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San Manuel Bueno, mártir: existencia, duda y fe (página 2)




Enviado por Enrique Castaños



Partes: 1, 2

Si tuviéramos que aventurar una
conclusión de la novela, pensamos que la conclusión
decisiva tiene que ver con el significado de la fe, con el
destino humano individual, con la extraordinariamente compleja
relación del hombre con su propia conciencia y con la
actitud que el individuo debe mantener con sus semejantes.
Sería muy arriesgado decidir sin vacilación que
Manuel Bueno es un hombre que no tiene fe, que no tiene fe en
Cristo, en la inmortalidad del alma y en la resurrección
de la carne, tal como encierra el más grande misterio del
Cristianismo. Pero, incluso en el caso de que tales creencias se
hayan agrietado por completo en lo más profundo de su ser,
o que incluso le hayan abandonado, nadie puede poner en duda un
hecho determinante: el comportamiento de Manuel Bueno con sus
semejantes. Este comportamiento está guiado por el amor,
por la actitud de servicio, por el deseo íntimo y sincero
de que sus feligreses sean todo lo felices que puedan ser en
medio de las tribulaciones del mundo. Y si algo define en rigor
el mensaje ético de Jesús es el amor, la entrega
desinteresada a los demás, la solidaridad, el
perdón, la humildad, la abnegación, la sencillez,
el rechazo del engreimiento, de la soberbia, del egoísmo.
Todas aquellas cualidades las posee Manuel Bueno. ¿Es,
pues, por ventura, un buen cristiano? Por supuesto que lo es,
puesto que se esfuerza en ser mejor cada día, sin vanidad
alguna, sin afán de reconocimiento público, sino en
silencio, sin que apenas se note, aunque, claro está, es
inevitable que sus feligreses lo adviertan y lo reconozcan.
¿No está poniendo diariamente en práctica,
lo mejor que puede, la ética del Galileo? Ya sabemos de la
dificultad extrema de esa ética, de esa norma de conducta,
del grado de autoexigencia y de sacrificio que demanda al
individuo; tanto, que a veces parece casi inhumana. Pero no lo
es, sino todo lo contrario, pues supone la realización
plena de uno mismo a través de la realización del
otro, especialmente del más débil, del que
más lo necesita, del que se encuentra en inferioridad de
condiciones. ¿Cómo no iban a percibir todo esto
esas personas sencillas y pobres de la aldea de nuestra novela?
Por supuesto que lo perciben, y por eso para ellas Manuel Bueno
es San Manuel Bueno, un mártir. ¿Importa mucho, en
este contexto, lo que los teólogos y las grandes lumbreras
de la Iglesia entiendan acerca de lo que la fe es? Unamuno nos
está indicando, con una valentía y honestidad
difíciles de encontrar en otros intelectuales cristianos,
que la fe no es una creencia abstracta, fría, sino la
expresión de una norma de conducta. No bastan las
palabras; más importantes aún son las acciones.
¿De qué serviría que esos bellísimos
y seductores sermones de Don Manuel se quedasen sólo en
palabras? El contenido de sus homilías, los consejos que
da a los parroquianos, los traduce en actos, los convierte en
acciones reales. Esta es su verdadera enseñanza. Y,
además, ¿no puede ser también que crea creer
aquello que en realidad no cree? ¿No puede ser que, como
el personaje de Calderón, confunda el sueño con la
vida? Esa des-creencia suya que él cree real, quizá
sea una mera ilusión, una ficción, un sueño,
siendo su verdadera creencia la de sus actos, la de su obrar. Y
su obrar es un obrar recto, honesto, desinteresado, sacrificado,
santo. Es una lección que convendría no
olvidar.

Málaga, 5 de julio de 2013,
festividad de San Probo († 570), más atento a las
necesidades de los demás que a las suyas
propias.

Enrique Castaños es Doctor en
Historia del Arte.

 

 

Autor:

ENRIQUE CASTAÑOS

[1] Se publicó en marzo de 1931.

[2] Joris-Karl Huysmans. Santa Liduvina de
Schiedam (biografía novelada). Madrid, Imprenta Viuda de
P. Pérez, 1920. Traducción de Luis Cánovas.
La imprenta es la de Ramona Velasco, viuda de Prudencio
Pérez.

[3] En el prólogo de Víctor Goti,
personaje metaliterario del escritor bilbaíno, a la
«nivola» Niebla (1914), se dice respecto de Unamuno,
quien supuestamente le ha encargado a su conocido Goti que le
escriba el susodicho prólogo: «Es su idea fija,
monomaníaca, de que si su alma no es inmortal y no lo son
las almas de los demás hombres y aun de todas las cosas, e
inmortales en el sentido mismo en que las creían ser los
ingenuos católicos de la Edad Media, entonces, si no es
así, nada vale nada ni hay esfuerzo que merezca la
pena». Miguel de Unamuno, Obras Completas, Madrid,
Afrodisio Aguado, 1951, tomo II, pág. 679.

[4] Ver la nota nº 12 de mi ensayo sobre
la novela El idiota, de Dostoyevski:
enriquecastanos.blogspot.com.es

[5]
http://jaserrano.nom.es/unamuno/smbm.htm#_ftnref1

[6] Véase mi citado ensayo sobre El
idiota.

[7] Ramón Gaya, Velázquez,
pájaro solitario, Granada, Editoriales Andaluzas Unidas,
1984, pág. 58.

[8] Una excelente síntesis reciente
sobre esta cuestión es el texto de Enzo Solari,
Aproximación al problema de Dios en el pensamiento de
Heidegger. Ponencia presentada el 26 de junio de 2005 en el II
Congreso Internacional de Filosofía Xavier Zubiri,
realizado en la Universidad Centroamericana José
Simeón Cañas de San Salvador.

[9] Martin Heidegger, La pobreza, Buenos Aires,
Amorrortu, 2006, especialmente las páginas 107-117.

[10] Debo a Francisco Medina Medina, Profesor
de Filosofía en Málaga, una significativa
aclaración adicional. Me refiero a que el
«nihilismo», tal como lo entiende la tradición
filosófica alemana desde Hölderlin hasta Nietzsche,
es lo mismo que la negación de lo necesario, es decir, la
negación de lo que procede de la coacción, en
términos heideggerianos. Pero ese mismo
«nihilismo», que exige una actitud ética
extraordinariamente exigente de la persona para consigo misma y
para con los demás, ha ido paulatinamente
desvirtuándose, ha ido hundiéndose en el
materialismo y en el utilitarismo propios de una sociedad de
masas. Cuando Francisco Medina me hizo esta aclaración en
relación con el texto de Heidegger sobre la pobreza, le
comenté que el concepto de «nihilismo» al que
se estaba refiriendo no tiene nada que ver con el que trata de
definir Dostoyevski en su novela Demonios. El nihilismo de los
quinqueviros de Demonios supone la negación de la libertad
individual y la justificación embrionaria del
totalitarismo del Estado, por no hablar de la de la violencia
terrorista y el crimen.

[11] La edición de San Manuel Bueno,
mártir que he leído y consultado es la que se
incluye en el tomo II de las Obras Completas, Madrid, Afrodisio
Aguado, 1951, páginas 1179-1232. Las palabras
entrecomilladas corresponden a la pág. 1202.

[12] Albert Camus, El mito de Sísifo,
Madrid, Alianza, 1981, pág. 15.

[13] Jean Chevalier (dir.), Diccionario de los
símbolos, Barcelona, Herder, 1988, pág. 625.

[14] Aunque la poética pictórica
surrealista no era muy del agrado de Don Miguel, quien
prefería a Velázquez, El Greco o Zuloaga, no
está de más evocar aquí la influencia que en
las «escenografías desoladas» (André
Lhote, Tratado del Paisaje, Buenos Aires, Poseidón, 1948,
pág. 15), quasi submarinas, de Yves Tanguy, pudo ejercer
la leyenda medieval de la ciudad sumergida de Ys, supuestamente
en la bahía de Douarnenez, en la Bretaña donde
habían nacido sus padres, y en cuyas aguas se arrojaron
sus cenizas después de morir en 1955, legendaria ciudad
cuyas letras son la primera y la última del nombre propio
del original pintor francés.

[15] Jacques Maritain, Humanismo integral,
Madrid, Palabra, 2001, págs. 213-214 y 222.

[16] Miguel de Unamuno, Obras Completas,
Madrid, Afrodisio Aguado, 1951, tomo II, pág. 723.

[17] Martín Lutero, Obras, Salamanca,
Sígueme, 2006, págs. 88, 94 y 111.

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