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Viktor Frankl y la fragilidad del sentido de la vida




Enviado por Ricardo Peter



    Viktor Frankl y la fragilidad del
    sentido de la vida. (La desnudez de la existencia)

    "Vivimos tratando de controlar las
    cosas que nos suceden".

    (Del Film: Flight, de Robert
    Zameckis).

    Anhelamos que la vida tenga sentido, sin embargo, no
    podemos poner a prueba la vida, someterla a nuestras
    expectativas, colocarla en el banquillo de los reclamos.
    Carecemos de esa omnipotencia. La vida seguirá ocurriendo
    a pesar de nuestros anhelos, esquemas y proyectos.

    La existencia es bifrontal, como el dios Jano. En la
    misma estructura de la existencia hay espacio para el absurdo y
    para el misterio; ambos son inefables e incomunicables, pero el
    uno no se da sin la alternativa del otro.

    El Absurdo y el misterio cohabitan en la existencia como
    dos cosmovisiones enemistadas. El absurdo, como un laberinto. El
    misterio como un poema de amor al ser. El primero provoca una
    profunda descalificación existencial; el segundo, el
    misterio, simplemente asiste la existencia y la protege. Desde la
    razón, el absurdo está vacío de
    posibilidades; desde la intuición, el misterio es una
    experiencia contra el exceso de control de la vida; o una ruta
    que invita al hallazgo de uno mismo en medio de la desnudez de la
    existencia. En consecuencia, cuanto más se experimenta el
    misterio de la vida, más insustancial aparece el
    absurdo.

    Una vida de bienestar y abundancia, puede volverse
    insignificante y de una situación desesperada puede brotar
    un profundo apego por la vida. El absurdo genera inquietud y
    ésta puede ser un shock vigoroso para espolear la
    transformación. Nada extraño pues que, por
    paradójico e irrazonable, del absurdo pueda desprenderse
    el misterio de la existencia, sacramento que trasciende la
    problemática del sentido.

    Durante su cautiverio, Frankl experimentó la
    fragilidad del sentido de la vida. Incluso en tres ocasiones a lo
    largo de su vida, una antes de su reclusión, en la
    década de los 30" y dos despues de su liberación,
    conoció la demolición de todos los sentidos de la
    vida a que podía agarrarse y se derrumbó
    mentalmente. Sus amigos llegaron a temer que Frankl pensara
    seriamente al suicidio. No es pues extraño que quien
    vivió brutalmente el vacío de sentido, se ocupara a
    lo largo de 70 años del vacío
    existencial.

    La vida no puede complacernos, pero nosotros, en cambio,
    podemos frustrarla en nosotros mismos. Frankl evitó que se
    cumpliera en él el absurdo, el fracaso de su vida, y en
    los momentos de mayor desolación, respondió "si a
    la vida". Pero en primera instancia, debido a su total desnudez
    de sentido en el campo de concentración, el sí no
    iba dirigido al sentido de la vida, sino a la gran
    preocupación de la existencia: la de "permanecer,
    en frases suyas, con vida a cualquier precio". De esta
    forma, de la situación absurda del campo de
    concentración emergió el sentido supremo de la
    existencia: el de sobrevivir "sea como sea", como el mismo Frankl
    exhortó a su esposa Tilly, a su ingreso al
    confinamiento.

    Es cierto que la falta de sentido puede ser necesaria para
    rendirnos a la ternura. Para vincularnos a la realidad que es
    purificadora de nuestros esquemas perfeccionistas. Para
    sensibilizarnos a los otros. Pero, sobre todo, la falta de
    sentido puede ser necesaria para inducirnos a la gran
    preocupacón de la existencia que es la de
    sobrevivir.

    Frankl se percató que la "existencia desnuda"
    tiene forma de cubrirse. Ahora bien, ¿con qué
    atuendo se puede cubrir una existencia totalmente desnuda?
    Podemos  anticipar  que  el sentido  de
     la  vida  
    no  tuvo  mucho
     que   ver  con  su  salida
    incólume  del  lager.
    Frankl necesitó  valerse  de otro
    abrigo. 

    Antes de hablar de ese abrigo, despejemos la
    relación existenciaser. La existencia
    es un atributo del existir. El existir es anónimo y sale
    de su anonimato a través de la existencia. El ser es la
    interioridad de la existencia. De aquí que el ser
    no ofrezca ninguna prueba porque en la misma existencia alcanza
    su lugar más recóndito y su validez.

    A esto se debe, con relación al tipo de desnudez
    que estamos tratando, que el único atuendo que nos abriga
    completamente cuando las circunstancias de la vida dejan la
    existencia al desnudo es el sentido de ser.

    La preocupación de la existencia es existir y cuando
    Frankl no encontró sentido en la existencia, cuando
    palpó el absurdo, se "aferro incondicionalmente",
    según su propia expresión, al existir.
    ¿Qué puede significar "aferrarse
    incondicionalmente" a la vida, sino tener un brutal y despiadado
    deseo de sobrevivir a las absurdas condiciones del
    encierro nazi?

    Fue entonces cuando Frankl transformó el absurdo en
    misterio. La falta de sentido en sentido de ser. Y en un momento
    en que no tenía ni obligaciones, ni decisiones que tomar,
    desprovisto de todo sentido, ya al filo de la navaja, Frankl
    experimentó una profunda sensación de vivir "a
    pesar de todo
    ". O sea, a pesar del absurdo. Sobrevivir fue
    el reto principal de Frankl en el campo de concentración.
    La responsabilidad ante este reto fue su lección. Y aunque
    su legado posterior sería la logoterapia, en el campo de
    concentración nos dejó una lección de
    ontoterapia, de apego incondicional al ser.

    El  sentido de la  vida
     tiene una  función  vital  en
     la  existencia del hombre. Sería
    perjudicial  desestimar su peso en la vida,
    pero en situaciones absurdas, la demanda es otra.

    Lo que urge resaltar en estas reflexiones es que la
    sobrevivencia en situaciones  extremas no
     está directamente  enlazada  a  la
    búsqueda   de   sentido,  sino a la
    esperanza de sobrevivir, que es el
    elemento primordial de lo que
    denominamos  el  sentido de ser. La
    voluntad de vivir, a la cual apeló Frankl durante
    su encierro, prevaleció sobre la voluntad de
    sentido
    . Queremos decir que en tales circunstancias, la
    voluntad de sentido debe mudarse en voluntad de
    vivir
    y la logoterapia, tornarse en ontoterapia, o sea,
    centrarse y aferrarse al hecho de existir.

    Ahora bien, la expresiones "sobrevivir" y "voluntad de
    vivir" están a la vista en el segundo libro de Frankl,
    El hombre en busca de sentido. Pero al subrayar en su
    teoría lo que en el encierro no pudo aplicarse, el
    concepto de existencia tomó vuelo y se colocó como
    valor supremo y el "coraje de ser" quedó arrinconado en
    segundo plano.

    Frankl argumenta  a  favor  del sentido
    de la existencia, pero, no enfatiza sobre el ser,  el
    fundamento   mismo del sentido de   la existencia. Se
      ocupa primordialmente  del   logos,
      pero   no   del ontos. Sin embargo,
     cuando una construcción corre el peligro de hundirse
    no  es lo mismo consolidar su fundamento que
    asegurar las paredes  o el  techo del
    edificio.

    ¿Qué quedo entonces patente a Viktor Frankl? Que
    en situaciones extremas todo queda supeditado a la posibilidad de
    sobrevivir. Que ser y conservar el ser es el sentido más
    profundo de la vida porque existir es una experiencia
    máxima de seguridad cuando non hay ninguna red para frenar
    la caída y ya nada tiene importancia. Sobrevivir
    está más allá de las condiciones de vida que
    nos toca vivir.

    Ser es la esperanza de seguir siendo. Y gracias a esta
    esperanza, por el mismo hecho de ser, cada mañana es
    especial y cada aliento es milagroso aún, y con mayor
    razón, en un campo de concentración.

    El sentido de ser abriga la perentoriedad del
    sentido existencial. Da perspectiva: desde el sentido de
    ser
    todo asume un carácter si no propiamente de
    sentido específico, ciertamente de misterio, que a
    diferencia del absurdo, ofrece posibilidades de
    sobrevivencia.

    Abodemos ahora el sentido de la vida que fue lo
    que mayormente hizo Frankl a raíz de su liberación
    y ocupemonos de los pro y los contra de la búsqueda del
    sentido; de los beneficios y de los riesgos a causa de la
    fragilidad de los sentidos que proporcionamos a nuestra vida
    cotidiana.

    El riesgo no es que debido a su fragilidad y
    perentoriedad, los "sentidos", terminen convirtiéndose en
    castillos de naipes, en nuevos baches de sinsentido. Un bache
    puede rellenarse y un castillo de naipes, rehacerse. El peligro
    que avizoramos es otro y mayor.

    El sentido es un propósito formal (es
    decir, tiene un carácter intencional) que asume en la vida
    diaria un caracter operacional en la realización
    de valores. Pero mucho pensar acerca del sentido de la vida puede
    ser un desperdicio de tiempo. De hecho, hay un inconveniente:
    pensar acerca del sinsentido puede desalentarnos y generar una
    disconformidad ante la vida porque no es como
    debería ser. Buscar algo es tomar conciencia de
    su carencia y la mente tiende a amplificar aquello sobre lo cual
    se fija. La fijación en la ausencia de sentido puede
    provocar un sentimiento de desolación o, en contraste,
    causar una obsesión por controlar la vida a través
    de la búsqueda de sentido.

    El funcionalismo que acarrea esa especie de
    psicologismo difuso en nuestra época intenta reducir las
    circunstancias de la vida a fines determinados, a fines que a la
    fuerza tengan sentido. El riesgo es de caer en un juego de poder
    con la realidad y querer eliminar sus contradicciones,
    incoherencias y absurdos. De aquí que incluso la busca de
    algo tan esencial como el sentido pueda esconder sus propias
    trampas, por no decir, sus propias minas.

    No digo que sea imposible encontrar un sentido
    escondido fuera, ahí donde la vida nos torea y
    descabella la existencia. Digo solamente que hay mejores razones
    para "realizarlo" que para buscarlo.

    Además, en las circunstancias críticas que
    planteamos, la búsqueda de sentido puede llevar a
    desatender la dimensión de ser que es la que aporta una
    razón, un motivo, un propósito, un cometido, a la
    existencia en el mismo acto de estar siendo.

    La búsqueda de sentido desorienta si lo que se busca en
    realidad es un espacio de salvación: si lo que se pretende
    es ahuyentar la duda, la incertidumbre, el riesgo, la
    contingencia. Pero ahuyentar la duda y la incertidumbre es
    terminar ahuyentando la vida que es enteramente contingente. Es
    volver la vida determinable. Es intentar reducir la perentoriedad
    de la existencia.

    La inseguridad es congénita al ser humano. Y debido a
    su fragilidad, el valor central no es aportado por el sentido,
    sino por el vivir mismo que es una "razón suficiente" para
    significar la vida. El sentido de la vida tiene su lugar
    sólo por añadidura. De lo contrario se genera un
    supermercado de sentidos. La saturación de senderos puede
    llevarnos a perder el camino.

    Pretender vivir en eterna bonanza y satisfacción choca
    con la realidad misma de vivir y produce abatimiento. Se pretende
    que el sentido de la vida ofrezca tranquilidad, éxito
    personal, familiar, profesional, relacional y sexual, pero "el
    funcionamiento de la vida no es controlable. Hay cables
    sueltos
    y así quedan al final de la vida: sueltos.
    Los contenidos que doy a mi vida, los propósitos
    y metas que construyo no aseguran que los cables queden
    sujetos. La desnudez de la existencia es
    permanente"[1].

    Convertir la vida diaria en necesidad de sentido y el sentido
    en una especie de certeza, en subsidio obligado para vivir, es
    una conexión ideal, y por lo mismo, quimérica. La
    falta de sentido no es un desorden, sino un aliciente, un desafio
    a levantarnos, tomar nuestra camilla y andar. De aquí que
    del sinsentido de la existencia desnuda despunte la necesidad de
    buscar abrigo. En el fondo, la falta de sentido demanda un
    momento de apertura, un insight a la propia realidad
    incompleta que somos y nos fuerza a un chequeo de la
    impermanente y defectuosa realidad de la vida.

    Además, otro riesgo: El sentido es una herramienta para
    vivir, no un fin en sí mismo. Si se busca el sentido como
    fin puede no estarse acercando a él, sino
    alejándose de él y avecinándose al
    sinsentido. La búsqueda del sueño nos aleja del
    sueño. El sentido debe permancer como un medio
    para algo, como lo es el camino con relación a la meta. El
    sentido acontece en la entrega, no en el sentido de la
    entrega
    ; en la dedicación, no en el sentido de la
    dedicación
    ; acontece en la apertura, no en el
    sentido de la apertura y sobre todo, acontece en la
    aceptación, no en el sentido de la
    aceptación
    . Resulta pues esteril preguntarse
    qué sentido tiene entregarse, dedicarse, abrirse o aceptar
    algo. Cada propósito o acción intencional trae
    "bajo el brazo" su propio sentido.

    También la búsqueda de bienes materiales puede
    derribar la posibilidad de encontrar sentido. La ambición
    de querer conseguirlo todo no es un abrigo, sino un taparrabos
    que no cubre la entera desnudez de la existencia. El esfuerzo de
    "colmar el granero" es contrario a las parábolas del
    Evangelio, que en el "vaciamiento" ubican no sólo el
    sentido de la vida, sino el Reino de los Cielos. El sentido
    último
    , diríamos, parafraseando a Frankl.

    El sentido no es un a priori de las circunstancias,
    no está implicado en las circunstancias, sino que que es
    un a posteriori a las circuntancias y de esta manera
    damos resonancia, importancia, trascendencia a las
    circunstancias. El sentido surge de nuestra mente. Aquí
    acontece la "busqueda" de sentido y los planes de su
    "construcción". Todo es interpretación y todo es
    proyección de nuestras interpretaciones. Todo responde a
    nuestros intereses existenciales. La realmente la realidad es
    indiferente a nuestras interpretaciones. Nuestro sistema mental
    es predicativo, o sea, a toda circunstancia necesitamos
    atribuirle un predicado. Sin embargo, los hechos en sí no
    remiten a significados. Simplemente documentan el estado del
    camino por el cual transitamos. Los hechos nos colocan ante la
    disyuntiva de aceptarlos o desconocerlos. La inteligibilidad de
    una circunstancia y la manera de valorarla está en nuestra
    manera de leer según el modelo explicativo de cada uno.
    Así volvemos la circunstancia más digerible.

    Significar no es pues imaginar una circunstancia distinta,
    sino tomar la circunstancia tal cual es y trabajarla hasta
    transformarla. Pero la transformación no es hacia "algo
    mejor", sino hacia llegar a ser lo que somos. Transformarnos es
    aceptar lo que somos. La transformación es pues un proceso
    de aceptación de nuestra realidad falible y en esa medida
    la revaloramos.

    El ser humano es un artista en potencia del sentido. Y a este
    propósito, la compasión y la aceptación son
    requisitos para que el ser humano desarrolle este potencial. No
    es el sentido que configura la realidad, sino que es el hombre
    quien a través del sentido se configura a sí mismo.
    Se dispone a su propia realidad. A esto se debe que el sentido
    nos modifique interiormente a nosotros, no a las circunstancias.
    El sentido se produce en nosotros, no en lo que acontece fuera de
    nosotros. El sentido no es pues una propiedad intrínseca a
    las circunstancias, sino al que lo produce en relación con
    sus circunstancias.

    El sentido nos ayuda a acomodar las circunstancias en el
    recorrido de nuestra vida. Logra que algo que sucedió sin
    ninguna implicación, se mude en algo que se dio porque
    era necesario para convertirnos a nuestra
    condición falible, precaria y defectuosa.

    El sentido requiere de una fuerte intelectualización
    hermanada con la intuición. Se selecciona un aspecto de la
    realidad humana y se la dota de sentido, pero esta "actividad"
    puede generar una forma de adicción a la
    manipulación y caer en el juego de querer eliminar las
    cualidades propias de las circunstancias que son el azar, la
    imprevisibilidad y sus ineludibles defectos.

    Los hechos, en efecto, llegan a ser significativos a
    posteriori
    esto es, a partir de la interpretación. Y
    en la interpretación de los hechos, la razón y la
    intuición, asumen el papel de significar el valor que hay
    que construir. No descubrimos el sentido, pero le damos sentido
    (cometido, propósito, objetivo, finalidad,
    razón…) a la actividad humana. Creamos el sentido en
    base a nuestros valores que son recursos humanos de orden moral y
    anímico.

    El sistema mental tenderá a significar, desde uno
    de los dos procesadores de la realidad, la razón y la
    intuición, auténticos productores de sentido,
    supliendo con valores donde simplemente hay un hecho, una
    circunstancia, una situación o una relación que nos
    altera. El sentido es elaborado desde el subsuelo de nuestras
    íntimas necesidades existenciales a fin de cimentar o
    arraigar nuestra propia vida en relación a una
    circunstancia que nos refresca la defectuosidad de la
    vida.

    El sentido de la vida amplifica nuestra experiencia pero, si
    lo que pretendemos con el sentido es controlar el caos, ordenarlo
    y sujetarlo a nuestra voluntad, restamos sentido a la existencia
    que precisamente nos llega en cada circunstancia sin estructura
    alguna, como "vino nuevo" que se descompone y corrompe en cueros
    viejos. Precisamente, a partir de esta permanente novedad de la
    vida, lo que era inamovible, se desplazará; lo seguro, se
    volverá incierto; las certezas, serán
    incertidumbres; lo que considerábamos firme estará
    a punto de caerse; el amor que ayer nos llenaba es posible que
    nos falte hoy; lo planchado se arrugara y en poco tiempo los
    viejos caminos perderán sus rumbos porque los nuevos se
    están manifestando. Durante el recorrido no tenemos salvo
    conducto. Esta es la condición humana: No saber que nos
    depara el mañana. De aquí que existir y sobrevivir
    es todo un triunfo.

    Por consiguiente, la búsqueda de sentido no se propone
    volver la existencia mansa y manipulable, sino fluida y
    arriesgada como la vida misma.

    En realidad, las gangas y provechos del sentido se han perdido
    en la sociedad postradicional. Del mundo ordenado religiosamente,
    de la concepción tradicional de la naturaleza con sus
    propias leyes como realidad inmutable, hemos pasado a un mundo
    desordenado de múltiples desórdenes en el interior
    de los cuales rige un cierto e inestable órden debido a la
    inevitable emergencia de la diversidad en dicho seno. Desde
    afuera, estos mundos se perciben como unidades caóticas,
    pero probablemente para quien se coloca dentro de cada sistema,
    son unidades que presentan un cierto orden en torno a sus propios
    ejes o respectivas referencias.

    Para contruir el sentido en esta situación propia de la
    posmodernidad, se requiere de una fuerte sensibilidad para la
    emergencia de la diversidad. Lo que estuvo en el closet
    en todos los órdenes, se ha salido irreversiblemente a las
    calles. La historia de las personas está en los quioscos
    de las calles. Lo que se ocultaba bajo la cama, ahora se anuncia
    desde los nuevos tejados o networks sociales.

    El hecho de no tener sentido o de vivir con la
    sensación de "vaciamiento de sentido" no desautoriza el
    hecho de vivir. En cambio, relegar, no advertir, no reparar en el
    hecho de vivir, veda profundamente la posibilidad de darle
    sentido a la vida.

    Sin embargo, el sentido está siempre topando con
    nosotros en cada momento. Me refiero al sentido de ser,
    al cual se aferró "incondicionalmente" Frankl durante su
    reclusión, el sentido de estar siendo en acto, en este
    momento y en los instantes en que el hecho de ser me sigue siendo
    "gracioso", esto es, recibido gratis, pero no como algo meramente
    gratuito, sino como gracia que me alcanza sin mérito
    propio.

    Veneramos el sentido como si fuera un hecho, cuando el sentido
    es una metáfora del hecho. El sentido de la vida
    está fundado sobre intuiciones y razones, no sobre hechos.
    Sobre hechos sólo esta fundado el sentido de
    ser
    .

    Sin embargo, es justo hacer la lucha porque en la vida del ser
    humano la falta de sentido no es una variable, sino una constante
    que está siempre al acecho para demoler nuestras
    satisfacciónes.

    Através del proceso de significación,
    reiventamos las circunstancias. Abrimos paso a una nueva
    realidad. Colocamos vino nuevo donde la copa de la vida se
    había vaciado. El ser humano se configura a sí
    mismo a través del sentido. Lamentablemente, mucha gente
    se encuentra alienada respecto al proceso de
    significación. Son espectadores que no están
    disponibles a transformarse a través de las
    circunstancias. Seres oprimidos por su propio temor al
    cambio.

    Se vale repetir que el ser humano es un artista en potencia
    del sentido. De aquí que el proceso de
    significación sea semejante a lo que hace el escultor con
    la piedra informe o el pintor con el lienzo en blanco. Significar
    es dar sentido a una circunstancia amorfa. Pero significar no es
    imaginar una circunstacia distinta a la que nos atropella, sino
    trabajarla, pero trabajarla, es preciso decir, hasta
    humanizarnos. Porque significar es un proceso que nos modifica
    interiormente. Y de nuevo sustentamos que la compasión y
    la aceptación son los requisitos forzosos para que el ser
    humano desarrolle el potencial de significar.

    La vida no va en línea recta. Podemos extraer sentido
    de las circunstancias a condición de cambiar la manera de
    enfrentar las circunstancias, no las circunstancias. O mejor
    dicho, a condición de que el sentido brote de la humilde y
    realista aceptación de la accidentalidad de la vida.

    Volvamos al origen del asunto: ¿Dónde
    radica la última y la única posibilidad de abrazar
    el sentido cuando la existencia se queda desnuda? En la apertura
    a la "interioridad de la existencia", esto es, en la apertura al
    propio ser, a lo que Frankl califica como la dimensión
    "personal-espiritual" del sujeto. En su revalorización.
    Pues el sentido tiene sentido como acontecimiento del
    ser
    . En virtud de su apertura al ser, el sentido se
    convierte en compromiso, en responsabilidad, pero nunca para
    adueñarse de la vida, para controlarla, sino para
    tutelarla porque somos parte de los que nada saben del camino y
    la vida es un sistema abierto a la fragilidad.

    Convenimos pues con la categórica
    aseveración de Viktor Frankl: "Apelar a la voluntad de
    vivir, de sobrevivir"
    [2]. Este recurso le da
    sentido a la vida en los momentos de "hastío de la
    vida".

     

     

    Autor:

    Dr. Ricardo Peter

     

    [1] Ricardo Peter, La desnudez de la
    existencia y el sentido que la abriga, p. 187, BUAP,
    México, 2013.

    [2] Frankl, V. E., Teoria y terapia de las
    neurosis, p. 261, 2ª ed, Herder, Barcelona, 2001.

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