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Literatura del Futuro. Kuraiem y su Nouvelle -El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores…-




Enviado por Marta Goddio



Partes: 1, 2, 3

  1. La
    huida
  2. Papirillo y Mister
    Black
  3. El
    Mirador
  4. Eristos y
    Papirillo
  5. El fuego del
    olvido
  6. Los
    próceres
  7. La
    orden
  8. Cuadros del
    agasajo
  9. Solista y Los
    Retenedores
  10. Los
    Retenedores
  11. Boliche El
    Arca
  12. La Fuente musical
    de la Plaza Congreso
  13. La Loma de
    Babel
  14. Entre cuatro
    paredes
  15. La
    Revolución Santa
  16. Prólogos y
    comentarios a la primera y segunda edición de la
    novela "El Hombre del Traje a
    Cuadros…"
  17. Biografía
  18. Bibliografía / fuentes de
    consulta

Literatura del Futuro: Kuraiem y su Nouvelle "El
Hombre del Traje a Cuadros…"

Monografias.com

"Lo que sigue lo he visto con mis
ojos"

Kuraiem

Si existe un rasgo singular que define la personalidad
de Carlos Kuraiem – inalterable en el desarrollo de su
obra, desde sus inicios con la música desde 1976 en
adelante- es su fidelidad a la libertad. Su alejamiento
deliberado de toda pugna mezquina que pretenda arrebatarle a su
existencia el valor de la fe y la autoestima para avanzar,
solitario, performático, universal, sosteniendo su tono y
su Voz.

Kuraiem es un resplandor de la Historia que ciega a los
hipócritas, desgranando los enclenques castillos
profanados por los ídolos de barro, soplando las cenizas
de los mitos entre las estatuas y las piedras, sin dejar
más huella que la sombra de sus pasos. Kuraiem es el Poeta
ante quien la palabra se quema si no es verdadera.

Ese espíritu impregna las páginas de su
Nouvelle El hombre de Traje a Cuadros de Diez Colores que
Llegó en la Carroza de los Días Patrios,
considerada un ejemplo de puesta en abismo (La Mise en
abyme
) por la Lic. Susana Lamaison, al compararla con la
figura procedente de la pintura: "relato interno"
"duplicación interior" "composición,
construcción o estructura en abismo
", y así
dar cuenta del impacto de este texto que sin caer es usados
laberintos, incita a volver sobre sus páginas. "se lee
con facilidad pero, en algún momento se tiene la necesidad
de volver a las primeras páginas para intentar una nueva
decodificación."

Leí por primera vez la novela de Kuraiem, en voz
alta algunos tramos, grabando y escuchando otros. Sintiendo en
carne propia el culatazo de La orden, el desamparo ante Los
próceres que ya no miran a la gente, palpando en la voz la
ironía del terror y dejándolo escrito desde su
primer enunciado "…acosado por los guardias de
seguridad, pude salvarme escurriéndome entre sus piernas,
haciendo muecas con mi rostro y mis manos, tratando de afirmar su
idea de mi locura."
Pero la lectura no es la misma, cuando
llega el libro a las manos, y los próceres -José de
San Martín, Manuel Belgrano y Domingo Faustino Sarmiento-,
discuten en una franja de la bandera. (1) Tiene otro peso, otro
dolor que obliga a sostener la mirada en la obra donde se
acentúa cada línea escrita por el autor. "Los
próceres, hermosísimas conjeturas con un fondo
trágico, alegoría o sumatoria de metáforas
que podrían nutrir al mejor de los poemas."
El relato
es una crítica a los discursos actuales cada vez que se
dice Patria, Revolución, Estado, Libertad, Cultura,
Nación, Bandera, Independencia, América Latina,
Dictadura, Democracia.

"Esta obra nos muestra en acción al narrador
tratando de dominar su problemática; lo enfoca en plena
lucha de expresión, mientras elige, ordena, distribuye sus
materiales y se apega a su idea, durante el forcejeo de la
invención."
Abordarla es una experiencia fecunda en
sus derivaciones: épica, lírica y dramática,
una Novela Imposible, picaresca e intelectual,
entretenida en ella misma, en el realismo (mágico)
histórico de su rica vida interior y en la vigencia de su
crítica implacable.

Su originalidad trasciende los géneros por el
estilo del autor que aporta caminos insólitos dentro de la
narrativa."Lo serio anda bajo lo burlesco y el realismo se
esconde e insinúa en la inmediatez de todo, en la ausencia
de futuro expreso a quien nadie alude, por quien nadie se
inquieta sino hacia el final
." Las críticas y
comentarios recopilados desde sus primeras ediciones la enlazan
con novelas clásicas de la literatura universal y la
acercan a la Novela de Protesta, o Novela
Histórica, que "juega entre lo denunciante de El
Matadero, de Echeverría y lo bufonesco del teatro
absurdo."
En su "Fin (Por ahora)", se aproxima a la
contranovela o antinovela, "enriquecida por un excelente
manejo del léxico y por una hábil capacidad
perifrástica que sustituye la metáfora
tradicional."
La ruptura que provoca en el lenguaje el
ingenio de un poeta como Kuraiem, la separa de toda
taxonomía.

La dictadura de marzo del 76, salpica con su sangre El
Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores que llegó en la
Carroza de los Días Patrios, y encausa su relato:
"-… conocí a varios que cuando miraban para
abajo a sus pies veían a los que habían matado y no
sabían cuando eran reales y cuando no-. Afirma un represor
al otro y en sus confesiones se escuchan los ecos de Manuel
Scorza y su Batalla de los vivos y los muertos. En la novela de
Kuraiem está ese grito trágico que lloran los
muertos de Juan Rulfo."

De la ficción a la realidad, -en la
cosmovisión de Kuraiem, lo real es el arte-, se suceden
las situaciones donde el autor desliza líneas
autobiográficas, recorre estilos narrativos, lo
clásico: la división por capítulos, el
teatro, el grotesco, la poesía, lo fantástico, el
relato breve, un humor amargo, la fábula surrealista de
los personajes y sus tragedias que no se dejan atrapar por los
tópicos de análisis convencionales. "Tiene la
originalidad de darnos un conjunto novelesco organizado
según las leyes de la lógica cuando éste
está más allá de las fronteras de la
misma…"
Abarcadora del mundo, son esos los lugares
propicios para reflexionar en el valor de esta obra que nos
empuja a considerar desde la literacidad el ocaso de las
instituciones, las exaltaciones febriles de patriotismo
exacerbado, los rencores incurables.

Todo ocurre cerca del Poder, en un paisaje
totalmente conocido
: El puerto, las Barrancas, las lomas, el
río, la Casa Rosada, la Plaza de Congreso, la Catedral,
las manzanas del Buenos Aires fundacional. Todo se precipita en
esas pocas cuadras, sugeridas en su desenlace, La
Revolución Santa. Esta autonomía permite leer otra
versión de la misma historia, narrada con otro argot,
más porteño. Sin embargo lo local se vuelve
fantástico, simbólico, imprimiéndole a la
obra un carácter universal. Es la anti-descripción
de la geografía y sus personajes extraídos de
la commedia dell´arte
, que aparecen siempre en primer
plano y desde sus intervenciones, acciones y discursos, definen
austeramente los espacios, los climax, las intrigas paralelas,
los centros de interés. "El sorprendente relato que
nos ofrece Kuraiem, fragmentado, convulso, silogístico,
dividido en cuatro partes, cada una de los cuales es una
alegoría, no solamente sobre el poder, sino relacionados
con hechos que de ninguna manera podemos decir que nos son
ajenos."

El título "desafiantemente extenso para la
memoria, nos remite a un tiempo de títulos largos o
dobles, que coincide con otro rasgo del romanticismo de nuestros
proscriptos
", invita a jugar con las hipótesis, los
supuestos, la imaginación lectora, la
interpretación lúdica de las diversas posibilidades
de su contenido, en un diálogo que no puede prescindir de
incluir al autor, su biografía personal, la edad al
momento de escribirla, con poco más de veinte años,
el contexto social, político, histórico, las
circunstancias y las condiciones en la que fue escrita que le
adicionan otros valores insoslayables; el testimonio de vida
frente a la adversidad y la tragedia: un accidente sufrido a los
quince años cuando una picadora de carne le tritura los
dedos de su mano derecha, siendo diestro. En esa prolongada etapa
de rehabilitación, impedido de escribir lo que su
pensamiento labraba, la necesidad incontrolable de decir, la
ansiedad por la llegada de los compañeros, que con ese
amor incondicional de los amigos se disponían a tomar nota
a la velocidad de la imaginación de Carlos, que volaba
discurriendo en el cuarto y armando El hombre del traje a cuadros
de diez colores que llegó en la carroza de los días
patrios, la novela contada a sus amigos. Ellos le ayudaron a
registrarla en los primeros cuadernos borradores cada tarde a la
salida de sus trabajos, Juan, el apacible Juan, el carpintero
amigo de los poetas
y Daniel, operario en una
fábrica, el filósofo que se subió con el
músico a dialogar en el escenario del teatro Estrellas. La
lealtad y la justicia de la dedicatoria. (2)

Entre cuatro paredes

el escritor organiza la orgía

más sorprendente de todos los
tiempos.

En ese contexto nace el escritor, y resume la
historia del hombre
, con todo el fuego de su juventud. De la
historia de tres legendarias canciones libertarias: Subieron,
Un hombre que
y Tres palabras (3), el autor fue
tejiendo su argumento, con lo que tenía: ese puñado
de letras, sus vivencias cotidianas, la inocencia, la
rebeldía, un talento innato para la oratoria y la dosis de
locura necesaria. "La idea y la forma de la idea se funden
aquí en un abrazo ético y estético,
regalando a la posteridad lectora un panorama simbólico de
la realidad social argentina de una época
oscura
."(4)

Desde muy joven Kuraiem supo del poder físico de
las palabras. Se apropió de ese conocimiento desde
infinidad de lecturas de autores de todos los tiempos y gracias a
su particular sensibilidad para mirar el mundo, ahondaron y
afirmaron su visión, la capacidad de proyectarse en la
obra para seguir el rastro a las remotas ondulaciones del
impulso
sin soltar las guías de su pensamiento y su
coherencia en el transcurso del tiempo. En la voz de Eristos,
Carlos Kuraiem – a quien las raíces le crecieron para
adentro, que conoció la lucha existencial y que se salva a
través del canto y la palabra -,
traza también
su propia historia: "…fui un dios asesinado por sus
burlas y sus piedras."
Es un protagonista cargando sus
tribulaciones. "Como Holderlin en su Hiperión, el
personaje al comenzar se ve afrontando una partida, un exilio, un
viaje iniciático."
De él sólo se sabe
que pudo salvarse de la muerte recurriendo al ardid de su locura,
llevando la utopía a las alturas de un Mirador abandonado,
donde se pone a escribir entrando y saliendo de su
refugio.
Atraviesa la ciudad desolada donde todo amenaza,
reprime, mata. Lo único que se mueve son los horribles
aparatos que vigilan
. Es el país de Solista, sitiado,
el de Kuraiem, su No por la Fuerza y su ideología
desnuda,
el Rey de Ningún Lugar, perfilado en una
original caricatura (5). Las lomas, el Mirador – donde la
ronda todavía gira y hasta a veces, es posible la
risa
-, el espacio geográfico en el que aparece
Eristos "el historiador y poeta, el que decía ser
«una loma atravesada de mariposas
", el Carretero, el
Viejo Luchador y Solista; es el territorio más
significativo, el de los primeros años del autor. "Los
problemas pasaban por el barrio"
–señala
Kuraiem. De esa cosmogonía provienen los personajes
"que visten el cuerpo de esta obra notable tejida con este
estilo tan poco frecuentado en nuestro medio
", y que
articulan las secuencias de la novela, con pasajes donde
también se desprenden los primeros poemas escritos por el
autor: Entre cuatro paredes (después incluido en
la novela), Empujados, de Fundación de la vereda,
Las Luces del Arca marean y El Monte Dorrego,
de El Canto del Gallo Rojo y Llevo un trabajador en cada
bolsillo
y El poeta salió a pelear la
realidad
, de Presagios de Guerra 2 de abril de 1982, tres
libros escritos en los mismos años que El hombre del Traje
a Cuadros de Diez Colores. La obra "no simula la época
que refiere ni los personajes que invoca y utiliza como abrigo
estético el primero de los sistemas utilizados en
literatura: el humor, la suspicacia, la ridiculización del
drama, como ya lo fundara Aristófanes en la vieja
Siracusa, aunque desde otra vereda ideológica, en la
comedia burlesca de alusión
."

A la manera de la novela romántica por
excelencia, hacia finales del 97 "El Hombre de Traje a
Cuadros…" sale a la calle como folletín, en tiradas
periódicas de 3000 ejemplares, acompañada de
ilustraciones "fuertes, impactantes, acordes con el texto", en
las páginas tabloides del Suplemento Literario El
Ángel, (6) hasta completar doce entregas, a principios del
2000. La novela se anunciaba así: "Ágil, con un
tratamiento bien expresionista y un toque permanente de humor.
Particular novela en forma de folletín. La picaresca se
anuda y desanuda número a número. El humor es su
ingrediente inapelable. Personajes simpáticos y movedizos,
que no aceptan la realidad social tal cual está. "Soy una
cuerda más de mi guitarra", dice Solista. Y eso es lo que
sostiene una esperanza."

En la historia de "Solista" se describe al músico
que desde el 77 al 79 al solo acompañamiento de su
guitarra
-, desafió al miedo cantando su tema
Subieron Legendary song libertarian, compuesto en marzo
del 76. (7) En ese capítulo de la novela se parodia el
momento en que fue detenido e interrogado por los militares (8),
pero ahora es Black (9) quien lo entrega a juicio y a Los
Retenedores
. En el forcejeo entre Solista y Papirillo por
quedarse con el instrumento se reproduce la escena real en que
otro cura (10) rompe la primera guitarra de Kuraiem (11). "La
reacción del poder es borrar la historia, prohibir sus
nombres, que ni los carteles queden como recuerdo. Igual que el
emperador chino que describía Borges, Paparillo busca con
desesperación el silencio. "

Todo coincide con la galería de hechos ante la
cual el autor se ubica jugando con las imágenes de los
personajes a los que les insufla su espíritu
crítico, solitario, rebelde, irónico, su
poesía, su filosofía y su persona, alejada de toda
estrategia de victimización, del estacazo efectista, para
captar el interés (del lector) de los otros.
"…el texto tiene la crueldad «inocente» de
algunas páginas de Celine y, en su recorrido
Poético, difícil de conciliar con la dureza y
rusticidad de los diálogos aflora el recuerdo de la prosa
atrevida de Marcel Schwob."

En los macizos Cuadros del Agasajo la
imaginería se torna inagotable en sucesos y ocurrencias,
sustentadas en la aguda picardía de los nombres
y en
sus discursos prácticos, cínicos, racionales
hasta el delirio, exposición de un desvergonzado y
pragmático poder:
Mr. Black -el oscuro estandarte
del capital en transición, expresa su decadencia, su
vulgaridad, su ostentación, sus banquetes donde los
bufones serviles ríen y comen de su mano
-;
Monseñor Papirillo que busca con desesperación
el silencio-;
General Plenipotente, que nos lleva a los
sureños orgullosos y obstinados de la Guerra de
Secesión de los EEUU;
Oligarzo, Despotín,
que aluden al poder, a la regla, a los preceptos; Alto,
Mediano y Bajo insinúan posiciones en el
escalafón económico y cada uno es tratado
según su altura
; el Consejero, El Comerciante
(12) y otros muchos de menor relevancia que visten el cuerpo
de esta obra notable tejida con este estilo tan poco frecuentado
en nuestro medio. La Casa Negra, que -no es menos siniestra que
lo que en distintas oportunidades ha sido nuestra Casa Rosada,
que ya desde sus orígenes lució una pintura
teñida de sangre-,
es concebida como el conventillo
de las primeras décadas del Siglo XX. También
hay frecuentaciones al "balcón" y uniformes y
jerarquías, y novatos y veteranos, los golpes, las luchas
de ascensos, la "leña", el aniquilamiento…que es lo
mismo que el "exterminio".
Todo concuerda con la
fragmentación social y política del país,
otro recurso que utiliza el autor jugando con las décadas,
traspolándolas, mostrándo finísimas capas
ligadas por idénticas ambiciones y desgracias.

La importancia de abordar a este autor reside en su
tremenda capacidad para llegar a satirizar la pesadilla, en la
poesía derramada en la tragedia: "Causé la
enemistad entre Papirillo y Black, provoqué el incendio
-prendí fuego- a La Casa Rosada, lloré a mi padre
ese marzo con el Viejo Luchador, preparé la trama donde el
Consejero es emplumado, lo vi a Mister Black morir a dos pasos de
mi escritorio y a Papirillo desconocido, cuando tomó el
poder tocado por mi pluma, le ayudé a Eristos a empujar la
cabeza del malvado de la torre del Mirador, tararié las
primeras estrofas de un himno libertario…"
Kuraiem
(13)

Carlos Kuraiem "juglar que escribe poesía y
canta baladas que melancolían el dolor"

desarticuló el espanto con El Hombre del Traje a Cuadros
de Diez Colores que Llegó en la Carroza de los Días
Patrios, contrastando con el modelo que enmarcó a la
literatura latinoamericana de las décadas anteriores.
Agita con vigor las aguas de la Literatura y su realidad, los
mitos, los cánones, las consagraciones y los anatemas, y
desde el juego de contradicciones y comparaciones, deja expuesta
la Patria, los ciudadanos, las instituciones (que no cobijan),
las dictaduras actuales. "Carlos Kuraiem dice mucho
más de lo que está escrito en este texto, puede
aplicarse aquí lo que dijo Borges, hay un solo libro del
que éste sería un dignísimo
componente."

Sumergirnos en la lectura de "El Hombre de Traje a
Cuadros…" es una oportunidad de bucear en esas
profundidades a las que nos hemos desacostumbrado, en parte, por
el sistemático cretinismo operado desde los organismos de
poder y de control. Emanciparnos de Ellos, desafiando a los
"guardias de seguridad" de la cultura y sus referentes impuestos
en el transcurso de la Historia; sacudir sus uniformes de
prácticas enquistadas para poner a prueba la libertad que
se proclama, deshacer el fundamentalismo, abriendo seriamente los
espacios de debate. Para que el pensamiento aflore con la palabra
necesaria señalando a los tiranos, religiosos, solistas,
comerciantes, poetas, empresarios, locos, el bajo, el mediano, el
alto, el despotismo, la egolatría criminal, la complicidad
infame, los grupos de poder, la ambición descarnada, el
quiebre de las alianzas, el servilismo, la conspiración de
los poderoso, (la Patria, otra vez), la demagógica arriada
del pueblo, todos presentes en esa extraña confluencia que
lleva a la viscosa construcción del ciudadano de estos
días, que sigue saliendo al mundo, a la calle, sólo
cuando ve peligrar sus aparentes seguridades y que no
dudaría en pasar el mando al más audaz.

Es la presencia inquietante, la cadencia y la voz de
Carlos Kuraiem, -un escritor que ha producido y publicado al
ritmo del fragor de las circunstancias que relata-,
que
busca y encuentra la poesía en cada frase de esta
novela.
Otros lucharon contra las ideologías que
apartaban al hombre de su esencia, Kuraiem las disuelve en el
tono que asume cada vez que se expresa.

"El final, es un majestuoso pandemonio al mejor
estilo ardiente de Max Frisch en Los incendiarios. Una obra
imperdible por su ingenio, única en su registro y en su
denuncia."

Trabajo de investigación y notas

Prof. Marta Goddio

Monografias.com

Carlos Kuraiem

El Hombre del Traje a Cuadros de Diez
Colores

que Llegó en la Carroza de los Días
Patrios

Nouvelle

La
huida

… acosado por los guardias de seguridad, pude
salvarme escurriéndome entre sus piernas, haciendo muecas
con mi rostro y mis manos, tratando de afirmar su idea de mi
locura.

Esquivando los culatazos mortales de sus armas, me
alejé por las lomas que habían sido mi hogar,
corrí con mis papeles debajo del brazo hasta cuando
creí que nadie podría encontrar mi rastro y me
detuve buscando un lugar tranquilo donde curar las ampollas de
mis pies y poder proseguir mis trabajos.

Del Mirador abandonado hice mi refugio; sólo me
movía de allí para procurarme alimentos, a veces me
enroscaba en un rincón permaneciendo quieto durante horas,
temiendo ser descubierto por los guardias de seguridad que
sobrevolaban la torre en sus horribles
aparatos…

Papirillo y
Mister Black

El Monseñor Papirillo se aproximó a Mister
Black, enredándose los pies con la sotana.

-¡Excelencia! Mi pueblo y yo le damos la
bienvenida.

La pesada figura de Black se inclinó frente al
ministro, tomándole las manos y besándoselas
mientras corrigió:

-¿Tu pueblo? Mí pueblo.

El ministro le retiró sus manos con sutileza y
reiteró:

-Mí pueblo.

El excelentísimo se alzó y
agregó:

-Nuestro pueblo.

Papirillo, con sus dos brazos en un interminable clavado
al cielo, exclamó:

-¡Oh, Negro!

Mister Black, representando al perfecto ideal de un
déspota, con su sonrisa falsa y demagógica, su
traje a cuadros de diez colores, su cabeza desierta de pelos como
de buenas intenciones, bajo de estatura como de conciencia;
sujetando en su mano derecha el bastón de mando que era su
símbolo de ególatra, se internó en la Casa
Negra, seguido por el Consejero, de galera y frac, los guardias
de seguridad, los ciudadanos notables y el Monseñor
Papirillo que los va bendiciendo…

El
Mirador

Las lomas y yo somos una misma cosa; si hasta a veces
creo que mis pies son lomas que caminan solos y me ganan el alma
en silencio; y pensar que hay gente que pasa sobre ellas
levantando una gran polvareda sin ni siquiera darse cuenta que ha
pisado la vida; esa vida que es como salir a buscar no sé
qué y llegar a un punto en que todo está lejos de
las manos -como caminar por el medio de una calle-. El mundo
camina por el medio de una calle y no se da cuenta.

Mis lomas son hombres que no se niegan, de espaldas
anchas, de muchas gauchadas, de palabras de ayuda y manos grandes
que dicen: «Somos gente de compartir la estrella y el
silencio».

Ellos hicieron estas esquinas donde uno nunca
está solo del todo y estas veredas que ondulan bajo las
sombras de los árboles y esas sillas de las lomas que
soportan traseros a las puertas de sus casas y una pared siempre
cerca para apoyar una mano abierta.

Yo soy todas las lomas.

Yo soy de los que caminan fijando los ojos en un punto
de la tierra, pensando en los que ya no caminan a mi lado.
¡Ay lomita querida, la más blanca, arbolito de cien
años, casita llena de luces, cancel abierto a los
recuerdos! Una mañana fui a buscarte y no estabas
más. Dejé de caminar sus caminos y se volvieron
extrañas como esa gente a la que uno hace tiempo que no ve
pero algo tira a buscarlas. Lo que me rodea me mira, lo
sé, y por lo bajo, yo ya lo he estado mirando un rato
largo.

Ellos también me llamaron loco, me negaron el
cielo y crecí raíces para adentro -raíces de
acá y de ninguna otra parte- y al fin fui un dios
asesinado por sus burlas y sus piedras. Eran buenos
haciéndome mala cara hasta que me negaron el
saludo.

Así, al caminar por esta orilla metiendo en mi
bolsa caracoles, mi hambre tiene puntas como las estrellas que
están por todas partes brillando, mi hambre sufre y llora
a escondidas hasta ver solo suspensiones de hojas, de hombres de
sueños de ríos, de miradores, de su pelo amarillo
jilguero.

¡Pobre loco!

Muchas veces me he dicho lo mismo en este cuaderno que
no terminaré nunca, lleno de renglones torcidos que me
desvían llevándome a escribir en los
márgenes.

Eristos y
Papirillo

Papirillo parado sobre una piedra alta le gritaba al
río como desafiándolo a salir de su
cauce:

-Por qué te escuché. Acabar con los males
de esta tierra es un trabajo ingrato y además ya es
tarde… ¿A quién culpar? ¿A quién
perdonar?

Dejando mi bolsa de caracoles me acerqué al
cura.

-¿Qué te sucede, religioso?
¿Qué mal te hizo el río?

El religioso me observó desde la piedra
haciéndome sentir pequeño con la distancia que
había entre los dos.

-¿Qué querés loco, saber la verdad
para después anotarla en ese cuaderno que escondés
debajo del brazo? ¡Fuera! ¡Volvé al
Mirador!

Me gruñó.

Resistí su mirada y le dije:

-¡Teólogo! ¿Qué
verdad?

-Todos mis sueños han quedado sepultados en el
gran océano. Mis padres… una mujer… mi juventud…
¿Un cura tiene juventud o nacemos ya viejos para el
mundo…?

Me quedé contemplándolo, mis pies se
hundían en la arena húmeda, la barba me goteaba
como si estuviese derramando lágrimas…

El cura prosiguió:

-Una voz interior me dijo: «Tu futuro está
en el cielo, Papirillo». Yo elevé mi vista sin
comprender y solo vi nubes, pájaros y estrellas, pero no
vi mi futuro; entonces pensé que el cielo debía
estar en otra parte y así fue como me embarqué
hacia esta tierra, trayendo los conocimientos que la voz interior
me había revelado desde arriba.

Yo seguí abriendo la llaga:

-¿Y ella? -le dije mirándolo a él
que a su vez miraba el cielo.

-Ah… Ella era todas las mujeres, pero…
¿qué puede saber un loco de eso? Un loco solo ama
su locura…

Suspiró bajando los brazos acobardado.

Me apoyé en la piedra y acerqué mi rostro
a la sotana del cura inflada por el viento como una
bolsa.

-¡Maldito! ¡Te tragaste mi
vida…!

Le gritó al río y se estiró
queriendo atrapar con sus manos la gran ola que se acercaba,
resbalando en el intento y terminando cubierto por el
agua.

Yo me salvé haciéndome a un
lado.

Papirillo temblaba desnudo a la orilla del río,
como un enemigo apaciguado, esperando que el sol secara su sotana
tendida sobre la piedra.

El fuego del
olvido

El Carpintero de Carreta, arrobado, contempla el tiempo
que no pasa; son horas que lo marcan dentro por cada minuto de
soledad. Su reloj de música una tarde se detuvo en un
duelo que enfrentó cara a cara a sus agujas, oxidadas de
tanto sumar horas y callar quién sabe qué memorias
en su silencio. En un catre hundido por largos cansancios fuma su
cigarrillo negro; sus ojos quedan clavados como señales en
el mapa que traza el techo.

A nadie espera, por eso está tan solo. Un perro
callejero se tiende a su lado como si el hombre fuera su seguro
de vida. En la mesa hay un plato con sobras, una botella de vino
y un pan derrumbándose a migajas sobre la confusión
de pisadas que hombre y animal imprimieron en el piso del
establo.

Este hombre es el recuerdo y no gasta palabras cuando
habla. Tiene manos cubiertas de tallos y un delantal de cuero que
lo obliga a encorvar el cuello como si cargara un palo atravesado
sobre los hombros. Espía la vida de los que pasan
escapando a su pasado, cuando se detienen a reprocharle que
él es el intruso que invade al hombre en el momento menos
esperado del día, el Carpintero responde: -Todos huimos en
una carreta construida por nosotros mismos y buscando
desprendernos la carne de los huesos arrastramos nuestra
cobardía. Todos necesitamos una carreta que nos ayude a
fugarnos de alguna realidad. Hasta un tirano necesita fugarse
¡cuanto más un simple ciudadano! Sin un árbol
donde sombrear sus recuerdos, sin una huella donde hundir su
realidad, sin un cruce donde dudar y detenerse teniendo el poder
de elegir, caminamos sin un reloj de flores que en sus horas de
vida nos enseña un paisaje; soy una memoria semejante a la
de las lomas: guardo los recuerdos de todos por eso me quedo en
el paso anterior a pesar que avanzo con los demás.
Encuentro en el pasado lo que Eristos en su locura, solo que a
él nadie lo juzga porque no tiene memoria quien
perdió la cordura. Todos nos necesitamos y algún
día en el fuego del olvido morirá para siempre el
último Carpintero de Carreta.

Los
próceres

Parecen reales los hombres que hablan sentados alrededor
de una mesa. ¿Qué manos los tramó? En sus
labios inmóviles aún resuenan los ecos de sus voces
muertas. ¿Qué se dicen? Puedo adivinarlo; hablan
del pasado. ¿De qué otra cosa pueden hablar las
estatuas? Uno se ha quedado señalando con su dedo en alto
un cóndor que sobrevuela las altas montañas; otro
mira en su mano un vaso que no bebe y sus ojos buscan los colores
de un cielo azul y blanco casi sin nubes; hosco, malhumorado
otro, fruncidas las grandes cejas amonesta a los bárbaros
urgiéndolos a no perder el tren del tiempo que se desliza
a sus espaldas. No llegan a tocarse, aunque están muy
cerca, solo existen unidos por la mesa sobre la que tienen
estaqueados los codos. Muestran sus perfiles como esos gallitos
de terraza que indican Norte o Sur y que el viento hace girar en
molinete; pero a estos el viento ni los despeina. Ya no miran a
la gente que pasa del otro lado de la ventana y la lluvia les ha
oxidado los trajes sin bolsillos. No los necesitan aquí
donde no hay nada que guardar más que una pose gastada. En
sus vidas ha habido mujeres deformes que los han empujado hacia
estas alturas donde si un pájaro se posara sobre ellos y
comenzara a picotearles las cabezas no harían nada de tan
acobardados que están… están solos, se quejan de
su soledad, condenados en esta estructura de hierro. No pueden
llorar, se volverán desconocidos de tanto mirarse y no
decirse nada y, si alguna vez se tuvieron afecto hoy se puede
vislumbrar el odio en sus caras que amagan con estrellarse. Nadie
se acerca a su mesa y con motivo, tampoco podrán pagar la
cuenta y levantarse, saludar y salir; descubren que no tienen
donde ir y lo peor de todo, que no pueden irse.

La
orden

El Veterano recibió la orden y se la pasó
al Novato, que a su vez, la retuvo en su memoria ávido de
poner en práctica lo que había aprendido en el
curso de entrenamiento.

-¡Métanse adentro!

Ordenó el Veterano obligando a la gente a entrar
por los huecos a culatazos de ametralladora sobre sus
cabezas.

-¿No te dan lástima?

Dijo el Novato.

-¿Lástima? Ya te vas a
acostumbrar.

-Se resisten, no los entiendo.

-Sos nuevo, por eso no los entendés, pero yo que
lo hice toda mi existencia no soportaría estar lejos de
ellos una semana. Esto es mi vida.

-No sé, los veo correr, suplicar, abrazarse a mis
piernas y siento que podría estar mi familia en su lugar;
cada vez que los golpeo es como si golpeara a uno de los
míos.

-Cuando empecé, yo también sentía
así y tenía remordimientos, pero como te digo, te
acos-tumbrás o no servís para el trabajo y
atrás tuyo están los que quieren tu puesto.
¡Lucha de ascensos es nuestra profesión! Hay que
reunir muchos méritos para mantenerse en ella. Si uno
quiere estar de este lado de la alcantarilla.

-¡Ahí quiere salir uno!

-¿Dónde? ¡Marcalo!

-Ahí… ¿Lo ves?

-Sí, lo tengo; le dicen «El Viejo
Luchador», es el más jodido. No se entrega nunca y
azuza a los demás. Pegale vos, que no se
escape.

-No, no me animo, podría ser mi padre…
¡Ese pelo blanco!

-Dejame, hacete a un lado.

La ametralladora se elevó a la altura de su casco
cayendo en culatazo sobre el bulto que intentaba asomarse
hundiéndolo de nuevo en las cloacas.

El Novato siguió cada paso de la escena: el
golpe, el grito desafinado y el desplome final de la
víctima.

Después el Veterano encendiendo un cigarrillo,
contó:

-Hay que tener mucho cuidado, una vez este me
agarró por sorpresa y queriéndose escapar casi me
arranca el pie de cuajo con el filo de una tapa,
¡zafé de milagro! -caminó un poco
mostrándole como rengueaba-. Eso me enseñó a
no acercarme demasiado ni a confiar en sus lágrimas… Hay
que ser duros, al menos mientras estamos cumpliendo con nuestra
obligación. Después uno llega a la casa, lo espera
la mujer, los hijos… y en parte se te olvida.

-¿En parte?

-Sí, acá conocí a varios que cuando
miraban para abajo a sus pies veían a los que
habían matado y no sabían cuando eran reales y
cuando no. Era como si el recuerdo los persiguiese a todos lados,
¿te imaginás?

-¿Un muerto persiguiéndome?

-Imposible, ¿verdad? Pero los que te digo
vivían acosados en sus sueños a tal punto que al
llegar acá no sabían donde estaban
parados.

-¿Y qué les pasó?

-¿Quién sabe? Se entregan a las manos de
los doctores de la mente, pero cuando ellos no pueden hacer nada,
nadie puede. Son arrastrados por sus fantasmas hasta el
aniquilamiento y por último, nada…

-¿Nada?

-Ni rastros de ellos…Vos ahora sos joven, tenés
el uniforme limpio sin manchas, yo lo tuve una vez cuando me
decidí por esta carrera. Los anuncios decían:
«La patria lo necesita».

-¿Y te atrapó como a mí?

-Al principio uno se cuida el uniforme, los primeros
rangos, las botas impecables, pero acá en las calles todo
es distinto… uno se achancha, empieza a sentir odio,
resentimiento, no se reconoce ni a sí mismo.

-¡Mirá, tengo sucias las manos!

-No es nada. Tomá, limpiate con este trapo. No te
preocupes. ¡Ya vas a ver! Ellos no tienen la culpa y
nosotros tampoco.

Cuadros del
agasajo

En el salón de agasajos de la Casa Negra se
encuentra Mister Black, vestido con elegante traje a cuadros de
diez colores y llevando su bastón de mando apretado en la
mano. En tanto uno de los sirvientes lo corre detrás
sosteniéndole el espejo para que el que es «todo un
representante del pueblo», se acomode en un último
toque su fina corbata de seda.

Los agasajados son dos viejos amigos llamados Oligarzo y
Despotín, que arribaron la noche anterior. Su
comportamiento es extraño y por momentos se muestran
temerosos e inquietos como si esperaran un golpe, nunca se quedan
demasiado tiempo en un lugar y andan por la vida como
nómadas, llegan y se van, como en un sueño que
siempre termina en pesadilla.

En estos momentos caminan junto a Mister Black, que
está en su apogeo y en honor a ellos reunió a toda
una serie de personajes.

Black, convida a sus agasajados a servirse de su
mesa.

-Amigos, siempre es útil y provechoso andar bien
con los que tienen el capital y manejan las empresas.

Dice Black tomando la palabra. Oligarzo se
extraña:

-Pero si vos querés, podés encargarte de
las empresas y tener todo el capital.

Black confiesa, acercándose a los oídos de
ambos.

-Amigos, yo quiero tener esclavos, no ser
esclavo.

-¿Y esos dos de clase media y baja que invitaste?
-señala Despotín.

-Solo para disimular. A mí solo me interesa la
clase alta. Ya que hay diferencias aprovecho las
mejores.

Responde ventilando las manos.

Despotín murmura.

-A nosotros nos gustaría gobernar algún
pueblo.

-Si las cosas siguen así y no me defraudan,
pienso nombrarlos gobernadores de alguna de mis
provincias.

-Como diría Papirillo, ¡ese día
colgamos la sotana!

Ríe Oligarzo, entendiendo que hablan los tres un
mismo idioma.

Alto, Bajo y Mediano son los primeros en llegar. Estos
dos últimos llenos de asombro gatillan miradas por todos
lados tratando de retener los inalcanzables lujos que muestra el
agasajo y mientras recorren el salón, Alto,
dirigiéndose a ellos tose llamando su
atención.

-¿Qué les parece mi traje nuevo? tela
importada. ¿Ustedes tienen traje de tela
importada?

Modela para ellos.

-No, el mío no es de tela importada, pero es un
traje, no?

Dice Mediano, ajustándose las solapas frente a
Bajo que encoge los hombros.

-¡No! ¿Con qué?

Alto hamaca su cabeza con pena y agrega.

-Y qué se le va a hacer, yo te comprendo,
Bajo.

Éste lo enfrenta.

-¿Comprendés qué?

Alto sin perder su altura susurra.

-Hay diferencias…

Bajo se exalta.

-¿Diferencias? ¡Qué injusticia! Si
al final cuando nos llega la hora tenemos que dejarlo todo y nos
vamos igualitos.

Termina planchando sus dos manos en el aire.

-Pero vivirlo valió.

Sostiene Alto.

-Para el que lo vivió -contesta Mediano y
continúa-. Pero yo igual estoy conforme, tengo una
casita… no soy tan Alto como usted, ni tan Bajo como
algunos.

Alto les palmea los hombros y los consuela.

-No se amarguen, están privados de algunas cosas
pero de otras no, ¡claro! no pueden comprar un traje como
este que me hice hacer en mi último viaje a Europa… A
propósito, ¿conocen Europa?

-¿Yo? que esperanza… -dijo Bajo,
clavándose sus dos manos en pico sobre el
pecho.

-No, tanto como Europa no, apenas para comer todos los
días y salir por acá -justifica Mediano.

-Yo ni para eso, ¡y cómo trabajo!
¿Eh? -arguye Bajo y provoca una escena incómoda al
subirse la camisa y mostrar su lomo quemado por el sol a Alto,
que huye rojo de vergüenza frente a sus iguales y mira de
reojo el cuadro, atinando a decir:

-Lo compadezco, lo compadezco… pero no todos podemos
ser iguales.

Bajo, mientras se acomoda la camisa dentro del
pantalón pregunta:

-¿Y por qué?

Ya restablecido Alto, dice:

-Es obvio, yo soy un señor, y usted…
ejem…

Con un empujón que espanta a Alto, Bajo lo
increpa:

-¿Qué me quiere insinuar? ¿Cree que
porque no tengo su plata soy un parásito?

Mediano trata de separarlos.

-Siempre peleando ustedes dos, no discutan, no discutan
más.

Bajo busca que Mediano lo escuche.

-¡Este se cree que es más que yo porque
viajó a Europa!

Y volviendo sobre Alto, desafiante.

-Recuerde que el traje no hace al hombre; que usted
viaje y yo no, no demuestra quién es más hombre de
los dos!

Finaliza su discurso apabullando los oídos de
Alto, que lo pantalla de su lado.

-¡Bueno! no es para tanto, tarde o temprano tiene
que reconocerlo, mi hijo estudia en escuela privada y se prepara
para vivir en el mundo de la gente altiva. No sé
cómo estarán los suyos…

Mediano, mientras tiene sujeto a Bajo,
cuenta:

-Mi hijo no estudia en escuela privada, pero yo lo mando
a la estatal y con el tiempo podrá ocupar un lugar
más arriba del que yo estoy y, quién le dice, hasta
se codee con su hijo.

Sonríe tímidamente.

-¿Con mi hijo?

Se incomoda Alto, que mira las arañas del
techo.

Bajo, ya calmado y sin poder eludir el turno, en tono de
confesión expone:

-Que suerte tienen sus hijos, en cambio el mío
trabaja para ayudarme con los gastos de la casa, ¡yo no
puedo solo! -acaba su relato afligido.

-¡Y claro su sueldo no le alcanza! -se dijo Alto
para si; agregando: -Dígame, Bajo, ¿qué
haría si tuviera toda mi plata?

Tentado por la proposición, Bajo
sueña:

-¿Si tuviera su plata…? Viajaría, me
compraría trajes importados, mandaría a mis hijos a
escuelas privadas, tendría empresas y obreros bajo mi
mando…

Alto lo corta.

-En una palabra, usted haría lo mismo que hago
yo. ¡Entonces para qué protesta!

Bajo que se acomoda el físico ahora trata de
evadirse.

-Y… entienda, yo…

El diálogo se corta cuando los tres hombres
llegan al otro extremo del salón, donde se encuentra
Mister Black, Oligarzo y Despotín. El primero saluda a los
invitados.

-¡Mi estimado Don Alto! ¡Cada día lo
veo más arriba!

Apretándolo en un abrazo.

-Puedo y construyo.

Se sostiene Alto.

-¡Excelente! Y usted, ¡cómo se
conserva Mediano!

Le da la mano a distancia.

-Me cuido, me cuido con lo que tengo -se da su lugar
Mediano.

-¡Hay que invertir más! Tú no has
cambiado en nada, Bajo.

Lo mira fugazmente.

-Es una lucha la vida, una lucha…

Se justifica Bajo.

-La eterna impotencia.

Dice Black a Oligarzo en el oído y, viendo que
todos están donde deben, presenta a sus enigmáticos
amigos y cada uno después toma un lugar en la
fiesta.

Papirillo hace su entrada en el salón de agasajos
y enseguida los concurrentes se lanzan sobre él como una
jauría de chicos golosos sobre una bolsa de caramelos,
formando un círculo para que endulce sus vidas con unas
palabras.

Una mujer se adelanta a besarle las manos y a
saludarlo.

-Buenas noches, ¡Padre
Santísimo!.

Papirillo, al reconocerla, la reprende:

-A ti no te he visto últimamente por la
iglesia

Ella se excusa.

-Es que estuve ocupada con la comisión de damas
patriotas.

-¡Ay! Yo, Padre, un día de estos quiero
confe-sarle mis pecaditos -exclama una cuaren-tona.

-No se avergüencen, ¡todos somos humanos!
-responde el cura y tocando sus almas hace la señal de la
cruz sobre sus cabezas inclinadas.

En un rincón del agasajo reunidos casi en
secreto, Alto, Oligarzo y Despotín, echados en modernos
sillones individuales, cada uno con una copa en la mano y los
rostros en sombras comienzan un diálogo en el que el
primero interroga.

Partes: 1, 2, 3

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