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Extendiendo la auto-percepción o la auto-consciencia




Enviado por Felix Larocca



  1. La
    auto-consciencia o self-awareness
  2. Teorías sobran e hipótesis
    abundan…
  3. El
    problema egregio
  4. En
    resumen
  5. Bibliografía

El campo de las neurociencias posee
características compartidas con las disciplinas
filosóficas y aun con la física moderna, porque en
todas se descubren misterios indescifrables que requieren una
dosis de misticismo para concebirlos en sus
manifestaciones.

Durante de mis muchas visitas al Santa
Fe Institute
en NM, me asombraba el reconocimiento de la
existencia de tantas nociones, como el Big Bang, la
radiación cósmica, o de partículas
subatómicas que se estudian como entidades tangibles y
concretas, sin que su presencia pueda visualizarse
directamente.

Se hablaba y se creía en las mismas
como parte de un sistema de conocimientos establecidos y
precisos.

Captar todo esto, para mí, siempre
ha requerido cierta variedad de la mística
empírica. Lo que hiciera cuando estudiara la
"mitología" psicoanalista.

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Este tipo de racionamiento, como veremos,
nos será de gran utilidad en el estudio del
fenómeno de la consciencia.

La
auto-consciencia o self-awareness

António Damasio, quizás
personifica el más destacado de todos los investigadores,
del siglo XX, que han hecho un esfuerzo riguroso y
científico para explicar ese fenómeno tan elusivo y
difícil de interpretar, que llamamos: la auto-consciencia
— ese estado único — de encontrarse reflexionando
acerca de uno mismo.

Damasio lo ha emprendido haciendo uso de la
neurología, como base, aunque siempre asistido por la
abstracción metodológica que el
psicoanálisis representa.

En sus lucubraciones; cuando concluyera, el
eminente neurólogo creyó habernos dado respuestas
satisfactorias, aunque asimismo entreviera, quizás, no
haber dado solución a nuestros problemas.

Nadie en la actualidad disputa que esa
experiencia de ser-uno-mismo, en percepción, que llamamos
"consciencia" — y, la que no debe de ser confundida con la
moralidad, reside en algún lugar en nuestro cerebro y que
resulta de alguna acción humoral ocurriendo dentro de ese
órgano tan complejo en sus actividades y
funciones.

Pero, la explicación de este
fenómeno es enorme en su oscuridad
impenetrable.

¿Cómo es posible que de la
actividad química y eléctrica de un órgano
puedan surgir las qualias que dan lugar a las inefables e
inmensamente ricas experiencias que constantemente nos impactan,
señalando nuestras percepciones del ego?

No importa que no lo captemos, ya que,
todos los científicos concurren en una sola idea, y
ésta es que no ha habido un "Big Bang" para
determinar el origen de nuestros pensamientos complejos y
experiencias mentales — la consciencia incluida.

Teorías
sobran e
hipótesis abundan…

Una teoría reciente propone que la
manera de establecer y de encontrar la solución a este
dilema, deriva, como sucede en la física, y en las
matemáticas de "saber hacernos las preguntas
válidas" para encontrar respuestas acertadas.

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Figura 1

En este respecto, consideremos una
ilusión óptica por muchos reconocida: el
"triángulo imposible".

El triángulo en la figura 1 es una
versión esquemática del llamado "triángulo
imposible" o triángulo de Penrose en el cual M. Escher
basó muchas de sus obras artísticas.

La pregunta oportuna y, quizás
científica, sería:

¿Cómo explicar la
"existencia", observada en nuestro cerebro, de esta figura
geométrica del modo en que la percibimos? — ya que para
nosotros es tan "real", como una alucinación es para quien
la advierte.

Pero, es mucho más adelante (figura
2), cuando observando el triángulo desde una perspectiva
distinta, que realizamos que nuestra apreciación es
meramente ilusoria.

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Escultura del triángulo imposible en
Perth Australia…

Figura 2

Entonces, la válida cuestión
se convierte en:

¿Cómo explicamos que nuestra
percepción nos burlara de esa manera, distorsionando lo
real?

Y, ¿cuáles son los mecanismos
neurales que la explican?

No es que nuestra auto-percepción
sea un simple truco visual o de la emoción, sino que es
posible que ésta sea una distorsión, producto de
programas de adaptación que forman parte vital de la
actividad cerebral, pero de una índole indescifrable, que
aun no entendemos.

Es como si la distorsión fuera, otra
expresión subrepticia de la naturaleza funcional del
cerebro humano y de cómo, este órgano
extraordinario, se comporta de maneras oscuras.

Qualias

Son constructos de orden filosófico
sujetos a críticas y aceptación por su habilidad,
especial, de clarificar nuestras nociones de la
consciencia.

Por ejemplo, cualquiera se pregunta (si uno
está dotado de los elementos-receptores requeridos en la
retina): ¿Cómo es posible distinguir lo rojo, o la
rojez, en un tomate?

La respuesta es que lo que se percibe es
una impresión rica en qualia, porque ella es independiente
de los atributos del tomate.

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Cascada, por M. C.
Escher

Entonces, uno se pregunta:
¿Cómo se explica la presencia de qualias del modo
que las percibimos? Ya que éstas pueden consistir en
fantasías, o espejismos de discernimiento y, tal vez, en
nada más.

Valdría la pena, entonces, decir que
es tan posible explicar la realidad de una qualia como igualmente
lo es la de explicar la del triángulo
imposible.

Pero, hay más. Hoy se entiende que
qualias poseen la función adaptiva que la visión de
color nos ofrece y que éstas nos ayudan a leer las
expresiones faciales, más discretas, con que otros nos
responden — como sería el enrojecimiento
facial.

Lo que, habiéndolo leído en
una revista científica, creeremos, sin problemas, aunque
no sea confirmado por la evidencia suministrada.

Es permisible, entonces, adoptar la
posición de que lo que llamamos consciencia es un truco de
auto-percepción, cerebral — o una ilusión
apócrifa sin bases para sustentarla.

De ser así, entonces este
fenómeno tan elusivo, que llamamos "consciencia"
¿es sólo un truco más que nos propone la
actividad cerebral? Como el triángulo de Penrose o una
alucinación cualquiera.

Pero, a la sazón, si la consciencia
o el acto mismo de estar consciente es un truco, ¿de
qué nos sirve abordar esa falsa noción para ansiar
definirla como función y para querer determinar su
locus?

La consciencia definida — la captura del
fuego fatuo

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La consciencia no es fuego fatuo. A pesar
de ser tan elusiva, es algo de nuestro mayor interés, que
se confunde y se torna menos conspicuo, mientras mayor
atención le prestamos.

Lo que nos recuerda de tantas
partículas subatómicas reconocidas por inferencia,
la más famosa: al que resultara del Experimento del
Neutrino de Cowan y Reiner.

En esas características, la
consciencia, nos recuerda lo que postulara Heisenberg cuando, en
la física, concibiera su Principio de la Incertidumbre,
con las propiedades alternativas de partículas que no
podían coincidir en espacio si se medían su
velocidad y posición. (Véanse mis artículos
acerca de la simetría).

Para muchos la conciencia consiste en una
abstracción que es indefinible por nuestros métodos
conocidos, y, que para otros es una concepción que no
posee límites bien establecidos y que carece de valor
heurístico.

Pero, sea como sea, este enigma es un
fenómeno poderoso en su magnetismo intelectual,
científico y a la vez filosófico. Fenómeno
el cual hemos, arbitrariamente, negado a otros animales, por no
ser miembros del exclusivo club de nuestra especie
súper-dotada intelectualmente.

Sin embargo, basados en el estudio de
síndromes de lesión cerebral, sabemos que la
consciencia, por lo menos en sus manifestaciones, existe —
aunque no entendamos lo qué es ni de dónde viene
— y que además, disfrazada como altruismo, existe en
algunas otras especies.

Pero, aun así, nada parece ser
conclusivo… Porque el campo está lleno de
incongruencias y contradicciones.

En lo único en que todos, quienes
estudian este dilema, parecen estar de acuerdo, es en la
noción de que sea — lo que al final resulte siendo —
la consciencia: que esta función reside en el cerebro y en
ningún otro órgano del cuerpo.

El problema
egregio

El inconveniente que parece desafiarnos,
para lograr su entendimiento, es el de discernir lo siguiente:
¿cómo se establece, cómo se logra y de
dónde proviene la auto-cognición?

Las qualias, como noción, han
entrado en el cuadro para ofrecernos algunas esperanzas, pero
nada más que algunas esperanzas en la
solución de este puzle, ya que nada definitivo nos aportan
de una manera práctica.

Si la conciencia es propiedad del cerebro:
Entonces, es parte ¿de todo o de fragmentos del cerebro?,
¿emerge ésta cuando el cerebro adquiere un grado
específico de complejidad funcional? — o,
¿simplemente emerge, porque está presente dentro
del encéfalo de manera inextricable?

O, ¿sólo algunas partes del
cerebro están conscientes, y otras no?

La evidencia que hoy se acepta, acerca de
lo último enunciado, es que estamos inconscientes de la
mayor parte de las actividades mentales de nuestro
cerebro.

Entonces quedan preguntas aún
más profundas que conducen a la determinación de:
¿en qué nivel de actividad las funciones de
percepción, memoria y lenguaje participan en el
establecimiento de este fenómeno tan
importante?

La realidad, como Damasio concede,
permanece ésta: y es, que no la sabemos…

Muchos neurólogos, Damasio, notable
entre ellos, han encontrado en las preguntas, que los
filósofos de antaño se formulaban, elementos de
índole metafísica para adaptarlas a la
fisiología del cerebro y aplicarlas a las nociones
establecidas de las neurociencias en un esfuerzo de tratar de
iluminar el camino — lo que no se logra. (Véase:
Looking for Spinoza… por António
Damasio).

Lo último que nos resta, es
preguntarnos: ¿Qué propósito conclusivo nos
servirá el haber establecido y definido la consciencia y
determinar su locus — si es que alguno existe?

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Consciente e
inconsciente…

Como fenómeno de adaptación,
quizás determinarlo, nos ayude a entender los aspectos
más delicados y nobles de nuestras funciones mentales, de
las que estamos tan orgullosos porque nos son tan especiales y
únicas — ya que nos confirman como el homo S.
sapiens
, digno de albergar un alma inmortal — como
así piensan algunos.

Pero, ¿es eso todo lo que nos
proporcionará?

Confrontando tantos y tan diversos
acertijos, muchos de los más destacados de los
neurocientíficos modernos, con Francis Crick a la cabeza,
han decidido que lo que se debe de aspirar es a lograr una
correlación neural de la consciencia. Destacar las partes
del cerebro que por su naturaleza y actividades implementan los
estados de cognición. Creyendo que con esa solución
— no tan simple como aparenta ser — el problema
filosófico cesaría de existir en su
totalidad.

La única ventaja que esta
"solución" ofrece es que transforma la consciencia en un
problema empírico que puede ser sujeto a la
exploración práctica.

Terminaría siendo de esta
manera:

  • ¿Qué es la
    consciencia?

  • ¿Qué partes del cerebro
    se activan cuando ésta ocurre?

  • ¿En qué modo especial se
    activan esas regiones, cuando la están
    representando?

Para lograrlo se postula el uso de
técnicas de imaginería cerebrales de
carácter computarizado, que hasta ahora son
inexistentes.

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Pero existen otros aspectos del
fenómeno que la consciencia representa y que son menos
accesibles al estudio directo. Éstos son los que
involucran la subjetividad — como son el sentimiento del libre
albedrío, y la ética. Que hoy se cree que residen
en la corteza cingulada anterior, región localizada en el
lóbulo frontal.

Pacientes con daños en esta
región se quejan de que sus acciones ocurren sin su
participación directa, como existe en el mutismo
aquinético.

Porque es aparente, que como se comprende
ser el caso con las leyes de la física y de la
metafísica. Que la consciencia — como sucede con la
gravedad, la masa y las cargas magnéticas — debe de
poseer leyes definidas para establecer su existencia.

Pero, ¿cuáles son estas
leyes?

No las sabemos.

Pero, si la consciencia es un truco, fruto
de la imaginación. Entonces, ¿de qué mejor
alternativa pudiéramos ocuparnos en lugar de tratar de
hallarle una explicación a este dilema? — ya que la
explicación es inalcanzable por su naturaleza
propia.

Y, cuando haciéndolo así
estemos, preguntémonos: ¿Quién creó
este truco tan desagradable para que nuestras existencias
humanas, debieran de aceptarlo como un acertijo sin posible
solución?

Preguntémonos, cuando percibimos
algo, cómo logramos observarlo, haciéndonos las
siguientes preguntas:

  • 1. ¿En qué
    consisten, exactamente, las actividades de nuestro cerebro
    cuando percibimos que algo es una
    "emoción"?

  • 2. ¿Por qué esta
    actividad especial posee propiedades ilusorias que nos
    inducen a creer que son extrañamente
    únicas?

  • 3. ¿Qué hace que
    esta impresión se produzca y de dónde
    proviene?

  • 4. Y, ¿de qué nos
    sirve como proceso adaptivo? ¿Por qué fue
    así estructurada? Y, ¿por qué posee
    tantos aspectos que hacen de su entendimiento, algo especial
    e importante para nosotros?

Modestamente, hemos de admitir que no lo
sabemos.

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Corteza cingulada anterior

Cuando experimentamos apariencia de una
"sensación" en el cerebro — sabemos que la percibimos y
que podemos diferenciarla y darle nombre específico. Lo
que no sabemos es el cómo y el por qué ésta
ocurre.

Quizás sea un fenómeno de
utilidad evolutiva que permanece irresuelto, pero que nos
proporciona ventajas de adaptación aun
desconocidas.

Es como el triángulo de que antes
habláramos, que es una percepción que nos
engaña, pero con qué finalidad lo hace, y por
qué estaremos mejores por haber sido engañados de
esta singular manera — es lo que no entendemos.

Es que, como algunos proponen, el Dios que
creara el Universo se jacta de sernos un misterio indescifrable,
del que podríamos lograr muchos conocimientos — pero sin
entenderlo en su totalidad.

La consciencia posee aspectos
verdaderamente desconcertantes en sí, ya que no parece ser
esencial en su desenmarañe para nuestra función
intelectual, emocional o para preservar nuestra existencia. Es
como si no "desea" ser desenmarañada.

Entonces, ¿por qué Dios, o la
Naturaleza, se las arregló para instituirla?

No sería, porque su entendimiento
nos daría acceso a conocimientos de orden superior —
como Prometeo robando el fuego sagrado.

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Prometeo

O quizás, porque el deseo de lograr
su entendimiento nos dotaría de ambiciones intelectuales y
vanas, que, como seres únicos, elevaría nuestros
hubris en aspectos de exaltación insospechada.

O porque nos da testimonio de que tenemos
una vida espiritual que trasciende la del cerebro, con elementos
de morfología física sin aspiraciones
místicas.

Desafortunadamente, y, quizás por su
complejidad extrema, el estudio de la consciencia aun permanece
durmiente, aunque tantos se jactan de haberla explicado — sin
haberlo logrado en lo más mínimo.

Preferimos considerarla como acertijo en
espera de solución — como tantos de los "hallazgos" en
la disciplina de la física: descritos sí — pero
muy distantes de haber sido revelados y mucho menos de haber sido
entendidos.

En
resumen

La consciencia ha sido una entidad
misteriosa que ha desafiado en su complejidad enorme, nuestro
discernimiento.

Querer comprender y adentrarnos en lleno a
su significado ha sido la ambición de filósofos,
físicos, psicólogos y neurocientíficos: sin
haberlo, finalmente, logrado.

En esta lección, una vez más,
hacemos un esfuerzo a definir un problema, a discutir su
situación — en términos de su comprensión
— y a analizar el estado de nuestras labores científicas
hacia una solución.

Como decía Gandhi: La victoria
está en la lucha…

Bibliografía

  • Churchland, P. M. (1996). The
    engine of reason, the seat of the soul
    . MIT Press,
    Cambridge MA.

  • Damasio, A: (2003) Looking for
    Spinoza: Joy, Sorrow and the Feeling Brain

    Harcourt

  • Crick, F. H. C. (1993). The
    astonishing hypothesis
    . Charles Scribner, New
    York.

  • Larocca, F. E. F: (2007)
    Déjame que te cuente genoma: La Tragedia Errante
    del Hubris Patológico
    (en varios portales del
    Internet)

  • Ramachandran, V. S. (1998).
    Phantoms in the brain. William Morrow, New
    York.

  • Symposium on the Celebration of the
    Neutrino Los Alamos Science, Nov. 25,
    1997

  • Searle, J. (1994). The rediscovery
    of the mind
    . MIT Press, Cambridge MA.

  • Weizkrantz, L. (1986).
    Blindsight. Oxford University Press

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F.
Larocca

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