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Los valores, expresión de la formación familiar



  1. Resumen
  2. Introducción
  3. Desarrollo
  4. La
    familia como factor instituyente de
    valores
  5. La
    familia como mediador de influencias
    valorativas
  6. Tipos
    de familia
  7. La
    importancia de educar en valores
  8. Bibliografía

Resumen

Inicialmente tratamos la axiología, como
reflexión filosófica acerca de las definiciones de
"valor" y "valoración", teniendo en cuenta sus tipos y
comportamiento en la interrelación social y su
aplicación en el proceso de formación en valores
a los estudiantes, necesarios en la universalización.
Hacemos énfasis en la actuación de la familia en la
formación integral de valores
,pues ella es
instituyente de esos valores a través de una
relación afectiva, pues desde allí se aplican
normas que no están escritas y ni siquiera dichas, pero
que todos sus miembros conocen porque se han convertido en
costumbres. Vemos además cómo la familia presenta
un marco de intimidad tal que favorece las actitudes más
abiertas y francas de sus miembros, siendo el medio más
favorable para que el individuo se exprese tal como es, con menos
inhibiciones, menos sujeto a normas exteriores que tal vez en
otros contextos cumple, pero que no ha interiorizado y hecho
suyas, aunque las comprenda y promueva como valores necesarios.
En este sentido resulta más importante el ejemplo, la
práctica, la cotidianeidad, con todos los valores inmersos
dentro de la conducta misma, que la propia retórica
discursiva acerca de lo que es bueno o malo, de lo que debe ser o
no ser, por todo ello priorizamos: la familia como factor
instituyente de valores, como mediador de influencias, la
importancia de educar en valores
y cómo se
transmiten adecuadamente los valores a los hijos en
función de su preparación para el accionar
profesional y la vida toda.

PALABRAS CLAVES: Valor, axiología,
inhibiciones, intuición sentimental, inmutabilidad de los
valores, educación asertiva.

Introducción

Ante todo debemos tratar la axiología, como
reflexión filosófica acerca de los valores
–no sólo morales-, se desarrolló sobre todo
en el siglo XX. Desde entonces han estado a la orden del
día las definiciones de "valor" y
"valoración".

Uno de los fundamentales exponentes de la línea
axiológica en la filosofía fue Wilhelm Windelband
(1848-1915). Windelband atribuye a la filosofía la tarea
de buscar los principios que garantizan la solidez del
conocimiento, que para él no son otros que los valores.
Según Windelband, la filosofía no tiene por objeto
juicios de hecho, sino juicios valorativos de la clase: "esta
cosa es verdad", "esta cosa es buena" y "esta cosa es bella".
Considera que la validez de los valores es normativa, mientras
que la de las leyes naturales se sustenta en hechos -es
empírica- y, por tanto, en la imposibilidad de ser de otra
manera; de ahí que entienda que nos encontremos ante dos
tipos diferentes de realidades: una ontológica (del ser),
propia del mundo de la ciencia, y otra deontológico (del
deber ser), inherente a los valores. Su conclusión es que
los hechos se aprenden, pero los valores se aprueban o se
desaprueban.

En la primera mitad del siglo XX se insistió
mucho en la diferenciación entre hechos y valores. Los
hechos son neutrales desde el punto de vista axiológico,
pues no son ni buenos ni malos. Un médico puede curarnos,
pero no es quien podrá determinar si vale la pena vivir o
no, pues la ciencia nunca nos dirá que es lo que debemos
hacer.

Max Scheller (1875-1928) llevó las precisiones
hasta el punto de diferenciar el bien y el valor. El
criticó a Kant por no haber logrado hacer esto y
señaló que los bienes son cosas que poseen valor,
mientras que los valores son esencias en sentido husserliano, es
decir, son aquellas cualidades gracias a las cuales las cosas se
convierten en bienes. Así, por ejemplo, una máquina
es un bien, y el valor es su utilidad; una pintura es un bien
causado por el valor de la belleza, de la misma manera que una
ley es un bien gracias al valor de la justicia. De esta forma,
los bienes son hechos, mientras que los valores son
esencias.

Scheller piensa que el hombre vive rodeado de valores, y
que éstos, en tanto esencias, no pueden ser objeto de
análisis teórico, sino de intuición
sentimental o emocional. Mediante la intuición sentimental
el hombre es capaz de captar tanto los valores como la
jerarquía existente entre ellos, que son a su vez
encarnados por una persona o modelo (tipos). Para ilustrar mejor
sus ideas, nos propone el siguiente modelo de
jerarquización axiológica:

Tipos de valores Persona o modelo

1. Valores sensibles (alegría-pena; placer-dolor)
——— Vividor.

2. Valores de la civilización (útil –
perjudicial) ————- Técnico.

3. Valores vitales (noble – vulgar)
—————————- Héroe.

4. Valores culturales o espirituales
————————— Genio.

a) estéticos (bello – feo)
————————————- Artista.

b) Ético – jurídicos (justo –
injusto) ————————Legislador.

c) Especulativos (verdadero – falso)
———————–Sabio.

5. Valores religiosos (sagrado – profano)
——————– Santo.

Esta jerarquía le es dada al hombre a
través de la intuición emocional. La
concepción de Scheller es un tanto irracionalista por
cuanto niega que los valores puedan ser captados por la
razón, aunque reconoce que el carácter objetivo de
estos resulta evidente a la intuición emocional. Su
propuesta jerárquica es muy rígida: los valores
sensibles son considerados siempre inferiores a los religiosos,
de manera absoluta .

A diferencia de Scheller, José Ortega y Gasset
(1883-1955) no cree que los valores puedan percibirse.
Según el filósofo español, los valores son
"cualidades de tipo irreal" , por eso no pueden ser directamente
perceptivos. Se perciben los objetos, pero no los valores.
Así, por ejemplo, en un cuadro el lienzo, la línea,
los colores, la forma, etc., son los elementos reales que pueden
percibirse, en cambio la belleza, la armonía y la gracia,
que son elementos irreales, no se pueden percibir porque son
valores. En tanto que cualidades de tipo irreal, según
él, los valores sólo se pueden estimar. "El estimar
es a los valores lo que el ver a los colores y el oír a
los sonidos" , nos dice Ortega. Y agrega: "Estas dos experiencias
–la sensible y la estimativa- avanzan independientemente
una de otra (…) La facultad estimativa – que nos
hace "ver" los valores- es, pues, completamente independiente de
la perspicacia sensible o intelectual".

Esta es la razón por la que "hay genios en el
estimar, como los hay del pensamiento". Según Ortega y
Gasset, Jesús descubre la humildad soportando
dócilmente una bofetada, y con esto enriquece con un nuevo
valor la experiencia de nuestras estimaciones. La capacidad
estimativa nos permite estimar o desestimar los valores. Los
hechos son datos preceptivos y, en cuanto tales, irrebatibles,
pero los valores no. Los valores positivos se estiman, en tanto
que los negativos se desestiman. "La justicia –nos dice- es
un valor positivo: una misma cosa es advertirlo y estimarlo. La
injusticia, en cambio, es un valor, pero negativo; nuestra
percepción de él consiste en desestimarlo"
.

Además, a juicio de Ortega, "todo valor positivo
es siempre superior, equivalente o inferior a otros valores.
Todos los valores están en diferentes rangos, y eso lo
notamos a través de la preferencia. Esta extraña
cualidad de nuestro espíritu que llamamos "preferir", nos
revela que los valores constituyen una rigurosa jerarquía
de rangos fijos e inmutables" .

Podemos equivocarnos en nuestra preferencia,
anteponiendo lo inferior a lo superior, "subvirtiendo los rangos
objetivos de los valores", pero cuando esto se hace constitutivo
de una persona, y "cierto error de las preferencias llega a serle
habitual", entonces estamos ante "una perversión" o "una
enfermedad estimativa".

Para los autores que hemos visto, los valores son
entidades irreales y objetivas, y, como tales, no pueden ser
captadas mediante la razón. La objetividad es
garantía de la inmutabilidad de los valores y del
carácter absoluto de su jerarquía, en tanto que su
irrealidad lo es de la diversidad estimativa, que puede ser
correcta, errónea o perversa. Vistas así las cosas,
los valores no tienen la categoría de ser, propia de los
objetos reales y del pensamiento, sino que valen, como dijera
Rudolph Hermann Lotze (1817-1881); o simplemente pertenecen al
grupo ontológico que Edmund Husserl (1859-1938) llama,
siguiendo al psicólogo Stumpf, objetos no independientes,
es decir, objetos que no son, sino que se adhieren. El valor no
es un objeto, sino que siempre es algo que se adhiere a la cosa.
Es una cualidad irreal.

El Neopositivismo siguió desarrollando estas
tesis, las cuales le sirvieron de base para profundizar en un
importante aspecto: el lógico. Desde su punto de vista, a
los juicios de valor le es ajeno el contenido fáctico,
propio de los juicios de hecho, pues las valoraciones no
añaden ni sustraen nada al ser del objeto. Según
Stevenson, los juicios de valor utilizan palabras con significado
emotivo, capaz de reproducir respuestas afectivas en los
destinatarios, y esa es la razón por la que resulte
prácticamente imposible que las personas puedan ponerse de
acuerdo respecto a lo que es bueno o malo.

Los teóricos de formación marxista
reivindicaron la ontología a los valores, planteando que
el valor es la expresión del contenido social del objeto.
Según José Ramón Fabelo, el valor es "la
significación socialmente positiva" de los objetos y
fenómenos de la realidad , mientras que la
valoración no es más que el "reflejo subjetivo en
la conciencia del hombre de la significación que para
él poseen los objetos y fenómenos de la realidad" .
El papel determinante en el proceso de la "socialización"
de los objetos lo constituye la actividad práctica, que
hace posible las plasmación de las cualidades sociales en
ellos. Esto determina, según Fabelo, que el objeto del
reflejo valorativo sea "el ser social de los fenómenos y
no su ser natural" . Para el filósofo cubano, sólo
lo que tiene un significado positivo para la sociedad es valor,
mientras que lo opuesto es un anti-valor; en cambio las
valoraciones pueden ser positivas y negativas.

Para la mayoría de los filósofos
marxistas, los "valores son objetivos porque objetiva es la
actividad práctico material en la que surgen" y porque son
expresión de las necesidades sociale. Esto los lleva a la
diferenciación de los valores en materiales y espirituales
y al reconocimiento del condicionamiento de los segundos por los
primeros en el proceso socio-histórico.

Desarrollo

Entendemos que los valores, al igual que
las valoraciones, son la unidad de lo objetivo y lo subjetivo.
Son objetivos y relativos por el contenido (lo social-concreto) y
abstractos y absolutos por su forma. Es importante diferenciar
entre el qué y el cómo cuando se habla de
valores.

Por otra parte, entendemos que definir la
valoración como reflejo subjetivo de los valores no nos
aporta gran cosa. El reflejo subjetivo de la realidad reviste
disímiles formas, entre las que se encuentran las
emociones, los sentimientos, la intuición, los conceptos,
los juicios, etc., por lo que habría que entrar a
especificar lo distintivo de esa valoración subjetiva. Y
en esto es necesario diferenciar la valoración en
sí del fenómeno de la preferencia. Preferir es algo
que hacemos guiados por el sentimiento de agrado o desagrado, al
mostrar nuestra inclinación o aversión con
relación a algo. Sin embargo, en la elección que
hagamos, expresa o tácita, suele estar más o menos
comprometida nuestra razón. No siempre se elige lo que se
prefiere, ni se prefiere lo que es objeto de elección, y
es porque en la elección solemos guiarnos mucho más
por nuestro juicio que por los sentimientos que en un determinado
momento nos asisten. Ambos procesos quedan integrados en la
estimación, que no es más que la conducta con que
solemos expresar el valor que reconocemos en las cosas o en las
personas.

En cambio, a través de la valoración lo
que hacemos es dar cuenta racional sobre el fenómeno de la
estimación. Por eso la valoración, a nuestro modo
de ver, no puede expresarse de otra forma que no sea el juicio;
es el juicio con el cual nos expresamos de manera crítica
sobre el valor de las cosas o las personas.

Los valores constituyen un complejo y
multifacético fenómeno que guarda relación
con todas las esferas de la vida humana. Están vinculados
con el mundo social, con la historia, con la subjetividad de las
personas, con las instituciones. Realmente vivimos un mundo lleno
de valores. Y, por supuesto, uno de los ámbitos
fundamentales donde los valores tienen su asiento es la familia.

Hoy las Ciencias de la Educación y
la Pedagogía como centro de estas ciencias, asumen el reto
de dar respuesta a las complejidades que entraña el
proceso de la formación ético, moral y en valores,
la experiencia acumulada en este camino por los sistemas
educativos de los países hablan de didácticas,
metodologías, estrategias, proyectos e investigaciones
educativas para la búsqueda de caminos y respuestas,
dentro de este debate podemos aportar algunas ideas para motivar
la interacción y el intercambio sobre el desarrollo de
experiencias concretas y construcción de conocimientos al
respecto para valorar la familia como básica en la
formación de valores.

La familia debe dar respuesta a las complejidades que
entraña el proceso de la formación ético,
moral y en valores, la experiencia acumulada en este camino por
los sistemas educativos de los países hablan de
didácticas, metodologías, estrategias, proyectos e
investigaciones educativas para la búsqueda de caminos y
respuestas, dentro de este debate podemos aportar algunas ideas
para motivar la interacción y el intercambio sobre el
desarrollo de experiencias concretas y construcción de
conocimientos al respecto:

Nosotros no partimos de lo que los hombres dicen,
imaginan, conciben, ni tampoco de lo que se dice, se piensa, se
imagina, o se concibe de los hombres, con el propósito de
llegar a los hombres en persona. Partimos de los hombres reales,
en actividad, y sobre la base de su verdadero proceso de vida
demostramos el desarrollo de los reflejos ideológicos y
los ecos de este proceso de vida.

La familia y las crisis de valores

Sabemos que continuamente se está hablando de una
crisis de valores que muchas veces se asocia a una crisis de la
familia. Y ciertamente, a pesar de que la familia es la
más antigua forma de organización humana y tal vez
el ámbito social donde mayor fuerza tienen las tradiciones
y la tendencia a su conservación, esto no significa que no
cambie y que sea una entidad siempre idéntica a sí
misma, dada de una vez y para siempre.

Los cambios en la familia, por supuesto, se insertan
dentro de determinados cambios globales de la
sociedad.

Pero lo importante ahora es destacar la idea de que la
familia está inserta en un mundo social y que, a pesar de
que es más estable en comparación con otros
ámbitos de la sociedad, ella también es
dinámica y sus cambios en alguna medida reflejan y
reproducen las variaciones que tienen lugar a un nivel social
general.

Al mismo tiempo, vivimos en una época en la que
ha adquirido mucha fuerza la idea del incremento del papel de la
mujer en el ámbito social y familiar y de su igualdad de
derechos en relación con el hombre. Nos encontramos, de
manera casi universal, en un período crítico de lo
que podríamos llamar el modelo patriarcal tradicional de
la familia. Es cierto que las crisis no hay que asumirlas en un
sentido apocalíptico, que éstas no necesariamente
representan la antesala de la muerte, ni significan de manera
inevitable un derrumbe de la institución dada, en este
caso de la familia. De ellas pueden derivarse tanto tendencias
positivas como negativas. De la crisis actual del modelo
patriarcal emana una opción positiva: la
integración de la mujer a una vida social cada vez
más plena, el tránsito hacia una situación
de respeto de sus derechos y la tendencia a democratizar las
relaciones intra-familiares.

Pero al mismo tiempo se abre la posibilidad de una
opción negativa. Puesto que el modelo viejo sigue
perviviendo y coexistiendo con el nuevo, en la práctica lo
que se produce en realidad muchas veces es una duplicación
de la jornada laboral en la mujer, en el trabajo y en su casa,
unido a cierta contradicción, sobre todo en el hombre,
entre discurso y práctica, una especie de doble moral
entre la vida pública y privada: se asume de manera
teórica un deber ser que después no se introduce
por vía de la práctica en la vida real.

La familia posee una significación positiva para
la sociedad y en tal sentido es ella misma un valor. Como forma
primaria de organización humana, como célula
comunitaria existente en cualquier tipo de sociedad, la familia
es el primer grupo de referencia para cualquier ser humano. Y lo
ha sido siempre: hubo familia antes de existir clases sociales,
antes de que aparecieran las naciones, antes de que se concibiera
siquiera cualquier otro tipo de vínculo humano. Al mismo
tiempo, la familia está inserta en los más
disímiles ámbitos, en los marcos de cualquier clase
social, de cualquier nación, de cualquier Estado, de
cualquier forma civilizatoria. Y en todos los casos siempre es el
más inmediato y primario medio de socialización del
ser humano. Eso le otorga un lugar privilegiado, un valor
especial dentro del sistema de relaciones sociales.

Es a través de los vínculos afectivos
prevalecientes al interior de la familia, sobre todo en
relación con los niños, que se produce la
apropiación del lenguaje como medio fundamental de
comunicación y socialización, es en ese marco donde
se aprende a sentir, a pensar, a concebir el mundo de un
determinado modo y se reciben la orientaciones primarias de
valor.

El alto grado de dependencia existencial que
todavía aquí tiene el niño en
relación con sus familiares adultos hace que asuma la
autoridad de estos últimos como infalible.

Es en la familia, además, donde se adquieren las
primeras nociones culturales y estéticas y los valores a
ellas asociados. Otros valores -ideológicos,
políticos, filosóficos- también tienen en la
familia a uno de los primeros y principales medios de
transmisión ya en etapas más avanzadas del
desarrollo de la personalidad.

Debido a la fuerte presencia que tiene la familia en la
educación más temprana del niño, su papel es
extraordinariamente importante en la configuración del
mundo de valores de esa conciencia en formación. La
función que en este sentido juega la familia es en
realidad insustituible. Esos valores adquiridos en edades
tempranas quedan casi siempre más arraigados en la
estructura de la personalidad, lo cual hace más
difícil su cambio. De ahí la importancia de que esa
educación primera sea lo más adecuada posible.
Siempre presentará muchas más dificultades reeducar
que educar. Sin embargo, en muchas ocasiones los padres no tienen
plena conciencia de la gran responsabilidad que recae sobre ellos
en lo atinente a la educación valorativa de sus hijos o,
simplemente, no están lo suficientemente preparados para
asumirla. No pocas veces muestran más preocupación
por los aspectos formales de la educación que por el
contenido racional de la misma. Pensando tal vez que el peso de
su autoridad es suficiente, no se ocupan de explicar el
porqué de lo bueno y de lo malo y de trasmitirles a los
pequeños los instrumentos necesarios para que ellos
aprendan a valorar por sí mismos. Obvian el hecho evidente
de que en algún momento ese ser humano, ahora
pequeño y dependiente, tendrá que asumir una
posición autónoma ante la vida y tendrá que
enfrentarse a situaciones inéditas, presumiblemente no
contempladas en las normas que sus padres le
trasmitieron.

Por supuesto, aunque los valores adquiridos en el seno
familiar son los de mayor arraigo, eso no significa que
necesariamente marquen con un sello fatalista y predeterminado
toda la evolución de la personalidad en lo que a los
valores se refiere.

La familia como
factor instituyente de valores

La familia, como forma de organización humana
relativamente autónoma y variada, es capaz de conformar
ciertas normas que regulan el comportamiento de sus miembros y
que se basan en valores que, por una u otra vía, se
convierten en dominantes en su radio de acción. Ya sea por
la vía de la autoridad del padre -en el modelo patriarcal
tradicional- o por cierto consenso democrático entre sus
integrantes, la familia logra instituir ciertas normas y valores.
La institucionalización de valores es un proceso que se da
no sólo al nivel global de la sociedad, sino
también al nivel de grupos, como puede ser una escuela o
una universidad, e incluso en una comunidad humana tan
pequeña como la familia. La familia instituye,
"oficializa" en su radio de acción, convierte en normas,
ciertos valores que son los que operan a su nivel, regulan las
relaciones intra-familiares y proyectan una determinada actitud
hacia el mundo extra-familiar.

La acción instituyente de valores de la familia,
como se produce sobre todo a través de una relación
afectiva y no tanto por medio de una argumentación
racional, es muchas veces más dependiente de su
práctica cotidiana que de su discurso retórico. En
la familia funcionan normas que no están escritas y ni
siquiera dichas, pero que todos sus miembros conocen porque se
han convertido en costumbres. La familia presenta un marco de
intimidad tal que favorece las actitudes más abiertas y
francas de sus miembros. Es el medio mas favorable para que el
individuo se exprese tal como es, con menos inhibiciones, menos
sujeto a normas exteriores que tal vez en otros contextos cumple,
pero que no ha interiorizado y hecho suyas, aunque las comprenda
y promueva como valores necesarios. En este sentido resulta
más importante el ejemplo, la práctica, la
cotidianeidad, con todos los valores inmersos dentro de la
conducta misma, que la propia retórica discursiva acerca
de lo que es bueno o malo, de lo que debe ser o no ser. Poco
útil resultaría, a fin de instituir ciertos
valores, el gran "sermón axiológico" que un padre
dirija a sus hijos, si al rato hace totalmente lo contrario y
realiza una práctica que no es entendible desde el punto
de vista de la lógica valorativa que poco antes estuvo
tratando de explicar. Es muy difícil lograr, por mucho que
se le diga, que un niño adopte una actitud igualitaria y
de respeto hacia una niña, sea su hermanita o una
compañerita de escuela, si lo que vive en su casa es el
maltrato constante de la madre por el padre o la sumersión
exclusiva de la primera en las labores domésticas y la
subvaloración de su inserción social o su actividad
profesional. Lo lógico aquí es que el niño
reproduzca a su pequeña escala las relaciones de
desigualdad con el otro sexo. Ante tal situación, la
reacción natural del niño o el joven es asumir como
suyo más el "valor" hecho que el valor dicho, el mundo
real y no el mundo de un abstracto deber ser, los valores
insertos en la praxis cotidiana y no los de los sueños o
los cuentos infantiles.

La familia como
mediador de influencias valorativas

Los valores que la familia instituye tienen diferentes
fuentes. Muchos de ellos no son originarios del propio seno
familiar, sino procedentes de otros ámbitos. Debido
precisamente a la alta presencia que tiene la familia en la
formación de los sistemas subjetivos de valores en las
primeras etapas de la formación de la personalidad, se
constituye en uno de los mediadores fundamentales de todas las
influencias valorativas. En este sentido, la familia actúa
como especie de intermediario en relación con los factores
de naturaleza valorativa que trasladan su influjo hasta cada uno
de sus miembros desde la vida, la comunidad, otras instancias
educativas, los medios masivos de comunicación, el
discurso político, las leyes, los preceptos morales
vigentes en la sociedad y también, a través de las
tradiciones, desde las generaciones precedentes.

Es por estas razones que puede afirmarse que la familia
es una especie de termómetro social que reproduce y
refleja en qué situación se encuentra la sociedad,
a qué sistema socioeconómico pertenece, por
dónde anda éste, en qué etapa se
encuentra.

El ser humano importa más por lo que tiene que
por lo que es. Esta cultura, asociada al consumo, a la
competencia, al promocionismo de los más diversos
artículos, a la comercialización al infinito de
todo, está constantemente dictando al individuo un mismo
mensaje: ten, ten, ten todavía más. No es una
cultura que promueva un determinado tipo de ser,
axiológicamente valioso, sino que constantemente diluye el
ser mismo en el tener.

La influencia de esta cultura mercantilista sobre la
familia depende por supuesto de sus condiciones de existencia y
de la actitud misma que ella adopte ante este influjo. Ello se
refleja en el tipo de necesidades que en el seno familiar se
entronice como jerárquicamente superior. De acuerdo a las
necesidades que se asuman como preponderantes en las relaciones
intra-familiares, así serán los valores que
predominen en su seno y la forma de familia que sobre esta base
se construya.

Tipos de
familia

Podemos hablar de tres formas típicas de familia.
La primera es aquella que, debido a las condiciones mismas de su
existencia, no tiene otra opción que asumir las
necesidades de subsistencia como las principales y primarias.
Esto es inevitablemente así en los millones de familias
pobres que habitan nuestro planeta. Aquí no puede
esperarse el otorgamiento de prioridad a la cultura o a los
grandes valores espirituales. Cuando se tiene hambre se es
insensible al más maravilloso de los espectáculos.
Aunque no se descarta cierta presencia de algunos valores morales
o religiosos, es indiscutible que en estos casos el gran problema
es el asociado a la satisfacción de las necesidades
básicas más elementales: alimentación,
vivienda, salud. Incluso un asunto lógicamente tan
básico en la vida intra-familiar como lo es la
educación de los hijos, pasa en estos casos también
a un segundo plano ante el apremio de la búsqueda del
sustento, lo que provoca que muy pronto los pequeños se
integren también a esa tarea y no asistan a la escuela o
la abandonen temprano. Como se trata de una situación que,
por lo general, se repite de generación en
generación, el ambiente cultural que predomina al interior
de la familia es muy enrarecido, se reproduce la ignorancia y el
analfabetismo ancestral. Las parejas habitualmente tienen muchos
hijos, lo cual se acompaña por una alta mortalidad
infantil.

La pervivencia del tipo de familia que acabamos de
describir es, por supuesto, ante todo una responsabilidad de la
sociedad más que de la familia misma. No cabe censurar a
un grupo humano que no tenga más que una opción de
conducta. La sociedad debe ofrecerle a la familia las condiciones
mínimas necesarias para que ésta pueda levantarse
por encima de las necesidades de subsistencia y cultivar otros
valores.

Todo el que se preocupe por la familia tiene que
preocuparse por la sociedad y por promover un tipo de
organización social que garantice las condiciones
mínimas para que la familia pueda ser familia y tenga la
posibilidad de estructurar sus relaciones internas en la
órbita de otros valores.

La segunda familia: Si las necesidades elementales de
subsistencias se encuentran satisfechas, entonces ya la familia
no está obligada a centrar la atención sobre ellas
y se abre la posibilidad de que se asuma como prioritario otro
tipo de necesidades. Aquí caben dos grandes posibilidades.
La primera es aquella que ve en el lucro, la ostentación y
el tener el sentido más profundo de la convivencia
familiar. En este caso también se hiperboliza la
dimensión económica, pero ya no en función
de la satisfacción de las necesidades elementales, sino
para ostentar, para tener siempre más y mejor. El lucro,
el poder y el prestigio se asumen como sinónimos. El
éxito se identifica con los altos niveles de consumo y se
busca a cualquier precio. Corrupción, individualismo,
egoísmo son "valores" (más bien anti-valores) que
por lo general se asocian a este tipo de psicología, muy
ligado a la competencia (para triunfar yo tienen que fracasar
muchos otros) y, por lo tanto, a la anti-solidaridad y el
anti-colectivismo.

Claro que este sistema de "valores" funciona más
allá del seno familiar, en un contexto social más
amplio, pero casi siempre se refleja también en la familia
y tiene en ella sus formas específicas de
manifestación.

Tercera familia: La otra forma posible de
construcción familiar es aquella en la que se coloca en un
primer plano las necesidades vinculadas al desarrollo de la
calidad de vida. Es éste realmente el más deseable
tipo de familia por su superioridad axiológica.
Aquí, por "calidad de vida" se entiende sobre todo el ser
y no tanto, o no exclusivamente, el tener. Por supuesto que es
legítimo en toda familia la aspiración al
desarrollo material, a alcanzar cierto confort dentro de
determinadas normas racionales. Estos elementos
lógicamente deben formar parte del proyecto de vida de
cualquier familia. Pero este tener se encuentra, dentro de este
tipo de familia, subordinado al (y en función del) ser.
Aquí el centro es lo humano mismo, lo genéricamente
valioso; no el valor de cambio, sino el valor de uso de las
cosas, asociado a las necesidades humanas que satisfacen. En
otras palabras, los objetos sobre todo interesan por su valor
cognoscitivo, utilitario, estético, artístico,
moral y no por su precio o por su capacidad de cambio. Debido a
esa razón, los intereses intra-familiares se desplazan
hacia lo educativo, lo cultural, lo social, lo filosófico,
lo ecológico, lo político (entendido este
último no en su versión corrupta, como medio de
vida dirigido a la obtención de ingresos fáciles,
sino en tanto proyección de una sociedad más justa
y equitativa). Al colocar a lo humano en el centro mismo de la
atención, los valores que tal tipo de vida intra-familiar
debe engendrar estarán asociados a la solidaridad, la
justicia, la reciprocidad, el apoyo mutuo, el respeto por el
otro, lo cual debe reflejarse en su interior en relaciones
más democráticas, en una praxis de real igualdad de
géneros y en el cultivo de una elevada sensibilidad y
espiritualidad,. En su influjo sobre los hijos, este tipo de
familia tendrá más posibilidades de fomentar y
preparar individuos distintos, más solidarios, más
preparados para la construcción de una sociedad mejor, aun
cuando se enfrenten a un mundo exterior axiológicamente
adverso del que emanen otros dictados valorativos.

Hemos tratado de dibujar a grandes rasgos tres formas
posibles de familia, típicas del mundo de hoy, que
responden a prioridades distintas en las relaciones
intra-familiares: la subsistencia, en el primer caso; el lucro y
la ostentación, en el segundo y el desarrollo de la
calidad de vida, en el tercero. La primera es una forma obligada
por las condiciones de existencia de la propia familia, las otras
dos son el resultado de una determinada opción
ética entre el tener y el ser como los criterios
básicos para la estructuración familiar. Se trata
apenas de tres modelos teóricos que nos permiten
comprender de manera más concreta los posibles
vínculos entre familia y valores. Aunque todos podremos
encontrar un correlato real para cada uno de estos modelos, ello
no significa que no existan de hecho muchas familias que ocupen
posiciones intermedias entre ellos, en las que encontramos rasgos
típicos de dos o, incluso, de las tres formas de familia.
Es posible también el tránsito de una misma familia
desde un modelo a otro, en dependencia del cambio de sus
condiciones de vida o de cierta revaloración ética
de su estructura. Las propias circunstancias sociales que
envuelven a la familia pueden provocar el tránsito en uno
u otro sentido.

El último modelo descrito se corresponde con
cierto deber ser, necesario para dirigir el trabajo de
orientación familiar en lo que a valores se refiere, sobre
todo, por la incidencia positiva que sus atributos pueden tener
en la formación de valores en los hijos.

Por una nueva relación entre familia y
sociedad

Precisamente por este lugar tan significativo que ocupa
la familia en la formación de valores en los niños,
en los jóvenes, en las nuevas generaciones, resulta de
vital importancia potenciarla como grupo humano. La familia
representa un marco insustituible para fortalecer lo moral y los
más altos valores en el mundo de hoy.

Claro, no ha de tomarse a la familia como chivo
expiatorio de todos los problemas que existen en la sociedad y
que necesitan un enfrentamiento particular. No debe olvidarse que
la familia no existe en abstracto, sino en un contexto social
determinado que favorece u obstaculiza la labor formativa de la
propia familia. La incidencia de la familia sobre los
niños y jóvenes tiene sus límites y estos
últimos no deben ser olvidados. Por eso no podemos pensar
que la transformación de la familia en el sentido
axiológico que aquí hemos descrito es ipso facto la
solución de los problemas del mundo.

De lo que se trata, entonces, es, no de mercantilizar
las relaciones familiares, sino más bien a la inversa, de
familiarizar las relaciones sociales, de extender los
vínculos de afecto, naturales a toda familia, hacia la
sociedad, como prototipo o deber ser de cualquier relación
humana. Para lograr el tan anhelado -y hoy más necesario
que nunca- mundo nuevo, centrado en lo humano mismo, habrá
que trabajar entonces -aunque no sea por supuesto lo único
que haya que hacer- sobre el perfeccionamiento de la
familia.

La importancia de
educar en valores

Uno de los objetos fundamentales de la
educación familiar, es formar hijos e hijas con principios
y valores que les permitan enfrentarse a distintas situaciones,
ser capaces de asimilar los cambios y buscar soluciones adecuadas
a los problemas a los que se enfrenten. Para ello, es preciso
crear un ambiente familiar donde se den los siguientes
elementos:

1. Afecto. Los niños y niñas
necesitan que, además de decirles que se les quiere, los
padres y las madres realicen conductas que lo demuestren, que se
les acepte como son y se les ofrezca seguridad como base para que
se desarrollen adecuadamente.

2. Educación asertiva. Los padres y
las madres deben conocer cómo ejercer su autoridad, ya que
es una obligación y una responsabilidad en la
educación infantil. En los primeros años,
ésta deberá ejercerse de manera razonada mientras
que se puede potenciar la participación cuando sean
más mayores, basándose en los principios
democráticos.

3. "Buen trato". En contraposición
con el maltrato, deberá ser agradable en las formas y
constructivo en el contenido.

4. Dedicación y un buen nivel de
comunicación. Se debe disponer de tiempo para compartir
con los hijos e hijas y con la pareja, es decir, calidad de
tiempo pero también cantidad (estar disponibles para
escuchar sus opiniones, problemas o necesidades).

Se transmiten adecuadamente los valores
a los hijos e hijas si…

• Se actúa de manera coherente,
entre "lo que les pedimos" y lo que "hacemos".

• Se practica un estilo
democrático. El que seamos unos padres y madres exigentes
y afectuosas, favorece la construcción de aquellos valores
en los que queremos educar.

• Se cultiva la paciencia, ya que
ayudará a ser más tolerantes y respetuosos con los
demás.

• Se expresan las opiniones propias y
se dejan expresar las de los demás miembros de la
familia.

• Se establecen normas y
límites en el contexto familiar, que facilitan a los hijos
e hijas el aprendizaje de la convivencia en sociedad,
además de proporcionarles una gran seguridad.

• Se pide perdón cuando se ha
cometido algún error.

Los adolescentes deben ser capaces de ser responsables
en lo que concierne a sus tareas diarias y obtener una
autodisciplina, sabiendo distinguir entre el deber y el placer
para, de este modo, poder integrarse con menos dificultad en el
mundo adulto. También es básico que los
adolescentes aprendan a ser conscientes de la importancia de
tener cuidado del cuerpo y de las repercusiones negativas que
tiene para la vida diaria la despreocupación de la propia
salud.

Es también muy importante que los adolescentes
tengan muy presente el concepto de civismo y la importancia de
cumplir las normas sociales y lo apliquen en su día a
día, ya sea en la relación con otras personas, o en
el respeto que deben tener al medio ambiente, de manera que
participen en la sociedad tratando de mejorarla.

Otro aspecto tratado es el del respeto. Es clave que los
adolescentes se respeten a sí mismos y aprendan a respetar
a los demás, ya que de este modo ellos también
serán respetados. Deben tener muy claro que las
diferencias entre los seres humanos deben ser siempre respetadas,
ya que ofrecen múltiples enseñanzas y ayudan a la
formación de las personas.

Debe destacarse la importancia de saber situarse en el
lugar de las otras personas. Si los adolescentes son capaces de
conseguir entender las emociones de los demás y de
conseguir aprender a reprimir sus propias reacciones negativas,
serán también capaces de mantener una buena
convivencia, la cual ayudará a que la vida diaria sea
más fácil.

Bibliografía

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Editorial "Félix Varela, La Habana, 2004.

ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro tiempo,
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Paulinas, Madrid, 1986.

FIDEL, Ética y Valores
humanos.

EDUCACIÓN, Ciencia y Conciencia
desde la perspectiva martiana. Sobre la ética martiana y
la educación de las nuevas generaciones.

EDUCACIÓN, "La educación Extremeña"
organizado por ANPE

EDUCACIÓN, Curso "hacia una educación no
sexista" organizado por ANPE

 

 

Autor:

MSc. Adalberto Ismael Hernández
Prieto

Ing. – Yoan Cepero
Santana

MSc. Eduardo Caraballo
Suárez.

INSTITUCIÓN: CUM "QUEMADO DE
GÜINES"

PAÍS: CUBA

2013

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