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El dilema del hombre débil: Su superioridad facticia




Enviado por Felix Larocca




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    Uno de los problemas confrontado a todos
    los hombres, a medida que crecen, es la tarea de reconciliar el
    conflicto que existe en sus mentes donde lado a lado viven
    pulsiones contradichas u opuestas.

    Aquí me refiero al miedo y al
    arrojo. Al huir o a pelear. Me refiero al deseo de ser exclusivo
    como objeto de amor para una mujer, de sentirse grande en algo de
    importancia, de ser fálico en el sentido que da el
    psicoanálisis a este concepto de tanto mal uso, y de temer
    que uno es insignificante. De ansiar que todos a uno lo respeten,
    todas a uno lo admiren y de ser el mejor toro de la sabana, como
    decía (de manera infinitamente más vulgar) un
    empleado que trabajara en mi casa cuando yo era niño.
    Mientras secretamente me instruyera, en lo que nadie entonces nos
    enseñara: "las cosas de la vida".

    Yo dejé de creer, a los cinco
    años, en que "el niño Jesús" traía
    regalos de pascuas a los niños de Santiago. Esto
    sucedió cuando el "Guapo de la José Trujillo
    Valdez" — burlándose de mí — cuando lo
    explicara, me lo dijo. También fue él quien me
    diera un cursillo intensivo en todo lo relativo al sexo, ya que
    yo era el menor de dos hijos, la otra era hembra.

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    Siempre hubiera deseado tener hermanos
    varones mayores que yo — como el Guapo los tuviera — para que
    por mí pelearan, como hicieran los de él. Cuando a
    mí otros me metían miedos, temía confesarlos
    a mis padres, porque mi papá me decía: "sé
    hombre y pelea" — aunque quien me enfrentaría una vez
    tenía quince y yo nueve años. Por su parte mi
    mamá, que en todo lo mío se inmiscuía, les
    decía cosas feas a quienes conmigo peleaban — si es que
    ella lo averiguara — algo que yo solía evitar
    muy concienzudamente.

    Cuando estudié la psiquiatría
    de niños y comencé a tratar los niños
    varones, muy pronto realicé que, lo que mi mamá
    sostuviera como verdad: que "Dios es mujer", puede que fuera
    cierto. Porque los varones tienen más problemas creciendo
    que las hembras.

    Un estudio de los niños que son
    atendidos en las clínicas psiquiátricas de
    niños y adolescentes revela una desproporción
    inmensa entre los varones y las hembras — a favor de ellas —
    o si se prefiere — contra los varones.

    En mi artículo, Hombre Emperador
    sin Atuendos…
    reproduzco las estadísticas que
    confirman que el nuestro, es el sexo más afligido de los
    dos, en casi todas las cosas negativas.

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    Muchachos bañándose
    por E. Munch

    Puede que la razón sea la carencia
    de una pierna en el cromosoma sexual, o el baño de
    testosterona que nuestro cerebro recibe cuando nos diferenciamos
    sexualmente en el útero materno. Lo cierto es que, desde
    los comienzos de la vida los varones tienen más y peores
    dificultades que las hembras.

    Desde el punto de vista social, los varones
    tienden a ser más ruidosos, más conscientes del
    tamaño de las varias protuberancias de su anatomía,
    a ser mentirosos, a la exploración furtiva, a jugar con el
    fuego, a apropiarse de lo ajeno, a molestar a las hembras, a
    torturar a los animales y a pelear entre ellos.

    Sin mencionar a querer orinar más
    lejos, atisbar a las hembras en el baño, a explorar a los
    animales domésticos — o a las domésticas —
    cuando la edad y la circunstancia eran propiciatorias.

    Como estudiantes, casi todas las
    dificultades que afectan a la niñez se acumulan en el
    varón.

    Compiten entre ellos por todo. Todo, desde
    el poder del papá, hasta la distancia que viaja su
    expectoración. Porque todo lo que hacen debe exceder lo
    que los demás pueden lograr.

    Las relaciones triangulares asimismo, les
    intimidan porque, a menudo, desconfían del buen sentido o
    de las buenas intenciones de un papá que, con frecuencia
    prefiere a las hembras por ser más maleables, sino
    más dóciles o, tal vez más
    diplomáticas.

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    Hombres bañándose por E.
    Munch

    Para muchos el miedo de poder
    ser
    homosexuales les causa molestia distinta, algo de lo que
    algunos perversos mayores que ellos, se aprovechan para lograr
    confundirlos.

    Muchos temen al sentimentalismo, porque
    "los hombres no lloran" (parece ser que las glándulas
    lacrimales de los varones, como el apéndice vermicular,
    cumplen funciones superfluas). Otros no lo hacen, por miedo a que
    se los califique de pájaros.

    A algunos les atraen los uniformes
    militares porque se creen valientes, gozan los deportes de
    contacto, porque simulan las guerras y les gustan las armas,
    porque son expresiones fálicas del poder avasallador
    masculino. (Véanse mis ponencias al respecto en
    monografías.com).

    Debido a esos "talentos" tan insensatos
    como equivocados, muchos niños cuando crecen, no aprenden
    a amar ni a conocer cómo hacer que a ellos los amen.
    Muchos mantienen relaciones extramaritales y procrean hijos por
    la calle, para afirmar su condición de ser
    macho.

    Otros, en silencio, sufren de la impotencia
    genital, que, como hemos visto en otros de mis artículos,
    es una condición generalmente psicológica, pero que
    invita al consumo exagerado de sustancias afrodisíacas o
    al placer de la pornografía. (Véase mi
    artículo, La Pornografía y los Trastornos del
    Comer
    ).

    Crecer bajo la sombra de un papá
    exitoso, como Freud acertadamente describiera, es difícil,
    ya que el joven teme el reproche, o la falta de aprobación
    del padre por competir con él, superándolo en lo
    que hace.

    Ese miedo es esencialmente un producto de
    la situación triangular del complejo de Edipo.

    En uno de mis artículos introduzco
    una reproducción del lienzo que Rubens pintara de las
    Tres Gracias, preguntando al lector qué
    pensarían las gentes si en lugar de tres mujeres desnudas
    formando un círculo, hubieran sido tres
    hombres.

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    El Orrery por J. Wright
    (1734-1797)

    Lo repito porque es que la relación
    entre mujeres es como pertenecer a un grupo o sociedad privada,
    donde no todos son admitidos y donde, por cierto, los hombres no
    tienen lugar.

    Ya que hemos descrito, lo que
    intuitivamente sabemos: que el masculino es el sexo más
    débil, quisiera ayudar a las tantas mamás que
    padecen bajo la carga de criar un hijo varón por sí
    sola y sin el apoyo emocional del padre.

    Comenzaré por enfatizar que el
    "Guapo" no es guapo, como tampoco es fuerte. Ser guapo es un
    antifaz de bravuconadas para ocultar los miedos que los guapos,
    defensivamente, esconden.

    El ser humano no depende de sus
    músculos para defenderse o para medrar. El ser humano
    depende de su inteligencia, como ya veremos más
    adelante.

    El macho, es tan macho como sus miedos de
    ser homosexual lo alientan. Recuerden que en uno de mis
    artículos, Pájaro, describo a los soldados
    de Tebas como un cuerpo de homosexuales que se distinguieran por
    su temeridad.

    También recordaré a los
    muchos talentos que fueran perdidos, porque el hombre
    usurpó la labor de su acompañante femenino: Auguste
    Rodin, Dante Gabriel Rossetti y Diego Rivera entre
    tantos.

    La pobre María Magdalena
    sufrió el desdén de la curia misógina que
    borraría su nombre de entre el de los
    apóstoles.

    Me pregunto: ¿Qué
    pensará Cristo? — ¿Qué pensará
    María?

    Para el niño joven, de inteligencia
    bien desarrollada y con un sentido de lo que el destino le
    ofrece. Ser guapo y andar a golpes con los fanfarrones que
    conocen en las aulas de todas las escuelas del mundo, no ofrece
    atracción especial. O para que el papá lo critique
    por ser cobarde, cuando lo que está de por medio es probar
    a otros que uno es fuerte.

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    Como decían los oponentes a la otra
    guerra vituperable — la de Vietnam — make love, no
    war…

    Nosotros, los varones, no somos más
    machos, sólo somos menos mujeres biológicamente.
    Véanse mis artículos al respecto.

    Como especie, lo que nos ha hecho
    invencibles es la inteligencia enorme de que gozamos, acoplada
    con sentimientos de ética, moralidad, honor y respeto por
    la mujer — representante universal de la mamá que nos
    tuviera.

    Luchar por una causa moral o por la defensa
    de lo justo es una cosa.

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    Pero, pelear, simplemente porque otros nos
    provocan, y para que papá no nos recrimine es
    estúpido.

    Bibliografía

    Suministrada por solicitud.

     

     

    Autor:

    Dr. Félix E. F.
    Larocca

    felix_larocca[arroba]yahoo.com

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