La madurez de las letras cubanas – Monografias.com
La madurez de las letras
cubanas
La literatura cubana en este período (1940-1958)
se caracteriza por la desorientación de sus creadores dada
la decepción y el derrotismo que predomina en la sociedad
tras el agotamiento del movimiento revolucionario de la
década del treinta, disuelto en el caos, el anarquismo y
la dura represión de un régimen que sostuvo los
intereses de los grupos oligárquicos, nacionales y
extranjeros, matando a los más radicales y comprando a los
vacilantes y oportunistas.
La nueva época trae un reagrupamiento de las
fuerzas progresistas y de izquierda, debilitada tanto por la
represión como por las luchas fratricidas, ahora con
nuevos bríos dado el auge de la lucha antifascista en el
orden internacional y el reagrupamiento reivindicativo en el
orden interno.
En este ambiente socio-cultural la literatura se hace de
varias formas: a) siguiendo las líneas de la vanguardia
internacional; b) continuando los cánones de una
literatura tradicional, extemporánea y conservadora y c)
buscando la esencia de lo nacional a través del
rebuscamiento barroco, el alejamiento y el hermetismo en la
escritura, no para evadirse de su tiempo sino para tomar
distancia de las circunstancias frustrantes de esa
época.
Incomprendidos por la intelectualidad de izquierda y de
derecha, pero raigales y fundadores, este último grupo
hizo los aportes más destacados de esta etapa.
Desde inicios de la década del cuarenta del siglo
XX se fue definiendo un pequeño grupo de creadores,
principalmente escritores, decepcionados por la mediocridad del
medio social cubano, que van a la búsqueda de las
raíces de lo nacional, aferrados a un hermetismo que los
protegía de la hostilidad de ese momento.
Primero se nuclearon alrededor de revistas de
efímera circulación: "Espuela de Plata",
"Clavileño", "Nadie aparecía" y "Verbum", entre
otras, hasta converger en la revista "Orígenes" fundada
por José Lezama Lima y José Rodríguez
Feo.
El extrañamiento del grupo significa solo rechazo
a la realidad de su momento social, no separación de la
realidad cubana, de la cual fueron depositario al
empeñarse en la búsqueda de las raíces de lo
nacional.
"Orígenes" circuló doce años y fue
tribuna de creación literaria y poética en
particular, aunando alrededor de la figura de Lezama Lima a un
grupo de intelectuales cubanos, la mayoría escritores, que
conservaron su impronta personal en medio de las esencias
grupales que los unía.
El grupo intelectual unido alrededor de la revista
"Orígenes" está integrado por, José Lezama
Lima, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz,
Ángel Gastelu, Virgilio Piñeras, Gastón
Baquero, Justo Rodríguez Santos, Octavio Smith, Lorenzo
García Vargas, José Rodríguez Feo, Mariano
Rodríguez (pintor), René Portocarrero (pintor) y
Julián Orbón (músico). La mayoría de
ellos poetas, aunque incursionaron en la narrativa, el teatro y
la ensayística.
En ellos es notable la influencia de intelectuales
españoles, algunos de los cuales residieron o estuvieron
de paso por La Habana a raíz del éxodo tras la
derrota de la República Española. Uno de ellos,
Juan Ramón Jiménez, hace sentir su magisterio entre
un grupo de jóvenes escritores cubanos. Ellos
conformarían el núcleo de los que rechazaron la
algarabía populista y se refugiaron en un formalismo
renovado, alentados por Juan Ramón y la lectura de los
grandes poetas contemporáneos: Eliot, Valery, Neruda,
Vallejo, etc.
Otra poderosa influencia intelectual la ejerció
la escritora española María Zambrano, residente en
La Habana durante diez años, dictando conferencias y
seminarios que enseñaron a estos jóvenes a, "sentir
e interpretar los problemas de la cultura, de la historia, del
espíritu"[1]
El grupo Orígenes se caracteriza por su
distanciamiento de la política y de los medios culturales
de su momento, apartados de la alienación vanguardista,
sin responder a los diversos "ismos", aunque sin ignorarlos. Su
distanciamiento fue hermético y místico en busca de
las esencias culturales de la nación.
Aunque no fueron entendidos, ni por la mediocre "cultura
oficial", ni por la intelectualidad de izquierda, su labor
implica un compromiso con lo auténtico nacional por encima
de la inmediatez chata y mediocre.
Como guía del grupo sobresale José Lezama
Lima (1910-1976), marcador de rumbos. Su concepción
poética parte más de un sistema
ideo-estético que de una alineación a cualquier
tendencia, su impronta está en el grupo y la revista. A
pesar de su obra era casi un desconocido en los medios sociales
de su tiempo, que si se ocuparon de él fue para atacarlo
por sus convicciones, en tanto las más jóvenes
generaciones de esa época aceptaron el ataque a su obra
como el combate contra el no comprometimiento social.
El universo creativo de Lezama parte de la
indagación de su yo interior, la búsqueda de
huellas de sus transformaciones a través de la vasta
cultura que posee imbricado con su cotidianidad, con el mundo
espiritual en que se ha formado y que resumirá en lo
"natural maravilloso", sistema de interpretación de la
realidad desde la poesía que desarrollaría en el
conjunto de su obra y su vida. Dentro de este sistema creativo
tiene un relevante lugar su formación
católica.
Cintio Vitier sostiene que, ""lo natural maravilloso" en
Lezama surge de la sobre abundancia de una catolicidad matinal
que confluye en la necesidad de su autodescubrimiento y la
apetencia de auto identificarse"[2]
En el primer número de Orígenes, Lezama
escribe: "Nos interesan fundamentalmente aquellos momentos de
creación en los que el germen se convierte en criatura y
lo desconocido va siendo poseído en la medida en que esto
es posible y en que no engendra una desdichada
arrogancia"[3]
Su primer libro fue el poemario, "Muerte de Narciso"
(1937) con una poesía barroca y sensorial que
resultó una revelación para la literatura cubana
por el ritmo poético y el hermetismo de sus
metáforas, algo novedoso en Cuba donde la poesía de
vanguardia había quedado en el formalismo de Mariano Brull
y las experiencias de Florit y Ballagas.
Lezama iba más lejos con el rebuscamiento y el
lenguaje, para comunicar "algo" que solo era posible conocer a
los "iniciados" de su "sistema" y donde la preocupación
ideo-filosófica estaba en el centro de su
búsqueda.[4]
Su segundo libro, el poemario, "Enemigo Rumor" (1941)
mantiene el tono en la búsqueda de lo bello, tónica
que mantuvo en todas sus publicaciones periódicas. Su
tercer libro de poemas, "Aventuras Sigilosas (1945) hace
más énfasis en sus angustias existenciales
alcanzando su poesía un mayor grado de subjetividad. El
crecimiento poético de Lezama se acentúa en su
cuarto libro de poemas, "La Fijeza" (1949) en el que se
atenúan las metáforas para dar paso a las
imágenes entre lo real y los onírico, en los que el
sentido está más en la raíz que en el
entendimiento inmediato.[5]
La métrica de su poesía se hace irregular,
sin medidas fijas, aunque incursiona en el soneto y otras formas
tradicionales, experimentando con su estructura, ritmo y
rima.
Su prosa reflexiva aparece en publicaciones de la
época principalmente en "Orígenes";
artículos de valoraciones estéticas,
filosóficas, crítica de arte y sobre todo de
poesía. Estos trabajos sobre el arte poético van
conformando su sistema poético. Sobresalen los ensayos,
"Analectas del Reloj" (1953), "Tratado en La Habana" (1957) y "La
expresión americana" (1957). En este último Lezama
desarrolla las claves para entender la poética americana
en el devenir histórico del continente, una teoría
completa sobre las posibilidades de esa poesía, exuberante
y barroca en la interpretación del mundo
americano.
Lezama incursiona también en la narrativa
publicando en "Orígenes" dos fragmentos de su novela
"Paradiso", en los que ya reafirma su gran objetivo de fundir lo
manierista y lo barroco, lo espiritual y lo sensorial, lo
aristocrático y lo popular.[6]
Miembro del grupo "Orígenes", Cintio Vitier
(1921- 2009) parte de la poesía para expresar, dando a
conocer sus primeros versos en su libro, "Poemas" (1938), en
continuidad de este poemario aparecerán "Sedienta cita"
(1943), "Extrañeza de estar" (1943), "De mi provincia"
(1945), "Capricho y homenaje" (1947), "El hogar y el olvido"
(1949), "Sustancia" (1950), "Conjeturas" (1951),
"Vísperas" (1953) y "Canto llano" (1956).
El pródigo trabajo de Cintio en la poesía
transcurre en un quehacer cercano a las inquietudes personales de
trascendencia con un verso cerrado, autosuficiente,
expresión del éxtasis poético, sin grandes
innovaciones, alejado de las modas, aunque impregnado de la
poesía de los grandes momentos.
Su poemario, "Canto llano" marca un cambio en
relación con su poesía anterior, al recurrir al
verso uniforme en poemas reflexivos y de elegancia
formal.
Cintio Vitier fue para los origenistas el traductor de
sus preocupaciones, al igual que Lezama, siendo el más
lúcido y crítico ensayista del proceso
poético del período.
En 1948 publica su antología, "Diez poetas
cubanos" en el que aparecen obras de los miembros del grupo
Orígenes. En 1952 publica la antología, "Cincuenta
años de poesía cubana", minucioso trabajo
ensayístico sobre la poesía republicana en Cuba; en
1958 da a conocer, "Lo cubano en la poesía" libro de
definiciones conceptuales acerca de la esencia cultural y en
particular de la poética cubana.
Eliseo Diego (1920-1994), es un poeta esencial,
arraigado en lo espiritual, de andar silencioso por la
literatura. En este período publica su poemario, "En la
calzada de Jesús del Monte" (1949) en el que refleja el
mundo cotidiano del barrio citadino en que creció con la
intimidad de sus versos. Casi diez años después se
conoce su segundo libro, "Por los pueblos extraños" (1958)
que reafirma su vocación intimista para evocar a Cuba con
su atmósfera, sus tedios y misterios.
Parte de esta poética son sus dos libros de
prosa, "En las oscuras manos del olvido" (1942) y "Divertimento"
(1942), obras de juventud que sirven de ensayo formativo para su
poesía mayor, pero en el que ya asoma su calidad
literaria.
Fina García Marruz (1923), es la única voz
femenina del grupo, poetisa de sensibilidad que no se aleja de la
estructura del soneto y los versos alejandrinos, aunque
también incursiona en los versos libres. Ha publicado sus
volúmenes, Poemas" (1942), "Transfiguración de
Jesús del Monte" (1947) y "Las miradas perdidas" (1951).
Su trabajo ensayístico es muy notable, sobresaliendo por
sus estudios sobre el Apóstol, iniciados con el ensayo,
"José Martí" (1952), también incursiona en
la crítica literaria y la reseña de
libros.
Ángel Gaztelu (1914- 2003), es uno de los mejores
poetas del grupo, de origen español, se formó en
Cuba de cuya cultura forma parte. Sus versos se caracterizan por
el uso del hexámetro y los alejandrinos, alcanzando
poesía de hermoso misticismo que llega a sus mejores
momentos en los verso nocturnales. Publico dos poemarios,
"Poemas" (1940) editado como cuaderno de la revista Espuela de
Plata, y "Gradual de Laudes" (1955), prologado por Lezama
Lima.
Gastón Baquero (1914- 1997), se inicia en la
poesía dentro de grupo origenista principalmente en sus
primeros momentos. En 1942 da a conocer su cuaderno, "Poemas" en
el que hace una poesía marcada por su religiosidad y
teniendo como modelo a Witman, Eliot y Unamuno. Dos poemas suyos
sobresalen: "Palabras escritas en la arena por un inocente" y
"Saúl sobre la espada".
La poesía de Justo Rodríguez Santos
(1915-1999) es la más apegada a formas tradicionales
dentro del grupo origenista. De sus versos aparecieron tres
cuadernos:"F.G.L. Elegía por la muerte de Federico
García Lorca" (1936), "Luz cautiva" (1938) y "La belleza
que el cielo no amortaja" (1951), este último su mejor
poemario. En 1942 editó, "Antología del soneto en
Cuba".
A Lorenzo García Vega (1926- 2012) se le califica
de efectista y en ocasiones de surrealista en su poesía,
el propio Lezama le llamó "cubista. En 1948 publico,
"Suite para la espera" y en 1952 un volumen de prosa
poética, "Espirales de cuje".
Octavio Smith (1921- 1987) hace una poesía
simbólica que lo acerca mucho a Lezama, aunque sin su
impenetrabilidad. Publicó el poemario, "Del furtivo
destierro" (1946).
Cerrando este grupo está Virgilio Piñera
(1912-1979), dueño de una poesía
desengañada, amarga y de gran fuerza expresiva que lo
revela como un poeta singular. Sus primeros poemarios fueron,
"Las furias" (1941), "La isla en peso" (1943) y su tomo de
"Poesía y prosa" (1944) en el que incluye cuentos.
Controvertido y difícil Piñera romperá con
el grupo Orígenes, aunque mantuvo su impronta. A él
volveremos cuando hablemos de la literatura teatral.
Singular por el parentesco de silencio, aunque por otros
motivos, resultó la obra lírica de Dulce
María Loynaz (1902-1997) conocida ya desde la
década del 30 por sus versos intimistas. En este
período publica en España sus libros, "Juegos del
agua. Versos del agua y del amor" (1947), la novela
lírica, "Jardín" (1951); "Cartas de amor (al rey)
Tut-Ank-Amón" (1958) y la novela de viaje "Un verano en
Tenerife" (1958), obras todas de gran factura estilística,
extemporánea y cerrada.
El tono mayor de su poética lo alcanza con su
novela "Jardín" aporte importante a la narrativa cubana.
Es una novela metafórica, lírica como la
calificó ella misma. En sus páginas se reflexiona
acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, la
paradoja civilizadora que lo aleja de ella y su retorno continuo,
onírico o real, a sus orígenes naturales. La
búsqueda constante del ser natural y el reencuentro de
sí mismo con la naturaleza.
Dulce María Loynaz, trascendental en su soledad
poética es una de las voces más consolidadas de la
literatura cubana.
Mirta Aguirre (1912-1980) tiene una obra poética
que no se caracteriza por su amplitud sino por su calidad,
sacrificando el verso a un sólido y amplio trabajo
ensayístico y crítico, tanto de compromiso social
como literario. Se distinguió por ser una de las
más notables intelectuales comunistas de Cuba en este
período.
Desde 1938 con "Presencia interior" y otros poemas
publicados, muestra su valía poética en versos de
forma sencilla y ágil dentro de la mejor tradición
de la poesía popular española.
Eugenio Florit (1903-1999), publica es esta etapa el
poemario, "Poema mío" (1947), "Conversación con mi
padre" (1947), Asonante final" y "Antología
Poética", ambos en 1956. En este período de madurez
de su poética ensaya nuevas formas que lo aproximan a la
poesía coloquial, con una vocación intimista no
exenta de calidad y merecimiento.
Mariano Brull (1891-1956) culmina en 1941 con el
cuaderno "Solo de rosa", una etapa de su poesía donde los
problemas del ser pasan a un primer plano. En 1950 publica,
"Tiempo en pena" en el que asume profundamente la estética
purista y la indagación del ser.
Emilio Ballagas (1908-1954) cierra un ciclo
poético con, "Cielo en rehenes" (1951) publicado
póstumamente en 1955, junto a otros trabajos
suyos.
Otros poetas cubanos importantes publican en estos
años su poesía de madurez: Agustín Acosta
(1886-1979) da a conocer sus poemarios, "Últimos
instantes" (1941) y "Las islas desoladas" (1943), en los que su
poesía deja atrás el modernismo trasnochado de sus
primeros versos. En 1956 da a conocer "Jesús",
interpretación personal del mito cristiano, sin abandonar
su apego a las problemáticas sociales.
Manuel Navarro Luna (1894- 1966) continúa su obra
lírica, épica, política y militante,
comprometida con la causa de los humildes. En 1943 da a conocer
su poemario, "La tierra herida", en la que continúa un
compromiso social que lo acompañó toda su vida. Su
obra se une a su militancia comunista y caracterizado por Juan
Marinello como, "un gran poeta político"…teniendo en
cuenta que "…el poeta político es un prisionero
insigne que no obtiene la libertad sino al precio de la
obediencia"[7]
Una tendencia a la poesía de "folletín"
que acude a los resortes sentimentales, eróticos y
sensibleros, partiendo de un neo-romanticismo puesto al servicio
del facilismo y la cursilería, se desarrolla con fuerza
como una expresión de la cultura de masas que se
vende.
Su principal exponente fue José Ángel
Buesa (1910- 1982), de fácil verso, pródigo en su
lirismo de tema amoroso que le proporcionó gran
popularidad por la venta masiva de su poesía de
folletín y el ataque de la crítica cultural que vio
en su obra el mejor ejemplo de seudo-literatura. Sus poemarios
vendidos profusamente fueron, "Oasis" (1943), "Lamentaciones de
Proteo" (1947), "Canciones de Adán" (1947),
"Alegría de Proteo" (1948), "Nuevo Oasis" (1949) y "Poemas
de la arena" (1949); además de la década del
cincuenta se editaron antologías y recopilaciones de sus
poesías ampliamente difundidas en Cuba, España e
Hispanoamérica.
La poesía neo-romántica fue cultivada por
otros creadores como Ernesto García Arzola (1914-1996)
quien trabaja el verso de temática social siendo el
más reconocido el extenso poema que le valió un
premio en el año del centenario de Martí,
"Martí va con nosotros" (1953). Serafina
Núñez (1913), inspiradas en los temas
íntimos y el canto a su isla, es una voz sin
grandilocuencia, íntima, que trascurre casi olvidada en la
literatura cubana. De ellas son los cuadernos poéticos,
"Mar cautiva" (1937), "Isla en el sueño" (1938), "Vigilia
y secreto" (1941) y "Paisaje y elegía" (1958). Cerrando
este grupo de poetas apegados a formas tradicionales está
la poetisa Julia Rodríguez Tomeu (1913-2005) que
publicó su poesía en la prensa de la
época.
La poesía de corte folklórico popular tuvo
en Samuel Feijoo (1914-1992) un sólido exponente.
Investigador, periodista, dibujante y animador cultural, Feijoo
hizo una poesía de inspiración campesina en la que
está presente los temas de la flora cubana; el campo y sus
guajiros, tratados de un modo creativo que elude el folklorismo
fácil, captando esencias y atmósferas. Otra
vertiente de su lírica se apropia de preocupaciones
existenciales en temas que lo acercan al grupo
origenista.
También en esta línea folklórica
está Marcelino Arozarena (1912-1996) quien trabaja los
temas de las culturas negras basándose en los mitos afro
cubanos.
La poesía de Nicolás Guillén
(1902-1989), continúa su desarrollo ascendente a pesar de
su exilio en Argentina. Cuba sigue viviendo en su obra, esta vez
en su cuaderno, "El son entero" (1947), publicado en Buenos
Aires, en el que logra sintetizar las posibilidades
rítmicas de la música cubana como expresividad de
lo nacional.
De este período son sus célebres
elegías, creadas para denunciar y expresar los
sentimientos populares. De ellas aparecen, "Elegía
camagüeyana", "Elegía cubana", "Elegía a
Jacques Rowmain" y sobre todo la "Elegía a Jesús
Menéndez" (1948), dedicada al líder negro de los
azucareros cubanos en ocasión de su asesinato; en este
poema asume la voz colectiva para convertirse en expresión
de la rebeldía y el dolor popular.
En Argentina publica también, "La paloma del
vuelo popular" (1958) en el que se unen el buen oficio y su
raíz popular con la identificación
ideológica con su pueblo en lucha por la liberación
nacional.
Poesía militante, comprometida, de aires
populares, pero en constante evolución, la obra de
Nicolás Guillén alcanza su tono más vibrante
en este período de definiciones políticas,
manteniendo el lenguaje popular para traducir los anhelos de su
gente.
Mientras la década del cincuenta ve surgir una
nueva generación intelectual, no adscrita a ninguna
tendencia, manifiesto o publicación, sin ninguna figura
focal que centralizara sus preocupaciones y sin definir una
manera única para expresar, cada uno en su tono o con la
forma que ha aprendido.
Los poetas de esta generación eran una voz
diferente, no procuran el alejamiento, ni eluden el compromiso,
si bien en su mayoría permanecen al margen de los
acontecimientos político-revolucionarios que están
en desarrollo en el país. Su acercamiento a la vida de la
gente de su tiempo, sus preocupaciones y problemas existenciales
le dieron homogeneidad a este grupo de creadores, algunos
influidos por las vanguardias pasadas, por el trascendentalismo,
sin eludir el prosaísmo, el coloquialismo o la
efusión sentimental.
Ellos constituirán la base de la primera
generación del período revolucionario, en el que
alcanzan su plenitud, cada uno con su definición
ideológica y social. Ellos no están nucleados,
muchos no se conocen, están en La Habana, en ciudades de
provincias o en el extranjero, pero ya publican por estos
años, fundamentalmente en las revistas culturales, algunos
colaboraran en "Orígenes", otros lo hacen en, "Nuestro
Tiempo" y muchos de ellos en "Ciclón".
Entre los poetas de esta generación están,
Pablo Armando Fernández (1930), Roberto Fernández
Retamar (1930), Fayad Jamis (1930-1988), Pedro (1931) y Francisco
de Oraá (1929-2010), Cleva Solis (1926-1996), Rafaela
Chacón Nardi (1926-2001), Carilda Oliver (1922), Heberto
Padilla(1932-2000), Antón Arrufat (1935), Rolando
Escardó(1925-1960), Nivaria Tejera (1930), Carlos Galindo
(1928), Luis Marré(1929) y Severo Sarduy(1927-1993), entre
otros.
Aunque existe un elemento anecdótico provocador
de la ruptura de José Rodríguez Feo y José
Lezama Lima y punto de partida de la revista "Ciclón",
costeada por el primero, como lo había hecho con
"Orígenes" hasta su desaparición, la
creación de esta nueva revista encuentra una nueva
voluntad renovadora en la literatura cubana de los años
cincuenta en la que tuviera cabida lo nuevo con su
implicación de compromiso social, aunque aún
titubeante. "Ciclón" no era vocera de un grupo
homogéneo, pero sí tribuna de inquietudes en la que
tuvieron cabida desde las preocupaciones existenciales hasta la
lucha sutil contra los prejuicios sociales, junto a diferentes
matices de la preocupación socio política del
momento.
La revista "Ciclón" se publicaba bimensual a
partir de enero de 1955 y su último número
salió en 1959. En ella colaboran jóvenes
escritores: Severo Sarduy, José Triana, Antón
Arrufat, Guillermo Cabrera Infante, Fayad Jamís, Luis
Suardíaz, César López, Ambrosio Fornet,
Manuel Díaz Martínez, Roberto Branley Calvei Casey
y Rine Leal, entre otros. Alentados por José
Rodríguez Feo y Virgilio Piñeras, provenientes del
grupo "Orígenes" y ahora en plena ruptura con
ellos.
No es muy grande la producción narrativa de este
período, esta es una etapa evidente de predominio
poético, presente incluso en algunas formas de esta propia
narrativa; pero desde el punto de vista formal y estético
se logran importantes avances en la narrativa del
momento.[8]
El cuento se beneficia con la influencia de la nueva
narrativa norteamericana; el surrealismo se hace presente en
algunos narradores importantes, el realismo social alcanza su
mejor expresión entre nosotros con Onelio Jorge Cardoso y
Félix Pita Rodríguez, en tanto Alejo Carpentier da
a conocer sus novelas del "realismo mágico" en las que el
tiempo y la naturaleza americana pasan a un fascínate
protagonismo.
Alejo Carpentier (1904-1980) parte del surrealismo para
crear su forma de narrar. Su estancia parisina en pleno apogeo
del surrealismo lo convierten en crítico del mismo, pero
salvando para su literatura los mejores momentos del mismo para
aplicarlo a su empeño por entender y expresar la realidad
americana.[9]
En 1944 escribe dos cuentos determinantes, "Oficio de
tinieblas" y "Viaje a la semilla", con los que, según sus
propias palabras, encontró una forma u estilo que
pondrá en función de develar el "misterio de este
mundo americano" desconocido por los europeos.
"(…)Si bien el escritor cubano aparece como un
crítico implacable del surrealismo, salva para sí,
como influencia positiva y mecanismo útil en su
empeño americanista, ciertas enseñanzas del
movimiento que incorpora a su reflexión y su narrativa: la
superación de la contradicción de la magia del
encuentro de dos realidades aparentemente inconexas, el misterio
de los mitos, la crítica a la civilización
occidental y su más importante hallazgo surrealista
posterior: lo maravilloso está dentro y fuera del hombre
(Pierre Mabille) concepción que Carpentier ya arrastraba
al venir a América"[10]
En su desarrollo posterior Carpentier supera estas
influencias surrealistas y elabora su propia
teoría:
"(…) lo maravilloso comienza a serlo de manera
inequívoca cuando surge de una inesperada
alteración de la realidad (milagro), de una
revelación privilegiada de la realidad, de una
iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las
inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de
las escalas y categorías de la realidad percibidas con
particular intensidad en virtud de una exaltación del
espíritu que lo conduce a un modo de "estado
límite". Para empezar, la sensación de lo
maravilloso presupone una fe (…) ¿Pero qué es
la historia de América sino una crónica de lo real
maravilloso?"[11]
Desde 1945 Alejo Carpentier se radica en Venezuela
país en el que comienza su formidable labor narrativa. La
primera de sus novelas de este período fue, "El reino de
este mundo" (1949), simbiosis de lo histórico y lo
sobrenatural del continente americano en el que se mezclan
personajes de ficción con figuras históricas en un
alucínate episodio de la Revolución antiesclavista
de Haití, donde se produce el choque del iluminismo
francés con el mundo mágico afroamericano. Frente a
las ideas liberales burguesas, el vudú y la
santería son realidades mucho más arraigadas y
predominantes.
El prólogo de esta novela es el manifiesto de la
nueva novela latinoamericana explicitando el concepto de lo Real
Maravilloso en el continente americano.
En 1953 aparece su novela más difundida, "Los
pasos perdidos" en la que el tiempo se vuelve a hacer objeto de
especulación carpenteriana. Desarrollada en varios planos,
su trama va desde la metrópoli desarrollada a la vida
intrincada de la selva, pasando por la monotonía
provinciana y dormida de la ciudad latinoamericana.
El argumento cuenta la historia de un joven
musicólogo que realiza investigaciones sobre instrumentos
primitivos de música por encargo de una Universidad que
costea su expedición a las zonas selváticas en
busca de su objeto de estudio.
Novela de factura barroca que pone de manifiesto la
erudición de su creador, deja a un lado la
sicología de los personajes para centrarse en el
alucinante mundo americano y principalmente en sus paisajes
más exuberantes.
En Buenos Aires se edita su noveleta "El Acoso" (1956),
que mueve su trama en el tiempo de la "Sinfonía Heroica"
de Ludwing van Beethoven (46 minutos), tiempo en el cual el
protagonista pasa revista a su vida, mientras en tiempo real
ocurre la trama de la novela.
"Guerra en el tiempo" (1958) es un trío de
relatos que publica en México; "El camino de Santiago",
"Viaje a la semilla" y "Semejante a la noche", publicados esta
vez junto a "El Acoso". En este conjunto es evidente la
experimentación con el tiempo en los diferentes planos
narrativos.
Cerrando este ciclo se edita también en
México, "El Siglo de las Luces" (1962), novela de la
madurez dentro de la teoría de lo real maravilloso,
culminación de sus especulaciones y en la que el destino
humano se une a un devenir histórico en un determinismo
hermoso, cerrado e inevitable.
La novela comienza en La Habana a través de un
personaje que hace el recuento de la Revolución Francesa y
su repercusión en América. La historia aparece
enlazada con la naturaleza en una narración que no olvida
lo mágico y maravilloso del mundo americano.
Junto a esta fructífera labor novelística,
Alejo Carpentier desarrolla en Caracas, Venezuela, un amplio
trabajo de periodismo cultural, desde las páginas del
periódico "El Nacional" (entre los años1951y 1959),
labor que consolida sus méritos literarios. Fueron sus
años de esplendor creativo.
En el ambiente literario cubano de estos momentos
predomina el realismo con diversos matices, sobresaliendo la obra
de Lino Novás Calvo (1903-1983), quien alcanza su madurez
creativa con sus relatos sobre los desheredados del país:
pescadores, carboneros, humildes negros y gallegos que
hacían las más difíciles labores por
salarios de miseria en las ciudades, el campo o en los mares de
esta isla.
Con él culmina un modo de decir y escribir sobre
la realidad cubana, los héroes de sus cuentos están
atrapados por las circunstancias principalmente en su libro,
"Cayo Canas" (1946) en el que los seres humanos son
víctimas del mar, los ciclones y otros fenómenos
naturales. La mayoría son personajes negativos en los que
la bondad se da por excepción para ser destruida por la
dura realidad del personaje, es por ello que su obra tiene una
gran carga de amargura y pesimismo.
Su estilo se acerca al guión
cinematográfico, con descripciones breves, prosa coloquial
y el uso del lenguaje de los personajes, sin escatimar los giros
populares y las expresiones vulgares. Si de influencia se trata,
es de notar en su prosa la huella de los escritores
norteamericanos como Hemingway o Faulkner.
Otros creadores cubanos adoptaron el realismo para
expresar el mundo interior de sus personajes, pero desde otra
óptica. Tal es el caso de Onelio Jorge Cardoso (1914-1986)
quien inicia una fructífera labor creativa partiendo de la
narración popular campesina, manejando su lenguaje,
destapando la imaginación de sus cuenteros criollos para
mirar el campo cubano tal cual era, en su duro panorama de
desalojos, latifundios, ignorancia, sueños truncos,
supersticiones y el mundo imaginativo del guajiro que él
narra con sus realidades y problemas pero sin la carga de
pesimismo derrotista de Novás Calvo.
La narrativa de Onelio Jorge Cardoso se salva del lastre
sociológico de los narradores realista que le precedieron,
por su forma escueta y simple, su dominio del diálogo, su
auténtica imagen del campesino y esa forma suya de darnos
el nudo del cuento desde las primeras líneas. Su prosa
parece primitiva e ingenua pero detrás de su fino humor
está el valor artístico de sus cuentos.
Se dio a conocer en 1945 al recibir el "Premio
Hernández Catá" con su cuento, "El carbonero". Ese
mismo años aparece su volumen de cuento, "Taita diga
usté cómo" (1945) y seguirá una profusa
colaboración con las revistas de la época en las
que aparecen sus cuentos. Su segundo libro, "El cuentero" (1958)
es un compendio de sus mejores cuentos publicados en
prensa.
La narrativa de Félix Pita Rodríguez
(1909-1990) se desarrolla en este período. Sus inicios
parten del cultivo del relato humorístico,
satírico, ingenioso y bien estructurado pero lastrado por
un gran escepticismo.
Publica en México su libro de cuentos, "San Abul
de Montecallado" (1945) escrito con sencillez y la presencia de
un tono poético que denotan sus cambios caracterizados por
esas historias de aires cosmopolita y un aliento casi
mágico de sus experiencias de viajero.
Regresa a Cuba y da a conocer su libro, "Tobías"
(1952), considerado su obra de madurez. Recopila historias y
relatos contados con economía de recursos que le dan a los
mismos una objetividad que no impide ver todo el humanismo del
autor. Entre los trece relatos del libro sobresalen,
"Tobías" y "El de Basora".
Hombre de izquierda comprometido con las más
nobles causas, Félix Pita Rodríguez clasifica entre
los mejores y más significativos narradores del realismo
cubano.
Notable fue su práctica poética que
resumirá en su poemario, "Corcel de fuego" (1948), con una
lírica insurgente y alusiva que lo sitúa entre los
poetas de la vanguardia en Cuba. Incursiona en el teatro, con el
drama, "El relevo", de corte histórico social y en el
periodismo con la publicación de ensayos, artículos
y reseñas críticas. Para la radio escribió
guiones dramáticos.
Enrique Labrador Ruiz (1902- 1991) continúa su
notable aportación literaria tanto en la técnica
como en la forma. En este período publica, "Carne de
Quimera" (1947) y "Tráiler de sueños" (1949),
volúmenes de cuentos con un clima poético en los
que desarrolla personajes pintorescos en una atmósfera
irreal que lo emparenta con el surrealismo.
"La sangre hambrienta" (1951) es una novela que
él llamó "caudiforme", coqueteando con el
costumbrismo pero a su manera. En 1953 publica el libro, "El
gallo en el espejo", subtitulado por él como,
"Cuentería cubiche". Es su obra más acabada del
período; en ella aprovecha muy bien la idiosincrasia del
cubano para dar el ambiente de chismes, enredos y calumnias,
propias de los pequeños pueblos, dando rienda suelta al
lenguaje popular como base lingüística de su
obra.
También publica tres libros de ensayos, "Manera
de vivir" (1941), "Papel de fumar"(1945) y "El pan de los
muertos" (1958).
Dentro del grupo "Orígenes" se desarrolla el
relato imaginativo en el que se distinguen dos tendencias
principales: uno fantasea con evidente cuidado formal y valores
poéticos, como ocurre en las narraciones de Eliseo Diego,
"En las oscuras manos del olvido" (1942) y "Divertimentos"
(1946)[12]. La segunda tendencia gira alrededor de
lo absurdo, lo ilógico propio de la narrativa de Virgilio
Piñera, "El conflicto" (1942), "Poesía y rosa"
(1944) y "Cuentos fríos" (1956), así como en su
novela, "La carne de René" de fuerte influencia
kafkiana.[13]
Lydia Cabrera (1900- 1991), incursiona en la literatura
trabajando los temas de la mitología afrocubana, yoruba
principalmente, dando a conocer en 1940 su libro, "Cuentos negros
de Cuba" que en opinión de Fernando Ortiz, son las
tradiciones del folklore negro a través de una traductora
blanca. En 1948 entrega su segundo volumen de estos cuentos,
"Porque…", en todos ellos Lydia se aleja de la
cientificidad para entregarnos relatos de valor literario,
reflejo de la tradición oral del negro cubano.
Incursionan en esta vertiente narrativa afrocubana,
Rómulo Lachatañeré (1909-1951), Ramón
Guirao (1909-1949) y Gerardo del Valle (1898-1973), entre
otros.
Un importante volumen de cuento, "Aquelarre" (1954)
publica Ezequiel Vieta (1922-1995), eran cuento
fantásticos y con algo de absurdo, donde el mundo
onírico de autor influye de una manera importante.
Influido por el surrealismo este libro es el precursor de la
narrativa contemporánea cubana, por su economía de
recursos, enfoques múltiples para reflejar la existencia
del hombre y la novedosa sintaxis.
Humberto Rodríguez Tomeu (1919-1994)
también incursiona en la literatura del absurdo y el
surrealismo en su libro "El Hoyo" (1950), recopilación de
sus relatos.
Enrique Serpa (1900.1968) mantiene su tónica
naturalista publicando, "Noche de fiesta" (1951), conjunto de
ocho relatos con temas urbanos y rurales. En 1957 publica su
novela, "La trampa", acercándose a las luchas pandilleras
de los grupos seudo revolucionario tras el fracaso de la
revolución 30, reflejo de la gran frustración
revolucionaria. Historia realista, capta con singular fuerza
escenas habaneras muy típicas de la
época.
Como un raro exponente de la novela policial cubana
Leonel López Nussa (1916-2004) publica en México
sus obras, "El ojo de vidrio" (1955) y "El asesino de la rosa"
(1957), cuyas tramas trascurren en Nueva York y La Habana
respectivamente.
Miguel de Marcos (1894-1954) continúa una
narrativa costumbrista y crítica que pierde su eficacia en
el "choteo criollo". En este período aparecen sus novelas,
"Papaíto Mayarí" (1946) y "Fotuto"
(1948).
Ernesto García Arzola (1914-1996) cultiva el
cuento rural en su libro, "La presencia interior" (1956);
Raúl Aparicio (1913-1970) incursiona en la narrativa
social y política, en tanto José M. Carballido Rey
(1913-1987), Ramón Ferreira (1921-1970)), Dora
Alonso(1912-2001), Raúl González del
Cascorro(1922-1985), Surama Ferrer Deulofeu (1923) e Hilda Perera
(1926), trabajan la narrativa y principalmente el cuento, muchos
de ellos estimulados por el concurso "Hernández
Catá", convocado desde 1942 y que contribuyó a
darle auge al género.
La literatura para teatro de este período
está marcada principalmente por la dramaturgia de Virgilio
Piñera (1914-1979), intelectual de gran capacidad creativa
que incursionó en varios géneros literarios,
poesía, narrativa, traducción y sobre todo teatro
donde su obra se destaca como la más importante del siglo
XX cubano.
Modernizador de la dramaturgia cubana, su obra se
caracterizó por la introducción del absurdo, el
pesimismo, la amargura y la sátira, como forma de
reacción ante la dura situación social del
país.
Virgilio refleja la sociedad en que le tocó
vivir, pero desecha el costumbrismo, la obra de propaganda o el
compromiso social, para acudir a la situación extrema,
absurda pero cargada de humor negro, del que fue un maestro; no
buscaba soluciones, ni pretende dar lecciones, simplemente se
explaya en la situación, exagerando de forma grotesca para
exagerar el defecto y al igual que Kafka dejarla sin
salida.
La crítica ha calificado a Piñera como
autor subversivo, duro, agrio, sarcástico, que arremete
contra los prejuicios apoyado en la burla, no pocas veces
cruel.
"Electra Garrigó" (1945) es su obra maestra,
basada en la tragedia griega, su situación se traslada a
una finca cubana, con personajes cubanos de clase media, viviendo
una situación extrema. Virgilio trata de mantener el tono
clásico de la obra original, aunque la obra se desarrolla
en Cuba, intercalando frases y giros del habla popular cubana;
junto a esto el Coro canta décimas al compás del
punto guajiro. Los personajes visten a la criolla y finalmente
Clistemnestra es envenenada con una Fruta bomba
(papaya).[14]
La disparidad de los elementos de esta tragedia parecen
romper con la unidad dramatúrgica de la obra, pero todo
está hecho a propósito para acentuar el tono
satírico y absurdo de la obra en la que se juzga en forma
satírica las más respetadas actitudes humanas y su
trascendencia.
"Electra Garrigó" es una de las más duras
críticas contra la sacralización de una moral en
ruinas, en ella Electra es el símbolo de la
degradación, cumpliendo su trágico destino en forma
desvergonzada.
«"Electra Garrigó", una de las piezas
liberadoras de nuestro teatro. Aún perdura el
estremecimiento que produjo el estreno de esa pieza, donde
coexisten armónicamente la grandilocuencia y el lenguaje
popular, lo periódico y lo intelectual.
« Su dramaturgia contemporanizó al teatro
cubano y lo instaló en las fórmulas más
audaces de la vanguardia, logrando una imagen teatral de
profundas raíces
nacionales.»[15]
El absurdo se acentúa en "Jesús" (1948),
un barbero habanero con este nombre, tomado por sus vecinos como
el "nuevo Mesías", lo que es negado por él con
vehemencia pero sin resultado. Las circunstancias lo llevan a su
sino fatal como al Nazareno, pero sin querer, negándolo en
medio de situaciones satíricas e irónicas que
parodian la vida de Jesucristo.[16]
En 1949 escribe, "Farsa alarma" muy influida por la
novela, "El proceso de Frank Kafka, el argumento se basa en un
juicio criminal deshumanizado y mecánico al que es
sometido un hombre. La ley se aplica sin razonamiento ni justicia
como en una pesadilla que aplasta al ciudadano común. La
obra se desarrollada a un ritmo violento y los personajes,
más que humanos son símbolos del comportamiento del
hombre; esto unido a un diálogo arbitrario e incongruente
completan la atmósfera de farsa del
drama.[17]
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