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Estancamiento, modernidad y mediocridad en la literatura (1878-1902)




Enviado por Ramón Guerra Díaz




    Estancamiento, modernidad y mediocridad en la literatura
    (1878-1902) – Monografias.com

    Estancamiento, modernidad y
    mediocridad en la literatura (1878-1902)

    La Paz del Zanjón determinó la salida de
    Cuba de los elementos más radicales del independentismo y
    dejó dentro de la isla un vacío que fue llenado por
    las ideas conciliadoras y reformistas de la burguesía y la
    intelectualidad en la isla, centrada principalmente en La Habana.
    Este será unos de los períodos más fecundos
    de la cultura cubana, en cuanto se discuten en el panorama
    socio-cultural de la isla las diversas posibilidades de salida
    para la encrucijada histórica en que se encontraba la
    sociedad colonial.

    La prosa es el género más cultivado en
    este último período que utiliza a la prensa como
    vehículo de difusión principal de las ideas,
    florecen los periódicos y revista de corte cultural y los
    suplementos sobre literatura editados por otros diarios a fin de
    ganar el favor de los lectores. La Habana y Matanzas, son en
    mayor medida los polos de estas ediciones, aunque no es raro
    encontrar similares en otras poblaciones del
    país.

    Las reflexiones sociales, las inquietudes de
    determinados círculos intelectuales y los cambios que se
    producen en la sociedad colonial, están expresados en esta
    prosa con atisbos costumbristas, sociológica y no exenta
    de elegancia. El ensayo, la crítica, los relatos
    históricos, el cuento, la oratoria y la novela, alcanzan
    sus mejores piezas en este período, reflejo de la madurez
    social que se vive.

    Como publicaciones sobresale la "Revista de Cuba"
    dirigida por José Manuel Cortina y su continuadora "La
    Revista Cubana" de Enrique José Varona, reflejo de la
    mejor prosa reflexiva cubana del momento, tribunas de
    polémicas y sobre todo de los sentimientos
    independentistas que acompañaban a las opiniones sobre las
    novedades filosóficas de Europa. Otra destacada
    publicación de similares características lo fue,
    "Hojas Literarias" de Manuel Sanguily, en tanto eran muy
    leídos los espacios literarios de "El Fígaro" y "La
    Habana Elegante".

    La crítica y la ensayística tienen en
    estos años a los más destacados escritores cubanos
    del siglo XIX: El primero de ellos, José Martí, que
    está ausente por razones políticas de las
    páginas habaneras, pero que honra su pluma y a su patria
    con un ensayismo de vuelos universales en los que sus criterios
    sobre la cultura y la política, tanto en Cuba, como en
    Hispanoamérica, permite situarlo entre los grandes
    escritores del idioma castellano. El hecho de haber desarrollado
    la mayor parte de su obra fuera de Cuba, le permite estar al
    día en cuanto a las corrientes literarias que se
    desenvuelven en el mundo. Su momento de maduración
    intelectual ocurre en un período de transición
    cuando el romanticismo está cuestionado por el realismo y
    el naturalismo y están dados los gérmenes del nuevo
    espíritu americano en el movimiento modernista del cual
    forma parte.

    Monografias.com

    Su obra ensayística está dispersa en la
    prensa del continente, toda de una gran calidad "Nuestra
    América" (1891), "Vindicación de Cuba" (1889), "Los
    Tres Héroes" (1889), "Mi Raza" (1893), "La
    proclamación del Partido Revolucionario Cubano" (1892) y
    muchas otras piezas de inteligente literatura de compromiso
    político, social y humanístico, nos dan la estatura
    de un hombre de una inteligencia abierta y audaz, capaz de
    avizorar en las intenciones de los deciden en su época,
    para orientar y opinar, no solo para sus contemporáneos,
    sino para las generaciones por venir, todo escrito con una
    elegancia fundadora, en párrafos largos y de palabras
    precisas y a veces innovadoras, para dejar un paradigma en el
    género y un ejemplo de cómo ser el mismo y distinto
    en cada tema, en cada género.

    Como crítico ha dejado en sus colaboraciones para
    la prensa de América Latina, piezas de una agudeza
    extraordinaria, su modo de acercarse a los temas como si los
    conociera de toda la vida, para llamar nuestra atención
    sobre sus virtudes, defectos y el modo en que pudiera hacernos
    útil, en contenidos que va desde la literatura, a las
    ciencias, pasando por la educación, las artes
    plásticas, la música, el deporte o la costumbres
    populares. Crónicas que recrean, instruyen,
    enseñan, comprometen e involucran al lector, por la manera
    de llevarle con la palabra, la sutileza de lo humano o lo que
    está sobrepuesto y casi no se ve. Ese el humanista que
    sueña con su isla, pero era un desconocido en
    ella.

    En esta misma época brillan en Cuba los
    ensayistas y críticos, Enrique Piñeyro (1839-1911),
    culto hombre de letras que desde la década del sesenta
    desarrolla una importante labor literaria y social,
    destacándose como educador, periodista y orador
    separatista dentro de la emigración cubana de Francia.
    Vive y escribe casi siempre desde el exilio, pero su magisterio e
    influencia es notable en esta época, "(…) su
    actividad intelectual es un serio y continuado esfuerzo por
    difundir en el país las tendencias literarias del siglo
    XIX"[1].
    El término de la primera
    guerra de indepedencia coincide con su madurez literaria,
    desarrollando lo mejor de su trabajo crítico al entrar a
    analizar las corrientes literarias que estaban en boga en
    Europa.

    Emigrado a París en la década de los 80s
    del siglo XIX, desarrolla en esta su mejor momento literario.
    Entre sus obras publicadas en este período están
    sus, "Estudios y conferencias de historia y literatura"
    (1880), "Poetas famosos del siglo XIX" (1883) y "Vidas y escritos
    de Juan Clemente Zenea"
    (1901), pero el grueso de su obra
    ensayística y crítica está dispersa en la
    prensa de su época tanto en Cuba como en otros
    países.

    Manuel Sanguily (1848-1925), hombre de acción que
    hizo de las letras un modo más de luchas por sus ideas, se
    centro en los temas literarios e históricos, siendo en
    estos últimos donde sobresale por su creciente defensa de
    lo cubano. Sus ensayos van dirigidos a resaltar los valores de la
    literatura cubana y europea contemporánea sin olvidar el
    trasfondo político en el que no oculta su filiación
    separatista. Es un asiduo colaborador de la prensa habanera hasta
    alcanzar sus mejores momentos en víspera del reinicio de
    la guerra por la independencia cuando publica su revista, "Hojas
    Literarias" (1893-94), escrita casi íntegra por
    él.

    Fue un prolífero escritor y en este
    período dejó numerosos trabajos escritos: "Los
    Caribes en las Indias" (1884), "El descubrimiento de
    América" (1892),
    ambas de carácter
    histórico "Elemento y carácter de la
    política en Cuba" (1887), "El dualismo moral y
    político en Cuba" (1888), "Céspedes y Martí"
    (1895), "10 de octubre de 1868. La Revolución de Cuba y
    las repúblicas americanas" (1896)
    [2],
    entre otros.

    No es posible dejar de mencionar su biografía
    sobre el gran maestro del Colegio El Salvador, su maestro
    "José de la Luz y Caballero" (1890) obra en la que
    rectifica los errores que había cometido José
    Ignacio Rodríguez en una biografía sobre Luz
    Caballero y en la que lo califica de anexionista y con tendencia
    clerical, opiniones que no comparte Sanguily, quien reivindica a
    su maestro como filósofo en desarrollo, aunque aún
    marcado por el escolastismo, pero con la preconcebida idea de
    servirse de la enseñanza para preparar a los cubanos para
    gobernarse por sí mismo.

    Enrique José Varona (1849-1933) uno de los
    grandes protagonistas en esta confrontación de
    pensamientos que se debate en las páginas
    periódicas habaneras. Su evolución del autonomismo
    al independentismo es un lógico crecimiento consecuente
    con sus ideas de progreso social. El va a definir su
    posición frente a la pobreza cultural e ideológica
    de la colonia, desarrollando un amplio trabajo ensayístico
    influido por su filiación positivista y separatista. Como
    otros críticos cubanos dirige su obra al análisis
    de autores nacionales y extranjeros, pero enfatizando en los
    valores patrios.

    Dentro de su abundante bibliografía resaltan su
    "Conferencias Filosóficas", dictadas en 1880 y publicadas
    en la "Revista Cubana", entre 1885 y 1895. "Estudios literarios y
    filosóficos" (1883) en el que recopila trabajos de las dos
    líneas investigativas sobre las que centra sus estudios;
    en 1887 publica "Seis conferencias", que junto a "Literatura,
    política y sociología" (1891) son considerados sus
    trabajos de madurez como crítico literario, en trabajos
    que ya había publicado en la "Revista Cubana" referidos a
    temas de la cultura de la isla en la que no falta la
    crítica al colonialismo español.[3]
    Otros trabajos suyos del período son, "Artículos y
    Discursos" (1891), "Cuba contra España" (1895), "El
    fracaso colonial de Estaña" (1896-97) y "Martí y su
    obra política" (1896), uno de los primeros estudios sobre
    nuestra principal figura de la cultura.

    Su concepción crítica positivista se opone
    al análisis científico de la literatura de Taine.
    En su prosa objetiva y sin apasionamiento se analizan las
    circunstancias históricas exponiendo los hechos para
    demostrar, basado en su sólida cultura filosófica
    donde está presente un nuevo sentido realista y
    científico del que estaba necesitada la sociedad colonial
    cubana.[4]

    Otros destacados críticos y ensayistas cubanos
    del período fueron: Rafael María Merchán
    (1844-1905), crítico y ensayista de sólida cultura,
    cuyos trabajos se apoyan en un amplio estudio documental.
    Defensor de la independencia, publica una gran cantidad de
    libros, folletos y artículos; Aurelio Miitjans (1863-1889)
    el prometedor joven que dejó la mejor crítica sobre
    temas culturales, inconclusa, "Estudios sobre el movimiento
    científico y literario de Cuba" (1890), el primer intento
    de resumir y valorar la literatura cubana; Manuel de la Cruz
    (1861-1896), escritor de estilo agudo y amplia cultura, de los
    primeros críticos modernista de la isla. Su obra
    más notable es, "Reseña histórica del
    movimiento literarios en la isla de Cuba" (1891).

    Ricardo del Monte (1828-1909), periodista autonomista,
    destacado en el panorama cultural de su época, que
    ejerció una crítica formalista de notable calidad;
    José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara)
    (1866-1919), crítico y ensayista, sobresale por sus
    estudios cervantinos, junto a una vasta producción
    periodística; Aniceto Valdivia (Conde Kostia) (1857-1927),
    autor de una prolífera obra periodística,
    desarrollaba una crítica impresionista de notable estilo y
    Emilio Bobadilla (Fray Candil) (1862- 1921), autor de estilo
    mordaz donde la sátira es parte de su obra. Los aportes de
    estos escritores cubanos a la conformación de una prosa
    modernista son evidentes, aunque no siempre fueron conscientes de
    ello. Eran hombres bien informados de las teorías
    más recientes de las disciplinas humanísticas
    llegadas de Europa y muy enfocados en Cuba y su
    realidad.

    La crítica literaria criolla cultivó una
    amplia gama que iba desde el impresionismo hasta el esteticismo,
    pasando por las influencias cientificistas, satíricas,
    filosóficas, históricas y formalistas;
    incursionando muchos de ellos en más de una de estas
    vertientes.

    Paralelo al trabajo de estos autores que ejercieron la
    crítica de forma continuada, aparecen algunos trabajos
    analíticos que estudian de conjunto algún
    género de la literatura cubana, el más tratado fue
    el de la poesía. Se publica "Parnaso Cubano"
    (1881), antología de poesía realizada por el
    español Antonio López Prieto, quien escribe un
    prólogo muy argumentado partiendo de fuentes confiables y
    científicamente recopiladas. Es el primer estudio
    valorativo de la poesía de la isla. "La Poesía
    Lírica en Cuba"
    (1882) de Emilio González del
    Valle, también con el propósito de historiar la
    poesía insular. Pedro José Guiteras publica en la
    "Revista de Cuba", un conjunto de biografías de poetas
    cubanos con un estudio crítico de su vida y obra. Se
    publica el famoso y muy utilizado "Diccionario
    biográfico cubano"
    (1878-1887) de Francisco Calcagno,
    de mucha ayuda para el estudio de la cultura y la sociedad cubana
    del siglo XIX y anterior, a pesar de sus múltiples errores
    e imprecisiones.

    La oratoria alcanza en este período un auge
    desconocido hasta entonces en el país y entre los
    núcleo de cubanos emigrados, motivado fundamentalmente por
    la lucha ideológica planteada en la sociedad cubana en
    este período de "Tregua Fecunda". En Cuba la oratoria
    política es muy relevante al contar los autonomistas con
    grandes oradores defensores de sus ideas: Rafael Montoro, Eliseo
    Giberga, José Manuel Cortina, Rafael Fernández de
    Castro y José María Gálvez, hombres que
    pusieron su prodigioso dominio de la palabra al servicio de su
    causa.

    Entre los separatistas sobresalen dos nombres:
    José Martí y Manuel Sanguily, aunque son muy
    destacados los nombres de Juan Gualberto Gómez, Salvador
    Cisneros Betancourt y Fermín Valdés
    Domínguez.

    José Martí, es considerado el orador
    más sobresaliente del siglo XIX, se valió de la
    palabra para lograr la unidad entre los independentistas, formar
    el Partido Revolucionario Cubano y organizar la lucha por la
    independencia. Entre sus muchas piezas oratorias están:
    "Madre América" (1890), con motivo de la Conferencia
    Monetaria Internacional convocada por los Estados Unidos; su
    discurso el 10 de octubre de 1887 en Nueva York y los
    definitorios discursos ante los emigrados de Tampa en noviembre
    de 1891 y que marca el inicio de la etapa final de
    organización de la "Guerra Necesaria": "Con todo y para el
    bien de todos" (26/11/1891) y "Los Pinos Nuevos"
    (27/11/1891)

    En la oratoria civil se distingue Mariano Aramburu
    (1870-1942), abogado cubano, que desarrolló parte de su
    labor en la península. En la oratoria sagrada sobresalen
    los presbíteros Ricardo Arteaga Montejo, Manuel de
    Jesús Dobal y Luis Alejandro Mustelier.

    Durante este período están muy de moda en
    la prensa los folletines por entrega con melodramas de influencia
    francesa que gozaban de aceptación entre el
    público, principalmente las mujeres, lo que hace
    más notable el esfuerzo de los creadores de prosa
    narrativa, por publicar novelas de temáticas más
    elaboradas, aunque de dispar calidad y que redundó en un
    buen momento para la prosa de ficción en Cuba.

    La narrativa cubana alcanza también su momento de
    madurez, destacada por la aparición de novelistas de la
    talla de Ramón Meza y Nicolás Heredia y el repunte
    de un ya conocido, Cirilo Villaverde. Las obras de estos y otros
    creadores están influenciados por el realismo y el
    naturalismo en boga, pero sin separarse del romanticismo
    tardío que aún es posible encontrar en las letras
    cubanas. Hay una mejor elaboración en la
    novelística del período y los acontecimientos
    sociales no dejan de ser reflejados en estas obras.

    Cirilo Villaverde entrega la versión definitiva
    de su novela "Cecilia Valdés" (1882), publicada desde su
    exilio en Nueva York a partir de la noveleta del mismo nombre
    aparecida en La Habana en 1839. La anécdota es la misma
    pero el enfoque ha variado y lo que fuera una obra menor se ha
    transformado en la mejor novela costumbrista de Cuba, donde la
    verdadera protagonista en La Habana y su sociedad, dibujada de
    forma realista por Villaverde, conocedor a fondo de los males de
    su época.

    Escrita bajo la fuerte influencia romántica de su
    autor esta versión definitiva de la novela toma mucho del
    realismo para ahondar en los personajes y sus circunstancias.
    Pese a sus debilidades formales y su tendencia al folletín
    en boga por estos años, "Cecilia Valdés" ha
    devenido en la novela nacional, de profundo arraigo en la
    cultura cubana, no solo por sus valores documentales e
    históricos sino por su cubanía. A propósito
    de ella diría Manuel de la Cruz expresó que la obra
    es un lienzo de "(…) todos los tipos y caracteres que
    la esclavitud ha conformado como siniestro cirujano vivisector,
    todos sus productos y engendros sociales; todos los momentos y
    situaciones en que mejor se manifiesta una etapa de su
    evolución, han sido llamado a juicio y puesto en
    movimiento sobre el gran
    escenario"
    [5]

    El más duro crítico de la época
    resultó ser Ramón Meza (1861-1911), narrador,
    periodista, educador y funcionario público, vinculado a
    las corrientes narrativas cubanas del momento. Sus obras
    más sobresaliente es la novelística, son "Mi
    tío el empleado" (1887) y "Don Aniceto el tendero" (1889),
    ambas dentro del estilo del realismo que le sirve para hacer una
    fuerte crítica a la sociedad colonial a través de
    personajes muy bien elaborados. La trama las sitúa en La
    Habana en el período de paz de entre guerras,
    caracterizando a los comerciantes y funcionarios
    españoles, que en su mayoría amasaban grandes
    fortunas gracias al fraude y los negocios sucios. En lo formal
    Ramón Meza utiliza un lenguaje directo, objetivo donde la
    verdad parece grotesca, pero está inspirada en la forma de
    actuar de estos individuos en su afán de enriquecerse. Su
    obra narrativa se completa con otras tres novelas: "El duelo de
    mi vecino" (1885), "Flores y calabazas" (1886), "Carmela" (1887)
    y "En un pueblo de la Florida" (1898)

    Nicolás Heredia y Mota (1855-1901) es otro
    novelista de este período, buen escritor, maneja muy bien
    las técnicas narrativas, pero trata de ignorar la realidad
    cubana en la que vive, centrando sus esperanzas de mejoramiento
    social en la "influencia de la sociedad norteamericana", sus
    simpatías anexionistas son tan claras, como la falta de fe
    en la gente de su tierra. Esto se hace evidente en sus novelas,
    "Un hombre de negocios" (1883) y "Leonela" (1893); esta
    última es una novela costumbrista tardía, de buena
    factura, considerada entre las mejores del género y donde
    las descripciones de la vida provinciana es su principal
    mérito, junto a su argumento y la caracterización
    de personaje.

    Los intentos de crear una novela naturalista
    están en el mulato Martín Morua Delgado
    (1856-1910), periodista y culto cubano, perteneciente a una
    minoritaria pequeña burguesía negra, que
    trató de reflejar en sus novelas la situación de
    las clases humildes, entre ellos los negros e intentó
    escribir una serie de novelas que dieran un panorama de la
    sociedad cubana y que finalmente solo fueron dos obras:
    "Sofía" (1891) y "La familia
    Unzúazu"
    (1896). "La acción de ambas
    novela está ubicada en el período de entreguerras
    (1878-1895), en una ciudad imaginaria –Belmiranda- en el
    occidente de la isla."[6]

    "Sofia" es una novela sobre la esclavitud, pero esta vez
    no es desde la mirada del hombre blanco, sino que por primera vez
    esta gran mancha moral que fue la esclavitud de la raza negra en
    Cuba es vista desde la mirada de un mulato, es decir es una
    visión desde adentro "(…) desde los propios
    sectores marginales, del problema fundamental de la sociedad
    cubana, y que hasta ese momento solo había sido tratado
    desde la perspectiva del grupo blanco
    dominante"[7]

    "La familia Unzúazu" es también un
    referente al ámbito cultural del negro en Cuba, de sus
    creencias, sus tradiciones religiosas, sus artes curativas, sus
    relaciones con el mundo, pero hay en esta visión del
    escritor mulato una propuesta a encontrar la aceptación
    social, renegando de sus costumbres "bárbaras" para
    convertirse en el negro asimilado a la cultura blanca que hasta
    1886 lo había esclavizado.

    "Indudablemente, ambas novelas son, con sus virtudes
    y defectos un documento cultural de inestimable valor para la
    comprensión de un período complejo y poco estudiado
    de nuestra historia. El tránsito del ingenio de
    plantación esclavista al gran central azucarero
    concentrador de tierras, es el telón de fondo; la
    abolición de la esclavitud, la conversión de ciento
    de miles de hombres esclavos en asalariados, fundamentalmente
    agrícolas, unidas a la desmoralización de los
    sectores dominantes criollos como consecuencia del sistema
    colonial establecido, es el gran drama épico de esta
    sociedad; la integración social, la "ilustración"
    de los sectores marginales de negros y mulatos, la unión
    de todos los cubanos en un esfuerzo común, es la
    solución que nos brinda
    Morúa."[8]

    Entre tanto en Nueva York José Martí
    publicaba en el periódico "El Latino Americano" una novela
    por entrega que firmó con el seudónimo de Adelaida
    Ral, con el título de "Amistad Funesta" (1885).
    Esta será su única obra narrativa de
    ficción, escrita para complacer a una amiga, pero donde no
    falta el lenguaje novedoso y personajes bien construidos
    alrededor de una trama de corte romántico pero con mucho
    realismo. Para la literatura cubana, "Amistad Funesta"
    representa, desde el punto de vista formal, un momento
    importante, al convertirse en el primer exponente de la novela
    modernista.

    Francisco Calcagno (1827-1903) incursionó en la
    narrativa, tanto en la novela como en relatos de temas
    científicos e históricos. Entre sus novelas
    están, "Romualdo, uno de tantos" (1881), de tema
    antiesclavista y características románticas,
    censurada por el régimen colonial y "S.I" (Su
    Ilustrísima) (1895) basada en la historia del poema
    épico criollo, "Espejo de Paciencia". Se acercó a
    temas científicos y testimoniales escritos en forma de
    relatos: "En busca del eslabón perdido. Historia del mono"
    (1888) y "Don Enriquito" (1895), donde narra la historia del
    médico francés de Baracoa que resultó ser
    una mujer. Fue un prolífero autor, con obras de desigual
    calidad, en poesía, artículos, ensayos,
    biografías, etc.

    Otras novelas significativas del período fueron,
    "La Campana del Ingenio" (1884) de Francisco Puig, de tema
    antiesclavista: "Mozart ensayando un Réquiem" (1881) de
    Tristán, de Jesús Medina; "Francisquito" (1894) de
    José de Armas Céspedes y "El cafetal" (1890) de
    Domingo Malpica.

    En la cuentística el principal exponente del
    período es Esteban Borrero (1849-1906) quien escribe sus
    cuentos con un sentido filosófico y una particular
    visión crítica y humana. En la "Revista de Cuba"
    aparece su primer cuento, "Calofilo" (1879), en el que delinea un
    personaje autobiográfico, perseguido por las dudas, el
    escepticismo. "Cuestión de monedas" (1888) es un relato
    simbólico aparecido en "Revista Cubana". Su relato
    más conocido, "Aventuras de las hormigas", dejado
    inconcluso y aparecido en varios números de la mencionada
    revista, es un relato fantástico de la vida de estos
    insectos en una comunidad imaginaria que tiene más de
    humana que de animal. En 1899 recoge en un breve volumen,
    "Lectura de Pascuas", tres de sus relatos: "Una novelita",
    "Machito Pichón" y Cuestión de Moneda". Borrero es
    un autor prolífero con una línea de creación
    de cuentos moralizantes y filosóficos, donde el simbolismo
    es parte importante, reflejo de las dudas y la inestabilidad
    social de su época.

    También incursionaron en esta línea,
    Tristán de Jesús Medina (1833-1896), escritor de
    noveletas y relatos de estilo romántico; Julián del
    Casal, Manuel de la Cruz, Idelfonso Estrada, Rafael Castro
    Palomino y José Martí.

    José Martí en su revista para los
    niños, "La Edad de Oro" publica cuentos
    infantiles, con alto valor pedagógico, escritos con un
    hermoso lenguaje en los que se resalta las virtudes humanas:
    "Bebé y el Señor Don Pomposo", "Nené
    Traviesa" y "La Muñeca Negra
    ", se sitúan entre
    los mejores ejemplos de la literatura para niños, a la vez
    que hace traducciones y adaptaciones de otros cuyas
    temáticas se avienen a los mismos fines éticos: "El
    camarón Encantado", "Los Dos Ruiseñores" y
    "Méñique", todos con una creatividad y belleza que
    permite agregarle la coautoría de dichas obras.

    Aparece en este período la literatura testimonial
    y de análisis sobre la "Guerra de los Diez Años",
    ese fecundo primer período de nuestras guerras de
    independencia que sentó las bases de la nacionalidad
    cubana. Eran testimonios en su mayoría de los
    protagonistas, que cuentan con pasión los días
    vividos, hacen sus reflexiones y tratan de sacar una
    enseñanza de estos días de glorias.

    Uno de los primeros en escribir fue el General
    dominicano Máximo Gómez Báez (1836-1905)
    quien da a conocer desde Jamaica, "Convenio del Zanjón,
    relato de los últimos sucesos de Cuba" (1878), en este
    testimonio el protagonista escribe sobre la situación de
    la guerra desde 1871 y pone en claro su posición frente al
    Pacto del Zanjón que no es otra que de rechazo al mismo,
    aunque tuvo que acogerse al mismo por ese "pecado" de no ser
    cubano que lo abstuvo de opinar o actuar en momentos cruciales de
    la política dentro del movimiento revolucionario de Cuba.
    Años más tarde escribirá sus relatos, "El
    viejo Eduá" (1892), un sentido homenaje a la
    participación del negro en las luchas independentistas de
    Cuba, desde las posiciones más humildes, incondicional y
    valiente; "El héroe de Palo Seco" y "Recuerdo a mis
    hijos", cumplen también ese objetivo de no dejar en el
    olvido las hazañas del cubano en su enfrentamiento con los
    colonialistas españoles.

    Ramón Roa (1844-1812), coronel del
    Ejército Libertador Cubano y con oficio literario publica
    su folleto, "Convenio del Zanjón" (1878), con sus
    recuerdos personales de aquella infausta decisión de los
    insurrectos del centro y valoraciones de los hechos. En 1890
    publica "A pie y descalzo: de Trinidad a
    Cuba[9]1870-1871", testimonio de la guerra en el
    que se vale de un lenguaje impresionista para describir las duras
    condiciones en que se desenvolvió la guerra. José
    Martí consideró inconveniente el libro porque no
    resaltaba el heroísmo de los protagonistas sino las duras
    condiciones de la vida en campaña, considerándolo
    derrotista e inoportuno en el momento que se hacían
    esfuerzos para levantar a los cubanos en una nueva guerra por su
    independencia.

    "Episodios de la Revolución Cubana" (1890) fue el
    valioso aporte del historiador y combatiente Manuel de la Cruz
    (1861-1896) quien dirige su prosa a resaltar el heroísmo
    de la guerra por la liberación de los cubanos, a
    diferencia del libro de Roa fue muy elogiado por José
    Martí, por servir a la causa de la
    independencia.

    Raimundo Cabrera (1852-1923) es ante todo un hombre
    público que escribió sobre temas políticos e
    históricos, el más relevante de sus libros fue,
    "Mis buenos tiempos" (1891)

    La obra testimonial de José Martí, llega
    con su "Diario de Campaña" (1895) escrito en sus
    últimos días de vida, incorporado a la lucha
    insurreccional en el oriente cubano, a diferencia de las otras
    obras mencionadas escritas y leídas por sus
    contemporáneo, el "Diario…" tuvo que espera hasta
    1936 para seis conocida por el público y convertirse en lo
    que es hoy, un documento de valor fundacional en la cultura
    cubana, en el que se funde el prosista y el poeta para entregar
    una obra condicionada por la realidad del creador frente a un
    mundo que anhela y ama y ahora se encuentra frente a él.
    Descriptivo e impresionista, novedoso y asombrado ante la
    naturaleza de su isla, como quien sabe ha cumplido su deber.
    Agrupando las ideas en frases breves y rítmicas, que lo
    acercan al guión cinematográfico, por su
    plasticidad y realismo.

    El género lírico ha contado con una
    sólida tradición a todo lo largo del siglo XIX y
    anterior entre los habitantes de esta isla, este período
    es también un momento de buena poesía y de
    descollantes poetas. La prensa publica profusamente versos de
    corte post romántico con una gran influencia de la
    poesía española, la mayoría de corte
    intimista y evasivo, aunque no deja de aparecer el verso de tibio
    patriotismo en medio de una época tan
    polarizada.

    Ya se escriben poesías con un acento distinto,
    influida por las creaciones francesas, inglesas y
    nórdicas, fluctuantes entre el romanticismo y el
    parnasianismo. Se traduce y se lee muy buena poesía en La
    Habana finisecular, poesía francesa en la que descuella
    Bouderlaire bajo cuya influencia surgen los versos de
    Julián de Casal y sus seguidores, en tanto que en la
    emigración José Martí transita por una nueva
    forma de decir.

    En 1879 aparece en La Habana, "Arpa Amiga",
    compilación poética de siete creadores de dispar
    calidad, reflejo del momento lírico que vive la ciudad,
    Francisco Antonio Sellén, Luis Victoriano Betancourt,
    Enrique José Varona, Esteban Borrero, José Varela
    Zequeira y Diego Vicente Tejera. Ninguno de ellos era poeta de
    talento y solo Tejeras, logrará una obra más
    convincente en lo lírico. Los hermanos Sellén
    tienen una marcada influencia romántica y en su obra se
    anuncia levemente el parnasianismo premodernista, dado por sus
    lecturas de poetas nórdicos.

    Diego Vicente Tejera (1848-1903) está sobre esta
    misma vertiente pero de forma más marcada, tendiendo al
    nativismo de la poesía criolla precedente, donde las
    escenas campesinas están presente. Muy influenciado por la
    poesía europea de su tiempo, su poesía tiende al
    "tropicalismo" un nativismo más idealizado, que no es
    más que el paisaje y las costumbres de Cuba vistas a
    través del tamiz europeo de Tejera. En Francia
    publicará sus poemarios, "Un ramo de violetas" (1877) y
    "Epílogo y desencantos", en los que se respira el aire
    melancólico y pesimista del romanticismo
    alemán.

    Siguiendo la tendencia de la poesía evasiva y de
    fuerte influencia de la lírica española, hay un
    grupo de poetas de segunda línea, como Ricardo del Monte
    (1828-1909), Mariano Ramiro (1834-1886), Pablo Hernández
    (1843-1919), Francisco Canto (1849-1912), Manuel de los Santos
    (1855-1898) y Abelardo Farrés (1855-1906), entre
    otros.

    Francisco Calcagno publica en 1878 una antología
    de "Poetas de color", que incluye los nombre de Juan
    Francisco Manzano, Agustín Baldomero Rodríguez,
    Antonio Medina, Ambrosio Echemendía y Gabriel de la
    Concepción Valdés,[10] era una
    audacia y al mismo tiempo un homenaje a figuras de la raza negra
    y mulatos, hasta ese momento conocidos pero no del todo
    valorados, es por eso que Calcagno carga el libro con amplia
    información bibliográfica y biográfica, a
    cerca de figuras cuestionadas por el sistema dominante.
    Téngase en cuenta los casos de Placido y Manzano,
    implicados en la "Conspiración de la Escalera", proceso
    amañado y cruel que le costó la vida a muchos
    negros libres, incluyendo al propio Placido y que destruyó
    intelectualmente a Manzano. Sus criterios paternalistas dan por
    sentado que la falta de calidad de los antologados está
    relacionada con su condición
    social[11]"son los primeros autores negros que
    ingresan a la ciudad letrada del siglo XIX cubano; herejía
    que pagan bien cara con la marginación, el silencio y
    hasta con la muerte."[12]

    Con mucha más calidad se dan a conocer un grupo
    de poetisas, en las cuales hay más originalidad que en sus
    pares masculinos dentro de esta tendencia romántica, ellas
    son: Aurelia Castillo, Mercedes Matamoros, Nieves Xenes y Rosa
    Kruger.

    Aurelia del Castillo (1842-1920), mujer de sólida
    cultura y con conocimientos sobre los movimientos culturales
    europeos y una activa vida literaria, tanto en Cuba como en
    España, que incluye la publicación en revistas y
    periódicos de la época, la edición de su
    poemario "Fábulas" (1879) de intenciones
    pedagógicas, y la de otros libros de viajes y
    antologías poéticas. Traductora de poesía y
    prosa del francés, inglés e italiano.

    Nieves Xenes (1849-1915), de influencia romántica
    que le acerca a Gustavo Adolfo Bécquer y una poesía
    irregular pero sincera y con cierto acento erótico que la
    lleva a proclamar un amor imposible en versos valientes y
    novedosos.

    Rosa Kruger (1847-1881), es una talentosa poetisa que no
    llegó a desarrollar del todo su talento, puesto de
    manifiesto en sus escasas colaboraciones con la prensa habanera.
    Todo su intimismo se vuelca al paisaje, más imaginado que
    real, recibiendo de sus contemporáneos muchos
    elogios.

    Mercedes Matamoros (1851-1906), la más relevante
    del grupo por su talento e inspiración. Colabora en la
    "Revista de Cuba" publicando sus "Sensitivas" poemas de
    originalidad y fuerza que la distinguen. Con una vida personal
    azarosa y llena de estrecheces, Mercedes Matamoros mantuvo una
    producción lírica de muy buena calidad, a pesar de
    algunas irregularidades formales que no atenúan su
    calidad. Su poesía de madurez aparece en sus cuadernos,
    "Poesías Completas" (1892) y "Sonetos" (1902), en el que
    aparece su famoso poema, "El último amor de Safo", en el
    que aparece reflejado toda la fuerza de su temperamento
    contenido. Es una poetisa de alto lirismo y un erotismo
    insipiente y atrevido para su época.

    En este período llega a Cuba desterrada la
    poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez del
    Tió (1863-1924), quien se inserta en la vida social
    habanera dejando su huella de calidad y rebeldía. En La
    Habana publica, "Mi libro en Cuba" (1893).

    Dentro de esta tendencia de evasión de la
    poesía cubana del período, pero con otro punto de
    referencia formal y temática, aparece en el mundo
    intelectual habanero, Julián del Casal (1863-1893). Con
    él se acentúa el alejamiento del artista de la
    realidad social, enfatizando su inspiración poética
    en otros entornos imaginarios o lejanos. Su desarrollo
    poético parte del romanticismo tardío de
    Bécquer, las influencias parnasianas de la poesía
    francesa y sobre todo del simbolismo de Boudelaire, a partir del
    cual creará su poesía caracterizada por lo
    novedosa, hermosa y evasiva, propias de los poetas modernistas
    que van surgiendo en la geografía Hispanoamérica.
    Su poesía, a veces irregular y prosaísta, es
    siempre original, con un marcado trabajo de orfebrería
    verbal que lo coloca entre los precursores del movimiento
    modernista americano.

    La prensa será su vehículo expresivo
    fundamental, sobre todo la revista "La Habana Elegante", en la
    que publica, junto con otros destacados poetas modernistas de
    América. Su primer poemario fue, "Hojas al viento" (1890)
    con marcada influencia del romanticismo y del parnasianismo.;
    "Nieves" (1892) y culmina con su novedosa recopilación,
    "Bustos y Rimas" (1893), considerado como uno de los libros
    fundacionales del modernismo.

    Bajo la influencia de Julián del Casal surgieron
    otros poetas como, Juana Borrero (1877-1896), su principal
    continuadora, como él publica en "La Habana Elegante" y en
    1895 da a conocer, "Rimas", poemario de mucha calidad, plagado
    del dolor y el pesimismo de su autora, ante el mundo en que vive.
    Los hermanos Carlos Pío (1872-1897) y Federico (1873-1932)
    Uhrbach, dan a conocer su poemario, "Gemelas" (1894), en tanto
    Augusto de Armas (1859-1891), amigo personal de Julián del
    Casal, escribió poesía influenciado por este y al
    emigrar a Francia asimila las influencias del parnasianismo,
    llegando en poco tiempo a escribir poesía en
    francés de gran calidad y que publicó en su
    cuaderno, "Rimes Byzantines" (1891). Cierra el grupo René
    López (1882-1908) quien publica poemas muy elaborados y
    con imágenes propias del modernismo.

    Alejado de la patria, apremiado por el compromiso
    político y la nostalgia de su patria y su familia,
    José Martí va a crear su poesía nueva y
    renovadora que recoge en su, "Ismaelillo" (1881), poemario
    precursor del modo de decir modernista. Escrito bajo la feliz
    embriaguez de la paternidad, Martí acude a la
    poesía nueva y hermosa para expresar sus sentimientos, sin
    cerrar sus imágenes en rebuscados símbolos, sino
    buscando en la palabra sencilla, un significado novedoso.
    Según Pedro Henríquez Ureña este libro,
    sencillo, ingenuo y delicado marca la renovación de la
    poesía española, antes que "Azul" de Rubén
    Darío.

    En 1891 publica, "Versos Sencillos", llenos de la
    sabiduría popular e imágenes
    autobiográficas, fácil en la forma, cercano a lo
    más sabio de las tradiciones populares del romancero
    español y de gran carga emotiva y social.

    "(…) con la desaparición de
    José Martí y de Julián del Casal, la
    poesía cubana experimentaría una especie de
    anonadamiento que le dejaría sin fuerzas para el gran
    salto que esos dos poetas indicaban. José Martí y
    Casal son cumbres sin compañía. Desde antes cuando
    comenzó a languidecer el movimiento romántico, la
    lírica cubana emprendió un reacondicionamiento
    signado lógicamente, por la
    modestia."[13]

    El inicio de la guerra en 1895 rompe con el desarrollo
    de la poética modernista en Cuba, las urgencias de la
    guerra hace surgir una poesía patriótica de
    tradición romántica que se impone por encima por
    encima de calidades estéticas. Se produce un estancamiento
    del que se salvan autores como, Bonifacio Byrne (1861-1836),
    influenciado por el modernismo, pero definitivamente
    romántico en su poesía patriótica; Carlos
    Alberto Boyssier (1877-1897), Enrique M. Barnet (1876-1897) y
    Francisco Díaz Silveira (1871-1924), entre
    otros.

    En este período vuelve el teatro bufo y sus
    autores de obras paródicas, muy del momento, con una vida
    efímera. Entre los más sobresalientes creadores del
    género están: Ignacio Sarachaga, Olayo Díaz,
    Luis Martínez, José M. Quintana, Laureano y
    Raúl del Monte; Joaquín y Gustavo Robreño y
    el imprescindible Federico Villoch, entre otros.

    En cuanto al teatro dramático, Aniceto Valdivia
    (1857-1927) escribió, "Senda de abrojo" (1880), "La Ley
    Suprema" (1882) y "La muralla de hielo" (1882); José de
    Armas y Cárdenas escribió y vio representados sus
    dramas, "La lucha por la vida" y "Los triunfadores", ambas en
    1895. En la comedia incursionan, Ramón Meza con "Una
    sesión de Hipnotismo" (1891); Raimundo Cabrera, con "Vapor
    Correo y "Del parque a la luna" de 1889. Otros autores cubanos
    escribieron ocasionalmente para el teatro, son los casos de,
    José Guell, Bonifacio Byrne, Bernardo Costales, Rafael S.
    Jarrín y Miguel Ulloa, entre otros.

    Se escribieron algunas piezas teatrales de tema
    separatista, fundamentalmente en la emigración, en lo que
    se conoce como "Teatro Mambí", obras de agitación
    patriótica, con más o menos fortuna en cuanto a su
    calidad formal. Algunas muestras de ellas son, "Hatuey" (1891) de
    Francisco Sellén, "La fuga de Evangelina" (1898) de
    Desiderio Fajardo y "Carlos Manuel de Céspedes" (1900) de
    Javier Balmaceda.

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra
    Díaz

     

    [1] “Historia de la Literatura
    Cubana”. Tomo I, pág. 432. La Habana, 2002

    [2] Ídem:434

    [3] Ídem 430

    [4] Panorama Histórico de la
    Literatura Cubana. Max Henríquez Ureña. Tomo II.
    Pág. 74. La Habana, 1979

    [5] Manuel de la Cruz citado por Omar Perdomo
    en “Cecilia Valdés en el Sábado del
    Libro”, per. Granma, pág. 6, 5/7/2001

    [6] Cultura: Lucha de clases y conflicto
    racial. 1878-1895: Raquel Mendieta Costa. Pág. 45. La
    Habana, 1989

    [7] Ídem: 45

    [8] Ídem: 49

    [9] Departamento de Cuba es el nombre que
    recibía en esta época la región de
    Santiago de Cuba.

    [10] Historia de la Literatura Cubana. Tomo
    I. pág. 454. La Habana, 2002.

    [11] Ídem

    [12] Roberto Zurbano: Raza, literatura y
    nación: el triángulo invisible del siglo XIX
    cubano . Material digital. 6/2/2008

    [13] Rogelio Riverón: “Un
    éxodo de oscuras golondrinas” en per. Granma,
    pág. 6, 4/9/2006

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