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Los toros de Quinchibana




Enviado por Lenin Sànchez Miño



  1. La vida en la
    hacienda
  2. Los toros se
    van
  3. El
    incidente
  4. La
    corrida

PRIMERA PARTE

La vida en la
hacienda

Sentíase un fuerte y penetrante olor a yerba
buena y humitas que venía desde la cocina, era pues la
prueba fehaciente de que tía Matilde había
comenzado su diaria labor, de la que la mayor parte del tiempo
era ocupada en la preparación de los alimentos con las
características propias de la exquisitez y la
abundancia.

Afuera jugaban entretenidos Manuel y Palomo, que estaban
en pie desde la hora del ordeño, puesto que como de
costumbre, acompañaron al abuelo de Palomo -Don
José, a recoger "el líquido mágico de las
ubres santas" como llamaba el anciano a la leche.
Acompañarlo en cada día de las vacaciones era un
ritual esperado, y – para los púberes- cada tertulia con
don José era inolvidable, veían en él las
virtudes del hombre resumidas. El sabía la respuesta a
todas las preguntas, conocía el mundo a través de
los libros y su fuerte contextura física, hacía
difícil creer que tenía cerca de setenta
años, era pues para los chavales el héroe de carne
y hueso al que conocían, el amigo, consejero y
confidente.

Don José los miraba mientras leía la
prensa, moviendo su cabeza y criticando en voz alta muy
severamente la insensatez del mundo, para escuchar que Matilde le
replicaba "hombre Pepe, hasta cuando vais a seguir con lo mismo?
dejad ya eso y venid a desayunar con los chavales" para
–acto seguido- llamarlos ella misma con su voz
nítida y fuerte.

Juana – la madre de Manuel- sonreía mientras
comentaba a tía Matilde que su esposo no iba a cambiar de
ser un justiciero incorregible, y que esa era su diaria actitud
al leer la prensa. En escasos minutos la cocina de la casa de los
Pico-Vaca estaba llena de bullicio y alegría, Manuel y
Palomo pidiendo más humitas antes de comerse las servidas,
pidiendo que la leche con yerba buena no esté muy
caliente, y como complemento la ironía infaltable de Don
José cuando en la oración de los alimentos,
pedía que Dios sea generoso "regalando solo un poco de
seso a los políticos y gobernantes, para ver si así
cambian las cosas".

Don José al igual que Matilde había nacido
en España, los dos llegaron al país junto con sus
padres, aún siendo niños, vinieron –huyendo
del horror de la II Guerra mundial– a buscar mejores días
en el nuevo mundo. Llevaba casado con Matilde 42 años, con
quien tuvo su única hija Aureola, la que, amante de los
libros y enamorada de la problemática social e
internacional, estudiaría primero Derecho, para
posteriormente estudiar y especializarse en Diplomacia al igual
que su esposo, joven pareja a la que el destino juntó y
dolorosamente apagó la luz de vida de sus ojos, cuando
fallecieron en un accidente aéreo, quedando como un
recuerdo de su amor su hijo Palomo, huérfano a muy
temprana edad. Desde ese aciago día, Palomo se
constituyó en la principal razón de vida que
impulsa a sus abuelos. José Pico era un hombre respetado y
querido por quienes lo conocían, todo el mundo apreciaba
su sentido del humor y sus frases sentenciosas sobre algo que
él consideraba mal hecho. Este buen hombre, que amaba las
actividades del campo, había bautizado a su propiedad como
" llacta de paz" (Tierra de paz, combinando el quichua y
el castellano) A costa de mucho trabajo y sacrificio,
había logrado que sus toros de lidia, sean reconocidos en
las plazas del país y en otras plazas de América,
por su bravura y nobleza, era pues, el resultado de casi cuarenta
años trabajando con ejemplares de ganadería
nacional e importada desde Méjico y España;
hermosos toros de Piedras negras, Miura, Huagra Huasi (casa del
indio en Quichua) e incluso Salasaca (etnia aborigen de esta
parte de América), fueron los reproductores con los que
nació la ganadería de "Quinchibana". Allí
entre pastizales y valles, desde las partes altas se puede
divisar el cañón que forma el río Pastaza en
su tránsito hacia el Oriente, y el vuelo de halcones entre
las escarpadas colinas. El abuelo decía a los mozuelos,
que el color de las espigas de trigo, se debe a que el sol las va
pintando cada día con un poco de su luz, allí
-repetía – podéis conversar con mayor facilidad con
Dios, porque, necesariamente estáis más cerca, y
seréis mejor escuchados porque hay menos gente que en la
iglesia y porque es mejor un lugar donde la naturaleza poseedora
de la belleza suprema, nos regala un paisaje difícil de
imaginar, para que sea el mejor púlpito o
confesionario.

En la hacienda, la vida transcurría al
compás determinado por el reloj del tiempo, en un marco de
armonía, paz y de excelentes relaciones personales entre
todos aquellos que vivían dentro en ella, que era
más bien pequeña, al compararla con otras haciendas
ganaderas.

El orgullo de este hombre ecuatoriano – español,
era repetir que estos toros recogían la estirpe de sus
padres reproductores, pero que se fueron complementando con la
embestida alegre, a veces algo descuidada de los toros de
Salasaca, pero por sobre todo, decía que la bella estampa
de los animales, tenía mucho que ver con la magia de estas
tierras que son altas, sin ser frías, en donde la mirada
se pierde en el horizonte de pajonales, decía que: "
embisten acompasados musicalmente con el sonido que deja el
viento al besar los sigses. Que en los altos momentáneos
que se producen en la plaza, para escuchar la ovación al
diestro y a la bravura del toro, este último levanta la
mirada antes de embestir otra vez, acudiendo al llamado de la
capa, al empuje de su raza, al homenaje de su sangre, al honor de
su linaje", y continuaba diciendo: " Que mirando a sus toros a
los ojos, él podía entender lo que están
pensando y sintiendo, e insistía a sus chavales, que les
vean directamente a los ojos, sin temor, con respeto, que los
sientan parte constitutiva del entorno de sus vidas, que solo
así llegarán a comunicarse con estos nobles
animales y con el tiempo, les será posible saber lo que
piensan y sienten".

SEGUNDA PARTE

Los toros se
van

Eran los primeros días de Noviembre, el doctor
Cabezas había llegado para realizar los chequeos de rutina
respectivos a los toros, ya que en pocos días, un encierro
completo sería transportado hasta Colombia, para la
corrida de Cali, un avión llegaría directamente al
aeropuerto de Chachoán, para desde allí dirigirse a
su destino, igualmente otro encierro estaba comprometido para la
feria más importante del país y una de las
renombradas en América del Sur, la feria de Quito o
Jesús del Gran Poder, que tenía una cartelera de
matadores extraordinaria y, finalmente estaban por escogerse los
toros para la corrida "Nuestra Señora de la Merced" en
Ambato, que se realizaría dos meses más tarde; Los
dos púberes Manuel y Palomo, acompañaban al
veterinario y a su abuelo en este chequeo postrero a sus queridos
toros.

Camino al corral, con voz grave y varonil, se escuchaba
al abuelo decir: "bueno chavales, mirad y aprended lo mejor que
podáis, porque pronto estaréis a cargo de todo
esto, que no deja de ser un embrollo"…. ¡Joder!" Y
en realidad que aquella maniobra de chequeo veterinario, no era
nada sencilla y tenía siempre mucho riesgo, ya que se
conducía a los toros, hasta el toril pegado a la parte
posterior del tentadero, el mismo que había sido hecho,
aprovechando un declive natural del terreno, por lo que esta
pequeña "plaza" estaba bajo el nivel normal, de ahí
que los muros hechos de adobe, no superaban el metro y medio de
altura exteriormente, que sumado al metro de desnivel que
existía dentro del tentadero, hacía que las paredes
del mismo sean relativamente altas, vistas desde
dentro.

El toro que iba a ser chequeado, era lazado dentro del
corral, luego con la ayuda de dos mulas, era sacado del mismo,
para aplicarle un sedante, dejándolo casi inconsciente y
permitiendo que el doctor pueda hacer su trabajo, una vez
terminado esto, venía la compleja maniobra de retornarlos
al corral, hasta que partan a su destino final. Uno a uno fueron
atendidos: Coloso I a Coloso VI que era el nombre asignado a los
toros de este encierro. Siempre los nombres tenían mucha
personalidad, ya que Don José afirmaba que debían
tener nombres dignos de gladiadores que luchan por su vida en la
arena. El Doctor no paraba de exclamar que estos toros eran
hermosos y anatómicamente perfectos y miraba con asombro
manifiesto y mucha extrañeza, como los toros
respondían a un chasquido que producía Don
José con su boca, para luego mantener un cruce de miradas
por períodos relativamente largos de tiempo,
después de lo cual, Don José suspiraba y hablaba en
un tono de confesión como dirigiéndose a alguien
que estuviera presente, pero que no lo mirábamos,
repetía: "Quiero que llegue el día, en el que pueda
criar estos bellos toros y tenerlos solo para reproducir esta
raza bravía, que aunque nació para la lidia, cada
vez se me hace más duro verlos partir de estas tierras y
potreros, para su lucha final por la vida, dando el
espectáculo de valor más digno que podamos admirar
los amantes del mundo taurino, en las arenas de los cosos, donde
la muerte ronda, en una mezclilla de olores, colorido y detalles
propios de la Tauromaquia" y notando que todo el grupo le
escuchaba con atención sin perderse ni uno solo de sus
gestos, quiso aparentar que no era cuestión de
sentimientos solamente, por lo que dirigiéndose al doctor,
afirmaba: César, lo que pasa es que el tiempo antes que
volvernos viejos, nos va volviendo sabios y la sapiencia, si
tú observas con atención, notarás que,
siempre termina por acercarse a la vida y alejarse de la muerte,
en cualquiera de sus formas, ¡Así de simple mi
querido amigo!

Matilde invitó al médico veterinario, a
que los acompañe al almuerzo, lo que él
aceptó gustoso elogiando la sazón de sus platos, y
ella con su personalidad encantadora, le respondía que:
"No hay duda que sois el mejor y más guapo de los
veterinarios Majo". Ella gustaba de explicar cuales son los
trucos que deben aplicarse, para que los platillos queden "pa
chuparse los dedos", mientras que su marido relacionaba todo con
la historia y así pues, vino el complemento cultural de
Don José, cuando nos explicaba que leyendo a
investigadores y estudiosos aprendió que gracias a
América, llegó a conocerse la existencia de la
papa, que se constituyó en su época en la
salvación de Europa hambrienta, y otras tantas especies
alimenticias como: los más de veinte tipos de maíz
que se cultivaba antes de la conquista, el camote, las calabazas,
los frijoles, la mandioca, el cacahuete o maní, las
piñas, el chocolate, el aguacate, los tomates, el chile,
la papayas, las fresas, las moras, etc. que son tantas y tienen
tanto tiempo de aclimatadas en Europa y otras partes del planeta,
que el hombre se ha olvidado que su origen estuvo aquí en
América.

Tanto el almuerzo como la sobremesa eran manjares para
el paladar y el cerebro, pero nuestro enriquecimiento cultural
fue cerrado con broche de oro, con su narrativa sobre la
tauromaquia. Aquellas mañana y tarde de uno de los
primeros días del mes de los muertos, aprendí
más que en años de conversar con aficionados,
ganaderos, entendidos y hasta matadores. A César ya no le
importaba tanto el hacerse tarde a una visita profesional que
debía cumplir y todos atentos escuchábamos al
abuelo con su voz grave y serena, a la que daba la
entonación adecuada y las deflexiones necesarias,
transformando la historia en el mejor cuento. Conseguía
que el tiempo no se sienta en su tránsito, y sorbiendo
poco a poco ese delicioso café pasado de"Chuspa" fuimos
transportados hacia los siglos XIII Y XIV, en los inicios
registrados del arte del toreo, con sus orígenes a caballo
y practicado por los nobles, actividad que siendo del gusto de
unos monarcas y del disgusto de otros, fue transformándose
con las circunstancias de las diferentes épocas, para que
lleguemos a tener el arte maravilloso de la actualidad, refinado,
clásico, lleno de elegancia y temple. Sonaron a mis
oídos nombres que en el mundo taurino, han tenido
importancia sin par, como el "licenciado de Falces" por ejemplo.
Conocí a los valientes maestros considerados padres del
arte del toreo a pie: Joaquín Rodríguez de
"Costillares" el famoso José Delgado Guerra PEPE HILLO y
el célebre Pedro Romero, quien –aseguraba- Don
José estoqueó más de cinco mil toros sin
haber sido corneado ni una sola vez.

César, agradeció por todas las deferencias
de las que había sido objeto y se despidió,
mientras los chavales iban por Miguel, uno de los ayudantes
más queridos por el abuelo, para su práctica de
toreo en el tentadero. Miguel, hacía de profesor de estos
jóvenes, tanto de capa como con la muleta, era
también un novillero con estilo y conocimiento de la
historia taurina contemporánea.

El abuelo no se perdía una de "las novilladas de
los chavales", a pesar de que era en cierta forma muy exigente
con ellos, pues siempre era muy breve en el juicio crítico
a favor de lo que hicieron bien y por el contrario, se
extendía hasta casi la hora del café en la noche,
con su reprimenda de lo que a su parecer no hicieron bien con los
toretes, reprimenda en la que el mensaje central era que no
transmitían emoción, que no se estaban comunicando
con los toros, que deben respetarlos, pero no temerles, porque de
lo contrario, podrán decir que lo que hacen con el capote
en sus manos son solo movimientos que no pueden ser llamados
lances, podrán decir que cargan la muleta y la pasan por
el rostro y el astado de estos bravos animales, pero que eso
jamás se llamará torear.

Miguel le había comentado varias veces a Don
José, que veía madera de matadores en los
muchachos, Manuel era más arrojado, y quería
dominar las maniobras más arriesgadas con el capote y la
muleta, soñaba con volverse un maestro en la
ejecución de chicuelinas, porta gayolas y faroles, y con
la muleta practicaba los pases de pecho y los naturales forzados,
mientras que Palomo, buscaba ser más técnico y
parecía tomar con mucha seriedad cada evolución,
cada paso, cada movimiento, queriendo que su verónicas
sean impecables, diciendo que el toreo es primero arte serio con
una dosis de espectáculo. Ambos admiraban la trayectoria
de Manuel Benitez "El Cordobés" al que veían una y
otra vez en las películas de 8 mm de su abuelo,
coincidían en decir que este maestro reunía todas
las virtudes de un gran matador, valiente, técnico, y a
veces temerario, enseñando que un torero y un toro de
casta, protagonizan una lidia inolvidable.

Días más tarde la prensa colombiana,
elogiaba la ganadería de "Quinchibana", destacando que
hicieron honor a sus nombres, puesto que fueron Colosos sobre la
arena y que brindaron la más clara muestra de los toros
bravos, valientes, nobles. La plaza había pedido se
indulte a uno de ellos, pero el presidente y los tribunos, no lo
consideraron de esa manera

Don José desde que miró los cortos en la
televisión, renegaba y junto a Miguel condenaba la
decisión de la presidencia de la plaza, afirmando: " que
si un toro se gana el derecho a la vida, mostrando que acepta el
reto de la muerte desde el primer momento que pisa la arena, hay
que ser un "burro" para no percibirlo y darse cuenta, privando a
futuro que ese noble animal, deje su herencia en los hatos de
lidia, esos saben de toros lo que yo de astronomía,
¡joder!" , Matilde con amor, decía: Ya Pepe, que no
ganáis nada más que martirizaros hombre, eso no le
hace nada bien a tu corazón, que ya no está –
tú me lo has dicho- pa soportar más cagadas! Venga
mijo, tomate ese chocolate bien caliente y no se hable más
del asunto. Los chavales por su parte habían puteado
más de cien veces, antes que con conocimiento, con
pasión.

TERCERA PARTE

El
incidente

El viento inusualmente fuerte levantaba algo de polvo y
hacia volar la muleta, por lo que a su tiempo Manuel y Palomo,
debieron mojarla para realizar su novillada que por esta
ocasión la realizaron en la mañana, ya que por la
tarde, realizarían el chequeo de los
"Bizarros".

A la hora del almuerzo, departían alegremente en
aquella mesa llena,- como gustaba tanto a Matilde y José-,
sus alegres nietos conjuntamente con Miguel, Juana, César
y los dos delegados que disfrutaban de la exquisitez de la
sazón de la ama de casa y anfitriona, la misma que no les
permitiría retirarse sin tomar su café pasado de
"Chuspa".

Camino del toril, los delegados comentaban sobre el
éxito de la Feria de Cali, en la que amén del
cartel que presentaron, los críticos taurinos exhortaron
la calidad del ganado de lidia de "Quinchibana", a lo que Don
José contestó animadamente que sus toros
tenían algo diferente, especial, que ni el mismo
podía definir con certeza que era.

Cuando se aprestaban a sacar el tercer bicho del toril,
el viento se llevó el sombrero de Palomo, el cual
intentó agarrarlo en el aire, perdió el equilibrio,
Manuel trató de sujetarlo, pero desafortunadamente ambos
cayeron dentro del toril, Fueron segundos horribles y luego de
ese griterío, se veía la mueca de dolor en el
rostro de Palomo, que se había fracturado un brazo. El
primero en reaccionar fue Miguel, que sacándose
rápidamente su poncho, empezó a llamar la
atención de los inmensos toros que habían comenzado
a golpear sus patas contra el suelo, mirando a los muchachos que
estaban realmente asustados; De pronto, cuando la embestida de
estos colosales parientes de los uros, parecía venir, el
abuelo hablaba: Miradles a los ojos, tenéis que estar
serenos, miradles a los ojos! Luego de eso comenzó a hacer
chasquidos con su boca llamando la atención de los toros,
que de manera sorprendente, se dirigieron hacia la parte del muro
en la que estaba el anciano, todos menos uno color marrón,
"que se aproximó hasta los chavales que habían
logrado llegar junto a la salida y se quedaron inmóviles,
frente a este ejemplar de los "Bizarros" que prácticamente
tocó con sus narices a ambos y alzó su enorme
cabeza, para verles a los ojos, y quedarse allí parado
resoplando, mientras los muchachos eran ayudados a salir,
apoyándose en los palos atravesados que hacían de
puerta.

Don José movía su mano izquierda
haciéndoles señas de que vayan alejándose,
mientras que el no paraba de hacer aquel sonido con su boca, en
tanto que no les quitaba la mirada de
encima……..definitivamente se estaban comunicando.

Ya en la clínica, quienes escucharon lo
acontecido, no lo podían creer, menos aún cuando
todos sabían de la fama de los toros bravos de
Quinchibana, Don José repitió más de una
vez: "Mis toros han reconocido a los muchachos y los han aceptado
como suyos, perdonándoles la vida, hoy -como nunca antes-
tuve la certeza absoluta de que nos estábamos comunicando,
sin que hagan falta las palabras, creo que sintieron mi terror al
ver a mis muchachos allí, no lo sé, pero es lo que
he sentido desde aquel instante".

Al retorno a casa todos acordaron decirle a Matilde la
verdad, exceptuando el que la caída fue dentro del toril,
a lo que pícaramente Don José dijo que ese detalle
lo obviaban, porque a Matilde no le gustaban los toros

Al día siguiente, temprano en el ordeño,
Don José "se confesaba" con su fiel amigo e inmejorable
ayudante -Miguel- que no quería entregar este encierro
para la Feria de Quito, porque estaba consciente que las
circunstancias dadas, crearon lazos afectivos de carácter
imperecedero, y que incluso a él le costaba creer lo que
vio, cuando Bizarro II se acercó a tocarlos. Con su voz
entrecortada, decía que jamás ha roto su palabra y
ahora no podía hacerlo, por lo que de todas maneras
entregaría el encierro. Los días restantes a la
fecha de la corrida, Don José estaba taciturno y ausente,
con largas horas sentado en el muro del toril, donde se produjo
el incidente, para retornar luego a casa, ante el llamado
insistente de su mujer, que no terminaba de entender la actitud
de su esposo, al que achacaba de estar poniéndose
temático y senil.

CUARTA PARTE

La
corrida

El ambiente propio de la fiesta taurina contrastaba con
el rostro serio de Don José, cuya expresión era de
sufrimiento antes que de gozo, los muchachos estaban nerviosos y
se hablaban al oído, como guardando un secreto. El diestro
español Eduardo Gómez "El Nale" hizo delirar a la
plaza con el primer toro "Bizarro III" su recibida al salir de
chiqueros con la ejecución de una porta gayola de infarto,
fue el inicio de una faena inolvidable, que estuvo cuajada de
encanto desde el inicio, cuando el diestro dedicó su
actuar con frases profundas aunque no necesariamente en rima,
recordando esta antigua costumbre, su dedicatoria fue así:
" A vos señor presidente, que representáis a esta
gente y esta tierra, que con razón llaman La cara de Dios.
Vengo allende el mar para lidiar por vez primera estos toros de
Quito, cuya afamada estirpe tiene un toque de magia, que
conjugaré con mis lances, pases y miedos para transformar
mi oficio en arte".

Durante la suerte de varas, el público
pedía que no haya más castigo, porque
definitivamente, el morlaco arremetía una y otra vez con
la misma, si no con más fuerza. "El Nale" era un valiente
y la suerte de banderillas fue tan espeluznante como
técnica, este doctor de la tauromaquia, pronto
comprendió que su oponente tenía casta y más
de una vez, al voltearse para la ovación del coso, con su
diestra señalaba al toro. El segundo toro le
correspondió al legendario Alberto Isa "El Moro" que en su
dedicatoria pidió permiso al presidente para ofrecer la
lidia al dueño de tan brava ganadería, lo que
gustó sobremanera al exigente público de Quito. Don
José muy ceremonioso respondió: "El linaje de los
toros de Quinchibana, solo estará a la altura de valientes
como vosotros, recordad señor que, ellos harán lo
que vos les conduzcáis a hacer". "El Moro" era tal vez el
mejor exponente de la técnica, su estilo definido y puro
sacaba el máximo provecho de estos bravos toros,
enfrentaba a Bizarro V y al tomar las banderillas entregando el
capote decía a su subalterno más veterano:" Estos
toros son acojonantes macho" ¡venga dame las banderillas
que voy a hacer algo que siempre quise! y caminando hacia el
centro de la plaza, hizo algo que hasta entonces no había
visto, puesto que con los palos en la mano izquierda elevada,
señalaba con su diestra abierta al hermoso ejemplar negro
de Quinchibana, explicando que esto se podía hacer con
toros de esa clase, camino hacia él, dio media vuelta y lo
animaba a embestir estando de espaldas, la plaza enmudeció
y perplejos observamos como el toro fue hacia él, que se
movía más hacia su lado izquierdo, bajando su
brazo, casi hasta la altura de la cintura, cuando el morlaco
estaba tal vez a un metro, haciendo una finta pronunciada hacia
el flanco izquierdo, de pronto, dio media vuelta, mientras el
inmenso animal seguía en su curso anterior embistiendo a
un bulto que ya no estaba allí, en tanto que él
colocaba las banderillas con una elegancia y tranquilidad
pasmosas. La plaza estalló de pronto. "El Moro" más
animado aún, tomó el segundo par de banderillas y
dio una lección de cómo se las coloca al
sesgo
, para terminar colocando el último par de
dentro hacia fuera
, siendo excepcional. Bizarro V
murió como los de su casta, recibiendo, con un
estoque hundido, que no permitía ver más que la
cruz fuera, caminó detrás del capote, queriendo
embestir. Don José había sacado su pañuelo
más de una vez, pero no secaba el sudor de su frente, si
no que muy disimuladamente se levantaba los espejuelos y secaba
sus ojos.

"Bizarro III" estaba ya en la arena, negro azabache como
su hermano, levantaba elegante la cabeza, buscando el objetivo a
embestir, y el valiente torero que tomaba la alternativa ese
día, – Paco Espejo- abrazaba emocionado a su padrino "El
Nale". El novel matador en realidad tuvo una excelente faena,
terminando con su traje totalmente ensangrentado por el roce que
tuvo con su oponente, por lo que al terminar la lidia, en su
rostro se dibujó una sonrisa de satisfacción
plena.

"El Nale" estaba otra vez en la arena y cuando "Bizarro
II" salió de chiqueros, otra vez lo esperó de
rodillas, haciendo su segunda porta gayola, e iniciando la mejor
faena de toros en los últimos veinte años, puesto
que reunió todo lo que la Tauromaquia exige por parte del
torero: valor, técnica, ganas y ese ingenio necesario para
actuar de acuerdo a la bravura del toro, mientras que el animal
ofreció: casta, nobleza y algo más que no sé
precisar entre inteligencia y magia. Al terminar el segundo
tercio, el público tenía un pañuelo blanco
en sus manos y se produjo algo inesperado, luego de los primeros
pases con la muleta, mientras la plaza gritaba: " torero,
torero", dos jóvenes saltaron a la plaza, uno de ellos
tenía un brazo enyesado, corrieron raudos hasta muy cerca
del toro, mientras el matador les hacía señas de
que se alejen, ellos llamaron por el nombre al toro y éste
volteó a verlos, levantó la mirada y caminó
sin prisa hasta donde estaban; para entonces llegaron los
ayudantes y monosabios que llamaban al toro con el capote por lo
que el hermoso bicho marrón acudió a embestirlos.
Manuel alcanzó a llegar hasta el matador y le rogó
que le perdone la vida a "Bizarro II" porque ese animal les
había salvado a ellos. El matador abrazándolo y
llevándolo hacia barrera, le dijo: "No os
preocupéis, que este toro de seguir así, se
salvará el mismo" ¿Vale? Y animándolo, lo
abrazó, mientras pedía a los miembros encargados de
la seguridad, que lo conduzcan a su asiento. Don José
estuvo a recibirlos y visiblemente emocionado, -antes que
recriminarlos- decía que entiende lo que sienten, pero que
fue muy peligroso lo que hicieron, luego, caminó hasta la
presidencia y habló lo siguiente: "Señor
presidente, vos habéis visto que mis toros, han cumplido
con su parte, seguro estoy que vos cumpliréis con la
vuestra". Luego dijo a Miguel y César que temía no
soportar ver el resto de la faena y que si se obra con justicia,
él estará en el chiquero, esperando el retorno de
su toro.

Adentro de la plaza, había casi un delirio total,
se escuchaba:" ole, ole", una y otra vez seguido del grito:
"torero, torero", finalmente luego de minutos que se hicieron
eternos para José, sonaron clarines, anunciando el indulto
del precioso torro marrón, al que le regalaban el
perdón de la vida. El toro, se dirigió hacia el
sector de contrabarrera, en donde se encontraban los suyos, los
miró, resopló y se retiró con su trote
alegre. Al entrar a chiqueros, escuchó un chasquido, fue
hasta allí, levantó la cabeza y empezó a
cruzar la mirada con José, que lloraba. El toro se
acercó aún más como buscando que el anciano
lo toque, mientras las lágrimas no dejaban de caer sobre
el lomo de su querido "Bizarro II". Allí en el toril de la
plaza de "la cara de Dios" quedaron en la arena, la sangre de un
toro bravo y las lágrimas de un hombre valiente y
sabio.

FIN

 

 

Autor:

Lenin Sànchez
Miño

 

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