El convite del compadre baltasar, de matías gonzález garcía, autor puertorriqueño

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Cuento El convite del Compadre Baltasar, de Matías González García (autor puertorriqueño)
González García
Nació en Naguabo, Puerto Rico, en 1866 y falleció en Gurabo en 1938. Inició estudios de medicina en España, pero no pudo concluirlos por razones de salud. Regresó a Puerto Rico y se desempeñó como maestro durante veinte años. Participó activamente en la vida política de su tiempo. Fue autor de muchas obras literarias, entre ellas, la novela Carmela (1903) y los cuentos de Cosas de antaño y cosas de ogaño (1922).

El convite del compadre Baltasar
Cierto día me tropecé en la calle con el compadre Baltasar. * Compadre Matías… * Compadre Baltasar… * ¿Y la comae? * Buena. * ¿Y los niños? * También. * Que
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Tal recibimiento nos produjo un efecto terrible. * ¡Compadre Baltasar…! –grité con todos mis pulmones.
Nadie contestó. * ¡Compadre Baltasar…! –volví a repetir.
Esta vez nos respondió el aullido de un perro. * ¡Compadre Baltasar…!
Entonces se entreabrió una puerta de la casa, apareciendo nuevamente el muchacho sucio y haraposo, que mirándonos con sus ojitos de pillastre. Nos dijo: * Les manda a isir mamá, que papá no está aquí. * ¿Y en dónde está? * En el sercao. * Pues vete al cercado y avísale que aquí está su compadre. Al oír esta última palabra, el chiquillo se acercó a mí y quitándose la gorra, me saludó humildemente. * ¡La bendición, pailino…!
Mi amigo Antonio soltó una carcajada y yo iba también a corresponderle, cuando a la puerta de la casa se presentó una mujer, que si no fea, pues aún desmontaba en su rostro cierta juventud, aparecía pálida y ojerosa, mostrando al sonreír, unos dientes sucios y amarillos.
Detrás de ella, dos niños de corta edad se agarraban en su saya, tratando de ocultarse como si les infundiéramos miedo. * Dentren, señores, dentren… –dijo la doña, con voz dulce, aunque no exenta de temor–, dentren, que aunque mi marío no está no está en la casa, ya Casimo lo fue a buscar.
Y entramos.
Después de los saludos de costumbre, ella se sentó, siempre sonriéndose, y tratando de calmar a los niños, uno de los

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