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La literatura cubana de la frustración (1902-1925)




Enviado por Ramón Guerra Díaz




    La literatura de la frustración (1902-1925) –
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    Resumen

    La literatura que se escribe en los primeros
    veinticinco años de la república, está
    caracterizada por el tono pesimista de una generación que
    acepta el fatalismo político de la injerencia
    norteamericana y trata de reflejar en su obra la fractura social
    y política que vive el pueblo cubano, que vive el
    tránsito de la heroica guerra por la independencia a la
    República mediatizada, con poco de independencia y mucho
    de neo-colonia.

    La frustración de los anhelos independentistas de
    los cubanos por causa de la injerencia yanqui provocó el
    acento desilusionado y amargo que predomina en la literatura de
    esta primera generación republicana y los creadores
    concurrentes de otras generaciones que aceptaron el fatalismo,
    aunque con frecuencia en sus obras se mostraban destellos de
    rebeldía.

    A estos creadores las preocupaciones políticas no
    le eran ajenas y la expresan con una carga de ironía,
    sarcasmo y derrotismo que toman como blanco a los
    políticos que gobiernan al país, acusándolos
    en muchos casos de la situación que imperaba. Sus
    vehículos expresivos parecen tener una preferencia por la
    poesía y la narrativa. La primera en su versión
    romántica finisecular y el modernismo atemperado; la
    narrativa como testigo testimonial de la situación social
    del momento, valiéndose sobre todo del realismo
    naturalista de corte francés.

    Al decir de Cintio Vitier: "Toda la poesía de
    la república nos da la impresión de un profundo
    cansancio. Las cuerdas mejores se han roto; las que quedan suenan
    flojas o destempladas. Las energías líricas del
    país, reflejo del estado del alma nacional, parecen
    agotadas"[1]

    Para los poetas de generaciones anteriores el tema
    patriótico sigue siendo el principal punto de
    inspiración, marcado por la frustración de su
    tiempo y ajeno a los muchos elementos formales del modernismo.
    Entre ellos sobresale Bonifacio Byrne (1861-1936) autor de los
    conocidísimos versos, "Mi bandera", que simboliza la
    poesía del momento, cargadas de rebeldía de su
    generación, inflada de patriotismo y con un leve tono de
    tristeza por el resultado de la revolución
    independentista:

    "Si desecha en menudos pedazos/Llego a ver mi bandera
    algún día/ Nuestros muertos alzando los brazos/ La
    sabrán defender
    todavía"[2]

    Enrique Hernández Miyares (1859-1914), sigue
    haciendo la poesía romántica que desde fines del
    siglo XIX le caracteriza, aunque juega un importante papel
    aglutinador en sus tertulias literarias y desde las
    páginas de la revista, "La Habana Elegante".

    La joven generación republicana, influida por
    este grupo de poetas anteriores y lastrados por el mismo
    problema, da a conocer su poesía, coqueteando con el
    modernismo en algunos casos, pero definitivamente
    románticos. Su primera manifestación como grupo fue
    la antología, "Arpas Cubanas" (1904), cuaderno de
    irregulares valores poéticos, en el que se agrupan 29
    autores de los que escriben por esa época, algunos de
    ellos creadores líricos ocasionales. Los patrocinadores
    fueron los jóvenes José Manuel Carbonell y
    Francisco Díaz Silveira, junto al veterano Enrique
    Hernández Miyares.

    "Arpas Cubanas", es un muestrario de la lírica
    del momento, donde están poetas de la generación de
    fines del siglo XIX como, Ricardo del Monte, la
    puertorriqueña Lola Rodríguez del Tio, Mercedes
    Matamoros, Aurelia del Castillo, Nieves Xenes, Enrique
    Hernández Miyares, Bonifacio Byrne, junto a jóvenes
    poetas como, René López, Dulce María
    Borrero, Francisco Díaz Silvestre, Fernando Zayas,
    José María Collantes, José Manuel Carbonell,
    Esteban Fontecuevas, Durvaldo Salom y Ramiro Hernández
    Portela, entre otros.

    Esta nueva generación poética asimila
    formalmente el modernismo, pero la esencia íntima y
    evasiva del mismo está muy lejos de ellos, estimulados
    aún por los fulgores de la gesta patriótica, y
    dolidos por el resultado burlesco de la Revolución
    Frustrada.

    René López (1882-1909) es el más
    importante de estos poetas de la primera generación
    republicana, su sensibilidad lo lleva a dedicarse por entero a la
    poesía apareciendo sus poemas en diversas publicaciones
    habaneras, no editó libros. Es el poeta de esta
    generación que más se acerca a Julián del
    Casal, sus temas predilectos, como los de todo modernista,
    están referido a los viajes exóticos, la
    melancolía y a los retratos ideales. Su vida breve y
    desordenada marcó su lírica, la mejor de esta
    generación.

    Dulce María Borrero (1883-1945), se caracteriza
    por el intimismo de sus poemas y la expresión de sus
    sentimientos más puros. Versos refinados y de influencia
    modernista, que no dejan de ser románticos en la
    descripciones pictóricas, la evasión y el
    preciosismo. Su poemario, "Horas de vida" (1912) recoge lo mejor
    de su lírica.

    Francisco Javier Pichardo (1873-1940), hizo
    poesía de temática cubana, sobre el paisaje, las
    costumbres y la situación social, sin grandes pretensiones
    formales. En algunos poemas se ve la influencia parnasiana, pero
    siempre vuelve a los temas de la tierra. En 1908 publicó
    su único poemario, "Voces nómadas", pero
    individualmente son muy conocidos sus poemas: "La Carreta", "La
    Siesta", "Silva Cubana", "Paz Agreste", "La Canción del
    Labriego" y "Angelus", todos sobre temas del paisaje, las
    costumbres y las inquietudes sociales.

    Manuel Serafín Pichardo (1863-1937), se aproxima
    al modernismo en versos que tratan los temas nacionales.
    Sobresalen sus poemas: "El Gallo", "Ofelidas" y "Soy
    Cubano".

    Federico Urbach (1873-1932), único sobreviviente
    del círculo cercano a Julián del Casal,
    permaneció fiel al modernismo, alcanzando una
    poesía de gran sensibilidad que en su poemario,
    "Resurrección" (1916) obra de su madurez literaria. En
    este cuaderno emplea una amplia gama métrica con
    predominio de los versos alejandrinos; en los que manifiesta un
    cambio con respecto a su poesía anterior, con un tono
    optimista, lleno de fe, algo desconocido en él hasta
    entonces.

    Otros poetas del período lo fueron, Gustavo
    Sánchez Galárraga (1893-1934), de mucha popularidad
    en el período por su poesía pintoresquista, mucha
    de ellas musicalizadas y muy populares; Hilarión Cabrisas,
    Felipe Pichardo Moya, Guillermo de Monteagú, Manuel Lozano
    y los hermanos, Francisco y Fernando Llés, entre
    otros.

    Regino Boti caracterizó esta poesía del
    primer período republicano resumiéndola en
    "(…) declamaciones neorrománticas, cositas en
    versos a lo Becquer, pseudos filosofía rimada a lo
    Campoamor"[3]

    Fuera de La Habana se desarrollan grupos literarios de
    orientación básicamente poéticas, que
    serán los que darán un impulso renovador a la
    poética cubana, tratando de sacarla del marasmo
    finisecular. Se muestra muy activos los grupos formados en
    Matanzas y en la antigua provincia de Oriente, principalmente
    Manzanillo y Santiago de Cuba. En el resto del país, las
    inquietudes literarias se dan alrededor de una figura o una
    publicación, con una tónica similar a los
    cenáculos habaneros.

    Algo distinto pasa en las tres ciudades mencionadas a
    partir de la segunda década del XX: Matanzas con su larga
    tradición literaria, tenía en Byrne un patriarca
    promotor, sirviendo de inspiración al grupo de
    jóvenes que se nuclean alrededor de la revista, "El
    Estudiante", dirigida por Plácido Martínez.
    Allí están los hermanos Llés, Mariano
    Alvadalejo, Hilarión Cabrisas y sobre todo el joven poeta
    Agustín Acosta. También formaron parte de este
    grupo, Miguel A. Macu y el filósofo Medardo
    Vitier.

    Agustín Acosta (1887-1979), es uno de los
    renovadores posmodernista en Cuba, aunque con la
    moderación propia de quien no rompe con las influencias
    que le son cercanas. Su poemario, "Alas" (1915) es una
    presentación de su poesía modernista desfasada,
    hecho con sencillez sentimental, filosófica y cargada de
    un gran fervor patriótico. En su segundo libro,
    "Hermanita" (1923) se acentúa su filiación a la
    sensibilidad que desarrollará en obras posteriores,
    aún sin apartarse del rebuscamiento modernista de los
    primeros tiempos.

    En Santiago de Cuba se desarrolla el más
    importante grupo de renovación poética. Ciudad con
    tradición y arraigo intelectual, centra su ambiente
    intelectual alrededor de hombres de letras, periodistas en su
    mayoría, como Emilio Bacardí Moreau, Desiderio
    Fajardo Ortiz, Joaquín Navarro y Alberto Dubai, quienes
    animan publicaciones y tertulias.

    En la revista, "El Pensil" colaboran Regino Boti,
    José Manuel Poveda, Luis Felipe Rodríguez y Armando
    Leyva, ellos promueven un afán renovador, conscientes de
    cambiar los valores estéticos principalmente en la
    poesía.

    Este clima cultura en la región sur-oriental,
    estimula la aparición de publicaciones como,
    "Renacimiento", "Orto" (Manzanillo), "Oriente Literario",
    "Bohemia", "Revista de Santiago", "Chic" (Guantánamo) y la
    página cultural dominical del diario santiaguero, "Cubano
    Libre" Fueron muy importantes las tertulias que se
    producían en la capital oriental, principalmente la que se
    realiza en casa del dominicano Sócrates Nolasco,
    frecuentada por José Manuel Poveda, Ángel Alberto
    Giraldo, Fernando Torralba, Luis Vázquez de Cuberos,
    Enrique Gay Carbó, José Jerez Villareal,
    etc.

    En estas tertulias surgen los dos renovadores de la
    lírica cubana de principios de siglo, Regino Boti y
    José Manuel Poveda.

    Regino Boti (1878-1858) da la clarinada de la
    posmodernidad con su cuaderno, "Arabescos Mentales" (1913), libro
    transicional en el que aparecen aún poemas
    románticos y modernistas de tendencia parnasiana, pero
    también poemas de una inclinación expresa de
    imágenes rápidas y muy plásticas. En el
    poemario está ausente el sentimentalismo republicano y la
    plañidera y estéril lamentación por la
    frustración, sustituida ahora por la opulencia verbal y la
    evasión de toda referencia a las circunstancias
    políticas mediatas, en un esfuerzo por desarrollar las
    estéticas posmodernistas contemporáneas.

    La crítica habanera mostró disgusto e
    ignorancia ante la poesía de Regino Boti, quizás
    demasiado cerebrales, pero con mucho, superior a la poesía
    de los mediocres y desfasados románticos predominantes en
    la isla.

    Su segundo libro, "El mar y la montaña" (1921),
    es definitorio y maduro, ya no solo es poesía modernista
    con predominio de las preocupaciones por lo bello, o el exotismo
    verbal y temático, es además un acercamiento
    intimista al yo, donde lo sentidos van desgranando las vivencias
    personales con alta elaboración formal.

    Es un poemario precursor, pensado, de mucha actualidad y
    acercamiento a la vanguardia, donde pueden descubrirse "atisbos
    cubistas y surrealista". Abundan los poemas cortos con una carga
    de significado, como en blanco y negro, sin rodeos pintoresquitas
    que reflejan su mundo y desilusiones.

    Regino Boti es el poeta más importante del
    movimiento renovador, en su obra están presentes las
    preocupaciones filosóficas, las observaciones y
    disquisiciones sobre la naturaleza, lo erótico, la
    complacencia en el arte y ante todo una fuerte tendencia de
    reafirmación individual. Se divorcia de las circunstancias
    que le son adversas, las ignora y se levanta por encima de ellas
    para hacer la mejor obra poética del período, hasta
    que cansado de luchar contra la mediocridad de su tiempo, se
    refugia en su arte y en el silencio.

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    José Manuel Poveda (1888-1826), acompaña a
    Boti en este afán consciente de cambiar la poesía
    de su época. Solo publicó un libro, "Versos
    Precursores" (1917), precursores en realidad de los nuevos rumbos
    de la lírica cubana y para muchos la obra más
    lograda de los posmodernistas en la isla. La poesía de
    vanguardia posterior a él lo tiene entre sus antecedentes,
    presente en la diversidad formal y temática, desde la
    evasión purista a los que buscan poesía de
    circunstancia inmediata; desde la ironía, a la
    poesía social y negrista.

    En su obra se destaca su personalidad, su
    propósito renovador, de alejarse de los lugares comunes y
    fáciles en el léxico. El empleo de un vocabulario
    poco usual, de alusiones mitológicas, dan el
    carácter de novedad a su libro. Su modernismo lo afirma,
    su afán de individualidad, su esteticismo y los temas que
    trata. Su poesía que quiso saltar sus circunstancias, se
    convierte en reflejo de ella, siendo, como ningún otro el
    representante de la frustración republicana.

    Desarrolló además una labor
    periodística importante en cuanto a la teorización
    de la renovación que encabeza junto a Boti y que
    profundizó hasta el punto de convertirse en el reflejo
    decepcionante de una clase, la mediana burguesía mestiza,
    del interior del país, imposibilitada de desarrollarse,
    sumida en la mediocridad y arrinconada por las circunstancias
    políticas e históricas en las ciudades del
    interior, lejos de todo protagonismo, mucho más
    después de la gran represión de 1912 contra los
    negros y mestizos.

    En Manzanillo se desarrolla un núcleo importante
    denominado, "Grupo Literario de Manzanillo", que se mantuvo
    durante varias décadas, a lo que contribuyó mucho
    Juan Francisco Sariol (1888-1968), editor, dueño de una
    imprenta, "El Arte", quien edita la revista "Orto" a partir de
    1912 y funda la "Colección José
    Martí"

    De este grupo formaron parte, Elpidio Sánchez,
    Julio Girona, Alberto Aza, Ángel y Braulio Cañete
    Vivó, Nemesio Lavié, Rogelio González,
    Miguel Galiano, y Manuel Navarro Luna. José Manuel Poveda
    vivió en Manzanillos los últimos años de su
    vida

    Manuel Navarro Luna (1894-1966), inicia su trabajo
    literario en Manzanillo donde vivió toda su vida,
    allí publica sus primeros libros de versos, "Ritmo
    doliente" (1919) y "Corazón adentro" (1920), caracterizado
    por el intimismo de su poesía, que irá
    evolucionando hacia un compromiso social militante, que le
    acompañará el resto de su vida.

    En Santa Clara, Ramón de la Paz publica la
    revista literaria, "Luz" (1909), alrededor de la cual se
    desarrolla un amplio movimiento de colaboradores, no solo
    villareños, sino orientales y matanceros.

    A fines de la década del veinte el posmodernismo
    había perdido fuerza en Cuba, pese a esos dos formidables
    poetas, Boti y Poveda, aplastados por la mediocridad del ambiente
    cultural republicano de los primeros años.

    Los narradores fueron más directo al enfrentarse
    al fenómeno de la frustración republicana, sin los
    poetas lamentaban plañideramente, refugiándose en
    los temas patrióticos y nacionales, los prosistas
    decimonónicos que creaban en este período se valen
    del realismo y el naturalismo para presentar los temas de
    épicos de la contienda aún cercana y las nuevas
    generaciones fustigan los males de la república, a los
    politiqueros que hacen de ella un negocio y de trasfondo se
    refieren a la injerencia yanqui, omnipresente, paternalista y
    desconocedora de nuestra nacionalidad.

    Emilio Bacardí (1844-1922) presenta un cuadro
    épico de la guerra de independencia en su novela,
    "Vía Crucis" (1910), donde el costumbrismo está
    presente junto a los cuadros de gesta. En 1916 publica su novela
    histórica, "Doña Giomar", un esfuerzo por dar una
    imagen verídica de la época de la conquista, aunque
    se queda en el pintoresquismo, pese a sus bases históricas
    sobre la que está escrita la novela.

    Tomás Jústiz del Valle (1871-1959),
    escribió una novela basada en el tema de la guerra
    independentista, "Carcajadas y sollozos" (1906), con una endeble
    construcción de personajes, tramas poco creíbles y
    en ocasiones forzadas; en 1912 publica una segunda novela, El
    suicida" de similares características.

    Álvaro Iglesias (1859-1940), se dedico a escribir
    novelas de corte romántico, semejantes a los folletines de
    moda en el siglo XIX. A principios del siglo da a conocer sus
    novelas "Amalia Batista" o "El último danzón"
    (1900); "Una boda sangrienta" o "El fantasma de San
    Lázaro" (1900); "Pepe Antonio (1903), "Adoración"
    (1906) y tres tomos de "Tradiciones Cubanas": "Relatos y
    Retratos" (1911), "Cuadros Viejos" (1915) y "Cosas de
    Antaño" (1917).

    El ya conocido Raimundo Cabrera (1852-1923) publica tres
    novelas de tema social: "Sombras que pasan" (1916), "Ideales"
    (1918) y "Sombras eternas" (1918), con estilo muy sencillo y
    llenan de recuerdos personales con similar estilo al que utiliza
    en su periodismo.

    Otro periodista que incursiona en la novelística
    es, Luis Rodríguez Émbil (1879-1954) con su obra,
    "La insurrección" (1910), de tema épico y algunas
    reminiscencias del costumbrismo romántico, llena de
    cubanía y exaltaciones patrióticas. También
    incursiona en la cuentística con dos volúmenes
    publicados en este período: "Gil Luna, artista" (1908) y
    "La mentira vital" (1920).

    El joven José Antonio Ramos (1885-1943), presenta
    credenciales como prosista con su primera novela, "Humberto
    Fabra" (1909), dentro del estilo naturalista, aunque sin la
    terminación de la obra madura.

    La narrativa de este período tuvo en Jesús
    Castellanos (1879-1912) su mejor creador, dotado de una prosa
    modernista y con una gran cultura, Castellanos puso su talento en
    función de su obra. Escribió novelas de tesis
    político-social como, "La conjura" (1908), "La manigua
    sentimental" (1910) y "De tierra adentro" (1914). Iniciador de la
    cuentística de tema cubano con su volumen, "De tierra
    adentro" (1906), acercándose a los temas del hombre de
    campo visto desde una óptica esteticista.

    "La conjura", es la novela de la frustración, en
    ella como en ninguna otra se respira la atmósfera
    derrotista de la intelectualidad y la clase media, impedida de
    desarrollarse, opuesta al entreguismo de los privilegiados y al
    mismo tiempo, temerosa y distante de las clases populares, que
    consideran diferente. Ese es su drama, reflejado crudamente en
    esta breve novela de Jesús Castellano.

    Luis Felipe Rodríguez (1884-1947) fue el primer
    narrador que se propuso expresar la manera de pensar y sentir del
    campesino en este primer cuarto de siglo, sin afeites
    costumbristas o bucólicos. Su primera incursión en
    la novela fue con una narración satírica,
    "Cómo opina Damián Paredes" (1916), en el que con
    una sucesión de cuadros de la vida en "Tontópolis",
    muestra la decepción del protagonista por la vida urbana,
    decidiendo mudarse para el campo por ser, "el sudor y la
    angustia del hombre, la santa afirmación de nuestra vida
    nacional"[4]
    "La conjura de la
    ciénaga" (1924), la más lograda de sus novelas de
    ambiente campesino y su libro de cuentos, "La pascua de la tierra
    natal" (1927), donde recopila relatos publicados en la revista
    Orto de Manzanillo y otras publicaciones de la
    época.[5]

    La madurez de la novela social cubana llega con Carlos
    Loveira (1882-1928), quien en el breve período de su vida,
    tras una intensa vida escribe sus novelas: "Los inmorales"
    (1919), "Generales y Doctores" (1920), "Los ciegos" (1923), "La
    última lección" (1924) y "Juan Criollo" (1928). En
    su obra está la República de utilería y los
    problemas de la sociedad poscolonial, todo esto devenido en
    sátira político-social que alcanza su
    culminación con "Juan Criollo", cuadro de la
    evolución social cubana en la transición de colonia
    a república.

    La novela, "Generales y Doctores", causó
    sensación en los medios intelectuales cubanos, por la
    actualidad del tema y el ataque abierto a los que medraban tras
    un grado militar, ganado en la manigua o un título
    universitario. Además de los antológicos cuadros
    del ambiente republicano, descrito con gran realismo. Loveira no
    era un escritor de estilo depura, ni de muy cuidadas formas, pero
    la fuerza que alcanzan sus denuncias le dan validez a su obra,
    como reflejo social.

    El médico Miguel del Carrión (1875-1928),
    crea la novela psicológica cubana, con personajes
    construidos con gran verismo, influido por el naturalismo
    francés. Para él lo más importante son los
    personajes, por lo que es minuciosos en su descripciones,
    sobresaliendo en la construcción y narración de
    personajes femeninos. Su obras más conocidas fueron: "La
    última voluntad" (1903), "El milagro" (1903) y su famoso
    binomio, "La honradas" (1918) y "La impuras" (1919), para cerrar
    con su novela inconclusa, "La Esfinge".

    "Como en Zola, a cuyo naturalismo adscriben sus
    obras los novelistas más importantes de este
    período, Loveira, el médico Miguel del
    Carrión, describen la decadencia social de su patria como
    un proceso de incurable degeneración, y esta amargura
    contagia las primeras producciones de los autores más
    jóvenes como José Antonio Ramos y Luis Felipe
    Rodríguez"[6]

    Otro narrador cubano importante fue Alfonso
    Hernández Catá (1885-1940), formado fuera del
    ambiente socio-cultural cubano, respondió a moldes
    más cosmopolitas, pero con un preciso y buen estilo de
    narrar que lo hacen el favorito de determinado público
    culto en Cuba. Aunque vive fuera del país, mantiene el
    vínculo con la isla y en sus cuentos se mantiene una
    calidad superior a la media de los prosistas cubanos del momento.
    Publicó mucho y en diferentes géneros, alcanzando
    una mayor calidad en la novela y el cuento, con una prosa de
    corte modernista llevada con oficio y reflejo de la gran cultura
    que poseía.

    Entre sus principales obras están, "Cuentos
    pasionales" (1907), "Novelas eróticas" (1909), ambos
    volúmenes de relatos; sus novelas, "Pelayo
    González" (1909) y "La juventud de Aurelio
    Zaldívar" (1911); además de sus cuentos recopilados
    en varios volúmenes, siendo los más significativos,
    "Los frutos ácidos", "La muerte nueva" (1922), "Fuegos
    fatuos" (1924) y "Piedras preciosas" (1924).

    "El éxito real de Hernández
    Catá, (…) revela la existencia de un público
    satisfecho de alta y pequeñaburguesía, compuesto
    sobre todo por señoras capaces de descubrir sus propios
    sobresaltos espirituales en aquella literatura que tan
    discretamente negaba las buenas intenciones del adulterio y la
    impiedad"[7]

    Renglón aparte para Juan Manuel Planas
    (1877-1963) cultivador de la novela científica, que hoy
    llamaríamos de ciencia ficción, hombre de ciencia
    de amplia cultura que en 1920 debuta en las letras con su novela,
    "La corriente del Golfo", con la cual se inicia el género
    de ciencia ficción en Cuba. También es este
    período escribió, "La cruz de Lieja" (1923), dentro
    del mismo género. A lo largo de su vida continuó
    publicando profusamente en la prensa, además de escribir
    novelas y relatos del mismo género.

    El panorama de la prosa en estos años se completa
    con Miguel de Marcos (1894-1954), autor humorista que se da a
    conocer con, "Cuentos nefandos" (1914); Jesús Masdeu
    (1887-1958), escribió "La raza triste" (1920), novela en
    la que asume la defensa de la población negra de la isla
    frente al sistema racista, proponiéndose reconstruir las
    vicisitudes y penalidades que esta sufría en las primeras
    décadas de la república.[8] Gustavo
    Robreño, dramaturgo que incursionó en la
    novelística con, "La acera del Louvre" (1925); Mario
    Muñoz Bustamante (1881-1921), Miguel Ángel de la
    Torre (1884-1930), Guillermo Montegú (1881-1952),
    Jesús J. López (1889-1948) y Arturo Montori
    (1878-1932).

    Como en las anteriores géneros la prosa reflexiva
    tiene su primer impulso en el siglo XX de parte de la
    generación de entre siglos, que tiene en el ensayo a
    figuras de gran calidad como: Enrique José Varona, Manuel
    Sanguily, Enrique Piñeiro, Esteban Borrero, Justo de Lara,
    Emilio Bobadilla, Manuel Marquez Sterling, entre otros, que
    continúan trabajando la crítica literaria y el
    periodismo.

    Enrique José Varona continúa desarrollando
    una brillante labor ensayística que recopila en dos
    volúmenes, "Desde mi bervedere" (1907) y "Violetas y
    ortigas" (1917). En él las preocupaciones
    ideológicas ocupan el primer plano, caracterizadas por la
    mesura y serenidad, sin obviar la solidez de las
    formas.

    Será el año 1910 el que marque el nuevo
    impulso de la prosa reflexiva cubana, tanto de temas literarios,
    como de crítica en general, en esto tuvo mucho que ver la
    creación ese año de la Sociedad de Conferencias de
    La Habana, creada por un grupo de intelectuales jóvenes
    que pretendían impulsar el desarrollo cultural de Cuba,
    poner al país a la altura de las ideas
    contemporáneas y divulgar las nuevas ideas a través
    de conferencias impartidas por prestigiosas figuras cubanas.
    Presidieron esta sociedad los jóvenes escritores,
    Jesús Castellanos y Max Henríquez Ureña
    (1885-1968), teniendo entre sus disertadores a Enrique
    José Varona , Manuel Sanguily, José María
    Chacón y Calvo, Jesús Castellanos, Max
    Henríquez Ureña, Emilio Roig de Leuchsering, Juan
    Gualberto Gómez, Rafael Montoro, Evelio Rodríguez
    Ledián, entre otros. Los organizadores conformaron varios
    ciclos de conferencias: "Poetas extranjeros y
    contemporáneos", "Figuras intelectuales de Cuba" y el
    importantísimo ciclo sobre "Historia de Cuba", que
    alcanzó una mayor repercusión por los temas
    abordados y los conferencistas, en su mayoría
    protagonistas de la guerra por la independencia.

    Las conferencias se publicaban en la prensa y en
    ocasiones en folletos independientes, lo que hizo aumentar la
    influencia de la Sociedad de Conferencia que pudo mantenerse
    hasta 1915. No obstante la influencia de la institución
    hizo que surgieran proyectos similares en Santiago de Cuba,
    Matanzas y Santa Clara.

    De una mayor trascendencia fue la creación de la
    revista "Cuba Contemporánea" (1913-1927), en cuyas
    páginas escribieron los más relevantes
    intelectuales de la república, tratando temas que
    interesaban y preocupaban a esta generación. Su primer
    director fue Carlos Velasco (1884-1923), pasando luego al cargo
    Mario Giral Moreno, hasta 1920.

    La publicación abordó ampliamente los
    temas políticos y sociales de Cuba, por las más
    prestigiosas plumas del momento en el país y tratando de
    poner a la cultura cubana a la altura de sus
    contemporáneos latinoamericanos. Escribieron para "Cuba
    Contemporánea", José María Chacón y
    Calvo, Emilio Roig, Alfonso Hernández Catá, Enrique
    Gay Carbó, Bernardo G. Barros, Francisco González
    del Valle, Max Henríquez Ureña, Dulce María
    Borrero, Sixto Sola, Julio Villoldo, Luis Rodríguez Embil,
    Carlos Loveiras, Arturo Montori, José Antonio Ramos, entre
    otros.

    La primera generación de ensayistas republicanos,
    expresan una profunda e inteligente preocupación por los
    problemas de su tiempo, influidos en mucho por el uruguayo
    José Enrique Rodó, que tuvo en Fernando Lles
    (1883-1949) y Emilio Gaspar Rodríguez (1889-1939), a
    notables seguidores que abogaban por la creación de una
    élite culta que dirigiera a la sociedad.

    José Manuel Poveda desarrolla un interesante
    trabajo ensayístico promoviendo la renovación
    lírica de los posmodernistas, tema que trascendió a
    lo social, tratando situación de frustración de la
    sociedad cubana de su tiempo. Sobre este mismo tema José
    Antonio Ramos logra resumir el ambiente de frustración y
    desencanto en su obra, "Manual del Perfecto fulanista" (1916),
    ensayo escrutador de la realidad cubana de su tiempo.

    Jesús Castellanos desarrolla una
    ensayística dirigida a los problemas estéticos y
    literarios, con una prosa modernista de cuidadoso estilo que
    hacía esperar mucho más de él. De
    José Sixto Sola (1888-1916) se publicó pos-mortem
    su monografía, "Pensando en Cuba" (1917), donde expresa
    sus inquietudes políticas y sociales. Emilio Gaspar
    Rodríguez (1889-1939), se acoge estilísticamente al
    modernismo, incursionando en temas históricos y
    literarios. Francisco Castellanos (1882-1920) escribió un
    magnífico ensayo sobre Robert Luis Stevenson (1917), en el
    que presenta credenciales de ensayistas de talento. Otros que
    incursionaron en el ensayo en este período fueron, Regino
    Boti, Mariano Aramburu, Luis Rodríguez Embil, Manuel
    Marquez Sterling y Medardo Vitier. Entre las mujeres sobresalen,
    Dulce María Borrero, Laura Mestre y Carolina Poncet,
    trabajando temas literarios y estéticos en sus
    ensayos.

    La literatura teatral no tuvo un gran desarrollo en esta
    etapa, si exceptuamos los sainetes y obras bufas predominantes en
    el teatro vernáculo, que centró casi toda la vida
    teatral de este período. Entre los escritores del
    género sobresalen, Gustavo Robreño (1873-1957) y
    Federico Villoch, a cuya inspiración se deben
    antológicas piezas de este teatro sainetero y
    burlesco.

    José Antonio Ramos es el principal autor teatral
    de este período, resume en su obra todas las inquietudes
    de su época, con un teatro de fuerte realismo muy
    influenciado por Ibsen del que fue un ferviente admirador; no
    tuvo una gran acogida en el público habanero acostumbrado
    al taquillero teatro vernáculo del momento. Sus primera
    obra fueron, "Almas rebeldes" (1906), "Una bala perdida" (1907),
    "La hiedra" (1908) y "Nanda" (1908). La madurez llega con sus
    piezas, "Libertad (1911), "Satanás" (1913),
    "Calibán Rex" (1914), un drama político de tema
    cubano; "El hombre fuerte" (1915) y su obra cumbre, "Tembladera"
    (1916), donde encuentran definición y claridad los
    problemas económicos y sociales de Cuba, entre ellos el de
    la tierra, mal distribuida y en ese momento pasando
    rápidamente a manos extranjeras.

    El teatro de José Antonio Ramos es un teatro
    nacional, donde se abarcan los temas más apremiantes de la
    época y por el que pasan los personajes de la sociedad
    cubana, principalmente la burguesía criolla arruinada y la
    clase media ahogada en medio de la frustración
    intervencionista. Influido por el teatro de Ibsen, Ramos es un
    creador de dramas, aunque incursionó en otros
    géneros del teatro, su teatro es un teatro de ideas, donde
    los personajes no se perfilan con fuerza, buscando acercarse
    más a la psicología colectiva que a la individual,
    reflejando la personalidad comprometida de su ser
    rebelde.

    Ramón Sánchez Varona (1888-1962), escribe
    un teatro anacrónico pero bien hecho que da a conocer en
    sus comedias, "La piedras de Judea"(1915), "El Ogro" (1915),
    "María" (1919) y "La cita" (1919), su drama "Con todos y
    para el bien de todos" (1919), a más de algunos
    sainetes.

    Gustavo Sánchez Galárraga , escribe obras
    muy influidas por el tipo de poesía que él hace,
    melosa, cursi e influida por los moldes románticos
    decimonónicos. Su primera comedia fue, "La verdad de la
    vida" (1912), a la que siguieron otras representadas en Cuba y el
    exterior. Escribió además muchos libretos para
    zarzuelas.

    Otros autores teatrales del género
    dramático, en esta época, incursionan en el
    género de modo ocasional, piezas que se representan en
    única función o muy pocas veces, para caer luego en
    el olvido. Augusto Madan (1853-1915), era un enamorado y
    conocedor del teatro, pero sin talento para el drama, evidenciado
    en las pocas obras que escribió. Emilio Bacardí
    escribe el drama realista, "El abismo"; Miró Argenter
    (1857-1925) se inspira en la guerra de independencia para
    escribir, "El pacífico" (1914); Eduardo Zequeiras escribe
    dos dramas, "Expiación" (1907) y "Hogar y patria" (1908),
    además de la comedia, "La reconquista" (1910), Bonifacio
    Byrne incursiona en el género con dos dramas, "El
    anónimo" y "El legado". Mención para otros autores
    que escriben para el teatro en este período, Marcelo
    Salinas, Julián Sanz, Miguel Macau, Alfonso
    Hernández Catá y Luis Felipe
    Rodríguez.

    La oratoria siguió en este período una
    línea de continuidad con la tradición del siglo
    XIX. Junto a los ya conocidos, Sanguily, Montoro y Giberga, se
    une un nuevo grupo, Antonio Sánchez Bustamante
    (1865-1951), destacado orador político, jurista y
    académico, de reconocido prestigio; José Antonio
    González Lanuza (1865-1917), Mario García Kohly
    (1876-1935), José Lorenzo Castellano, Enrique Loinaz del
    Castillo (1871.1963), Ricardo Dolz y Arango (1861-1937), Juan
    José de la Muza (1867-1939), José Antolín
    del Cueto (1854-1929) y Cosme de la Torriente (1872-1956), en su
    mayoría hicieron carrera defendiendo los intereses de la
    burguesía cubana, brillando por las facilidades verbales,
    pero sin tocar los problemas medulares del
    país.

    En este período se funda la Academia Nacional de
    Artes y letras (1910), presidida por Antonio Sánchez
    Bustamante y luego por José Manuel Carbonell, esta
    institución jugó un activo papel en la
    divulgación de la cultura literaria del país,
    creando los "Anales", en los que se publicaron valiosos trabajos
    investigativos sobre las letras cubanas; organizó cursos,
    conferencias y convocó concursos; patrocinó la
    publicación de obras de autores cubanos, gestiones todas
    que contribuyeron a impulsar las letras cubanas.

    Los concursos literarios en la isla tenían una
    tradición que se remonta a la época colonial y que
    tienen continuidad en la República. Los Juegos Florales
    son tradición en clubes y sociedades de las principales
    poblaciones del país, premiando principalmente la
    lírica, aunque en ocasiones se extendió a otros
    géneros. Los Ateneos de La Habana y Matanzas convocaron
    numerosos concursos en los primeros años de la
    República. A partir de 1910 la Academia de Artes y Letras,
    otorga el Premio Nacional y Artes y Letras, anualmente. La
    revista "El Fígaro", organiza todos loa años
    concursos literarios, que cobran auge a partir de
    1910.

    La vida literaria en este período es desigual,
    estancamiento y repetición por una parte, algunos
    esfuerzos por modernizar las letras y una situación
    político social que pesa, con su carga de problemas no
    resueltos, anhelos no alcanzados y la gran presión en
    todos los órdenes del "modo de vida
    norteamericano".

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra
    Díaz

     

    [1] Cintio Vitier, “Lo cubano en la
    poesía”. La Habana, 1957

    [2] “Mi bandera”, Bonifacio
    Byrne

    [3] Regino Boti: “Notas a Manuel
    Poveda”. 1905

    [4] Luis Felipe Rodríguez citado por
    Max Henríquez Ureña en Panorama Histórico
    de la Literatura Cubana. La Habana, 1979, p. 367

    [5] Jorge Ibarra: Un análisis
    psicosocial del cubano: 198-1925. La Habana, 1985. p. 115

    [6] José Antonio Portuondo:
    “Bosquejo histórico de las letras cubanas”,
    La Habana, 1960, pp. 48-49

    [7] Ambrosio Fornet en “Blanco y
    Negro” citado por Jorge Ibarra en Un análisis
    psicosocial del cubano: 1898-1925. La Habana, 1985, p. 28

    [8] Jorge Ibarra: Un análisis
    psicosocial del cubano: 1898-1925. La Habana, 1985, p. 100

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