El Hombre que se Hizo
Ángel
1
Nací ángel. Con alas. Soy flacucho, vivo
en una gran ciudad, en los arrabales más bien, rodeado de
cogoteros, de traficantes, de ladronzuelos, de gente
común. Tengo alas, ya lo dije, no soy un pajarraco, ni
siquiera un ángel, soy un estudiante en perpetua
cesantía. Los médicos me han tratado: "caso
perdido", han dicho. Mi madre, cuando nací, se
horrorizó. "Un niño con alas". Me las
querían extirpar, pero no han podido, son como
extremidades mías, si me las cortan serían como
muñones, un monstruo, un hombre con defecto. Ahora no,
muchos, las mujeres sobre todo, me confunden, me rezan novenas,
niño ángel, enviado de Dios, me dicen; pero yo no,
ellos están equivocados, yo soy un ciclista nada
más, un caminante, voy de allá para acá en
dos ruedas, transitando por las calles, por Recoleta, por el
barrio de la Chimba, las putas están allí, las
niñas de mal vivir; ¡niñas!, pequeños
engendros en pubertad, transándose, vendiéndose,
alimentando su cuerpo de pecado. Yo a veces me acerco y las
asusto, ellas creen que soy el demonio, pero no, soy simplemente
Alfredo Vera, un joven santiaguino que vive de un trabajo de
mesonero en el barrio Bellavista. Me contrataron como una manera
de promocionar el boliche, yo atiendo a los clientes como si
estuviera disfrazado, ellos hacen sus pedidos, disfrutan de la
vida, beben sus cervezas, comen sus papas fritas, sus completos
con palta reina, con mayonesa, con mostaza, con tomate, con
alcanfor. La vida arde por estos lugares, de noche, yo ando en mi
bicicleta, transpiro bastante, voy de vuelta a mi casa, cargado
de propinas, me han asaltado bastantes veces, los ladronzuelos al
principio piensan que estoy disfrazado, cuando descubren que mis
alas son de plumas auténticas de joven malo, se
horrorizan, huyen muchas veces llevándose mis pantalones,
mi bicicleta, mis zapatillas, mis calzoncillos, me quedo en
pelota esperando a los pacos. Son noches de enemistad, noches en
que quiera ser un joven normal, con brazos solamente, no con
estas alas de mierda.
Ahora que lo pienso, quizá estas alas me son de
utilidad, me gano la vida como garzón, sirviendo platos,
dando de comer a las palomas en días libres, sirviendo,
como ya lo dije, platos de las más enderezadas
formas de comestibles, tal vez no sea correcto expresarse
así, tal vez la palabra es aderezada. Pero en fin,
aderezar o enderezar espíritus, casi siempre malolientes,
espíritus altisonantes, como en noches que no tienen
principio ni fin, noches de remolienda.
Me paso el día pensando o escribiendo, cuando no,
durmiendo. Escribo garabatos. Me gustaría estudiar en la
universidad, tengo pasta de tonto grave. Debería contar la
historia de mi familia, como el nazi de Günter Grass; contar
que mi vieja se echó un polvo con el viejo entre las
faldas, contar cosas así, no la manida manipulación
de un misal, me apesta la iglesia católica, me han
declarado fenómeno, ni siquiera una misa recordatoria de
mis plumas. Un ángel, qué sé yo, un
ángel con cara de tonto. En fin, me ha gustado la novela
esa de Grass, yo no quiero ofender, pero no he podido terminarla,
es muy densa para mi inteligencia. Escribo de día porque
de noche trabajo de mesonero. Me gustaría asistir a un
taller literario, me han contado que hay uno, no muy bueno en la
biblioteca de mi sector, lo dicta un individuo de raro talante,
un panzón desmemoriado, un tal Uribe, lo visitaré
para que me dé una paliza con su verbo descuidado. Ahora
me voy a dormir, son las dos de la tarde, hora de los
apelativos.
Al despertar, ¿despierto de verdad o sólo
es una forma literaria? Al despertar, digo, he mirado por la
ventana y he encontrado el sol bastante bajo, parece que ya es
hora de largarme en la bicicleta, con mis alas huesudas, dando
tumbos por las calles de Recoleta, girando por callejuelas, yendo
por el mismo infierno de Dante (no he leído la Divina
comedia, pero me han hablado pestes de ella. Que es una
historia antigua, que no refleja la realidad, cosas por el
estilo, cosas informes). Los micreros con sus máquinas
pastosas, con sus ruedas despanzurradoras, con sus guatas
ateridas de grasa, con sus ombligos oblicuos como arañas
de rincón, con sus manubrios fétidos a dinero
cloacal, yendo y viviendo, intentado darnos caza, intentado
matarnos con su insolente manera de conducir, tocando su bocina,
frenando descuidadamente, tratando de zanjarnos un mal, pero muy
mal día de todos los corazones cristianos. "Un
ángel", gritan, "córrete, estúpido, esto no
es Río de Janeiro". Yo al principio no entendía,
después fui descubriendo el agravio. Río, Janeiro,
Río de Janeiro, plumas, alas, mujer con tetas y poto
riquísimo, yo soy virgen, tengo casi treinta años,
y soy virgen, totalmente virgen.
Me he pasado toda la vida pensando. Podría contar
la vida de mi madre o la de mi hermana. ¿Qué hago?
Estoy confundido, el nazi ése me tiene agarrado del
pescuezo. Mi madre es secretaria, pelo rizado, qué digo,
estoy literalizando a mi madre, ella tiene el cabello sedoso, de
color negro azabache, es muy buena ella, la quiero mucho, nos ha
criado a puro ñeque. No conozco a mi padre, es un
empresario del transporte, eso es lo que sé de él,
es un compra micreros, un paga micreros, qué sé yo,
un vendido, un apóstata. Estoy en mi bicicleta, he salido
de mi casa. He apagado las luces, todavía no llegan mis
familiares, todos están trabajando, ¿trabajar?, no
me gusta trabajar, me gusta patanear, la palabra no es correcta,
o es correcta tal vez, yo no sé, apenas conozco, lo que a
mi me encanta es escribir, darme el tiempo de pensar en un
ángel (esa palabra otra vez, la detesto). Me
gustaría enamorarme, escribir poemas de amor, mi
corazón siempre está muy ardiente, pero yo no, yo
soy lírico. No poeta, me encantaría eso sí,
quiero rectificar la palabra, yo soy…, um…, soy
lírico, no encuentro otra palabra, soy un atorrante, un
hombre con alas de Baco.
Eso de Baco lo he leído en un poema de
Baudelaire, me encanta ese poeta, tan oscuro, tan marginal, tan
contrario a lo que soy yo. Un poeta de la noche, yo soy un
mesonero de la noche, un joven de los mandados, pero qué
me importa a mí, gano mi plata, atranco las puertas de mi
casa, estoy juntando dinero para pagarme la universidad. Baco,
Baquito, Bacón, todo un conjunto de palabras, de andamios,
de yuxtaposiciones. Me gustan los poemas, me encantaría
escribir uno, he garabateado palabras, pero no sé si son
palabras correctas, en un taller literario me podrían
ayudar, enseñarme a usar las palabras, a intrincarme en el
uso del lenguaje, a, b, c, d, eso, un buen tónico para
desentrañar palabras. Ahora voy en mi bicicleta, ya lo
dije, las calles están alumbradas por la penumbra del sol,
se hunde la vida, se hunden los rayos de las ruedas de mi
bicicleta, se hunden en el fango, en la discordancia de andar
entre las micros, entre los autos, entre la porquería
humana que divide el hoy con el mañana. Estoy por llegar a
mi trabajo, diviso las luces de los edificios, intuyo que los
oficinistas andan por allí, de bar en bar, buscado el
tiempo que han perdido en sus vidas simplonas, memorándum
por aquí, memorándum por allá, ya no
sé, lo he dicho un par de veces, estoy estreñido de
palabras, qué sé yo, constreñido,
eso.
-Alfredo -ha dicho el dueño del bar con una boca
sarmentosa, boca, de bocanazo, una boca que abre y escupe
palabras sin sentido, aún no ha llegado la noche pero ya
están todos borrachos-, Alfredo, qué bueno que has
llegado, llámame a Ernesto, que quiero que me limpien los
dedos de los pies. Sí, eso mismo he dicho. Tú, de
la pata izquierda, y el mentecato, de la pata derecha.
¿Algún problema?
Me he quedado sorprendido, Marguerite Duras
¿habrá tenido que soportar tan escalofriante
realidad de empedernidos ladronzuelos aprovechadores de la ley de
subnormales (subcontratación, digo)? Tengo que responder,
no puedo quedarme de una pieza aspirando el opio que todo lo
relenta para adormecerme en pro de la letanía de los micro
organismo de saturación divina. Yo soy un ente, un
ángel, me digo, voy a castigarlo con el fuego de mi mente,
le quemaré vivo.
-¿Ha estado fumando marihuana? Mire que es
temprano aún. No quiero ofenderlo, pero usted tiene las
patas hediondas, ¿qué quiere que haga?,
¿qué me dedique a cortarle las uñas de los
pies? Usted está equivocado, yo soy un ángel de
carne y hueso, mire mis alas, voy a castigarlo en el infierno.
Sí, sí. ¿Acaso he dicho algo que lo ofende?
Pues no, es mentira que me he quedado en silencio, si saber
responder. Me he quedado turbado, no he respondido nada, le he
sacado los calcetines y con suma habilidad le he limpiado los
dedos del pie derecho porque Ernesto no ha sabido, o se le ha
olvidado más bien, el orden correcto, pero no ha
importado, hemos limpiado los deditos de nuestro jefe, de nuestro
proveedor, de nuestro gurú. He salido asqueado de la
habitación, he ido al baño a lavarme las manos,
esto pasa en Chile, me digo, sólo en Chile. Qué
abuso laboral, qué ignominia. No pienso, para qué
pensar. Estoy atrapado en mi trabajo, me disfrazo de hombre para
darme sustento, para ayudar a mi madre en los quehaceres de la
casa. Trabajo de mesonero. A mi me gustaría de
músico o de profesor, pero no importa, juntaré
dinero y estudiaré en la universidad.
He mirado a mi jefe y no le he respondido. ¿Ha
fumado marihuana el muy soquete? Mire qué soy un
ángel, un enviado de Dios y no le permito la obscenidad.
Dios me ha hecho con alas, no mi madre en una cacha reprimida con
mi padre, no, señor, Dios me ha hecho humano. Pero
qué estoy pensando, mejor me voy a trabajar, voy a pedir
limosna para juntar dinero. Me acerco a una hermosa
señorita, ella toca mis alas (soy cosquilloso, yo no
sé sí lo he dicho). La señorita es muy
hermosa, cabello rubio, ojos color miel. Una dama. Invento un
poema conmemorativo. Ángel de seda,/ tus labios son un
deseo./ Ángel de mirra,/ beso tu boca/ en medio de la
noche. He inventado un verso en mi mente. Estoy enamorado,
la bella dama viene con un acompañante, es un esbirro. El
tunante la abraza, la besa a ella en realidad, no en literatura,
no en poesía, en carne; le besa el cuello, los pechos, los
ojos, qué digo, soy un cochino, me castigo; la bella dama
enciende un cigarrillo y gime: "Este peluche, estas alitas
parecen de verdad. ¿Son tuyas?" Yo no sé qué
responder, estoy como paralizado, como si una fuerza superior a
mí se revelara y me atormentara y me lanzara de
sopetón en sus brazos y me besara la frente y yo la besara
en la comisura de los labios, qué beatífico. Le
respondo a la dama con un entumecido: "No, señorita, no
son mías". No soy un subnormal. No tengo alas de
ángel, no nací ángel. No quiero que me toque
mis extremidades, me dan cosquilla. Me sonrío. Estoy
encantado con la delicadeza de sus dedos. Mis plumas, es lo que
más me excita, son terminaciones nerviosas de primer
nivel. El esbirro se ha reído grotescamente, ha reprendido
a la joven dama, "una cerveza", ha dicho, "dos mejor". Me quedo
pensando un rato desmemoriado. Tomo la orden. Ernesto me habla
palabras que no entiendo. Mi jefe está sermoneando a la
cajera, la densa niebla va apoderándose de la calle, la
luna aparece en el horizonte. Sirvo las cervezas. "¿Algo
más, señor?" "Un milagro", responde el aludido. Yo
sonrío y pienso: ¿Un milagro? ¡Cretino! Un
milagro con estas alas de mierda qué tengo. Un
adiós, un no sé qué. La muchacha me
sonríe y nuevamente acaricia mis plumas. Eso sí
qué me gusta, sus manos son suaves, sus dedos delicados.
"Yo también quiero un milagro", dice ella. Yo
también quiero uno, me respondo, qué estas alas se
evaporen, se hagan humo. La noche llega entonces. Los clientes se
marchan, pero mis alas siguen allí, estériles,
virginales, emplumadas.
2
Me han llevado al médico. Me auscultaron con sumo
cuidado, tocaron mis alas, mis brazos, mis piernas, mis pulmones,
me hicieron una cantidad enorme de exámenes, los
médicos me pincharon, extrajeron sangre, la química
hizo de las suyas, pero no encontraron nada anormal, mis alas
eran una extremidad extra, eso dijeron los médicos. Una
enfermera me tocó los genitales, se sonrió (tal vez
piensa que los ángeles son asexuados). Tuve que contenerme
mucho, meditar, la sangre cómo se sabe hace lo suyo,
hincha pantalones, infla estómagos de adolescentes
despistadas. "Eso que tienes ahí está bien", dijo
la mujer, "¿existe Dios?" La pregunta fue de
sopetón, sin engranajes, como auscultando el porvenir. Yo
no respondí, incliné mi cabeza y suspiré. Un
nudo en la garganta se me hizo entonces, nudo que no supe
desatar. "Me ahorcaría", dije, "si tuviera la respuesta".
La enfermera me miró contrariada. "¿Me puedo
vestir?", pregunté con voz socarrona. La respuesta fue
afirmativa. Me habían vejado, me habían
avergonzado, todo para ¿qué?, para darme consejos y
unas cuantas pastillitas. Calmante para los callos, pensé.
La mujer fue enfática: "Mañana a las doce tienes
hora con el psiquiatra". ¿Un psiquiatra? Yo, que en mi
vida había sufrido de algo, me enviaban con un caza bobos.
Mi madre estuvo muy feliz con los resultados de la junta
médica, pero se sintió conmovida cuando le
referí que tenía que visitar al psiquiatra. Me fui
a trabajar a la moledera de siempre en la noche. El jefe por
suerte no me pidió que le limara las uñas, estaba
demasiado ocupado dándose de cabezazos con los pacos que
lo vigilaban por vender alcohol a menores de edad. "No, mi
capitán, en mi restaurante no servimos a
quinceañeras, por muy ricas que estén. Es un
infundio. Una…" Las palabras de mi jefe se perdieron en el
umbral del dolor, la muchacha de la noche anterior, la bella
dama, me había pellizcado una de mis alas, di un alarido.
"No son de goma", dijo la muchacha. "Pues no", respondí
yo. "¿Eres un ángel?" La pregunta era bastante
tonta, pero imaginé inmediatamente sus labios pegados a
los míos, imaginé saliva intercambiada con esmero,
con pavor, con…, con…, no hallaba la palabra exacta,
estaba aterido. La muchacha me habló como un
bólido, no recuerdo sus palabras, se entrecruzaban las
sílabas, silbaban los pajarillos de mi corazón. Una
noche con una dama, pensé yo. Deseché los
pensamientos oscuros, la niña sólo quería
acariciar mis plumas. Pues bien, un verso podría nacer, un
verso de amor. Dama de ojos bellos,/ un beso, un alarido, un
deseo,/ derrama esta copa, oh, amada. El verso me
brotó de los labios, la niña quedó helada.
"Yo sólo venía por un refresco, ¿tienes?" Me
quedé petrificado, como un tonto, ¿un refresco? Y
yo cantando versos de amor. No recuerdo lo que respondí,
me puse coloradísimo, hacía frío, ¿un
refresco con esta temperatura? No hubo respuestas, sólo
quejidos y voces nocturnas…
El psiquiatra me atendió en el
manicomio.
-¿Usted es un ángel? -la voz del
médico era como de petimetre -Tiene toda la apariencia,
tal vez usted se sienta incómodo, la gente le mira, le
toca, le pide milagros, pero ¿es usted un ángel o
un hombre? La respuesta es bastante importante, usted no es
normal, ya lo creo, es un fenómeno y como tal
sufrirá consecuencias; nosotros, no se preocupe, le vamos
a ayudar, con estos fármacos y con estas yerbas le vamos a
curar de su mal. La medicina ha evolucionado mucho, hasta los
engendros pueden vivir dignamente, ¿qué le
parece?
Yo no supe qué contestar, la avalancha de
epítetos fue decisiva para mi trastorno de
depresión bipolar. Ustedes me conocen bien, soy un
ángel, con alas; o ¿un joven obrero en celibato? El
médico me hizo una cantidad indeterminada de preguntas,
casi nunca pude responder algo coherente, las palabras se me
trababan en la garganta sin poder articularlas, estaba
vacío de predicciones, el facultativo me exhortaba a la
hechicería, me pedía clarividencia; en cambio yo,
sólo era capaz de hilvanar unas cuantas frase carentes de
barroquismo, era la oralidad pura que nos allanaba con su
éxtasis.
-Usted sabe, señor -dije-, soy Alfredo Vera, un
joven santiaguino, ni tan alto ni tan bajo, pero
flacucho…
Los internos discutían acaloradamente,
¿era o no un ángel? Por cuatro meses me encerraron.
Me gustaría contar la historia de mi encierro, pero no
tengo palabras para hacerlo. He dudado, tal vez lo cuente.
¿Será necesario? Tal vez fragmentariamente
sí. El aburrimiento es la historia, no hay cartulinas que
me obsequien ni tinta para escribir, un sanatorio con barrotes,
con locos, muchos locos. Yo estoy deprimido, según el
médico. Pero yo no me siento raro de ningún modo,
claro que a veces me gustaría suicidarme, pero sólo
son ideas fijas, dispararme un balazo en la cabeza, pero no, las
pastillas no me sirven, soy un ángel, o un hombre
ángel, yo no sé, qué raro, me estoy
deprimiendo en la medida que me aburro en este sanatorio. Cuatro
meses, ya lo dije, o ciento veinte días de aburrimiento.
Lo que puedo contar es lo siguiente, estuve preso por angeloide,
o por tonto, qué es lo mismo. Los médicos no
encontraron reparos en llamarme bipolar, yo no entiendo nada de
eso, porque siempre soy estable: bipolar, de doble, ¿del
juego del espejo de Borges? Otra vez la literatura, no puedo
sacármela de la cabeza. Tal vez me dedique, cuando salga,
a poeta. Voy a asistir a ese taller literario de
Uribe.
Ahora que tomo medicamentos, me dan crisis de
pánico. Se lo he dicho al médico, pero no me ha
dicho nada. Según él, soy caso perdido; lo mismo
han dicho los médicos desde que nací. No me han
querido extirpar las alas (eso ya lo intentaron cuando era
niño), ahora han sido más sutiles, me dan drogas
para que me convierta en un humano, en un tonto grave. Se me ha
ocurrido una poesía: El hombre: masa inerme./
¿Dónde ha quedado el tiempo?/ Huyo de mí
mismo,/ huyo por el barandal del abismo. Me ha gustado el
verso, es menos meloso de los que he inventado. Un loco me ha
hablado de Jorge Teillier, yo desconozco su poesía, pero
el loco me ha hablado muy bien de él. Dice que era un
borracho, pero muy buen poeta, tal vez eso de borracho me ha
golpeado. Tal vez, como mi trabajo de camarero está regido
por el don del copete, pueda yo entender la poesía de
Tellier. Voy a conseguirme un librito suyo en la biblioteca del
pituco ése de Uribe. Le digo pituco y ni siquiera le
conozco. Dicen las malas lenguas, dicen, dicen, dicen, las
eternas copuchas. Me despido ahora como Rimbaud, el eterno poeta
del devenir. En su infierno estoy yo, en su deterioro.
Adiós vida, Adiós poeta de Edward. Ni
siquiera lo he leído, pero me ha gustado el título.
Adiós poeta y punto. Buen título.
¿Cómo llamaré a mi vida, o a este libro que
estoy escribiendo? Los títulos me encantan. Voy a inventar
uno que me haga famoso. Qué estoy pensando, yo apenas
garabateo palabras, frases manidas, poemas sin fuerza expresiva,
un taller literario necesito para adentrarme en el universo que
rige el mundo.
Un loco me ha llamado: "hijo del Dios mismo". A los
internos les cuesta creer que un ángel esté preso
como ellos. Algunos, los escépticos, me tiran piedras, los
médicos me han aislado, más depresión me ha
dado. No saben qué hacer conmigo. Ahora bien, he pensado,
si realmente hubiera milagros qué mierda pasaría
con el mundo. Es cosa de no pensarlo, ¿me matarían
tal vez? Es una pregunta que me hago, una justa pregunta. Los
locos viven en el manicomio, los locos y las putas con
sífilis, pero no los ángeles, eso sí que es
atrabiliario.
El doctor que me internó me ha llamado a su
despacho, con voz de cisne me ha dicho: "Usted es un caso
perdido, hemos tratado de que su estancia en nuestra
institución sea benéfica pero no, usted, con sus
alas de carne y plumas, va por allí contagiándolo
todo con sus ademanes de espiritismo, qué velluda
realidad, ¿qué piensa?, ¿acaso ha pedido un
milagro en el cielo para que nosotros le dejemos ir? Usted debe
seguir un tratamiento, esta loco, no de remate, pero deprimido
hasta el tuétano".
Estas palabras el médico no las ha dicho, yo las
he pensado.
De vuelta en mi casa tuve unas tremendas ganas de
conocer a Uribe. Fui en su busca con un montón de
historias aburridas que sucedieron en el manicomio. Tedias
sesiones de introspección. Tedio y más tedio. Fui,
como dije, directo a la biblioteca, allí sucederán
(imagino) cosas más entretenidas que en un
psiquiátrico.
La biblioteca estaba bien alumbrada, mucho sol. El
bibliotecario era joven, delgado, de gafas. Me saludó
cortésmente, pero en el fondo intuía que se
molestaba de sobremanera por mi aspecto estrafalario.
Pensaría él que estaba disfrazado. "Necesito un
libro", fue lo primero que dije. "Entiendo", dijo Uribe.
"¿Flaubert, Henry James, Marcel Proust, Virginia Woolf,
William Faulkner?" Fueron algunos de los autores que
mencionó Uribe. Me aburrió su socarrona memoria,
nombrándome autores de lenguas remotas. ¿Remotas?,
pensé yo. No había leído a ninguno. A
Francisco Coloane conocía. No quise avergonzarle. Lo
encontró viscoso. "¿Francisco Coloane?" No, no, el
viscoso eres tú, con ese disfraz de angelote. Allí
nos hicimos amigos, le mostré las coyunturas, nunca lo
hacía, fue su rostro de niño malo lo que me
forzó. Se sorprendió al máximo, no
podía creerlo. "Eres un ángel", decía, "pero
¿cómo? ¿Acaso voy a morir? Es una locura,
soy agnóstico". Palabras qué recuerdo. El encuentro
fue patético, los lentes a Uribe se le empañaron,
deliraba con la catarsis. Olvidó a sus escritores,
comenzó a nombrar a los latinoamericanos: Carpentier,
Rulfo, Cortázar, Borges. Se veía que el tipo
vivía inmerso en el mundo literalizante. Yo estaba
encantado, me había acercado a un tipo interesante. La
literatura, decía yo, la literatura, qué belleza.
Uribe se encerró conmigo a divagar sobre mi problema, yo
no le conté que tomaba narcóticos, habría
destrozado su nueva adquisición intelectual. Su juguetito
era yo, un joven emplumado que no posee poderes clarividentes ni
tampoco escribe retórica o versos endecasílabos.
Así era yo, un hombre con alas, con plumas. Me
habría encantado gritar y decir: "Oye, acabo de llegar del
psiquiátrico, me internaron no por loco, si no por poseer
estas malditas alas que tú tanto reverencias". Alas de
ángel, gritaste, esto merece un poema. Y te sentaste a la
mesa de tu escritorio a escribir un verso que yo comprendí
demasiado falso para ser tú un agnóstico. Era
así nuestra amistad, llena de matices. Lo mejor del
día, dije, un poema, un bodrio, como me
enseñaría a razonar en las tertulias
literarias.
Ahora estoy aquí, en esta nueva casa, esperando
el juicio de Dios. Me suicidé hace varios años. Con
una pistola me destapé los sesos; pero eso es otra
historia, o el final de la historia, ahora estoy contando los
pormenores de la amistad que me unió con Uribe.
-¿Eres un ángel? -dijo el
tonto.
-Me llamo Alfredo Vera y no soy un
ángel.
-¿Qué eres entonces?
No hubo respuesta. ¿Soy un mutante tal vez? Un
hombre con alas, no ando disfrazado, me alimento, duermo, me
baño diariamente, escucho palabras y las retengo en mi
memoria. Tomo pastillas, ahora ya no, ahora estoy muerto.
Recuerdo las conversaciones, eran disciplinadas,
hablábamos de literatura, Uribe conservaba en su archivo
mental una cantidad nada despreciable de buenas lecturas, yo
comenzaba recién a inmiscuirme en el mundo de los libros,
él llevaba varios años escribiendo y viviendo de
una biblioteca. El recuerdo del manicomio me perturbaba. Los
locos adorándome con esas bocas malolientes, y las
muchachas pellizcándome las alas con esos deditos que me
hacían sufrir. Uribe, como dije, se sorprendió de
mis alas. Recordó un pasaje de la Biblia, lo recitó
como un autómata. La Divina comedia de Dante,
dijo, eso es lo que creo yo. La lluvia comenzaba a descascarar la
corteza de la realidad, la lluvia y las tan temidas
hormigas.
-Quizá -dijo Uribe, tocándose el
mentón de su rostro con ojos juguetones- tú puedas
representar a un diablo que asciende del infierno y recitar un
poema mío. La imagen es perfecta: tus alitas de carne y
plumas, tu rostro un tanto torpe, depresivo, rostro de joven
intelectual obrero, tu voz quebradiza, voz de gallinero, puedes
tú leer un poema que he escrito, un poema
cabalístico abstracto, es de un libro mío que estoy
escribiendo: La Obscena tentación de atravesar el
paraíso. ¿Te gusta el título? Es un
libro denso, gordo, un mamotreto, llevo varios años
escribiéndolo, me paso todo el día
corrigiéndolo, te lo puedo prestar. ¿Imagino que
leerás poesía?
Respondí a quema ropa, con voz
lúgubre.
-Sí, sí, leo, pero…
Uribe no me permitió continuar. Cerró la
biblioteca y me obligó a caminar hasta su casa; bueno, no
era de él, vivía de allegado en un cuartucho de
madera. Me hizo pasar, me presentó a su esposa. "Ella es
Marité, mi mujer. Y ésta es mi hija." Vivía
en un cuartucho, pero todo muy ordenado. Tenía muchos
libros en estantes, un computador, y papeles, todo estaba
tapizado de papeles. Su hija se asustó. Le hablé en
el lenguaje más delicado. "Sus alas son de carne", dijo
Uribe. Marité se sonrió. Un loco más,
pensó. Me prestó el libraco, era muy gordo. Nos
despedimos. Me enfrasqué en la lectura de poesía
del libro de Uribe. Era muy horrorosamente intelectual su
poesía. No entendí ni palotes. Trataba de seguir
las huellas del hablante lírico, pero realmente no hallaba
hablante lírico, era una poesía construida
sólidamente a base de esfuerzo racional. Esto no era
poesía, era abstracción pura; pero el hombre era un
poeta, por su facha, por su talante. Un poeta con fuerza, eso no
se lo discutía.
Cuando volvimos a encontrarnos me
comentó:
-¿Has leído el libro?
-He intentado, pero es muy denso.
-Tienes todo el tiempo del mundo, no te
preocupes.
Ahora con la libertad que me da el mundo de la muerte
puedo vaticinar que el mentado libro no será ni
leído ni publicado por nadie. No sé si el autor lo
considere en sus obras completas, si es que llega a editar
algún día. Pero esto es parodia de otro cuento;
puedo afirmar que Uribe en aquellos años se esforzaba en
consagrar su tiempo a la literatura, era un fenómeno como
yo, un hombre intentando desentrañar el verbo parlante no
volatilizado. La lectura del libro me dejó atontado, ni
siquiera puede terminar el primer poema. Pero seguí
frecuentando la biblioteca, me sentía elevado a un candor
místico. Las pastillas tal vez, o la alucinación de
que alguien por fin diera rienda suelta a mi propia
imaginación. Fuimos muy unidos con Uribe, al fin de los
tiempos nos hicimos amigos; yo con mis alitas y él con sus
ganas de escribir.
3
He escrito un poema, se lo he llevado a Uribe, lo ha
desechado por malo, no me lo ha dicho, yo creo que lo ha pensado.
Tengo otros amigos, bueno, Uribe todavía no es un amigo,
es otro loco más enamorado de las letras. Tengo que volver
a mi trabajo, lo necesito, estuve ausente cuatro meses, me han
dado de alta, tal vez mi ex jefe me dé una recompensa. Soy
su empleado favorito, ahora puedo hablarle de Hemingway, he
leído algo de él, un libro muy bueno. Me lo ha
recomendado mi amigo, el bibliotecario. Los libros me retraen
más de lo que soy por omisión, me dan
escalofríos, recuerdo un cumpleaños que me auto
celebré, todo cumpleaños es una auto
celebración. Me disfracé, encendí velas por
todo el living, la habitación era bastante grande,
recité un par de poemas míos, buena música,
mis amigos estaban contentos. ¿Qué puedo hacer
ahora?, me dije. ¿Celebrar, nada más que celebrar?
La respuesta era negativa, el tiempo de festejo es inocuo, sin
sustancia, fugaz como la vida.
Uribe es amigo de un profesor de literatura, hombre
adusto, de piel cetrina, nariz aguileña, hablan y hablan
de literaturas que ignoro. Me gustaría saber tanto como
ellos, para eso debo estudiar, debo concentrarme; pero esta
suciedad en la que vivo rodeado, tantos perros callejeros, las
casas viejas, las niñas mal agestadas, las ninfas
malolientes, perfumadas con química, sin baño
diario, la inmundicia, la indiada digna de un fotograma de
ultratumba. Me conformo con poder registrar mis pensamientos, o
mis sentimientos. Uribe no me ayuda, me ha invitado a su taller.
Asistiré por omisión, como ya dije. Ahora me
despido, voy a tomar mi bicicleta y rodaré por las calles
de este Santiago de Chile, me asfixiaré con los bocinazos
de los micreros, de los taxistas, oficios indignos para un poeta.
Ja. Qué risa me da, ya me estoy auto nombrando, fea
cualidad mía.
Aleteo, mis alas son hermosas, esto no lo escribo, lo
estoy pensando. Los automovilistas me increpan, las voces son
ignorantes, estos son los nuevos ricos, hombres groseros, sin
cacumen, incultos, mis alas son de humano qué delira, voy
por las calles velocísimo, hacia el sur, bajando por
Recoleta, por sus calles mal pavimentadas, llenas de hoyos, por
sus calles hirsutas de hombres facinerosos. No quiero perder el
tiempo con cretinismo, no soy cineasta, no voy a reflejar la
realidad espantosa de mi país. Sólo diré que
cuando bato las alas me llueven los insultos. ¿La
razón? Yo no sé.
-Tú por aquí -ha dicho mi ex
jefe.
-Estuve preso por asesinato -intento
balbucear.
Recuerdo la cara llena de arrugas de mi ex jefe: sus
ojos hinchados de rabia, su barba incipiente, su mentón
desfigurado. Me ha mirado con eterna ironía como queriendo
ofenderme de mi incapacidad total de un presunto asesinato.
"Tú no eres capaz, eres muy poco hombre." Me ha dado
furor, pero he disimulado, hoy no me he tomado mis pastillas, he
recordado a los locos del manicomio. Un buen libro ése que
me ha prestado Uribe, pero mejor es la vida del bohemio. He
hablado a mi jefe, me ha aceptado de vuelta, le he inventado una
escusa, una muerte de un pariente cercano en el sur de Chile. Me
ha abofeteado la cara diciéndome:
-¿Y también es fenómeno?
Yo he callado, estas alas me han servido como
crecimiento interior.
Alas de ángel. Diario misal de todos los
corazones ¿cristianos? Debería confesarme, he
mentido, he abjurado de mis principios. Uribe me ha contado que
él se inició como poeta intentando
escudriñar los ojos de Dios, pero ha terminado
dándole pleitesía al demonio. ¿Cómo
terminaré yo? ¿Dándole favores a mi jefe?
Eso nunca, me ha dado mucha rabia estos pensamientos.
Tengo que tomarme mis pastillas. Al boliche concurre
mucha gente, todos son bohemios, artistas de poca cuantía.
El barrio Bellavista es famoso por sus asaltos en altas horas de
la noche, por sus peleas callejeras, por sus gritos, por sus
tocaduras de mis alitas. No me he hecho famoso, los parroquiano
me llaman "el loco". En fin, he estado en el gallinero, por
depresivo no por loquito. He servido las copas con desgana. Una
cerveza, un cocktail, unas papas fritas, un completo. He pensado
mucho, me gusta la literatura, pero casi no he leído, soy
un iletrado, estos pensamientos me dan depresión. Le
hablaré al psiquiatra, tal vez halla una pastillita que me
evite sentirme un ignorante. No he leído a Kafka, pero un
tío mío que es profesor, me ha dicho que es muy
fome, ¿quién tendrá la razón en estas
cuestiones? ¿Quién decide lo que es bueno o lo que
es malo? ¿Cómo sabrá Uribe qué poema
alabar y qué poema condenar? Voy a asistir a su taller,
tal vez aprenda algo.
Unos tipos que están armando jarana se burlan de
mi atuendo, están ebrios. Aguilucho me dicen,
tráenos unas piscolas. Se burlan de mí, hacen mofa,
yo como estoy acostumbrado me callo. Voy a pensar en Gabriel
García Márquez. No he leído nada de
él, pero recuerdo su nombre. Entonces como por arte de
magia, el sucucho se agiganta, pareciera que las fauces me
comprimieran, que los berrinches de los alcohólicos son
vómitos en medio de mi rostro y me confundo y me da asco
la raza humana. A callar, grito sin voz, déjenme
tranquilo. Los ebrios me piden más piscolas. Se
ríen como tontos, son cuatro, son negros, aindiados, son
incultos, vendedores de prendas de mujer, vendedores de zapato,
cajeros, auxiliares de enfermería, ropavejeros; imagino
sus oficios mugrosos, ateridos, insomnes, trabajando doce horas
diarias, embrutecidos con el fútbol y las teleseries,
embrutecidos como analfabetos. Mi jefe se acerca, está
preocupado por mi integridad física, o eso al menos creo
yo. Los parroquianos han cancelado por anticipado; mi jefe ya no
se preocupa por mí. Se va a armar la tremenda si estos
tipejos continúan burlándose. Alitas de
cartón piedra, gritan los hombrones, este cabro si que
está jodido. Un espeso sentimiento de muerte se apodera de
mi mente, quisiera matar, cortarles el cuello, pero me resisto,
sirvo las piscolas una a una en una gigantesca procesión
de estupefacientes. Ya es bastante tarde, es hora de cerrar, los
ebrios se alejan dando tumbos, mean en la calzada, vomitan,
escupen, qué asco me digo, tanta indignidad, ni siquiera
me han dado propina. Me despido de Ernesto. Subo a mi bicicleta,
doy unas cuantas pedaleadas, a cien metros están los
ebrios, me llaman, yo como un tonto me acerco. Me ofenden. Yo
esta vez les respondo: "Ignorantes, no han leído a Kafka".
"¿Quién es Kafka?" Se arma la grande, los combos
van y vienen, recuerdo a Uribe, yo no sé porqué, lo
recuerdo con sus ojitos asustadizos, tan seguro de sí
mismo, pero en el fondo un cobarde, un tipo que no se trenza a
patadas con borrachos. El tiempo pareciera detenerse, pero el
tiempo no puede detenerse, el tiempo es raudo, como una trompada
en pleno rostro, como una patada en las nalgas y las alitas de
carne intentando vanamente en ser removidas; los borrachos se
alteran, "éste, éste, éste es un pajarraco
de verdad". Huyen los ebrios, pero yo estoy sangrando y
malherido. Siempre es lo mismo, las tribus urbanas entregadas a
la deforestación de la ética; pero he vencido, no
he leído a Proust ni a Cortázar, sólo
conozco algunos fragmentos de la obra del cobarde del
bibliotecario.
Estoy muy maltrecho, algunos despistados se han
acercado. Un drogadicto más, han dicho. Me han asombrado
sus palabras. Soy un joven alado, no un delincuente. Intento
subirme a mi bicicleta pero me es imposible. Camino por las
calles del barrio Bellavista. Conozco a una joven pintora, tal
vez ella pueda cobijarme, pero ya es muy tarde me digo,
¿qué hacer? es la pregunta. Me siento a descansar,
estoy sangrando, me duele la cabeza, los pacos brillan por su
ausencia, los ebrios han desaparecido. Camino hasta la casa de la
joven pintora. Es una casa grande, con habitaciones llenas de
pensionados. Arriendan las piezas, casi todos son artistas o
menesterosos, gente que gana muy poco dinero. Dejo mi bicicleta
encadenada, subo las escaleras, la luna ha legado a su cenit, a
pesar de lo tarde de la noche se escuchan gritos en los
corredores de la casona. Golpeo la puerta al comprobar que hay
luz en la habitación. Después de unos instantes
aparece la joven pintora en pijama.
-Pero si es el joven transformista.
Las palabras de la joven hieren mi sensibilidad. La
niña me gusta. No me hace pasar a su cuarto, sospecho que
hay alguien durmiendo en su cama, un tenorio, un hombre sin estas
alas de mierda. La joven se ha fijado en mi sangre, pero, como ya
he dicho, no hay espacio para la piedad. Me despide con un beso
en la mejilla. Imagino que se desnudará para otro, para un
joven atleta, con cuerpo de hombre, brazos de hombre, piernas de
hombre. Me siento a descansar en una plazoleta, el cuerpo me
arde, las plumas las tengo dañadas. Estoy exhausto. Al fin
el cansancio ha cedido, me trepo a mi bicicleta cuando los rayos
del sol comienzan a alumbrar la modorra de la ciudad. Llego a mi
casa temprano, o tarde, dependiendo de la objetividad del curioso
lector. Me desnudo, tengo las coyunturas desgarradas. Me duermo
rápidamente mientras un verso aflora en mi mente. Piel
de ébano,/ adoro tu cintura,/ si pudiera tocar tu aire,/
moriría rendido a tus pies. Es un poema que he
inventado para la joven pintora.
4
He visto en sueños a la joven pintora. No he
pololeado jamás. Pololear es una palabra muy hermosa y muy
chilena. Un hombre y una mujer se toman de las manos, caminan
juntos, se besan. Eso es pololear. El sueño ha sido
enfermante, no me gusta dormir de día, me siento
más deprimido. No sé si he dicho que yo trabajo de
viernes a domingo. Los otros días me lo paso escuchando
música o viendo programas de televisión. La joven
pintora, en el sueño, me desnudaba, no me hacía el
amor, que no se mal interprete, me pintaba al óleo, me
borroneaba con sumo cuidado, las pinceladas con la pintura en un
orden aleatorio; yo, un joven ángel con cuerpo de hombre.
Las hormigas entonces trepaban a mi sexo y lo devoraban, yo
gritaba, pero la muchacha extasiada no paraba de pintar. Ese ha
sido el sueño. Sueño que no he entendido para nada.
Ahora me marcho, visitaré a Uribe en su
biblioteca.
Los libros, hay tantos libros. Me enamoro de ellos.
Tendré que esperar, el bibliotecario está ocupado.
Ojearé algunos textos. Hay muchos libros que no he
leído. Las personas me miran con curiosidad, tantos locos
hay sueltos por allí que al poco rato ya no están
mirándome. Los libros están empolvados, algunos
textos los reconozco, en el colegio los he leído. Uribe me
mira contrariado, si no fuera por estas alas tal vez me
respetaría. Yo no sé porqué he venido, me
siento tan solo. "Alfredo", dice el bibliotecario,
"¿cómo estás?" Yo no le respondo, me hago el
sordo. Uribe se acerca y me palmotea la espalda. Me da un abrazo.
"He estado pensando en ti", dice. "Podrías asistir a mi
taller. Hoy lo dictamos". Esto me ha dado mucha gracia. Un taller
literario. Me gusta la idea, podré desenvolverme de mejor
manera en el acto de escribir. Conversamos de trivialidades,
parece que Uribe se aburre rápidamente. No me habla de
escritores, me cuenta pormenores de su vida sentimental; vida
bastante agitada al parecer. El tiempo parece esfumarse. Es
bastante tarde, la noche ha llegado. Un grupo compacto de
seguidores se aglutina en torno de la figura de Uribe. Son en su
mayoría mujeres y muy hermosas. La charla es vehemente.
Todos discuten, todos hablan, todos leen sus textos. Uribe con
actitud crítica los destroza, las personas a veces lloran,
otras se sienten desilusionadas, pero todos agradecen la
honestidad. Uribe es un puerco, ya lo creo. Me toca a mí
la palabra. "El joven disfrazado de ángel, que lea
algún texto de él". Yo trago saliva. Intento hablar
pero no puedo. "Su nombre es Alfredo Vera. Y es un amigo
mío", dice Uribe. "No he traído texto, pero puedo
contarles sobre mi experiencia de niño ángel." El
grupo ríe de buena manera. Les invento una historia que
ellos creen falsa, pero que es verdadera. De vez en cuando bato
las alas, las hembras me miran asombradas. Parece que algunos se
han dado cuenta de que mis alas son de carne y hueso. Nadie eso
sí se atreve a preguntarme. Están enmudecidos.
Uribe aplaude la disertación. Me da los parabienes. "Pero
para la próxima vez nos traes un texto, ¿de
acuerdo?", dice el muy petulante. El tiempo, como ya lo dije,
parece esfumarse, se desintegra, como mis sesos que cuajaron en
el pavimento un once de septiembre del dos mil uno. Estoy muerto,
me suicidé, podría contarles sobre mi experiencia
con la muerte, pero no, tal vez sea más hermoso narrarles
las menudencias de mi vida de hombre con alas de
ángel.
Uribe me acompaña hasta mi casa, camina abrazado
de una linda dama, a pesar de que él es casado se da de
besos en los labios con su alumna. Me horroriza su actitud, es un
endiablado. Le presento a mi madre, el muy sinvergüenza le
da un beso en la comisura de los labios. Mi madre se sorprende.
"Perdón", dice Uribe. El mentado no tiene muchos apuros en
cuestiones de mujeres.
-Así que usted es el nuevo amigo de mi hijo.
Tenga cuidado con él -dice mi madre-, es un joven
idealista, lleno de candor.
Uribe le responde sólo con un movimiento de
cabeza. El bibliotecario se despide. Lo acompaño hasta la
calle.
Recrimino a mi madre.
-Has sido muy áspera con él.
-No me ha gustado para nada, es un fresco.
No quiero discutir con mi madre, me encierro en mi pieza
a escribir un texto poético. Es bastante tarde, pero
escribo. Una niña dulce/ besa a mi maestro,/ me
desnudo a contemplar el sol. Este poema me ha nacido. Es un
verso de diatriba. Me ha dado sueño, se me ha olvidado,
con tanta confusión, tomarme la pastilla de la noche. Me
atraganto tratando de digerir la mentada pastilla. El sabor es
agrio. Me duermo rápidamente, las pastillas dan
sueño. Tengo pesados pensamientos en mi inconsciente.
Sueño con arañas, con culebras, con ninfas. No
recuerdo nada, todo es tan confuso. Me despierto a la una de la
tarde. He dormido más de doce horas. Me deprimo, las
pastillas me hacen dormir mucho. Me visto con ligereza, salgo a
trotar, el calor no es tanto en esta época, me gusta
correr, me siento bien haciéndolo. Algunos niños se
burlan de mí, me gritan obscenidades. Son muy groseras las
personas por estos lados. Todos creen que estoy loco, que me
disfrazo, muy poca gente conoce mi secreto. Estoy aburrido,
mañana tengo que trabajar. Voy a la biblioteca a mostrarle
el poema a Uribe. Es tincado este tipo. Me saluda
fríamente.
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