La ética de freud
Para Freud, el orden del yo es anterior al orden de la comunidad. El yo es algo independiente y demarcado frente a todo lo demás, pero sus límites no son inamovibles y tampoco claros como su propia estructura.
Lo primero que aprendemos es el principio de realidad, que es el sentimiento de lo interior (yo) y lo exterior (el mundo)
El principio de realidad dominará la evolución del hombre.
El hombre aspira a la felicidad. Esta aspiración tiene dos fases:
1ª) Un fin positivo: obtención del placer.
2ª) Un fin negativo: evitar el dolor.
En sentido estricto el término felicidad sólo se aplica al fin positivo. Por consiguiente, la actividad humana se despliega entre estos dos fines.
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A sus 74 años, resume los puntos más salientes de su doctrina, en especial los que habían sido aceptados con más reservas, como el principio de muerte, y, desde la dilatada perspectiva que permite la vejez, enjuicia, en una pausada e ideal conversación, las preocupaciones de sus contemporáneos más jóvenes, y, por tanto, proyectados hacia el futuro.
El título, en su versión castellana corriente, presenta ambigüedades. El término alemán “Unbehagen”, traducido por malestar, quiere decir propiamente incomodidad, pesadez, desazón. El hombre moderno no se siente cómodo, “a sus anchas”, en el ambiente donde vive, la cultura. Son tantas las restricciones a que le obliga la civilización, que no puede desplegar naturalmente sus tendencias, y, satisfacerlas.
El otro término, “cultura”, tampoco tiene un sentido preciso. Para Freud, cultura no significa ilustración o formación intelectual, sino el conjunto de las normas restrictivas de los impulsos humanos, sexuales o agresivos, exigidas para mantener el orden social. Aunque en el mundo cultural haya un sinfín de valores positivos, como la exaltación de la convivencia con sus múltiples relaciones sociales, o la producción y el goce del arte, sin embargo, estos mismos valores provienen de una sublimación, y en general, de una renuncia a la satisfacción de las pulsiones libidinosas que provocan siempre una indefinida inquietud.
La obra de Freud comienza con ocasión de un comentario, hecho por su amigo Romain Rolland, a su