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Las ciencias y la tecnología en la isla de Cuba (1878-1902)




Enviado por Ramón Guerra Díaz




    Las ciencias y la tecnología
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    Las ciencias y la
    tecnología

    Aunque los avances científicos en Cuba no fueron
    espectaculares en este período final del siglo XIX, se
    produjeron importantes mejoras y descubrimientos que
    contribuyeron, sobretodo en el mejoramiento de la salubridad del
    país.

    El principal aporte de las ciencias cubanas en el siglo
    XIX se produjo en esta etapa producto de la tenacidad
    investigativa del doctor en medicina Carlos Juan Finlay
    (1833-1915) quien durante un largo período de su vida se
    dedicó a investigar la fiebre amarilla y su agente
    trasmisor, llegando a la conclusión que era el mosquito,
    conclusión que le permitió generalizar que una
    serie de enfermedades infecciosas tenían igual vía
    de transmisión.

    En el momento en que Finlay realizaba sus
    investigaciones, algunos médicos sostenían que la
    propagación de la fiebre amarilla era debido al contagio
    entre un enfermo y una persona sana, él, tras largos
    años de observaciones e investigaciones, llega a la
    conclusión de que el agente trasmisor es el mosquito,
    realizando trabajos experimentales prácticos que
    comprobaron sus teoría.

    En 1881 el doctor Finlay presenta sus tesis en la
    Academia de Ciencias Cubana y recibe la subestimación de
    sus miembros, al igual que del gobierno colonial español,
    que ignoró las medidas sanitarias propuestas por el sabio
    cubano. Solo al término de la guerra, cuando la enfermedad
    diezmaba a las tropas norteamericanas acantonadas en Cuba y estos
    no encontraban la forma de combatirla, se formó la
    Comisión de la Fiebre Amarilla de las Fuerzas Armadas de
    los Estados Unidos, cuyos miembros deciden contactar con Finlay y
    comprobar su teoría.

    En 1900 comenzaron estos trabajos, poniendo el noble
    médico cubano toda su información a
    disposición de sus colegas norteamericanos, quienes tras
    la comprobación de la veracidad de sus hipótesis,
    inician una campaña de saneamiento en todo el país
    para combatir al mosquito aede-aegipti, vector de la enfermedad.
    En cuanto a Finlay las autoridades sanitarias norteamericanas,
    trataron de escamotearle la gloria de su descubrimiento, que el
    gobierno de los Estados Unidos quiso atribuir a los
    médicos de la Comisión.

    Con ser el más relevante no fue el único
    avance importante ocurrido en las ciencias cubanas del
    período, la medicina era la rama de las ciencias de mayor
    desarrollo en Cuba, dado por la preparación de los
    médicos que durante décadas había luchado
    contra las enfermedades tropicales endémicas del
    país, a más de tener un referente científico
    importante como la escuela francesa de medicina que sirvió
    de base para el perfeccionamiento de muchos médicos de la
    isla.

    En este período ocurrieron algunos
    acontecimientos de importancia para la medicina cubana que
    demuestran el nivel de profesionalidad y actualización de
    sus médicos: en 1880 el doctor Claudio Delgado hizo la
    primera transfusión de sangre en Cuba; el doctor Francisco
    Cabrera realizó la primera ovariotomía; el doctor
    Luis Martín aplica el suero anti-tóxico a un
    enfermo de difteria (1895) y en 1897 el doctor Juan F.
    Dávalos realiza el primer diagnóstico
    bacteriológico de la difteria. Las investigaciones sobre
    el paludismo realizada entre 1888 y 1900 por el doctor
    Tomás Coronado, lo llevan a la hipótesis sobre la
    contagiosidad del paludismo.

    El neurólogo Manuel González
    Echeverría, continúa cosechando lauros en Francia y
    los Estados Unidos, como el principal especialista de la
    época sobre la epilepsia, dejando una profusa
    bibliografía sobre el tema, casi toda en francés e
    inglés.

    El urólogo Joaquín Albarrán
    (1860-1912), es otro de los grandes especialistas de los que se
    enorgullece la ciencia cubana, formado en Francia,
    desarrolló en ella casi toda su carrera, resolviendo
    problemas de fisiología y bacteriología; creando
    nuevos métodos para el diagnóstico de enfermedades
    y diseñando aparatos quirúrgicos para su
    especialidad. Además de la abundante bibliografía
    sobre el tema. Fue posiblemente el principal especialista en
    urología de su época, famoso por sus enfoques
    integrales sobre el funcionamiento de los riñones y las
    vías urinarias y por el desarrollo de técnicas
    analíticas e instrumental para el tratamiento
    urológico y nefrológico.

    Notorio fue el papel jugado por la Sociedad de Estudios
    Clínicos fundada en 1879 y que agrupaba a 125
    médicos con el objetivo de desarrollar la medicina cubana.
    En su seno se crearon cuatro Comisiones: Médica,
    Cirugía, Epidemiología e Ingreso. La de
    Epidemiología fue encabezada por Carlos Juan Finlay para
    impulsar los estudios necesarios sobre fiebre
    amarilla.

    La Sociedad tenía su propia publicación,
    "Archivo de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana"
    (1881-1960), que junto a otras publicaciones médicas del
    período mantuvieron una información de calidad para
    el personal de salud de la época: la "Revistas
    Médico-Quirúrgica de La Habana", publicación
    de mucha calidad en su labor científico divulgativa,
    galardonada en la Exposición de Amsterdan(1883) y
    París(1900); y la "Revista de Medicina y Cirugía de
    La Habana" (1886), fundada por el doctor José Antonio
    Presno.

    Muy importante para el desarrollo científico del
    país resultó la creación del "Laboratorio
    Histobacteriológico y de Vacunación
    Anti-Rábica" (1887), obra de un grupo de investigadores
    encabezados por el oftalmólogo, Juan Santos
    Fernández (18847-1922). Este laboratorio surge tras la
    visita efectuada al Instituto Pasteur de París, por los
    doctores Francisco Vildosola, Diego Tamayo y Pedro
    Albarrán, a quienes los directivos de dicha
    institución le donaron el virus de la rabia en base al
    cual la institución cubana creó su propia vacuna
    antirrábica, que alcanzó una alta efectividad del
    98 %.

    El dedicado trabajo de los investigadores del
    laboratorio a cuyo frente estaba Juan Nicolás
    Dávalos, considerado el primer bacteriólogo cubano,
    junto a su ayudante, Enrique Acosta Mayor, permite una mayor
    colaboración con el Instituto Pasteur en la
    elaboración de otros preparados vacunales de alta calidad,
    como fue el suero contra la difteria, obtenido y aplicado seis
    meses después que la institución francesa, en
    1895.

    Este relevante trabajo fue reconocido en la
    Exposición Panamericana de Buffalo, Estados Unidos en
    1901, cuando el Laboratorio fue premiado por sus preparados y
    productos presentado a la exposición, como fueron, el
    suero antidiftérico, el antiestreptocóccico, el
    equipo fisiológico y la vacuna contra el escorbuto, entre
    otros.

    El "Laboratorio Histobacteriológico…" fue
    una exitosa institución privada, que alcanzó un
    gran prestigio internacional, sostenido por su fundador y
    director Juan Santos Fernández y un fructífero
    trabajo investigativo en medio de un gran abandono oficial por la
    salud pública y las ciencias en general, se mantuvo en
    activo hasta 1944.

    En las Ciencias Naturales sobresalen, Carlos de la Torre
    (1858-1950) discípulo y continuador de la obra de Felipe
    Poey. Especializado en el estudio de los caracoles cubanos
    llegará a ser uno de los principales investigadores en
    este campo en el mundo, también se ocupa de estudios sobre
    ictiología y de otras ramas de las ciencias naturales,
    siendo por muchos años profesor de la Universidad de La
    Habana.

    Del naturalista alemán, radicado en Cuba, Juan
    Gundlach, se publican sus principales trabajos sobre las aves
    cubanas: "Catálogo de Aves Cubanas" (1873),
    "Contribución a la Ornitología Cubana (1876) y
    "Ornitología Cubana" (1893), considerado su mejor obra
    sobre el tema de las aves de la isla. Investigó y
    publicó sobre otras especies insulares, "Catálogo
    de los reptiles cubanos" (1875), "Contribución al estudio
    de la Herpetología[1]Cubana" (1880),
    "Contribución a la Entomología Cubana", obras en
    tres tomos publicadas en 1881, 1886 y 1891, la más
    completa obra sobre los insectos cubanos y "La
    contribución al estudio de los crustáceos de Cuba",
    publicada en "Anales de la Academia (1900, 1901). Gundlach es el
    más importante estudiosos de la fauna autóctona
    cubana, sobresaliendo sus estudios sobre las aves.

    El profesor Juan Vilaró investiga y publica sobre
    la zoología y la botánica de nuestro
    archipiélago, estudios sobre la pesca y la caza en la
    isla, monografías sobre especies terrestres y libros de
    textos sobre estos temas. Su obra más importante fue,
    "Zoografía de vertebrados" (1882)

    En los estudios de botánica de la naturaleza
    insular cubana, el peso de los estudios lo llevan los
    naturalistas extranjeros que mediante expediciones van
    conformando el cuadro botánico de la Isla. De ellos los
    más sobresalientes fueron Lord Bretón, Charles
    Wringht, ambos norteamericanos y el alemán Ignatus
    Urban.

    Entre los cubanos sobresale la figura del profesor
    Manuel Gómez de la Maza, autor de un "Diccionario
    Botánico" (1889) y de "Flora Habanera" (1897), entre otros
    trabajos de importancia.

    Los estudios científicos sobre la agricultura
    cubana ocupan a determinados investigadores que de forma
    individual y a veces aislada, emprenden su trabajo. En 1878 se
    crea el Círculo de Hacendados y Agricultores, interesados
    en la introducción de nuevas técnicas y
    tecnologías en la agricultura del país, aunque
    frenados por la realidad esclavista de la isla y por la
    explotación intensiva de las tierras, que excluía
    casi por completo el mejoramiento de variedades y especies
    agrícolas.

    Luego de muchos años alejados del país,
    regresa Álvaro Reynoso, quien continúa sus estudios
    sobre la caña de azúcar, "Plantación anual
    de los tallos subterráneos de la caña de
    azúcar" (1884) en el que trata sobre un nuevo sistema de
    cultivo de la caña de azúcar que estaba
    experimentando. Un segundo trabajo suyo se refiere al cultivo del
    tabaco, "Documentos relativos al cultivo del tabaco"(1885), en el
    que recopila una serie de traducciones sobre este tema del
    investigador francés M.T. Swchloesing. Durante este
    período fue un asiduo colaborador de las "Revista del
    Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba" y "Revista
    Agrícola La Nueva Era" de Matanza y redactor
    científico del "Diario de la Marina".

    Álvaro Reynoso fue un importante divulgador
    científico, escribiendo en numerosos trabajos acerca de la
    modernización de la industria azucarera, de la importancia
    del cultivo de los frutos menores, para evitar la importaciones,
    la conveniencia del uso del regadío y la
    diversificación de los cultivos, a pesar de ser un
    especialista azucarero.

    Otros estudiosos de la agricultura fueron Luis Biosca
    Comellas, autor del libro, "Curso de Agricultura" (1894); Juan
    Bautista B. Jiménez, quien aborda temas agrícolas,
    principalmente referido al cultivo de la caña de
    azúcar, elogiados por Álvaro Reynoso. Benito J.
    Riera y Mariano Tortuosa escriben textos para la segunda
    enseñanza referidos a la agricultura. Francisco J.
    Balmaceda publica en tres tomos, "Tesoro del Agricultor"
    (1885-87) y el profesor universitario José Cadenas autor
    de los textos aprobados para la Escuela de Agronomía de la
    Universidad de La Habana en 1901.

    Sobresale en los estudios meteorológicos, en este
    período, el padre jesuita español, Benito
    Viñes (1837-1893), llegado a Cuba en 1870 para dirigir el
    observatorio del Colegio de Belén, fundado en 1859. Su
    principal aporte fue la creación de una red de puntos de
    observación en Cuba y otros países cercanos, para
    permitir el seguimiento de los huracanes. En esta empresa
    recibió el apoyo de los comerciantes españoles y
    norteamericanos a fin de proteger la navegación
    marítima.

    Los estudios geológicos en Cuba tienen en el
    ingeniero Manuel Fernández de Castro (1822-1883), su
    principal figura, quien junto al ingeniero Pedro Saltaraín
    (1835-1893), dieron a conocer su, "Croquis geológico de
    Cuba" (1883).

    Las rocas cubanas fueron objeto de estudio por
    especialistas cubanos y extranjeros, principalmente
    estadounidenses, como Jaime P. Kimpall y Guillermo Crosby que en
    1894 estudiaron los arrecifes cubanos. Alejandro Agassiz
    también estudió los arrecifes de la isla en 1894.
    Francisco Vidal Castro realiza en 1890 una clasificación
    de las rocas de la isla; al igual que el ingeniero Ramón
    Adam de Garza en 1896.

    Trabajaron los temas geológicos, Miguel
    Rodríguez, Robert F. Hill. Carlos de la Torre, Carlos
    Segrera, Valentín Pelletero, el padre esculapio Pío
    Galtés, José W. Spencer, Charles Tarrey Simpson,
    Francisco Jimeno, José Seidel, Claudio de la Vega y John F
    Hyatt.

    Esta abundante información geológica
    recogida de forma dispersa a lo largo de el período, le
    permitió a la "U.S. Geolological Survey" que estuvo en
    Cuba en 1901, realizar la Columna Geológica de Cuba a
    partir del análisis de todo este material y publicar sus
    "resultados" en su informe, "Reconocimiento Geológico e
    Informe de los Recursos Minerales de la Isla de Cuba" de C. W.
    Hayes, T. W. Vaugham y A.C. S. Spencer de la referida
    institución yanqui. Sin dudas un exhaustivo estudio de los
    recursos mineros de la isla que acababan de ocupar.

    En cuanto a la Paleontología, los primeros
    estudios sobre ese tema en Cuba los publica Manuel
    Fernández de Castro en 1886, "Catálogo sobre
    fósiles cubanos", referido al "Myormorphus cubensis" y el
    "Litobatis", ambos fósiles cubanos que él
    describe.

    La antropología cuenta con la inteligencia de
    Luis Montané (1849-1936) y Carlos de la Torre y Huerta.
    Montané. Formado en Francia, regresa a Cuba en 1874 y
    funda junto a otros notables sabios cubanos, la Sociedad
    Antropológica de La Habana.

    En 1888 descubrió en la sierra de Banao,
    provincia de Sancti Spíritus, restos de un supuesto
    hombre, que dieron lugar a la especulación sobre la
    existencia de un "Homo Cubensis", teoría que él
    defendió durante algún tiempo. Aunque estaba
    equivocado en cuanto a la existencia de un hombre primigenio en
    Cuba, su descubrimiento si probó la existencia en Cuba de
    un mono nativo que fue clasificado como del género
    "Montaneia", así denominado en su honor. Los estudios
    antropológicos de Montané tienen un carácter
    científico que sirvieron de base para la creación
    en 1899 de la Cátedra correspondiente en la Universidad de
    La Habana. A lo largo de su vida reunió una amplia y
    valiosa colección antropológica y
    arqueológica que atesora dicha universidad.

    Carlos de la Torre y Huerta fue uno de los sabios
    cubanos que más se interesó por la
    arqueología y la antropología. Realizó
    numerosas expediciones en la zona oriental de la isla,
    recolectando un valioso conjunto de piezas del hombre aborigen en
    nuestro archipiélago. Es autor de, "Historia de los indios
    de Cuba" (1901), como parte del "Manual para los Exámenes
    de los Maestro Cubano", en el que aparecen por primera vez las
    diferencias entre los diferentes grupos aborígenes de
    Cuba, acorde con su desarrollo cultural. Sobre estos temas
    publicó también, "Arqueología de las
    Antillas en especial de Puerto Rico" (1885) y "Excursiones
    arqueológicas a Oriente" (1890)

    Las ciencias matemáticas tienen una amplia
    difusión en Cuba a partir de la segunda mitad del siglo
    XIX, dado el auge económico del país. Se fomenta la
    enseñanza de la misma, destacándose un grupo de
    profesores que la enseñaron y publicaron libros y
    manuales: José Carlos de la Torre, con varias obras sobre
    aritmética; Salvador Contaminas, Rafael Sixto Casado,
    autor de un Manuel de "Aritmética
    Analítica-Práctica" de varias ediciones durante el
    período; Manuel Valdés Rodríguez, autor de
    "Aritmética"(1880) para las Escuelas de Arte y Oficio;
    José Tomás Oñate, "Tratado de
    Aritmética y Algebra" (1884) en Santiago de Cuba, reedita
    varias veces hasta 1897. Las "Lecciones y compendios" de Manuel
    Pauna Santa Cruz, muy utilizada en las escuelas de la
    época y por último, "Tratado Completo de
    Aritmética Mercantil Novísima" (1897), del doctor
    Constantino Prado, la mejor obra de aritmética escrita en
    Cuba en este período.

    En la Universidad de La Habana se crea en 1880 la
    Sección de Ciencias Físico-Matemática, de la
    Escuela de Ciencias, impulsora de los estudios superiores en
    ambas especialidades.

    Otras obras de matemática escritas en Cuba en
    este período fueron, Ensayos sobre el Infinito y el
    cálculo de las probabilidades" (1880) del profesor Antonio
    Portuondo Barceló y "Geometría y
    Trigonometría" (1896) de Antonio Lora Chávez. Otros
    especialistas en matemática del período fueron,
    Jesús B. Gálvez, Claudio Mimó, Alejandro
    Muxó y el ingeniero Manuel Fernández de
    Castro.

    En cuanto a la Física la autoridad cubana del
    período fue, Antonio Caro (1826-1891), decano de dicha
    enseñanza en la Universidad de La Habana, donde
    ejerció magisterio durante cuarenta
    años.

    La Cartografía cubana se enriquece con el Mapa
    editado por la Capitanía General de Cuba, con fecha
    1895-1897, a escala 1: 500 000 y un conjunto de croquis de las
    provincias a escala de 1: 150 000 / 1: 300 000, teniendo como
    base el formidable Mapa de Felipe Pichardo.

    El Gobierno Interventor norteamericano publicó
    sendos mapas durante la primera y la segunda ocupación,
    actualizando y publicando en inglés el Mapa de Pichardo,
    agregándole datos necesarios para el uso
    militar.

    El país se actualiza y moderniza, principalmente
    en todo aquello que podía traer un rápido aumento
    de la riqueza. En 1879 se instala en La Habana el servicio de
    teléfono y en 1882 se otorgó la concesión
    para crear el servicio que se generalizó a lo largo de la
    década en poblaciones importantes y nudos azucareros y
    ferroviarios.

    El alumbrado eléctrico en La Habana se instala en
    1889 por la Spanich-American Light and Power Company
    Consolidated, siete años después que en los estados
    Unidos.

    En 1881 se produce la exposición de Matanzas, in
    intento de la burguesía criolla por mostrar el
    poderío y pujanza que en realidad ya no tenía. Su
    concepción fue en grande, instalándose en los
    terrenos del Palmar del Junco, con pabellones de agricultura,
    ciencias, industria y bellas artes, lo que brindaba un panorama
    multifacético del quehacer cubano e incluso internacional,
    al exponer varias compañías extranjeras.

    En cuanto a las Ciencias Sociales, las inquietudes por
    el hombre cubano, su destino como pueblo y la reafirmación
    de la nacionalidad hacen florecer los estudios históricos
    y sociales, que tiene a la guerra por la independencia como su
    principal objeto de estudio.

    Al término de la "Guerra de los 10 años"
    (1868-1878) viene el recuento encabezado pro Enrique Collazo
    (1848-1921), quien escribe el primer libro abarcador de la
    guerra, "Desde Yara al Zanjón" (1893), donde organiza sus
    recuerdos basado a veces en documentos, su principal problema es
    el apasionamiento que a veces le impide ser objetivo al enjuiciar
    los hechos históricos. Con ese mismo apasionamiento pero
    con la fuerza del testimonio y el conocimiento de primera mano
    escribe otros trabajos, "Episodios de la guerra", "De marcha en
    marcha" (1899) y "Cuba Independiente" (1900), entre
    otros.

    Fernando Figueredo (1846-1929) da a conocer sus
    experiencias de esta guerra en una serie de conferencias que
    dictó en Cayo Hueso en la década de los 90 y que
    recopiló bajo el título de "La Revolución de
    Yara" (1902). Su objetividad y análisis de fuente lo hacen
    un libro importante para el estudio de ese período
    bélico.

    Otras obras escritas por protagonistas de la contienda
    aparecen publicadas en el exilio como fueron: "Héroes
    Humildes" (1894) de Serafín Sánchez publicada en
    Nueva York, donde rinde homenaje al soldado mambí, "A pie
    y descalzo" de Ramón Roa, obra fuertemente criticada por
    José martí por considerarla pesimista y "Desde el
    Zanjón hasta Baire" (1899) de Luis Estévez
    Romero.

    Aparecen otros volúmenes de mayor o menor
    trascendencia que intentan valorar determinado momento de la
    historia nacional: Eusebio Valdés Domínguez
    publicó, "Los antiguos diputados de Cuba, y apuntes para
    la historia constitucional de la Isla" (1879), en la que historia
    la primera etapa del movimiento reformista en la isla;
    "Descubrimiento de América: Primer viaje de Colón"
    (1890) de Herminio C. Leyva, quien también escribe en 1893
    su breve ensayo, "El movimiento insurreccional de 1879 en la
    provincia de Santiago de Cuba"(1893).

    Dos escritores del período se caracterizan por su
    defensa de la anexión de Cuba a los Estados Unidos. El
    primero de ellos fue Francisco Figueras quien dio a conocer en
    1898 su folleto, "Anexión o independencia" y en 1899,
    "Cuba y su evolución colonial", este último con
    datos estadísticos de los que el autor no saca provecho,
    obcecado en la creencia de la incapacidad de los cubanos para
    gobernarse y de las ventajas de la anexión a los Estados
    Unidos. El segundo caso es el de José Ignacio
    Rodríguez, prominente intelectual cubano que fue
    partidario de la independencia y terminó abogando por la
    anexión de Cuba a los Estados Unidos. Emigró a los
    Estados Unidos donde se hace ciudadano norteamericano y
    partidario de la anexión de la isla a la Unión
    Americana defendiendo su argumento en el libro, "Estudios
    históricos sobre el origen de las ideas de la
    anexión de la Isla de Cuba a los estados Unidos de
    América" (1900).

    Fue el más activo e influyente anexionista
    durante el período de ocupación norteamericana de
    la isla, cabildeando desde los Estados Unidos en los
    círculos políticos conservadores de la isla para
    que alcanzaran la misma lo más pronto posible.

    El erudito historiador cubano Vidal Morales (1848-1904)
    publica a fines del período una obra fundamental en los
    estudios históricos de Cuba, "Iniciadores y primeros
    mártires de la revolución cubana" (1901), un primer
    intento de estudiar de conjunto el movimiento separatista en la
    isla. Si algo falta al libro es un método organizativo
    para toda aquella gran cantidad de datos. Otros libros suyos del
    período fueron: "Francisco de Frías y Jacott, conde
    Pozos Dulces" (1887) y "José Silverio Jarrín"
    (1887). En 1901 escribe el primer libro de texto de Historia de
    Cuba para la enseñanza primaria, "Nociones de Historia de
    Cuba" y en 1904 "Hombres del 68: Rafael Morales
    González".

    En julio de 1877 se crea en La Habana la Sociedad
    Antropológica bajo los auspicios de su similar de Madrid y
    con el apoyo de las autoridades coloniales. Su finalidad era
    estimular el estudio del hombre y su desarrollo en la isla. En su
    sesión inaugural leyó Felipe Poey en su calidad de
    presidente un discurso que traza los objetivos de aquella
    institución:

    "Algunos datos sobre el hombre prehistórico
    han surgido ya en la Isla de Cuba (…)la naciente sociedad
    debe fijar su principal y exclusiva atención a los
    problemas antropológicos locales (…)en una palabra,
    sea cubana nuestra antropología(…)

    "(…)Algunas de las más arduas
    cuestiones tales como el aclimatación, la
    degeneración física de las razas, la
    fecundación más o menos definida de los productos
    cruzados, tiene en Cuba el más vasto campo que pudiera
    desear"[2]

    Bajo estos principios se presentaron en las numerosa
    reuniones de la Sociedad Antropológica, que iba de lo
    antropológico a los social, propiciando a través de
    ellos la defensa de la identidad nacional como línea
    permanente.

    La mayoría de los socios era médicos, pero
    entre ellos había también filósofos,
    antropólogos y especialistas de otras ciencias. Su primer
    presidente fue Felipe Poey, teniendo como secretario a Antonio
    Mestre. Entre sus socios fundadores se cuentan, Luis
    Montané, Carlos de la Torre, Esteban Borrero, Juan Santos
    Fernández, Enrique José Varona y José Manuel
    Mestre.

    El momento de mayor brillantez de la
    Sociedad Antropológica fue en la década de los 80s
    del siglo XIX, cuando la lucha de las ideas se centraba en el
    enfrentamiento entre integristas y reformistas, con los
    independentistas como tercera opción, pero al debilitarse
    el movimiento reformista se debilita la Sociedad
    Antropológica, reformista por ideología, hasta su
    disolución en 1895, cuando la alternativa ya estaba
    resuelta a favor de la independencia

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra
    Díaz

     

    [1] Tratado de los reptiles cubanos

    [2] “Arqueología
    Indocubana”. José Álvarez Conde. La Habana,
    1956

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