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Historia de Cuba (1878-1902)




Enviado por Ramón Guerra Díaz



Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Desarrollo

Resumen

Este es uno de los capítulos más
importantes de la Historia de Cuba, en él se destaca el
protagonismo de José Martí, junto a los
prestigiosos líderes independentistas que se negaron a
firmar el Pacto del Zanjón. Los acontecimientos le dieron
la razón a las previsiones del Apóstol cubano sobre
las apetencias anexionistas de los Estados Unidos de
América. Su cierre con la proclamación de la
República en 1902 no hizo más que confirmar la
posposición de los ideales libertarios del pueblo
cubano.

Desarrollo

El Pacto del Zanjón provoca una desilusión
entre las fuerzas cubanas que habían tomado parte en la
primera guerra por alcanzar la independencia lo que trajo
aparejado la división entre los involucrados en aquel
heroico movimiento.

Unos, tomaron el camino del exilio, intransigentes y
esperanzados en volver a la lucha que estaba inconclusa, para
ellos la independencia era la única solución del
problema cubano. Otros desilusionados y faltos de fe en el pueblo
retomaron las viejas ideas reformistas para encausar los
intereses de sus grupos sociales, entre estos últimos
están los representantes de la burguesía criolla,
vacilante y dividida durante la guerra, desconfiada del rumbo
popular que tomó la contienda en sus últimos
años, indecisos entre los poderosos hacendados del
occidente que durante diez años no dejaron de buscar un
camino negociador con la metrópoli y que terminó
aliándose a los grupos oligárquicos
españoles en la isla para poner fin a la guerra sin un
resultado digno para los cubanos.

Los reformistas renunciaron a la posibilidad de
independencia política, a cambio negociaron un
tímido programa político de reformas, con menos
derechos que las provincias españolas de la
península y la concesión de la metrópoli
para que pudieran organizarse en un partido político que
defendiera sus intereses, el Partido Liberal, fundado en agosto
de 1878 y que agregaría más tarde el nombre de
Autonomista (1881), como expresión de la máxima
aspiración de sus líderes. Frente a ellos y de
forma casi simultánea la oligarquía pro
española crea el Partido Unión Constitucional con
el respaldo de las autoridades coloniales.

Las demandas autonomistas se resumían en el logro
de la libertad de reunión, de imprenta, de
enseñanza, admisión de los cubanos en los cargos
públicos, aplicación de las leyes electorales y
demás legislaciones de las provincias peninsulares;
separación del poder civil y militar y la
aplicación en Cuba del Código Penal Español.
Eran partidarios de la abolición de la esclavitud, gradual
e indemnizada, por considerar que significaba un estorbo
económico para los intereses de la sociedad y demandaban
las rebajas de los aranceles de los productos extranjeros que se
importaban a Cuba, supresión de los impuestos a los
productos cubanos que se exportaban a España y la firma de
tratados comerciales entre la metrópoli y los
países que comerciaban con Cuba, principalmente los
Estados Unidos.

La base social del autonomismo era la gran
burguesía criolla de occidente, asustada por los radicales
cambios que se produjeron en la conducción del movimiento
independentista y aliada a sectores de la pequeña
burguesía urbana y rural interesada en la estabilidad
económica que les prometía el
autonomismo.

El termino de la guerra había dejado un panorama
desolador que ahonda mucho más las diferencias sociales y
económicas entre la población de la isla y entre la
zona occidental y la oriental.

La parte oriental de la isla, incluye las zonas desde la
actual provincia de Sancti Spíritu hacia el este,
habían sido el escenario principal de la guerra por la
independencia, en ella la actividad económica casi no
existía, a excepción de los grandes núcleos
urbanos de la zona, y la burguesía de estos territorio
estaba arruinada. Con la contienda desaparecieron más de
800 ingenios, la mayoría de los hacendados de esta parte
de la isla tuvieron que arrendar sus tierras y pedir
préstamos a la oligarquía comercial
española, que se apodera de grandes extensiones de
terrenos y propiedades de esta burguesía criolla;
surgiendo de las ruinas de la guerra una burguesía agraria
antinacional formada por estos comerciantes de origen
español.

A pesar de la ruina de la zona oriental al
término de la guerra la producción azucarera
aumentó debido a que la región occidental,
mejoró la tecnología en muchos de sus ingenios, lo
que le permitió a ellos solo sobrepasar la
producción total de azúcar de
pre-guerra.

Se acentuó la concentración azucarera,
disminuyendo el número de ingenios, por la
tecnificación de algunos que le permitía producir a
más bajo costo y provocando la ruina de los
pequeños productores. Los latifundios azucareros aumentan
debido al mismo fenómeno centralizador y al crecimiento de
la producción. Si en 1878 los mayores ingenios necesitaban
un promedio de 80 a 100 caballerías de caña, para
1890 había centrales que necesitaban 300
caballerías para su producción.

Otro proceso típico de la época y que
repercute en la economía fue la separación del
proceso industrial azucarero del cultivo de la caña.
Surgió la figura del colono, ocupado íntegramente
al proceso agrícola. En su mayoría los colonos eran
antiguos dueños de ingenios arruinados y dependientes del
central azucarero y de los prestamistas, lo que hacía muy
difícil su existencia como productores
independientes.

En 1886 se decreta la abolición de la esclavitud
en Cuba, la medida beneficio a más de cien mil esclavos
que representaban el 32, 4 % de la población, con ello se
libera la fuerza de trabajo que ahora se vende por jornales muy
precario para poder subsistir y mantener a su familia.

En este período se inicia con fuerza la
penetración del capital norteamericano en la isla,
principalmente en la industria azucarera, la rama tabacalera y la
minería. Desde 1880 comenzaron diversos grupos de
inversionistas de Estados Unidos a explotar las minas de hierro,
manganeso y cromo en los alrededores de Santiago de Cuba; en 1883
compran el primer ingenio azucarero, "El Soledad" en Cienfuegos y
ya en 1891 varios grupos financieros yanquis montaron ingenios en
Manzanillo, Sancti-Spíritus y Trinidad, además de
comenzar a invertir en la industria tabacalera.

Poco antes de comenzar la guerra del 95 las inversiones
de los Estados Unidos era de alrededor de 50 millones de
dólares, de los cuales unos 30 millones estaban invertido
en el azúcar y otros 15 en las minas de la parte oriental
del país. En el comercio la dependencia creció
hasta el punto de desplazar a España como metrópoli
económica de Cuba. En 1884 el 85 % de las exportaciones
cubanas iban hacia los Estados Unidos y en la producción
azucarera la proporción subía hasta un 94
%.[1]

En 1890 el Congreso de los Estados Unidos aprobó
un arancel aduanal (Arancel McKinley), que estipulaba la entrada
al país libre de impuesto a los azúcares crudos
provenientes de los países que tuvieran similar gesto par
la mercadería norteamericana. Esto desató una
guerra arancelaria entre Estados Unidos y España por el
comercio cubano, lo que provocó la unidad de todos los
intereses económicos de la isla, tanto criollos como
peninsulares; en la petición del establecimiento de un
tratado arancelario entre ambas naciones. El denominado
Movimiento Económico presionó a España que
finalmente en 1891 firmó un tratado que aseguró la
libertad de derechos del azúcar cubano y ventajas para el
tabaco y otras producciones de la isla en el mercado
estadounidense.

Esto trajo por consecuencia un salto de
producción de azúcar, que de medio millón en
1890 aumentó a un millón de toneladas en 1894. La
bonanza duró poco el Gobierno de los Estados Unidos
anuló los convenios con España al implantar una
nueva tarifa (Tarifa Wilson) en beneficio del monopolio azucarero
yanqui de Havemeyer. El precio del crudo cayó a menos de
un centavo por libra entre 1894 y 1895 reduciéndose las
exportaciones entre un 30 y un 50 %, provocando despidos masivos
de obreros, disminución de salarios y ruinas a los
productores.

Junto al deterioro económico se mantuvo una
desigualdad política latente que afectaba a los cubanos.
En primer lugar se organiza un sistema electoral que permite
votar solo a los jefes de familia, con rentas mínimas de
312 pesos mensuales, lo que dejó fuera a la mayoría
de los colonos cuya renta no pasaba de 200 pesos. Se
concedió el voto a los empleados públicos y a los
gerentes de comercio e industria, en su mayoría
peninsulares, de esta manera el gobierno colonial garantizaba el
máximo de la minoría española y el
mínimo de la mayoría cubana.

La falta de derechos políticos, la
discriminación racial, la represión del movimiento
obrero y la inseguridad económica de la pequeña
burguesía, agrava la situación social y el panorama
político en la isla, que se hace aún más
crítico al juntarse con otros problemas, como el de la
distribución presupuestaria en la administración
colonial. Al contribuyente criollo se le exigía un
desembolso tributario dos veces mayor que el de los
españoles, para conformar un presupuesto que se
distribuía de la siguiente manera: 36, 5 % para sostener
el ejército, la marina y el aparato represivo de la isla;
el 40 % para el pago de la deuda pública, que en 1895 era
de cien millones de pesos y el resto, un 23,5 % era para los
gastos de educación, obras de interés
públicos y las pensiones y jubilaciones de la burocracia
colonial, que absorbía unos dos millones de
pesos.

Mientras, los cubanos independentistas luchaban por
encontrar la necesaria unidad para reiniciar la guerra por la
independencia. Para estos convencidos separatistas, fogueados en
la Guerra Grande, el Pacto del Zanjón, no era el fin de
sus aspiraciones sino la tregua necesaria para reorganizar a las
fuerzas revolucionarias y alcanzar la separación de Cuba
de la monarquía española.

Este fue un proceso largo que la historiografía
cubana reconoce como la Tregua Fecunda (1878-1895) durante el
cual se sacaron las lecciones de los errores cometidos en la
anterior guerra y en la que se destacaron tres figuras por su
persistencia, prestigio y claridad de objetivos: los dos primeros
Antonio Maceo y Máximo Gómez era dos líderes
que ganaron su méritos en la guerra, tanto por su
capacidad militar, como su liderazgo innegable entre las clases
humildes, independentistas inclaudicables, antiesclavistas y una
capacidad de liderazgo ganada en su servicio a la causa de Cuba
Libre.

La tercera figura que descuella en este período
es un joven intelectual habanero, independentista radical y muy
identificado con la causa de los humildes de su país y del
mundo, para quien la guerra de independencia en Cuba no
podía ser el capricho de los caudillos sino el
convencimiento claro de una mayoría que aspiraba a vivir
en una república libre, pero en la que fueran reconocidos
los derechos de todos los nacidos en ella y se crearan las
oportunidades de una vida digna para todos, sin distinción
de razas y posición social, su nombre era José
Martí Pérez.

Desde 1879 hubo intentos por reanudar la contienda por
la independencia, en un movimiento que tuvo sus bases
principalmente en la indómita región oriental en la
que levantaron varios cientos de cubanos dispuestos a terminar lo
que se había quedado pospuesto, la independencia y la
abolición de la esclavitud. La política
conciliatoria del gobierno español, más el
desaliento manifiesto entre los aguerridos mambises que se
unieron al movimiento hizo que en pocos meses fuera sofocada la
intentona revolucionaria que hoy conocemos como, La Guerra
Chiquita.

A raíz de este movimiento es que aparece por
primera vez en el liderazgo político del independentismo
cubano José Martí, deportado por el gobierno
español en septiembre de 1879 por sospecha de
conspiración y activo miembro de la Junta Revolucionaria
que desde Nueva York intentó mantener viva la
insurrección. El fracaso de la Guerra Chiquita
dividió más a los radicales independentistas
cubanos, pero sirvió para que su futuro líder
comprendiera que solo con la unidad de todas las fuerzas que
querían la independencia y con un claro programa de
cómo alcanzarla, este anhelo era posible.

En julio de1882 José Martí le escribe al
General Máximo Gómez una carta en la que expone sus
ideas sobre la organización del movimiento
revolucionario:

"(…) usted sabe, General, que mover un
país, por pequeño que sea, es obra de gigante. Y
quien no se sienta gigante de amor, o de valor, o de pensamiento,
o de paciencia, no debe emprenderla (…) importa mucho que el
país vea juntos, sensatos ahorradores de sangre
inútil y preveedores de los problemas venideros, a los que
intentan sacarlo de su quicio, y ponerlo sobre quicio
nuevo.

"(…) Nuestro país no se siente
aún fuerte para la guerra, y es justo, y prudente, y a
nosotros mismo útil, halagar esta creencia suya, respetar
este temor cierto e instintivo, y anunciarle que no intentamos
llevarlo contra su voluntad a una guerra prematura, sino tenerlo
todo dispuesto para cuando él se sienta ya con fuerzas
para la guerra.

"Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez
que todos los demás peligros. En Cuba ha habido siempre un
grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para
abominar la dominación española, pero bastante
tímidos para no exponer su bienestar personal en
combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por los que quisieran
gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su
sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de
Cuba a los Estados Unidos. Todos los tímidos, todos los
irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a
la riqueza, tienen tentaciones mareadas de apoyar esta
solución, que creen poco costosa y fácil.
Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de
serlo verdaderamente. Pero como ésa es la naturaleza
humana, no hemos de ver con desdén estoico sus
tentaciones, sino de atajarlas.

"¿A quién se vuelve Cuba, en el
instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas las nuevas
esperanzas que el término de la guerra, las promesas de
España, y la política de los liberales le han hecho
concebir? Se vuelve a todos los que le hablan de una
solución fuera de España. Pero si no está en
pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido
revolucionario
que inspire, por la cohesión y modestia
de sus hombres, y la sensatez de sus propósitos, una
confianza suficiente para acallar el anhelo del país
-¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del
partido anexionista que surgirán entonces?
¿Cómo evitar que se vayan tras ellos todos los
aficionados a una libertad cómoda, que creen que con esa
solución salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese
es el riesgo grave. Por eso es llegada la hora de ponemos en
pie."[2]

Palabras claras en un momento que parece temprano en la
radicalidad ideológica de Martí, pero que
aún tendrá que esperar algunos años para su
maduración. Antes se trató de organizar una nueva
insurrección, auspiciada por Máximo Gómez y
Antonio Maceo (1884) y hubo una tentativa de ambos de mover con
su prestigio a esa masa de emigrados revolucionarios y a los
anhelantes veteranos de la isla, pero ante la forma caudillezca y
el modo en que se pretende atraer a los sectores nuevos que se
incorporan a la lucha, Martí aclara su posición y
deja el camino a ambos generales:

"(…)-¡qué pena me da tener que
decir estas cosas a un hombre quien creo sincero y bueno, y en
quien existen cualidades notables para llegar a ser
verdaderamente grande!-Pero hay algo que está por encima
de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y
hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi
determinación de no contribuir en un ápice, por
amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a
traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que
sería más vergonzoso y funesto que el despotismo
político que ahora soporta, y más grave y
difícil de desarraigar, porque vendría excusado por
algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él,
y legitimado por el triunfo.

"Un pueblo no se funda, General, como se manda un
campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una
revolución más delicada y compleja que otra alguna,
no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las
labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha
armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la
intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal
disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra
que levante el espíritu a los propósitos cautelosos
y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a
capitanear la guerra, ¿qué garantías puede
haber de que las libertades públicas, único objeto
digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas
mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los
servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta
el

corazón, los amigos leales de un pueblo en
desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el
látigo en la mano y la espuela en el tacón se
disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse
después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en
una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a
perderla en otra?-Si la guerra es posible, y los nobles y
legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes
existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la
reclama y hace necesaria: y a ese espíritu hay que
atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto
público y privado, el más profundo respeto -porque
tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran
idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a
sus esperanzas lanzas personales de gloria o de poder, aunque por
ellas exponga la vida.-El dar la vida sólo constituye un
derecho cuando se la da desinteresadamente."

"A una guerra, emprendida en obediencia a los
mandatos del país, en consulta con los representantes de
sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos
amigos que pueda lograrse; a una guerra así, que
venía yo creyendo-porque así se la pinté en
una carta mía de hace tres años que tuvo de Vd.
hermosa respuesta,-que era la que Vd. ahora se ofrecía a
dirigir;-a una guerra así el alma entera he dado, porque
ella salvará a mi pueblo;-pero a lo que en aquella
conversación se me dio a entender, a una aventura
personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en
que los propósitos particulares de los caudillos pueden
confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a una
campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar
más respeto al espíritu patriótico que la
permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que
la astucia aconseja, para atraerse las personas o los elementos
que puedan ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de
armas por más que fuese brillante y grandiosa; y haya de
ir coronada por el éxito, y sea personalmente honrado el
que la capitanee;-a una campaña que no dé desde su
primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de
preparación, muestras de que se la intenta como un
servicio al país, y no como una invasión
despótica;-a una tentativa armada que no vaya
pública, declarada, sincera y únicamente movida,
del propósito de poner a su remate en manos del
país, agradecido de antemano a sus servidores, las
libertades públicas; a una guerra de baja raíz y
temibles fines, cualesquiera que sean su magnitud y condiciones
de éxito-y no se me oculta que tendría hoy
muchas-no prestaré yo jamás mí
apoyo"[3]

Su fecundo silencio no significó dejación
de la idea de organizar la guerra necesaria para derrotar a
España, sino proselitismo político y confianza en
su pueblo, tanto el de fuera, emigrado y rebelde; como el de la
isla dispuesto al sacrificio en medio de la gran propaganda
reformista de los autonomistas y del férreo gobierno
colonial.

En 1891 entra en contacto Martí con los emigrados
revolucionarios de Tampa, lo han invitado a recordar el
vigésimo aniversario del fusilamiento de los
jóvenes estudiantes de medicina y en su primera
comparecencia ante aquellos estoicos cubanos, en su
mayoría tabaqueros, muchos combatientes de la Guerra
Grande pronuncia el 26 de noviembre de 1891 un discurso que la
historia de nuestro país conoce como, "Con todos y para el
bien de todos" y el que traza con vehemencia el afán
inconcluso del cubano por su libertad y el derecho ganado con la
sangre derramada de tener patria en la que se despliegue
(…) alrededor de la estrella, en la bandera nueva,
esta fórmula de amor triunfante: "Con todos, y para el
bien de todos"
[4] fórmula
política resumidora del programa social que la
Revolución por venir quería para Cuba.

Estas visitas de Martí marcan el momento de
inicio del auge del movimiento revolucionario que
culminaría con la creación del PRC y la
organización de la Guerra Necesaria. Su prédica
revolucionaria se dejará escuchar entre los emigrados de
Cayo Hueso a fines de este mismo año 91 y apoyado por sus
organizaciones y líderes emprende Martí su obra
mayor, la creación del Partido Revolucionario Cubano
(PRC), para promover y facilitar la independencia de Cuba y de
Puerto Rico.

El PRC es la coronación del trabajo
político de José Martí, el Partido que no es
producto de la "(…) vehemencia pasajera, ni del deseo
vociferador e incapaz, ni de la combinación temible, sino
del empuje de un pueblo aleccionado, que… el mismo Partido
proclama, ante de la Revolución su redención de los
vicios que afean al nacer la vida
republicana"
[5]

Ya en enero de 1892 José Martí se
reúne en Nueva York con los dirigentes de la
Convención Cubana, formada por Francisco Lamadriz,
José Dolores Poyo y Fernando Figueredo y les presenta el
borrador de las Bases del Partido Revolucionario Cubano
(PRC).

Esas Bases y los Estatutos serán discutidas el 5
de enero en una reunión efectuada en Nueva York y en la
que están presente los clubes de la ciudad y
representantes de los clubes de Tampa y Cayo Hueso. Se aprueban
las bases y los estatutos y se crea la Comisión
Recomendadora de los documentos que preside el propio José
Martí.

Se inicia un proceso de discusión y
aprobación de los documentos del PRC en los clubes
patrióticos de base que involucra a todos los que de una
forma u otra anhelaban la independencia de Cuba y Puerto
Rico.

Las Bases del Partido proclaman que el objetivo primero
del mismo era lograr la independencia de Cuba y fomentar y
auxiliar la de Puerto Rico. El ordenamiento dentro de una guerra
generosa y breve, encaminada a asegurar en la paz y el trabajo,
la felicidad de los habitantes de la isla. Unir a todos los
revolucionarios y recaudar los fondos necesarios sin compromisos
inmorales ni con hombre, ni entidad alguna. Cumplir en la vida
histórica del continente, los deberes difíciles que
su situación geográfica le señale.

Fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer
los peligros de la libertad, restaurar la hacienda y salvar al
país de los peligros internos y externos que lo
amenacen.

Como se puede observar PRC, no es solo un partido para
la independencia sino que además se propone impedir la
anexión de Cuba a los Estados Unidos y contribuir a la
creación de una República equitativa en la que se
cumpliera la máxima martiana de "con todos y para el bien
de todos", razón por la cual su constitución fue
una factor de unidad nacional de todos los que querían no
solo una patria libre, sino igualdad de derechos.

El 14 de marzo de 1892 aparece el periódico
"Patria" dirigido por José Martí, tribuna de la
independencia y de todos los cubanos honestos que quisieran
expresarse. Jugó un importante rol en el trabajo de
preparación y organización de la Revolución
Liberadora Cubana convocada por el Apóstol.

A finales de marzo se acelera el trabajo de
creación del PRC con la aprobación de las Bases y
los Estatutos por los clubes de emigrados revolucionarios. El 8
de abril José Martí es elegido Delegado del PRC a
propuesta de los clubes de Tampa, Cayo Hueso y Nueva York,
acompañado por Benjamín Guerra como Tesorero.
Finalmente se acuerda proclamar oficialmente al PRC el 10 de
abril de 1892, en el aniversario 23 de la Asamblea de Guaimaro,
que declaró la primera República en Armas en
1869.

La guerra por la independencia de Cuba se reanuda el 24
de febrero de 1895, bajo la dirección del PRC, la mayor
fuerza de estos alzamiento estuvieron en la región
oriental donde fuertes partidas de insurrecto se alzaron en armas
en Guantánamo, Jiguaní, Baire y en la Sierra
Maestra; en la parte occidental de la isla, los débiles
movimientos insurrectos fueron dispersados y sus líderes
apresados, entre ellos Juan Gualberto Gómez, el delegado
en La Habana del PRC.

En el mes de abril de ese propio año llegan a
Cuba los principales dirigentes de la Revolución
Independentista, Antonio Maceo con un grupo de oficiales
veteranos de la Guerra Grande desembarca por Baracoa el 1º
de Abril y José Martí y Máximo Gómez,
con otros cuatro compañeros arriban al sur de las costas
guantanameras. La presencia de estas figuras reanima los
ímpetus de lucha.

El 5 de mayo se reencuentran las tres grandes figuras de
la guerra en "La Mejorana", en un intercambio que pretende dejar
en claro el rumbo político de la Revolución. Maceo
y Gómez partidario de organizar un Gobierno insurrecto
fuerte bajo el mando del jefe militar de las fuerzas cubanas,
Martí defensor de la fórmula de separación
de poderes, con un gobierno civil operativo y ajustado a las
circunstancias de guerra y el Ejército Libertador dirigido
por su General en Jefe sin intromisión del gobierno en los
asuntos militares.

El 19 de mayo de 1895 muere José Martí y
al frente del PRC queda en Nueva York, Tomás Estrada
Palma, un honesto patriota cubano que no comparte todas las ideas
que en las bases del PRC se enuncia y que convertirá al
mismo en un recaudador de fondos y organizador de expediciones
para la guerra de Cuba, abandonando la labor revolucionaria del
mismo, que tanto propició Martí.

El 13 de septiembre de 1895 se reunieron en el potrero
de Jimaguayú[6]lugar donde había
caído en combate el Mayor General Ignacio Agramonte en
1873, los representantes electos de los tres Departamentos en que
se dividía la isla[7]para redactar una
Constitución y crear los órganos civiles de la
Revolución.

La Asamblea se inicia con la presentación por el
joven abogado Rafael María Portuondo Tamayo del 3er Cuerpo
de Ejército (Oriente), de un Proyecto de
Constitución, cuyo punto más polémico fue su
artículo 13 en el que se proponía que el Presidente
y el Vice-Presidente de la Junta de Gobierno fueran el General en
Jefe del Ejército Libertador y su Lugarteniente General,
respectivamente.

Terminada la propuesta, Fermín Valdés
Domínguez, delegado por Camagüey pidió la
palabra para exponer su desacuerdo por el peligro que
representaba para la futura república. Alegó que
apoyaba en sentido general el proyecto presentado por los
orientales, pero que se oponía rotundamente al
nombramiento de Presidente y vice-presidente a los cargos de
General en Jefe y Lugarteniente General.

La polémica en torno al tema fue la sustancia
básica de la Asamblea y Fermín junto a Enrique
Loynaz del Castillo, se erigen en líderes y defensores del
Gobierno Civil como garantía contra el caudillismo. Al
siguiente día el propio Fermín, preocupado porque
la intensa discusión creara la división en las
filas independentistas y conocedor del criterio de José
Martí al respecto, pidió a la minoría que
presentara una propuesta que condujera al logro de un consenso
sobre el tema. Finalmente se llegó a un acuerdo basado en
el principio martiano de: "El ejército libre y el
país como país, y con toda su dignidad
representado"[8];
el 16 de septiembre se
aprueba la Carta Magna. Como Presidente de la República en
Armas fue elegido Salvador Cisneros Betancourt y su vice el
General Bartolomé Masó.

Para el movimiento independentista cubano y su
Ejército Libertador comandados por Máximo
Gómez, General en Jefe y Antonio Maceo, Lugarteniente
General, no había misión más importante que
extender la guerra hasta la parte occidental de la isla,
más poblada, más próspera y bastión
del integrismo colonial; no podía pensarse en
independencia si toda Cuba no estaba incorporada a la guerra. Por
eso se organizó un selecto grupo de combatientes mambises,
veteranos y aguerridos que partiendo desde "Los Mangos de
Baraguá" en Oriente, el 22 de octubre de 1895, llevaba la
encomienda de llegar combatiendo hasta Pinar del Río. No
era una empresa fácil tenían que atravesar todo el
país, por terrenos llanos, erizados de fuerzas
españolas que había levantado cientos de
obstáculos para tratar de aislar el movimiento
insurreccional. En enero de 1896 tras duras jornada de marcha y
combates, Antonio Maceo llegó a Mantua dando por
completado su objetivo de incorporar a todo el país a la
guerra. Para que tal propósito fuera posible el General
Máximo Gómez desarrolló una brillante
campaña militar en la provincia de La Habana que mantuvo
en jaque a buena parte de las fuerzas
españolas.

Toda la isla estaba incorporada a la guerra, la "tea
incendiaria mambisa"[9] hacía imposible la
zafra azucarera y la recaudación de dinero para costear
los gastos de guerra del gobierno colonial español,
mientras la Revolución, sostenida por los fondos de los
emigrados y las armas y los recursos arrebatadas al enemigo se
sostenía con el apoyo mayoritario de la población
humilde y otros sectores sociales de la isla.

Al iniciarse la guerra en Cuba España
envió al General Arsenio Martínez Campos, con la
esperanza de lograr la pacificación del país, pero
las circunstancias eran otras y esta vez no pudo impedir el
avance del Ejército Libertador por toda la isla siendo
relevado en febrero de 1896 por el General Valeriano Weiler,
tristemente célebre por la aplicación de una
política de terror y tierra arrasada que pretendía
dejar a la insurrección cubana sin sus bases sociales.,
para ello dictó su Bando de Concentración
que obligó a toda la población rural a concentrase
en los poblados fortificados so pena de ser considerados enemigos
y pasados por las armas si eran encontrados en el campo. El
resultado fue un genocidio con la población civil que por
miles morían en las ciudades, atenazados por el hambre y
las enfermedades, a más de provocar una mayor
incorporación de combatientes a las filas del
Ejército Libertador. Las fotografías y testimonios
de aquel drama del pueblo cubano dan cuenta de imágenes
dantescas, gente famélica pidiendo limosna, hospitales
llenos de enfermos y moribundos y una altísima
mortalidad.

Pese a todas estas atrocidades y al avance del
Ejército Libertador, la burguesía cubana aferrada
al autonomismo y aliada a la metrópoli española
justifica los métodos de España y ratifica su
fidelidad a la Corona.

Cuando más álgido era el movimiento
revolucionario y mayor fuerza cobraban las operaciones militares
contra el ejército colonial españolas se produce el
intrigante intento del Presidente de la República en
Armas, Salvador Císneros Betancourt por restar autoridad
al Ejército Libertador y tratar de ponerlo bajo el mando
del gobierno, inmiscuyéndose en los asuntos de la guerra,
retardando el apoyo logístico y de hombre que debía
promover y enviar a las fuerzas que combatían en
Occidente, con un sentido más suicida que de patriota,
intrigando y dividiendo los mandos, nombrado y quitando oficiales
cuando esa no era su facultad, todo lo cual provocó un
duro enfrentamiento con el General en Jefe Máximo
Gómez, quien tuvo que acudir a la autoridad moral de Maceo
para tratar de ponerle freno al personalismo caudillista, que no
venía de los militares, sino del Presidente y su
Consejo.

Convocado Maceo, deja sus fuerzas en Pinar del
Río y con apenas una pequeña escolta emprende el
regreso al oriente del país, los azares de la guerra
hicieron que el invicto General Antonio Maceo cayera combatiendo
el 7 de diciembre de 1896 en La Habana, una pérdida tan
irreparable para Cuba como lo fue la de José Martí,
ambos representaban el pensamiento más radical y
revolucionario dentro de la Revolución Independentista, su
sentido claro de la independencia y la desconfianza de ambos
hacia las ambiciones hegemónicas del vecino del norte los
convertían en figuras claves para el futuro de Cuba. La
muerte de ambos dejó el campo abierto a las ambiciones
personales, los intereses de grupos y las vacilaciones
anexionistas de los grupos de poder, tanto dentro de las filas de
la Revolución, como desde la burguesía autonomista,
que prefería estar sin patria, pero no perder sus
propiedades.

Desde el comienzo de la guerra de independencia en Cuba
las autoridades norteamericanas declararon su "neutralidad" en el
conflicto, neutralidad que perjudicó mucho a los
revolucionarios cubanos, dificultando su avituallamiento y alijo
de expediciones, en tanto el gobierno español pudo hacer
compra de armamento en los Estados Unidos para combatir la
insurrección.

La prensa norteamericana siguió con mucho
interés los acontecimientos en Cuba, cuya causa gozaba de
una gran simpatía dentro del pueblo norteamericano, en
tanto los grupos de poder esperaban su momento oportuno para
apoderarse de la Isla.

En las filas insurrectas tras la muerte de Maceo hubo un
entendimiento entre el General en Jefe Máximo Gómez
y el Consejo de Gobierno, encabezado por Cisneros Betancourt,
aunque en la práctica las dificultades crecían, la
guerra continuaba con diferente intensidad en todo el país
y es de destacar la campaña militar llevada a cabo por
Máximo Gómez en la región central de la
isla, a modo de atraer sobre él el mayor número de
tropas españolas, obstinado como estaba Weiler en darle
caza y matarlo. Fue un momento álgido en la
Revolución que desde 1897 contaba como nuevo presidente
del gobierno en armas, al General Bartolomé
Masó.

Intentando un cambio de política con respecto a
la Isla, el gobierno español decide el 1º de enero de
1898 instaurar el régimen autonómico en Cuba,
aceptado solo por la burguesía autonomista, en un intento
tardío por frenar la Revolución. España
había llegado al límite de sus posibilidades
económicas, tenía un enorme ejército en los
campos de Cuba y su derrota definitiva era cuestión de
tiempo.

La instauración del régimen
autonómico provocó graves disturbios en La Habana
por parte de los integristas españoles que no lo
aceptaban. Esto dio el pretexto al gobierno de los Estados Unidos
para enviar cuatro buques cerca de las cortas de Cuba y cerca de
la entrada de la bahía habanera, el 25 de enero ancla en
la bahía uno de estos buques, el acorazado "Maine" en
visita amistosa. Pocos días después, el 15 de
febrero de 1898, se produjo una explosión en dicho
navío, provocando la muerte de muchos marineros
norteamericanos del mismo.

La prensa sensacionalista de los Estados Unidos
aprovechó el suceso para azuzar al gobierno norteamericano
a que tomara parte en la guerra y terminar aquella cruenta
contienda. A esta propaganda belicista se unía el clamor
del pueblo norteamericano a favor de la causa de Cuba, en tanto
se preparaban los hilos de la política para no
desaprovechar el suceso e intervenir en la guerra de
independencia de Cuba.

El 15 de abril de 1898 el Congreso de los Estados Unidos
aprueba la Resolución Conjunta de ambas Cámaras,
reconociendo el derecho de los cubanos a ser libres y deja al
presidente del país en la libertad de elegir las formas
para lograr la paz y la salida de España, también
se deja en claro la renuncia de los Estados Unidos a la
anexión de Cuba. Ambos enunciados dificultarían
políticamente las verdaderas intenciones de la
oligarquía yanqui con respecto a Cuba: la
anexión.

El 22 de abril se inicia el bloqueo naval de los puertos
cubanos por la escuadra norteamericana que incluyó
intensos bombardeos de las poblaciones civiles causando numerosas
bajas civiles.

El 22 de junio se produce el desembarco de las tropas
yanquis por la zona de Baitiquirí al sur de Santiago de
Cuba, con el apoyo de los independentistas cubanos que
facilitaron la derrota de las fuerzas españolas en el
Caney y en la Loma de San Juan donde hombro a hombro combatieron
los soldados norteamericanos con los mambises cubanos;
días después fue destruida la escuadra del
almirante Cervera frente al Castillo del Morro de Santiago de
Cuba quedando el camino expedito para la capitulación de
España que se produjo el 10 de agosto de 1898.

Los mandos norteamericanos solo habían contactado
con las fuerzas cubanas que operaban en las zonas en la que
esperaban desembarcar, ignorando la existencia de las
instituciones creadas por el movimiento independentista cubano y
negando "por razones humanitaria y para impedir exceso de las
fuerzas cubanas" que entraran en las poblaciones ocupadas,
empezando por Santiago de Cuba donde no pudo entrar entre los
vencedores el General Calixto García.

Mientras los norteamericanos concretaban la
ocupación de toda la isla y el repliegue de España
en espera de la evacuación de la isla, los mambises
cubanos permanecieron sin reconocimiento de estas autoridades que
actuaron como si ellos no existieran.

La Asamblea de Representante de la República en
Armas se constituyó en el poblado de Santa Cruz del Sur en
octubre de 1898 y desde allí trató de ganar una
autoridad que había salido bastante cuestionada de la
guerra. Máximo Gómez en el central Najasa, de la
provincia de Las Villas era el convidado de piedra, General en
Jefe del Ejército Libertador, pero ninguna autoridad lo
contactó en estos primeros meses de
ocupación.

El 10 de diciembre de 1898 se reunieron en París
los representantes de los gobiernos de España y los
Estados Unidos para acordar las condiciones de paz que daba fin
al imperio colonial español, dejando en manos de Estados
Unidos, las posesiones de Cuba, Puerto Rico, Filipina, Guam, y
Hawai, con la ausencia de los verdaderos vencedores en aquella
contienda los independentistas cubanos, marginado de aquel
proceso por exigencia de España y complicidad de Estados
Unidos.

El 1º de diciembre de 1899 cesa la soberanía
de España en Cuba, pasando esta a manos del gobierno de
los Estados Unidos, quien no reconocía los organismos
revolucionarios de los independentistas cubanos,
limitándose al trato individual y no oficial con las
figuras más importantes del movimiento.

La cruenta y heroica contienda había arruinado al
país, la marcha invasora, la reconcentración de
Weiler y el bloqueo naval yanqui, dejaron arrasada a la isla.
Miles de personas murieron y otras miles vagaban por los campos
arruinados.

La producción estaba paralizada y la
población en 1899 ascendía a 1 572 000 personas,
¡60 000 personas menos que en el censo de 1887!, sin tener
en cuenta el crecimiento normal de la población lo que
eleva las pérdidas humanas a más de 200 000
personas.

La producción azucarera cayó de un
millón de toneladas en 1895 a 250 mil toneladas en 1899.
De los 1 100 centrales, ingenios y trapiches quedaban en pie
apenas 207. La producción de tabaco disminuyó de
560 000 quintales en 1895 a 88 000 en 1899 y lo mismo pasó
con el resto de las producciones básicas del país.
La ganadería se vio reducida al 10 % , con respecto al
censo de preguerra, al cuantificarse unas 300 000 cabezas de
ganado y las pequeñas estancias campesinas fueron barridas
por la guerra y la política de reconcentración de
Weiler.

Las ? partes de las propiedades rurales estaban
hipotecadas y de las 90 000 haciendas rurales existentes en 1894
solo quedaron 60 000. Las exportaciones hacia los Estados Unidos
disminuyeron de 56 333 000 de pesos en 1889 a 16 233 000 en
1897.[10] Se pagaba un alto precio por la
independencia que estaba en vilo por la intervención
norteamericana.

Al término de la guerra existían tres
organismos representativos del movimiento independentista cubano:
El Partido Revolucionario Cubano, la Asamblea de Representante de
la Revolución Cubana y el Ejército
Libertador.

El primero de ello fue disuelto el 21 de diciembre de
1899 autoritariamente por una Circular de su "Delegado",
Tomás Estrada Palma, desde Nueva York y sin consultar a
las bases del partido como estaba previsto en sus estatutos, por
considerar que este ya había cumplido su misión,
aunque Cuba no era independiente y se albergaban muchas dudas
sobre su futuro.

Partes: 1, 2

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