Las ciencias y la tecnología –
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Las ciencias y la
tecnología
Aunque los avances científicos en Cuba no fueron
espectaculares en este período final del siglo XIX, se
produjeron importantes mejoras y descubrimientos que
contribuyeron, sobretodo en el mejoramiento de la salubridad del
país.
El principal aporte de las ciencias cubanas en el siglo
XIX se produjo en esta etapa producto de la tenacidad
investigativa del doctor en medicina Carlos Juan Finlay
(1833-1915) quien durante un largo período de su vida se
dedicó a investigar la fiebre amarilla y su agente
trasmisor, llegando a la conclusión que era el mosquito,
conclusión que le permitió generalizar que una
serie de enfermedades infecciosas tenían igual vía
de transmisión.
En el momento en que Finlay realizaba sus
investigaciones, algunos médicos sostenían que la
propagación de la fiebre amarilla era debido al contagio
entre un enfermo y una persona sana, él, tras largos
años de observaciones e investigaciones, llega a la
conclusión de que el agente trasmisor es el mosquito,
realizando trabajos experimentales prácticos que
comprobaron sus teoría.
En 1881 el doctor Finlay presenta sus tesis en la
Academia de Ciencias Cubana y recibe la subestimación de
sus miembros, al igual que del gobierno colonial español,
que ignoró las medidas sanitarias propuestas por el sabio
cubano. Solo al término de la guerra, cuando la enfermedad
diezmaba a las tropas norteamericanas acantonadas en Cuba y estos
no encontraban la forma de combatirla, se formó la
Comisión de la Fiebre Amarilla de las Fuerzas Armadas de
los Estados Unidos, cuyos miembros deciden contactar con Finlay y
comprobar su teoría.
En 1900 comenzaron estos trabajos, poniendo el noble
médico cubano toda su información a
disposición de sus colegas norteamericanos, quienes tras
la comprobación de la veracidad de sus hipótesis,
inician una campaña de saneamiento en todo el país
para combatir al mosquito aede-aegipti, vector de la enfermedad.
En cuanto a Finlay las autoridades sanitarias norteamericanas,
trataron de escamotearle la gloria de su descubrimiento, que el
gobierno de los Estados Unidos quiso atribuir a los
médicos de la Comisión.
Con ser el más relevante no fue el único
avance importante ocurrido en las ciencias cubanas del
período, la medicina era la rama de las ciencias de mayor
desarrollo en Cuba, dado por la preparación de los
médicos que durante décadas había luchado
contra las enfermedades tropicales endémicas del
país, a más de tener un referente científico
importante como la escuela francesa de medicina que sirvió
de base para el perfeccionamiento de muchos médicos de la
isla.
En este período ocurrieron algunos
acontecimientos de importancia para la medicina cubana que
demuestran el nivel de profesionalidad y actualización de
sus médicos: en 1880 el doctor Claudio Delgado hizo la
primera transfusión de sangre en Cuba; el doctor Francisco
Cabrera realizó la primera ovariotomía; el doctor
Luis Martín aplica el suero anti-tóxico a un
enfermo de difteria (1895) y en 1897 el doctor Juan F.
Dávalos realiza el primer diagnóstico
bacteriológico de la difteria. Las investigaciones sobre
el paludismo realizada entre 1888 y 1900 por el doctor
Tomás Coronado, lo llevan a la hipótesis sobre la
contagiosidad del paludismo.
El neurólogo Manuel González
Echeverría, continúa cosechando lauros en Francia y
los Estados Unidos, como el principal especialista de la
época sobre la epilepsia, dejando una profusa
bibliografía sobre el tema, casi toda en francés e
inglés.
El urólogo Joaquín Albarrán
(1860-1912), es otro de los grandes especialistas de los que se
enorgullece la ciencia cubana, formado en Francia,
desarrolló en ella casi toda su carrera, resolviendo
problemas de fisiología y bacteriología; creando
nuevos métodos para el diagnóstico de enfermedades
y diseñando aparatos quirúrgicos para su
especialidad. Además de la abundante bibliografía
sobre el tema. Fue posiblemente el principal especialista en
urología de su época, famoso por sus enfoques
integrales sobre el funcionamiento de los riñones y las
vías urinarias y por el desarrollo de técnicas
analíticas e instrumental para el tratamiento
urológico y nefrológico.
Notorio fue el papel jugado por la Sociedad de Estudios
Clínicos fundada en 1879 y que agrupaba a 125
médicos con el objetivo de desarrollar la medicina cubana.
En su seno se crearon cuatro Comisiones: Médica,
Cirugía, Epidemiología e Ingreso. La de
Epidemiología fue encabezada por Carlos Juan Finlay para
impulsar los estudios necesarios sobre fiebre
amarilla.
La Sociedad tenía su propia publicación,
"Archivo de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana"
(1881-1960), que junto a otras publicaciones médicas del
período mantuvieron una información de calidad para
el personal de salud de la época: la "Revistas
Médico-Quirúrgica de La Habana", publicación
de mucha calidad en su labor científico divulgativa,
galardonada en la Exposición de Amsterdan(1883) y
París(1900); y la "Revista de Medicina y Cirugía de
La Habana" (1886), fundada por el doctor José Antonio
Presno.
Muy importante para el desarrollo científico del
país resultó la creación del "Laboratorio
Histobacteriológico y de Vacunación
Anti-Rábica" (1887), obra de un grupo de investigadores
encabezados por el oftalmólogo, Juan Santos
Fernández (18847-1922). Este laboratorio surge tras la
visita efectuada al Instituto Pasteur de París, por los
doctores Francisco Vildosola, Diego Tamayo y Pedro
Albarrán, a quienes los directivos de dicha
institución le donaron el virus de la rabia en base al
cual la institución cubana creó su propia vacuna
antirrábica, que alcanzó una alta efectividad del
98 %.
El dedicado trabajo de los investigadores del
laboratorio a cuyo frente estaba Juan Nicolás
Dávalos, considerado el primer bacteriólogo cubano,
junto a su ayudante, Enrique Acosta Mayor, permite una mayor
colaboración con el Instituto Pasteur en la
elaboración de otros preparados vacunales de alta calidad,
como fue el suero contra la difteria, obtenido y aplicado seis
meses después que la institución francesa, en
1895.
Este relevante trabajo fue reconocido en la
Exposición Panamericana de Buffalo, Estados Unidos en
1901, cuando el Laboratorio fue premiado por sus preparados y
productos presentado a la exposición, como fueron, el
suero antidiftérico, el antiestreptocóccico, el
equipo fisiológico y la vacuna contra el escorbuto, entre
otros.
El "Laboratorio Histobacteriológico…" fue
una exitosa institución privada, que alcanzó un
gran prestigio internacional, sostenido por su fundador y
director Juan Santos Fernández y un fructífero
trabajo investigativo en medio de un gran abandono oficial por la
salud pública y las ciencias en general, se mantuvo en
activo hasta 1944.
En las Ciencias Naturales sobresalen, Carlos de la Torre
(1858-1950) discípulo y continuador de la obra de Felipe
Poey. Especializado en el estudio de los caracoles cubanos
llegará a ser uno de los principales investigadores en
este campo en el mundo, también se ocupa de estudios sobre
ictiología y de otras ramas de las ciencias naturales,
siendo por muchos años profesor de la Universidad de La
Habana.
Del naturalista alemán, radicado en Cuba, Juan
Gundlach, se publican sus principales trabajos sobre las aves
cubanas: "Catálogo de Aves Cubanas" (1873),
"Contribución a la Ornitología Cubana (1876) y
"Ornitología Cubana" (1893), considerado su mejor obra
sobre el tema de las aves de la isla. Investigó y
publicó sobre otras especies insulares, "Catálogo
de los reptiles cubanos" (1875), "Contribución al estudio
de la Herpetología[1]Cubana" (1880),
"Contribución a la Entomología Cubana", obras en
tres tomos publicadas en 1881, 1886 y 1891, la más
completa obra sobre los insectos cubanos y "La
contribución al estudio de los crustáceos de Cuba",
publicada en "Anales de la Academia (1900, 1901). Gundlach es el
más importante estudiosos de la fauna autóctona
cubana, sobresaliendo sus estudios sobre las aves.
El profesor Juan Vilaró investiga y publica sobre
la zoología y la botánica de nuestro
archipiélago, estudios sobre la pesca y la caza en la
isla, monografías sobre especies terrestres y libros de
textos sobre estos temas. Su obra más importante fue,
"Zoografía de vertebrados" (1882)
En los estudios de botánica de la naturaleza
insular cubana, el peso de los estudios lo llevan los
naturalistas extranjeros que mediante expediciones van
conformando el cuadro botánico de la Isla. De ellos los
más sobresalientes fueron Lord Bretón, Charles
Wringht, ambos norteamericanos y el alemán Ignatus
Urban.
Entre los cubanos sobresale la figura del profesor
Manuel Gómez de la Maza, autor de un "Diccionario
Botánico" (1889) y de "Flora Habanera" (1897), entre otros
trabajos de importancia.
Los estudios científicos sobre la agricultura
cubana ocupan a determinados investigadores que de forma
individual y a veces aislada, emprenden su trabajo. En 1878 se
crea el Círculo de Hacendados y Agricultores, interesados
en la introducción de nuevas técnicas y
tecnologías en la agricultura del país, aunque
frenados por la realidad esclavista de la isla y por la
explotación intensiva de las tierras, que excluía
casi por completo el mejoramiento de variedades y especies
agrícolas.
Luego de muchos años alejados del país,
regresa Álvaro Reynoso, quien continúa sus estudios
sobre la caña de azúcar, "Plantación anual
de los tallos subterráneos de la caña de
azúcar" (1884) en el que trata sobre un nuevo sistema de
cultivo de la caña de azúcar que estaba
experimentando. Un segundo trabajo suyo se refiere al cultivo del
tabaco, "Documentos relativos al cultivo del tabaco"(1885), en el
que recopila una serie de traducciones sobre este tema del
investigador francés M.T. Swchloesing. Durante este
período fue un asiduo colaborador de las "Revista del
Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba" y "Revista
Agrícola La Nueva Era" de Matanza y redactor
científico del "Diario de la Marina".
Álvaro Reynoso fue un importante divulgador
científico, escribiendo en numerosos trabajos acerca de la
modernización de la industria azucarera, de la importancia
del cultivo de los frutos menores, para evitar la importaciones,
la conveniencia del uso del regadío y la
diversificación de los cultivos, a pesar de ser un
especialista azucarero.
Otros estudiosos de la agricultura fueron Luis Biosca
Comellas, autor del libro, "Curso de Agricultura" (1894); Juan
Bautista B. Jiménez, quien aborda temas agrícolas,
principalmente referido al cultivo de la caña de
azúcar, elogiados por Álvaro Reynoso. Benito J.
Riera y Mariano Tortuosa escriben textos para la segunda
enseñanza referidos a la agricultura. Francisco J.
Balmaceda publica en tres tomos, "Tesoro del Agricultor"
(1885-87) y el profesor universitario José Cadenas autor
de los textos aprobados para la Escuela de Agronomía de la
Universidad de La Habana en 1901.
Sobresale en los estudios meteorológicos, en este
período, el padre jesuita español, Benito
Viñes (1837-1893), llegado a Cuba en 1870 para dirigir el
observatorio del Colegio de Belén, fundado en 1859. Su
principal aporte fue la creación de una red de puntos de
observación en Cuba y otros países cercanos, para
permitir el seguimiento de los huracanes. En esta empresa
recibió el apoyo de los comerciantes españoles y
norteamericanos a fin de proteger la navegación
marítima.
Los estudios geológicos en Cuba tienen en el
ingeniero Manuel Fernández de Castro (1822-1883), su
principal figura, quien junto al ingeniero Pedro Saltaraín
(1835-1893), dieron a conocer su, "Croquis geológico de
Cuba" (1883).
Las rocas cubanas fueron objeto de estudio por
especialistas cubanos y extranjeros, principalmente
estadounidenses, como Jaime P. Kimpall y Guillermo Crosby que en
1894 estudiaron los arrecifes cubanos. Alejandro Agassiz
también estudió los arrecifes de la isla en 1894.
Francisco Vidal Castro realiza en 1890 una clasificación
de las rocas de la isla; al igual que el ingeniero Ramón
Adam de Garza en 1896.
Trabajaron los temas geológicos, Miguel
Rodríguez, Robert F. Hill. Carlos de la Torre, Carlos
Segrera, Valentín Pelletero, el padre esculapio Pío
Galtés, José W. Spencer, Charles Tarrey Simpson,
Francisco Jimeno, José Seidel, Claudio de la Vega y John F
Hyatt.
Esta abundante información geológica
recogida de forma dispersa a lo largo de el período, le
permitió a la "U.S. Geolological Survey" que estuvo en
Cuba en 1901, realizar la Columna Geológica de Cuba a
partir del análisis de todo este material y publicar sus
"resultados" en su informe, "Reconocimiento Geológico e
Informe de los Recursos Minerales de la Isla de Cuba" de C. W.
Hayes, T. W. Vaugham y A.C. S. Spencer de la referida
institución yanqui. Sin dudas un exhaustivo estudio de los
recursos mineros de la isla que acababan de ocupar.
En cuanto a la Paleontología, los primeros
estudios sobre ese tema en Cuba los publica Manuel
Fernández de Castro en 1886, "Catálogo sobre
fósiles cubanos", referido al "Myormorphus cubensis" y el
"Litobatis", ambos fósiles cubanos que él
describe.
La antropología cuenta con la inteligencia de
Luis Montané (1849-1936) y Carlos de la Torre y Huerta.
Montané. Formado en Francia, regresa a Cuba en 1874 y
funda junto a otros notables sabios cubanos, la Sociedad
Antropológica de La Habana.
En 1888 descubrió en la sierra de Banao,
provincia de Sancti Spíritus, restos de un supuesto
hombre, que dieron lugar a la especulación sobre la
existencia de un "Homo Cubensis", teoría que él
defendió durante algún tiempo. Aunque estaba
equivocado en cuanto a la existencia de un hombre primigenio en
Cuba, su descubrimiento si probó la existencia en Cuba de
un mono nativo que fue clasificado como del género
"Montaneia", así denominado en su honor. Los estudios
antropológicos de Montané tienen un carácter
científico que sirvieron de base para la creación
en 1899 de la Cátedra correspondiente en la Universidad de
La Habana. A lo largo de su vida reunió una amplia y
valiosa colección antropológica y
arqueológica que atesora dicha universidad.
Carlos de la Torre y Huerta fue uno de los sabios
cubanos que más se interesó por la
arqueología y la antropología. Realizó
numerosas expediciones en la zona oriental de la isla,
recolectando un valioso conjunto de piezas del hombre aborigen en
nuestro archipiélago. Es autor de, "Historia de los indios
de Cuba" (1901), como parte del "Manual para los Exámenes
de los Maestro Cubano", en el que aparecen por primera vez las
diferencias entre los diferentes grupos aborígenes de
Cuba, acorde con su desarrollo cultural. Sobre estos temas
publicó también, "Arqueología de las
Antillas en especial de Puerto Rico" (1885) y "Excursiones
arqueológicas a Oriente" (1890)
Las ciencias matemáticas tienen una amplia
difusión en Cuba a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, dado el auge económico del país. Se fomenta la
enseñanza de la misma, destacándose un grupo de
profesores que la enseñaron y publicaron libros y
manuales: José Carlos de la Torre, con varias obras sobre
aritmética; Salvador Contaminas, Rafael Sixto Casado,
autor de un Manuel de "Aritmética
Analítica-Práctica" de varias ediciones durante el
período; Manuel Valdés Rodríguez, autor de
"Aritmética"(1880) para las Escuelas de Arte y Oficio;
José Tomás Oñate, "Tratado de
Aritmética y Algebra" (1884) en Santiago de Cuba, reedita
varias veces hasta 1897. Las "Lecciones y compendios" de Manuel
Pauna Santa Cruz, muy utilizada en las escuelas de la
época y por último, "Tratado Completo de
Aritmética Mercantil Novísima" (1897), del doctor
Constantino Prado, la mejor obra de aritmética escrita en
Cuba en este período.
En la Universidad de La Habana se crea en 1880 la
Sección de Ciencias Físico-Matemática, de la
Escuela de Ciencias, impulsora de los estudios superiores en
ambas especialidades.
Otras obras de matemática escritas en Cuba en
este período fueron, Ensayos sobre el Infinito y el
cálculo de las probabilidades" (1880) del profesor Antonio
Portuondo Barceló y "Geometría y
Trigonometría" (1896) de Antonio Lora Chávez. Otros
especialistas en matemática del período fueron,
Jesús B. Gálvez, Claudio Mimó, Alejandro
Muxó y el ingeniero Manuel Fernández de
Castro.
En cuanto a la Física la autoridad cubana del
período fue, Antonio Caro (1826-1891), decano de dicha
enseñanza en la Universidad de La Habana, donde
ejerció magisterio durante cuarenta
años.
La Cartografía cubana se enriquece con el Mapa
editado por la Capitanía General de Cuba, con fecha
1895-1897, a escala 1: 500 000 y un conjunto de croquis de las
provincias a escala de 1: 150 000 / 1: 300 000, teniendo como
base el formidable Mapa de Felipe Pichardo.
El Gobierno Interventor norteamericano publicó
sendos mapas durante la primera y la segunda ocupación,
actualizando y publicando en inglés el Mapa de Pichardo,
agregándole datos necesarios para el uso
militar.
El país se actualiza y moderniza, principalmente
en todo aquello que podía traer un rápido aumento
de la riqueza. En 1879 se instala en La Habana el servicio de
teléfono y en 1882 se otorgó la concesión
para crear el servicio que se generalizó a lo largo de la
década en poblaciones importantes y nudos azucareros y
ferroviarios.
El alumbrado eléctrico en La Habana se instala en
1889 por la Spanich-American Light and Power Company
Consolidated, siete años después que en los estados
Unidos.
En 1881 se produce la exposición de Matanzas, in
intento de la burguesía criolla por mostrar el
poderío y pujanza que en realidad ya no tenía. Su
concepción fue en grande, instalándose en los
terrenos del Palmar del Junco, con pabellones de agricultura,
ciencias, industria y bellas artes, lo que brindaba un panorama
multifacético del quehacer cubano e incluso internacional,
al exponer varias compañías extranjeras.
En cuanto a las Ciencias Sociales, las inquietudes por
el hombre cubano, su destino como pueblo y la reafirmación
de la nacionalidad hacen florecer los estudios históricos
y sociales, que tiene a la guerra por la independencia como su
principal objeto de estudio.
Al término de la "Guerra de los 10 años"
(1868-1878) viene el recuento encabezado pro Enrique Collazo
(1848-1921), quien escribe el primer libro abarcador de la
guerra, "Desde Yara al Zanjón" (1893), donde organiza sus
recuerdos basado a veces en documentos, su principal problema es
el apasionamiento que a veces le impide ser objetivo al enjuiciar
los hechos históricos. Con ese mismo apasionamiento pero
con la fuerza del testimonio y el conocimiento de primera mano
escribe otros trabajos, "Episodios de la guerra", "De marcha en
marcha" (1899) y "Cuba Independiente" (1900), entre
otros.
Fernando Figueredo (1846-1929) da a conocer sus
experiencias de esta guerra en una serie de conferencias que
dictó en Cayo Hueso en la década de los 90 y que
recopiló bajo el título de "La Revolución de
Yara" (1902). Su objetividad y análisis de fuente lo hacen
un libro importante para el estudio de ese período
bélico.
Otras obras escritas por protagonistas de la contienda
aparecen publicadas en el exilio como fueron: "Héroes
Humildes" (1894) de Serafín Sánchez publicada en
Nueva York, donde rinde homenaje al soldado mambí, "A pie
y descalzo" de Ramón Roa, obra fuertemente criticada por
José martí por considerarla pesimista y "Desde el
Zanjón hasta Baire" (1899) de Luis Estévez
Romero.
Aparecen otros volúmenes de mayor o menor
trascendencia que intentan valorar determinado momento de la
historia nacional: Eusebio Valdés Domínguez
publicó, "Los antiguos diputados de Cuba, y apuntes para
la historia constitucional de la Isla" (1879), en la que historia
la primera etapa del movimiento reformista en la isla;
"Descubrimiento de América: Primer viaje de Colón"
(1890) de Herminio C. Leyva, quien también escribe en 1893
su breve ensayo, "El movimiento insurreccional de 1879 en la
provincia de Santiago de Cuba"(1893).
Dos escritores del período se caracterizan por su
defensa de la anexión de Cuba a los Estados Unidos. El
primero de ellos fue Francisco Figueras quien dio a conocer en
1898 su folleto, "Anexión o independencia" y en 1899,
"Cuba y su evolución colonial", este último con
datos estadísticos de los que el autor no saca provecho,
obcecado en la creencia de la incapacidad de los cubanos para
gobernarse y de las ventajas de la anexión a los Estados
Unidos. El segundo caso es el de José Ignacio
Rodríguez, prominente intelectual cubano que fue
partidario de la independencia y terminó abogando por la
anexión de Cuba a los Estados Unidos. Emigró a los
Estados Unidos donde se hace ciudadano norteamericano y
partidario de la anexión de la isla a la Unión
Americana defendiendo su argumento en el libro, "Estudios
históricos sobre el origen de las ideas de la
anexión de la Isla de Cuba a los estados Unidos de
América" (1900).
Fue el más activo e influyente anexionista
durante el período de ocupación norteamericana de
la isla, cabildeando desde los Estados Unidos en los
círculos políticos conservadores de la isla para
que alcanzaran la misma lo más pronto posible.
El erudito historiador cubano Vidal Morales (1848-1904)
publica a fines del período una obra fundamental en los
estudios históricos de Cuba, "Iniciadores y primeros
mártires de la revolución cubana" (1901), un primer
intento de estudiar de conjunto el movimiento separatista en la
isla. Si algo falta al libro es un método organizativo
para toda aquella gran cantidad de datos. Otros libros suyos del
período fueron: "Francisco de Frías y Jacott, conde
Pozos Dulces" (1887) y "José Silverio Jarrín"
(1887). En 1901 escribe el primer libro de texto de Historia de
Cuba para la enseñanza primaria, "Nociones de Historia de
Cuba" y en 1904 "Hombres del 68: Rafael Morales
González".
En julio de 1877 se crea en La Habana la Sociedad
Antropológica bajo los auspicios de su similar de Madrid y
con el apoyo de las autoridades coloniales. Su finalidad era
estimular el estudio del hombre y su desarrollo en la isla. En su
sesión inaugural leyó Felipe Poey en su calidad de
presidente un discurso que traza los objetivos de aquella
institución:
"Algunos datos sobre el hombre prehistórico
han surgido ya en la Isla de Cuba (…)la naciente sociedad
debe fijar su principal y exclusiva atención a los
problemas antropológicos locales (…)en una palabra,
sea cubana nuestra antropología(…)
"(…)Algunas de las más arduas
cuestiones tales como el aclimatación, la
degeneración física de las razas, la
fecundación más o menos definida de los productos
cruzados, tiene en Cuba el más vasto campo que pudiera
desear"[2]
Bajo estos principios se presentaron en las numerosa
reuniones de la Sociedad Antropológica, que iba de lo
antropológico a los social, propiciando a través de
ellos la defensa de la identidad nacional como línea
permanente.
La mayoría de los socios era médicos, pero
entre ellos había también filósofos,
antropólogos y especialistas de otras ciencias. Su primer
presidente fue Felipe Poey, teniendo como secretario a Antonio
Mestre. Entre sus socios fundadores se cuentan, Luis
Montané, Carlos de la Torre, Esteban Borrero, Juan Santos
Fernández, Enrique José Varona y José Manuel
Mestre.
El momento de mayor brillantez de la
Sociedad Antropológica fue en la década de los 80s
del siglo XIX, cuando la lucha de las ideas se centraba en el
enfrentamiento entre integristas y reformistas, con los
independentistas como tercera opción, pero al debilitarse
el movimiento reformista se debilita la Sociedad
Antropológica, reformista por ideología, hasta su
disolución en 1895, cuando la alternativa ya estaba
resuelta a favor de la independencia
Autor:
Ramón Guerra
Díaz
[1] Tratado de los reptiles cubanos
[2] “Arqueología
Indocubana”. José Álvarez Conde. La Habana,
1956