La literatura de la frustración (1902-1925) –
Monografias.com
Resumen
La literatura que se escribe en los primeros
veinticinco años de la república, está
caracterizada por el tono pesimista de una generación que
acepta el fatalismo político de la injerencia
norteamericana y trata de reflejar en su obra la fractura social
y política que vive el pueblo cubano, que vive el
tránsito de la heroica guerra por la independencia a la
República mediatizada, con poco de independencia y mucho
de neo-colonia.
La frustración de los anhelos independentistas de
los cubanos por causa de la injerencia yanqui provocó el
acento desilusionado y amargo que predomina en la literatura de
esta primera generación republicana y los creadores
concurrentes de otras generaciones que aceptaron el fatalismo,
aunque con frecuencia en sus obras se mostraban destellos de
rebeldía.
A estos creadores las preocupaciones políticas no
le eran ajenas y la expresan con una carga de ironía,
sarcasmo y derrotismo que toman como blanco a los
políticos que gobiernan al país, acusándolos
en muchos casos de la situación que imperaba. Sus
vehículos expresivos parecen tener una preferencia por la
poesía y la narrativa. La primera en su versión
romántica finisecular y el modernismo atemperado; la
narrativa como testigo testimonial de la situación social
del momento, valiéndose sobre todo del realismo
naturalista de corte francés.
Al decir de Cintio Vitier: "Toda la poesía de
la república nos da la impresión de un profundo
cansancio. Las cuerdas mejores se han roto; las que quedan suenan
flojas o destempladas. Las energías líricas del
país, reflejo del estado del alma nacional, parecen
agotadas"[1]
Para los poetas de generaciones anteriores el tema
patriótico sigue siendo el principal punto de
inspiración, marcado por la frustración de su
tiempo y ajeno a los muchos elementos formales del modernismo.
Entre ellos sobresale Bonifacio Byrne (1861-1936) autor de los
conocidísimos versos, "Mi bandera", que simboliza la
poesía del momento, cargadas de rebeldía de su
generación, inflada de patriotismo y con un leve tono de
tristeza por el resultado de la revolución
independentista:
"Si desecha en menudos pedazos/Llego a ver mi bandera
algún día/ Nuestros muertos alzando los brazos/ La
sabrán defender
todavía"[2]
Enrique Hernández Miyares (1859-1914), sigue
haciendo la poesía romántica que desde fines del
siglo XIX le caracteriza, aunque juega un importante papel
aglutinador en sus tertulias literarias y desde las
páginas de la revista, "La Habana Elegante".
La joven generación republicana, influida por
este grupo de poetas anteriores y lastrados por el mismo
problema, da a conocer su poesía, coqueteando con el
modernismo en algunos casos, pero definitivamente
románticos. Su primera manifestación como grupo fue
la antología, "Arpas Cubanas" (1904), cuaderno de
irregulares valores poéticos, en el que se agrupan 29
autores de los que escriben por esa época, algunos de
ellos creadores líricos ocasionales. Los patrocinadores
fueron los jóvenes José Manuel Carbonell y
Francisco Díaz Silveira, junto al veterano Enrique
Hernández Miyares.
"Arpas Cubanas", es un muestrario de la lírica
del momento, donde están poetas de la generación de
fines del siglo XIX como, Ricardo del Monte, la
puertorriqueña Lola Rodríguez del Tio, Mercedes
Matamoros, Aurelia del Castillo, Nieves Xenes, Enrique
Hernández Miyares, Bonifacio Byrne, junto a jóvenes
poetas como, René López, Dulce María
Borrero, Francisco Díaz Silvestre, Fernando Zayas,
José María Collantes, José Manuel Carbonell,
Esteban Fontecuevas, Durvaldo Salom y Ramiro Hernández
Portela, entre otros.
Esta nueva generación poética asimila
formalmente el modernismo, pero la esencia íntima y
evasiva del mismo está muy lejos de ellos, estimulados
aún por los fulgores de la gesta patriótica, y
dolidos por el resultado burlesco de la Revolución
Frustrada.
René López (1882-1909) es el más
importante de estos poetas de la primera generación
republicana, su sensibilidad lo lleva a dedicarse por entero a la
poesía apareciendo sus poemas en diversas publicaciones
habaneras, no editó libros. Es el poeta de esta
generación que más se acerca a Julián del
Casal, sus temas predilectos, como los de todo modernista,
están referido a los viajes exóticos, la
melancolía y a los retratos ideales. Su vida breve y
desordenada marcó su lírica, la mejor de esta
generación.
Dulce María Borrero (1883-1945), se caracteriza
por el intimismo de sus poemas y la expresión de sus
sentimientos más puros. Versos refinados y de influencia
modernista, que no dejan de ser románticos en la
descripciones pictóricas, la evasión y el
preciosismo. Su poemario, "Horas de vida" (1912) recoge lo mejor
de su lírica.
Francisco Javier Pichardo (1873-1940), hizo
poesía de temática cubana, sobre el paisaje, las
costumbres y la situación social, sin grandes pretensiones
formales. En algunos poemas se ve la influencia parnasiana, pero
siempre vuelve a los temas de la tierra. En 1908 publicó
su único poemario, "Voces nómadas", pero
individualmente son muy conocidos sus poemas: "La Carreta", "La
Siesta", "Silva Cubana", "Paz Agreste", "La Canción del
Labriego" y "Angelus", todos sobre temas del paisaje, las
costumbres y las inquietudes sociales.
Manuel Serafín Pichardo (1863-1937), se aproxima
al modernismo en versos que tratan los temas nacionales.
Sobresalen sus poemas: "El Gallo", "Ofelidas" y "Soy
Cubano".
Federico Urbach (1873-1932), único sobreviviente
del círculo cercano a Julián del Casal,
permaneció fiel al modernismo, alcanzando una
poesía de gran sensibilidad que en su poemario,
"Resurrección" (1916) obra de su madurez literaria. En
este cuaderno emplea una amplia gama métrica con
predominio de los versos alejandrinos; en los que manifiesta un
cambio con respecto a su poesía anterior, con un tono
optimista, lleno de fe, algo desconocido en él hasta
entonces.
Otros poetas del período lo fueron, Gustavo
Sánchez Galárraga (1893-1934), de mucha popularidad
en el período por su poesía pintoresquista, mucha
de ellas musicalizadas y muy populares; Hilarión Cabrisas,
Felipe Pichardo Moya, Guillermo de Monteagú, Manuel Lozano
y los hermanos, Francisco y Fernando Llés, entre
otros.
Regino Boti caracterizó esta poesía del
primer período republicano resumiéndola en
"(…) declamaciones neorrománticas, cositas en
versos a lo Becquer, pseudos filosofía rimada a lo
Campoamor"[3]
Fuera de La Habana se desarrollan grupos literarios de
orientación básicamente poéticas, que
serán los que darán un impulso renovador a la
poética cubana, tratando de sacarla del marasmo
finisecular. Se muestra muy activos los grupos formados en
Matanzas y en la antigua provincia de Oriente, principalmente
Manzanillo y Santiago de Cuba. En el resto del país, las
inquietudes literarias se dan alrededor de una figura o una
publicación, con una tónica similar a los
cenáculos habaneros.
Algo distinto pasa en las tres ciudades mencionadas a
partir de la segunda década del XX: Matanzas con su larga
tradición literaria, tenía en Byrne un patriarca
promotor, sirviendo de inspiración al grupo de
jóvenes que se nuclean alrededor de la revista, "El
Estudiante", dirigida por Plácido Martínez.
Allí están los hermanos Llés, Mariano
Alvadalejo, Hilarión Cabrisas y sobre todo el joven poeta
Agustín Acosta. También formaron parte de este
grupo, Miguel A. Macu y el filósofo Medardo
Vitier.
Agustín Acosta (1887-1979), es uno de los
renovadores posmodernista en Cuba, aunque con la
moderación propia de quien no rompe con las influencias
que le son cercanas. Su poemario, "Alas" (1915) es una
presentación de su poesía modernista desfasada,
hecho con sencillez sentimental, filosófica y cargada de
un gran fervor patriótico. En su segundo libro,
"Hermanita" (1923) se acentúa su filiación a la
sensibilidad que desarrollará en obras posteriores,
aún sin apartarse del rebuscamiento modernista de los
primeros tiempos.
En Santiago de Cuba se desarrolla el más
importante grupo de renovación poética. Ciudad con
tradición y arraigo intelectual, centra su ambiente
intelectual alrededor de hombres de letras, periodistas en su
mayoría, como Emilio Bacardí Moreau, Desiderio
Fajardo Ortiz, Joaquín Navarro y Alberto Dubai, quienes
animan publicaciones y tertulias.
En la revista, "El Pensil" colaboran Regino Boti,
José Manuel Poveda, Luis Felipe Rodríguez y Armando
Leyva, ellos promueven un afán renovador, conscientes de
cambiar los valores estéticos principalmente en la
poesía.
Este clima cultura en la región sur-oriental,
estimula la aparición de publicaciones como,
"Renacimiento", "Orto" (Manzanillo), "Oriente Literario",
"Bohemia", "Revista de Santiago", "Chic" (Guantánamo) y la
página cultural dominical del diario santiaguero, "Cubano
Libre" Fueron muy importantes las tertulias que se
producían en la capital oriental, principalmente la que se
realiza en casa del dominicano Sócrates Nolasco,
frecuentada por José Manuel Poveda, Ángel Alberto
Giraldo, Fernando Torralba, Luis Vázquez de Cuberos,
Enrique Gay Carbó, José Jerez Villareal,
etc.
En estas tertulias surgen los dos renovadores de la
lírica cubana de principios de siglo, Regino Boti y
José Manuel Poveda.
Regino Boti (1878-1858) da la clarinada de la
posmodernidad con su cuaderno, "Arabescos Mentales" (1913), libro
transicional en el que aparecen aún poemas
románticos y modernistas de tendencia parnasiana, pero
también poemas de una inclinación expresa de
imágenes rápidas y muy plásticas. En el
poemario está ausente el sentimentalismo republicano y la
plañidera y estéril lamentación por la
frustración, sustituida ahora por la opulencia verbal y la
evasión de toda referencia a las circunstancias
políticas mediatas, en un esfuerzo por desarrollar las
estéticas posmodernistas contemporáneas.
La crítica habanera mostró disgusto e
ignorancia ante la poesía de Regino Boti, quizás
demasiado cerebrales, pero con mucho, superior a la poesía
de los mediocres y desfasados románticos predominantes en
la isla.
Su segundo libro, "El mar y la montaña" (1921),
es definitorio y maduro, ya no solo es poesía modernista
con predominio de las preocupaciones por lo bello, o el exotismo
verbal y temático, es además un acercamiento
intimista al yo, donde lo sentidos van desgranando las vivencias
personales con alta elaboración formal.
Es un poemario precursor, pensado, de mucha actualidad y
acercamiento a la vanguardia, donde pueden descubrirse "atisbos
cubistas y surrealista". Abundan los poemas cortos con una carga
de significado, como en blanco y negro, sin rodeos pintoresquitas
que reflejan su mundo y desilusiones.
Regino Boti es el poeta más importante del
movimiento renovador, en su obra están presentes las
preocupaciones filosóficas, las observaciones y
disquisiciones sobre la naturaleza, lo erótico, la
complacencia en el arte y ante todo una fuerte tendencia de
reafirmación individual. Se divorcia de las circunstancias
que le son adversas, las ignora y se levanta por encima de ellas
para hacer la mejor obra poética del período, hasta
que cansado de luchar contra la mediocridad de su tiempo, se
refugia en su arte y en el silencio.
José Manuel Poveda (1888-1826), acompaña a
Boti en este afán consciente de cambiar la poesía
de su época. Solo publicó un libro, "Versos
Precursores" (1917), precursores en realidad de los nuevos rumbos
de la lírica cubana y para muchos la obra más
lograda de los posmodernistas en la isla. La poesía de
vanguardia posterior a él lo tiene entre sus antecedentes,
presente en la diversidad formal y temática, desde la
evasión purista a los que buscan poesía de
circunstancia inmediata; desde la ironía, a la
poesía social y negrista.
En su obra se destaca su personalidad, su
propósito renovador, de alejarse de los lugares comunes y
fáciles en el léxico. El empleo de un vocabulario
poco usual, de alusiones mitológicas, dan el
carácter de novedad a su libro. Su modernismo lo afirma,
su afán de individualidad, su esteticismo y los temas que
trata. Su poesía que quiso saltar sus circunstancias, se
convierte en reflejo de ella, siendo, como ningún otro el
representante de la frustración republicana.
Desarrolló además una labor
periodística importante en cuanto a la teorización
de la renovación que encabeza junto a Boti y que
profundizó hasta el punto de convertirse en el reflejo
decepcionante de una clase, la mediana burguesía mestiza,
del interior del país, imposibilitada de desarrollarse,
sumida en la mediocridad y arrinconada por las circunstancias
políticas e históricas en las ciudades del
interior, lejos de todo protagonismo, mucho más
después de la gran represión de 1912 contra los
negros y mestizos.
En Manzanillo se desarrolla un núcleo importante
denominado, "Grupo Literario de Manzanillo", que se mantuvo
durante varias décadas, a lo que contribuyó mucho
Juan Francisco Sariol (1888-1968), editor, dueño de una
imprenta, "El Arte", quien edita la revista "Orto" a partir de
1912 y funda la "Colección José
Martí"
De este grupo formaron parte, Elpidio Sánchez,
Julio Girona, Alberto Aza, Ángel y Braulio Cañete
Vivó, Nemesio Lavié, Rogelio González,
Miguel Galiano, y Manuel Navarro Luna. José Manuel Poveda
vivió en Manzanillos los últimos años de su
vida
Manuel Navarro Luna (1894-1966), inicia su trabajo
literario en Manzanillo donde vivió toda su vida,
allí publica sus primeros libros de versos, "Ritmo
doliente" (1919) y "Corazón adentro" (1920), caracterizado
por el intimismo de su poesía, que irá
evolucionando hacia un compromiso social militante, que le
acompañará el resto de su vida.
En Santa Clara, Ramón de la Paz publica la
revista literaria, "Luz" (1909), alrededor de la cual se
desarrolla un amplio movimiento de colaboradores, no solo
villareños, sino orientales y matanceros.
A fines de la década del veinte el posmodernismo
había perdido fuerza en Cuba, pese a esos dos formidables
poetas, Boti y Poveda, aplastados por la mediocridad del ambiente
cultural republicano de los primeros años.
Los narradores fueron más directo al enfrentarse
al fenómeno de la frustración republicana, sin los
poetas lamentaban plañideramente, refugiándose en
los temas patrióticos y nacionales, los prosistas
decimonónicos que creaban en este período se valen
del realismo y el naturalismo para presentar los temas de
épicos de la contienda aún cercana y las nuevas
generaciones fustigan los males de la república, a los
politiqueros que hacen de ella un negocio y de trasfondo se
refieren a la injerencia yanqui, omnipresente, paternalista y
desconocedora de nuestra nacionalidad.
Emilio Bacardí (1844-1922) presenta un cuadro
épico de la guerra de independencia en su novela,
"Vía Crucis" (1910), donde el costumbrismo está
presente junto a los cuadros de gesta. En 1916 publica su novela
histórica, "Doña Giomar", un esfuerzo por dar una
imagen verídica de la época de la conquista, aunque
se queda en el pintoresquismo, pese a sus bases históricas
sobre la que está escrita la novela.
Tomás Jústiz del Valle (1871-1959),
escribió una novela basada en el tema de la guerra
independentista, "Carcajadas y sollozos" (1906), con una endeble
construcción de personajes, tramas poco creíbles y
en ocasiones forzadas; en 1912 publica una segunda novela, El
suicida" de similares características.
Álvaro Iglesias (1859-1940), se dedico a escribir
novelas de corte romántico, semejantes a los folletines de
moda en el siglo XIX. A principios del siglo da a conocer sus
novelas "Amalia Batista" o "El último danzón"
(1900); "Una boda sangrienta" o "El fantasma de San
Lázaro" (1900); "Pepe Antonio (1903), "Adoración"
(1906) y tres tomos de "Tradiciones Cubanas": "Relatos y
Retratos" (1911), "Cuadros Viejos" (1915) y "Cosas de
Antaño" (1917).
El ya conocido Raimundo Cabrera (1852-1923) publica tres
novelas de tema social: "Sombras que pasan" (1916), "Ideales"
(1918) y "Sombras eternas" (1918), con estilo muy sencillo y
llenan de recuerdos personales con similar estilo al que utiliza
en su periodismo.
Otro periodista que incursiona en la novelística
es, Luis Rodríguez Émbil (1879-1954) con su obra,
"La insurrección" (1910), de tema épico y algunas
reminiscencias del costumbrismo romántico, llena de
cubanía y exaltaciones patrióticas. También
incursiona en la cuentística con dos volúmenes
publicados en este período: "Gil Luna, artista" (1908) y
"La mentira vital" (1920).
El joven José Antonio Ramos (1885-1943), presenta
credenciales como prosista con su primera novela, "Humberto
Fabra" (1909), dentro del estilo naturalista, aunque sin la
terminación de la obra madura.
La narrativa de este período tuvo en Jesús
Castellanos (1879-1912) su mejor creador, dotado de una prosa
modernista y con una gran cultura, Castellanos puso su talento en
función de su obra. Escribió novelas de tesis
político-social como, "La conjura" (1908), "La manigua
sentimental" (1910) y "De tierra adentro" (1914). Iniciador de la
cuentística de tema cubano con su volumen, "De tierra
adentro" (1906), acercándose a los temas del hombre de
campo visto desde una óptica esteticista.
"La conjura", es la novela de la frustración, en
ella como en ninguna otra se respira la atmósfera
derrotista de la intelectualidad y la clase media, impedida de
desarrollarse, opuesta al entreguismo de los privilegiados y al
mismo tiempo, temerosa y distante de las clases populares, que
consideran diferente. Ese es su drama, reflejado crudamente en
esta breve novela de Jesús Castellano.
Luis Felipe Rodríguez (1884-1947) fue el primer
narrador que se propuso expresar la manera de pensar y sentir del
campesino en este primer cuarto de siglo, sin afeites
costumbristas o bucólicos. Su primera incursión en
la novela fue con una narración satírica,
"Cómo opina Damián Paredes" (1916), en el que con
una sucesión de cuadros de la vida en "Tontópolis",
muestra la decepción del protagonista por la vida urbana,
decidiendo mudarse para el campo por ser, "el sudor y la
angustia del hombre, la santa afirmación de nuestra vida
nacional"[4] "La conjura de la
ciénaga" (1924), la más lograda de sus novelas de
ambiente campesino y su libro de cuentos, "La pascua de la tierra
natal" (1927), donde recopila relatos publicados en la revista
Orto de Manzanillo y otras publicaciones de la
época.[5]
La madurez de la novela social cubana llega con Carlos
Loveira (1882-1928), quien en el breve período de su vida,
tras una intensa vida escribe sus novelas: "Los inmorales"
(1919), "Generales y Doctores" (1920), "Los ciegos" (1923), "La
última lección" (1924) y "Juan Criollo" (1928). En
su obra está la República de utilería y los
problemas de la sociedad poscolonial, todo esto devenido en
sátira político-social que alcanza su
culminación con "Juan Criollo", cuadro de la
evolución social cubana en la transición de colonia
a república.
La novela, "Generales y Doctores", causó
sensación en los medios intelectuales cubanos, por la
actualidad del tema y el ataque abierto a los que medraban tras
un grado militar, ganado en la manigua o un título
universitario. Además de los antológicos cuadros
del ambiente republicano, descrito con gran realismo. Loveira no
era un escritor de estilo depura, ni de muy cuidadas formas, pero
la fuerza que alcanzan sus denuncias le dan validez a su obra,
como reflejo social.
El médico Miguel del Carrión (1875-1928),
crea la novela psicológica cubana, con personajes
construidos con gran verismo, influido por el naturalismo
francés. Para él lo más importante son los
personajes, por lo que es minuciosos en su descripciones,
sobresaliendo en la construcción y narración de
personajes femeninos. Su obras más conocidas fueron: "La
última voluntad" (1903), "El milagro" (1903) y su famoso
binomio, "La honradas" (1918) y "La impuras" (1919), para cerrar
con su novela inconclusa, "La Esfinge".
"Como en Zola, a cuyo naturalismo adscriben sus
obras los novelistas más importantes de este
período, Loveira, el médico Miguel del
Carrión, describen la decadencia social de su patria como
un proceso de incurable degeneración, y esta amargura
contagia las primeras producciones de los autores más
jóvenes como José Antonio Ramos y Luis Felipe
Rodríguez"[6]
Otro narrador cubano importante fue Alfonso
Hernández Catá (1885-1940), formado fuera del
ambiente socio-cultural cubano, respondió a moldes
más cosmopolitas, pero con un preciso y buen estilo de
narrar que lo hacen el favorito de determinado público
culto en Cuba. Aunque vive fuera del país, mantiene el
vínculo con la isla y en sus cuentos se mantiene una
calidad superior a la media de los prosistas cubanos del momento.
Publicó mucho y en diferentes géneros, alcanzando
una mayor calidad en la novela y el cuento, con una prosa de
corte modernista llevada con oficio y reflejo de la gran cultura
que poseía.
Entre sus principales obras están, "Cuentos
pasionales" (1907), "Novelas eróticas" (1909), ambos
volúmenes de relatos; sus novelas, "Pelayo
González" (1909) y "La juventud de Aurelio
Zaldívar" (1911); además de sus cuentos recopilados
en varios volúmenes, siendo los más significativos,
"Los frutos ácidos", "La muerte nueva" (1922), "Fuegos
fatuos" (1924) y "Piedras preciosas" (1924).
"El éxito real de Hernández
Catá, (…) revela la existencia de un público
satisfecho de alta y pequeñaburguesía, compuesto
sobre todo por señoras capaces de descubrir sus propios
sobresaltos espirituales en aquella literatura que tan
discretamente negaba las buenas intenciones del adulterio y la
impiedad"[7]
Renglón aparte para Juan Manuel Planas
(1877-1963) cultivador de la novela científica, que hoy
llamaríamos de ciencia ficción, hombre de ciencia
de amplia cultura que en 1920 debuta en las letras con su novela,
"La corriente del Golfo", con la cual se inicia el género
de ciencia ficción en Cuba. También es este
período escribió, "La cruz de Lieja" (1923), dentro
del mismo género. A lo largo de su vida continuó
publicando profusamente en la prensa, además de escribir
novelas y relatos del mismo género.
El panorama de la prosa en estos años se completa
con Miguel de Marcos (1894-1954), autor humorista que se da a
conocer con, "Cuentos nefandos" (1914); Jesús Masdeu
(1887-1958), escribió "La raza triste" (1920), novela en
la que asume la defensa de la población negra de la isla
frente al sistema racista, proponiéndose reconstruir las
vicisitudes y penalidades que esta sufría en las primeras
décadas de la república.[8] Gustavo
Robreño, dramaturgo que incursionó en la
novelística con, "La acera del Louvre" (1925); Mario
Muñoz Bustamante (1881-1921), Miguel Ángel de la
Torre (1884-1930), Guillermo Montegú (1881-1952),
Jesús J. López (1889-1948) y Arturo Montori
(1878-1932).
Como en las anteriores géneros la prosa reflexiva
tiene su primer impulso en el siglo XX de parte de la
generación de entre siglos, que tiene en el ensayo a
figuras de gran calidad como: Enrique José Varona, Manuel
Sanguily, Enrique Piñeiro, Esteban Borrero, Justo de Lara,
Emilio Bobadilla, Manuel Marquez Sterling, entre otros, que
continúan trabajando la crítica literaria y el
periodismo.
Enrique José Varona continúa desarrollando
una brillante labor ensayística que recopila en dos
volúmenes, "Desde mi bervedere" (1907) y "Violetas y
ortigas" (1917). En él las preocupaciones
ideológicas ocupan el primer plano, caracterizadas por la
mesura y serenidad, sin obviar la solidez de las
formas.
Será el año 1910 el que marque el nuevo
impulso de la prosa reflexiva cubana, tanto de temas literarios,
como de crítica en general, en esto tuvo mucho que ver la
creación ese año de la Sociedad de Conferencias de
La Habana, creada por un grupo de intelectuales jóvenes
que pretendían impulsar el desarrollo cultural de Cuba,
poner al país a la altura de las ideas
contemporáneas y divulgar las nuevas ideas a través
de conferencias impartidas por prestigiosas figuras cubanas.
Presidieron esta sociedad los jóvenes escritores,
Jesús Castellanos y Max Henríquez Ureña
(1885-1968), teniendo entre sus disertadores a Enrique
José Varona , Manuel Sanguily, José María
Chacón y Calvo, Jesús Castellanos, Max
Henríquez Ureña, Emilio Roig de Leuchsering, Juan
Gualberto Gómez, Rafael Montoro, Evelio Rodríguez
Ledián, entre otros. Los organizadores conformaron varios
ciclos de conferencias: "Poetas extranjeros y
contemporáneos", "Figuras intelectuales de Cuba" y el
importantísimo ciclo sobre "Historia de Cuba", que
alcanzó una mayor repercusión por los temas
abordados y los conferencistas, en su mayoría
protagonistas de la guerra por la independencia.
Las conferencias se publicaban en la prensa y en
ocasiones en folletos independientes, lo que hizo aumentar la
influencia de la Sociedad de Conferencia que pudo mantenerse
hasta 1915. No obstante la influencia de la institución
hizo que surgieran proyectos similares en Santiago de Cuba,
Matanzas y Santa Clara.
De una mayor trascendencia fue la creación de la
revista "Cuba Contemporánea" (1913-1927), en cuyas
páginas escribieron los más relevantes
intelectuales de la república, tratando temas que
interesaban y preocupaban a esta generación. Su primer
director fue Carlos Velasco (1884-1923), pasando luego al cargo
Mario Giral Moreno, hasta 1920.
La publicación abordó ampliamente los
temas políticos y sociales de Cuba, por las más
prestigiosas plumas del momento en el país y tratando de
poner a la cultura cubana a la altura de sus
contemporáneos latinoamericanos. Escribieron para "Cuba
Contemporánea", José María Chacón y
Calvo, Emilio Roig, Alfonso Hernández Catá, Enrique
Gay Carbó, Bernardo G. Barros, Francisco González
del Valle, Max Henríquez Ureña, Dulce María
Borrero, Sixto Sola, Julio Villoldo, Luis Rodríguez Embil,
Carlos Loveiras, Arturo Montori, José Antonio Ramos, entre
otros.
La primera generación de ensayistas republicanos,
expresan una profunda e inteligente preocupación por los
problemas de su tiempo, influidos en mucho por el uruguayo
José Enrique Rodó, que tuvo en Fernando Lles
(1883-1949) y Emilio Gaspar Rodríguez (1889-1939), a
notables seguidores que abogaban por la creación de una
élite culta que dirigiera a la sociedad.
José Manuel Poveda desarrolla un interesante
trabajo ensayístico promoviendo la renovación
lírica de los posmodernistas, tema que trascendió a
lo social, tratando situación de frustración de la
sociedad cubana de su tiempo. Sobre este mismo tema José
Antonio Ramos logra resumir el ambiente de frustración y
desencanto en su obra, "Manual del Perfecto fulanista" (1916),
ensayo escrutador de la realidad cubana de su tiempo.
Jesús Castellanos desarrolla una
ensayística dirigida a los problemas estéticos y
literarios, con una prosa modernista de cuidadoso estilo que
hacía esperar mucho más de él. De
José Sixto Sola (1888-1916) se publicó pos-mortem
su monografía, "Pensando en Cuba" (1917), donde expresa
sus inquietudes políticas y sociales. Emilio Gaspar
Rodríguez (1889-1939), se acoge estilísticamente al
modernismo, incursionando en temas históricos y
literarios. Francisco Castellanos (1882-1920) escribió un
magnífico ensayo sobre Robert Luis Stevenson (1917), en el
que presenta credenciales de ensayistas de talento. Otros que
incursionaron en el ensayo en este período fueron, Regino
Boti, Mariano Aramburu, Luis Rodríguez Embil, Manuel
Marquez Sterling y Medardo Vitier. Entre las mujeres sobresalen,
Dulce María Borrero, Laura Mestre y Carolina Poncet,
trabajando temas literarios y estéticos en sus
ensayos.
La literatura teatral no tuvo un gran desarrollo en esta
etapa, si exceptuamos los sainetes y obras bufas predominantes en
el teatro vernáculo, que centró casi toda la vida
teatral de este período. Entre los escritores del
género sobresalen, Gustavo Robreño (1873-1957) y
Federico Villoch, a cuya inspiración se deben
antológicas piezas de este teatro sainetero y
burlesco.
José Antonio Ramos es el principal autor teatral
de este período, resume en su obra todas las inquietudes
de su época, con un teatro de fuerte realismo muy
influenciado por Ibsen del que fue un ferviente admirador; no
tuvo una gran acogida en el público habanero acostumbrado
al taquillero teatro vernáculo del momento. Sus primera
obra fueron, "Almas rebeldes" (1906), "Una bala perdida" (1907),
"La hiedra" (1908) y "Nanda" (1908). La madurez llega con sus
piezas, "Libertad (1911), "Satanás" (1913),
"Calibán Rex" (1914), un drama político de tema
cubano; "El hombre fuerte" (1915) y su obra cumbre, "Tembladera"
(1916), donde encuentran definición y claridad los
problemas económicos y sociales de Cuba, entre ellos el de
la tierra, mal distribuida y en ese momento pasando
rápidamente a manos extranjeras.
El teatro de José Antonio Ramos es un teatro
nacional, donde se abarcan los temas más apremiantes de la
época y por el que pasan los personajes de la sociedad
cubana, principalmente la burguesía criolla arruinada y la
clase media ahogada en medio de la frustración
intervencionista. Influido por el teatro de Ibsen, Ramos es un
creador de dramas, aunque incursionó en otros
géneros del teatro, su teatro es un teatro de ideas, donde
los personajes no se perfilan con fuerza, buscando acercarse
más a la psicología colectiva que a la individual,
reflejando la personalidad comprometida de su ser
rebelde.
Ramón Sánchez Varona (1888-1962), escribe
un teatro anacrónico pero bien hecho que da a conocer en
sus comedias, "La piedras de Judea"(1915), "El Ogro" (1915),
"María" (1919) y "La cita" (1919), su drama "Con todos y
para el bien de todos" (1919), a más de algunos
sainetes.
Gustavo Sánchez Galárraga , escribe obras
muy influidas por el tipo de poesía que él hace,
melosa, cursi e influida por los moldes románticos
decimonónicos. Su primera comedia fue, "La verdad de la
vida" (1912), a la que siguieron otras representadas en Cuba y el
exterior. Escribió además muchos libretos para
zarzuelas.
Otros autores teatrales del género
dramático, en esta época, incursionan en el
género de modo ocasional, piezas que se representan en
única función o muy pocas veces, para caer luego en
el olvido. Augusto Madan (1853-1915), era un enamorado y
conocedor del teatro, pero sin talento para el drama, evidenciado
en las pocas obras que escribió. Emilio Bacardí
escribe el drama realista, "El abismo"; Miró Argenter
(1857-1925) se inspira en la guerra de independencia para
escribir, "El pacífico" (1914); Eduardo Zequeiras escribe
dos dramas, "Expiación" (1907) y "Hogar y patria" (1908),
además de la comedia, "La reconquista" (1910), Bonifacio
Byrne incursiona en el género con dos dramas, "El
anónimo" y "El legado". Mención para otros autores
que escriben para el teatro en este período, Marcelo
Salinas, Julián Sanz, Miguel Macau, Alfonso
Hernández Catá y Luis Felipe
Rodríguez.
La oratoria siguió en este período una
línea de continuidad con la tradición del siglo
XIX. Junto a los ya conocidos, Sanguily, Montoro y Giberga, se
une un nuevo grupo, Antonio Sánchez Bustamante
(1865-1951), destacado orador político, jurista y
académico, de reconocido prestigio; José Antonio
González Lanuza (1865-1917), Mario García Kohly
(1876-1935), José Lorenzo Castellano, Enrique Loinaz del
Castillo (1871.1963), Ricardo Dolz y Arango (1861-1937), Juan
José de la Muza (1867-1939), José Antolín
del Cueto (1854-1929) y Cosme de la Torriente (1872-1956), en su
mayoría hicieron carrera defendiendo los intereses de la
burguesía cubana, brillando por las facilidades verbales,
pero sin tocar los problemas medulares del
país.
En este período se funda la Academia Nacional de
Artes y letras (1910), presidida por Antonio Sánchez
Bustamante y luego por José Manuel Carbonell, esta
institución jugó un activo papel en la
divulgación de la cultura literaria del país,
creando los "Anales", en los que se publicaron valiosos trabajos
investigativos sobre las letras cubanas; organizó cursos,
conferencias y convocó concursos; patrocinó la
publicación de obras de autores cubanos, gestiones todas
que contribuyeron a impulsar las letras cubanas.
Los concursos literarios en la isla tenían una
tradición que se remonta a la época colonial y que
tienen continuidad en la República. Los Juegos Florales
son tradición en clubes y sociedades de las principales
poblaciones del país, premiando principalmente la
lírica, aunque en ocasiones se extendió a otros
géneros. Los Ateneos de La Habana y Matanzas convocaron
numerosos concursos en los primeros años de la
República. A partir de 1910 la Academia de Artes y Letras,
otorga el Premio Nacional y Artes y Letras, anualmente. La
revista "El Fígaro", organiza todos loa años
concursos literarios, que cobran auge a partir de
1910.
La vida literaria en este período es desigual,
estancamiento y repetición por una parte, algunos
esfuerzos por modernizar las letras y una situación
político social que pesa, con su carga de problemas no
resueltos, anhelos no alcanzados y la gran presión en
todos los órdenes del "modo de vida
norteamericano".
Autor:
Ramón Guerra
Díaz
[1] Cintio Vitier, “Lo cubano en la
poesía”. La Habana, 1957
[2] “Mi bandera”, Bonifacio
Byrne
[3] Regino Boti: “Notas a Manuel
Poveda”. 1905
[4] Luis Felipe Rodríguez citado por
Max Henríquez Ureña en Panorama Histórico
de la Literatura Cubana. La Habana, 1979, p. 367
[5] Jorge Ibarra: Un análisis
psicosocial del cubano: 198-1925. La Habana, 1985. p. 115
[6] José Antonio Portuondo:
“Bosquejo histórico de las letras cubanas”,
La Habana, 1960, pp. 48-49
[7] Ambrosio Fornet en “Blanco y
Negro” citado por Jorge Ibarra en Un análisis
psicosocial del cubano: 1898-1925. La Habana, 1985, p. 28
[8] Jorge Ibarra: Un análisis
psicosocial del cubano: 1898-1925. La Habana, 1985, p. 100