienen un accidente están en un
verdadero aprieto. La asistencia sanitaria cuesta dinero en
los EEUU y no lo tienen.
Dos tercios de la población
viven en la cuerda floja. No me parece un gran éxito como
país".

La tradición alternativa

Morris ha rastreado la historia
ideológica de su país y explica en el libro que
siempre existió una alternativa al oportunismo; una
tradición de corte espiritual que insistió, "desde
el siglo XVII", en la idea de que el dinero y el crecimiento
sin fin no debían ser la meta de la sociedad.
Esta
"tradición alternativa", tal como la define el
historiador, era la dominante en el Sur hasta la guerra civil.
"La lucha entre el Norte y el Sur", explica Morris, "fue un
choque de civilizaciones. La esclavitud no era el tema central,
lo que quería el Norte era imponer en el Sur el
régimen oportunista, el capitalismo, aunque ellos no lo
querían.
Desafortunadamente, la tradición del
sur estaba muy atada a la economía esclavista. Esa es la
parte triste. Teóricamente se pueden separar las dos
cosas, pero no por aquel entonces: el esclavismo soportaba esa
forma de vida".

Tras la guerra, la tradición alternativa fue
completamente ignorada y marginalizada.
En 1979 Jimmy
Carter
-al que Morris considera el último
ideólogo alternativo de peso- pronunció su famoso
discurso, El malestar espiritual, en el que
decía: "Americanos, ¿creéis que comprar
puede llenar vuestras vidas? Volved a pensar". Tal como cuenta el
historiador, "Carter tuvo la mayor derrota electoral de la
historia de los Estados Unidos. Ronald Reagan ganó por una
barbaridad, porque decía que comprar era la base de la
vida. Después del 11-S George W. Bush dijo lo
mismo, que era necesario seguir comprando en las grandes
superficies".

La alternativa al "sueño
americano", al oportunismo, siempre ha existido, pero "se ha
considerado algo estúpido". Morris cree que la
ideología americana es tremendamente simplista: "Es como
una guitarra con una sola cuerda. Los americanos creen que
realmente sus vidas consisten en comprar. Es lo único que
quieren hacer y es lo que hacen.
Ven la televisión,
trabajan y compran. No somos un país inteligente. En
EE.UU. los ricos duermen confortablemente todas las noches y no
están preocupados porque saben que el 99% del país
quiere ser como ellos. No quieren encarcelarles, colgarles, ni
hacer una revolución: quieren ser ellos. Ese es el gran
problema. Si un americano no tiene trabajo no se para a pensar
que el capitalismo ha hecho que casi el 20% de la
población tampoco lo tenga. Lo que piensa es que es culpa
suya. La población americana está de acuerdo con
la cábala capitalista y quiere entrar en ella.
La
democracia está funcionando bien. Se está dando a
la gente lo que quiere".

Indignación pesimista

Morris no es en absoluto optimista. En su opinión
las alternativas a la ideología oportunista han
fracasado y su resurgir sólo vendrá de un colapso
total del sistema:
"Podría haber una alternativa al
colapso total si Carter hubiera ganado y Reagan hubiera perdido.
La habría si Rajoy dijera: "¿Rescate? Eso no es lo
que necesitamos. Es lo de siempre". En vez de eso sale en
televisión contento y diciendo que está bien lo que
ha hecho. El rescate es sólo un patético intento de
sostener un sistema que no funciona. Rajoy ha ganado algo de
tiempo pero, ¿qué va a hacer con él? No
tiene ni idea. Puedes estar seguro que dentro de seis meses
España volverá a la misma situación y
estarán hablando de otro rescate.
Alguien tiene que
levantarse y decir que no podemos estar haciendo esto todo el
tiempo. Hay que hacer algo diferente".

¿Pero qué podemos hacer?
Morris cree que la base de todo es no pensar sólo en
términos de blanco y negro -que es cómo dice que
piensan los americanos-. En su opinión, algo que
"funciona bastante bien" es una economía mixta
: "La
crisis de 2008 tuvo un impacto mucho menor en Noruega, Suecia,
Finlandia o Dinamarca. Protegieron sus economías porque no
están totalmente basadas en el capitalismo. Esto es un
sistema inteligente, no el capitalismo de cowboys y
casinos de EEUU o el comunismo de la extinta Unión
Soviética. Es una alternativa y es real".

El historiador insiste en que siempre "ha habido gente
que ofrecía una alternativa, pero nunca tuvieron acogida".
En su opinión, los americanos están entrenados
en el capitalismo desde que nacen
: "Tienen pensamientos
inconscientes como que hay crecimiento infinito y el individuo es
lo que cuenta. Todo esto lo maman desde que tienen dos o tres
años. Quién va a ganar, ¿la sociedad que te
ha educado durante toda tu vida o yo que te voy a dar una charla
de 45 minutos? Se creen que soy un mal chiste. Hay algo que
nos ha enseñado la historia, la exhortación no
funciona, funciona el poder
y mi lado nunca lo ha tenido. La
conclusión es que sólo nos daremos cuenta de esto
cuando el capitalismo fracase por completo y nos quedemos sin
recursos. Tendremos que recapacitar a la fuerza".

"No hay país en el mundo que sea tan
estúpido"

Aunque Morris ha seguido de cerca el movimiento de los
"indignados", y le resulta "esperanzador", no cree que logre
nada: "No creo que Occupy Wall Street sea un movimiento serio.
Es una cosa descentralizada que no se ha planteado ninguna
meta.
Si fallan no va a ser una sorpresa. Hay que tener las
cosas más planeadas. No puedes ganar una guerra
basándote en una emoción".

El historiador asegura que no es
optimista porque conoce a la gente de América. "Casi
dos tercios de los americanos creen en alguna versión del
creacionismo
", explica. "No hay país en el mundo que
sea tan estúpido. Me quita la respiración". Por eso
mismo hace unos años se mudó a México:
"Estaba cansado de los EEUU. No podía hablar con nadie, no
podía tener conversaciones como esta. Todo gira en torno
al oportunismo. Era demasiado opresivo. Quería ir a un
sitio donde aún hubiera aspectos de la cultura
tradicional". O quizás prefería estar un poco
apartado: "No me cabe duda de que, con el tiempo,
acabaré torturado en Guantánamo.
Suena extremo,
pero tarde o temprano los EE.UU. acabarán siendo como la
Inglaterra que imaginaba Orwell en 1984.
¿Cuánto tardarán en cogerme? Para mi
América no iba de esto cuando empezó".

– La sociedad mala (Project Syndicate – 19/7/12)
Lectura recomendada

(Por Robert Skidelsky)

Londres.- ¿Cuánta desigualdad es
aceptable? A juzgar por los niveles anteriores a la
recesión, mucha, particularmente en los Estados Unidos y
Gran Bretaña. Peter Mandelson, del Nuevo Laborismo,
expresó el estado de ánimo de los últimos
treinta años cuando comentó que se sentía
"tranquilo" por el hecho de que la gente se enriqueciera de forma
"desmedida". El enriquecimiento era el objetivo de la "nueva
economía". Y los nuevos ricos se quedaron con una parte
creciente de sus ganancias, a medida que se redujeron los
impuestos para alentarlos a enriquecerse aún más y
se abandonaron los esfuerzos para repartir el pastel de forma
más justa.

Los resultados fueron predecibles. En
1970, los ingresos brutos de un alto ejecutivo estadounidense
eran aproximadamente treinta veces más elevados que los
del trabajador medio; actualmente son 263 veces más
elevados. En Gran Bretaña, el salario básico (sin
bonificaciones) de un alto ejecutivo era 47 veces superior a la
del trabajador medio en 1970. En 2010 fue 81 veces superior.
Desde finales de los años setenta, los ingresos netos del
20 por ciento más rico de la población han
aumentado cinco veces más rápido que el del 20 por
ciento más pobre en los Estados Unidos y cuatro veces
más rápido en el Reino Unido. Aún más
importante es la creciente brecha entre el promedio de los
ingresos y la mediana de los ingresos, es decir que la
proporción de la población que vive con la mitad o
menos de la mitad del ingreso medio en los Estados Unidos y Gran
Bretaña ha estado aumentando.

Aunque en algunos países esta
tendencia no se ha impuesto del todo, la desigualdad ha estado
aumentando durante los últimos 30-40 años en todo
el mundo. Ha crecido la desigualdad dentro de los países,
y las diferencias entre ellos aumentaron considerablemente
después de 1980, hasta equilibrarse a finales de los
noventa y comenzar a disminuir después de 2000, cuando el
crecimiento en los países en desarrollo comenzó a
acelerarse.

El crecimiento de la desigualdad no incomoda a los
defensores ideológicos del capitalismo. En un sistema de
mercado competitivo, se dice que se paga a las personas lo que
valen, es decir, los altos ejecutivos agregan a la
economía estadounidense 263 veces más valor que sus
empleados. Pero se aduce que los pobres siguen estando mejor que
si los sindicatos o el gobierno hubieran reducido la brecha
artificialmente. La única forma de lograr que la riqueza
se reparta más rápido es mediante una
reducción adicional de los impuestos marginales o,
alternativamente, mejorando el "capital humano" de los pobres, de
modo que valgan más a ojos de sus empleadores.

Esta es una forma de razonamiento económico
diseñada para que resulte atractiva a quienes están
en la cúspide de la pirámide de los ingresos.
Después de todo, no hay ninguna forma de calcular los
productos marginales de diferentes individuos en actividades
productivas cooperativas. Los salarios más altos
sencillamente se fijan comparándolos con otros que se
pagan para puestos similares.

Anteriormente, las diferencias de los salarios se
establecían según lo que era justo y razonable.
Mientras mayores conocimientos, habilidades y responsabilidades
exigiera un puesto, mayor era el salario aceptable y aceptado
para ocuparlo.

No obstante, todo lo anterior sucedía dentro de
límites en los que se conservaba cierta relación
entre los más altos y los más bajos. Los salarios
en el sector privado rara vez eran superiores a 20 o 30 veces el
salario medio y en el caso de la mayoría de las personas
las diferencias eran mucho menores. Así pues, el ingreso
de los médicos y abogados solía ser aproximadamente
cinco veces superior al de los trabajadores manuales, no diez
veces o más, como sucede actualmente,

Lo que ha conducido a los métodos
espurios que se utilizan hay en día para calcular los
salarios ha sido el fin del sentido común y de un modo de
evaluar las actividades humanas que no se basa en criterios
económicos y que toma en cuenta el contexto social
más amplio.

Hay una consecuencia extraña, que no se aprecia
mucho, de no distinguir entre el valor y el precio: la
única forma que se ofrece a la mayoría de las
personas para aumentar sus ingresos es mediante el crecimiento
económico. En los países pobres eso es razonable,
puesto que no hay suficiente riqueza. Sin embargo, en los
países desarrollados la concentración en el
crecimiento económico es una forma extraordinariamente
ineficiente de aumentar la prosperidad general, porque significa
que una economía debe crecer en, digamos, 3% para aumentar
los ingresos de la mayoría un 1%, por decir
algo.

Tampoco es seguro que el capital humano de la
mayoría pueda aumentarse más rápido que el
de la mayoría, que obtiene todas las ventajas educativas
que se derivan de una mayor riqueza, mejores condiciones
familiares y más contactos. En estas circunstancias, la
redistribución es una forma más segura de lograr
una amplia base de consumo, que es en sí misma una
garantía de estabilidad económica.

La actitud de indiferencia ante la
distribución del ingreso es de hecho una receta para un
crecimiento económico sin fin en el que los ricos, los muy
ricos y los súper ricos se alejan cada vez más del
resto. Esto está mal por motivos morales e incluso
prácticos. En términos morales, hace que las
perspectivas de una vida mejor queden para siempre fuera del
alcance de la mayoría de las personas. En términos
prácticos, está destinado a destruir la
cohesión social en la que se basa en última
instancia la democracia – o, en efecto, cualquier tipo de
sociedad pacífica y satisfecha.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political
Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy
in both history and economics, is a working member of the British
House of Lords. The author of a seminal three-volume biography of
John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour
party, before helping to found the short-lived Social Democratic
Party and eventually becoming the Conservative Party"s spokesman
for Treasury affairs in the House of Lords. He was forced out of
the Conservative Party for his opposition to NATO"s intervention
in Kosovo in 1999)

Al borde del abismo
fiscal… y al borde del abismo "social"
(además)

"En EEUU, la dependencia de los ciudadanos respecto
al Gobierno va en aumento, y actualmente más de la mitad
de la población depende de las ayudas federales para
sobrevivir. Mientras la administración Obama rebaja los
requisitos para poder acceder a estos subsidios, cada vez
más estadounidenses afirman preferirlo así"…

Insostenible: Más de la mitad de los estadounidenses
dependen de los subsidios (Negocios.com –
23/8/12)

Desde 2009 se han reducido los requisitos para acceder a
MedicAid- el programa de seguro médico estatal-, cartillas
de alimentos, subsidios de desempleo, exención del pago
del IRPF… Según relata RT en su web, 165 del total de
308 millones de estadounidenses dependen del estado de
algún modo. De ellos, 107 se benefician de la asistencia
social federal, 46 millones están afiliados a MedicAid y
22 millones son funcionarios.

Desde la llegada de Obama a la Casa Blanca, el
número de ciudadanos que recibe prestaciones ha aumentado
en 10 millones, hasta alcanzar los 107 dependientes, según
un informe realizado por el Comité Presupuestario del
Senado. El aumento de norteamericanos que, durante ese periodo,
comenzaron a beneficiarse de las cartillas de alimentos ha
ascendido en más de 14 millones.

"Con el plan Obama, no tendrás que trabajar y no
tendrás que entrenarte para un trabajo: simplemente te
enviarán un cheque de subsidio", comenzaba un anuncio
televisivo anti-Obama lanzado recientemente.

Y parece que cada vez más estadounidenses lo
prefieren así. En 2011, un informe de Globescan
mostró que el número de ciudadanos que defienden
una economía de libre mercado descendió a 59% desde
el 74% del año anterior, cayendo por debajo de China y
Brasil. Cuando Globescan realizó por primera vez esta
encuesta, hace 10 años, el 80% de los estadounidenses
estaban a favor de una economía de libre mercado. Una
constante es que las personas con menores rentas anuales son
más propensas a estar en contra de una economía de
libre mercado.

El Índice Anual de Dependencia del Gobierno,
publicado en Febrero (2012), descubrió que desde 2008, la
dependencia de los estadounidenses respecto a su gobierno ha
crecido un 23%. El Gobierno estadounidense batió su propio
record el año pasado, gastando el máximo en
asistencia estatal en la historia de la nación.

En la actualidad, The Heritage Foundation calcula que
los estadounidenses que dependen de la asistencia federal
perciben de media 32.784 dólares anualmente, mientras que
el salario anual promedio de un trabajador se tasa en 26.364
dólares.

"Esperamos que el Gobierno cuide de nosotros desde la
cuna a la tumba", decía un análisis en el blog
Economic Collapse.

En 2010, más del 70% del presupuesto del Gobierno
de EEUU se invirtió en programas de dependencia. En 1962,
solo se empleaba el 28,3% para ese fin.

Sin embargo, el coste de esos programas recae en quienes
no se benefician de ellos. La mitad de los hogares de EEUU no
paga el IRPF, y a la vez, esas familias son las que tienen
mayores probabilidades de acceder a los subsidios y las cartillas
de alimento.

Así, la dependencia crece y el número de
trabajadores que pagan impuestos para financiarla disminuye,
dando lugar a una situación insostenible.

Del Paper: Las pensiones con depresión
Publicado en Mayo de 2013

– "Te levantas un buen día y descubres que eres
pobre" (El Confidencial – 28/6/12)

(Por Héctor G. Barnés) Lectura
recomendada

"La nueva pobreza es invisible y puede
cohabitar en un mismo espacio con situaciones estables. No se
trata tanto del caso del señor que rebusca en los cubos de
basura después de haberse quedado sin trabajo, esa pobreza
espectacular y extrema que explota la televisión, sino
un proceso poco visible que está afectando a muchas
familias o al vecino de al lado aunque no nos demos cuenta
".
De esta forma recuerda la profesora de sociología e
investigadora de la Universidad Complutense de Madrid Araceli
Serrano Pascual
cómo está evolucionando la
percepción de la pobreza en el presente y desfavorable
contexto económico, y que se caracteriza por su escasa
visibilidad.

José Félix Tezanos, director de la
Fundación Sistema y catedrático de
Sociología en la UNED señala que "en nuestros
estudios nos hemos dado cuenta cómo entre el 60 y el 70%
de las familias no están mentalizadas para pedir ayuda.
"Yo no soy un necesitado", es la percepción habitual.
Hemos visto a gente llorando mientras rellena la encuesta". Por
su parte, Luis Enrique Alonso Benito, catedrático
de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid,
recuerda que "antes la pobreza se encontraba localizada en
bolsas físicas, como podía ser un barrio
determinado. Ahora ya no
, sino que se está desplazando
hacia las clases medias y se está diluyendo".

Según el Instituto Nacional de
Estadística, en 2011 el 21,8% de la población
española se encontraba por debajo del nivel de pobreza. Un
aumento del 1,1% respecto al año anterior y un dato que,
recuerda Tezanos, "es uno de los más altos de toda la
Unión Europea". Para Alonso Benito, la novedad de este
tipo de pobreza es "su velocidad e intensidad. Puede ocurrir
de la noche a la mañana, no es un proceso a largo
plazo
. Por ejemplo, tenemos casos como el de una contratada
de la Administración que tenía dos empleos
precarios y que al perder uno, cayó en la pobreza. Algo
que ni podía imaginarse medio año
atrás".

Una situación nueva para la clase
media

"Se trata de un sector de población que
anteriormente tenía cierta estabilidad. Es decir, aunque
su trabajo era precario, podía acceder al consumo, y
disponía de un techo bajo el que vivir. Vivían
en una especie de "precariedad estable", a veces incluso con un
consumo alto
", señala Araceli Serrano Pascual,
explicando que la mayor parte de este grupo está formado
por la franja más baja de la clase media. Luis Enrique
Alonso señala que el hecho de que esté afectando a
un sector que en el pasado reciente habían gozado de
cierta estabilidad es un problema a la hora de proporcionar
ayuda: "Al no ser colectivos minoritarios, la vergüenza que
provoca hace que se intente ocultar. Por ello, la
intervención y la asistencia son más
complicadas
. Es lo que ocurre con tantos profesionales al
perder sus trabajo, que pasan de la normalidad a la
dependencia".

Serrano señala que esto también ocurre
dentro de la familia, "a la que no se le dice nada para no
preocuparla, o por pura vergüenza". Tezanos añade que
el sentimiento más común es el de ""qué he
hecho yo para merecer esto", la sensación de haber
recibido un castigo y de no ser capaces de obtener los frutos
deseados a pesar de haber trabajado y haberse esforzado.
Parece que no llevamos las riendas de nuestra
vida".

Un problema terminológico

Una de las grandes dificultades que señala la
mayor parte de expertos es la que atañe al concepto de
"pobre" en sí, una imagen muy fijada en el imaginario
colectivo y conferido de ciertas características negativas
que impide que muchos de los que estadísticamente lo son
se consideren como tales. "La pobreza no es un homeless
radical, con todos los estigmas que tiene asociado, sino que se
trata de algo más relacional", señala Luis Enrique
Alonso. "No todos los pobres son excluidos. Parece que se traza
una barrera entre el "dentro" y "fuera" que no nos afecta. Lo
que la nueva pobreza sugiere es que dicha frontera es mucho
más borrosa de lo que parece y que un amplio porcentaje de
la población corre el riesgo de
atravesarla
".

Serrano Pascual coincide en que "a sí mismos no
se consideran pobres, no digamos ya excluidos. Los pobres son los
que rebuscan en la basura, los que recurren a los beneficios
sociales". Por ello, gran parte de esta pobreza permanece fuera
de la vista: "El concepto de pobreza se solía vincular
a minorías étnicas, inmigrantes, problemas de
salud, mentales y de adicción
. Ahora ha cambiado
mucho. La ropa es normal y no hay detalles externos que la
señalen. En los barrios de las grandes ciudades o en sus
periferias se produce esta mezcla heterogénea de gente de
muy distintos niveles económicos que conviven juntos".
Alonso añade que "hay que olvidar esa idea del pobre
relacionada con la maldición divina, la indolencia o la
falta de esfuerzo, desdramatizarla para que se tome con mayor
normalidad y sea más fácil pedir ayuda".

Tezanos añade que frente al de pobreza, "el
concepto emergente es el de "precario"". Aunque matiza que la
percepción "ha cambiado en los dos últimos
años: la tendencia es que cada vez una mayor
proporción de nuestros encuestados se considera clase
baja
". La profesora Serrano Pascual recuerda que "a un nivel
mundial, la gente sí se considera pobre. Entre ricos y
pobres, la mayor parte de la población se considera del
segundo grupo".

Repercusión en la familia

Entre algunos de los perfiles afectados por esta
situación se encuentran los profesionales que no
disponían de una situación laboral fija pero que
podían mantenerse gracias a una retribución
más o menos importante, y que ahora tienen más
difícil encontrar una regularidad en su trabajo. Araceli
Pascual Serrano señala que la coyuntura también
afecta a "las familias monoparentales. Por ejemplo, las mujeres
que se quedan solas después de la ruptura de su
matrimonio, que no se pueden incorporar al mercado laboral tras
la separación, y que dependen completamente de la
pensión de su marido
, si es que llega, puesto que
estos también están teniendo
dificultades".

"Por otro lado, se han roto las redes de solidaridad
familiar por la hipersaturación. Por ejemplo, hay muchos
pensionistas que pagan la hipoteca de sus hijos y los mantienen.
Algo relativamente fácil si el hijo es único, pero
más complicado si hay dos", prosigue la profesora
señalando una de las grandes dificultades de dicha
situación: que los ahorros que muchas familias
habían almacenado generación tras
generación, ese colchón familiar, está
desapareciendo, lo que empeorará la situación en el
medio plazo
. "Los mecanismos de compensación
están fallando (la familia, el Estado de Bienestar)",
recuerda Tezanos.

El caso de las nuevas generaciones

Uno de los grandes afectados por la nueva pobreza son
los más jóvenes que, como apunta Serrano Pascual,
"por primera vez ya no tienen fe en el progreso y en que el
futuro sea cada vez mejor. Ese mito de las últimas
décadas ha desaparecido". Tezanos recuerda que "la edad
media de la pobreza se ha reducido año tras año,
hemos visto bastante gente menor de cuarenta años sin
techo
".

Una de las razones se debe a que hace relativamente poco
tiempo "las clases estabilizadas podrían permitirse las
largas esperas de los jóvenes para entrar en el mercado
laboral. Si ahora se requiere que estos contribuyan, la
situación se dramatiza", señala Luis Enrique
Alonso. "Lo raro fue lo que ocurrió durante los
últimos veinte años. Se podía subvencionar a
los hijos, por así decirlo. Ahora, los niños de
estas familias pueden ver truncado su futuro". Tezanos recuerda
la última gran diferencia con esa pobreza tradicional es
que la antigua "estaba relacionada con sectores más
pasivos, como eran los drogadictos.
Ahora, en cambio, los
afectados son más activos, como ocurre con estos
jóvenes. La perplejidad es el sentimiento común, y
por ello están apareciendo movimientos de
protesta".

– En Grecia, la crisis revierte una generación de
progreso (The Wall Street Journal – 21/11/12)

(Por Gordon Fairclough y Nektaria Stamouli) Lectura
recomendada

Aristomenis, Grecia.- Durante décadas, Panagiotis
Triantafyllopoulos trabajó en Atenas como diseñador
gráfico. En sus últimos encargos, producía
sofisticados envases para farmacéuticas
transnacionales.

Ahora Triantafyllopoulos se pasa el día
recogiendo leña, atendiendo a sus pollos y
preparándose para la cosecha de aceitunas en este pueblo
en las colinas del Peloponeso griego.

Incapaz de encontrar trabajo dos años
después de haber sido despedido, el diseñador
sintió que no le quedaba otra alternativa que volver al
pueblo donde nació y tratar de salir adelante con lo que
pueda sacar del pequeño terreno de su familia.

"Soy un nuevo pobre", dijo
Triantafyllopoulos, quien se mudó a la capital siendo
adolescente en 1975, parte de un éxodo de jóvenes
que dejó el corazón agrícola de Grecia para
trasladarse a las ciudades. "Volver fue una decisión
difícil. Teníamos sueños de algo más
grande".

Después de casi cinco años
de recesión implacable, que ha empujado el desempleo
nacional por encima de 25%, el motor de desarrollo de Grecia
está en reversa. Las familias que habían logrado
incorporarse a la clase media en los años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial están en retroceso.

Profesionales desempleados y empresarios quebrados
están mudándose a casa de sus padres ancianos o
regresando a pueblos ancestrales. Otros vuelven a trabajos menos
atractivos o peligrosos, como pastores o marineros en buques de
carga, que los griegos abandonaron conforme el país se
enriquecía. Muchos incluso están
emigrando.

Al tiempo que los líderes europeos sopesan
cómo aligerar la pesada deuda fiscal que carga Grecia y
evalúan si concederle nuevos fondos de rescate, la
constante contracción de la economía del
país amenaza con evaporar el progreso de una
generación.

El poder adquisitivo de las personas que
ganan el salario mínimo se ha precipitado a niveles que no
se veían desde los años 70 -durante una era de
rápido desarrollo que creó la clase media urbana-,
según un estudio del Instituto del Trabajo, un centro de
estudios con afiliaciones sindicales. El ingreso promedio ha
descendido a donde estaba hace más de 10
años.

La crisis ha arrastrado a Triantafyllopoulos
literalmente a donde comenzó. Ahora duerme en la cama
donde nació en 1958. Algunas veces, cuando no puede
dormir, se queda mirando la misma mancha en el techo de madera
que miraba de niño, cuando se preguntaba qué le
depararía el futuro.

Antes de que él y su esposa, Eleni, se quedaran
sin trabajo en 2010, la familia tenía un ingreso anual de
más de 30.000 euros, o casi US$ 40.000. Vivían en
una casa espaciosa con jardín en Atenas. Salían a
cenar fuera con frecuencia e iban de vacaciones.

Sin embargo, ahora, cuando es invierno en Grecia, ni
siquiera pueden permitirse tener calefacción. Su madre de
81 años, Sofia, está aceptando encargos como
costurera para intentar contribuir. Su mayor temor es que la hija
de Triantafyllopoulos no pueda terminar la
universidad.

"No me importa tener que ser pobre.
Nací pobre", confiesa el padre de 54 años. "Lo que
no puedo soportar es ser incapaz de ayudar a mis hijos a
prepararse para algo mejor".

Tras décadas tratando de reducir
la brecha que la separaba de otros miembros más
acaudalados de la Unión Europea, Grecia vuelve a alejarse.
La producción per cápita, que alcanzó 94%
del promedio de la UE en 2009, retrocedió a 82% el
año pasado, un nivel que se vio por última vez a
principios de los 90. La situación es parecida en
España y Portugal, conforme los países de la franja
sur de la zona euro se hunden más en la crisis.

La clase media asalariada de Grecia no sólo
está perdiendo empleos y agotando ahorros sino que
también está sufriendo impuestos cada vez
más altos sobre la renta, las compras y la propiedad,
según el gobierno trata de cumplir con las metas de
déficit impuestas por los acreedores
internacionales.

La pérdida de ingresos y riqueza
acumulada de estas familias está drenando el combustible
necesario para impulsar el nuevo crecimiento. Los expertos
afirman que la crisis financiera también está
elevando la tasas de delincuencia y suicidios, y reduciendo el
número de matrimonios y nacimientos.

La clase media, que en su día formaba una
sólida base para la estabilidad democrática se
está volviendo cada vez más radical, tal como
sugiere la creciente popularidad de los extremos del espectro
político. El partido radical de izquierda Syriza ocupa el
primer lugar en las encuestas de opinión pública
recientes, mientras que el ultranacionalista Amanecer Dorado
está tercero.

Para Dimitris Stathis y Aggeliki Katsimardou, la
velocidad del declive ha sido asombrosa. Katsimardou fue
despedida como agente de seguros a principios de 2010. Este
año, su marido perdió su empleo en una petrolera
internacional y el auto que ésta le dejaba
usar.

Ahora Stathis trabaja en una gasolinera. Gana 800 euros
al mes, en torno a la mitad de su sueldo previo. Sin embargo,
tienen que pagar una hipoteca de 900 euros al mes.

"No podemos comprar carne", dijo Katsimardou. "Incluso
la leche es difícil. O el yogurt. Y estamos en Grecia, por
el amor de Dios".

Un día reciente en Zerbisia, un pueblo cerca de
la casa de Triantafyllopoulos en Aristomenis, Giorgos Leventis,
de 22 años, amarraba una cabra negra a una valla para
ordeñarla.

Nunca se imaginó que acabaría
ganándose la vida en una granja. Pero después de
perder su trabajo en Atenas como plomero -y dada la tasa de
desempleo de 58% entre los trabajadores griegos entre 15 y 24
años- el joven se fue a vivir con su abuela en el pueblo
de la familia. Ahora cría pollos, gansos y corderos
además de sus cabras.

"Mucha gente de mi edad, que se crió en Atenas,
no podría imaginarse nunca hacer algo como esto", dijo
Leventis. Sin embargo, a él le gusta el trabajo y no tener
jefes. Gana entre 300 y 400 euros al mes vendiendo pollos, huevos
y aceite de oliva y echando una mano en las granjas de vecinos.
De momento, no tiene ninguna esperanza de volver a
Atenas.

Cuando Triantafyllopoulos era niño, Grecia estaba
sumida en un auge de más de 20 años de crecimiento
e industrialización, conforme repuntaba tras la
catastrófica ocupación alemana durante la Segunda
Guerra Mundial y consiguiente guerra civil entre el gobierno
griego de derecha y las fuerzas comunistas.

El pueblo de Aristomenis seguía en la pobreza en
los años 60. Los niños iban descalzos en verano y
la electricidad tardaría otra década en llegar.
Pero Atenas y otras ciudades se expandían y atraían
a la gente de las zonas rurales ofreciendo salarios más
altos y una mejor calidad de vida.

A los 17 años, con el apoyo de sus padres,
Triantafyllopoulos empacó una mochila e hizo dedo hasta
llegar a la capital.

"Queríamos que se marchara para que tuviera
más oportunidades", dijo su madre. "No salió como
nos imaginamos".

Sin embargo, durante muchos años la vida en
Atenas lo trató bien. Trabajó para
periódicos, revistas y compañías de
empacado. Se casó y tuvo dos hijos. "No teníamos
una vida lujosa, pero no nos faltaba nada", señala su hija
de 18 años, Eleftheria.

Hace unos días,
Triantafyllopoulos estaba en una pequeña cafetería
en el pueblo cuando sonó su teléfono. Era
Eleftheria. Su solicitud para residencia estudiantil gratuita
había sido rechazada. Sus ojos se llenaron de
lágrimas. "¿Qué podemos hacer?
Tendrás que arreglártelas con 400 euros al mes", le
dijo en voz baja. "No hay más dinero".

Por ahora, está saliendo adelante pese a tener
que pagar unos 300 euros al mes por su pequeño apartamento
y servicios básicos; para comer y todo lo demás le
quedan apenas 3 euros al día.

Triantafyllopoulos dedica mucho tiempo a pensar en
qué hacer ahora. Sin un capital para invertir en la
granja, sus posibilidades de ganancias son mínimas. Una
posibilidad, dijo, es buscar trabajo en Australia, donde vive su
hermano. Pero la pregunta es cómo conseguir el dinero para
llegar hasta ahí.

Sueños
estancados (la sociedad destrozada por la avaricia desenfrenada
de una dirigencia sin "neuronas espejo": actualización de
la Hemeroteca (enero 2012 – enero 2013)

A continuación se presenta un recorrido
(específico) de cabotaje, para destacar algunos dramas
personales, más allá de las cifras. Las historias
de los "daños colaterales", con nombres y apellidos. Las
personas que están "al otro lado del espejo" de la
socialización de las pérdidas del sector
financiero. "Distorsiones urbanas", de la Ciudad
Desnuda.

1961. En mi juventud, la noche de los jueves en
televisión, era la noche de "La Ciudad Desnuda" ("Naked
City", 1958/63), un clásico policial de extraordinaria
popularidad que presentaba el inusual ingrediente de su
filmación en escenarios reales de New York, lo que le
imprimía un "feeling" de cruda realidad infrecuente en las
series de la época.

Pero la estrella era la propia New York donde, como el
narrador indicaba al comienzo y al final de cada episodio, "Hay
ocho millones de historias en la ciudad desnuda…".

Estaba basada en una historia de Mark Hellinger que se
convirtió en una película de 1948 también
llamada "La Ciudad Desnuda", protagonizada por Barry Fitzgerald y
Howard Duff y dirigida por Jules Dassin.

"Hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda y
ésta ha sido una de ellas", dice el narrador al final de
La ciudad desnuda, una película de 1948 que transcurre en
Nueva York. Con esta última frase del filme, los
ciudadanos se convierten en metáforas, "ocho millones de
historias", una transubstanciación inversa: pasan de ser
de carne y hueso a convertirse en historias, y de muchas
historias singulares se transforman en una enorme ciudad desnuda,
una gran idea. Se trata de una idea que se remonta a la
República de Platón ­en la que Sócrates
establece un paralelismo entre los diferentes componentes
psicológicos del individuo y cómo estos se van
sumando, y los diferentes tipos de ciudadanos y cómo ellos
constituyen su ciudad ideal­, y que llega hasta Milton
Glaser, que mostró Nueva York a través de la
tipografía y de los símbolos.

Como dice Cesar Vidal, sin la intención de agotar
el tema, los hechos son los siguientes:

"Desesperadas por la crisis, muchas familias han
optado por dejar atrás lo más preciado que tienen:
sus hijos"…
Los griegos que abandonan a sus hijos por la
crisis (BBCMundo – 14/1/12)

Una mañana, pocos días antes de Navidad,
una maestra en Atenas encontró una nota junto a una de sus
alumnas de cuatro años.

"Hoy no vendré a buscar a Ana porque ya no puedo
mantenerla", decía el mensaje. "Por favor, hazte cargo de
ella. Lo siento. Su madre".

En los últimos dos meses, el Padre Antonios, un
cura joven ortodoxo que dirige un centro para jóvenes sin
recursos, encontró cuatro niños abandonados a las
puertas de su institución. Uno de ellos era un bebé
de apenas pocos días.

Otra organización de caridad recibió la
visita de una pareja, cuyos gemelos fueron internados en un
hospital por malnutrición. La madre sufría
desnutrición y por ende no estaba en condiciones de
amamantarlos.

Casos como estos han causado conmoción en un
país donde los lazos familiares son importantes y donde no
poder cuidar de los hijos es socialmente inaceptable.

Muchos griegos no pueden creer que estas historias "del
tercer mundo" estén ocurriendo en su propio
país.

Uno de los menores a cargo del Padre Antonios es
Natasha, una niña de dos años que su madre trajo al
centro hace dos semanas.

La mujer estaba desempleada, no tenía donde vivir
y necesitaba ayuda. Pero antes de que el personal la pudiese
ayudar desapareció, abandonando a su hija.

"Durante el último año hemos visto cientos
de casos de padres que quieren dejarnos a sus hijos, ellos saben
que pueden confiar en nosotros", dice el Padre
Antonios.

"Dicen que no tienen dinero, hogar o comida para sus
hijos, por eso esperan que nosotros podamos brindarles lo que
necesitan".

Antes de la crisis también se registraban pedidos
similares, pero el Padre Antonios nunca fue testigo de lo que
está sucediendo ahora: padres que sencillamente abandonan
a sus hijos.

Los padres que no pueden mantener a sus hijos sienten
ira y desesperación. Sienten vergüenza y son
estigmatizados por la sociedad.

Los niños absorben las emociones de sus padres,
por eso el niño hará suyos estos sentimientos de
sus padres, especialmente la culpa.

Por lo general se sienten culpables.

Los niños que ingresan a un centro pueden tener
dificultad en crear lazos con quienes los cuidan porque temen que
esto sea una forma de traicionar a sus padres, y esto puede
implicar que ya no los vengan a buscar.

Cuando crezcan, es probable que tengan problemas de
confianza y esto se manifieste en dificultades en sus
relaciones.

Una mujer a la que la pobreza obligó a separarse
de su niña es María, una madre soltera que
perdió su trabajo y estuvo desempleada durante más
de un año.

"Lloraba todas las noches, ¿pero qué
podía hacer? Me partió el corazón, pero no
tenía otra opción", dice.

María se pasaba el día buscando empleo.
Muchas veces regresaba ya entrada la noche y eso significaba que
su hija de ocho años, Anastasia, pasaba todo el día
sola.

Las dos se alimentaban de la comida que les daba la
iglesia. María perdió 25 kilos.

Al final, decidió entregar a Anastasia a una
organización de caridad.

"Yo puedo aguantar, pero ella no tiene por qué
hacerlo", dice.

María ahora trabaja en un café, gana
sólo US$ 25 al día. A Anastasia la ve una vez al
mes, pero espera llevársela consigo cuando mejore su
situación económica.

Stergios Sifnyos, uno de los directores de SOS
Children's Villages, la organización de ayuda que
recibió a Anastasia, comenta que no está
acostumbrado a recibir niños que las familias entregan por
motivos económicos.

"La relación entre María y Anastasia es
muy fuerte. Uno podría decir que no hay una razón
por la que Anastasia deba estar lejos de su madre. Pero es muy
difícil para la madre llevársela, cuando no sabe si
va a tener trabajo en los próximos días", dice
Sifnyos.

En el pasado SOS Children's Villages recibía
niños porque sus familias no podían cuidarlos por
problemas de drogas y alcoholismo. Hoy, el motivo es la
pobreza.

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