Ni filosofía sin ciencia, ni ciencia sin
filosofía – Monografias.com
Ni filosofía sin ciencia, ni
ciencia sin filosofía
Como algunas construcciones lingüísticas
artificiosas, elaboradas por detractores de la filosofía,
generan imaginarios colectivos de rechazo al quehacer
filosófico, fundados en el supuesto hecho de que,
actualmente, sólo la ciencia puede dar respuestas a la
problemática diversa que nos inquieta -solamente con el
fruto de la investigación científica de la
naturaleza y de la sociedad-, en el presente texto me propongo
demostrar que, si bien es cierto que la ciencia responde en gran
medida a este tipo de investigación, la filosofía y
sus productos efectúan aportes vitales a nuestra cultura
(entendida como la totalidad del quehacer material e intelectual
del ser humano) en el campo del pensamiento, en procura de
respuestas que la ciencia, dada su naturaleza y su
metodología, no puede ofrecer, sobre todo en lo
concerniente, a la existencia auténtica del ser humano y
del ser de las cosas. El título de este escrito significa
que no puede haber "divorcio" entre ciencia y filosofía;
entre las dos debe existir una moderada sinergia. Mi
intención es tratar de armonizar filosofía y
ciencia o ciencia y filosofía.
En los dos últimos siglos, debido a la
exacerbación de la racionalidad instrumental (con sus
frutos: la ciencia y la tecnología) y la imposición
del positivismo (con su cientificismo), se ha pretendido "dar
muerte" a la filosofía. Pareciere que en nuestros tiempos
nos tocare contemplar impotentes el fenómeno universal de
la decadencia de la filosofía. "Cada día son
más los pensadores que expulsan a la filosofía de
la república de las ciencias"[1]. A pesar
de ello, la filosofía continúa incólume
desarrollando su quehacer natural: reflexionar sobre el mundo en
que vivimos para comprenderlo y proseguir con la
transformación que le compete, tal como lo ha hecho desde
su nacimiento en la antigua Grecia.
El entusiasmo de los nuevos descubrimientos, las
invenciones y los asombrosos adelantos en la investigación
científica en sus diversos campos de acción ha
provocado un olvido de la ontología, la metafísica,
los valores, la ética, el arte y otras objetivaciones del
espíritu, producto del quehacer filosófico. En este
sentido, el antropólogo Loren Eiseley precisa que estos
son aspectos "intangibles de la vida que matizan una
civilización y determinan a la larga si ella ha de ser
humana o cruel; en otros términos, si el mundo moderno, en
cuanto se refiere a la vida espiritual interior, será como
la coraza acerada de la proyección exterior, o
exhibirá la rica textura de la experiencia genuinamente
humana"[2].
El periodista Andrés Salcedo afirma, con relativo
fundamento, que las únicas respuestas serias y confiables
no las han dado los filósofos sino los matemáticos
y astrofísicos como Stephen Hawking. "Los grandes
filósofos de nuestro siglo (XX) son los físicos
atómicos, los astrónomos, los neurólogos.
Sus respuestas son más claras y esclarecedoras que los
complicados enunciados de los filósofos en las
universidades. Uno de estos profesores podría leer y
explicar la filosofía de Kant pero sería incapaz de
aclararle a un joven neurotizado por un entorno patológico
lo que es la vida porque no lo saben. Los filósofos
occidentales han dejado de hacerse preguntas, son incapaces de
calmar la angustia de la sociedad cultural"[3]. El
psicoanalista Oreste Saint–Drome se pregunta si puede un
filósofo responder directamente a una sola de las
preguntas que nos asaltan en nuestra vida cotidiana. "El
método científico se aplica a todo y a todo,
especialmente a la sociedad. Fuera los aficionados y los
charlatanes; sitio para los especialistas y los expertos…
Platón y Santo Tomás al armario. La política
se inspira en Newton y en Darwin"[4].
Efectivamente, los científicos pueden darnos, en
estos tiempos, algunas respuestas "claras y esclarecedoras" sobre
cómo funciona el universo. Los filósofos no podemos
negar radical y dogmáticamente la "verdad" de Salcedo y
Saint–Drome. Sería como desconocer la "realidad" o,
en otros términos más concretos, el mundo actual.
Qué filósofo, por más dogmático que
sea, se atreve a desconocer los efectos de los nuevos paradigmas
científicos. Quién osa negar la importancia e
influencia de la mecánica cuántica con todos sus
asombrosos y revolucionarios productos: principio de
incertidumbre, teoría de las supercuerdas, teoría
de los mundos paralelos, bosón de Higgs, física de
partículas, quarks y leptones, propiedad o dualidad
onda-partícula, realidad incierta, modelo estándar,
teorema de Bell, observador-participante, indeterminismo, azar,
función probabilista, modelo simple de núcleo
radioactivo, efecto Compton, gato o ecuación de
Schrödinger, principio de no localidad, principio de
complementaridad de Bohr, principio de simetría, principio
de indecibilidad, de incomplitud o teorema de Gödel,
principio de exclusión, principio de operación,
principio de autoorganización… Y
qué decir de la teoría de la relatividad. La
ciencia ha avanzado de tal manera que se necesitan nuevas
herramientas conceptuales, metodológicas y renovados
fundamentos epistemológicos para conocer, interpretar y
comprender el universo en que vivimos. Pero no podemos olvidar
que muchas ciencias tienen su origen en la filosofía.
Precisamente, la mecánica cuántica hunde sus
raíces en el pensamiento de Leucipo y Demócrito
(éste último llamado "el primer físico de
partículas" por el científico Leon Lederman). Los
físicos, además de matemáticas,
también han investigado en la filosofía, porque en
ella están los principios de ésta y de otras
ciencias.
¿Qué información puede ofrecernos
la filosofía en esta época de grandes inventos y
descubrimientos técnico–científicos:
microchip, acelerador de partículas, internet,
televisión digital, mecánica cuántica y sus
productos, etc.? "¡Ninguna!", contestarán los
detractores de la filosofía. "Pero quienes nos informan
nos desinforman", refutamos los defensores de la
filosofía. Savater, uno de éstos, sostiene que no
queremos más información sobre lo que pasa sino
saber qué significa la información que nos ofrecen
las ciencias de la naturaleza, los técnicos y los medios
de comunicación, "cómo debemos
interpretarla con otras informaciones anteriores o
simultáneas, qué supone todo ello en la
consideración general de la realidad en que vivimos,
cómo podemos o debemos comportarnos en la situación
así establecida"[5]. En este contexto la
filosofía responde a las preguntas de qué es la
información, el conocimiento y la
sabiduría.
A juzgar por el crudo materialismo que impera en nuestra
sociedad capitalista, ávida de tecnología, inventos
y descubrimientos de interés para incrementar el
consumismo, es posible que se desconozca que la filosofía
ha inquietado a los científicos. Brillantes
científicos del siglo XX, como Neils Bohr, Ernest
Rutherford y Albert Einstein (por citar solamente éstos),
para poder formular sus teorías, primero debieron haber
leído a los grandes filósofos como Platón,
Aristóteles, Francis Bacon, René Descartes,
Spinoza, John Locke, David Hume, Inmmanuel Kant y Augusto Comte,
entre otros, fundamentadores y teóricos del conocimiento
científico. Posiblemente algunos científicos no son
filósofos de oficio, pero esto no implica que no sepan
filosofar. Los científicos también saben filosofar,
así no sean filósofos. Los buenos
científicos, para controvertir a los filósofos,
primero los deben leer y entender. José Ortega y
Gasset[6]nos recuerda que Einstein necesitó
saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda
síntesis, y que Kant y Mach –con estos nombres se
simboliza sólo la masa enorme de pensamientos
filosóficos y psicológicos que han influido en
Einstein– sirvieron para liberar la mente de éste y
dejarle la vía franca hacia su innovación. La
importancia de Einstein para la filosofía es indudable,
puesto que de sus descubrimientos resultó una nueva
concepción del universo. Galileo Galilei para rebatir las
ideas aristotélicas que imperaban en su tiempo
retomó la filosofía de Pitágoras,
Platón y Arquímedes. El científico Leon
Lederman aclara que Galileo "se nos aparece como un pensador
profundo, de mente sutil, capaz de hallazgos intuitivos que
envidiaría cualquier físico teórico de
hoy…"[7]. La obra newtoniana no se
comprende sin el aporte de la influencia del naciente liberalismo
y el surgimiento del empirismo. "Ha habido espléndidos
científicos y maravillosos descubrimientos antes de los
treinta años de edad; logros filosóficos
definitivos han exigido muchos más años de
reflexión y de madurez"[8]. En el discurso
científico, por ser contrastable internamente, de acuerdo
con los profesores del Gimnasio Moderno de Bogotá, Carlos
Cardona S. y Uriel A. Cárdenas, la ciencia y la
filosofía se enriquecen con el debate, sin el cual no
podrían existir, debido a que son una actividad
crítica. El debate y la crítica conforman el eje
central del filosofar. "La física es una aventura profunda
y rica, que se ha convertido en inseparable de la
filosofía y un intento de establecer una relación
de armonía con una entidad muy superior a nosotros mismos,
la naturaleza. Lo que exige de nosotros buscar, formular y
desarraigar uno tras otros, nuestros más profundos y
queridos prejuicios y viejos hábitos mentales en una
búsqueda infinita de lo alcanzable… Según
Einstein, los conceptos físicos son creaciones libres de
la mente humana, y no están, aunque pudiera parecerlo,
determinadas en forma única por el mundo
exterior"[9].
La ciencia no ofrece todas las respuestas a la compleja
problemática del universo, ni los filósofos han
cesado de preguntarse. Sin soslayar la ciencia, con el
ánimo sereno de refutar al referido periodista Salcedo, es
procedente aclararle que el verdadero filósofo sí
es capaz de aclararles inquietudes a los jóvenes,
plantearse inquietudes profundas y aportar soluciones a la
angustiante realidad actual. En plena postmodernidad, desconocer
la importancia de la ciencia, sería mera necedad e
ignorancia. La ciencia y la filosofía son indispensables,
porque ambas obedecen a dos necesidades del espíritu
humano. Necesitan compenetrarse porque ninguna puede desconocer
sus saberes y sus métodos; la filosofía no puede
ignorar los aportes científicos para afianzar sus
planteamientos. Para Will Durant, "la ciencia es
descripción analítica, la filosofía es una
interpretación sintética"[10].
Oswaldo Robles nos aclara que "los grandes filósofos han
sido versados en la ciencia de su tiempo"[11]. La
diferencia estaría en que "la ciencia hace sus conquistas
siempre a base de pruebas objetivas, de verificaciones
incontrovertibles; las conclusiones a que llega la
filosofía no son susceptibles de pruebas objetivas, y por
lo tanto, de verificaciones
incontrovertibles"[12].
La ciencia tiene unas respuestas, pero no todas las
respuestas; la filosofía, así mismo, tiene muchas
preguntas que la ciencia no puede responder. Ninguna ciencia o
saber diferente a la ontología o la metafísica
puede dar respuesta sobre la existencia auténtica de las
cosas y del ser humano. Así sean sólo
especulaciones discursivas o teóricas, la filosofía
intenta dar respuesta a las preguntas que se le escapan a la
ciencia, ya que ésta, según sus métodos
tradicionales, dentro de los laboratorios busca describir,
explicar y comprender racionalmente los procesos naturales y
sociales; la filosofía, dada su naturaleza, no se
introduce en los laboratorios de investigación
científica para elaborar sus planteamientos o
teorías. Sin embargo, la filosofía, a pesar del
inobjetable desarrollo científico, sigue ofreciendo
respuestas a los problemas humanos fundamentales que se le
escapan a la ciencia, por cuanto la investigación
metafísica de la auténtica vida humana, en sus
más profundas dimensiones, se resiste a servir como
"conejillo de indias" de los métodos caducos de
investigación. En conclusión, los filósofos
seguimos haciendo y haciéndonos preguntas y somos capaces
de "calmar la angustia de la sociedad cultural" y responder
directamente a "las preguntas que nos asaltan en nuestra vida
cotidiana". Los filósofos lo intentamos y somos capaces,
lo que ocurre es que el poder aletargador de la razón
instrumental y el condicionamiento de nuestro fenómeno
socioeconómico denominado capitalismo, con su feroz
competencia y voraz consumismo, no permite espacios de
reflexión para pensar la vida porque no están
dentro de los rangos de la "productividad" y de las "ganancias"
materiales.
Ni la ciencia puede reemplazar a la filosofía ni
la filosofía a la ciencia. Las dos tienen su espacio, su
dinámica y su quehacer en nuestra sociedad. Los
científicos se ocupan de cómo es el universo, los
filósofos del porqué del universo. Pareciere que,
del mismo modo que los alquimistas buscaban la piedra filosofal,
los científicos persiguen una fórmula que explique
y describa el universo y sus fenómenos. El filósofo
no es solamente un pensador, ni el científico es
sólo un observador; ambos tienen que pensar y observar.
Los dos piensan sobre las diferentes clases de observaciones. Uno
tiene que hacer especialmente las observaciones, bajo condiciones
especiales, antes de poder pensar para solucionar el problema. El
otro puede confiar en su experiencia corriente. La
filosofía alcanza su propia comprensión del mundo;
una comprensión del mundo, una comprensión que
supera el nivel de las ciencias particulares. Edmundo Husserl,
que se interesó por la investigación
matemática antes de interesarse por la reflexión
filosófica, planteó que las ciencias particulares
son ingenuamente objetivas. "La ingenuidad es la
característica fundamental de su actitud frente a los
objetos, pues se dirigen confiadamente a ellos, y no se preocupan
por los fundamentos del saber. La filosofía supera la
ingenuidad de las ciencias. La superación tiene lugar en
un regreso a la conciencia, a la subjetividad, en la cual se
pueden encontrar dichos fundamentos… La filosofía
es una ciencia fundamental y fundamentadora de las otras
ciencias… La filosofía debe rechazar todo principio
infundado, toda hipótesis sin demostrar, todo juicio
oscuro, toda construcción en el aire. La única
fuente de que ella se puede alimentar es la de lo dado en una
evidencia indubitable… A diferencia de las otras ciencias,
que se dirigen a sus objetos en una actitud directa e ingenua, la
filosofía adopta una actitud refleja y acota su campo de
trabajo en la subjetividad, fuente de toda objetividad… El
ser en cuanto tal, la comprensión del ser y los modos del
ser son temas que no les interesan a las ciencias, pues ella
sólo tienen ojos para los entes… El rigor
filosófico consiste… en un heroico esfuerzo por
mantenerse en ese elemento, es decir, en la relación del
hombre, y en no dejarse arrastrar por las tendencias naturales
que lo empujan hacia los objetos"[13].
Las ciencias particulares dan por supuesto su objeto
(por eso se llaman ciencias positivas), pero el hombre no puede
dar nada por supuesto si quiere tener una última claridad.
Esa es la función, la exigencia de la filosofía. No
existe una frontera bien definida entre la ciencia y la
filosofía. "Ningún problema puede ser calificado
definitivamente de científico o filosófico. La
diferencia entre ambas reside, no en los problemas que abordan,
sino en el modo de delimitar los temas y sobre todo en el
método"[14]. Entre filosofía y
ciencia existe un fin que las entrelaza: la certeza, la
evidencia, la verdad. "El hombre busca saber, pero busca sobre
todo saber la verdad del saber, y la búsqueda de la verdad
puede decirse que pertenece inevitablemente a la
realización vital del hombre, de tal manera que la
razón y la vida se unifiquen en la vía de la
trascendencia o del sentido pleno de las expectativas y
realizaciones humanas"[15].
Pero las relaciones entre filosofía y ciencia son
objeto de posiciones encontradas. Muchos científicos
consideran que los aportes de la filosofía carecen de
valor por no tener en cuenta los estándares del
método científico. Erich Fromm precisa que el
método científico exige objetividad y realismo,
exige ver el mundo como es, y no deformado por los deseos y los
temores de uno. "Exige ser humilde hacia los hechos de la
realidad y renunciar a toda esperanza de omnipotencia y
omnisciencia. La necesidad de pensamiento crítico, de
experimentación, de pruebas, la actitud dubitativa, todas
éstas son características del esfuerzo
científico, y son precisamente los métodos de
pensamiento que tienden a contrarrestar la orientación
narcisista"[16]. Afirman que se trata de
especulaciones o de abstracciones incontrastables con la
realidad. Para ellos, el filósofo es un hombre
distraído con tendencia a separarse de la realidad. En
contraste, varios filósofos piensan que la
filosofía tiene establecido un camino independiente de los
procedimientos técnicos y métodos de la
ciencia.
Ante estas posiciones, el pensador Hernando
Barragán Linares plantea que "el papel de la
filosofía es servir de coordinadora del pensamiento
científico, lograr una síntesis conceptual donde el
saber se unifique"[17]. Barragán aclara que
la filosofía no se puede inclinar únicamente a
escoger datos científicos. Ante todo, precisa, tiene una
función crítica, fundamentadora, orientadora del
proceso científico. El científico en su trabajo de
investigación se encuentra con problemas inherentes al
material de su quehacer a los cuales pretende dar respuestas de
acuerdo con el método científico, "pero encontramos
que el científico tiene que vérselas con una serie
de dificultades propiamente filosóficas, por ejemplo
cuando trata de situaciones como la naturaleza de la materia, el
determinismo o indeterminismo de la naturaleza, etc., problemas
que en el fondo tienen un carácter teórico de mayor
extensión por cuanto no son sólo planteados a nivel
de una ciencia determinada sino que hacen referencia a una
situación no sólo de mayor amplitud sino
también de mayor complejidad"[18]. En
concepto de Savater, la filosofía es la reflexión
sobre el sentido general de la existencia, sobre el porqué
de las cosas. Y sobre esto no reflexiona la ciencia. El quehacer
filosófico consiste en explicar y no en describir la
naturaleza de las cosas.
Si bien es cierto que la ciencia da respuestas a muchas
de las preguntas que se hace el hombre práctico,
la diferencia entre filosofía y ciencia estaría en
su actitud ante la certeza. "En filosofía alternan tanto
la búsqueda como el hallazgo, la duda como la tendencia al
sistema. Ha dicho un filósofo que la medianoche contiene
el amanecer. Constataba que el hombre siempre vuelve a la
pregunta, como manera de ser original. Una pregunta que, a la vez
que no tiene conclusión, no puede ser, como hoy, igual a
la anterior"[19]. Es posible, dependiendo de las
circunstancias, que la ciencia pueda resolver preguntas de la
filosofía, y viceversa. El filósofo Jaime
Vélez Correa[20]sostiene que es probable
que ciertos aspectos de las preguntas a las que hoy atiende la
filosofía reciban mañana solución
científica, y es seguro que las futuras soluciones
científicas ayudarán decisivamente en el
replanteamiento de las respuestas filosóficas venideras,
así como no sería la primera vez que la tarea de
los filósofos haya orientado o dado inspiración a
algunos científicos. No tiene por qué haber
oposición irreductible, ni mucho menos mutuo menosprecio,
entre ciencia y filosofía, tal como creen los malos
científicos y los malos filósofos. La ciencia puede
establecer, por sí misma, límites en el terreno del
conocimiento positivo. Sin embargo, la filosofía, cuya
naturaleza es cuestionarse las raíces de lo real y con
ello penetrar en la dimensión de su carácter de
criatura, se enfrenta formalmente con lo incomprensible, con la
criatura en cuanto misterio. De lo único que podemos estar
ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía
carecerán de preguntas a las que hay que intentar
responder.
Con respecto a la ciencia, queda claro que "la
opinión filosófica de la realidad, no podrá
nunca ser opinión ingenua en sentido vulgar, ni
crítica en el sentido científico, será un
examen de las posibilidades no ya de los sentidos, sino de la
razón, para determinar el valor de sus informaciones a los
efectos de integrar el conocimiento total, es decir, una
opinión crítica en sentido
filosófico"[21]. La filosofía es
como la ciencia y difiere de la historia en que busca verdades
generales más bien que un informe sobre sucesos pasados en
particular. Pero el filósofo no formula la misma
índole de preguntas que el hombre de ciencia, ni emplea la
misma clase de método para contestarlas. Indaga más
allá de la realidad y las relaciones entre los
fenómenos; busca penetrar hasta las causas y condiciones
últimas de las cosas existentes y mutables. Tales
problemas se solucionan sólo cuando las respuestas a ellos
son claramente demostrables.
Es posible que los filósofos no hayan podido
avanzar al paso de las teorías científicas. Pero el
filósofo, sin la presión de la observación y
de la experimentación[22]en una perfecta
interrelación con el científico, puede complementar
y perfeccionar sus planteamientos, para que sean acordes con la
realidad actual, superando especulaciones filosóficas
caducas, y no contradigan teorías científicas,
evidentemente contundentes e irrefutables. La ciencia permite al
filósofo desechar dogmatismos y saberes superados,
especialmente en el campo cosmológico. La filosofía
humaniza el quehacer científico. La filosofía no
puede prescindir de la ciencia en procura de su fundamento y
solidez. El filósofo que ignora las conquistas
científicas, plantea sistemas ilusorios. "El
científico, a su vez, necesita una buena formación
filosófica para orientar y valorar su investigación
en función del hombre integral, en todas sus
dimensiones"[23]. Con la filosofía
coordinamos las diferentes actividades, pero no alcanza el grado
del saber propiamente dicho, reservado únicamente al
conocimiento científico. Sólo existe un saber y una
verdad científica, mientras que son posibles varias
sabidurías filosóficas. "En la actualidad las
ciencias pretenden explicar cómo están hechas las
cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía
se centra más bien en lo que significan para
nosotros… la filosofía se pone a reflexionar sobre
cómo cuenta para nosotros lo que sabemos, lo que sucede y
lo que hay"[24]. En tanto que la ciencia fragmenta
y especializa el saber, la filosofía relaciona todo lo
demás con el ánimo de humanizarnos. La ciencia
ofrece soluciones; la filosofía, respuestas. La
filosofía "rescata la realidad humanamente vital de lo
aparente, en la que transcurre la peripecia de nuestra existencia
concreta"[25]. El filósofo es capaz de
comprender que debajo de esta realidad en que vivimos y somos se
esconde una realidad distinta. El quehacer filosófico no
busca suposiciones sino saberes seguros, "quiere saber lo que
supone para nosotros el conjunto de nuestros
saberes"[26]. La filosofía pregunta por
cuestiones que los científicos dan ya como supuestas o
evidentes. Según el filósofo Thomas Nagel, la
principal tarea de la filosofía es cuestionar y aclarar
algunas ideas muy comunes que todos nosotros usamos cada
día sin pensar en ellas. La ciencia busca el cómo y
la filosofía el qué. "Antes de que una ciencia se
pueda dedicar a investigar cómo son los objetos de su
dominio, tiene que saber qué son
ellos"[27].
En el amplio y fascinante mundo del conocimiento el
historiador se pregunta qué sucedió en el pasado,
el filósofo qué es el tiempo; el físico
qué explica la gravedad, el filósofo cómo
podemos saber que hay algo fuera de nuestra mente; un
matemático cuáles son las relaciones entre los
números, el filósofo qué es un
número; el psicólogo cómo aprenden los
niños el lenguaje, el filósofo por qué una
palabra significa algo. La ciencia y la filosofía intentan
contestar preguntas suscitadas por la realidad.
Los filósofos, en el siglo XVIII, consideraban
todo el conocimiento humano, incluida la ciencia, como su campo,
y discutían si el universo tuvo un principio. "Sin
embargo, en los siglos XIX y XX, la ciencia se hizo demasiado
técnica y matemática para ellos, y para cualquiera,
excepto para unos pocos especialistas. Los filósofos
redujeron tanto el ámbito de sus indagaciones que
Wittgenstein dijo: La única tarea que le queda a la
filosofía es el análisis del
lenguaje"[28].
Los buenos científicos deben hacer
filosofía de la ciencia. No obstante, numerosos
científicos se han dado por satisfechos dejando la
filosofía de la ciencia a los filósofos, y han
preferido seguir "haciendo ciencia" en vez de dedicar más
tiempo a considerar en términos generales cómo "se
hace la ciencia". Según Einstein, con cierta
justificación se afirma que el hombre de ciencia es un
filósofo de mala calidad. ¿Por qué, por
ejemplo, el físico no deja que el filósofo se ponga
a filosofar? "Esto bien puede ser lo correcto en momentos en que
el físico cree tener a su disposición un sistema
rígido de conceptos y leyes fundamentales, tan bien
establecidos, que ninguno puede tocarlos. Pero puede no serlo en
un momento en que las bases mismas de la física se han
vuelto tan problemáticas como lo son hoy. En tiempos como
el presente, cuando la experiencia nos compele a buscar una nueva
y más sólida fundamentación, el
físico no puede simplemente entregar al filósofo la
contemplación crítica de los fundamentos
teóricos, porque nadie mejor que él puede explicar
con mayor acierto dónde aprieta el
zapato"[29]. El físico, dadas las
dificultades de su ciencia, debe "afrontar problemas
filosóficos en grado muy superior a lo que sucedía
en anteriores generaciones"[30]. Einstein
aclaró que para el científico es imposible avanzar
sin la previa consideración crítica del problema de
analizar la naturaleza del pensamiento de cada día. El
filósofo, en su tarea de preguntarse sobre la materia,
debe saber de física y química. "Un pensador que
hoy intentase hacerse preguntas filosóficamente serias
sobre la materia, ignorándolo todo de la física y
la química actuales, sería un chamán o un
ignorante, nunca un filósofo"[31]. La
pretensión de la filosofía de elaborar un sistema
sobre el mundo y el hombre independiente de los aportes de las
ciencias no es posible, como tampoco es probable que el mero
desarrollo de las ciencias baste para una adecuada
concepción del universo. "La tarea de la filosofía
es reflexionar sobre la cultura en que vivimos y su significado
no sólo objetivo sino también subjetivo para
nosotros: para ello, como resulta obvio, es necesario tener la
mayor información cultural posible. No todas las personas
cultas son filósofos, pero no hay filósofos
declaradamente incultos… y las ciencias son parte
imprescindible de la cultura, no una desviación de
interés puramente instrumental. Sin preparación
cultural previa a lo más que llega la filosofía es
a fórmulas no totalmente irrelevantes pero bastante
limitadas…"[32].
Sería procedente que los filósofos
efectúen una revisión de las funciones de la
filosofía y su quehacer en la dinámica del
desarrollo de las ciencias. "Es necesario tomar conciencia de que
la filosofía, al igual que los planteamientos
científicos, necesita proyectarse, descubrir, valorar,
inventar y dar solución a los problemas que se van
presentando en todos los procesos reales. Así, la
filosofía deja de ser la ciencia que tiene la verdad y
comienza a caminar en pos de una verdad
perfectible"[33].
Es importante este quehacer debido a que la
filosofía, como arte de las aclaraciones conceptuales,
proporciona una habilidad para pensar claramente acerca de las
cuestiones poco claras. Las aclaraciones conceptuales
determinadas por el filósofo de la ciencia ayudan al
científico a formular mejores teorías. En cuanto
que la filosofía es sinóptica y especulativa, puede
tener efectos prácticos al sugerir las teorías
científicas del futuro. Como es problemática la
relación ciencia y filosofía, es posible que
existan interferencias. "Por un lado se puede caer en la
tentación de querer marcar desde la filosofía los
caminos de la ciencia y fijar los límites del valor de sus
adquisiciones, como si no conociera el investigador mucho mejor
que el filósofo las limitaciones de su propia ciencia. Y
por otro, se da el caso de científicos que, desprovistos
de toda cultura filosófica, se lanzan a hacer
metafísica y construyen alegremente materialismos
dogmáticos u otros sistemas, sin tener en cuenta las
condiciones epistemológicas de su disciplina o de la
ciencia en general"[34].
Al científico se le ha supuesto un alto grado de
veracidad desde sus comienzos, cuando aún se encontraba
dentro del amplio universo de la filosofía. "El
sabio–filósofo tenía la misión de
encontrar la verdad y comunicarla. Hoy en día, los
políticos, periodistas, artistas o vendedores pueden
mentir de vez en cuando. Los científicos,
no"[35]. Pero, por desgracia, los
científicos no siempre dicen la verdad. Ellos a veces
mienten, ya sea por conveniencias personales, sociales,
económicas, religiosas o políticas. "Unas veces lo
hacen por ingenuidad o por competencia; otras, por simple
corrupción"[36]. Los filósofos es
posible que no mientan intencionalmente, pero sus planteamientos,
muchas veces, no corresponden con nuestra realidad, porque las
evidencias, la realidad o la ciencia los han superado, refutado o
desvirtuado. Las enseñanzas de Aristóteles
(considerado como el pensador más genial de todos los
tiempos; "un gigante mental", según la historiadora y
filósofa Diana Uribe Forero), que eran aceptadas como
verdades irrefutables hasta hace poco tiempo, han sido superadas.
"Lo que él enseñaba era considerado como una verdad
irrefutable para todo el mundo. Sin duda, Aristóteles
había llegado a conclusiones ciertas en los campos de la
lógica, de las ciencias políticas y también
en el ordenamiento de las especies biológicas; pero hoy,
muchos de sus conocimientos pueden considerarse –por
decirlo suavemente– como una mezcolanza de argumentos
todavía no demostrados y
supersticiones"[37]. No obstante,
Aristóteles tiene una contundente vigencia en la cultura
occidental que no alcanzamos a captar sin el concurso de la
reflexión filosófica.
Ante el arrollador avance de la ciencia y de la
tecnología, es bueno reflexionar un poco sobre el
conocimiento que nos brinda la naturaleza, porque muchas veces es
inexacto y nos puede alejar de la verdad. Según Blas
Pascal, los conocimientos de la naturaleza arrojan al hombre a
una contradicción insoluble y dolorosa, porque sus
resultados pueden ser falsos. En tal caso, los seres humanos
vivirán envueltos en una versión espuria de la
realidad, con todas las consecuencias derivables de tan
errática condición. En medio de la apabullante
incertidumbre del mundo que nos rodea, dentro del cual no somos
más que una partícula insignificante e innecesaria,
debemos contemplar la naturaleza y contemplarnos a nosotros
mismos, de manera que nos sea posible establecer justas
proporciones entre estas dos contemplaciones, antes de ocuparnos
de la indagación científica sobre el mundo.
"Flotamos sobre un vasto término medio, siempre incierto y
lanzados de un extremo a otro; si queremos afirmarnos en un
punto, nos abandona, y si le seguimos, se aleja de nosotros en
una huida eterna; nada se detiene para nosotros; es el estado que
no es propio y a la vez el más contrario a nuestra
inclinación, puesto que ardemos en deseos de hallar una
base firme para edificar una torre que llegue al infinito; pero
nos falta el suelo, y la tierra se abre a nuestros pies; no
busquemos, pues, punto de apoyo; nuestra razón está
siempre combatida por la inconsistencia de las apariencias, y
nada puede fijar lo infinito entre los infinitos que lo encierran
y lo huyen"[38]. Para Pascal, la ciencia natural
no constituye la respuesta al deseo de conocer qué
caracteriza a la condición humana. La ciencia genera error
y parcialidad.
El geólogo norteamericano, de origen
japonés, Kenneth Tanaka, tratando de reivindicar la
tradición judeo–cristiana, sostiene que la ciencia
no tiene ni tendrá nunca todas las respuestas, no
será dueña absoluta de la verdad. Según
él, comprendió que la ciencia no le da
propósito ni sentido duradero a la vida. "Las opiniones
científicas actuales sobre el universo pronostican que, o
sufrirá una implosión, o se disipará como
una neblina de partículas sin estructura. Si la no
existencia es el destino final, ¿cómo podría
tener algún sentido la existencia?"[39].
Muchas teorías científicas que se han considerado
como ciertas, han resultado erróneas. "En la ciencia,
parte del desafío consiste en que los temas que abordamos
son complejos, a la vez que los datos y las herramientas de
investigación de que disponemos son limitados. Por ello,
he aprendido a ser precavido a la hora de aceptar como hechos
teorías no comprobadas, sin importar con cuánto
cuidado hayan sido elaboradas"[40]. En
opinión de Bertrand Russell, "en la vida diaria aceptamos
como ciertas muchas cosas que, después de un
análisis más riguroso, nos aparecen tan llenas de
evidentes contradicciones, que sólo un gran esfuerzo de
pensamiento nos permite saber lo que realmente nos es
lícito creer. En la indagación de la certeza, es
natural empezar por nuestras experiencias presentes, y, en cierto
modo, no cabe duda que el conocimiento debe ser derivado de
ellas. Sin embargo, cualquier afirmación sobre lo que
nuestras experiencias inmediatas nos dan a conocer tiene grandes
probabilidades de error"[41].
En ocasiones se dice que los científicos no
tienen romanticismo y que su pasión por sus observaciones
acaba con la belleza y misterio del mundo. "¿Pero no es
emocionante comprender cómo funciona el mundo, saber que
la luz blanca está hecha de colores, que el color mide
ondas de luz, que el aire transparente refleja la luz, que al
hacerlo discrimina entre las ondas, y que el cielo diurno es azul
por el mismo motivo por el que el crepúsculo es
rojo?"[42], pregunta Carl Sagan, uno de los
más brillantes científicos contemporáneos.
Según el científico Paul Davies, la ciencia
actualmente no posee una imagen muy agradable. "Se le considera
fría, impersonal y carente de sentimientos. Incluso se le
echa la culpa de que los hombres ya no seamos hoy el punto
central y absoluto de todas las cosas y de que tengamos que
conformarnos con la idea de que la humanidad es algo
insignificante, alejada en un planeta sin importancia que se
desplaza a enorme velocidad por el vacío del universo.
Entonces ya no queda del hombre mucho más que la
teoría de que es un mero accidente sin alma, sin objeto y
sin finalidad alguna en un universo vacío de sentido y
surgido sin planificación previa"[43]. En
defensa de la ciencia, Davies se siente "obligado a creer que, a
través de la ciencia, podemos tener efectivamente a
nuestro alcance los fundamentos racionales de la existencia
natural. Esta confianza se basa en que hemos descifrado ya
grandes partes del código cósmico y que
algún día conoceremos quizás toda la
verdad"[44]. Según Davies, vivimos en la
era de la ciencia. "Pero no sólo los científicos
intentan atraer la atención de la gente. Religiones y
corrientes filosóficas compiten con ella, afirmando que
pueden ofrecer una imagen del mundo mejor o más completa.
En su fuerte concurrencia con otros sistemas de ideas, la
reivindicación de la ciencia tiene gran importancia,
porque ella se ocupa de la verdad, y toda teoría
científica sólo se mantiene en pie cuando es
demostrada experimentalmente"[45].
Es muy cierto que en los últimos años el
saber científico ha venido imponiéndose. Es cierto,
igualmente, que siempre estamos experimentando, pero la
filosofía no supone una determinada forma
científica de experiencia. No es necesario estudiar
ciencias experimentales para poder filosofar. Los
científicos se han constituido en un criterio de verdad
para muchos. "Los descubrimientos científicos nos dejan
extasiados como si se tratase de los primeros frutos ansiados del
árbol de la vida. Los mitos, dogmas y creencias se
tambalean y desmoronan estrepitosamente al paso arrollador del
saber científico"[46]. Los mitos nos llevan
a aceptar sin cuestionar creencias. El mito es incuestionable.
"Una característica fundamental del sistema de creencias,
es que se comporta como un mito familiar; y por
definición, el mito es inaccesible a la
argumentación lógica y por lo tanto no se
cuestiona. Es algo que está ahí y es así
desde que el mundo es mundo. Es como el aire que respiramos.
Nacemos y vivimos con ello, porque no hemos conocido otra cosa y
por lo tanto, sus reglas las admitimos sin crítica y con
total naturalidad"[47].
También es cierto que la ciencia ha brindado
aportes significativos a la humanidad. Pero a pesar de los
útiles avances tecnológicos y otros aportes de
invaluable interés en muchos campos del saber, que nos han
liberado de temores y costumbres perjudiciales, han traído
consigo algunas consecuencias negativas: espacialismo,
tecnocracia y peligro de autodestruirnos. "Innegablemente han
sucedido avances de consideración que han revolucionado
áreas, ciencias y conciencias, pero en lo concerniente al
corazón humano cada día es mayor la inhumanidad, la
insensibilidad del hombre para con el hombre"[48].
No obstante debemos impulsar y apoyar el quehacer
científico para un mejor desarrollo, pero es necesario
apartar el cientificismo. "Cuando el conocimiento
científico se vuelve exclusivista, corremos el riesgo de
perder el sentido profundo del hombre, de la vida y del
universo"[49]. Al respecto, es diciente la
posición de Alfonso López
Quintás:
Valerse del prestigio de la ciencia para alzarse con el
monopolio de la verdad y de la capacidad investigadora significa
una reducción de las posibilidades del hombre. Este
empobrecimiento concede a la ciencia una autonomía total
en cuanto a métodos y metas. Parece que puede prescindir
de toda exigencia y norma ética, así como de todo
ideal valioso. Esa autarquía sirve a los
científicos para llevar adelante sus investigaciones sin
la menor traba, guiados solamente por la lógica interna
del método propio de su especialidad. Tal libertad se
traduce en un incremento rápido del saber teórico y
del poder técnico. Este poder, desconectado de toda
Ética del poder, constituye a medio plazo un grave riesgo
para la humanidad. Cuando sólo se atiende al desarrollo
del saber científico y técnico, cada nuevo logro
significa un triunfo. Para el gran físico alemán
Otto Hahn, inventar la fisión del átomo de uranio
constituyó el gran éxito de su vida. Pero poco
tiempo pudo celebrarlo, ya que, algunos meses después, ese
adelanto científico hizo posible alcanzar la cumbre
técnica que significa la construcción de la bomba
atómica y pulverizar dos bellas ciudades japonesas en unos
instantes. Al enterarse de que su hallazgo científico
había sido convertido en instrumento de
devastación, el genial investigador sintió la
tentación de poner fin a su vida por verla carente de todo
sentido […].
Los científicos más avisados cobran cada
día una conciencia más clara de que la ciencia no
ha de procurar sólo su propio triunfo por la ilusa
creencia de que el avance en el saber teórico y
técnico se traduce automáticamente en una mayor
felicidad humana. Los biólogos, especialmente los
genetistas, saben bien que la investigación se halla
actualmente bordeando simas muy peligrosas y debe llevarse a cabo
con precaución, por afán de hacer bien al hombre,
no de progresar a cualquier precio en el conocimiento de la
realidad y en el poder de transformación de la misma. En
qué consiste el bien integral del ser humano y cómo
se logra es una cuestión ardua que no puede clarificar la
ciencia a solas, en virtud de su propio método de
análisis […].
Desgajar la actividad científica o técnica
del conjunto de la vida humana significa una alteración de
su sentido, una reducción de su valor. Este rebajamiento
de rango facilita que se la tome como medio para fines ajenos a
la auténtica vocación del hombre. Tal desajuste es
provocado por los manipuladores para poner el inmenso poder de la
ciencia y la técnica al servicio del dominio de las gentes
[…].
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