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Principales corrientes de la teoría del comercio internacional durante el siglo XX



Partes: 1, 2

  1. El libre
    comercio
  2. Libre comercio y
    ventajas absolutas
  3. Ventajas
    comparativas
  4. Demanda
    recíproca
  5. La síntesis
    neoclásica y la dotación relativa de
    factores
  6. El control del
    comercio internacional
  7. El
    mercantilismo
  8. Protección
    externa y desarrollo nacional
  9. La teoría de
    la CEPAL (desarrollismo)
  10. El deterioro de
    los términos del intercambio
    (Singer-PrebischJ)
  11. La
    sustitución de importaciones
  12. Teorías
    contemporáneas sobre el comercio
    internacional
  13. Bibliografía

Las grandes corrientes en que se agrupan las diversas
doctrinas que han surgido a lo largo de la historia del
pensamiento económico. Dichas corrientes pueden resumirse
como sigue:

1. El liberalismo: caracterizado por considerar que el
comercio internacional tiene efectos directamente beneficiosos
tanto para cada país que participe en él como para
el conjunto del mundo.

2. El proteccionismo: que sin negar lo anterior (salvo
en su etapa «prehistórica»: el mercantilismo)
establece ciertas condiciones para que determinados efectos
negativos del comercio puedan ser minimizados, como etapa previa
al libre comercio.

El libre
comercio

De manera muy general, el libre comercio es la
dimensión internacional del liberalismo económico.
Se trata, pues, de Ia segunda parte de la consigna burguesa del
siglo XVIII: Laissez-faire, laissez -passer.[1] En
definitiva, lo que la burguesía reclamaba era la retirada
del Estado de la esfera económica tanto en el plano de la
producción como del comercio, en circunstancias en que
este último se veía confrontado con serias
regulaciones implantadas por el mercantilismo.

Libre comercio y
ventajas absolutas

El primer intento de una sistematización completa
de una teoría liberal del comercio internacional
corresponde a Adam Smith en su obra Una investigación
sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las
naciones
, publicada en 1776. Antes de entrar en la
teoría del comercio internacional propiamente, es
necesario señalar un punto central de la ideología
liberal, tal como lo plantea Smith, que está presente por
medio de todo el pensamiento librecambista hasta nuestros
días. Se trata de la idea de que cuando el individuo
(léase el capitalista) persigue su propio interés,
promueve el de toda la sociedad de manera más efectiva que
si esto último fuese la intención de esa persona.
Todas las reglamentaciones y las regulaciones del Estado
(entendido este como poder "administración públicos
en cualquiera de sus niveles) no sólo son innecesarias,
sino que son negativas para la riqueza y el bienestar del
conjunto de la sociedad.[2]

El libre juego de los intereses, individuales (es decir,
de comerciantes industriales: la burguesía que buscaba el
poder político) se convierte en el interés de la
sociedad ya que, según Smith, la economía se
autoregula gracias a la intervención de sus propias leyes;
lo que él llama «la mano
invisible».

Este mismo principio se aplica al comercio
internacional: las regulaciones mercantilistas son absurdas por
cuanto impiden el desarrollo de la división internacional
del trabajo, principio sobre el cual descansa todo aumento de la
riqueza:

Cuando un país extranjero nos puede ofrecer una
mercancía en condiciones más baratas que nosotros
podemos hacerla, será mejor comprarla que producirla,
dando por ella parte del producto de nuestra propia actividad
económica, y dejando a este emplearse en aquellas ramas en
que saque ventaja al extranjero. Como la industria de un
país guarda siempre proporción con el capital que
la emplea, no por eso quedará disminuida (…) pues
buscará por sí misma el empleo más
ventajoso. Pero no se emplea con mayor ventaja si se destina a
fabricar un objeto que se puede comprar más barato que si
se produjese, pues disminuiría rigurosamente, en mayor o
menor proporción, el producto anual, cuando por aquel
camino se desplaza de la producción de mercaderías
de más valor hacia otras de menor importancia.

De acuerdo con nuestro supuesto, esas mercancías
se podrían comprar más baratas en el mercado
extranjero que si se fabricasen en el propio. Se podrían
adquirir solamente con una parte de otras mercancías, o en
otros términos, con sólo una parte del precio de
aquellos artículos que podría haber producido en el
país con igual capital la actividad económica
empleada en su elaboración, si se la hubiera abandonado a
su natural impulso. En consecuencia, se separa la industria de un
país de su empleo más ventajoso y se aplica al que
lo es menos, y en lugar de aumentarse el producto permutable de
su producto anual, como sería la intención del
legislador, no puede menos que disminuir
considerablemente.[3]

De este pasaje, que sintetiza de forma admirable el
pensamiento de Smith sobre el comercio internacional, se pueden
extraer tres elementos centrales de su doctrina:

El comercio internacional permite una mejor
asignación de los recursos productivos nacionales, ya que
se podrán desplazar desde producciones en que el
país es menos eficiente hacia otros en que es más
competitivo. El volumen total de la producción
crecerá y con ello la riqueza de la
nación.

Pongamos un ejemplo que nos permita ver esto con
claridad: supongamos que Inglaterra emplea 100 unidades de
capital (constante y variable) para producir 10 barriles de vino,
y 50 unidades para producir 10 rollos de tela. Por su parte,
Portugal emplea 60 unidades de capital para producir 10 barriles
de vino y 90 para 10 rollos de tela. Tenemos que sin comercio el
gasto total y la producción total serán las que
siguen.

k x 10

k x 10

barriles

rollos

de vino

de tela

Total

Inglaterra

100

50

150

Portugal

60

90

150

Total

110

190

300

Si se especializan, Inglaterra destinará todos
sus recursos a producir tela y Portugal las dedicará al
vino. Tendremos que con 150 unidades de k, Inglaterra
producirá 30 rollos de tela y Portugal, con sus 150
unidades, producirá 25 barriles de vino.[4]
Si se intercambian la mitad de la producción, cada uno
obtendrá 15 rollos de tela y 12,5 barriles de vino al
haber empleado los mismos recursos que, sin la
especialización y la mejor asignación de sus
recursos domésticos, daban 10 rollos y 10 barriles cada
uno.

b) La segunda idea del texto es que la división
internacional del trabajo y la consiguiente optimización
en la asignación de los recursos no son producto de
reglamentaciones u otro tipo de intervención del Estado.
Al contrario, la liberalización del comercio internacional
permitirá a los productores extranjeros con ventajas (los
más eficientes), es decir, los que producen más
barato, entrar en el mercado nacional, al hacer que aquellos
cuyos productos sean más caros abandonen esa
producción y ese capital busque por sí mismo el
empleo más ventajoso. Así, la optimización
de la asignación de los recursos nacionales será
resultado de la competencia de los productores
extranjeros.

c) Por último, puede verse que para Adam Smith la
división internacional del trabajo se produce en
función de las ramas que en cada país son
más eficientes (o sea, pueden producir mayor cantidad de
artículos con un número dado de capital) que
cualquiera de sus competidores en los demás países.
De aquí la denominación de «ventajas
absolutas» con que se conoce en esta
doctrina.[5] Y he aquí justamente-el punto
más débil del razonamiento de A. Smith si nos
mantenemos dentro de los marcos de su argumento:
¿Qué ocurre con los países que no tienen
ninguna rama, en qué posean una ventaja sobre todos sus
competidores? ¿Quedarán fuera de la división
internacional del trabajo y, por ende, estarán condenados
a la pobreza? Porque si no pueden exportar ninguna
mercancía pues siempre habrá competidores con
ventajas ¿cómo podrían importar esas
mercancías que otros producen a menor precio? En efecto,
Smith no puede responder a este tipo de situaciones y sólo
con David Ricardo se establecerá una teoría general
del comercio internacional.

Ventajas
comparativas

Cuando David Ricardo analiza en los Principios de
economía política y tributación (1817), la
cuestión del comercio internacional, parte del hecho de
que el valor-trabajo no rige el valor de cambio de las
mercancías en este plano.

«La misma regla que rige el valor relativo de los
bienes en un país, no regula el valor relativo de los
productos entre dos o más países». Y al poner
como ejemplo las producciones de vino y paño de Portugal e
Inglaterra, afirma: La cantidad de vino que Portugal
tendría que pagar a cambio del paño obtenido en
Inglaterra no se determina por las cantidades respectivas de
trabajo necesarias para la producción de cada uno de
ellos, como ocurriría si ambos bienes se fabricaran en
Inglaterra o en Portugal.[6]

Ricardo desarrolla este primer ejemplo al suponer que se
emplean, para producir una unidad de cada mercancía, las
siguientes horas de trabajo respectivamente:

Vino (barriles)

Paño
(rollos)

Total

Portugal

80

90

170

Inglaterra

120

100

220

Total

200

190

390

Vemos que, según A. Smith, Portugal se
quedaría con cambas producciones, ya que tanto su vino
como su paño son más baratos. Pero en ese caso
Inglaterra no producirá nada y no exportará nada
como para pagar sus necesidades de vino y paño. Por su
parte, Portugal seguirá empleando las mismas 170 horas
para producir sus mercancías. Sin embargo, Ricardo
demuestra que ambos países tienen interés en
especializarse según el patrón siguiente, y
producir las mismas dos unidades totales de cada bien:

Vino (barriles)

Paño
(rollos)

Total

Portugal

160

90

160

Inglaterra

_

200

200

Total

160

200

360

Se aprecia que, respecto a las necesidades originales de
trabajo para producir las mismas dos unidades de cada
mercancía, Portugal ahorra 10 horas de trabajo e
Inglaterra ahorra 20 horas, si se intercambian las respectivas
unidades excedentarias que han producido. Así, cada
país puede optimizar la asignación de sus recursos,
lo que eleva la producción total y mejora el bienestar de
las personas.

Antes de considerar más en detalle las ventajas
comparativas ricardianas, es necesario subrayar que no se trata,
como se pretende a menudo, de comparar cada producto en ambos
países (en efecto, esas son las ventajas absolutas), sino
de la comparación de dos productos en cada uno de los
países. Lo importante no es que el vino sea más
barato en Portugal que en Inglaterra (ya que con el paño
ocurre lo mismo), sino que en Portugal es más barato
producir dos unidades de vino mientras en Inglaterra es
más barato producir dos unidades de paño. De este
modo, la relación de precios del vino portugués con
relación al paño se situará entre los
límites de aquellos existentes en cada
país:

1 vino = 8/9 paño, y 1 vino = 12/10 paño.
Por debajo de la relación

1 vino = 8/9 paño, Portugal no tendrá
interés en exportar; por encima de

1 vino = 12/10 paño, Inglaterra no tendrá
interés en importar y no habrá comercio ni
especialización; ya que fuera de estos límites a
uno u otro país le resultará más barato
producir de manera doméstica la mercancía en la
cuál es relativamente menos competitivo.

Hasta aquí lo que comúnmente se entiende
como la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo que
simplifica el razonamiento hasta transformarlo en un bello juego
del espíritu, bastante alejado de la realidad. En efecto,
la teoría tiene su coherencia interna y las
críticas que siguen quedan en gran medida relativizadas al
colocar las ventajas comparativas en el contexto de la obra de
Ricardo, donde su visión del comercio internacional
aparece de manera mucho más fina que lo que permite ver el
planteamiento esquemático del argumento de las ventajas
comparativas.

Pero, hasta este punto, nada nos explica los mecanismos
por los cuales las naciones ajustarían su comercio
exterior en virtud de ella; pues esta especialización no
será resultado de un acuerdo explícito y consciente
entre las partes interesadas. Será el propio mercado,
dejado al libre juego de sus leyes, el encargado de establecer la
división internacional del trabajo.

En efecto, Ricardo nos dice que, en un primer momento,
Portugal exportará ambas mercancías a Inglaterra,
puesto que posee ventajas absolutas tanto en vino como en
paño y ambos bienes son más baratos en dicho
país. Inglaterra compensará su déficit
comercial con una disminución de sus reservas, que puede
considerarse como una salida de oro. De este modo, la cantidad de
oro disponible en Gran Bretaña disminuirá, mientras
esta aumenta en Portugal.

Según la teoría cuantitativa de la moneda,
el decrecimiento de la cantidad de oro en Inglaterra hará
que su precio, en relación con las demás
mercancías, aumente; lo que significa un descenso en el
nivel de precios ingleses. En Portugal, lógicamente,
ocurrirá lo contrario, y los precios de las
mercancías subirán.[7]

Así, los movimientos internos de los precios
evolucionarán hasta un punto tal en que ellos
compensarán los diferenciales iniciales en los mismos, de
modo que, en cierto momento, para el comprador (portugués
o británico) se hará más barato el
paño inglés. Inglaterra dejará, así,
de importar telas y comenzará a exportar esta
mercancía. Sólo en ese momento se realizarán
las ventajas comparativas de manera concreta en el comercio entre
ambas naciones.

En este plano del análisis surge una de las
críticas más sólidas -con aquella de
Emmanuel qué veremos más adelante- a la
teoría de las ventajas comparativas. Anwar
Shaikh[8]muestra que los flujos financieros no
revierten, necesariamente, el intercambio establecido sobre la
base de las ventajas absolutas. Si retomamos el ejemplo de
Ricardo, el flujo neto de oro desde Inglaterra hacia Portugal
hará disminuir la oferta monetaria en aquella y aumentarla
en este, lo que incrementará las tasas de interés
en Gran Bretaña mientras ellas disminuyen en Portugal,
quien verá florecer las inversiones (estimuladas, por los
bajos intereses) al tiempo que ellas se reducen en Inglaterra.
Las ventajas portuguesas se harán más netas y el
déficit comercial inglés, en lugar de reducirse y
equilibrarse, se consolidará.

Por su parte, el diferencial de tasas de interés
hará que los capitales fluyan desde el país con
intereses bajos (Portugal) hacia aquel de altas tasas
(Inglaterra); flujo que permitirá a esta última
financiar su déficit comercial con endeudamiento (en lugar
de recurrir a las reservas como en un primer momento). Se
configura así una asombrosa situación, parecida a
la que viven actualmente los países subdesarrollados o,
más aún, Estados Unidos durante los
80.[9]

De esta manera el déficit comercial se transforma
no en una situación transitoria, como pretende Ricardo,
sino en una determinante estructural del relacionamiento externo
de los países que cuentan con desventajas absolutas. En
efecto, si los flujos financieros repercuten sobre los intereses
y no sobre los precios, las ventajas comparativas no
lograrán imponerse por el libre juego de la oferta y la
demanda, y el comercio internacional se estructurará sobre
las ventajas absolutas.

Por otra parte, existen ciertos supuestos para que este
modelo funcione; específicamente, el de la inmovilidad de
los factores. En efecto, si el capital y el trabajo pudiesen
desplazarse de un país a otro: «Representaría
indudablemente una ventaja para los capitalistas ingleses y para
los consumidores de ambos países que, en tales
circunstancias, tanto el vino como el paño fuesen
fabricados en Portugal y que, por lo tanto, así el capital
como el trabajo que Inglaterra emplea en la producción de
paños, se trasladara en Portugal para este
propósito».[10] Pero, para Ricardo,
la experiencia demuestra que los capitalistas se dan por
satisfechos con una tasa de ganancia baja en su propio
país en lugar de buscar un empleo más ventajoso de
su capital en el extranjero.

En cuanto a la inmovilidad del capital, discutible en
tiempos de Ricardo, es hoy en día un supuesto inaceptable,
y como demostración baste ver el enorme volumen de los
flujos internacionales de capitales bajo sus diferentes formas.
Ya a fines del siglo pasado, un pensador burgués como
Hobson introduce el término de «imperialismo»
para designar la necesidad del capital de traspasar las fronteras
nacionales en la búsqueda de un empleo
rentable.

En lo que respecta a la inmovilidad internacional de la
fuerza de trabajo, se trata de un supuesto que se ajusta a la
realidad tanto de la época en que escribe Ricardo como a
la de nuestros días.[11] Pero, si la fuerza
de trabajo no puede desplazarse de un país a otro,
entonces nada impide que en un país los salarios sean
más altos que en el otro. ¿Cómo podemos
entonces comparar los costos en horas de trabajo si cuando los
llevamos a salarios tenemos que una hora en el país A
puede costar lo mismo que cuatro horas en el país B? Y por
ello cabe la pregunta: en el momento de decidir sobre la
especialización en una economía capitalista
¿qué le interesa al empresario? ¿Ahorrar
horas de trabajo p aumentar sus ganancias? Pues el costo se puede
reducir ya sea al disminuir la cantidad de horas de trabajo para
una cantidad dada de producto o al aminorar la
remuneración de los trabajadores para la misma cantidad de
horas.[12]

Es por todo esto que la teoría ricardiana de las
ventajas comparativas no ha sido utilizada ni por él ni
por sus discípulos como un modelo real de comercio
internacional, sino como un argumento convincente de las ventajas
del libre comercio, en un mundo caracterizado por las trabas al
mismo y las políticas proteccionistas.

Que las ventajas comparativas ricardianas no se hayan
convertido en un modelo concreto de comercio internacional
está también dado por los supuestos que ella
contiene y que le dan un carácter bastante abstracto, al
hacer difícil su transposición a la realidad. Los
propios neoclásicos criticarán estos supuestos, sin
embargo y como veremos, siempre en una perspectiva de
continuación, completamiento y desarrollo de las ventajas
comparativas:

Ambos factores son inmóviles, ya que de otra
manera lo óptimo sería que los capitales y los
trabajadores ingleses se trasladen a Portugal. Vimos que este
supuesto es aceptable para la mano de obra pero no para el
capital. Además, la inmovilidad (y la no competencia) de
los factores introduce una fuerte distorsión en la
lógica del argumento.

Los rendimientos son constantes, lo cual también
es inaceptable. Este supuesto es fundamental ya que si
consideramos que los rendimientos son crecientes en la
manufactura (paño) y decrecientes en la agricultura
(vino), la especialización hará que la industria
inglesa gane eficiencia, mientras la viticultura portuguesa se
tornaría progresivamente menos eficiente a medida que
aumentan sus respectivas escalas de
producción.[13]

Es necesario señalar también que la
teoría de Ricardo se presenta como una elaboración
bastante estática en sus consecuencias, ya que una vez
realizada la división internacional del trabajo los
países quedarían como condenados a determinada
estructura del producto. El único motor de
transformación sería que por algún motivo la
relación externa de precios de intercambio del bien
exportado cayera por debajo de la relación que él
tiene internamente con la mercancía importada; pero esa
mercancía, por efecto mismo de la especialización,
ya no se produce domésticamente y el país se
vería en serias dificultades para
«desespecializarse».

Pero la teoría también es estática
en su planteamiento, ya que nada explica las diferencias de
productividades entre los países ni las diferencias de
costos al interior de cada uno. Y esto no es una casualidad. En
efecto, los tratados de 1642,1654 (en que Inglaterra acordaba a
Portugal una protección política contra el
expansionismo español a cambio de privilegios
comerciales), 1661 y, finalmente, el Tratado de Methuen en 1767,
habían establecido una división internacional del
trabajo entre los dos países sobre la base de la
especialización que posteriormente Ricardo va a
despolitizar con su teoría de las ventajas comparativas,
al dar una racionalidad a posterior a una situación que de
hecho era resultado no de los mecanismos naturales del libre
comercio sino, al contrario, de las relaciones impuestas por las
correlaciones de fuerza existentes. O como apunta Marx en el
«Discurso sobre el libre comercio», parece natural
que el Caribe se especialice en la producción de
azúcar, aunque no fue la naturaleza la que puso la
caña en el Caribe sino el colonizador, a punta de espada y
látigo.

En efecto, toda esta línea de pensamiento no nace
y se desarrolla en Inglaterra por azar. Ella es la
expresión teórica de los intereses de la
burguesía inglesa en la época en que se encuentra a
la cabeza de la revolución industrial y es consciente de
que su producción es más competitiva que la del
resto del mundo y, por lo tanto, tiene mucho que ganar con el
libre comercio.

Demanda
recíproca

La teoría de Ricardo, debido a que, como dijimos,
es más un argumento en favor del libre comercio que un
patrón de intercambios internacionales, había
dejado sin solución del problema de la
determinación de los precios, al reducirse a establecer
los límites fuera de los cuales el Comercio no
tendría lugar y a explicitar el mecanismo de ajusta de los
niveles de precios de los socios gracias al cual se establece un
patrón de intercambio de acuerdo con las ventajas
comparativas.

John Stuart Mill se concentró en examinar la
cuestión de los valores internacionales a partir de la
teoría de las ventajas comparativas, así como a
analizar en detalle las mencionadas variaciones de los niveles de
precios de los países que comercian y, por lo tanto, de
los precios relativos de las mercancías intercambiadas. El
argumento de J.S. Mill es el siguiente, cuando parte de un
ejemplo similar al de Ricardo pero iguala la cantidad de trabajo,
por lo que los diferenciales se expresarán en
términos de los volúmenes producidos. Tenemos
así, que para 300 días de trabajo las respectivas
producciones serán los expresados en la tabla:

Vino (barriles)

Paño

(rollos)

Portugal

100

75

Inglaterra

50

60

Como en el ejemplo de Ricardo, Portugal posee ventajas
absolutas para ambas mercancías pero Inglaterra tiene una
ventaja relativa en el paño. Ahora bien, Ricardo muestra
que el precio internacional del vino (su relación de
intercambio con el paño inglés) será tal que
100 barriles se cambiarán en una proporción que se
sitúe por encima de 75 rollos de paño (que es lo
que en Portugal vate el vino) y por debajo de 120 rollos (que es
la cantidad que en Inglaterra equivale a 100 barriles, ya que
representa los mismos 600 días de trabajo). Pero
¿dónde se situará la tasa dentro de la gama
de estos márgenes?

J.S. Mill responde que ello dependerá de la
demanda de cada país para el producto el otro país.
Retomemos el ejemplo y partamos con un precio de 100 barriles de
vino por 95 rollos de tela, y supongamos que en ese nivel de
precios la demanda en Inglaterra se satisface con 100 000
barriles de vino y la demanda portuguesa de tela se satisface con
95 000 rollos de paño. En ese caso habrá un
equilibrio de la demanda recíproca y cada uno
pagará sus importaciones exactamente con sus
exportaciones.

Pero supongamos también que a ese mismo precio de
100 V = 95 R los consumidores ingleses sólo desean
consumir 80 000 barriles de vino y los portugueses los mismos 95
000 rollos de tela. Entonces, a ese precio, las exportaciones de
vino de este país únicamente alcanzarán para
obtener 76 000 rollos de tela (800 x 95). Para poseer los 19 000
rollos adicionales, Portugal deberá ofrecer más de
100 unidades de vino por 95 de tela. Pongamos que el precio baja
a 100 V = 80 T. A este precio los ingleses consumirán
más vino y los portugueses menos tela; por ejemplo, 110
000 toneles y 75 000 rollos respectivamente. A ese precio, con
los 110 000 barriles se comprarán 88 000 rollos, 13 000
más de los que Portugal necesita, ya que el precio del
vino es, en este caso, demasiado bajo y, por ello, la demanda
inglesa resulta excesiva en relación con la demanda
portuguesa de tela. Los precios se acomodarán, de esta
forma, hasta establecerse una relación en que ellos
permitan satisfacer, exactamente, las respectivas demandas de
ambos países.[14]

En lenguaje moderno, J.S. Mill afirma que los precios
internacionales, son función de la extensión y la
elasticidad-precio de la demanda recíproca de cada
país con respecto a los productos del otro; de tal manera
que la relación de intercambio internacional se
sitúe entre las relaciones de intercambio internas de
ambos y a un nivel tal que las exportaciones de cada uno permitan
la exacta satisfacción de la demanda interior del bien
importado.

Para terminar, señalemos que la teoría de
la demanda recíproca se sitúa al mismo tiempo en
continuidad respecto a Ricardo, ya que viene a complementar la de
las ventajas comparativas, y en ruptura con la tradición
de la economía política clásica (Smith y
Ricardo), en la medida en que abandona el análisis del
valor-trabajo para centrarse en los equilibrios del mercado
(oferta y demanda). Esta ruptura es importante porque, como
veremos, marcará toda la llamada «síntesis
neoclásica», que se reclama continuadora de la
economía política clásica pero, de hecho, la
traiciona en lo más profundo.

En efecto, el abandono total del valor-trabajo
conducirá a las teorías superficiales de la oferta
y la demanda, así como al marginalismo y otros enfoques
subjetivistas como formas de explicar los precios de manera
independiente del proceso de producción.

La
síntesis neoclásica y la dotación relativa
de factores

Alrededor de un siglo después de la
publicación de los Principios de economía
política y tributación
, de David Ricardo, dos
economistas nórdicos, Eli Heckscher en The Effect of
Foreign Trade and the Distribution of Income
(1919) y Bertil
Ohlin en Interregionaland International Trade (1933)
retomaron la cuestión de las ventajas comparativas y
procedieron a reformular esta teoría, al partir de la
definición de las características propias de cada
país, en que aquellas descansan. El razonamiento, de
manera esquemática, es el siguiente.

Si dos países cuentan con la misma
proporción entre capital y trabajo, tendrán igual
curva de posibilidades de producción, y no poseerán
interés en desarrollar un intercambio. Pero si su
dotación relativa de factores es diferente, entonces aquel
donde el trabajo sea relativamente más abundante,
tendrá interés en especializarse en la
producción de aquellas mercancías que emplean gran
cantidad de mano de obra (labour-intensive); mientras que aquel
que posee de modo respectivo una mayor cantidad de capital, se
especializará en producciones que consuman una alta
proporción de este factor (capital-intensive).

Se evita así el problema que mencionábamos
en la teoría de Ricardo. En efecto, aquí se
considera que las mercancías que requieran cantidades
relativamente grandes de un factor costarán menos cuando
este factor sea barato; y será barato cuando el
país cuente con una cantidad, correlativamente abundante
de él.

De este modo, los países se especializarán
en las producciones que requieran proporciones importante del
factor abundante (y por lo tanto barato), e intercambiará
sus mercancías por aquellas que insuman una parte mayor
del factor que, en ese país, es escaso (y por lo tanto
caro).

Esta tesis, considerada como la más prominente
explicación de las bases del comercio internacional, tiene
la propiedad de reformular la teoría ricardiana al
introducir un concepto más realista de los costos (el
precio de los factores, diferentes según su
dotación relativa, y no la cantidad de trabajo empleado),
y eliminar el sesgo arbitrario de la teoría
clásica, al quedar explicadas las diferencias en los
costos que, en Ricardo, eran sólo un dato.

Sin embargo, esta teoría no ha escapado a las
críticas, la más célebre de las cuales es
aquella conocida como «paradoja de
Leontieff»[15]. En su estudio
empírico se demuestra que los Estados Unidos presentan un
patrón de especialización que no se corresponde con
su inmensa dotación en capital. «La
participación de Estados Unidos en la división
internacional del trabajo se basa en la especialización en
las líneas de producción intensivas en trabajo
más que en las intensivas en capital. En otras palabras,
el país recurre al comercio exterior con el objeto de
economizar su trabajo excedente y no a la
inversa».[16]

En efecto, Leontieff muestra que mientras las
exportaciones de Estados Unidos contienen una proporción
de factores de 13,911 dólares por año-hombre, sus
importaciones presentan una relación de 18,185
dólares. Es decir, las importaciones son el 30% más
intensivas en capital que las exportaciones.

Sobre esta paradoja, podemos adelantar una
observación: un país como Estados Unidos no puede
ser considerado una realidad homogénea. Zonas tales como
el Nordeste son altamente densas en capital y poseen,
efectivamente, un comercio exterior acorde con la teoría
de Heckscher-Ohlin.[17] Por su parte la zona del
Middle-West, gran exportadora de productos agrícolas,
cuenta con una extraordinaria abundancia de tierras
fértiles, así como una importante reserva de
trabajadores migrantes, tanto nacionales como mexicanos y
otros.[18]

Es necesario notar que, pese a la gran similitud entre
esta teoría y aquella de David Ricardo, existe una
importante diferencia en cuanto al mecanismo por el cual se
realiza la especialización. Mientras en Ricardo aquel
consiste en las variaciones de los precios de los productos en
virtud de los flujos monetarios, en la versión
neoclásica la especialización se implementa por los
diferenciales en los precios de los factores, determinados por
las respectivas dotaciones de los mismos.

Finalmente, señalemos que la
especialización, según la dotación relativa
de factores, tiene una consecuencia teórica fundamental,
que hace de esta teoría un pilar central del pensamiento
moderno, y en especial neoclásico, sobre comercio
internacional: si los países que cuentan con mayor oferta
relativa de factor trabajo se especializan en producciones
intensivas en este factor, y los que cuentan con una menor oferta
relativa de mano de obra se vuelcan hacia producciones intensivas
en capital; entonces las demandas respectivas de cada uno de los
factores será también diferente. El precio del
trabajo (los salarios) subirá allí donde antes de
la especialización eran menores (porque era más
abundante la oferta de mano de obra) y se llegará, con una
especialización perfecta, a un punto de equilibrio en que
se igualen las tasas de remuneración de los factores en
ambos países. Tenemos, así, un patrón de
igualación de los precios de los factores que elimina las
distorsiones posibles en el planteamiento ricardiano de las
ventajas comparativas y que garantiza, en esta lógica, la
optimización de la asignación de recursos en cada
país, que es la base de toda la argumentación en
favor del libre comercio.

El control del
comercio internacional

Frente a las teorías en favor de la
liberalización del comercio internacional, encontramos una
corriente opuesta que, a partir de análisis diferentes
y/o) complementarios a los adversarios librecambistas, propugnan
distintas formas de control del comercio exterior. Las
hipótesis de tipo proteccionista tienen dos vertientes: el
mercantilismo y la doctrina, mucho más tardía, que
elaborara Friedrich List en el contexto de la unificación
de Alemania. Esto último servirá, como veremos, de
substrato a otras teorías en favor de la protección
externa, concretamente el desarrollismo cepaliano.

El
mercantilismo

El pensamiento mercantilista se desarrolla en Europa a
partir del siglo XVI, en un contexto de sociedades agrarias en
que la guerra es el modo normal de relación entre los
Estados (entonces principalmente ciudades-estados) y en un
momento en que empieza a expandirse el comercio entre ellos, de
conjunto con el desarrollo del capitalismo y de una nueva clase
dominante: la burguesía comercial. En este sentido, el
mercantilismo es la teoría económica del
capitalismo comercial. Y esa nueva clase capitalista
seguirá su ascenso mientras se forman y consolidan los
Estados nacionales, al menos en lo que se refiere a los que
serían las principales potencias de la época:
Inglaterra, España, Francia, Portugal y Holanda (con el
desplazamiento definitivo de los polos italianos, que
caerán bajo la dominación de los diferentes Estados
nacionales).

En cuanto a los creadores del mercantilismo, no se
trataba de intelectuales (por esos años preocupados en
problemas del Cielo), sino de financistas, mercaderes o
funcionarios estatales; aquejados directamente de la
cuestión del rol del Estado en el desarrollo de las
actividades comerciales y enfrentados a un mundo en que el
comercio exterior se convertía en una actividad cada vez
más importante en esas economías.

La piedra angular del pensamiento mercantilista (propia
del capitalismo preindustrial) no se encuentra expresada por
ningún autor de la época, pero está
implícita en todos sus análisis: la riqueza se
considera como un stock y no como un flujo. Esto es, si los
recursos económicos totales son estáticos, la
cuestión es, pues, obtenerla mayor parte posible de ellos.
Y cada centavo que gana un Estado es un centavo que pierde otro,
ya que para el mercantilismo la riqueza no se crea, está y
se reparte.

Esto nos lleva a la identificación entre el
incremento de la riqueza del Estado y el aumento de su poder.
Esta consecuencia lógica, conocida como
«teoría del poder del Estado», explica la
enorme cantidad de recursos destinados a los gastos militares:
construcción naval, reclutamiento, adiestramiento y
equipamiento de grandes ejércitos. Un Estado poderoso
podrá, pues, apropiarse de las riquezas del
mundo.

Otro elemento básico en el mercantilismo es la
«teoría de la balanza comercial». Esta parte,
a su vez, de la convicción de que el oro y la plata no
sólo expresaban la riqueza, eran la riqueza. Así:
«…una nación sólo puede ganar mediante el
comercio exterior si tiene una balanza favorable, o un exceso del
valor de las exportaciones sobre el de las importaciones. La
ganancia surgió de hecho de que las exportaciones sobre el
de las importaciones tenía que pagarse en oro y plata, y
para una nación la adquisición de esos metales
preciosos, o tesoro, era la forma más segura de
enriquecerse; para una nación sin minas de oro ni de
plata, esta era la única
forma».[19]

Esta importancia dada a los metales preciosos proviene
tanto del fenómeno llamado «fetichismo del
oro» (que subsiste aún en nuestros días, en
que alguien que apenas come, se viste y vive bajo un puente y
posee muchas prendas de oro es considerado como
«rico»; y no está dispuesto a cambiar algunas
de esas prendas por una mejor calidad de vida por miedo a
«empobrecerse»). Pero, además, hay un hecho
importante: en su comercio con el Báltico y con Oriente,
los países de Europa occidental se veían obligados
a saldar en metal sus cuentas ya que sus productos (de mala
calidad) no interesaban a aquellos comerciantes.

En el plano que nos interesa aquí, el de las
teorías del comercio internacional, las premisas
mencionadas conducen a la necesidad de una severa
reglamentación del comercio exterior, así como de
otros métodos de control del mismo. Entre los
últimos destaca el monopolio del comercio colonial, que
España puso en manos del rey y Portugal en las de agentes
autorizados. Lo importante es el apoyo estatal (véase
Milltar) a las empresas de conquista y de control de las
vías comerciales, que podían ser ejecutadas por el
propio Estado (España) o por particulares (Portugal y,
más tarde, Inglaterra, Holanda, etc.).

Partes: 1, 2

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