– Monografias.com
"…que si es verdad que el
hígado,
encierra en sí el amor.
A ti te corresponde mi hepático
clamor…"
Con mucho humor y premonición
acertada, un compañero de mis años de estudiante de
medicina escribió esa oda a su Dulcinea — no del Toboso,
sino del Cibao.
Cuando nos enamoramos, las frases que
usamos para expresar nuestros sentimientos románticos, son
fogosas, apasionadas y llenas de emoción.
Pero, en un reciente mitin
científico de la Society for Neuroscience, un
estudio de imaginería cerebral revela que desde los
primeros momentos, cuando nuestra pasión comienza; este
proceso fisiológico, involucra más aspectos de
instinto e impulsos, que de motivación. De hecho, otro
estudio, acerca de los aspectos íntimos del romance,
encontró que el orgasmo comprende las mismas regiones
cerebrales en los dos sexos.
Para el primero de los dos estudios, siete
hombres y 10 mujeres habían estado envueltos "con el amor
de sus vidas" por un período que oscilara entre los 2 y
los 10 meses. Los voluntarios describieron los mismos
"síntomas" clásicos, ardientes y cegadores:
obsesión continúa acerca de sus amados, insomnio, y
sentimientos de euforia — cuando todo marchaba bien. En un
instrumento de investigación, llamado La Escala del
Amor Apasionado, que procura establecer la intensidad de
este tipo de respuestas de los participantes: "Muchas veces mi
cuerpo se estremece, con profunda emoción a la presencia
de mi amado." Los enamorados ganaron puntos muy altos en la
escala.
Los enamorados fueron, también,
sometidos al examen de un escáner de resonancia
magnética, donde los acaramelados vieran fotos de sus
seres queridos alternando con fotos de otra persona familiar,
pero neutralmente emocional.
Regiones del cerebro que gobiernan
motivación y recompensa se iluminaron a la vista de la
imagen adorada, incluyendo asimismo partes del núcleo
caudato y de la parte ventral del área tegmental. Los
patrones cerebrales de respuestas eran similares para los dos
sexos. Una de las áreas activadas en los hombres, que no
lo fuera en la mujer, se conoce que está vinculada con la
tumescencia del pene — lo que no nos viene como
sorpresa.
Los resultados difieren de los obtenidos en
previos estudios del amor romántico. En los estudios
anteriores, la imaginería de los cerebros fue conducida en
parejas cuyas relaciones amorosas eran más duraderas (2
ó más años). La actividad registrada
entonces era limitada a regiones que registran emociones, como la
ínsula y el cingulado anterior.
Todos los resultados son consistentes con
el proceso evolutivo por la que transita la actividad cerebral, a
medida que las relaciones románticas perduran.
Otros estudios originados en Holanda,
demostraron que, en un escáner emisor de positrones, se
localizaron las áreas que se "encienden" en el cerebro
cuando los hombres eyaculan.
Nuestros avances hacia el entendimiento de
las funciones de nuestros procesos biológicos
continúan progresando a un ritmo acelerado.
Pero, ¿por qué deben los
investigadores dedicar sus afanes a la elucidación de los
mecanismos que son responsables por todas nuestras
actividades, tanto físicas como emocionales?
Las razones se pueden resumir en la
siguiente sentencia: Porque nosotros somos diferentes.
El ser humano, por su condición
especial de tener que formar una unión estable para la
supervivencia de sus descendientes, necesita que su cortejo y su
decisión de pasar sus genes a otro ser humano, sea
supeditada a fuerzas emocionales que anulan el juicio y la
razón: "El amor es ciego."
Pero, no olvidemos, estos comportamientos
los comparten otros vertebrados. (Véanse los trabajos de
K. Lorenz).
Una vez que la "decisión" ha sido
hecha, emociones destinadas a garantizar su estabilidad entran en
el escenario emocional — entre las que predominan son los celos
y la necesidad de proteger un territorio o dominio.
(Véanse mis artículos al respecto en
monografías.com).
Los elementos físicos y mentales,
que inflaman la llama de la pasión amorosa, son
eminentemente culturales. Pero dos de entre ellos han acumulado
la mayor atención: el seno de la mujer y el tamaño
(relativamente) grande del órgano sexual del hombre, por
contraste con el de otros primates.
Porque podemos reproducirnos todo el
tiempo, la urgencia sexual, para nosotros hacerlo, está
presente asimismo todo el tiempo, durante la mayor parte
del ciclo vital.
Reconociendo el costo elevado de una
preñez para la mujer de "las cavernas" ella se
equipó con mecanismos y subterfugios que le
permitirían evitar o estimular los deseos del hombre en
ella interesada sexualmente. En este sentido, la mujer no es
necesariamente ni tan "romántica" ni tan vulnerable a los
"encantos del amor" como sucede con el hombre.
Porque la reproducción entonces, era
una posibilidad constante y ominosa, la mujer tenía que
hacer un análisis de lo que le esperaría si
seleccionaba un compañero inadecuado para ser el padre de
sus descendientes. El matrimonio se originó para validar
esa unión y no — como muchos creen — para garantizar
acceso a la relación sexual. (Véase mi
publicación: El himeneo: ceremonia trivial…
¿o tribal?).
La lógica de la
libido
Para poder responder de un modo especial a
alguien a quien dotamos con características únicas.
Un deseo (un apetito) compulsivo debe de despertarse — como
necesidad ineludible. (Véanse mis contribuciones al asunto
de la sexualidad y los trastornos del comer, en
monografías.com).
El problema con la libido, es que puede
descarrilarse y alcanzar el derrotero morboso de la comilona, lo
que, al final, altera nuestra circunferencia ventral por razones
distintas — siendo lo peor que en esta circunstancia, ambos,
mujeres y hombres pagan el mismo precio.
En el amor, todo comienza a través
de nuestros sentidos, aumentados por la acción de las
feromonas y concluyendo con el romance y la
reproducción.
Nuestra especie está dotada con dos
clases de hormonas sexuales. Una: se conoce como los esteroides,
los cuales se producen principalmente en las gónadas, los
ovarios y los testículos. Éstas son muy estables en
su presencia en la sangre.
La otra clase de hormonas se conocen con el
nombre de polipéptidos. Éstas son manufacturadas en
otras partes del cuerpo, principalmente en la glándula
pituitaria. Este grupo de hormonas solamente se descargan cuando
su acción específica es necesaria en condiciones
especiales. Ellas son responsables por el ciclo menstrual, el
embarazo, el parto y la lactación.
Nuestros organismos están calibrados
y adaptados por la Naturaleza para llevar a cambio sus misiones
reproductivas sin poderlas evitar. Por esa misma razón, si
nos detenemos a reflexionar; concluimos con que la
condición del celibato es anti-natural
(¿quizás?).
Ahora hablemos de algo distinto, pero de
interés…
La envidia: El Gigante
Verde
Cuando estamos enfermos envidiamos a los
que rebosan salud, cuando nuestra pareja hace nos abruma nos
fijamos en las que continúan siendo felices como el primer
día y cuando padecemos problemas económicos
envidiamos los que nadan en la abundancia — cuando envejecemos
a los jóvenes, y cuando estamos tristes a los que llevan
la sonrisa hasta en el sepulcro.
Es la envidia, que nos atormenta desde la
alborada de nuestra especie.
Está en la mente, reside en nuestras
conciencias; o en nuestro odio, cuando la conciencia nos falta.
Se recuerda por toda la Biblia — oigamos a Salomón
decirnos: "por medio de la envidia del diablo, la muerte
entró en este mundo" (Is. 2:24). Para su
pesadumbre, Freud la tergiversa cuando la consagra como
dificultad de origen anatómico; produciendo aun más
controversia, cuando la asocia con la ansiedad de ser castrado
— por razones desconocidas, Adler, quien escribiera muy
extensamente acerca de la inferioridad orgánica,
logró escapar el escrutinio negativo que muchos — no
todos — acordaran a Freud.
Envidia por Giotto
Escuchemos lo que Adler nos enseña
acerca de la inferioridad orgánica y de cómo en
lugar de sucumbir a la envidia y a los sentimientos de odio que
son sus convidados; algunos medran a pesar de sus incapacidades
— tornándose ellos, como lo hiciera el famoso
Demóstenes, en seres de emular sino de
envidiar.
Aquí nos "dirige la palabra", Alfred
Adler:
"Ser humano significa sentirse inferior a
uno mismo. El niño viene al mundo como desvalida
criaturita rodeada de adultos poderosos. El niño es
motivado por sus sentimientos de inferioridad a luchar por
grandes logros. Pero, cuando alcanza un nivel de excelencia,
comienza de nuevo y trata más denodadamente por el logro
de algo mejor — lo que representa la fuerza que impulsa la
humanidad". (Véase: Study of Body Inferiority and its
Physical Compensation por A. Adler).
En fin… tendemos a valorar en los
demás aquello que a nosotros nos falta, pero casi nunca
nos ponemos a pensar en todo lo que tenemos. Ser realistas y
confeccionar mentalmente un cuadro-diagnóstico certero de
nuestra situación puede ayudarnos a no convertirnos en
víctimas del catastrofismo o de la euforia. El bienestar
emocional consiste en el equilibrio al que conduce conocer y
asumir con serenidad y buen humor lo que somos y tenemos; y lo
que aspiramos a ser y tener.
La envidia más perniciosa es la que
sentimos del hermano, del amigo, del compañero de estudios
o de trabajo, y del vecino de al lado, no la que nos genera el
éxito, el modus vivendi y el reconocimiento social de la
modelo o artista de cine, el arquitecto, la empresaria, el
jugador de béisbol o el intelectual. Y ello porque sabemos
que quien tenemos cerca no es forzosamente más inteligente
ni mejor profesional que nosotros, simplemente ha aprovechado
mejor sus oportunidades. No se trata de ser conformistas y
abandonar cualquier planteamiento ambicioso, sino de ser
consecuentes y elaborar una valoración global sobre lo que
somos y lo que aspiramos a ser. Y todo ello no con base en
comparaciones, sino partiendo de nuestras propias percepciones,
sentimientos y perspectivas del futuro.
¿Quién cree ser?
Lo peor de la envidia es que se
acompaña de una frustrante impresión de que la vida
pasa sin vivirla, inmersa en la monotonía o en un
acontecer insatisfactorio carente de retos atractivos. Vemos a
otras personas felices y ello acentúa la negativa
percepción de nuestra vida y de nosotros mismos. Es
frecuente que esta disposición de ánimo nos
conduzca a evitar los contactos sociales, nos acerque al fracaso
y produzca esa inseguridad tan característica que
disfrazamos de apatía, conformismo y
negatividad.
O, en el caso del narcisismo a ser
destructivos y chismosos. Porque la envidia, la mentira, el
chisme y la calumnia son tetralogía maligna y cancerosa
donde arraiga. (Véanse mis artículos acerca de los
chismes y los chismosos).
La inteligencia emocional se torna
imprescindible para acertar en el diagnóstico de nuestra
situación en la vida y para dar con el paquete de medidas
que nos ayude a superar el veneno de la envidia y a articular las
estrategias que nos acerquen a las metas previstas. Mirar al
exterior y compararnos con quienes admiramos o envidiamos puede
ser un buen estímulo — "¿por qué yo no
puedo hacerlo mejor?" — siempre que lo hagamos positivamente,
no con un espíritu de simple competencia, extrayendo del
éxito ajeno conclusiones adaptables a nuestra manera de
ser, nuestras capacidades y nuestras circunstancias
personales.
Psicoanalista famoso, Harry Stack Sullivan
definió la envidia como "un sentimiento de aguda
incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee
algo que nosotros creemos que deberíamos tener". El
discurso del envidioso es repetitivo, invariable y compulsivo
respecto de lo que envidia y de con quién
compite.
Pendiente de lo que tienen los
demás, evita reconocer lo que tiene uno y nada o poco
hacen para sacarle provecho. Su vida no gira sobre su realidad,
sino sobre lo que desea conseguir y, en definitiva, sobre lo que
echa de menos. La insatisfacción, la frustración y
la rabia, le dominan y hacen que su vida le resulte poco grata.
(Véanse mis ponencias acerca de Dino y el
Narcisismo Patológico en
monografías.com).
Efectos colaterales de la
envidia
La envidia severa puede crear ansiedad,
trastornos del apetito y del sueño y diversas alteraciones
funcionales y neuróticas. Incide también en la
actitud hacia la vida, moldeando unas formas de estar en
relación con los otros que van desde convertirse en eterna
víctima hasta la adopción de una postura defensiva
que se traduce en modos irónicos, altaneros, fríos
y distantes e incluso de menosprecio hacia los demás…
Los afectados colocan al objeto de sus envidias en una
posición de superioridad, a una distancia inalcanzable y
sufren impotencia, agobio y sentimientos de inferioridad, junto
con emociones de rabia e ira, que le mantendrán
dependiente de la persona con quien compiten. En ocasiones, la
envidia no se manifiesta hacia personas de nuestro entorno ni
siquiera hacia individuos concretos que conocemos por los medios
de comunicación, sino hacia estereotipos creados por la
publicidad, la moda, el cine, las series que vemos en la pantalla
pequeña… La estima social que merecen estos
héroes de la ficción provoca la envidia de quienes
se sienten poco valorados, que pierden su capacidad de
análisis y de darse cuenta de que no envidian las virtudes
o capacidades de ese modelo de persona sino el reconocimiento
social y los honores que reciben.
Somos hermanas…
Conocernos bien, potenciar y trabajar
nuestras cualidades y ser conscientes de nuestras limitaciones es
el mejor inicio para progresar. Una actuación
exclusivamente competitiva genera una dependencia unidireccional
hacia la persona envidiada. El envidioso se guarda muy bien,
Incluso en su fuero interno, de reconocer que padece envidia.
Pocas cosas hieren y descalifican más que decirle a
alguien: "Tú lo que tienes es envidia" — especialmente
si la envidia es dirigida hacia mí. Pero, ¿por
qué niega siempre el envidioso su envidia? Porque denota
un sentimiento de inferioridad que no admite, porque se siente
incapaz de reconocer unas limitaciones que interpreta como signos
de debilidad, porque no puede aceptar que su infelicidad no se
debe a todo aquello de lo que carece sino a que no sabe valorar
lo que tiene, y porque, pendiente de la vida de los demás
no deja un intersticio para asumir la suya propia, con la que no
quiere comprometerse por no asumir sus responsabilidades. Pero no
criminalicemos al envidioso "oveja negra". En el fondo, casi
todos sentimos envidia de algo o alguien en algún momento
de nuestra vida. Es esa especie de sufrimiento (normalmente,
secreto) que nos produce el éxito ajeno. Debemos aceptar
la envidia como un sentimiento humano más, que sólo
nos ha de preocupar cuando deriva en amarguras y perjudica
nuestro equilibrio emocional. En casos extremos de sufrimiento,
de celos patológicos, conviene acudir a un terapeuta.
(Véanse mis artículos al último respecto en
monografías.com).
Cuando la envidia es poca
Lo mejor para hacer frente a la envidia es
no vivir pendientes de lo que no tenemos. Practiquemos la
contemplación en su sentido más profundo, el
deleite por lo que se tiene, el redescubrimiento gozoso de lo que
nos rodea: las personas que queremos, la fauna y la flora, los
paisajes, los pequeños objetos entrañables o los
que nos hacen más cómoda la vida. También
podemos convencernos de que, normalmente, nada perdemos cuando a
otros les van bien sus asuntos. O darnos cuenta de que compararse
con los demás casi siempre resulta estéril. Nuestro
mejor punto de referencia somos nosotros mismos. Establezcamos
metas en función de nuestras posibilidades, no de lo que
otros han conseguido. Podemos considerar que hemos superado la
envidia cuando nos alegramos del éxito merecido o la buena
suerte de los demás.
Para encarar la envidia:
Estimular la empatía, la capacidad
de ponernos en lugar del otro.
Favorecer la confianza en uno mismo y en
los demás, desarrollando expectativas y modelos positivos
sobre las relaciones sociales.
Disminuir las diferencias sociales y
adquirir habilidades para elegir adecuadamente con quién,
cómo y cuándo compararse.
Valorar correctamente nuestra capacidad,
sin infravalorarnos ni sobre valorarnos.
Colaborar y compartir, es un buen medio
para dotarnos de la pericia que requiere resolver los conflictos
que causan envidia.
Acostumbrarse a centrar la atención
en los aspectos más positivos de la realidad, no siempre
en los negativos.
Descontar el éxito propio no
planteando que es excepcional.
Interpretar nuestro progreso personal
mediante la comparación con nuestras competencias y
habilidades, no con las de otros.
En resumen
La envidia se origina en el medio donde
creciéramos y es tan normal como son la competencia y el
celo entre hermanos. Sin embargo, permanecer y vivir por siempre
envidiosos es la trayectoria y el destino que recorren las
personas pusilánimes en sus vidas — las personas que
rehúsan hacer el esfuerzo requerido para mejorarse a
sí mismas — para ellas es para quienes la codicia del
político, la perfidia del banquero y la duplicidad del
chismoso están reservadas.
A ellas Dante signa lugares selectos en su
Inferno.
Bibliografía
Suministrada por solicitud.
Autor:
Dr. Félix E. F.
Larocca