Viktor Frankl y la fragilidad del
sentido de la vida. (La desnudez de la existencia)
"Vivimos tratando de controlar las
cosas que nos suceden".
(Del Film: Flight, de Robert
Zameckis).
Anhelamos que la vida tenga sentido, sin embargo, no
podemos poner a prueba la vida, someterla a nuestras
expectativas, colocarla en el banquillo de los reclamos.
Carecemos de esa omnipotencia. La vida seguirá ocurriendo
a pesar de nuestros anhelos, esquemas y proyectos.
La existencia es bifrontal, como el dios Jano. En la
misma estructura de la existencia hay espacio para el absurdo y
para el misterio; ambos son inefables e incomunicables, pero el
uno no se da sin la alternativa del otro.
El Absurdo y el misterio cohabitan en la existencia como
dos cosmovisiones enemistadas. El absurdo, como un laberinto. El
misterio como un poema de amor al ser. El primero provoca una
profunda descalificación existencial; el segundo, el
misterio, simplemente asiste la existencia y la protege. Desde la
razón, el absurdo está vacío de
posibilidades; desde la intuición, el misterio es una
experiencia contra el exceso de control de la vida; o una ruta
que invita al hallazgo de uno mismo en medio de la desnudez de la
existencia. En consecuencia, cuanto más se experimenta el
misterio de la vida, más insustancial aparece el
absurdo.
Una vida de bienestar y abundancia, puede volverse
insignificante y de una situación desesperada puede brotar
un profundo apego por la vida. El absurdo genera inquietud y
ésta puede ser un shock vigoroso para espolear la
transformación. Nada extraño pues que, por
paradójico e irrazonable, del absurdo pueda desprenderse
el misterio de la existencia, sacramento que trasciende la
problemática del sentido.
Durante su cautiverio, Frankl experimentó la
fragilidad del sentido de la vida. Incluso en tres ocasiones a lo
largo de su vida, una antes de su reclusión, en la
década de los 30" y dos despues de su liberación,
conoció la demolición de todos los sentidos de la
vida a que podía agarrarse y se derrumbó
mentalmente. Sus amigos llegaron a temer que Frankl pensara
seriamente al suicidio. No es pues extraño que quien
vivió brutalmente el vacío de sentido, se ocupara a
lo largo de 70 años del vacío
existencial.
La vida no puede complacernos, pero nosotros, en cambio,
podemos frustrarla en nosotros mismos. Frankl evitó que se
cumpliera en él el absurdo, el fracaso de su vida, y en
los momentos de mayor desolación, respondió "si a
la vida". Pero en primera instancia, debido a su total desnudez
de sentido en el campo de concentración, el sí no
iba dirigido al sentido de la vida, sino a la gran
preocupación de la existencia: la de "permanecer,
en frases suyas, con vida a cualquier precio". De esta
forma, de la situación absurda del campo de
concentración emergió el sentido supremo de la
existencia: el de sobrevivir "sea como sea", como el mismo Frankl
exhortó a su esposa Tilly, a su ingreso al
confinamiento.
Es cierto que la falta de sentido puede ser necesaria para
rendirnos a la ternura. Para vincularnos a la realidad que es
purificadora de nuestros esquemas perfeccionistas. Para
sensibilizarnos a los otros. Pero, sobre todo, la falta de
sentido puede ser necesaria para inducirnos a la gran
preocupacón de la existencia que es la de
sobrevivir.
Frankl se percató que la "existencia desnuda"
tiene forma de cubrirse. Ahora bien, ¿con qué
atuendo se puede cubrir una existencia totalmente desnuda?
Podemos anticipar que el sentido de
la vida no tuvo mucho
que ver con su salida
incólume del lager.
Frankl necesitó valerse de otro
abrigo.
Antes de hablar de ese abrigo, despejemos la
relación existencia–ser. La existencia
es un atributo del existir. El existir es anónimo y sale
de su anonimato a través de la existencia. El ser es la
interioridad de la existencia. De aquí que el ser
no ofrezca ninguna prueba porque en la misma existencia alcanza
su lugar más recóndito y su validez.
A esto se debe, con relación al tipo de desnudez
que estamos tratando, que el único atuendo que nos abriga
completamente cuando las circunstancias de la vida dejan la
existencia al desnudo es el sentido de ser.
La preocupación de la existencia es existir y cuando
Frankl no encontró sentido en la existencia, cuando
palpó el absurdo, se "aferro incondicionalmente",
según su propia expresión, al existir.
¿Qué puede significar "aferrarse
incondicionalmente" a la vida, sino tener un brutal y despiadado
deseo de sobrevivir a las absurdas condiciones del
encierro nazi?
Fue entonces cuando Frankl transformó el absurdo en
misterio. La falta de sentido en sentido de ser. Y en un momento
en que no tenía ni obligaciones, ni decisiones que tomar,
desprovisto de todo sentido, ya al filo de la navaja, Frankl
experimentó una profunda sensación de vivir "a
pesar de todo". O sea, a pesar del absurdo. Sobrevivir fue
el reto principal de Frankl en el campo de concentración.
La responsabilidad ante este reto fue su lección. Y aunque
su legado posterior sería la logoterapia, en el campo de
concentración nos dejó una lección de
ontoterapia, de apego incondicional al ser.
El sentido de la vida
tiene una función vital en
la existencia del hombre. Sería
perjudicial desestimar su peso en la vida,
pero en situaciones absurdas, la demanda es otra.
Lo que urge resaltar en estas reflexiones es que la
sobrevivencia en situaciones extremas no
está directamente enlazada a la
búsqueda de sentido, sino a la
esperanza de sobrevivir, que es el
elemento primordial de lo que
denominamos el sentido de ser. La
voluntad de vivir, a la cual apeló Frankl durante
su encierro, prevaleció sobre la voluntad de
sentido. Queremos decir que en tales circunstancias, la
voluntad de sentido debe mudarse en voluntad de
vivir y la logoterapia, tornarse en ontoterapia, o sea,
centrarse y aferrarse al hecho de existir.
Ahora bien, la expresiones "sobrevivir" y "voluntad de
vivir" están a la vista en el segundo libro de Frankl,
El hombre en busca de sentido. Pero al subrayar en su
teoría lo que en el encierro no pudo aplicarse, el
concepto de existencia tomó vuelo y se colocó como
valor supremo y el "coraje de ser" quedó arrinconado en
segundo plano.
Frankl argumenta a favor del sentido
de la existencia, pero, no enfatiza sobre el ser, el
fundamento mismo del sentido de la existencia. Se
ocupa primordialmente del logos,
pero no del ontos. Sin embargo,
cuando una construcción corre el peligro de hundirse
no es lo mismo consolidar su fundamento que
asegurar las paredes o el techo del
edificio.
¿Qué quedo entonces patente a Viktor Frankl? Que
en situaciones extremas todo queda supeditado a la posibilidad de
sobrevivir. Que ser y conservar el ser es el sentido más
profundo de la vida porque existir es una experiencia
máxima de seguridad cuando non hay ninguna red para frenar
la caída y ya nada tiene importancia. Sobrevivir
está más allá de las condiciones de vida que
nos toca vivir.
Ser es la esperanza de seguir siendo. Y gracias a esta
esperanza, por el mismo hecho de ser, cada mañana es
especial y cada aliento es milagroso aún, y con mayor
razón, en un campo de concentración.
El sentido de ser abriga la perentoriedad del
sentido existencial. Da perspectiva: desde el sentido de
ser todo asume un carácter si no propiamente de
sentido específico, ciertamente de misterio, que a
diferencia del absurdo, ofrece posibilidades de
sobrevivencia.
Abodemos ahora el sentido de la vida que fue lo
que mayormente hizo Frankl a raíz de su liberación
y ocupemonos de los pro y los contra de la búsqueda del
sentido; de los beneficios y de los riesgos a causa de la
fragilidad de los sentidos que proporcionamos a nuestra vida
cotidiana.
El riesgo no es que debido a su fragilidad y
perentoriedad, los "sentidos", terminen convirtiéndose en
castillos de naipes, en nuevos baches de sinsentido. Un bache
puede rellenarse y un castillo de naipes, rehacerse. El peligro
que avizoramos es otro y mayor.
El sentido es un propósito formal (es
decir, tiene un carácter intencional) que asume en la vida
diaria un caracter operacional en la realización
de valores. Pero mucho pensar acerca del sentido de la vida puede
ser un desperdicio de tiempo. De hecho, hay un inconveniente:
pensar acerca del sinsentido puede desalentarnos y generar una
disconformidad ante la vida porque no es como
debería ser. Buscar algo es tomar conciencia de
su carencia y la mente tiende a amplificar aquello sobre lo cual
se fija. La fijación en la ausencia de sentido puede
provocar un sentimiento de desolación o, en contraste,
causar una obsesión por controlar la vida a través
de la búsqueda de sentido.
El funcionalismo que acarrea esa especie de
psicologismo difuso en nuestra época intenta reducir las
circunstancias de la vida a fines determinados, a fines que a la
fuerza tengan sentido. El riesgo es de caer en un juego de poder
con la realidad y querer eliminar sus contradicciones,
incoherencias y absurdos. De aquí que incluso la busca de
algo tan esencial como el sentido pueda esconder sus propias
trampas, por no decir, sus propias minas.
No digo que sea imposible encontrar un sentido
escondido fuera, ahí donde la vida nos torea y
descabella la existencia. Digo solamente que hay mejores razones
para "realizarlo" que para buscarlo.
Además, en las circunstancias críticas que
planteamos, la búsqueda de sentido puede llevar a
desatender la dimensión de ser que es la que aporta una
razón, un motivo, un propósito, un cometido, a la
existencia en el mismo acto de estar siendo.
La búsqueda de sentido desorienta si lo que se busca en
realidad es un espacio de salvación: si lo que se pretende
es ahuyentar la duda, la incertidumbre, el riesgo, la
contingencia. Pero ahuyentar la duda y la incertidumbre es
terminar ahuyentando la vida que es enteramente contingente. Es
volver la vida determinable. Es intentar reducir la perentoriedad
de la existencia.
La inseguridad es congénita al ser humano. Y debido a
su fragilidad, el valor central no es aportado por el sentido,
sino por el vivir mismo que es una "razón suficiente" para
significar la vida. El sentido de la vida tiene su lugar
sólo por añadidura. De lo contrario se genera un
supermercado de sentidos. La saturación de senderos puede
llevarnos a perder el camino.
Pretender vivir en eterna bonanza y satisfacción choca
con la realidad misma de vivir y produce abatimiento. Se pretende
que el sentido de la vida ofrezca tranquilidad, éxito
personal, familiar, profesional, relacional y sexual, pero "el
funcionamiento de la vida no es controlable. Hay cables
sueltos y así quedan al final de la vida: sueltos.
Los contenidos que doy a mi vida, los propósitos
y metas que construyo no aseguran que los cables queden
sujetos. La desnudez de la existencia es
permanente"[1].
Convertir la vida diaria en necesidad de sentido y el sentido
en una especie de certeza, en subsidio obligado para vivir, es
una conexión ideal, y por lo mismo, quimérica. La
falta de sentido no es un desorden, sino un aliciente, un desafio
a levantarnos, tomar nuestra camilla y andar. De aquí que
del sinsentido de la existencia desnuda despunte la necesidad de
buscar abrigo. En el fondo, la falta de sentido demanda un
momento de apertura, un insight a la propia realidad
incompleta que somos y nos fuerza a un chequeo de la
impermanente y defectuosa realidad de la vida.
Además, otro riesgo: El sentido es una herramienta para
vivir, no un fin en sí mismo. Si se busca el sentido como
fin puede no estarse acercando a él, sino
alejándose de él y avecinándose al
sinsentido. La búsqueda del sueño nos aleja del
sueño. El sentido debe permancer como un medio
para algo, como lo es el camino con relación a la meta. El
sentido acontece en la entrega, no en el sentido de la
entrega; en la dedicación, no en el sentido de la
dedicación; acontece en la apertura, no en el
sentido de la apertura y sobre todo, acontece en la
aceptación, no en el sentido de la
aceptación. Resulta pues esteril preguntarse
qué sentido tiene entregarse, dedicarse, abrirse o aceptar
algo. Cada propósito o acción intencional trae
"bajo el brazo" su propio sentido.
También la búsqueda de bienes materiales puede
derribar la posibilidad de encontrar sentido. La ambición
de querer conseguirlo todo no es un abrigo, sino un taparrabos
que no cubre la entera desnudez de la existencia. El esfuerzo de
"colmar el granero" es contrario a las parábolas del
Evangelio, que en el "vaciamiento" ubican no sólo el
sentido de la vida, sino el Reino de los Cielos. El sentido
último, diríamos, parafraseando a Frankl.
El sentido no es un a priori de las circunstancias,
no está implicado en las circunstancias, sino que que es
un a posteriori a las circuntancias y de esta manera
damos resonancia, importancia, trascendencia a las
circunstancias. El sentido surge de nuestra mente. Aquí
acontece la "busqueda" de sentido y los planes de su
"construcción". Todo es interpretación y todo es
proyección de nuestras interpretaciones. Todo responde a
nuestros intereses existenciales. La realmente la realidad es
indiferente a nuestras interpretaciones. Nuestro sistema mental
es predicativo, o sea, a toda circunstancia necesitamos
atribuirle un predicado. Sin embargo, los hechos en sí no
remiten a significados. Simplemente documentan el estado del
camino por el cual transitamos. Los hechos nos colocan ante la
disyuntiva de aceptarlos o desconocerlos. La inteligibilidad de
una circunstancia y la manera de valorarla está en nuestra
manera de leer según el modelo explicativo de cada uno.
Así volvemos la circunstancia más digerible.
Significar no es pues imaginar una circunstancia distinta,
sino tomar la circunstancia tal cual es y trabajarla hasta
transformarla. Pero la transformación no es hacia "algo
mejor", sino hacia llegar a ser lo que somos. Transformarnos es
aceptar lo que somos. La transformación es pues un proceso
de aceptación de nuestra realidad falible y en esa medida
la revaloramos.
El ser humano es un artista en potencia del sentido. Y a este
propósito, la compasión y la aceptación son
requisitos para que el ser humano desarrolle este potencial. No
es el sentido que configura la realidad, sino que es el hombre
quien a través del sentido se configura a sí mismo.
Se dispone a su propia realidad. A esto se debe que el sentido
nos modifique interiormente a nosotros, no a las circunstancias.
El sentido se produce en nosotros, no en lo que acontece fuera de
nosotros. El sentido no es pues una propiedad intrínseca a
las circunstancias, sino al que lo produce en relación con
sus circunstancias.
El sentido nos ayuda a acomodar las circunstancias en el
recorrido de nuestra vida. Logra que algo que sucedió sin
ninguna implicación, se mude en algo que se dio porque
era necesario para convertirnos a nuestra
condición falible, precaria y defectuosa.
El sentido requiere de una fuerte intelectualización
hermanada con la intuición. Se selecciona un aspecto de la
realidad humana y se la dota de sentido, pero esta "actividad"
puede generar una forma de adicción a la
manipulación y caer en el juego de querer eliminar las
cualidades propias de las circunstancias que son el azar, la
imprevisibilidad y sus ineludibles defectos.
Los hechos, en efecto, llegan a ser significativos a
posteriori esto es, a partir de la interpretación. Y
en la interpretación de los hechos, la razón y la
intuición, asumen el papel de significar el valor que hay
que construir. No descubrimos el sentido, pero le damos sentido
(cometido, propósito, objetivo, finalidad,
razón…) a la actividad humana. Creamos el sentido en
base a nuestros valores que son recursos humanos de orden moral y
anímico.
El sistema mental tenderá a significar, desde uno
de los dos procesadores de la realidad, la razón y la
intuición, auténticos productores de sentido,
supliendo con valores donde simplemente hay un hecho, una
circunstancia, una situación o una relación que nos
altera. El sentido es elaborado desde el subsuelo de nuestras
íntimas necesidades existenciales a fin de cimentar o
arraigar nuestra propia vida en relación a una
circunstancia que nos refresca la defectuosidad de la
vida.
El sentido de la vida amplifica nuestra experiencia pero, si
lo que pretendemos con el sentido es controlar el caos, ordenarlo
y sujetarlo a nuestra voluntad, restamos sentido a la existencia
que precisamente nos llega en cada circunstancia sin estructura
alguna, como "vino nuevo" que se descompone y corrompe en cueros
viejos. Precisamente, a partir de esta permanente novedad de la
vida, lo que era inamovible, se desplazará; lo seguro, se
volverá incierto; las certezas, serán
incertidumbres; lo que considerábamos firme estará
a punto de caerse; el amor que ayer nos llenaba es posible que
nos falte hoy; lo planchado se arrugara y en poco tiempo los
viejos caminos perderán sus rumbos porque los nuevos se
están manifestando. Durante el recorrido no tenemos salvo
conducto. Esta es la condición humana: No saber que nos
depara el mañana. De aquí que existir y sobrevivir
es todo un triunfo.
Por consiguiente, la búsqueda de sentido no se propone
volver la existencia mansa y manipulable, sino fluida y
arriesgada como la vida misma.
En realidad, las gangas y provechos del sentido se han perdido
en la sociedad postradicional. Del mundo ordenado religiosamente,
de la concepción tradicional de la naturaleza con sus
propias leyes como realidad inmutable, hemos pasado a un mundo
desordenado de múltiples desórdenes en el interior
de los cuales rige un cierto e inestable órden debido a la
inevitable emergencia de la diversidad en dicho seno. Desde
afuera, estos mundos se perciben como unidades caóticas,
pero probablemente para quien se coloca dentro de cada sistema,
son unidades que presentan un cierto orden en torno a sus propios
ejes o respectivas referencias.
Para contruir el sentido en esta situación propia de la
posmodernidad, se requiere de una fuerte sensibilidad para la
emergencia de la diversidad. Lo que estuvo en el closet
en todos los órdenes, se ha salido irreversiblemente a las
calles. La historia de las personas está en los quioscos
de las calles. Lo que se ocultaba bajo la cama, ahora se anuncia
desde los nuevos tejados o networks sociales.
El hecho de no tener sentido o de vivir con la
sensación de "vaciamiento de sentido" no desautoriza el
hecho de vivir. En cambio, relegar, no advertir, no reparar en el
hecho de vivir, veda profundamente la posibilidad de darle
sentido a la vida.
Sin embargo, el sentido está siempre topando con
nosotros en cada momento. Me refiero al sentido de ser,
al cual se aferró "incondicionalmente" Frankl durante su
reclusión, el sentido de estar siendo en acto, en este
momento y en los instantes en que el hecho de ser me sigue siendo
"gracioso", esto es, recibido gratis, pero no como algo meramente
gratuito, sino como gracia que me alcanza sin mérito
propio.
Veneramos el sentido como si fuera un hecho, cuando el sentido
es una metáfora del hecho. El sentido de la vida
está fundado sobre intuiciones y razones, no sobre hechos.
Sobre hechos sólo esta fundado el sentido de
ser.
Sin embargo, es justo hacer la lucha porque en la vida del ser
humano la falta de sentido no es una variable, sino una constante
que está siempre al acecho para demoler nuestras
satisfacciónes.
Através del proceso de significación,
reiventamos las circunstancias. Abrimos paso a una nueva
realidad. Colocamos vino nuevo donde la copa de la vida se
había vaciado. El ser humano se configura a sí
mismo a través del sentido. Lamentablemente, mucha gente
se encuentra alienada respecto al proceso de
significación. Son espectadores que no están
disponibles a transformarse a través de las
circunstancias. Seres oprimidos por su propio temor al
cambio.
Se vale repetir que el ser humano es un artista en potencia
del sentido. De aquí que el proceso de
significación sea semejante a lo que hace el escultor con
la piedra informe o el pintor con el lienzo en blanco. Significar
es dar sentido a una circunstancia amorfa. Pero significar no es
imaginar una circunstacia distinta a la que nos atropella, sino
trabajarla, pero trabajarla, es preciso decir, hasta
humanizarnos. Porque significar es un proceso que nos modifica
interiormente. Y de nuevo sustentamos que la compasión y
la aceptación son los requisitos forzosos para que el ser
humano desarrolle el potencial de significar.
La vida no va en línea recta. Podemos extraer sentido
de las circunstancias a condición de cambiar la manera de
enfrentar las circunstancias, no las circunstancias. O mejor
dicho, a condición de que el sentido brote de la humilde y
realista aceptación de la accidentalidad de la vida.
Volvamos al origen del asunto: ¿Dónde
radica la última y la única posibilidad de abrazar
el sentido cuando la existencia se queda desnuda? En la apertura
a la "interioridad de la existencia", esto es, en la apertura al
propio ser, a lo que Frankl califica como la dimensión
"personal-espiritual" del sujeto. En su revalorización.
Pues el sentido tiene sentido como acontecimiento del
ser. En virtud de su apertura al ser, el sentido se
convierte en compromiso, en responsabilidad, pero nunca para
adueñarse de la vida, para controlarla, sino para
tutelarla porque somos parte de los que nada saben del camino y
la vida es un sistema abierto a la fragilidad.
Convenimos pues con la categórica
aseveración de Viktor Frankl: "Apelar a la voluntad de
vivir, de sobrevivir"[2]. Este recurso le da
sentido a la vida en los momentos de "hastío de la
vida".
Autor:
Dr. Ricardo Peter
[1] Ricardo Peter, La desnudez de la
existencia y el sentido que la abriga, p. 187, BUAP,
México, 2013.
[2] Frankl, V. E., Teoria y terapia de las
neurosis, p. 261, 2ª ed, Herder, Barcelona, 2001.