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El perfume, una novela en el universo de los clásicos




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Argumento
  3. Comentario

Introducción

Desde el momento de la publicación de "El
perfume
", la popular novela del escritor alemán
Patrik Süskind, tuve la intriga por leerla. Sin embargo,
reticente ante los llamados "best-seller", aplacé
su lectura ya que los clásicos esperaban en mi biblioteca
"reclamando" prontamente el turno para ser leídos. Pero
como cada vez que participaba en tertulias oía que algunos
lectores hablaban con regocijo de "El perfume", 25
años después de su publicación decidí
leerlo. ¡Y que grata sorpresa me llevé!
¡Qué texto tan exquisito! ¡Qué
grandiosa estética narrativa! Se trata de una singular
pieza literaria, de una novela diferente. Inmediatamente, como
ese "amor a primera vista", me prendé de ella y
quedé impactado. Por eso la incluí dentro de los
"Clásicos de la literatura universal". Y como
para confirmar mi inclusión encuentro que el
filósofo, historiador y escritor Rafael Mauricio
Méndez Bernal[1]ya la había incluido
también dentro de los clásicos, nada más y
nada menos que junto al sitial que ocupan "El Quijote" y
"Hamlet", según la crítica especializada,
las obras más geniales de todos los tiempos en
español y en inglés, respectivamente.

En el presente texto me propongo disertar, sin
pretensiones de hondura analítica, sobre dicha novela (la
cual consta de 223 páginas), para lo cual leí y
releí la edición impresa y encuadernada por
Cayfosa, Barcelona (España), publicada por RBA editores,
Barcelona, 1992, en la colección Narrativa actual, con
traducción de Pilar Giralt Gorina.

Mi metodología de trabajo consiste en abordar la
novela desde su estructura superficial, no tanto en el sentido
tradicional de los análisis; libros de texto e internet
abundan en éstos, muchos de ellos imprecisos. Para citar
sólo una imprecisión me remito al siguiente
párrafo: "Veinticuatro jovencitas fueron sacrificadas
para destilar un pequeño frasco de perfume. Pero cuando ya
lo tenía y se disponía a partir, una verdadera
cacería, desatada por la muerte de la última
niña, hija de un alto funcionario, determinó el
arresto de Grenouille. Pero tal cosa no lo conturbó, pues
cuando ascendía al patíbulo, simplemente
derramó sobre la multitud ansiosa unas cuantas gotas de la
esencia perfecta y, sin mayores dificultades, a pie llano,
escapó
"[2]. Si hacemos claridad, no
fueron veinticinco las "jovencitas sacrificadas", incluyendo a
"la última niña", sino veintiséis. Eso de
que "derramó sobre la multitud ansiosa unas cuantas gotas
de la esencia perfecta" y que escapó "a pie llano", no es
del todo cierto, tal como se evidenciará en este documento
y con la lectura de la novela.

Mi análisis, a pesar de contener ciertos
elementos de cualquier análisis tradicional, explora otros
tópicos que la gran mayoría de los estudios
consultados no tuvieron en cuenta. No me adentro en la profunda
sicología de los personajes, típicos de la
época narrada; simplemente "sondeo" aspectos, en mi
concepto, de interés para muchos lectores. Este sencillo
ejercicio literario va dirigido a quienes no han podido leer
"El perfume" o no les interesa ingresar en el
maravilloso universo de la lectura de piezas literarias. Acudo
con frecuencia a citas textuales (indicadas con el número
de página dentro del paréntesis) para ser lo
más fiel posible a la obra y no terminar, como muchos
"analistas", falseándola.

Argumento

La novela, que se compone de 51 capítulos (con
numeración continua), divididos en cuatro partes, cuenta
la vida completa de Jean-Baptiste Grenouille, un ser dotado de un
singular sentido del olfato, que dedicó gran parte de su
corta existencia a la fabricación de un perfume humano,
capaz de hacer que las personas lo amaran; propósito para
el cual trabajó como perfumista en diversas
perfumerías de Francia y cometió 26 asesinatos de
doncellas.

Historia de Jean-Baptiste
Grenouille

Jean-Baptiste Grenouille nació en una venta de
pescado, del mercado de víveres, en París, en medio
de fétidos olores, el 17 de julio de 1738. Luego de que su
madre, de unos 25 años, lo abandonara debajo de una mesa,
fue arrestada; dos semanas después fue acusada de
infanticidio, ya que había dejado morir, uno por uno, a
sus otros cuatro cuando nacieron en el mismo sitio, y decapitada.
Al momento de morir ésta, Grenouille ya había
tenido tres nodrizas, pero ninguna quiso quedarse con él
porque "era demasiado voraz" (10).

El oficial de Policía La Fosse lo llevó,
en calidad de expósito, al convento de Saint-Merri, en
París, bajo el cuidado del padre Terrier, quien lo
entregó a Jeanne Bussie, su nueva nodriza. Como el
niño comía demasiado y no expelía
ningún olor, ésta lo devolvió a Terrier, con
el pretexto de que el infante estaba "poseído por el
demonio" (13), debido a que no olía "a nada en absoluto"
(13). Aunque Terrier se negó aceptar, con argumentos
teológicos y racionales, que el lactante estuviera
poseído por Satanás, concluyó aceptando que
era un "diablillo chillón" (20), después que lo
tildara de "monstruo" y de "niño insoportable" (19),
porque se impactó y sorprendió hondamente al
percatarse de que el pequeño "lo veía con la nariz,
de un modo más agudo, inquisidor y penetrante de lo que
puede verse con los ojos" (18). Por tal motivo se lo dejó
en el hogar de madame Gaillard, su quinta y última
nodriza, una mujer que "carecía del sentido del olfato y
de toda sensación de frío y calor humano" (20).
Esta desgraciada dama lo amamantó, alimentó,
cuidó y educó hasta cuando lo entregó a su
primer patrón.

Con Gaillard el chiquillo sobrevivió a diversas
enfermedades, accidentes caseros e intentos fallidos de sus
compañeritos para matarlo. Gracias a su
constitución fuerte, agarrado a la vida como una
"garrapata del árbol" (22), sin recurrir a ninguna muestra
de amor y otros sentimientos humanos, "era indestructible"
(23).

Como su nodriza se percató que su pupilo
"poseía determinadas facultades y cualidades" (27)
extraordinarias, como la ausencia de temor a la oscuridad, ver
objetos a través de otros objetos y "ver el futuro" (27),
se llenó de temores, y, aprovechando que el convento de
Saint-Merri dejó de pagarle la manutención y el
cuidado del huérfano, lo entregó a monsieur Grimal,
curtidor de cueros, quien lo empleó como jornalero barato
para desarrollar un trabajo peligroso, en el cual "tendría
pocas probabilidades de sobrevivir" (28).

Bajo la explotación laboral de Grimal
permaneció Grenouille durante siete años.
Desempeñando peligrosas y fatigosas actividades
relacionadas con faenas de curtiembre soportó estoicamente
su ignominiosa "existencia más animal que humana" (31).
Cuando disfrutaba de sus pocos ratos libres salía a
deambular por algunos sitios sórdidos de París, con
el ánimo de oler todo tipo de aromas y hedores. Una noche,
mientras se festejaba un aniversario más de la
entronización del Rey de Francia, asesinó a una
muchacha de unos 13 ó 14 años, embriagado por el
olor inconfundible y "una fragancia incomprensible,
indescriptible, imposible de clasificar" (38) que expelía
ésta. El inefable éxtasis y la controlable
felicidad que le produjeron el olor y la fragancia de la hermosa
jovencita fundieron en su insondable espíritu el ideal de
ser el creador de perfumes "más grande de todos los
tiempos" (41).

Como Grenouille deliraba por conocer el interior de una
perfumería propició la oportunidad de que Grimal lo
enviara al almacén de perfumes de Giuseppe Baldini, el
perfumista más importante de París. Maravillado por
el mundo de los olores, ya dentro del taller de Baldini, "se le
ocurrió la idea de que pertenecía a este lugar y a
ningún otro, de que se quedaría aquí y desde
aquí conquistaría el mundo" (62). Fue así,
como, haciendo alarde de conocer todos los olores de tener "la
mejor nariz de Paris" (66), le pidió (exigió)
trabajo al perfumista; petición, inicialmente, negada por
éste. Sin embargo, con obstinación y persistencia,
logró convencerlo de que le permitiera, en cinco minutos,
elaborar un perfume que Baldini, secretamente, había
pretendido copiar momentos antes sin haberlo logrado; y de esta
manera le demostraría que, a su manera (invirtiendo el
sistema tradicional de elaborar perfumes), sería capaz de
hacerlo. Su futuro patrón, a regañadientes,
aceptó con múltiples reticencias. Logrado su
propósito, Baldini quedó tan impresionado que, a
pesar de su arrogancia y su desprecio por el muchacho,
resolvió emplearlo como aprendiz. La fragancia del perfume
elaborado por Grenouille conmocionó de manera tan
sorprendente a Baldini que se maravilló de la
hazaña del jovencito. Este perfume era "algo totalmente
nuevo, capaz de crear todo un mundo, un mundo rico y
mágico que hacía olvidar de golpe todas las cosas
repugnantes del propio entorno y comunicaba un sentimiento de
riqueza, de bienestar, de libertad… (77). Bajo las
órdenes del inescrupuloso y utilitario Baldini
trabajó arduamente Grenouille creando diversos y
exquisitos perfumes.

Todo marchaba a pedir de boca para el avaro Baldini
hasta que su dócil y eficiente empleado estuvo a punto de
morir por una enfermedad. Pero para fortuna del perfumista, el
joven no estaba listo para morir todavía. La
recuperación de su enfermedad le permitió obtener
del miserable Baldini los medios para extraer la fragancia de un
cuerpo, a saber: Enflorado o maceración en caliente, en
frío y en aceite, indicándole que estas
técnicas se empleaban en Grasse, ciudad ubicada al sur de
Francia, para extraer las fragancias del jazmín, la rosa y
el azahar. "Su plan era producir nuevas y perfectas sustancias
odoríficas a fin de convertir en realidad por lo menos
algunas de las fragancias que llevaba en su interior" (88). Tras
aprender el proceso de destilación y el lenguaje de la
perfumería, y de consolidar su "pretensión de
elaborar un perfume realmente magnífico" (83), Grenouille
renunció al empleo, después de haber contribuido
eficazmente a la boyante prosperidad económica y prestigio
social de Baldini, "el mayor perfumista de Europa y uno de los
ciudadanos más ricos de París" (94). El ingrato de
Baldini, en "agradecimiento", sólo le había dado
una mísera paga por su esmerado trabajo y expedido un
"certificado de oficial de artesano que le permitiera vivir con
discreción, viajar sin ser molestado y encontrar un
empleo" (95).

Grenouille se marchó con destino al macizo
central de Auvernia, en búsqueda del volcán Plomb
du Cantal, "el punto más alejado de los hombres" (106),
huyendo del apestoso París y de la muchedumbre, del mundo
de los hombres y de los olores. "Quería exteriorizar lo
que llevaba dentro, sólo esto, expresar su interior, que
consideraba más maravilloso que todo cuanto el mundo
podía ofrecer" (95). Cuando Grenouille llegó a lo
más alto de la cumbre ("la montaña de la soledad"
108), "un júbilo inaudito se apoderó de él"
(108), "profirió un grito de alegría" (108) y "se
comportó como un loco hasta altas horas de la noche"
(108). En este lugar, lleno de euforia, sintió que "estaba
completamente solo" (108) y encontró el "silencio
olfativo" (108).

Un poco más debajo de la cima de la
"montaña más solitaria de Francia" (109), se
instaló en una pequeña caverna ("suficiente para su
comodidad" 109). En donde meditó, rememoró,
soñó, ensoñó, fantaseó,
deliró, odió, recordó olores y tuvo
"orgías solitarias" (136) durante siete años,
alimentándose de salamandras, lagartijas, serpientes de
agua, líquenes, hierbas, bayas de musgo y de "un cuervo
muerto" (118). Dentro de la estrecha galería ("su
pétreo aposento" 111) se sentía más seguro
que "en el vientre de su madre" (109). En esa tumba fue donde
vivió de verdad.

Nada de todo esto concernía a Grenouille, que no
pensaba para nada en Dios, no hacía penitencia ni esperaba
ninguna inspiración divina. Se había aislado del
mundo para su propia y única satisfacción,
sólo a fin de estar cerca de sí mismo. Gozaba de su
propia existencia, libre de toda influencia ajena, y lo
encontraba maravilloso. Yacía en su tumba de rocas como si
fuera su propio cadáver, respirando apenas, con los
latidos del corazón reducidos al mínimo y viviendo,
a pesar de ello, de manera tan intensa y desenfrenada como
jamás había vivido en el mundo un libertino
(110).

Después de una catástrofe interior
ocurrida durante "un sueño en el interior de su
fantasía" (118), que "lo expulsó de la
montaña y lo devolvió al mundo" (118), Grenouille
abandonó su cueva y el Plomb du Cantal en dirección
sur. Dicha catástrofe consistió en verse envuelto
en la niebla de su propio olor, pero que él no
podía oler. Entonces expresó un terrible grito que
rompió la niebla y lo despertó. Sin dejarse dominar
por el pánico, fríamente
reflexionó:

No es que yo no huela, porque todo huele. El hecho de
que no huela mi propio olor se debe a que no he parado de oler
desde mi nacimiento y por ello tengo la nariz embotada para mi
propio olor. Si pudiera separarlo de mí, todo o por lo
menos en parte, y volver a él al cabo de cierto tiempo de
descanso, conseguiría olerlo muy bien y, por lo tanto, a
mí mismo (120).

Al llegar a Pierrefort fue recibido por el Alcalde,
quien lo entregó al marqués de la
Taillade-Espinasse, señor feudal de la ciudad y miembro
del Parlamento de Touluose. Éste lo llevó a
Montpellier para probar ante el público sus teorías
del fluidales…

El marqués facilitó su ingreso, como
oficial de perfumista, en el taller de perfumería de
Runel, en Montpellier. El propósito de Grenouille era
crear un perfume que oliera a ser humano, quería
apropiarse del "olor de los hombres, que él mismo no
poseía" (132). Perfumado salió a la calle; las
personas se fijaban en él por su aroma. Con este perfume
iba ganando la simpatía de las gentes, a las que odiaba y
despreciaba profundamente. Se sintió sosegado porque su
perfume imitaba el aroma de los seres humanos.

Bajo el hechizo de su aroma cambiaban, sin que ellos lo
supieran, la expresión del rostro, la conducta y los
sentimientos. Quienes al principio le habían mirado con
descarado asombro, le contemplaban ahora con ojos más
benévolos; quienes antes le observaban apoyados en los
respaldos de sus asientos, con el ceño fruncido y las
comisuras de los labios hacia abajo, indicando crítica,
ahora se inclinaban hacia delante con una expresión
infantil en el semblante relajado; e incluso en las caras de los
miedosos, los asustados, los hipersensibles, que antes le
habían mirado con horror y su estado actual aún les
inspiraba escepticismo, se advertían indicios de
cordialidad y hasta de simpatía cuando su aroma los
alcanzaba (140).

Sabía que era capaz de mejorar este aroma.
Crearía uno que no sólo fuera humano, sino
sobrehumano, un aroma de  ángel, tan
indescriptiblemente bueno y pletórico de vigor que quien
lo oliera quedaría hechizado y no tendría
más remedio que amar a la persona que lo llevara, o sea,
amarle a él, Grenouille, con todo su corazón
(137).

Seguidamente se marchó de Montpelier, sin el
aroma de su perfume, luego de que se hubiera ganado la confianza
de algunas personas y se acercara, únicamente por
interés e hipocresía, al mundo de los hombres. Tras
viajar durante siete días llegó a Grasse, la "Roma
de los perfumes, la tierra prometida de los perfumes" (148).
Allí pretendía apoderarse de la técnica de
extracción de perfumes, "ya que la necesitaba para sus
fines" (148). Al entrar en Grasse se aplicó nuevamente su
embriagador perfume. Deambulando por las calles, en su quehacer
oloroso, percibió la fragancia de la muchacha asesinada en
París, y "derramó lágrimas de beatitud"
(151). Entonces olió la fragancia de una muchacha
más cautivante que aquella, e intentó
"arrancársela como si fuera una piel y convertirla en
suya" (153), pero aún no poseía las técnicas
adecuadas para ello y decidió esperar dos
años.

Antes era preciso consagrarse al trabajo, ampliar su
conocimiento y perfeccionar sus habilidades de artesano para
estar preparado cuando llegara el momento de la cosecha
(153).

En Grasse consiguió empleo en el taller de
perfumería de madame Arnulfi, "una mujer sensata dotada de
un santo sentido comercial" (154), amante de su empleado (primer
oficial) Dominique Druot, con quien se casaría tiempo
después. Allí durante dos años, sumiso a la
explotación laboral de Druot, se entregó "a su
verdadera pasión: la caza sutil de perfumes" (163).
Procedía con tiento y celo, y de un modo planeado y
sistemático afilaba sus armas, limaba sus técnicas
y perfeccionaba lentamente sus métodos útiles para
su oscuro propósito final. Para ello capturaba aromas de
objetos inanimados, y mataba insectos y otros animales con el
objetivo de "arrebatarles el alma perfumada de éstos"
(165). También extrajo el olor humano a "la sábana
de una cama de un funcionario del Tesoro muerto de tisis" (166),
y tras experimentar con una mendiga muda que vistió con
"un harapo preparado con diversas mezclas de grasa y aceite"
(166). Entonces Grenouille se dio por satisfecho. "Sabía
que ahora ya dominaba la técnica de arrebatar la fragancia
a un ser humano" (167). De ahí en adelante orientó
su propósito a la búsqueda de la fragancia de
personas que inspiraran amor (doncellas). Se consideraba el mejor
perfumista del mundo.

Con la sombría intención de elaborar su
anhelado perfume, "según todas las reglas del arte" (171),
reactivó su trabajo con el asesinato, con un golpe en la
nuca, de una muchacha exquisitamente bella, a la que le
arrancó la cabellera y la ropa, que se llevó para
perfeccionar su infando cometido.

En realidad, la joven era de una belleza exquisita.
Pertenecía a aquel tipo de mujeres plácidas que
parecen hechas de miel oscura, tersas, dulces y melosas, que con
un gesto apacible, un movimiento de la cabellera, un solo y lento
destello de la mirada dominan el espacio y permanecen tranquilas
como en el centro de un ciclón, al parecer ignorantes de
la propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de
modo irresistible los anhelos y las almas tanto de hombres como
de mujeres (171).

Así continuó asesinando más
"muchachas extraordinariamente hermosas" (173), hasta completar
la horrorosa suma de 24 doncellas. Eran adolescentes hermosas que
apenas se convertían en mujeres. Todas fueron asesinadas
con el mismo procedimiento y aparecieron desnudas y sin
cabellera. Por unos pocos meses Grenouille suspendió
temporalmente su matanza de doncellas hermosas. Sin embargo,
todavía le faltaba una más: Laure Richis, su
víctima más codiciada.

El padre de esta hermosísima doncella, Antoine
Richis, un acaudalado representante de la nobleza y del poder
político, temeroso de que su adorada hija fuera la
próxima víctima del asesino de doncellas,
decidió marcharse, discretamente, de Grasse con su
preciosa hija, debido a que había tenido una horrible
pesadilla durante la cual vio a Laure asesinada y sin su esbelta
y luenga cabellera. Mientras esto ocurría, Grenouille
perfeccionaba la elaboración del perfume que tanto le
obsesionaba.

El día del triunfo estaba próximo. En su
cabaña, dentro de una cajita acolchada con algodón,
tenía veinticuatro frascos diminutos con el aura, reducida
a gotas, de veinticuatro doncellas… esencias
valiosísimas que Grenouille había obtenido durante
el último año por medio del "enfleurage" en
frío de los cuerpos, digestión de cabellos y ropas,
lavado y destilación. Y hoy quería ir a buscar a la
vigesimoquinta, la más valiosa y la más importante
(185).

Pensaba que cuando estuviera en posesión de todas
las esencias para su perfume, el mejor perfume del universo,
"abandonaría a Grasse como el hombre mejor perfumado de la
tierra" (185).

Cuando Grenouille se enteró de la partida de
Laure, fue tras ésta porque su belleza era la más
valiosa de la tierra para él. "Ninguno de los asesinatos
anteriores tenían utilidad sin el de ella; Laure era la
única piedra de su edificio" (180). Yendo tras "su hilo
dorado" (186), salió en su búsqueda, y en una
posada, donde pasaban la noche ésta y su padre, le dio
alcance y, discretamente, la asesinó.

Días después Grenouille fue descubierto y
acusado como el autor del asesinato de 25 doncellas de Grasse. No
obstante que aceptó ser el "autor de los asesinatos que le
imputaban" (200), no reveló, a pesar de las crueles
torturas, los motivos de estos asesinatos. "Sólo
repetía una y otra vez que necesitaba a las muchachas y
por eso las había matado. No respondía a la
pregunta de por qué" (200). Fue condenado a martirios
hasta que muriera. Sin embargo, cuando se iba a efectuar la
ejecución de su irrevocable sentencia, ocurrió un
milagro, algo incomprensible, increíble e inaudito: los
diez mil asistentes a la plaza de ejecución se
convencieron de que Grenouille era inocente y que lo amaban.
Todos lo consideraron como "el ser más hermoso, atractivo
y perfecto que podían imaginar" (208). La irrevocable
ejecución se transformó, por obra y gracia del
perfume de Grenouille, en un inolvidable bacanal.

La consecuencia fue que la inminente ejecución de
uno de los criminales más aborrecibles de su época
se transformó en la mayor bacanal conocida en el mundo
después del siglo segundo antes de la era cristiana:
mujeres recatadas se rasgaban la blusa, descubrían sus
pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo
con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos,
con los ojos desvariados, por el campo de carne ofrecida
lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos
los miembros rígidos como una helada invisible,
caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las
posiciones y con las parejas más inverosímiles,
anciano con doncella, jornalero con esposa de abogado, aprendiz
con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como
venían. El aire estaba lleno del olor dulzón del
sudor voluptuoso y resonaba con los gritos, gruñidos y
gemidos de diez mil animales humanos. Era infernal
(209).

El perfume que inspiraba amor, "el perfume por cuya
posesión había suspirado toda su vida" (210),
había hecho efecto en los presentes. Los seres humanos lo
amaban, pero él los odiaba. No lo amaban a él, sino
a su "máscara fragante" (210) con la que inspiraba
adoración. Grenouille deseaba que esos "hombres
estúpidos, apestosos y erotizantes" (210) lo odiaran como
él los odiaba. Su descontento radicaba en "su total
ausencia de olor" (214), en que era inodoro. Era tal el efecto
del perfume que Antoine Richis, incomprensible y
paradójicamente, pidió perdón al asesino de
su hija y le propuso que fuera su hijo. Esta absurda realidad le
ocasionó un desmayo a Grenouille, y más tarde
volvió en sí en la cama de la mismísima
Laure Richis. Inmediatamente puso pie en tierra y, discretamente,
abandonó a Grasse, ya sin el olor del perfume que
había embriagado y enloquecido momentáneamente a
los asistentes a su fallida ejecución.

El tribunal lo declaró inocente y se dispuso su
libertad. Después de que el tribunal cerrara el expediente
en contra de Jean-Baptiste Grenouille y reabriera la
investigación por el asesinato de las 25 doncellas,
Dominique Druot fue encontrado responsable de estos homicidios,
debido a que a ello condujeron las "investigaciones", con
fundamento en que en una cabaña de su propiedad (lugar
donde dormía Grenouille, su patrón) fueron
encontradas" las ropas y las cabelleras de todas las
víctimas" (216). En consecuencia, éste fue
condenado a muerte. Y como para hacer más incomprensible
este sinsentido:

El tribunal no se dejó engañar por sus
protestas iniciales. Tras catorce horas de tortura lo
confesó todo y pidió incluso una ejecución
rápida, que se fijó para el día siguiente.
Selo llevaron al alba, sin ninguna ceremonia, sin cadalso y sin
tribunas, y lo colgaron sólo en presencia del verdugo,
varios miembros del tribunal, un médico y un sacerdote. El
cadáver, después de que la muerte se produjera y
fuese constatada y certificada por el médico forense, fue
enterrado sin pérdida de tiempo. Con esto se
liquidó el caso (216).

Con la desgracia de no poder olerse así mismo,
Grenouille ingresó en París, el 27 de junio de
1767, y se internó en el Cementerio de los Inocentes, en
horas nocturnas. En ese tétrico lugar sólo
había malandrines y prostitutas. Destapó su frasco
de perfume y se lo echó en su cuerpo. Extasiados y
embelesados por el hechizo irresistible del perfume los presentes
se abalanzaron en incontrolable tropel sobre Grenouille,
desgarrándole sus ropas y arrancándole sus cabellos
y su piel. Con puñales, hachas y machetes lo
descuartizaron en treinta pedazos, que fueron vorazmente
consumidos, desapareciéndolo "de la faz de la tierra"
(222).

Grenouille y su contexto

Relatada aquí la trágica vida de
Jean-Baptiste Grenouille, uno no puede sentir ningún tipo
de afecto por un personaje tan siniestro. Desde la primera frase
de la novela el autor nos advierte que se trata de un hombre
abominable. Y en la tercera frase lo compara con "monstruos
geniales" como el Marqués de Sade (1740-1814), Louis
Antoine Léon de Saint-Just (1767-1794), Joseph
Fouché, duque de Otranto (1758-1820) y
Napoleón I Bonaparte (1769-1821), entre otros (el
primero de ellos contemporáneo de Jean-Baptiste Grenouille
1738-1767), a quienes el escritor denomina "hombres
célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por
sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad" (7). Es
decir, Grenouille no era ningún filántropo ni
bienhechor de la humanidad.

Su grito al momento de nacer, además de ser una
elección deliberada "contra el amor y a favor de la vida"
(22), también sirvió para "enviar a su madre al
cadalso" (22). Se le comparó con una garrapata. Esta
imagen literaria de la garrapata es tan propicia para comparar al
insecto con Grenouille, que es pertinente recrearla en este
trabajo:

La pequeña y fea garrapata, que forma una bola
con su cuerpo de color gris plomizo para ofrecer al mundo
exterior la menor superficie posible; que hace su piel dura y
lisa para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de
sí misma. La garrapata, que se empequeñece para
pasar desapercibida, para que nadie la vea y la pise. La
solitaria garrapata, que se encoge y acurruca en el árbol,
ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante
años y a kilómetros de distancia la sangre de los
animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar por sus
propias fuerzas. Podría dejarse caer; podría
dejarse caer al suelo del bosque, arrastrarse unos
milímetros con sus seis patitas minúsculas y
dejarse morir bajo las hojas, lo cual Dios sabe que no
sería ninguna lástima. Pero la garrapata, terca,
obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera.
Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve la
sangre en forma de un animal directamente bajo su árbol.
Sólo entonces abandona su posición, se deja caer y
se clava, perfora y muerde la carne ajena…

Igual que esta garrapata era el niño Grenouille.
Vivía encerrado en sí mismo como en una
cápsula y esperaba mejores tiempos. Sus excrementos eran
todo lo que daba al mundo; ni una sonrisa, ni un grito, ni un
destello en la mirada, ni siquiera el propio olor…
(23).

Escribe el autor que Grenouille "fue un mostro desde el
principio" (22), eligiendo la vida por obstinación y
maldad. Por la boca del padre Terrier dice que era un "monstruo",
un "niño insoportable" (19), un "diablillo chillón"
(20). Grenouille no le daba al mundo sino excrementos. "Su
maestro le tenía por un imbécil" (27). Rechazado
por su madre y sus nodrizas, ya se imagina el lector de
qué clase de persona se le está hablando. Un
niño que no olía podría ser un demonio o
estar poseído por éste. En concepto de su cuarta
nodriza, Jeanne Bussie, ese "bastardo" (11) no olía "como
deben oler los seres humanos" (13); por eso le horrorizaba. El
mismo Terrier sintió terror y asco por Grenouille cuando
éste le olió. Para el sacerdote no resultó
ser más que un "ser extraño y frío, un
animal hostil" (19); estuvo a punto de arrojarlo "como si se
tratase de una araña" (19) y de decirle que era un
"demonio" (19), pero el temor a Dios y sus criterios racionales
se lo impidieron.

Y como si esto fuera insuficiente para no profesarle
amor, en el capítulo 8, a sus 12 años,
perpetró su primer asesinato en París; su
víctima, una doncella. Sin embargo, dadas las vicisitudes
de su miserable vida durante su azarosa crianza y bajo las
órdenes de sus despreciables patronos explotadores, los
lectores podríamos abrigar un recóndito sentimiento
de compasión o de ternura; pero después del segundo
asesinato, en el ocaso de su efímera, aciaga y torva
existencia, desaparece la intención de prodigarle
cualquier clase de afecto. Grenouille no logra hechizar y
subyugar a los lectores como lo hizo con las personas que
percibieron el aroma de su embriagador perfume; así como
éstas sólo lo amaron cuando estuvo bajo los efectos
de su aletargador perfume, aquéllos ni lo amaron ni lo
odiaron. Tal como no pudo expeler su aroma natural a quienes
tuvieron algún contacto con él, tampoco el lector
le irradió amor u odio.

Su quinta nodriza, madame Gaillard, a pesar de su
"frío sentido del orden y de la justicia" (21),
terminó por marcarle su aciago destino, ya que, privada de
todo tipo de sentimientos, no le prodigó amor ni cuidados
especiales a Grenouille. ¿Qué se podía
esperar de una mujer alexitímica[3]muerta
en vida? Sin embargo no hubiera podido sobrevivir con otra
nodriza que hubiera echado de menos su olor
característico. Como había perdido el sentido del
olfato por un golpe que le propinó su padre, "justo encima
del arranque de la nariz" (20), esta mujer "pobre de
espíritu" (20) jamás pudo percibir que Grenouille
no expelía ningún tipo de olor humano.
Además de la cicatrices en el alma, durante la permanencia
en el hogar de madame Gaillard le quedaron cicatrices en el
cuerpo como secuela de las enfermedades que lo atacaron, la
caída en un pozo y una escoriación en el pecho con
agua caliente.

Como consecuencia de todo ello le quedaron cicatrices,
arañazos, costras y un pie algo estropeado que le
hacía cojear, pero vivía. Era fuerte como una
bacteria resistente, y frugal como la garrapata, que se
inmoviliza en un árbol y vive de una minúscula gota
de sangre que chupó años atrás. Una cantidad
mínima de alimento y de ropa bastaba para su cuerpo. Para
el alma no necesitaba nada. La seguridad del hogar, la entrega,
la ternura, el amor -o como se llamaran las cosas consideradas
necesarias para un niño- eran totalmente superfluas para
el niño Grenouille. Casi afirmaríamos que él
mismo las había convertido en superfluas desde el
principio, a fin de poder sobrevivir. El grito que siguió
a su nacimiento, el grito exhalado bajo el mostrador donde se
cortaba el pescado, que sirvió para llamar la
atención sobre sí mismo y enviar a su madre al
cadalso, no fue un grito instintivo en demanda de
compasión y amor, sino un grito bien calculado, casi
diríamos calculado con madurez, mediante el cual el
recién nacido se decidió "contra" el amor y "a
favor" de la vida. Dadas las circunstancias, ésta
sólo era posible sin aquél, y si el niño
hubiera exigido ambas cosas, no cabe duda de que habría
perecido sin tardanza. En aquel momento habría podido
elegir la segunda posibilidad que se le ofrecía, callar y
recorrer el camino del nacimiento a la muerte sin el
desvío de la vida, ahorrando con ello muchas calamidades a
sí mismo y al mundo, pero tan prudente decisión
habría requerido un mínimo de generosidad innata y
Grenouille no la poseía. Fue un monstruo desde el mismo
principio. Eligió la vida por pura obstinación y
por pura maldad (22).

A Grenouille no sólo le faltó el amor de
Madame Gaillard, también los demás niños lo
detestaban e intentaron matarlo. A pesar de que no era agresivo,
torpe o taimado, sentían asco y pavor porque lo
veían como una araña que había que aplastar.
Desistieron de hacerlo debido a que comprendieron que era
indestructible. Le temían porque no percibían su
olor.

Grenouille, siendo aún pequeño,
empezó a mostrar sus facultades olfativas. Comenzó
oliendo maderas y distinguiendo los olores de las diversas
maderas. Su facultad olfativa era sorprendente. Cuando
sólo contaba con seis años ya había
percibido su entorno a través del olfato.

A medida que crecía se tornaba más
introvertido. Abstracciones como justicia, Dios, alegría,
responsabilidad, humildad y gratitud eran ideas
enigmáticas para éste. Como no temía a la
oscuridad y era como vidente, madame Gaillard pensó que
tenía facultades sobrenaturales. Razón por la cual
decidió que no seguiría en su trabajo de nodriza.
Sin ningún sentimiento de culpa lo entregó al
curtidor Grimal, pues sabía que en el taller de
curtiembres de éste tendría escasas posibilidades
de sobrevivir, ya que el trabajo de aprendiz de curtidor era
extremadamente peligroso para un niño de tan solo nueve
años.

Grenouille presintió que Grimal lo
maltrataría si se insubordinaba; su olfato así se
lo reveló. Para Grimal, Grenouille sólo le
interesaba como trabajador eficiente y sumiso, no como persona,
sino como "un animal doméstico útil" (31). Eso
valía para la burguesía capitalista un ser humano.
Era evidente la cosificación del sujeto, oprobioso
fenómeno vigente en nuestro tiempo. Pero él se
aferraba a la vida como una garrapata; concentrado y entregado a
su trabajo, era dócil, laborioso y moderado. Su anhelo de
existir y su fuerza vital eran tan fuertes que sobrevivió
a la mortal enfermedad del ántrax maligno; solamente le
quedaron cicatrices en la cara, que lo afearon
más.

A sus doce años su interés por el
encantador mundo de los olores lo subyugaban de manera asombrosa
e iba creciendo de manera que se le convirtió en una
necesidad. Una noche cualquiera salió a buscar olores y
fragancias por algunos rincones apestosos de París.
Disfrutaba placenteramente destramando e hilando olores. Buscaba
con pasión y paciencia olores conocidos y desconocidos.
Él veía con el olfato, detectando olores por
aquí y por allí, por acá y por allá.
Se extasiaba con el olor del mar y anhelada fervientemente
conocerlo. En esta "cacería" de olores olisqueó,
por primera vez, el perfume verdadero de las flores y otras
plantas aromáticas.

Registró estos perfumes como registraba los
olores profanos, con curiosidad, pero sin una admiración
especial. No dejó de observar que el propósito del
perfume era conseguir un efecto embriagador y atrayente y
reconocía la bondad de las diferentes esencias de las que
estaban compuestos, pero en conjunto le parecían
más bien toscos y pesados, chapuceros más que
sutiles, y sabía que él podría inventar
otras fragancias muy distintas si dispusiera de las mismas
materias primas.

Muchas de estas materias primas ya las conocía de
los puestos de flores y especias del mercado; otras eran nuevas
para él y procedió a separarlas de las mezclas para
conservarlas, sin nombre, en la memoria: ámbar, algalia,
pachulí, madera de sándalo, bergamota, vetiver,
opopónaco, tintura de benjuí, flor de
lúpulo, castóreo…

No tenía preferencias. No hacía
distinciones, todavía no, entre lo que solía
calificarse de buen olor o mal olor. La avidez lo dominaba. El
objetivo de sus cacerías era poseer todo cuanto el mundo
podía ofrecer en olores y la única condición
que ponía era que fuesen nuevos. El aroma de un caballo
sudado equivalía para él a la fragancia de un
capullo de rosa y el hedor de una chinche al olor del asado de
ternera que salía de una cocina aristocrática. Todo
lo aspiraba, todo lo absorbía. Y tampoco reinaba
ningún principio estético en la cocina
sintetizadora de olores de su fantasía, en la cual
realizaba constantemente nuevas combinaciones odoríferas.
Eran extravagancias que creaba y destruía en seguida como
un niño que juega con cubos de madera, inventivo y
destructor, sin ningún principio creador aparente.
(35).

En la noche del 1 de septiembre de 1753, aprovechando
que los parisinos conmemoraban un aniversario del ascenso de su
Rey al trono, Grenouille fue en búsqueda de olores, y
percibió un átomo de la más
fantástica y embrujadora fragancia nunca antes
olida.

Tuvo el extraño presentimiento de que aquella
fragancia era la clave del ordenamiento de todas las demás
fragancias, que no podía entender nada de ninguna si no
entendía precisamente ésta y que él,
Grenouille, habría desperdiciado su vida si no
conseguía poseerla. Tenía que captarla, no
sólo por la mera posesión, sino para tranquilidad
de su corazón (36).

Esta fragancia era una mezcla de dos cosas, lo ligero y
lo pesado; no, no una mezcla, sino una unidad y además
sutil y débil y sólido y denso al mismo tiempo,
como un trozo de seda fina y tornasolada… pero tampoco como la
seda, sino como la leche dulce en la que se deshace la galleta…
lo cual no era posible, por más que se quisiera:
¡seda y leche! Una fragancia incomprensible,
indescriptible, imposible de clasificar; de hecho, su existencia
era imposible. Y no obstante, ahí estaba, en toda su
magnífica rotundidad. Grenouille la siguió con el
corazón palpitante porque presentía que no era
él quien seguía a la fragancia, sino la fragancia
la que le había hecho prisionero y ahora le atraía
irrevocablemente hacia sí (37-38).

Como Grenouille infirió que su vida
carecía de sentido sin aquella fragancia, guiado por su
"brújula" odorífica, se dirigió al lugar de
donde provenía tan seductora aroma.

Quería grabar el apoteósico perfume como
con un troquel en la negrura confusa de su alma, investigarlo
exhaustivamente y en lo sucesivo sólo pensar, vivir y oler
de acuerdo con las estructuras internas de esta fórmula
mágica (39).

El manantial de esta singular fragancia era una hermosa
doncella de unos 13 ó 14 años. Grenouille la
ubicó con su prodigiosa nariz; se acercó
cautelosamente y, con sus manos, la estranguló, poseso de
la fútil preocupación de no perder nada de su
fragancia.

Cuando estuvo muerta, la tendió en el suelo entre
los huesos de ciruela, le desgarró el vestido y la
fragancia se convirtió en torrente que le inundó
con su aroma. Apretó la cara contra su piel y la
pasó, con las ventanas de la nariz esponjadas, por su
vientre, pecho, garganta, rostro, cabellos y otra vez por el
vientre hasta el sexo, los muslos y las blancas pantorrillas. La
olfateó desde la cabeza hasta la punta de los pies,
recogiendo los últimos restos de su fragancia en la
barbilla, en el ombligo y en el hueco del codo (40).

Aquella noche su cubil se le antojó un palacio y
su catre una cama con colgaduras. Hasta entonces no había
conocido la felicidad, todo lo más algunos raros momentos
de sordo bienestar. Ahora, sin embargo temblaba de felicidad
hasta el punto de no poder conciliar el sueño.
Tenía la impresión de haber nacido por segunda vez,
no, no por segunda, sino por primera vez, ya que hasta la fecha
había existido como un animal, con sólo una
nebulosa conciencia de sí mismo. En cambio, hoy le
parecía saber por fin quién era en realidad: nada
menos que un genio; y que su vida tenía un sentido, una
meta y un alto destino: nada menos que el de revolucionar el
mundo de los olores; y que sólo él en todo el mundo
poseía todos los medios para ello: a saber, su exquisita
nariz, su memoria fenomenal y, lo más importante de todo,
la excepcional fragancia de esta muchacha de la Rue des Marais en
cuya fórmula mágica figuraba todo lo que
componía una gran fragancia, un perfume: delicadeza,
fuerza, duración, variedad y una belleza abrumadora e
irresistible. Había encontrado la brújula de su
vida futura. Y como todos los monstruos geniales ante quienes un
acontecimiento externo abre una vía recta en la espiral
caótica de sus almas, Grenouille ya no se apartó de
lo que él creía haber reconocido como la
dirección de su destino. Ahora vio con claridad por
qué se aferraba a la vida con tanta determinación y
terquedad: tenía que ser un creador de perfumes. Y no uno
cualquiera, sino el perfumista más grande de todos los
tiempos (41).

Partes: 1, 2

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