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El Hombre que se Hizo Ángel




Enviado por Mauricio Uribe



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

    El Hombre que se Hizo
    Ángel

    1

    Nací ángel. Con alas. Soy flacucho, vivo
    en una gran ciudad, en los arrabales más bien, rodeado de
    cogoteros, de traficantes, de ladronzuelos, de gente
    común. Tengo alas, ya lo dije, no soy un pajarraco, ni
    siquiera un ángel, soy un estudiante en perpetua
    cesantía. Los médicos me han tratado: "caso
    perdido", han dicho. Mi madre, cuando nací, se
    horrorizó. "Un niño con alas". Me las
    querían extirpar, pero no han podido, son como
    extremidades mías, si me las cortan serían como
    muñones, un monstruo, un hombre con defecto. Ahora no,
    muchos, las mujeres sobre todo, me confunden, me rezan novenas,
    niño ángel, enviado de Dios, me dicen; pero yo no,
    ellos están equivocados, yo soy un ciclista nada
    más, un caminante, voy de allá para acá en
    dos ruedas, transitando por las calles, por Recoleta, por el
    barrio de la Chimba, las putas están allí, las
    niñas de mal vivir; ¡niñas!, pequeños
    engendros en pubertad, transándose, vendiéndose,
    alimentando su cuerpo de pecado. Yo a veces me acerco y las
    asusto, ellas creen que soy el demonio, pero no, soy simplemente
    Alfredo Vera, un joven santiaguino que vive de un trabajo de
    mesonero en el barrio Bellavista. Me contrataron como una manera
    de promocionar el boliche, yo atiendo a los clientes como si
    estuviera disfrazado, ellos hacen sus pedidos, disfrutan de la
    vida, beben sus cervezas, comen sus papas fritas, sus completos
    con palta reina, con mayonesa, con mostaza, con tomate, con
    alcanfor. La vida arde por estos lugares, de noche, yo ando en mi
    bicicleta, transpiro bastante, voy de vuelta a mi casa, cargado
    de propinas, me han asaltado bastantes veces, los ladronzuelos al
    principio piensan que estoy disfrazado, cuando descubren que mis
    alas son de plumas auténticas de joven malo, se
    horrorizan, huyen muchas veces llevándose mis pantalones,
    mi bicicleta, mis zapatillas, mis calzoncillos, me quedo en
    pelota esperando a los pacos. Son noches de enemistad, noches en
    que quiera ser un joven normal, con brazos solamente, no con
    estas alas de mierda.

    Ahora que lo pienso, quizá estas alas me son de
    utilidad, me gano la vida como garzón, sirviendo platos,
    dando de comer a las palomas en días libres, sirviendo,
    como ya lo dije, platos de las más enderezadas
    formas de comestibles, tal vez no sea correcto expresarse
    así, tal vez la palabra es aderezada. Pero en fin,
    aderezar o enderezar espíritus, casi siempre malolientes,
    espíritus altisonantes, como en noches que no tienen
    principio ni fin, noches de remolienda.

    Me paso el día pensando o escribiendo, cuando no,
    durmiendo. Escribo garabatos. Me gustaría estudiar en la
    universidad, tengo pasta de tonto grave. Debería contar la
    historia de mi familia, como el nazi de Günter Grass; contar
    que mi vieja se echó un polvo con el viejo entre las
    faldas, contar cosas así, no la manida manipulación
    de un misal, me apesta la iglesia católica, me han
    declarado fenómeno, ni siquiera una misa recordatoria de
    mis plumas. Un ángel, qué sé yo, un
    ángel con cara de tonto. En fin, me ha gustado la novela
    esa de Grass, yo no quiero ofender, pero no he podido terminarla,
    es muy densa para mi inteligencia. Escribo de día porque
    de noche trabajo de mesonero. Me gustaría asistir a un
    taller literario, me han contado que hay uno, no muy bueno en la
    biblioteca de mi sector, lo dicta un individuo de raro talante,
    un panzón desmemoriado, un tal Uribe, lo visitaré
    para que me dé una paliza con su verbo descuidado. Ahora
    me voy a dormir, son las dos de la tarde, hora de los
    apelativos.

    Al despertar, ¿despierto de verdad o sólo
    es una forma literaria? Al despertar, digo, he mirado por la
    ventana y he encontrado el sol bastante bajo, parece que ya es
    hora de largarme en la bicicleta, con mis alas huesudas, dando
    tumbos por las calles de Recoleta, girando por callejuelas, yendo
    por el mismo infierno de Dante (no he leído la Divina
    comedia
    , pero me han hablado pestes de ella. Que es una
    historia antigua, que no refleja la realidad, cosas por el
    estilo, cosas informes). Los micreros con sus máquinas
    pastosas, con sus ruedas despanzurradoras, con sus guatas
    ateridas de grasa, con sus ombligos oblicuos como arañas
    de rincón, con sus manubrios fétidos a dinero
    cloacal, yendo y viviendo, intentado darnos caza, intentado
    matarnos con su insolente manera de conducir, tocando su bocina,
    frenando descuidadamente, tratando de zanjarnos un mal, pero muy
    mal día de todos los corazones cristianos. "Un
    ángel", gritan, "córrete, estúpido, esto no
    es Río de Janeiro". Yo al principio no entendía,
    después fui descubriendo el agravio. Río, Janeiro,
    Río de Janeiro, plumas, alas, mujer con tetas y poto
    riquísimo, yo soy virgen, tengo casi treinta años,
    y soy virgen, totalmente virgen.

    Me he pasado toda la vida pensando. Podría contar
    la vida de mi madre o la de mi hermana. ¿Qué hago?
    Estoy confundido, el nazi ése me tiene agarrado del
    pescuezo. Mi madre es secretaria, pelo rizado, qué digo,
    estoy literalizando a mi madre, ella tiene el cabello sedoso, de
    color negro azabache, es muy buena ella, la quiero mucho, nos ha
    criado a puro ñeque. No conozco a mi padre, es un
    empresario del transporte, eso es lo que sé de él,
    es un compra micreros, un paga micreros, qué sé yo,
    un vendido, un apóstata. Estoy en mi bicicleta, he salido
    de mi casa. He apagado las luces, todavía no llegan mis
    familiares, todos están trabajando, ¿trabajar?, no
    me gusta trabajar, me gusta patanear, la palabra no es correcta,
    o es correcta tal vez, yo no sé, apenas conozco, lo que a
    mi me encanta es escribir, darme el tiempo de pensar en un
    ángel (esa palabra otra vez, la detesto). Me
    gustaría enamorarme, escribir poemas de amor, mi
    corazón siempre está muy ardiente, pero yo no, yo
    soy lírico. No poeta, me encantaría eso sí,
    quiero rectificar la palabra, yo soy…, um…, soy
    lírico, no encuentro otra palabra, soy un atorrante, un
    hombre con alas de Baco.

    Eso de Baco lo he leído en un poema de
    Baudelaire, me encanta ese poeta, tan oscuro, tan marginal, tan
    contrario a lo que soy yo. Un poeta de la noche, yo soy un
    mesonero de la noche, un joven de los mandados, pero qué
    me importa a mí, gano mi plata, atranco las puertas de mi
    casa, estoy juntando dinero para pagarme la universidad. Baco,
    Baquito, Bacón, todo un conjunto de palabras, de andamios,
    de yuxtaposiciones. Me gustan los poemas, me encantaría
    escribir uno, he garabateado palabras, pero no sé si son
    palabras correctas, en un taller literario me podrían
    ayudar, enseñarme a usar las palabras, a intrincarme en el
    uso del lenguaje, a, b, c, d, eso, un buen tónico para
    desentrañar palabras. Ahora voy en mi bicicleta, ya lo
    dije, las calles están alumbradas por la penumbra del sol,
    se hunde la vida, se hunden los rayos de las ruedas de mi
    bicicleta, se hunden en el fango, en la discordancia de andar
    entre las micros, entre los autos, entre la porquería
    humana que divide el hoy con el mañana. Estoy por llegar a
    mi trabajo, diviso las luces de los edificios, intuyo que los
    oficinistas andan por allí, de bar en bar, buscado el
    tiempo que han perdido en sus vidas simplonas, memorándum
    por aquí, memorándum por allá, ya no
    sé, lo he dicho un par de veces, estoy estreñido de
    palabras, qué sé yo, constreñido,
    eso.

    -Alfredo -ha dicho el dueño del bar con una boca
    sarmentosa, boca, de bocanazo, una boca que abre y escupe
    palabras sin sentido, aún no ha llegado la noche pero ya
    están todos borrachos-, Alfredo, qué bueno que has
    llegado, llámame a Ernesto, que quiero que me limpien los
    dedos de los pies. Sí, eso mismo he dicho. Tú, de
    la pata izquierda, y el mentecato, de la pata derecha.
    ¿Algún problema?

    Me he quedado sorprendido, Marguerite Duras
    ¿habrá tenido que soportar tan escalofriante
    realidad de empedernidos ladronzuelos aprovechadores de la ley de
    subnormales (subcontratación, digo)? Tengo que responder,
    no puedo quedarme de una pieza aspirando el opio que todo lo
    relenta para adormecerme en pro de la letanía de los micro
    organismo de saturación divina. Yo soy un ente, un
    ángel, me digo, voy a castigarlo con el fuego de mi mente,
    le quemaré vivo.

    -¿Ha estado fumando marihuana? Mire que es
    temprano aún. No quiero ofenderlo, pero usted tiene las
    patas hediondas, ¿qué quiere que haga?,
    ¿qué me dedique a cortarle las uñas de los
    pies? Usted está equivocado, yo soy un ángel de
    carne y hueso, mire mis alas, voy a castigarlo en el infierno.
    Sí, sí. ¿Acaso he dicho algo que lo ofende?
    Pues no, es mentira que me he quedado en silencio, si saber
    responder. Me he quedado turbado, no he respondido nada, le he
    sacado los calcetines y con suma habilidad le he limpiado los
    dedos del pie derecho porque Ernesto no ha sabido, o se le ha
    olvidado más bien, el orden correcto, pero no ha
    importado, hemos limpiado los deditos de nuestro jefe, de nuestro
    proveedor, de nuestro gurú. He salido asqueado de la
    habitación, he ido al baño a lavarme las manos,
    esto pasa en Chile, me digo, sólo en Chile. Qué
    abuso laboral, qué ignominia. No pienso, para qué
    pensar. Estoy atrapado en mi trabajo, me disfrazo de hombre para
    darme sustento, para ayudar a mi madre en los quehaceres de la
    casa. Trabajo de mesonero. A mi me gustaría de
    músico o de profesor, pero no importa, juntaré
    dinero y estudiaré en la universidad.

    He mirado a mi jefe y no le he respondido. ¿Ha
    fumado marihuana el muy soquete? Mire qué soy un
    ángel, un enviado de Dios y no le permito la obscenidad.
    Dios me ha hecho con alas, no mi madre en una cacha reprimida con
    mi padre, no, señor, Dios me ha hecho humano. Pero
    qué estoy pensando, mejor me voy a trabajar, voy a pedir
    limosna para juntar dinero. Me acerco a una hermosa
    señorita, ella toca mis alas (soy cosquilloso, yo no
    sé sí lo he dicho). La señorita es muy
    hermosa, cabello rubio, ojos color miel. Una dama. Invento un
    poema conmemorativo. Ángel de seda,/ tus labios son un
    deseo./ Ángel de mirra,/ beso tu boca/ en medio de la
    noche.
    He inventado un verso en mi mente. Estoy enamorado,
    la bella dama viene con un acompañante, es un esbirro. El
    tunante la abraza, la besa a ella en realidad, no en literatura,
    no en poesía, en carne; le besa el cuello, los pechos, los
    ojos, qué digo, soy un cochino, me castigo; la bella dama
    enciende un cigarrillo y gime: "Este peluche, estas alitas
    parecen de verdad. ¿Son tuyas?" Yo no sé qué
    responder, estoy como paralizado, como si una fuerza superior a
    mí se revelara y me atormentara y me lanzara de
    sopetón en sus brazos y me besara la frente y yo la besara
    en la comisura de los labios, qué beatífico. Le
    respondo a la dama con un entumecido: "No, señorita, no
    son mías". No soy un subnormal. No tengo alas de
    ángel, no nací ángel. No quiero que me toque
    mis extremidades, me dan cosquilla. Me sonrío. Estoy
    encantado con la delicadeza de sus dedos. Mis plumas, es lo que
    más me excita, son terminaciones nerviosas de primer
    nivel. El esbirro se ha reído grotescamente, ha reprendido
    a la joven dama, "una cerveza", ha dicho, "dos mejor". Me quedo
    pensando un rato desmemoriado. Tomo la orden. Ernesto me habla
    palabras que no entiendo. Mi jefe está sermoneando a la
    cajera, la densa niebla va apoderándose de la calle, la
    luna aparece en el horizonte. Sirvo las cervezas. "¿Algo
    más, señor?" "Un milagro", responde el aludido. Yo
    sonrío y pienso: ¿Un milagro? ¡Cretino! Un
    milagro con estas alas de mierda qué tengo. Un
    adiós, un no sé qué. La muchacha me
    sonríe y nuevamente acaricia mis plumas. Eso sí
    qué me gusta, sus manos son suaves, sus dedos delicados.
    "Yo también quiero un milagro", dice ella. Yo
    también quiero uno, me respondo, qué estas alas se
    evaporen, se hagan humo. La noche llega entonces. Los clientes se
    marchan, pero mis alas siguen allí, estériles,
    virginales, emplumadas.

    2

    Me han llevado al médico. Me auscultaron con sumo
    cuidado, tocaron mis alas, mis brazos, mis piernas, mis pulmones,
    me hicieron una cantidad enorme de exámenes, los
    médicos me pincharon, extrajeron sangre, la química
    hizo de las suyas, pero no encontraron nada anormal, mis alas
    eran una extremidad extra, eso dijeron los médicos. Una
    enfermera me tocó los genitales, se sonrió (tal vez
    piensa que los ángeles son asexuados). Tuve que contenerme
    mucho, meditar, la sangre cómo se sabe hace lo suyo,
    hincha pantalones, infla estómagos de adolescentes
    despistadas. "Eso que tienes ahí está bien", dijo
    la mujer, "¿existe Dios?" La pregunta fue de
    sopetón, sin engranajes, como auscultando el porvenir. Yo
    no respondí, incliné mi cabeza y suspiré. Un
    nudo en la garganta se me hizo entonces, nudo que no supe
    desatar. "Me ahorcaría", dije, "si tuviera la respuesta".
    La enfermera me miró contrariada. "¿Me puedo
    vestir?", pregunté con voz socarrona. La respuesta fue
    afirmativa. Me habían vejado, me habían
    avergonzado, todo para ¿qué?, para darme consejos y
    unas cuantas pastillitas. Calmante para los callos, pensé.
    La mujer fue enfática: "Mañana a las doce tienes
    hora con el psiquiatra". ¿Un psiquiatra? Yo, que en mi
    vida había sufrido de algo, me enviaban con un caza bobos.
    Mi madre estuvo muy feliz con los resultados de la junta
    médica, pero se sintió conmovida cuando le
    referí que tenía que visitar al psiquiatra. Me fui
    a trabajar a la moledera de siempre en la noche. El jefe por
    suerte no me pidió que le limara las uñas, estaba
    demasiado ocupado dándose de cabezazos con los pacos que
    lo vigilaban por vender alcohol a menores de edad. "No, mi
    capitán, en mi restaurante no servimos a
    quinceañeras, por muy ricas que estén. Es un
    infundio. Una…" Las palabras de mi jefe se perdieron en el
    umbral del dolor, la muchacha de la noche anterior, la bella
    dama, me había pellizcado una de mis alas, di un alarido.
    "No son de goma", dijo la muchacha. "Pues no", respondí
    yo. "¿Eres un ángel?" La pregunta era bastante
    tonta, pero imaginé inmediatamente sus labios pegados a
    los míos, imaginé saliva intercambiada con esmero,
    con pavor, con…, con…, no hallaba la palabra exacta,
    estaba aterido. La muchacha me habló como un
    bólido, no recuerdo sus palabras, se entrecruzaban las
    sílabas, silbaban los pajarillos de mi corazón. Una
    noche con una dama, pensé yo. Deseché los
    pensamientos oscuros, la niña sólo quería
    acariciar mis plumas. Pues bien, un verso podría nacer, un
    verso de amor. Dama de ojos bellos,/ un beso, un alarido, un
    deseo,/ derrama esta copa, oh, amada.
    El verso me
    brotó de los labios, la niña quedó helada.
    "Yo sólo venía por un refresco, ¿tienes?" Me
    quedé petrificado, como un tonto, ¿un refresco? Y
    yo cantando versos de amor. No recuerdo lo que respondí,
    me puse coloradísimo, hacía frío, ¿un
    refresco con esta temperatura? No hubo respuestas, sólo
    quejidos y voces nocturnas…

    El psiquiatra me atendió en el
    manicomio.

    -¿Usted es un ángel? -la voz del
    médico era como de petimetre -Tiene toda la apariencia,
    tal vez usted se sienta incómodo, la gente le mira, le
    toca, le pide milagros, pero ¿es usted un ángel o
    un hombre? La respuesta es bastante importante, usted no es
    normal, ya lo creo, es un fenómeno y como tal
    sufrirá consecuencias; nosotros, no se preocupe, le vamos
    a ayudar, con estos fármacos y con estas yerbas le vamos a
    curar de su mal. La medicina ha evolucionado mucho, hasta los
    engendros pueden vivir dignamente, ¿qué le
    parece?

    Yo no supe qué contestar, la avalancha de
    epítetos fue decisiva para mi trastorno de
    depresión bipolar. Ustedes me conocen bien, soy un
    ángel, con alas; o ¿un joven obrero en celibato? El
    médico me hizo una cantidad indeterminada de preguntas,
    casi nunca pude responder algo coherente, las palabras se me
    trababan en la garganta sin poder articularlas, estaba
    vacío de predicciones, el facultativo me exhortaba a la
    hechicería, me pedía clarividencia; en cambio yo,
    sólo era capaz de hilvanar unas cuantas frase carentes de
    barroquismo, era la oralidad pura que nos allanaba con su
    éxtasis.

    -Usted sabe, señor -dije-, soy Alfredo Vera, un
    joven santiaguino, ni tan alto ni tan bajo, pero
    flacucho…

    Los internos discutían acaloradamente,
    ¿era o no un ángel? Por cuatro meses me encerraron.
    Me gustaría contar la historia de mi encierro, pero no
    tengo palabras para hacerlo. He dudado, tal vez lo cuente.
    ¿Será necesario? Tal vez fragmentariamente
    sí. El aburrimiento es la historia, no hay cartulinas que
    me obsequien ni tinta para escribir, un sanatorio con barrotes,
    con locos, muchos locos. Yo estoy deprimido, según el
    médico. Pero yo no me siento raro de ningún modo,
    claro que a veces me gustaría suicidarme, pero sólo
    son ideas fijas, dispararme un balazo en la cabeza, pero no, las
    pastillas no me sirven, soy un ángel, o un hombre
    ángel, yo no sé, qué raro, me estoy
    deprimiendo en la medida que me aburro en este sanatorio. Cuatro
    meses, ya lo dije, o ciento veinte días de aburrimiento.
    Lo que puedo contar es lo siguiente, estuve preso por angeloide,
    o por tonto, qué es lo mismo. Los médicos no
    encontraron reparos en llamarme bipolar, yo no entiendo nada de
    eso, porque siempre soy estable: bipolar, de doble, ¿del
    juego del espejo de Borges? Otra vez la literatura, no puedo
    sacármela de la cabeza. Tal vez me dedique, cuando salga,
    a poeta. Voy a asistir a ese taller literario de
    Uribe.

    Ahora que tomo medicamentos, me dan crisis de
    pánico. Se lo he dicho al médico, pero no me ha
    dicho nada. Según él, soy caso perdido; lo mismo
    han dicho los médicos desde que nací. No me han
    querido extirpar las alas (eso ya lo intentaron cuando era
    niño), ahora han sido más sutiles, me dan drogas
    para que me convierta en un humano, en un tonto grave. Se me ha
    ocurrido una poesía: El hombre: masa inerme./
    ¿Dónde ha quedado el tiempo?/ Huyo de mí
    mismo,/ huyo por el barandal del abismo.
    Me ha gustado el
    verso, es menos meloso de los que he inventado. Un loco me ha
    hablado de Jorge Teillier, yo desconozco su poesía, pero
    el loco me ha hablado muy bien de él. Dice que era un
    borracho, pero muy buen poeta, tal vez eso de borracho me ha
    golpeado. Tal vez, como mi trabajo de camarero está regido
    por el don del copete, pueda yo entender la poesía de
    Tellier. Voy a conseguirme un librito suyo en la biblioteca del
    pituco ése de Uribe. Le digo pituco y ni siquiera le
    conozco. Dicen las malas lenguas, dicen, dicen, dicen, las
    eternas copuchas. Me despido ahora como Rimbaud, el eterno poeta
    del devenir. En su infierno estoy yo, en su deterioro.
    Adiós vida, Adiós poeta de Edward. Ni
    siquiera lo he leído, pero me ha gustado el título.
    Adiós poeta y punto. Buen título.
    ¿Cómo llamaré a mi vida, o a este libro que
    estoy escribiendo? Los títulos me encantan. Voy a inventar
    uno que me haga famoso. Qué estoy pensando, yo apenas
    garabateo palabras, frases manidas, poemas sin fuerza expresiva,
    un taller literario necesito para adentrarme en el universo que
    rige el mundo.

    Un loco me ha llamado: "hijo del Dios mismo". A los
    internos les cuesta creer que un ángel esté preso
    como ellos. Algunos, los escépticos, me tiran piedras, los
    médicos me han aislado, más depresión me ha
    dado. No saben qué hacer conmigo. Ahora bien, he pensado,
    si realmente hubiera milagros qué mierda pasaría
    con el mundo. Es cosa de no pensarlo, ¿me matarían
    tal vez? Es una pregunta que me hago, una justa pregunta. Los
    locos viven en el manicomio, los locos y las putas con
    sífilis, pero no los ángeles, eso sí que es
    atrabiliario.

    El doctor que me internó me ha llamado a su
    despacho, con voz de cisne me ha dicho: "Usted es un caso
    perdido, hemos tratado de que su estancia en nuestra
    institución sea benéfica pero no, usted, con sus
    alas de carne y plumas, va por allí contagiándolo
    todo con sus ademanes de espiritismo, qué velluda
    realidad, ¿qué piensa?, ¿acaso ha pedido un
    milagro en el cielo para que nosotros le dejemos ir? Usted debe
    seguir un tratamiento, esta loco, no de remate, pero deprimido
    hasta el tuétano".

    Estas palabras el médico no las ha dicho, yo las
    he pensado.

    De vuelta en mi casa tuve unas tremendas ganas de
    conocer a Uribe. Fui en su busca con un montón de
    historias aburridas que sucedieron en el manicomio. Tedias
    sesiones de introspección. Tedio y más tedio. Fui,
    como dije, directo a la biblioteca, allí sucederán
    (imagino) cosas más entretenidas que en un
    psiquiátrico.

    La biblioteca estaba bien alumbrada, mucho sol. El
    bibliotecario era joven, delgado, de gafas. Me saludó
    cortésmente, pero en el fondo intuía que se
    molestaba de sobremanera por mi aspecto estrafalario.
    Pensaría él que estaba disfrazado. "Necesito un
    libro", fue lo primero que dije. "Entiendo", dijo Uribe.
    "¿Flaubert, Henry James, Marcel Proust, Virginia Woolf,
    William Faulkner?" Fueron algunos de los autores que
    mencionó Uribe. Me aburrió su socarrona memoria,
    nombrándome autores de lenguas remotas. ¿Remotas?,
    pensé yo. No había leído a ninguno. A
    Francisco Coloane conocía. No quise avergonzarle. Lo
    encontró viscoso. "¿Francisco Coloane?" No, no, el
    viscoso eres tú, con ese disfraz de angelote. Allí
    nos hicimos amigos, le mostré las coyunturas, nunca lo
    hacía, fue su rostro de niño malo lo que me
    forzó. Se sorprendió al máximo, no
    podía creerlo. "Eres un ángel", decía, "pero
    ¿cómo? ¿Acaso voy a morir? Es una locura,
    soy agnóstico". Palabras qué recuerdo. El encuentro
    fue patético, los lentes a Uribe se le empañaron,
    deliraba con la catarsis. Olvidó a sus escritores,
    comenzó a nombrar a los latinoamericanos: Carpentier,
    Rulfo, Cortázar, Borges. Se veía que el tipo
    vivía inmerso en el mundo literalizante. Yo estaba
    encantado, me había acercado a un tipo interesante. La
    literatura, decía yo, la literatura, qué belleza.
    Uribe se encerró conmigo a divagar sobre mi problema, yo
    no le conté que tomaba narcóticos, habría
    destrozado su nueva adquisición intelectual. Su juguetito
    era yo, un joven emplumado que no posee poderes clarividentes ni
    tampoco escribe retórica o versos endecasílabos.
    Así era yo, un hombre con alas, con plumas. Me
    habría encantado gritar y decir: "Oye, acabo de llegar del
    psiquiátrico, me internaron no por loco, si no por poseer
    estas malditas alas que tú tanto reverencias". Alas de
    ángel, gritaste, esto merece un poema. Y te sentaste a la
    mesa de tu escritorio a escribir un verso que yo comprendí
    demasiado falso para ser tú un agnóstico. Era
    así nuestra amistad, llena de matices. Lo mejor del
    día, dije, un poema, un bodrio, como me
    enseñaría a razonar en las tertulias
    literarias.

    Ahora estoy aquí, en esta nueva casa, esperando
    el juicio de Dios. Me suicidé hace varios años. Con
    una pistola me destapé los sesos; pero eso es otra
    historia, o el final de la historia, ahora estoy contando los
    pormenores de la amistad que me unió con Uribe.

    -¿Eres un ángel? -dijo el
    tonto.

    -Me llamo Alfredo Vera y no soy un
    ángel.

    -¿Qué eres entonces?

    No hubo respuesta. ¿Soy un mutante tal vez? Un
    hombre con alas, no ando disfrazado, me alimento, duermo, me
    baño diariamente, escucho palabras y las retengo en mi
    memoria. Tomo pastillas, ahora ya no, ahora estoy muerto.
    Recuerdo las conversaciones, eran disciplinadas,
    hablábamos de literatura, Uribe conservaba en su archivo
    mental una cantidad nada despreciable de buenas lecturas, yo
    comenzaba recién a inmiscuirme en el mundo de los libros,
    él llevaba varios años escribiendo y viviendo de
    una biblioteca. El recuerdo del manicomio me perturbaba. Los
    locos adorándome con esas bocas malolientes, y las
    muchachas pellizcándome las alas con esos deditos que me
    hacían sufrir. Uribe, como dije, se sorprendió de
    mis alas. Recordó un pasaje de la Biblia, lo recitó
    como un autómata. La Divina comedia de Dante,
    dijo, eso es lo que creo yo. La lluvia comenzaba a descascarar la
    corteza de la realidad, la lluvia y las tan temidas
    hormigas.

    -Quizá -dijo Uribe, tocándose el
    mentón de su rostro con ojos juguetones- tú puedas
    representar a un diablo que asciende del infierno y recitar un
    poema mío. La imagen es perfecta: tus alitas de carne y
    plumas, tu rostro un tanto torpe, depresivo, rostro de joven
    intelectual obrero, tu voz quebradiza, voz de gallinero, puedes
    tú leer un poema que he escrito, un poema
    cabalístico abstracto, es de un libro mío que estoy
    escribiendo: La Obscena tentación de atravesar el
    paraíso
    . ¿Te gusta el título? Es un
    libro denso, gordo, un mamotreto, llevo varios años
    escribiéndolo, me paso todo el día
    corrigiéndolo, te lo puedo prestar. ¿Imagino que
    leerás poesía?

    Respondí a quema ropa, con voz
    lúgubre.

    -Sí, sí, leo, pero…

    Uribe no me permitió continuar. Cerró la
    biblioteca y me obligó a caminar hasta su casa; bueno, no
    era de él, vivía de allegado en un cuartucho de
    madera. Me hizo pasar, me presentó a su esposa. "Ella es
    Marité, mi mujer. Y ésta es mi hija." Vivía
    en un cuartucho, pero todo muy ordenado. Tenía muchos
    libros en estantes, un computador, y papeles, todo estaba
    tapizado de papeles. Su hija se asustó. Le hablé en
    el lenguaje más delicado. "Sus alas son de carne", dijo
    Uribe. Marité se sonrió. Un loco más,
    pensó. Me prestó el libraco, era muy gordo. Nos
    despedimos. Me enfrasqué en la lectura de poesía
    del libro de Uribe. Era muy horrorosamente intelectual su
    poesía. No entendí ni palotes. Trataba de seguir
    las huellas del hablante lírico, pero realmente no hallaba
    hablante lírico, era una poesía construida
    sólidamente a base de esfuerzo racional. Esto no era
    poesía, era abstracción pura; pero el hombre era un
    poeta, por su facha, por su talante. Un poeta con fuerza, eso no
    se lo discutía.

    Cuando volvimos a encontrarnos me
    comentó:

    -¿Has leído el libro?

    -He intentado, pero es muy denso.

    -Tienes todo el tiempo del mundo, no te
    preocupes.

    Ahora con la libertad que me da el mundo de la muerte
    puedo vaticinar que el mentado libro no será ni
    leído ni publicado por nadie. No sé si el autor lo
    considere en sus obras completas, si es que llega a editar
    algún día. Pero esto es parodia de otro cuento;
    puedo afirmar que Uribe en aquellos años se esforzaba en
    consagrar su tiempo a la literatura, era un fenómeno como
    yo, un hombre intentando desentrañar el verbo parlante no
    volatilizado. La lectura del libro me dejó atontado, ni
    siquiera puede terminar el primer poema. Pero seguí
    frecuentando la biblioteca, me sentía elevado a un candor
    místico. Las pastillas tal vez, o la alucinación de
    que alguien por fin diera rienda suelta a mi propia
    imaginación. Fuimos muy unidos con Uribe, al fin de los
    tiempos nos hicimos amigos; yo con mis alitas y él con sus
    ganas de escribir.

    3

    He escrito un poema, se lo he llevado a Uribe, lo ha
    desechado por malo, no me lo ha dicho, yo creo que lo ha pensado.
    Tengo otros amigos, bueno, Uribe todavía no es un amigo,
    es otro loco más enamorado de las letras. Tengo que volver
    a mi trabajo, lo necesito, estuve ausente cuatro meses, me han
    dado de alta, tal vez mi ex jefe me dé una recompensa. Soy
    su empleado favorito, ahora puedo hablarle de Hemingway, he
    leído algo de él, un libro muy bueno. Me lo ha
    recomendado mi amigo, el bibliotecario. Los libros me retraen
    más de lo que soy por omisión, me dan
    escalofríos, recuerdo un cumpleaños que me auto
    celebré, todo cumpleaños es una auto
    celebración. Me disfracé, encendí velas por
    todo el living, la habitación era bastante grande,
    recité un par de poemas míos, buena música,
    mis amigos estaban contentos. ¿Qué puedo hacer
    ahora?, me dije. ¿Celebrar, nada más que celebrar?
    La respuesta era negativa, el tiempo de festejo es inocuo, sin
    sustancia, fugaz como la vida.

    Uribe es amigo de un profesor de literatura, hombre
    adusto, de piel cetrina, nariz aguileña, hablan y hablan
    de literaturas que ignoro. Me gustaría saber tanto como
    ellos, para eso debo estudiar, debo concentrarme; pero esta
    suciedad en la que vivo rodeado, tantos perros callejeros, las
    casas viejas, las niñas mal agestadas, las ninfas
    malolientes, perfumadas con química, sin baño
    diario, la inmundicia, la indiada digna de un fotograma de
    ultratumba. Me conformo con poder registrar mis pensamientos, o
    mis sentimientos. Uribe no me ayuda, me ha invitado a su taller.
    Asistiré por omisión, como ya dije. Ahora me
    despido, voy a tomar mi bicicleta y rodaré por las calles
    de este Santiago de Chile, me asfixiaré con los bocinazos
    de los micreros, de los taxistas, oficios indignos para un poeta.
    Ja. Qué risa me da, ya me estoy auto nombrando, fea
    cualidad mía.

    Aleteo, mis alas son hermosas, esto no lo escribo, lo
    estoy pensando. Los automovilistas me increpan, las voces son
    ignorantes, estos son los nuevos ricos, hombres groseros, sin
    cacumen, incultos, mis alas son de humano qué delira, voy
    por las calles velocísimo, hacia el sur, bajando por
    Recoleta, por sus calles mal pavimentadas, llenas de hoyos, por
    sus calles hirsutas de hombres facinerosos. No quiero perder el
    tiempo con cretinismo, no soy cineasta, no voy a reflejar la
    realidad espantosa de mi país. Sólo diré que
    cuando bato las alas me llueven los insultos. ¿La
    razón? Yo no sé.

    -Tú por aquí -ha dicho mi ex
    jefe.

    -Estuve preso por asesinato -intento
    balbucear.

    Recuerdo la cara llena de arrugas de mi ex jefe: sus
    ojos hinchados de rabia, su barba incipiente, su mentón
    desfigurado. Me ha mirado con eterna ironía como queriendo
    ofenderme de mi incapacidad total de un presunto asesinato.
    "Tú no eres capaz, eres muy poco hombre." Me ha dado
    furor, pero he disimulado, hoy no me he tomado mis pastillas, he
    recordado a los locos del manicomio. Un buen libro ése que
    me ha prestado Uribe, pero mejor es la vida del bohemio. He
    hablado a mi jefe, me ha aceptado de vuelta, le he inventado una
    escusa, una muerte de un pariente cercano en el sur de Chile. Me
    ha abofeteado la cara diciéndome:

    -¿Y también es fenómeno?

    Yo he callado, estas alas me han servido como
    crecimiento interior.

    Alas de ángel. Diario misal de todos los
    corazones ¿cristianos? Debería confesarme, he
    mentido, he abjurado de mis principios. Uribe me ha contado que
    él se inició como poeta intentando
    escudriñar los ojos de Dios, pero ha terminado
    dándole pleitesía al demonio. ¿Cómo
    terminaré yo? ¿Dándole favores a mi jefe?
    Eso nunca, me ha dado mucha rabia estos pensamientos.

    Tengo que tomarme mis pastillas. Al boliche concurre
    mucha gente, todos son bohemios, artistas de poca cuantía.
    El barrio Bellavista es famoso por sus asaltos en altas horas de
    la noche, por sus peleas callejeras, por sus gritos, por sus
    tocaduras de mis alitas. No me he hecho famoso, los parroquiano
    me llaman "el loco". En fin, he estado en el gallinero, por
    depresivo no por loquito. He servido las copas con desgana. Una
    cerveza, un cocktail, unas papas fritas, un completo. He pensado
    mucho, me gusta la literatura, pero casi no he leído, soy
    un iletrado, estos pensamientos me dan depresión. Le
    hablaré al psiquiatra, tal vez halla una pastillita que me
    evite sentirme un ignorante. No he leído a Kafka, pero un
    tío mío que es profesor, me ha dicho que es muy
    fome, ¿quién tendrá la razón en estas
    cuestiones? ¿Quién decide lo que es bueno o lo que
    es malo? ¿Cómo sabrá Uribe qué poema
    alabar y qué poema condenar? Voy a asistir a su taller,
    tal vez aprenda algo.

    Unos tipos que están armando jarana se burlan de
    mi atuendo, están ebrios. Aguilucho me dicen,
    tráenos unas piscolas. Se burlan de mí, hacen mofa,
    yo como estoy acostumbrado me callo. Voy a pensar en Gabriel
    García Márquez. No he leído nada de
    él, pero recuerdo su nombre. Entonces como por arte de
    magia, el sucucho se agiganta, pareciera que las fauces me
    comprimieran, que los berrinches de los alcohólicos son
    mitos en medio de mi rostro y me confundo y me da asco
    la raza humana. A callar, grito sin voz, déjenme
    tranquilo. Los ebrios me piden más piscolas. Se
    ríen como tontos, son cuatro, son negros, aindiados, son
    incultos, vendedores de prendas de mujer, vendedores de zapato,
    cajeros, auxiliares de enfermería, ropavejeros; imagino
    sus oficios mugrosos, ateridos, insomnes, trabajando doce horas
    diarias, embrutecidos con el fútbol y las teleseries,
    embrutecidos como analfabetos. Mi jefe se acerca, está
    preocupado por mi integridad física, o eso al menos creo
    yo. Los parroquianos han cancelado por anticipado; mi jefe ya no
    se preocupa por mí. Se va a armar la tremenda si estos
    tipejos continúan burlándose. Alitas de
    cartón piedra, gritan los hombrones, este cabro si que
    está jodido. Un espeso sentimiento de muerte se apodera de
    mi mente, quisiera matar, cortarles el cuello, pero me resisto,
    sirvo las piscolas una a una en una gigantesca procesión
    de estupefacientes. Ya es bastante tarde, es hora de cerrar, los
    ebrios se alejan dando tumbos, mean en la calzada, vomitan,
    escupen, qué asco me digo, tanta indignidad, ni siquiera
    me han dado propina. Me despido de Ernesto. Subo a mi bicicleta,
    doy unas cuantas pedaleadas, a cien metros están los
    ebrios, me llaman, yo como un tonto me acerco. Me ofenden. Yo
    esta vez les respondo: "Ignorantes, no han leído a Kafka".
    "¿Quién es Kafka?" Se arma la grande, los combos
    van y vienen, recuerdo a Uribe, yo no sé porqué, lo
    recuerdo con sus ojitos asustadizos, tan seguro de sí
    mismo, pero en el fondo un cobarde, un tipo que no se trenza a
    patadas con borrachos. El tiempo pareciera detenerse, pero el
    tiempo no puede detenerse, el tiempo es raudo, como una trompada
    en pleno rostro, como una patada en las nalgas y las alitas de
    carne intentando vanamente en ser removidas; los borrachos se
    alteran, "éste, éste, éste es un pajarraco
    de verdad". Huyen los ebrios, pero yo estoy sangrando y
    malherido. Siempre es lo mismo, las tribus urbanas entregadas a
    la deforestación de la ética; pero he vencido, no
    he leído a Proust ni a Cortázar, sólo
    conozco algunos fragmentos de la obra del cobarde del
    bibliotecario.

    Estoy muy maltrecho, algunos despistados se han
    acercado. Un drogadicto más, han dicho. Me han asombrado
    sus palabras. Soy un joven alado, no un delincuente. Intento
    subirme a mi bicicleta pero me es imposible. Camino por las
    calles del barrio Bellavista. Conozco a una joven pintora, tal
    vez ella pueda cobijarme, pero ya es muy tarde me digo,
    ¿qué hacer? es la pregunta. Me siento a descansar,
    estoy sangrando, me duele la cabeza, los pacos brillan por su
    ausencia, los ebrios han desaparecido. Camino hasta la casa de la
    joven pintora. Es una casa grande, con habitaciones llenas de
    pensionados. Arriendan las piezas, casi todos son artistas o
    menesterosos, gente que gana muy poco dinero. Dejo mi bicicleta
    encadenada, subo las escaleras, la luna ha legado a su cenit, a
    pesar de lo tarde de la noche se escuchan gritos en los
    corredores de la casona. Golpeo la puerta al comprobar que hay
    luz en la habitación. Después de unos instantes
    aparece la joven pintora en pijama.

    -Pero si es el joven transformista.

    Las palabras de la joven hieren mi sensibilidad. La
    niña me gusta. No me hace pasar a su cuarto, sospecho que
    hay alguien durmiendo en su cama, un tenorio, un hombre sin estas
    alas de mierda. La joven se ha fijado en mi sangre, pero, como ya
    he dicho, no hay espacio para la piedad. Me despide con un beso
    en la mejilla. Imagino que se desnudará para otro, para un
    joven atleta, con cuerpo de hombre, brazos de hombre, piernas de
    hombre. Me siento a descansar en una plazoleta, el cuerpo me
    arde, las plumas las tengo dañadas. Estoy exhausto. Al fin
    el cansancio ha cedido, me trepo a mi bicicleta cuando los rayos
    del sol comienzan a alumbrar la modorra de la ciudad. Llego a mi
    casa temprano, o tarde, dependiendo de la objetividad del curioso
    lector. Me desnudo, tengo las coyunturas desgarradas. Me duermo
    rápidamente mientras un verso aflora en mi mente. Piel
    de ébano,/ adoro tu cintura,/ si pudiera tocar tu aire,/
    moriría rendido a tus pies.
    Es un poema que he
    inventado para la joven pintora.

    4

    He visto en sueños a la joven pintora. No he
    pololeado jamás. Pololear es una palabra muy hermosa y muy
    chilena. Un hombre y una mujer se toman de las manos, caminan
    juntos, se besan. Eso es pololear. El sueño ha sido
    enfermante, no me gusta dormir de día, me siento
    más deprimido. No sé si he dicho que yo trabajo de
    viernes a domingo. Los otros días me lo paso escuchando
    música o viendo programas de televisión. La joven
    pintora, en el sueño, me desnudaba, no me hacía el
    amor, que no se mal interprete, me pintaba al óleo, me
    borroneaba con sumo cuidado, las pinceladas con la pintura en un
    orden aleatorio; yo, un joven ángel con cuerpo de hombre.
    Las hormigas entonces trepaban a mi sexo y lo devoraban, yo
    gritaba, pero la muchacha extasiada no paraba de pintar. Ese ha
    sido el sueño. Sueño que no he entendido para nada.
    Ahora me marcho, visitaré a Uribe en su
    biblioteca.

    Los libros, hay tantos libros. Me enamoro de ellos.
    Tendré que esperar, el bibliotecario está ocupado.
    Ojearé algunos textos. Hay muchos libros que no he
    leído. Las personas me miran con curiosidad, tantos locos
    hay sueltos por allí que al poco rato ya no están
    mirándome. Los libros están empolvados, algunos
    textos los reconozco, en el colegio los he leído. Uribe me
    mira contrariado, si no fuera por estas alas tal vez me
    respetaría. Yo no sé porqué he venido, me
    siento tan solo. "Alfredo", dice el bibliotecario,
    "¿cómo estás?" Yo no le respondo, me hago el
    sordo. Uribe se acerca y me palmotea la espalda. Me da un abrazo.
    "He estado pensando en ti", dice. "Podrías asistir a mi
    taller. Hoy lo dictamos". Esto me ha dado mucha gracia. Un taller
    literario. Me gusta la idea, podré desenvolverme de mejor
    manera en el acto de escribir. Conversamos de trivialidades,
    parece que Uribe se aburre rápidamente. No me habla de
    escritores, me cuenta pormenores de su vida sentimental; vida
    bastante agitada al parecer. El tiempo parece esfumarse. Es
    bastante tarde, la noche ha llegado. Un grupo compacto de
    seguidores se aglutina en torno de la figura de Uribe. Son en su
    mayoría mujeres y muy hermosas. La charla es vehemente.
    Todos discuten, todos hablan, todos leen sus textos. Uribe con
    actitud crítica los destroza, las personas a veces lloran,
    otras se sienten desilusionadas, pero todos agradecen la
    honestidad. Uribe es un puerco, ya lo creo. Me toca a mí
    la palabra. "El joven disfrazado de ángel, que lea
    algún texto de él". Yo trago saliva. Intento hablar
    pero no puedo. "Su nombre es Alfredo Vera. Y es un amigo
    mío", dice Uribe. "No he traído texto, pero puedo
    contarles sobre mi experiencia de niño ángel." El
    grupo ríe de buena manera. Les invento una historia que
    ellos creen falsa, pero que es verdadera. De vez en cuando bato
    las alas, las hembras me miran asombradas. Parece que algunos se
    han dado cuenta de que mis alas son de carne y hueso. Nadie eso
    sí se atreve a preguntarme. Están enmudecidos.
    Uribe aplaude la disertación. Me da los parabienes. "Pero
    para la próxima vez nos traes un texto, ¿de
    acuerdo?", dice el muy petulante. El tiempo, como ya lo dije,
    parece esfumarse, se desintegra, como mis sesos que cuajaron en
    el pavimento un once de septiembre del dos mil uno. Estoy muerto,
    me suicidé, podría contarles sobre mi experiencia
    con la muerte, pero no, tal vez sea más hermoso narrarles
    las menudencias de mi vida de hombre con alas de
    ángel.

    Uribe me acompaña hasta mi casa, camina abrazado
    de una linda dama, a pesar de que él es casado se da de
    besos en los labios con su alumna. Me horroriza su actitud, es un
    endiablado. Le presento a mi madre, el muy sinvergüenza le
    da un beso en la comisura de los labios. Mi madre se sorprende.
    "Perdón", dice Uribe. El mentado no tiene muchos apuros en
    cuestiones de mujeres.

    -Así que usted es el nuevo amigo de mi hijo.
    Tenga cuidado con él -dice mi madre-, es un joven
    idealista, lleno de candor.

    Uribe le responde sólo con un movimiento de
    cabeza. El bibliotecario se despide. Lo acompaño hasta la
    calle.

    Recrimino a mi madre.

    -Has sido muy áspera con él.

    -No me ha gustado para nada, es un fresco.

    No quiero discutir con mi madre, me encierro en mi pieza
    a escribir un texto poético. Es bastante tarde, pero
    escribo. Una niña dulce/ besa a mi maestro,/ me
    desnudo a contemplar el sol.
    Este poema me ha nacido. Es un
    verso de diatriba. Me ha dado sueño, se me ha olvidado,
    con tanta confusión, tomarme la pastilla de la noche. Me
    atraganto tratando de digerir la mentada pastilla. El sabor es
    agrio. Me duermo rápidamente, las pastillas dan
    sueño. Tengo pesados pensamientos en mi inconsciente.
    Sueño con arañas, con culebras, con ninfas. No
    recuerdo nada, todo es tan confuso. Me despierto a la una de la
    tarde. He dormido más de doce horas. Me deprimo, las
    pastillas me hacen dormir mucho. Me visto con ligereza, salgo a
    trotar, el calor no es tanto en esta época, me gusta
    correr, me siento bien haciéndolo. Algunos niños se
    burlan de mí, me gritan obscenidades. Son muy groseras las
    personas por estos lados. Todos creen que estoy loco, que me
    disfrazo, muy poca gente conoce mi secreto. Estoy aburrido,
    mañana tengo que trabajar. Voy a la biblioteca a mostrarle
    el poema a Uribe. Es tincado este tipo. Me saluda
    fríamente.

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