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La madurez de las letras cubanas (1940-1958)



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    La madurez de las letras cubanas – Monografias.com

    La madurez de las letras
    cubanas

    La literatura cubana en este período (1940-1958)
    se caracteriza por la desorientación de sus creadores dada
    la decepción y el derrotismo que predomina en la sociedad
    tras el agotamiento del movimiento revolucionario de la
    década del treinta, disuelto en el caos, el anarquismo y
    la dura represión de un régimen que sostuvo los
    intereses de los grupos oligárquicos, nacionales y
    extranjeros, matando a los más radicales y comprando a los
    vacilantes y oportunistas.

    La nueva época trae un reagrupamiento de las
    fuerzas progresistas y de izquierda, debilitada tanto por la
    represión como por las luchas fratricidas, ahora con
    nuevos bríos dado el auge de la lucha antifascista en el
    orden internacional y el reagrupamiento reivindicativo en el
    orden interno.

    En este ambiente socio-cultural la literatura se hace de
    varias formas: a) siguiendo las líneas de la vanguardia
    internacional; b) continuando los cánones de una
    literatura tradicional, extemporánea y conservadora y c)
    buscando la esencia de lo nacional a través del
    rebuscamiento barroco, el alejamiento y el hermetismo en la
    escritura, no para evadirse de su tiempo sino para tomar
    distancia de las circunstancias frustrantes de esa
    época.

    Incomprendidos por la intelectualidad de izquierda y de
    derecha, pero raigales y fundadores, este último grupo
    hizo los aportes más destacados de esta etapa.

    Desde inicios de la década del cuarenta del siglo
    XX se fue definiendo un pequeño grupo de creadores,
    principalmente escritores, decepcionados por la mediocridad del
    medio social cubano, que van a la búsqueda de las
    raíces de lo nacional, aferrados a un hermetismo que los
    protegía de la hostilidad de ese momento.

    Primero se nuclearon alrededor de revistas de
    efímera circulación: "Espuela de Plata",
    "Clavileño", "Nadie aparecía" y "Verbum", entre
    otras, hasta converger en la revista "Orígenes" fundada
    por José Lezama Lima y José Rodríguez
    Feo.

    El extrañamiento del grupo significa solo rechazo
    a la realidad de su momento social, no separación de la
    realidad cubana, de la cual fueron depositario al
    empeñarse en la búsqueda de las raíces de lo
    nacional.

    "Orígenes" circuló doce años y fue
    tribuna de creación literaria y poética en
    particular, aunando alrededor de la figura de Lezama Lima a un
    grupo de intelectuales cubanos, la mayoría escritores, que
    conservaron su impronta personal en medio de las esencias
    grupales que los unía.

    El grupo intelectual unido alrededor de la revista
    "Orígenes" está integrado por, José Lezama
    Lima, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz,
    Ángel Gastelu, Virgilio Piñeras, Gastón
    Baquero, Justo Rodríguez Santos, Octavio Smith, Lorenzo
    García Vargas, José Rodríguez Feo, Mariano
    Rodríguez (pintor), René Portocarrero (pintor) y
    Julián Orbón (músico). La mayoría de
    ellos poetas, aunque incursionaron en la narrativa, el teatro y
    la ensayística.

    En ellos es notable la influencia de intelectuales
    españoles, algunos de los cuales residieron o estuvieron
    de paso por La Habana a raíz del éxodo tras la
    derrota de la República Española. Uno de ellos,
    Juan Ramón Jiménez, hace sentir su magisterio entre
    un grupo de jóvenes escritores cubanos. Ellos
    conformarían el núcleo de los que rechazaron la
    algarabía populista y se refugiaron en un formalismo
    renovado, alentados por Juan Ramón y la lectura de los
    grandes poetas contemporáneos: Eliot, Valery, Neruda,
    Vallejo, etc.

    Otra poderosa influencia intelectual la ejerció
    la escritora española María Zambrano, residente en
    La Habana durante diez años, dictando conferencias y
    seminarios que enseñaron a estos jóvenes a, "sentir
    e interpretar los problemas de la cultura, de la historia, del
    espíritu"[1]

    El grupo Orígenes se caracteriza por su
    distanciamiento de la política y de los medios culturales
    de su momento, apartados de la alienación vanguardista,
    sin responder a los diversos "ismos", aunque sin ignorarlos. Su
    distanciamiento fue hermético y místico en busca de
    las esencias culturales de la nación.

    Aunque no fueron entendidos, ni por la mediocre "cultura
    oficial", ni por la intelectualidad de izquierda, su labor
    implica un compromiso con lo auténtico nacional por encima
    de la inmediatez chata y mediocre.

    Como guía del grupo sobresale José Lezama
    Lima (1910-1976), marcador de rumbos. Su concepción
    poética parte más de un sistema
    ideo-estético que de una alineación a cualquier
    tendencia, su impronta está en el grupo y la revista. A
    pesar de su obra era casi un desconocido en los medios sociales
    de su tiempo, que si se ocuparon de él fue para atacarlo
    por sus convicciones, en tanto las más jóvenes
    generaciones de esa época aceptaron el ataque a su obra
    como el combate contra el no comprometimiento social.

    El universo creativo de Lezama parte de la
    indagación de su yo interior, la búsqueda de
    huellas de sus transformaciones a través de la vasta
    cultura que posee imbricado con su cotidianidad, con el mundo
    espiritual en que se ha formado y que resumirá en lo
    "natural maravilloso", sistema de interpretación de la
    realidad desde la poesía que desarrollaría en el
    conjunto de su obra y su vida. Dentro de este sistema creativo
    tiene un relevante lugar su formación
    católica.

    Cintio Vitier sostiene que, ""lo natural maravilloso" en
    Lezama surge de la sobre abundancia de una catolicidad matinal
    que confluye en la necesidad de su autodescubrimiento y la
    apetencia de auto identificarse"[2]

    En el primer número de Orígenes, Lezama
    escribe: "Nos interesan fundamentalmente aquellos momentos de
    creación en los que el germen se convierte en criatura y
    lo desconocido va siendo poseído en la medida en que esto
    es posible y en que no engendra una desdichada
    arrogancia"[3]

    Su primer libro fue el poemario, "Muerte de Narciso"
    (1937) con una poesía barroca y sensorial que
    resultó una revelación para la literatura cubana
    por el ritmo poético y el hermetismo de sus
    metáforas, algo novedoso en Cuba donde la poesía de
    vanguardia había quedado en el formalismo de Mariano Brull
    y las experiencias de Florit y Ballagas.

    Lezama iba más lejos con el rebuscamiento y el
    lenguaje, para comunicar "algo" que solo era posible conocer a
    los "iniciados" de su "sistema" y donde la preocupación
    ideo-filosófica estaba en el centro de su
    búsqueda.[4]

    Su segundo libro, el poemario, "Enemigo Rumor" (1941)
    mantiene el tono en la búsqueda de lo bello, tónica
    que mantuvo en todas sus publicaciones periódicas. Su
    tercer libro de poemas, "Aventuras Sigilosas (1945) hace
    más énfasis en sus angustias existenciales
    alcanzando su poesía un mayor grado de subjetividad. El
    crecimiento poético de Lezama se acentúa en su
    cuarto libro de poemas, "La Fijeza" (1949) en el que se
    atenúan las metáforas para dar paso a las
    imágenes entre lo real y los onírico, en los que el
    sentido está más en la raíz que en el
    entendimiento inmediato.[5]

    La métrica de su poesía se hace irregular,
    sin medidas fijas, aunque incursiona en el soneto y otras formas
    tradicionales, experimentando con su estructura, ritmo y
    rima.

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    Su prosa reflexiva aparece en publicaciones de la
    época principalmente en "Orígenes";
    artículos de valoraciones estéticas,
    filosóficas, crítica de arte y sobre todo de
    poesía. Estos trabajos sobre el arte poético van
    conformando su sistema poético. Sobresalen los ensayos,
    "Analectas del Reloj" (1953), "Tratado en La Habana" (1957) y "La
    expresión americana" (1957). En este último Lezama
    desarrolla las claves para entender la poética americana
    en el devenir histórico del continente, una teoría
    completa sobre las posibilidades de esa poesía, exuberante
    y barroca en la interpretación del mundo
    americano.

    Lezama incursiona también en la narrativa
    publicando en "Orígenes" dos fragmentos de su novela
    "Paradiso", en los que ya reafirma su gran objetivo de fundir lo
    manierista y lo barroco, lo espiritual y lo sensorial, lo
    aristocrático y lo popular.[6]

    Miembro del grupo "Orígenes", Cintio Vitier
    (1921- 2009) parte de la poesía para expresar, dando a
    conocer sus primeros versos en su libro, "Poemas" (1938), en
    continuidad de este poemario aparecerán "Sedienta cita"
    (1943), "Extrañeza de estar" (1943), "De mi provincia"
    (1945), "Capricho y homenaje" (1947), "El hogar y el olvido"
    (1949), "Sustancia" (1950), "Conjeturas" (1951),
    "Vísperas" (1953) y "Canto llano" (1956).

    El pródigo trabajo de Cintio en la poesía
    transcurre en un quehacer cercano a las inquietudes personales de
    trascendencia con un verso cerrado, autosuficiente,
    expresión del éxtasis poético, sin grandes
    innovaciones, alejado de las modas, aunque impregnado de la
    poesía de los grandes momentos.

    Su poemario, "Canto llano" marca un cambio en
    relación con su poesía anterior, al recurrir al
    verso uniforme en poemas reflexivos y de elegancia
    formal.

    Cintio Vitier fue para los origenistas el traductor de
    sus preocupaciones, al igual que Lezama, siendo el más
    lúcido y crítico ensayista del proceso
    poético del período.

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    En 1948 publica su antología, "Diez poetas
    cubanos" en el que aparecen obras de los miembros del grupo
    Orígenes. En 1952 publica la antología, "Cincuenta
    años de poesía cubana", minucioso trabajo
    ensayístico sobre la poesía republicana en Cuba; en
    1958 da a conocer, "Lo cubano en la poesía" libro de
    definiciones conceptuales acerca de la esencia cultural y en
    particular de la poética cubana.

    Eliseo Diego (1920-1994), es un poeta esencial,
    arraigado en lo espiritual, de andar silencioso por la
    literatura. En este período publica su poemario, "En la
    calzada de Jesús del Monte" (1949) en el que refleja el
    mundo cotidiano del barrio citadino en que creció con la
    intimidad de sus versos. Casi diez años después se
    conoce su segundo libro, "Por los pueblos extraños" (1958)
    que reafirma su vocación intimista para evocar a Cuba con
    su atmósfera, sus tedios y misterios.

    Parte de esta poética son sus dos libros de
    prosa, "En las oscuras manos del olvido" (1942) y "Divertimento"
    (1942), obras de juventud que sirven de ensayo formativo para su
    poesía mayor, pero en el que ya asoma su calidad
    literaria.

    Fina García Marruz (1923), es la única voz
    femenina del grupo, poetisa de sensibilidad que no se aleja de la
    estructura del soneto y los versos alejandrinos, aunque
    también incursiona en los versos libres. Ha publicado sus
    volúmenes, Poemas" (1942), "Transfiguración de
    Jesús del Monte" (1947) y "Las miradas perdidas" (1951).
    Su trabajo ensayístico es muy notable, sobresaliendo por
    sus estudios sobre el Apóstol, iniciados con el ensayo,
    "José Martí" (1952), también incursiona en
    la crítica literaria y la reseña de
    libros.

    Ángel Gaztelu (1914- 2003), es uno de los mejores
    poetas del grupo, de origen español, se formó en
    Cuba de cuya cultura forma parte. Sus versos se caracterizan por
    el uso del hexámetro y los alejandrinos, alcanzando
    poesía de hermoso misticismo que llega a sus mejores
    momentos en los verso nocturnales. Publico dos poemarios,
    "Poemas" (1940) editado como cuaderno de la revista Espuela de
    Plata, y "Gradual de Laudes" (1955), prologado por Lezama
    Lima.

    Gastón Baquero (1914- 1997), se inicia en la
    poesía dentro de grupo origenista principalmente en sus
    primeros momentos. En 1942 da a conocer su cuaderno, "Poemas" en
    el que hace una poesía marcada por su religiosidad y
    teniendo como modelo a Witman, Eliot y Unamuno. Dos poemas suyos
    sobresalen: "Palabras escritas en la arena por un inocente" y
    "Saúl sobre la espada".

    La poesía de Justo Rodríguez Santos
    (1915-1999) es la más apegada a formas tradicionales
    dentro del grupo origenista. De sus versos aparecieron tres
    cuadernos:"F.G.L. Elegía por la muerte de Federico
    García Lorca" (1936), "Luz cautiva" (1938) y "La belleza
    que el cielo no amortaja" (1951), este último su mejor
    poemario. En 1942 editó, "Antología del soneto en
    Cuba".

    A Lorenzo García Vega (1926- 2012) se le califica
    de efectista y en ocasiones de surrealista en su poesía,
    el propio Lezama le llamó "cubista. En 1948 publico,
    "Suite para la espera" y en 1952 un volumen de prosa
    poética, "Espirales de cuje".

    Octavio Smith (1921- 1987) hace una poesía
    simbólica que lo acerca mucho a Lezama, aunque sin su
    impenetrabilidad. Publicó el poemario, "Del furtivo
    destierro" (1946).

    Cerrando este grupo está Virgilio Piñera
    (1912-1979), dueño de una poesía
    desengañada, amarga y de gran fuerza expresiva que lo
    revela como un poeta singular. Sus primeros poemarios fueron,
    "Las furias" (1941), "La isla en peso" (1943) y su tomo de
    "Poesía y prosa" (1944) en el que incluye cuentos.
    Controvertido y difícil Piñera romperá con
    el grupo Orígenes, aunque mantuvo su impronta. A él
    volveremos cuando hablemos de la literatura teatral.

    Singular por el parentesco de silencio, aunque por otros
    motivos, resultó la obra lírica de Dulce
    María Loynaz (1902-1997) conocida ya desde la
    década del 30 por sus versos intimistas. En este
    período publica en España sus libros, "Juegos del
    agua. Versos del agua y del amor" (1947), la novela
    lírica, "Jardín" (1951); "Cartas de amor (al rey)
    Tut-Ank-Amón" (1958) y la novela de viaje "Un verano en
    Tenerife" (1958), obras todas de gran factura estilística,
    extemporánea y cerrada.

    El tono mayor de su poética lo alcanza con su
    novela "Jardín" aporte importante a la narrativa cubana.
    Es una novela metafórica, lírica como la
    calificó ella misma. En sus páginas se reflexiona
    acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, la
    paradoja civilizadora que lo aleja de ella y su retorno continuo,
    onírico o real, a sus orígenes naturales. La
    búsqueda constante del ser natural y el reencuentro de
    sí mismo con la naturaleza.

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    Dulce María Loynaz, trascendental en su soledad
    poética es una de las voces más consolidadas de la
    literatura cubana.

    Mirta Aguirre (1912-1980) tiene una obra poética
    que no se caracteriza por su amplitud sino por su calidad,
    sacrificando el verso a un sólido y amplio trabajo
    ensayístico y crítico, tanto de compromiso social
    como literario. Se distinguió por ser una de las
    más notables intelectuales comunistas de Cuba en este
    período.

    Desde 1938 con "Presencia interior" y otros poemas
    publicados, muestra su valía poética en versos de
    forma sencilla y ágil dentro de la mejor tradición
    de la poesía popular española.

    Eugenio Florit (1903-1999), publica es esta etapa el
    poemario, "Poema mío" (1947), "Conversación con mi
    padre" (1947), Asonante final" y "Antología
    Poética", ambos en 1956. En este período de madurez
    de su poética ensaya nuevas formas que lo aproximan a la
    poesía coloquial, con una vocación intimista no
    exenta de calidad y merecimiento.

    Mariano Brull (1891-1956) culmina en 1941 con el
    cuaderno "Solo de rosa", una etapa de su poesía donde los
    problemas del ser pasan a un primer plano. En 1950 publica,
    "Tiempo en pena" en el que asume profundamente la estética
    purista y la indagación del ser.

    Emilio Ballagas (1908-1954) cierra un ciclo
    poético con, "Cielo en rehenes" (1951) publicado
    póstumamente en 1955, junto a otros trabajos
    suyos.

    Otros poetas cubanos importantes publican en estos
    años su poesía de madurez: Agustín Acosta
    (1886-1979) da a conocer sus poemarios, "Últimos
    instantes" (1941) y "Las islas desoladas" (1943), en los que su
    poesía deja atrás el modernismo trasnochado de sus
    primeros versos. En 1956 da a conocer "Jesús",
    interpretación personal del mito cristiano, sin abandonar
    su apego a las problemáticas sociales.

    Manuel Navarro Luna (1894- 1966) continúa su obra
    lírica, épica, política y militante,
    comprometida con la causa de los humildes. En 1943 da a conocer
    su poemario, "La tierra herida", en la que continúa un
    compromiso social que lo acompañó toda su vida. Su
    obra se une a su militancia comunista y caracterizado por Juan
    Marinello como, "un gran poeta político"…teniendo en
    cuenta que "…el poeta político es un prisionero
    insigne que no obtiene la libertad sino al precio de la
    obediencia"[7]

    Una tendencia a la poesía de "folletín"
    que acude a los resortes sentimentales, eróticos y
    sensibleros, partiendo de un neo-romanticismo puesto al servicio
    del facilismo y la cursilería, se desarrolla con fuerza
    como una expresión de la cultura de masas que se
    vende.

    Su principal exponente fue José Ángel
    Buesa (1910- 1982), de fácil verso, pródigo en su
    lirismo de tema amoroso que le proporcionó gran
    popularidad por la venta masiva de su poesía de
    folletín y el ataque de la crítica cultural que vio
    en su obra el mejor ejemplo de seudo-literatura. Sus poemarios
    vendidos profusamente fueron, "Oasis" (1943), "Lamentaciones de
    Proteo" (1947), "Canciones de Adán" (1947),
    "Alegría de Proteo" (1948), "Nuevo Oasis" (1949) y "Poemas
    de la arena" (1949); además de la década del
    cincuenta se editaron antologías y recopilaciones de sus
    poesías ampliamente difundidas en Cuba, España e
    Hispanoamérica.

    La poesía neo-romántica fue cultivada por
    otros creadores como Ernesto García Arzola (1914-1996)
    quien trabaja el verso de temática social siendo el
    más reconocido el extenso poema que le valió un
    premio en el año del centenario de Martí,
    "Martí va con nosotros" (1953). Serafina
    Núñez (1913), inspiradas en los temas
    íntimos y el canto a su isla, es una voz sin
    grandilocuencia, íntima, que trascurre casi olvidada en la
    literatura cubana. De ellas son los cuadernos poéticos,
    "Mar cautiva" (1937), "Isla en el sueño" (1938), "Vigilia
    y secreto" (1941) y "Paisaje y elegía" (1958). Cerrando
    este grupo de poetas apegados a formas tradicionales está
    la poetisa Julia Rodríguez Tomeu (1913-2005) que
    publicó su poesía en la prensa de la
    época.

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    La poesía de corte folklórico popular tuvo
    en Samuel Feijoo (1914-1992) un sólido exponente.
    Investigador, periodista, dibujante y animador cultural, Feijoo
    hizo una poesía de inspiración campesina en la que
    está presente los temas de la flora cubana; el campo y sus
    guajiros, tratados de un modo creativo que elude el folklorismo
    fácil, captando esencias y atmósferas. Otra
    vertiente de su lírica se apropia de preocupaciones
    existenciales en temas que lo acercan al grupo
    origenista.

    También en esta línea folklórica
    está Marcelino Arozarena (1912-1996) quien trabaja los
    temas de las culturas negras basándose en los mitos afro
    cubanos.

    La poesía de Nicolás Guillén
    (1902-1989), continúa su desarrollo ascendente a pesar de
    su exilio en Argentina. Cuba sigue viviendo en su obra, esta vez
    en su cuaderno, "El son entero" (1947), publicado en Buenos
    Aires, en el que logra sintetizar las posibilidades
    rítmicas de la música cubana como expresividad de
    lo nacional.

    De este período son sus célebres
    elegías, creadas para denunciar y expresar los
    sentimientos populares. De ellas aparecen, "Elegía
    camagüeyana", "Elegía cubana", "Elegía a
    Jacques Rowmain" y sobre todo la "Elegía a Jesús
    Menéndez" (1948), dedicada al líder negro de los
    azucareros cubanos en ocasión de su asesinato; en este
    poema asume la voz colectiva para convertirse en expresión
    de la rebeldía y el dolor popular.

    En Argentina publica también, "La paloma del
    vuelo popular" (1958) en el que se unen el buen oficio y su
    raíz popular con la identificación
    ideológica con su pueblo en lucha por la liberación
    nacional.

    Poesía militante, comprometida, de aires
    populares, pero en constante evolución, la obra de
    Nicolás Guillén alcanza su tono más vibrante
    en este período de definiciones políticas,
    manteniendo el lenguaje popular para traducir los anhelos de su
    gente.

    Mientras la década del cincuenta ve surgir una
    nueva generación intelectual, no adscrita a ninguna
    tendencia, manifiesto o publicación, sin ninguna figura
    focal que centralizara sus preocupaciones y sin definir una
    manera única para expresar, cada uno en su tono o con la
    forma que ha aprendido.

    Los poetas de esta generación eran una voz
    diferente, no procuran el alejamiento, ni eluden el compromiso,
    si bien en su mayoría permanecen al margen de los
    acontecimientos político-revolucionarios que están
    en desarrollo en el país. Su acercamiento a la vida de la
    gente de su tiempo, sus preocupaciones y problemas existenciales
    le dieron homogeneidad a este grupo de creadores, algunos
    influidos por las vanguardias pasadas, por el trascendentalismo,
    sin eludir el prosaísmo, el coloquialismo o la
    efusión sentimental.

    Ellos constituirán la base de la primera
    generación del período revolucionario, en el que
    alcanzan su plenitud, cada uno con su definición
    ideológica y social. Ellos no están nucleados,
    muchos no se conocen, están en La Habana, en ciudades de
    provincias o en el extranjero, pero ya publican por estos
    años, fundamentalmente en las revistas culturales, algunos
    colaboraran en "Orígenes", otros lo hacen en, "Nuestro
    Tiempo" y muchos de ellos en "Ciclón".

    Entre los poetas de esta generación están,
    Pablo Armando Fernández (1930), Roberto Fernández
    Retamar (1930), Fayad Jamis (1930-1988), Pedro (1931) y Francisco
    de Oraá (1929-2010), Cleva Solis (1926-1996), Rafaela
    Chacón Nardi (1926-2001), Carilda Oliver (1922), Heberto
    Padilla(1932-2000), Antón Arrufat (1935), Rolando
    Escardó(1925-1960), Nivaria Tejera (1930), Carlos Galindo
    (1928), Luis Marré(1929) y Severo Sarduy(1927-1993), entre
    otros.

    Aunque existe un elemento anecdótico provocador
    de la ruptura de José Rodríguez Feo y José
    Lezama Lima y punto de partida de la revista "Ciclón",
    costeada por el primero, como lo había hecho con
    "Orígenes" hasta su desaparición, la
    creación de esta nueva revista encuentra una nueva
    voluntad renovadora en la literatura cubana de los años
    cincuenta en la que tuviera cabida lo nuevo con su
    implicación de compromiso social, aunque aún
    titubeante. "Ciclón" no era vocera de un grupo
    homogéneo, pero sí tribuna de inquietudes en la que
    tuvieron cabida desde las preocupaciones existenciales hasta la
    lucha sutil contra los prejuicios sociales, junto a diferentes
    matices de la preocupación socio política del
    momento.

    La revista "Ciclón" se publicaba bimensual a
    partir de enero de 1955 y su último número
    salió en 1959. En ella colaboran jóvenes
    escritores: Severo Sarduy, José Triana, Antón
    Arrufat, Guillermo Cabrera Infante, Fayad Jamís, Luis
    Suardíaz, César López, Ambrosio Fornet,
    Manuel Díaz Martínez, Roberto Branley Calvei Casey
    y Rine Leal, entre otros. Alentados por José
    Rodríguez Feo y Virgilio Piñeras, provenientes del
    grupo "Orígenes" y ahora en plena ruptura con
    ellos.

    No es muy grande la producción narrativa de este
    período, esta es una etapa evidente de predominio
    poético, presente incluso en algunas formas de esta propia
    narrativa; pero desde el punto de vista formal y estético
    se logran importantes avances en la narrativa del
    momento.[8]

    El cuento se beneficia con la influencia de la nueva
    narrativa norteamericana; el surrealismo se hace presente en
    algunos narradores importantes, el realismo social alcanza su
    mejor expresión entre nosotros con Onelio Jorge Cardoso y
    Félix Pita Rodríguez, en tanto Alejo Carpentier da
    a conocer sus novelas del "realismo mágico" en las que el
    tiempo y la naturaleza americana pasan a un fascínate
    protagonismo.

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    Alejo Carpentier (1904-1980) parte del surrealismo para
    crear su forma de narrar. Su estancia parisina en pleno apogeo
    del surrealismo lo convierten en crítico del mismo, pero
    salvando para su literatura los mejores momentos del mismo para
    aplicarlo a su empeño por entender y expresar la realidad
    americana.[9]

    En 1944 escribe dos cuentos determinantes, "Oficio de
    tinieblas" y "Viaje a la semilla", con los que, según sus
    propias palabras, encontró una forma u estilo que
    pondrá en función de develar el "misterio de este
    mundo americano" desconocido por los europeos.

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    "(…)Si bien el escritor cubano aparece como un
    crítico implacable del surrealismo, salva para sí,
    como influencia positiva y mecanismo útil en su
    empeño americanista, ciertas enseñanzas del
    movimiento que incorpora a su reflexión y su narrativa: la
    superación de la contradicción de la magia del
    encuentro de dos realidades aparentemente inconexas, el misterio
    de los mitos, la crítica a la civilización
    occidental y su más importante hallazgo surrealista
    posterior: lo maravilloso está dentro y fuera del hombre
    (Pierre Mabille) concepción que Carpentier ya arrastraba
    al venir a América"[10]

    En su desarrollo posterior Carpentier supera estas
    influencias surrealistas y elabora su propia
    teoría:

    "(…) lo maravilloso comienza a serlo de manera
    inequívoca cuando surge de una inesperada
    alteración de la realidad (milagro), de una
    revelación privilegiada de la realidad, de una
    iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las
    inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de
    las escalas y categorías de la realidad percibidas con
    particular intensidad en virtud de una exaltación del
    espíritu que lo conduce a un modo de "estado
    límite". Para empezar, la sensación de lo
    maravilloso presupone una fe (…) ¿Pero qué es
    la historia de América sino una crónica de lo real
    maravilloso?"[11]

    Desde 1945 Alejo Carpentier se radica en Venezuela
    país en el que comienza su formidable labor narrativa. La
    primera de sus novelas de este período fue, "El reino de
    este mundo" (1949), simbiosis de lo histórico y lo
    sobrenatural del continente americano en el que se mezclan
    personajes de ficción con figuras históricas en un
    alucínate episodio de la Revolución antiesclavista
    de Haití, donde se produce el choque del iluminismo
    francés con el mundo mágico afroamericano. Frente a
    las ideas liberales burguesas, el vudú y la
    santería son realidades mucho más arraigadas y
    predominantes.

    El prólogo de esta novela es el manifiesto de la
    nueva novela latinoamericana explicitando el concepto de lo Real
    Maravilloso en el continente americano.

    En 1953 aparece su novela más difundida, "Los
    pasos perdidos" en la que el tiempo se vuelve a hacer objeto de
    especulación carpenteriana. Desarrollada en varios planos,
    su trama va desde la metrópoli desarrollada a la vida
    intrincada de la selva, pasando por la monotonía
    provinciana y dormida de la ciudad latinoamericana.

    El argumento cuenta la historia de un joven
    musicólogo que realiza investigaciones sobre instrumentos
    primitivos de música por encargo de una Universidad que
    costea su expedición a las zonas selváticas en
    busca de su objeto de estudio.

    Novela de factura barroca que pone de manifiesto la
    erudición de su creador, deja a un lado la
    sicología de los personajes para centrarse en el
    alucinante mundo americano y principalmente en sus paisajes
    más exuberantes.

    En Buenos Aires se edita su noveleta "El Acoso" (1956),
    que mueve su trama en el tiempo de la "Sinfonía Heroica"
    de Ludwing van Beethoven (46 minutos), tiempo en el cual el
    protagonista pasa revista a su vida, mientras en tiempo real
    ocurre la trama de la novela.

    "Guerra en el tiempo" (1958) es un trío de
    relatos que publica en México; "El camino de Santiago",
    "Viaje a la semilla" y "Semejante a la noche", publicados esta
    vez junto a "El Acoso". En este conjunto es evidente la
    experimentación con el tiempo en los diferentes planos
    narrativos.

    Cerrando este ciclo se edita también en
    México, "El Siglo de las Luces" (1962), novela de la
    madurez dentro de la teoría de lo real maravilloso,
    culminación de sus especulaciones y en la que el destino
    humano se une a un devenir histórico en un determinismo
    hermoso, cerrado e inevitable.

    La novela comienza en La Habana a través de un
    personaje que hace el recuento de la Revolución Francesa y
    su repercusión en América. La historia aparece
    enlazada con la naturaleza en una narración que no olvida
    lo mágico y maravilloso del mundo americano.

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    Junto a esta fructífera labor novelística,
    Alejo Carpentier desarrolla en Caracas, Venezuela, un amplio
    trabajo de periodismo cultural, desde las páginas del
    periódico "El Nacional" (entre los años1951y 1959),
    labor que consolida sus méritos literarios. Fueron sus
    años de esplendor creativo.

    En el ambiente literario cubano de estos momentos
    predomina el realismo con diversos matices, sobresaliendo la obra
    de Lino Novás Calvo (1903-1983), quien alcanza su madurez
    creativa con sus relatos sobre los desheredados del país:
    pescadores, carboneros, humildes negros y gallegos que
    hacían las más difíciles labores por
    salarios de miseria en las ciudades, el campo o en los mares de
    esta isla.

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    Con él culmina un modo de decir y escribir sobre
    la realidad cubana, los héroes de sus cuentos están
    atrapados por las circunstancias principalmente en su libro,
    "Cayo Canas" (1946) en el que los seres humanos son
    víctimas del mar, los ciclones y otros fenómenos
    naturales. La mayoría son personajes negativos en los que
    la bondad se da por excepción para ser destruida por la
    dura realidad del personaje, es por ello que su obra tiene una
    gran carga de amargura y pesimismo.

    Su estilo se acerca al guión
    cinematográfico, con descripciones breves, prosa coloquial
    y el uso del lenguaje de los personajes, sin escatimar los giros
    populares y las expresiones vulgares. Si de influencia se trata,
    es de notar en su prosa la huella de los escritores
    norteamericanos como Hemingway o Faulkner.

    Otros creadores cubanos adoptaron el realismo para
    expresar el mundo interior de sus personajes, pero desde otra
    óptica. Tal es el caso de Onelio Jorge Cardoso (1914-1986)
    quien inicia una fructífera labor creativa partiendo de la
    narración popular campesina, manejando su lenguaje,
    destapando la imaginación de sus cuenteros criollos para
    mirar el campo cubano tal cual era, en su duro panorama de
    desalojos, latifundios, ignorancia, sueños truncos,
    supersticiones y el mundo imaginativo del guajiro que él
    narra con sus realidades y problemas pero sin la carga de
    pesimismo derrotista de Novás Calvo.

    La narrativa de Onelio Jorge Cardoso se salva del lastre
    sociológico de los narradores realista que le precedieron,
    por su forma escueta y simple, su dominio del diálogo, su
    auténtica imagen del campesino y esa forma suya de darnos
    el nudo del cuento desde las primeras líneas. Su prosa
    parece primitiva e ingenua pero detrás de su fino humor
    está el valor artístico de sus cuentos.

    Se dio a conocer en 1945 al recibir el "Premio
    Hernández Catá" con su cuento, "El carbonero". Ese
    mismo años aparece su volumen de cuento, "Taita diga
    usté cómo" (1945) y seguirá una profusa
    colaboración con las revistas de la época en las
    que aparecen sus cuentos. Su segundo libro, "El cuentero" (1958)
    es un compendio de sus mejores cuentos publicados en
    prensa.

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    La narrativa de Félix Pita Rodríguez
    (1909-1990) se desarrolla en este período. Sus inicios
    parten del cultivo del relato humorístico,
    satírico, ingenioso y bien estructurado pero lastrado por
    un gran escepticismo.

    Publica en México su libro de cuentos, "San Abul
    de Montecallado" (1945) escrito con sencillez y la presencia de
    un tono poético que denotan sus cambios caracterizados por
    esas historias de aires cosmopolita y un aliento casi
    mágico de sus experiencias de viajero.

    Regresa a Cuba y da a conocer su libro, "Tobías"
    (1952), considerado su obra de madurez. Recopila historias y
    relatos contados con economía de recursos que le dan a los
    mismos una objetividad que no impide ver todo el humanismo del
    autor. Entre los trece relatos del libro sobresalen,
    "Tobías" y "El de Basora".

    Hombre de izquierda comprometido con las más
    nobles causas, Félix Pita Rodríguez clasifica entre
    los mejores y más significativos narradores del realismo
    cubano.

    Notable fue su práctica poética que
    resumirá en su poemario, "Corcel de fuego" (1948), con una
    lírica insurgente y alusiva que lo sitúa entre los
    poetas de la vanguardia en Cuba. Incursiona en el teatro, con el
    drama, "El relevo", de corte histórico social y en el
    periodismo con la publicación de ensayos, artículos
    y reseñas críticas. Para la radio escribió
    guiones dramáticos.

    Enrique Labrador Ruiz (1902- 1991) continúa su
    notable aportación literaria tanto en la técnica
    como en la forma. En este período publica, "Carne de
    Quimera" (1947) y "Tráiler de sueños" (1949),
    volúmenes de cuentos con un clima poético en los
    que desarrolla personajes pintorescos en una atmósfera
    irreal que lo emparenta con el surrealismo.

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    "La sangre hambrienta" (1951) es una novela que
    él llamó "caudiforme", coqueteando con el
    costumbrismo pero a su manera. En 1953 publica el libro, "El
    gallo en el espejo", subtitulado por él como,
    "Cuentería cubiche". Es su obra más acabada del
    período; en ella aprovecha muy bien la idiosincrasia del
    cubano para dar el ambiente de chismes, enredos y calumnias,
    propias de los pequeños pueblos, dando rienda suelta al
    lenguaje popular como base lingüística de su
    obra.

    También publica tres libros de ensayos, "Manera
    de vivir" (1941), "Papel de fumar"(1945) y "El pan de los
    muertos" (1958).

    Dentro del grupo "Orígenes" se desarrolla el
    relato imaginativo en el que se distinguen dos tendencias
    principales: uno fantasea con evidente cuidado formal y valores
    poéticos, como ocurre en las narraciones de Eliseo Diego,
    "En las oscuras manos del olvido" (1942) y "Divertimentos"
    (1946)[12]. La segunda tendencia gira alrededor de
    lo absurdo, lo ilógico propio de la narrativa de Virgilio
    Piñera, "El conflicto" (1942), "Poesía y rosa"
    (1944) y "Cuentos fríos" (1956), así como en su
    novela, "La carne de René" de fuerte influencia
    kafkiana.[13]

    Lydia Cabrera (1900- 1991), incursiona en la literatura
    trabajando los temas de la mitología afrocubana, yoruba
    principalmente, dando a conocer en 1940 su libro, "Cuentos negros
    de Cuba" que en opinión de Fernando Ortiz, son las
    tradiciones del folklore negro a través de una traductora
    blanca. En 1948 entrega su segundo volumen de estos cuentos,
    "Porque…", en todos ellos Lydia se aleja de la
    cientificidad para entregarnos relatos de valor literario,
    reflejo de la tradición oral del negro cubano.

    Incursionan en esta vertiente narrativa afrocubana,
    Rómulo Lachatañeré (1909-1951), Ramón
    Guirao (1909-1949) y Gerardo del Valle (1898-1973), entre
    otros.

    Un importante volumen de cuento, "Aquelarre" (1954)
    publica Ezequiel Vieta (1922-1995), eran cuento
    fantásticos y con algo de absurdo, donde el mundo
    onírico de autor influye de una manera importante.
    Influido por el surrealismo este libro es el precursor de la
    narrativa contemporánea cubana, por su economía de
    recursos, enfoques múltiples para reflejar la existencia
    del hombre y la novedosa sintaxis.

    Humberto Rodríguez Tomeu (1919-1994)
    también incursiona en la literatura del absurdo y el
    surrealismo en su libro "El Hoyo" (1950), recopilación de
    sus relatos.

    Enrique Serpa (1900.1968) mantiene su tónica
    naturalista publicando, "Noche de fiesta" (1951), conjunto de
    ocho relatos con temas urbanos y rurales. En 1957 publica su
    novela, "La trampa", acercándose a las luchas pandilleras
    de los grupos seudo revolucionario tras el fracaso de la
    revolución 30, reflejo de la gran frustración
    revolucionaria. Historia realista, capta con singular fuerza
    escenas habaneras muy típicas de la
    época.

    Como un raro exponente de la novela policial cubana
    Leonel López Nussa (1916-2004) publica en México
    sus obras, "El ojo de vidrio" (1955) y "El asesino de la rosa"
    (1957), cuyas tramas trascurren en Nueva York y La Habana
    respectivamente.

    Miguel de Marcos (1894-1954) continúa una
    narrativa costumbrista y crítica que pierde su eficacia en
    el "choteo criollo". En este período aparecen sus novelas,
    "Papaíto Mayarí" (1946) y "Fotuto"
    (1948).

    Ernesto García Arzola (1914-1996) cultiva el
    cuento rural en su libro, "La presencia interior" (1956);
    Raúl Aparicio (1913-1970) incursiona en la narrativa
    social y política, en tanto José M. Carballido Rey
    (1913-1987), Ramón Ferreira (1921-1970)), Dora
    Alonso(1912-2001), Raúl González del
    Cascorro(1922-1985), Surama Ferrer Deulofeu (1923) e Hilda Perera
    (1926), trabajan la narrativa y principalmente el cuento, muchos
    de ellos estimulados por el concurso "Hernández
    Catá", convocado desde 1942 y que contribuyó a
    darle auge al género.

    La literatura para teatro de este período
    está marcada principalmente por la dramaturgia de Virgilio
    Piñera (1914-1979), intelectual de gran capacidad creativa
    que incursionó en varios géneros literarios,
    poesía, narrativa, traducción y sobre todo teatro
    donde su obra se destaca como la más importante del siglo
    XX cubano.

    Modernizador de la dramaturgia cubana, su obra se
    caracterizó por la introducción del absurdo, el
    pesimismo, la amargura y la sátira, como forma de
    reacción ante la dura situación social del
    país.

    Virgilio refleja la sociedad en que le tocó
    vivir, pero desecha el costumbrismo, la obra de propaganda o el
    compromiso social, para acudir a la situación extrema,
    absurda pero cargada de humor negro, del que fue un maestro; no
    buscaba soluciones, ni pretende dar lecciones, simplemente se
    explaya en la situación, exagerando de forma grotesca para
    exagerar el defecto y al igual que Kafka dejarla sin
    salida.

    La crítica ha calificado a Piñera como
    autor subversivo, duro, agrio, sarcástico, que arremete
    contra los prejuicios apoyado en la burla, no pocas veces
    cruel.

    "Electra Garrigó" (1945) es su obra maestra,
    basada en la tragedia griega, su situación se traslada a
    una finca cubana, con personajes cubanos de clase media, viviendo
    una situación extrema. Virgilio trata de mantener el tono
    clásico de la obra original, aunque la obra se desarrolla
    en Cuba, intercalando frases y giros del habla popular cubana;
    junto a esto el Coro canta décimas al compás del
    punto guajiro. Los personajes visten a la criolla y finalmente
    Clistemnestra es envenenada con una Fruta bomba
    (papaya).[14]

    La disparidad de los elementos de esta tragedia parecen
    romper con la unidad dramatúrgica de la obra, pero todo
    está hecho a propósito para acentuar el tono
    satírico y absurdo de la obra en la que se juzga en forma
    satírica las más respetadas actitudes humanas y su
    trascendencia.

    "Electra Garrigó" es una de las más duras
    críticas contra la sacralización de una moral en
    ruinas, en ella Electra es el símbolo de la
    degradación, cumpliendo su trágico destino en forma
    desvergonzada.

    «"Electra Garrigó", una de las piezas
    liberadoras de nuestro teatro. Aún perdura el
    estremecimiento que produjo el estreno de esa pieza, donde
    coexisten armónicamente la grandilocuencia y el lenguaje
    popular, lo periódico y lo intelectual.

    « Su dramaturgia contemporanizó al teatro
    cubano y lo instaló en las fórmulas más
    audaces de la vanguardia, logrando una imagen teatral de
    profundas raíces
    nacionales.»[15]

    El absurdo se acentúa en "Jesús" (1948),
    un barbero habanero con este nombre, tomado por sus vecinos como
    el "nuevo Mesías", lo que es negado por él con
    vehemencia pero sin resultado. Las circunstancias lo llevan a su
    sino fatal como al Nazareno, pero sin querer, negándolo en
    medio de situaciones satíricas e irónicas que
    parodian la vida de Jesucristo.[16]

    En 1949 escribe, "Farsa alarma" muy influida por la
    novela, "El proceso de Frank Kafka, el argumento se basa en un
    juicio criminal deshumanizado y mecánico al que es
    sometido un hombre. La ley se aplica sin razonamiento ni justicia
    como en una pesadilla que aplasta al ciudadano común. La
    obra se desarrollada a un ritmo violento y los personajes,
    más que humanos son símbolos del comportamiento del
    hombre; esto unido a un diálogo arbitrario e incongruente
    completan la atmósfera de farsa del
    drama.[17]

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