Estancamiento, modernidad y mediocridad en la literatura
(1878-1902) – Monografias.com
Estancamiento, modernidad y
mediocridad en la literatura (1878-1902)
La Paz del Zanjón determinó la salida de
Cuba de los elementos más radicales del independentismo y
dejó dentro de la isla un vacío que fue llenado por
las ideas conciliadoras y reformistas de la burguesía y la
intelectualidad en la isla, centrada principalmente en La Habana.
Este será unos de los períodos más fecundos
de la cultura cubana, en cuanto se discuten en el panorama
socio-cultural de la isla las diversas posibilidades de salida
para la encrucijada histórica en que se encontraba la
sociedad colonial.
La prosa es el género más cultivado en
este último período que utiliza a la prensa como
vehículo de difusión principal de las ideas,
florecen los periódicos y revista de corte cultural y los
suplementos sobre literatura editados por otros diarios a fin de
ganar el favor de los lectores. La Habana y Matanzas, son en
mayor medida los polos de estas ediciones, aunque no es raro
encontrar similares en otras poblaciones del
país.
Las reflexiones sociales, las inquietudes de
determinados círculos intelectuales y los cambios que se
producen en la sociedad colonial, están expresados en esta
prosa con atisbos costumbristas, sociológica y no exenta
de elegancia. El ensayo, la crítica, los relatos
históricos, el cuento, la oratoria y la novela, alcanzan
sus mejores piezas en este período, reflejo de la madurez
social que se vive.
Como publicaciones sobresale la "Revista de Cuba"
dirigida por José Manuel Cortina y su continuadora "La
Revista Cubana" de Enrique José Varona, reflejo de la
mejor prosa reflexiva cubana del momento, tribunas de
polémicas y sobre todo de los sentimientos
independentistas que acompañaban a las opiniones sobre las
novedades filosóficas de Europa. Otra destacada
publicación de similares características lo fue,
"Hojas Literarias" de Manuel Sanguily, en tanto eran muy
leídos los espacios literarios de "El Fígaro" y "La
Habana Elegante".
La crítica y la ensayística tienen en
estos años a los más destacados escritores cubanos
del siglo XIX: El primero de ellos, José Martí, que
está ausente por razones políticas de las
páginas habaneras, pero que honra su pluma y a su patria
con un ensayismo de vuelos universales en los que sus criterios
sobre la cultura y la política, tanto en Cuba, como en
Hispanoamérica, permite situarlo entre los grandes
escritores del idioma castellano. El hecho de haber desarrollado
la mayor parte de su obra fuera de Cuba, le permite estar al
día en cuanto a las corrientes literarias que se
desenvuelven en el mundo. Su momento de maduración
intelectual ocurre en un período de transición
cuando el romanticismo está cuestionado por el realismo y
el naturalismo y están dados los gérmenes del nuevo
espíritu americano en el movimiento modernista del cual
forma parte.
Su obra ensayística está dispersa en la
prensa del continente, toda de una gran calidad "Nuestra
América" (1891), "Vindicación de Cuba" (1889), "Los
Tres Héroes" (1889), "Mi Raza" (1893), "La
proclamación del Partido Revolucionario Cubano" (1892) y
muchas otras piezas de inteligente literatura de compromiso
político, social y humanístico, nos dan la estatura
de un hombre de una inteligencia abierta y audaz, capaz de
avizorar en las intenciones de los deciden en su época,
para orientar y opinar, no solo para sus contemporáneos,
sino para las generaciones por venir, todo escrito con una
elegancia fundadora, en párrafos largos y de palabras
precisas y a veces innovadoras, para dejar un paradigma en el
género y un ejemplo de cómo ser el mismo y distinto
en cada tema, en cada género.
Como crítico ha dejado en sus colaboraciones para
la prensa de América Latina, piezas de una agudeza
extraordinaria, su modo de acercarse a los temas como si los
conociera de toda la vida, para llamar nuestra atención
sobre sus virtudes, defectos y el modo en que pudiera hacernos
útil, en contenidos que va desde la literatura, a las
ciencias, pasando por la educación, las artes
plásticas, la música, el deporte o la costumbres
populares. Crónicas que recrean, instruyen,
enseñan, comprometen e involucran al lector, por la manera
de llevarle con la palabra, la sutileza de lo humano o lo que
está sobrepuesto y casi no se ve. Ese el humanista que
sueña con su isla, pero era un desconocido en
ella.
En esta misma época brillan en Cuba los
ensayistas y críticos, Enrique Piñeyro (1839-1911),
culto hombre de letras que desde la década del sesenta
desarrolla una importante labor literaria y social,
destacándose como educador, periodista y orador
separatista dentro de la emigración cubana de Francia.
Vive y escribe casi siempre desde el exilio, pero su magisterio e
influencia es notable en esta época, "(…) su
actividad intelectual es un serio y continuado esfuerzo por
difundir en el país las tendencias literarias del siglo
XIX"[1]. El término de la primera
guerra de indepedencia coincide con su madurez literaria,
desarrollando lo mejor de su trabajo crítico al entrar a
analizar las corrientes literarias que estaban en boga en
Europa.
Emigrado a París en la década de los 80s
del siglo XIX, desarrolla en esta su mejor momento literario.
Entre sus obras publicadas en este período están
sus, "Estudios y conferencias de historia y literatura"
(1880), "Poetas famosos del siglo XIX" (1883) y "Vidas y escritos
de Juan Clemente Zenea" (1901), pero el grueso de su obra
ensayística y crítica está dispersa en la
prensa de su época tanto en Cuba como en otros
países.
Manuel Sanguily (1848-1925), hombre de acción que
hizo de las letras un modo más de luchas por sus ideas, se
centro en los temas literarios e históricos, siendo en
estos últimos donde sobresale por su creciente defensa de
lo cubano. Sus ensayos van dirigidos a resaltar los valores de la
literatura cubana y europea contemporánea sin olvidar el
trasfondo político en el que no oculta su filiación
separatista. Es un asiduo colaborador de la prensa habanera hasta
alcanzar sus mejores momentos en víspera del reinicio de
la guerra por la independencia cuando publica su revista, "Hojas
Literarias" (1893-94), escrita casi íntegra por
él.
Fue un prolífero escritor y en este
período dejó numerosos trabajos escritos: "Los
Caribes en las Indias" (1884), "El descubrimiento de
América" (1892), ambas de carácter
histórico "Elemento y carácter de la
política en Cuba" (1887), "El dualismo moral y
político en Cuba" (1888), "Céspedes y Martí"
(1895), "10 de octubre de 1868. La Revolución de Cuba y
las repúblicas americanas" (1896)[2],
entre otros.
No es posible dejar de mencionar su biografía
sobre el gran maestro del Colegio El Salvador, su maestro
"José de la Luz y Caballero" (1890) obra en la que
rectifica los errores que había cometido José
Ignacio Rodríguez en una biografía sobre Luz
Caballero y en la que lo califica de anexionista y con tendencia
clerical, opiniones que no comparte Sanguily, quien reivindica a
su maestro como filósofo en desarrollo, aunque aún
marcado por el escolastismo, pero con la preconcebida idea de
servirse de la enseñanza para preparar a los cubanos para
gobernarse por sí mismo.
Enrique José Varona (1849-1933) uno de los
grandes protagonistas en esta confrontación de
pensamientos que se debate en las páginas
periódicas habaneras. Su evolución del autonomismo
al independentismo es un lógico crecimiento consecuente
con sus ideas de progreso social. El va a definir su
posición frente a la pobreza cultural e ideológica
de la colonia, desarrollando un amplio trabajo ensayístico
influido por su filiación positivista y separatista. Como
otros críticos cubanos dirige su obra al análisis
de autores nacionales y extranjeros, pero enfatizando en los
valores patrios.
Dentro de su abundante bibliografía resaltan su
"Conferencias Filosóficas", dictadas en 1880 y publicadas
en la "Revista Cubana", entre 1885 y 1895. "Estudios literarios y
filosóficos" (1883) en el que recopila trabajos de las dos
líneas investigativas sobre las que centra sus estudios;
en 1887 publica "Seis conferencias", que junto a "Literatura,
política y sociología" (1891) son considerados sus
trabajos de madurez como crítico literario, en trabajos
que ya había publicado en la "Revista Cubana" referidos a
temas de la cultura de la isla en la que no falta la
crítica al colonialismo español.[3]
Otros trabajos suyos del período son, "Artículos y
Discursos" (1891), "Cuba contra España" (1895), "El
fracaso colonial de Estaña" (1896-97) y "Martí y su
obra política" (1896), uno de los primeros estudios sobre
nuestra principal figura de la cultura.
Su concepción crítica positivista se opone
al análisis científico de la literatura de Taine.
En su prosa objetiva y sin apasionamiento se analizan las
circunstancias históricas exponiendo los hechos para
demostrar, basado en su sólida cultura filosófica
donde está presente un nuevo sentido realista y
científico del que estaba necesitada la sociedad colonial
cubana.[4]
Otros destacados críticos y ensayistas cubanos
del período fueron: Rafael María Merchán
(1844-1905), crítico y ensayista de sólida cultura,
cuyos trabajos se apoyan en un amplio estudio documental.
Defensor de la independencia, publica una gran cantidad de
libros, folletos y artículos; Aurelio Miitjans (1863-1889)
el prometedor joven que dejó la mejor crítica sobre
temas culturales, inconclusa, "Estudios sobre el movimiento
científico y literario de Cuba" (1890), el primer intento
de resumir y valorar la literatura cubana; Manuel de la Cruz
(1861-1896), escritor de estilo agudo y amplia cultura, de los
primeros críticos modernista de la isla. Su obra
más notable es, "Reseña histórica del
movimiento literarios en la isla de Cuba" (1891).
Ricardo del Monte (1828-1909), periodista autonomista,
destacado en el panorama cultural de su época, que
ejerció una crítica formalista de notable calidad;
José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara)
(1866-1919), crítico y ensayista, sobresale por sus
estudios cervantinos, junto a una vasta producción
periodística; Aniceto Valdivia (Conde Kostia) (1857-1927),
autor de una prolífera obra periodística,
desarrollaba una crítica impresionista de notable estilo y
Emilio Bobadilla (Fray Candil) (1862- 1921), autor de estilo
mordaz donde la sátira es parte de su obra. Los aportes de
estos escritores cubanos a la conformación de una prosa
modernista son evidentes, aunque no siempre fueron conscientes de
ello. Eran hombres bien informados de las teorías
más recientes de las disciplinas humanísticas
llegadas de Europa y muy enfocados en Cuba y su
realidad.
La crítica literaria criolla cultivó una
amplia gama que iba desde el impresionismo hasta el esteticismo,
pasando por las influencias cientificistas, satíricas,
filosóficas, históricas y formalistas;
incursionando muchos de ellos en más de una de estas
vertientes.
Paralelo al trabajo de estos autores que ejercieron la
crítica de forma continuada, aparecen algunos trabajos
analíticos que estudian de conjunto algún
género de la literatura cubana, el más tratado fue
el de la poesía. Se publica "Parnaso Cubano"
(1881), antología de poesía realizada por el
español Antonio López Prieto, quien escribe un
prólogo muy argumentado partiendo de fuentes confiables y
científicamente recopiladas. Es el primer estudio
valorativo de la poesía de la isla. "La Poesía
Lírica en Cuba" (1882) de Emilio González del
Valle, también con el propósito de historiar la
poesía insular. Pedro José Guiteras publica en la
"Revista de Cuba", un conjunto de biografías de poetas
cubanos con un estudio crítico de su vida y obra. Se
publica el famoso y muy utilizado "Diccionario
biográfico cubano" (1878-1887) de Francisco Calcagno,
de mucha ayuda para el estudio de la cultura y la sociedad cubana
del siglo XIX y anterior, a pesar de sus múltiples errores
e imprecisiones.
La oratoria alcanza en este período un auge
desconocido hasta entonces en el país y entre los
núcleo de cubanos emigrados, motivado fundamentalmente por
la lucha ideológica planteada en la sociedad cubana en
este período de "Tregua Fecunda". En Cuba la oratoria
política es muy relevante al contar los autonomistas con
grandes oradores defensores de sus ideas: Rafael Montoro, Eliseo
Giberga, José Manuel Cortina, Rafael Fernández de
Castro y José María Gálvez, hombres que
pusieron su prodigioso dominio de la palabra al servicio de su
causa.
Entre los separatistas sobresalen dos nombres:
José Martí y Manuel Sanguily, aunque son muy
destacados los nombres de Juan Gualberto Gómez, Salvador
Cisneros Betancourt y Fermín Valdés
Domínguez.
José Martí, es considerado el orador
más sobresaliente del siglo XIX, se valió de la
palabra para lograr la unidad entre los independentistas, formar
el Partido Revolucionario Cubano y organizar la lucha por la
independencia. Entre sus muchas piezas oratorias están:
"Madre América" (1890), con motivo de la Conferencia
Monetaria Internacional convocada por los Estados Unidos; su
discurso el 10 de octubre de 1887 en Nueva York y los
definitorios discursos ante los emigrados de Tampa en noviembre
de 1891 y que marca el inicio de la etapa final de
organización de la "Guerra Necesaria": "Con todo y para el
bien de todos" (26/11/1891) y "Los Pinos Nuevos"
(27/11/1891)
En la oratoria civil se distingue Mariano Aramburu
(1870-1942), abogado cubano, que desarrolló parte de su
labor en la península. En la oratoria sagrada sobresalen
los presbíteros Ricardo Arteaga Montejo, Manuel de
Jesús Dobal y Luis Alejandro Mustelier.
Durante este período están muy de moda en
la prensa los folletines por entrega con melodramas de influencia
francesa que gozaban de aceptación entre el
público, principalmente las mujeres, lo que hace
más notable el esfuerzo de los creadores de prosa
narrativa, por publicar novelas de temáticas más
elaboradas, aunque de dispar calidad y que redundó en un
buen momento para la prosa de ficción en Cuba.
La narrativa cubana alcanza también su momento de
madurez, destacada por la aparición de novelistas de la
talla de Ramón Meza y Nicolás Heredia y el repunte
de un ya conocido, Cirilo Villaverde. Las obras de estos y otros
creadores están influenciados por el realismo y el
naturalismo en boga, pero sin separarse del romanticismo
tardío que aún es posible encontrar en las letras
cubanas. Hay una mejor elaboración en la
novelística del período y los acontecimientos
sociales no dejan de ser reflejados en estas obras.
Cirilo Villaverde entrega la versión definitiva
de su novela "Cecilia Valdés" (1882), publicada desde su
exilio en Nueva York a partir de la noveleta del mismo nombre
aparecida en La Habana en 1839. La anécdota es la misma
pero el enfoque ha variado y lo que fuera una obra menor se ha
transformado en la mejor novela costumbrista de Cuba, donde la
verdadera protagonista en La Habana y su sociedad, dibujada de
forma realista por Villaverde, conocedor a fondo de los males de
su época.
Escrita bajo la fuerte influencia romántica de su
autor esta versión definitiva de la novela toma mucho del
realismo para ahondar en los personajes y sus circunstancias.
Pese a sus debilidades formales y su tendencia al folletín
en boga por estos años, "Cecilia Valdés" ha
devenido en la novela nacional, de profundo arraigo en la
cultura cubana, no solo por sus valores documentales e
históricos sino por su cubanía. A propósito
de ella diría Manuel de la Cruz expresó que la obra
es un lienzo de "(…) todos los tipos y caracteres que
la esclavitud ha conformado como siniestro cirujano vivisector,
todos sus productos y engendros sociales; todos los momentos y
situaciones en que mejor se manifiesta una etapa de su
evolución, han sido llamado a juicio y puesto en
movimiento sobre el gran
escenario"[5]
El más duro crítico de la época
resultó ser Ramón Meza (1861-1911), narrador,
periodista, educador y funcionario público, vinculado a
las corrientes narrativas cubanas del momento. Sus obras
más sobresaliente es la novelística, son "Mi
tío el empleado" (1887) y "Don Aniceto el tendero" (1889),
ambas dentro del estilo del realismo que le sirve para hacer una
fuerte crítica a la sociedad colonial a través de
personajes muy bien elaborados. La trama las sitúa en La
Habana en el período de paz de entre guerras,
caracterizando a los comerciantes y funcionarios
españoles, que en su mayoría amasaban grandes
fortunas gracias al fraude y los negocios sucios. En lo formal
Ramón Meza utiliza un lenguaje directo, objetivo donde la
verdad parece grotesca, pero está inspirada en la forma de
actuar de estos individuos en su afán de enriquecerse. Su
obra narrativa se completa con otras tres novelas: "El duelo de
mi vecino" (1885), "Flores y calabazas" (1886), "Carmela" (1887)
y "En un pueblo de la Florida" (1898)
Nicolás Heredia y Mota (1855-1901) es otro
novelista de este período, buen escritor, maneja muy bien
las técnicas narrativas, pero trata de ignorar la realidad
cubana en la que vive, centrando sus esperanzas de mejoramiento
social en la "influencia de la sociedad norteamericana", sus
simpatías anexionistas son tan claras, como la falta de fe
en la gente de su tierra. Esto se hace evidente en sus novelas,
"Un hombre de negocios" (1883) y "Leonela" (1893); esta
última es una novela costumbrista tardía, de buena
factura, considerada entre las mejores del género y donde
las descripciones de la vida provinciana es su principal
mérito, junto a su argumento y la caracterización
de personaje.
Los intentos de crear una novela naturalista
están en el mulato Martín Morua Delgado
(1856-1910), periodista y culto cubano, perteneciente a una
minoritaria pequeña burguesía negra, que
trató de reflejar en sus novelas la situación de
las clases humildes, entre ellos los negros e intentó
escribir una serie de novelas que dieran un panorama de la
sociedad cubana y que finalmente solo fueron dos obras:
"Sofía" (1891) y "La familia
Unzúazu" (1896). "La acción de ambas
novela está ubicada en el período de entreguerras
(1878-1895), en una ciudad imaginaria –Belmiranda- en el
occidente de la isla."[6]
"Sofia" es una novela sobre la esclavitud, pero esta vez
no es desde la mirada del hombre blanco, sino que por primera vez
esta gran mancha moral que fue la esclavitud de la raza negra en
Cuba es vista desde la mirada de un mulato, es decir es una
visión desde adentro "(…) desde los propios
sectores marginales, del problema fundamental de la sociedad
cubana, y que hasta ese momento solo había sido tratado
desde la perspectiva del grupo blanco
dominante"[7]
"La familia Unzúazu" es también un
referente al ámbito cultural del negro en Cuba, de sus
creencias, sus tradiciones religiosas, sus artes curativas, sus
relaciones con el mundo, pero hay en esta visión del
escritor mulato una propuesta a encontrar la aceptación
social, renegando de sus costumbres "bárbaras" para
convertirse en el negro asimilado a la cultura blanca que hasta
1886 lo había esclavizado.
"Indudablemente, ambas novelas son, con sus virtudes
y defectos un documento cultural de inestimable valor para la
comprensión de un período complejo y poco estudiado
de nuestra historia. El tránsito del ingenio de
plantación esclavista al gran central azucarero
concentrador de tierras, es el telón de fondo; la
abolición de la esclavitud, la conversión de ciento
de miles de hombres esclavos en asalariados, fundamentalmente
agrícolas, unidas a la desmoralización de los
sectores dominantes criollos como consecuencia del sistema
colonial establecido, es el gran drama épico de esta
sociedad; la integración social, la "ilustración"
de los sectores marginales de negros y mulatos, la unión
de todos los cubanos en un esfuerzo común, es la
solución que nos brinda
Morúa."[8]
Entre tanto en Nueva York José Martí
publicaba en el periódico "El Latino Americano" una novela
por entrega que firmó con el seudónimo de Adelaida
Ral, con el título de "Amistad Funesta" (1885).
Esta será su única obra narrativa de
ficción, escrita para complacer a una amiga, pero donde no
falta el lenguaje novedoso y personajes bien construidos
alrededor de una trama de corte romántico pero con mucho
realismo. Para la literatura cubana, "Amistad Funesta"
representa, desde el punto de vista formal, un momento
importante, al convertirse en el primer exponente de la novela
modernista.
Francisco Calcagno (1827-1903) incursionó en la
narrativa, tanto en la novela como en relatos de temas
científicos e históricos. Entre sus novelas
están, "Romualdo, uno de tantos" (1881), de tema
antiesclavista y características románticas,
censurada por el régimen colonial y "S.I" (Su
Ilustrísima) (1895) basada en la historia del poema
épico criollo, "Espejo de Paciencia". Se acercó a
temas científicos y testimoniales escritos en forma de
relatos: "En busca del eslabón perdido. Historia del mono"
(1888) y "Don Enriquito" (1895), donde narra la historia del
médico francés de Baracoa que resultó ser
una mujer. Fue un prolífero autor, con obras de desigual
calidad, en poesía, artículos, ensayos,
biografías, etc.
Otras novelas significativas del período fueron,
"La Campana del Ingenio" (1884) de Francisco Puig, de tema
antiesclavista: "Mozart ensayando un Réquiem" (1881) de
Tristán, de Jesús Medina; "Francisquito" (1894) de
José de Armas Céspedes y "El cafetal" (1890) de
Domingo Malpica.
En la cuentística el principal exponente del
período es Esteban Borrero (1849-1906) quien escribe sus
cuentos con un sentido filosófico y una particular
visión crítica y humana. En la "Revista de Cuba"
aparece su primer cuento, "Calofilo" (1879), en el que delinea un
personaje autobiográfico, perseguido por las dudas, el
escepticismo. "Cuestión de monedas" (1888) es un relato
simbólico aparecido en "Revista Cubana". Su relato
más conocido, "Aventuras de las hormigas", dejado
inconcluso y aparecido en varios números de la mencionada
revista, es un relato fantástico de la vida de estos
insectos en una comunidad imaginaria que tiene más de
humana que de animal. En 1899 recoge en un breve volumen,
"Lectura de Pascuas", tres de sus relatos: "Una novelita",
"Machito Pichón" y Cuestión de Moneda". Borrero es
un autor prolífero con una línea de creación
de cuentos moralizantes y filosóficos, donde el simbolismo
es parte importante, reflejo de las dudas y la inestabilidad
social de su época.
También incursionaron en esta línea,
Tristán de Jesús Medina (1833-1896), escritor de
noveletas y relatos de estilo romántico; Julián del
Casal, Manuel de la Cruz, Idelfonso Estrada, Rafael Castro
Palomino y José Martí.
José Martí en su revista para los
niños, "La Edad de Oro" publica cuentos
infantiles, con alto valor pedagógico, escritos con un
hermoso lenguaje en los que se resalta las virtudes humanas:
"Bebé y el Señor Don Pomposo", "Nené
Traviesa" y "La Muñeca Negra", se sitúan entre
los mejores ejemplos de la literatura para niños, a la vez
que hace traducciones y adaptaciones de otros cuyas
temáticas se avienen a los mismos fines éticos: "El
camarón Encantado", "Los Dos Ruiseñores" y
"Méñique", todos con una creatividad y belleza que
permite agregarle la coautoría de dichas obras.
Aparece en este período la literatura testimonial
y de análisis sobre la "Guerra de los Diez Años",
ese fecundo primer período de nuestras guerras de
independencia que sentó las bases de la nacionalidad
cubana. Eran testimonios en su mayoría de los
protagonistas, que cuentan con pasión los días
vividos, hacen sus reflexiones y tratan de sacar una
enseñanza de estos días de glorias.
Uno de los primeros en escribir fue el General
dominicano Máximo Gómez Báez (1836-1905)
quien da a conocer desde Jamaica, "Convenio del Zanjón,
relato de los últimos sucesos de Cuba" (1878), en este
testimonio el protagonista escribe sobre la situación de
la guerra desde 1871 y pone en claro su posición frente al
Pacto del Zanjón que no es otra que de rechazo al mismo,
aunque tuvo que acogerse al mismo por ese "pecado" de no ser
cubano que lo abstuvo de opinar o actuar en momentos cruciales de
la política dentro del movimiento revolucionario de Cuba.
Años más tarde escribirá sus relatos, "El
viejo Eduá" (1892), un sentido homenaje a la
participación del negro en las luchas independentistas de
Cuba, desde las posiciones más humildes, incondicional y
valiente; "El héroe de Palo Seco" y "Recuerdo a mis
hijos", cumplen también ese objetivo de no dejar en el
olvido las hazañas del cubano en su enfrentamiento con los
colonialistas españoles.
Ramón Roa (1844-1812), coronel del
Ejército Libertador Cubano y con oficio literario publica
su folleto, "Convenio del Zanjón" (1878), con sus
recuerdos personales de aquella infausta decisión de los
insurrectos del centro y valoraciones de los hechos. En 1890
publica "A pie y descalzo: de Trinidad a
Cuba[9]1870-1871", testimonio de la guerra en el
que se vale de un lenguaje impresionista para describir las duras
condiciones en que se desenvolvió la guerra. José
Martí consideró inconveniente el libro porque no
resaltaba el heroísmo de los protagonistas sino las duras
condiciones de la vida en campaña, considerándolo
derrotista e inoportuno en el momento que se hacían
esfuerzos para levantar a los cubanos en una nueva guerra por su
independencia.
"Episodios de la Revolución Cubana" (1890) fue el
valioso aporte del historiador y combatiente Manuel de la Cruz
(1861-1896) quien dirige su prosa a resaltar el heroísmo
de la guerra por la liberación de los cubanos, a
diferencia del libro de Roa fue muy elogiado por José
Martí, por servir a la causa de la
independencia.
Raimundo Cabrera (1852-1923) es ante todo un hombre
público que escribió sobre temas políticos e
históricos, el más relevante de sus libros fue,
"Mis buenos tiempos" (1891)
La obra testimonial de José Martí, llega
con su "Diario de Campaña" (1895) escrito en sus
últimos días de vida, incorporado a la lucha
insurreccional en el oriente cubano, a diferencia de las otras
obras mencionadas escritas y leídas por sus
contemporáneo, el "Diario…" tuvo que espera hasta
1936 para seis conocida por el público y convertirse en lo
que es hoy, un documento de valor fundacional en la cultura
cubana, en el que se funde el prosista y el poeta para entregar
una obra condicionada por la realidad del creador frente a un
mundo que anhela y ama y ahora se encuentra frente a él.
Descriptivo e impresionista, novedoso y asombrado ante la
naturaleza de su isla, como quien sabe ha cumplido su deber.
Agrupando las ideas en frases breves y rítmicas, que lo
acercan al guión cinematográfico, por su
plasticidad y realismo.
El género lírico ha contado con una
sólida tradición a todo lo largo del siglo XIX y
anterior entre los habitantes de esta isla, este período
es también un momento de buena poesía y de
descollantes poetas. La prensa publica profusamente versos de
corte post romántico con una gran influencia de la
poesía española, la mayoría de corte
intimista y evasivo, aunque no deja de aparecer el verso de tibio
patriotismo en medio de una época tan
polarizada.
Ya se escriben poesías con un acento distinto,
influida por las creaciones francesas, inglesas y
nórdicas, fluctuantes entre el romanticismo y el
parnasianismo. Se traduce y se lee muy buena poesía en La
Habana finisecular, poesía francesa en la que descuella
Bouderlaire bajo cuya influencia surgen los versos de
Julián de Casal y sus seguidores, en tanto que en la
emigración José Martí transita por una nueva
forma de decir.
En 1879 aparece en La Habana, "Arpa Amiga",
compilación poética de siete creadores de dispar
calidad, reflejo del momento lírico que vive la ciudad,
Francisco Antonio Sellén, Luis Victoriano Betancourt,
Enrique José Varona, Esteban Borrero, José Varela
Zequeira y Diego Vicente Tejera. Ninguno de ellos era poeta de
talento y solo Tejeras, logrará una obra más
convincente en lo lírico. Los hermanos Sellén
tienen una marcada influencia romántica y en su obra se
anuncia levemente el parnasianismo premodernista, dado por sus
lecturas de poetas nórdicos.
Diego Vicente Tejera (1848-1903) está sobre esta
misma vertiente pero de forma más marcada, tendiendo al
nativismo de la poesía criolla precedente, donde las
escenas campesinas están presente. Muy influenciado por la
poesía europea de su tiempo, su poesía tiende al
"tropicalismo" un nativismo más idealizado, que no es
más que el paisaje y las costumbres de Cuba vistas a
través del tamiz europeo de Tejera. En Francia
publicará sus poemarios, "Un ramo de violetas" (1877) y
"Epílogo y desencantos", en los que se respira el aire
melancólico y pesimista del romanticismo
alemán.
Siguiendo la tendencia de la poesía evasiva y de
fuerte influencia de la lírica española, hay un
grupo de poetas de segunda línea, como Ricardo del Monte
(1828-1909), Mariano Ramiro (1834-1886), Pablo Hernández
(1843-1919), Francisco Canto (1849-1912), Manuel de los Santos
(1855-1898) y Abelardo Farrés (1855-1906), entre
otros.
Francisco Calcagno publica en 1878 una antología
de "Poetas de color", que incluye los nombre de Juan
Francisco Manzano, Agustín Baldomero Rodríguez,
Antonio Medina, Ambrosio Echemendía y Gabriel de la
Concepción Valdés,[10] era una
audacia y al mismo tiempo un homenaje a figuras de la raza negra
y mulatos, hasta ese momento conocidos pero no del todo
valorados, es por eso que Calcagno carga el libro con amplia
información bibliográfica y biográfica, a
cerca de figuras cuestionadas por el sistema dominante.
Téngase en cuenta los casos de Placido y Manzano,
implicados en la "Conspiración de la Escalera", proceso
amañado y cruel que le costó la vida a muchos
negros libres, incluyendo al propio Placido y que destruyó
intelectualmente a Manzano. Sus criterios paternalistas dan por
sentado que la falta de calidad de los antologados está
relacionada con su condición
social[11]"son los primeros autores negros que
ingresan a la ciudad letrada del siglo XIX cubano; herejía
que pagan bien cara con la marginación, el silencio y
hasta con la muerte."[12]
Con mucha más calidad se dan a conocer un grupo
de poetisas, en las cuales hay más originalidad que en sus
pares masculinos dentro de esta tendencia romántica, ellas
son: Aurelia Castillo, Mercedes Matamoros, Nieves Xenes y Rosa
Kruger.
Aurelia del Castillo (1842-1920), mujer de sólida
cultura y con conocimientos sobre los movimientos culturales
europeos y una activa vida literaria, tanto en Cuba como en
España, que incluye la publicación en revistas y
periódicos de la época, la edición de su
poemario "Fábulas" (1879) de intenciones
pedagógicas, y la de otros libros de viajes y
antologías poéticas. Traductora de poesía y
prosa del francés, inglés e italiano.
Nieves Xenes (1849-1915), de influencia romántica
que le acerca a Gustavo Adolfo Bécquer y una poesía
irregular pero sincera y con cierto acento erótico que la
lleva a proclamar un amor imposible en versos valientes y
novedosos.
Rosa Kruger (1847-1881), es una talentosa poetisa que no
llegó a desarrollar del todo su talento, puesto de
manifiesto en sus escasas colaboraciones con la prensa habanera.
Todo su intimismo se vuelca al paisaje, más imaginado que
real, recibiendo de sus contemporáneos muchos
elogios.
Mercedes Matamoros (1851-1906), la más relevante
del grupo por su talento e inspiración. Colabora en la
"Revista de Cuba" publicando sus "Sensitivas" poemas de
originalidad y fuerza que la distinguen. Con una vida personal
azarosa y llena de estrecheces, Mercedes Matamoros mantuvo una
producción lírica de muy buena calidad, a pesar de
algunas irregularidades formales que no atenúan su
calidad. Su poesía de madurez aparece en sus cuadernos,
"Poesías Completas" (1892) y "Sonetos" (1902), en el que
aparece su famoso poema, "El último amor de Safo", en el
que aparece reflejado toda la fuerza de su temperamento
contenido. Es una poetisa de alto lirismo y un erotismo
insipiente y atrevido para su época.
En este período llega a Cuba desterrada la
poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez del
Tió (1863-1924), quien se inserta en la vida social
habanera dejando su huella de calidad y rebeldía. En La
Habana publica, "Mi libro en Cuba" (1893).
Dentro de esta tendencia de evasión de la
poesía cubana del período, pero con otro punto de
referencia formal y temática, aparece en el mundo
intelectual habanero, Julián del Casal (1863-1893). Con
él se acentúa el alejamiento del artista de la
realidad social, enfatizando su inspiración poética
en otros entornos imaginarios o lejanos. Su desarrollo
poético parte del romanticismo tardío de
Bécquer, las influencias parnasianas de la poesía
francesa y sobre todo del simbolismo de Boudelaire, a partir del
cual creará su poesía caracterizada por lo
novedosa, hermosa y evasiva, propias de los poetas modernistas
que van surgiendo en la geografía Hispanoamérica.
Su poesía, a veces irregular y prosaísta, es
siempre original, con un marcado trabajo de orfebrería
verbal que lo coloca entre los precursores del movimiento
modernista americano.
La prensa será su vehículo expresivo
fundamental, sobre todo la revista "La Habana Elegante", en la
que publica, junto con otros destacados poetas modernistas de
América. Su primer poemario fue, "Hojas al viento" (1890)
con marcada influencia del romanticismo y del parnasianismo.;
"Nieves" (1892) y culmina con su novedosa recopilación,
"Bustos y Rimas" (1893), considerado como uno de los libros
fundacionales del modernismo.
Bajo la influencia de Julián del Casal surgieron
otros poetas como, Juana Borrero (1877-1896), su principal
continuadora, como él publica en "La Habana Elegante" y en
1895 da a conocer, "Rimas", poemario de mucha calidad, plagado
del dolor y el pesimismo de su autora, ante el mundo en que vive.
Los hermanos Carlos Pío (1872-1897) y Federico (1873-1932)
Uhrbach, dan a conocer su poemario, "Gemelas" (1894), en tanto
Augusto de Armas (1859-1891), amigo personal de Julián del
Casal, escribió poesía influenciado por este y al
emigrar a Francia asimila las influencias del parnasianismo,
llegando en poco tiempo a escribir poesía en
francés de gran calidad y que publicó en su
cuaderno, "Rimes Byzantines" (1891). Cierra el grupo René
López (1882-1908) quien publica poemas muy elaborados y
con imágenes propias del modernismo.
Alejado de la patria, apremiado por el compromiso
político y la nostalgia de su patria y su familia,
José Martí va a crear su poesía nueva y
renovadora que recoge en su, "Ismaelillo" (1881), poemario
precursor del modo de decir modernista. Escrito bajo la feliz
embriaguez de la paternidad, Martí acude a la
poesía nueva y hermosa para expresar sus sentimientos, sin
cerrar sus imágenes en rebuscados símbolos, sino
buscando en la palabra sencilla, un significado novedoso.
Según Pedro Henríquez Ureña este libro,
sencillo, ingenuo y delicado marca la renovación de la
poesía española, antes que "Azul" de Rubén
Darío.
En 1891 publica, "Versos Sencillos", llenos de la
sabiduría popular e imágenes
autobiográficas, fácil en la forma, cercano a lo
más sabio de las tradiciones populares del romancero
español y de gran carga emotiva y social.
"(…) con la desaparición de
José Martí y de Julián del Casal, la
poesía cubana experimentaría una especie de
anonadamiento que le dejaría sin fuerzas para el gran
salto que esos dos poetas indicaban. José Martí y
Casal son cumbres sin compañía. Desde antes cuando
comenzó a languidecer el movimiento romántico, la
lírica cubana emprendió un reacondicionamiento
signado lógicamente, por la
modestia."[13]
El inicio de la guerra en 1895 rompe con el desarrollo
de la poética modernista en Cuba, las urgencias de la
guerra hace surgir una poesía patriótica de
tradición romántica que se impone por encima por
encima de calidades estéticas. Se produce un estancamiento
del que se salvan autores como, Bonifacio Byrne (1861-1836),
influenciado por el modernismo, pero definitivamente
romántico en su poesía patriótica; Carlos
Alberto Boyssier (1877-1897), Enrique M. Barnet (1876-1897) y
Francisco Díaz Silveira (1871-1924), entre
otros.
En este período vuelve el teatro bufo y sus
autores de obras paródicas, muy del momento, con una vida
efímera. Entre los más sobresalientes creadores del
género están: Ignacio Sarachaga, Olayo Díaz,
Luis Martínez, José M. Quintana, Laureano y
Raúl del Monte; Joaquín y Gustavo Robreño y
el imprescindible Federico Villoch, entre otros.
En cuanto al teatro dramático, Aniceto Valdivia
(1857-1927) escribió, "Senda de abrojo" (1880), "La Ley
Suprema" (1882) y "La muralla de hielo" (1882); José de
Armas y Cárdenas escribió y vio representados sus
dramas, "La lucha por la vida" y "Los triunfadores", ambas en
1895. En la comedia incursionan, Ramón Meza con "Una
sesión de Hipnotismo" (1891); Raimundo Cabrera, con "Vapor
Correo y "Del parque a la luna" de 1889. Otros autores cubanos
escribieron ocasionalmente para el teatro, son los casos de,
José Guell, Bonifacio Byrne, Bernardo Costales, Rafael S.
Jarrín y Miguel Ulloa, entre otros.
Se escribieron algunas piezas teatrales de tema
separatista, fundamentalmente en la emigración, en lo que
se conoce como "Teatro Mambí", obras de agitación
patriótica, con más o menos fortuna en cuanto a su
calidad formal. Algunas muestras de ellas son, "Hatuey" (1891) de
Francisco Sellén, "La fuga de Evangelina" (1898) de
Desiderio Fajardo y "Carlos Manuel de Céspedes" (1900) de
Javier Balmaceda.
Autor:
Ramón Guerra
Díaz
[1] “Historia de la Literatura
Cubana”. Tomo I, pág. 432. La Habana, 2002
[2] Ídem:434
[3] Ídem 430
[4] Panorama Histórico de la
Literatura Cubana. Max Henríquez Ureña. Tomo II.
Pág. 74. La Habana, 1979
[5] Manuel de la Cruz citado por Omar Perdomo
en “Cecilia Valdés en el Sábado del
Libro”, per. Granma, pág. 6, 5/7/2001
[6] Cultura: Lucha de clases y conflicto
racial. 1878-1895: Raquel Mendieta Costa. Pág. 45. La
Habana, 1989
[7] Ídem: 45
[8] Ídem: 49
[9] Departamento de Cuba es el nombre que
recibía en esta época la región de
Santiago de Cuba.
[10] Historia de la Literatura Cubana. Tomo
I. pág. 454. La Habana, 2002.
[11] Ídem
[12] Roberto Zurbano: Raza, literatura y
nación: el triángulo invisible del siglo XIX
cubano . Material digital. 6/2/2008
[13] Rogelio Riverón: “Un
éxodo de oscuras golondrinas” en per. Granma,
pág. 6, 4/9/2006