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¿Es posible la felicidad en nuestro mundo cultural y natural? (página 2)




Enviado por Luis Ángel Rios



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Las emociones, el motor de las acciones humanas, dieron origen a la religión, la ética, el derecho, las leyes, los códigos y el Estado, como mecanismos o instrumentos culturales y sociales para regular, aquietar controlar, educar, atemperar o "poner freno" a éstas, ya sea mediante lo irracional o lo racional, acudiendo a la amenaza de castigos divinos y humanos o reproche social y moral. Según Antonio Damasio, si los seres humanos carecieran de emociones y sentimientos no tendrían sentido dichas instituciones sociales. "Sospecho que en ausencia de emociones sociales y de los sentimientos subsiguientes, incluso en el supuesto improbable de que otras capacidades intelectuales pudieran permanecer intactas, los instrumentos culturales que conocemos, tales como comportamientos éticos, creencias religiosas, leyes, justicia y organización política o bien no habrían aparecido nunca, o bien habrían sido un tipo muy distinto de construcción inteligente […]. Ninguna de las instituciones implicadas en la gestión del comportamiento social tiende a ser considerada como un dispositivo para regular la vida, quizá porque con frecuencia no consiguen cumplir adecuadamente su tarea o porque sus objetivos inmediatos enmascaran la conexión con el proceso vital. Sin embargo, el fin último de dichas instituciones es precisamente la regulación de la vida en un ambiente concreto. Con sólo ligeras variaciones de acento, sobre lo individual o lo colectivo, directa o indirectamente, el fin último de estas instituciones gira alrededor de promover la vida y evitar la muerte, aumentar el bienestar y reducir el sufrimiento […]. Las convenciones sociales y las normas éticas pueden ser consideradas, en parte, como extensiones de las disposiciones homeostáticas básicas a nivel de la sociedad y de la cultura. La consecuencia de aplicar las normas es la misma que el resultado de dispositivos homeostáticos básicos tales como la regulación metabólica o los apetitos: un equilibrio de la vida para asegurar la supervivencia y el bienestar […]. La Constitución que gobierna un Estado democrático, las leyes que están en consonancia con dicha Constitución, y la aplicación de dichas leyes en un sistema judicial son asimismo dispositivos homeostáticos. Están conectados por un largo cordón umbilical a las otras filas de regulación homeostática sobre las que han sido modelados: apetitos/deseos, emociones/sentimientos, y la gestión consciente de ambos […]. La empresa de vivir en un acuerdo compartido y pacífico con otros es una extensión de la empresa de preservarse a sí mismo. Los contratos sociales y políticos son extensiones del mandato biológico personal. Resulta que estamos estructurados biológicamente de una determinada manera (tenemos el mandato de sobrevivir y de maximizar la supervivencia placentera en lugar de la supervivencia dolorosa), y de esta necesidad procede de un cierto acuerdo social"[73]. Así mismo, porque somos seres emocionales es que hay necesidad de candados, cerraduras, cajas fuertes, rejas, puertas, vidrios blindados, vidrios polarizados, cámaras de vigilancia, circuitos cerrados de televisión y demás objetos para controlar y "frenar" algunas de las desaforadas pasiones humanas: ambición, codicia, avaricia, voracidad, envidia, egoísmo, ruindad, etc.

Es necesario estudiar el convulso y complejo universo de los estados anímicos para tratar de dominar las pasiones y así evitar situaciones que nos compliquen la anhelada búsqueda, no solo del bienestar emocional, sino de la felicidad. "Si el ser humano es, de algún modo y dentro de sus límites, dueño de su vida, ha de ser capaz de dar forma y sentido a sus sentimientos para no desviarse de su cometido, para poder florecer como humano"[74]. ¿Si nos gobiernan las pasiones, podremos obtener bienestar emocional y conquistar la esquiva felicidad? ¿Podrá ser feliz quien sufra por el incontrolable ímpetu de sus ingobernables pasiones, causándose daño moral y sicológico así mismo, perjudicando a los demás o perdiendo su libertad por perpetrar delitos, obnubilado por el furor de sus emociones? Buscando ponerle inteligencia a las emociones surgió la llamada inteligencia emocional. "Llevar una vida correcta, conducirse bien en la vida, saber discernir, significan no solo tener un intelecto bien amueblado, sino sentir las emociones adecuadas en cada caso"[75]. El ser humano está dotado de razón y de emociones, es decir, es una persona racional y emotiva. Por este motivo "debe desarrollar lo que los griegos llamaron la actividad contemplativa, el pensamiento, y aprender a admirar lo admirable y a rechazar lo que no lo es, para lo cual debe tener razones que le indiquen qué es digno de admiración y qué no es admirable bajo ningún aspecto"[76].

El hombre como ser racional y emocional, debe entender que ni la racionalidad se consolida sin el apoyo de las emociones, ni las emociones son irracionales. Mientras que unos teóricos del universo emotivo afirman que las emociones son racionales y pertenecen al universo cognoscitivo, otros señalan que son irracionales y tienen un origen puramente fisiológico y conductual. En las emociones, además del factor biológico o natural, influye el entorno social y cultural. Independiente del acierto o desacierto de sus teorías, lo cierto es que las emociones unen o separan a los seres humanos. Por ejemplo: el amor une, el odio separa; la concordia une, la discordia separa; la generosidad une, la avaricia separa; la empatía une, la arrogancia separa, etc. Los hombres, decía Spinoza, son enemigos por naturaleza, porque están sometidos por las pasiones (o ideas inadecuadas de la naturaleza de las cosas), que los individualizan y producen rivalidades de intereses. "Por lo que hace a la vida en sociedad y a la organización política, los afectos pueden ser vistos como un obstáculo para vivir juntos, pero también como el estímulo para la buena convivencia"[77]. De ahí que este pensador planteara la necesidad del Estado (además de la recta razón como guía del comportamiento o autogobierno de las pasiones mediante el conocimiento racional de nosotros mismos) para que contribuyera al sometimiento de los afectos humanos o afecciones del alma. Consciente de que los hombres estamos necesariamente sometidos a las pasiones, entramos en conflicto y nos esforzamos en cuanto podemos en oprimirnos unos a otros. "Lo que importa es establecer el Estado de modo tal que todos, gobernantes y gobernados, quieran o no quieran, actúen de modo conveniente al servicio del bien común […]. [En consecuencia], el hombre libre es más libre en el Estado, donde vive según las leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde solo se obedece a sí mismo"[78].

Quienes defienden la teoría de que las emociones son racionales (los cognoscitivistas o cognitivistas), no piensan que éstas se repriman, sino que se encaucen o canalicen para evitar su desbordamiento y los asaltos emocionales. "En el encauzamiento de las emociones tiene una parte importante la facultad racional, pero no para eliminar el afecto, sino para darle el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva"[79]. Así mismo, los cognitivistas plantean que la estructura de las emociones está constituida por deseos, cogniciones, creencias y juicios. Concita la atención para comprender en parte el complejo e intrincado universo emocional la importancia de las creencias. Con respecto a las creencias, como fuente de emociones, algunos autores piensan que la pasión amorosa se basa en la creencia de que la persona amada lo tiene todo, se puede confiar en ella, es atractiva, es interesante y guapa, por lo que uno desea que esa creencia no se frustre, sino, al contrario, se refuerce por el contacto con la persona querida. "Las emociones pueden proceder de creencias o cogniciones equivocadas, de hecho, muchas veces ocurre así. En cualquier caso, la causa de una emoción determinada es siempre una cierta visión de las cosas que genera rechazo o deseo de permanencia […]. Su vinculación con el deseo las convierte, efectivamente, en disposiciones a obrar, que proporcionan a la persona una orientación, la cual viene dada por las creencias que uno tiene sobre la realidad, y se proyecta hacia un objetivo propiciado por el deseo. Las creencias proveen a la persona de una imagen del mundo que habita, mientras los deseos le proporcionan objetivos o cosas a las que aspirar. El puente que vincula las creencias al deseo es el estado emotivo. Dicho de otra forma, las creencias crean un mapa del mundo y los deseos apuntan a recorrerlo o, por el contrario, a evitarlo. Es más, si las emociones tienen que ver con una forma determinada de entender el mundo y provocan un comportamiento reactivo consecuente con esa visión, las emociones presuponen una cultura común, un sistema de creencias y prácticas compartidas. Es decir, que sentimos y nos emocionamos de acuerdo con el entorno en el que hemos nacido y en el que vivimos"[80].

También es importante tener en cuenta los juicios como fuente de emociones. Estamos habituados a escuchar e inferir que el origen básico y fundamental de las pasiones es lo irracional, instintivo y biológico, que nos extraña oír y pensar que la razón, las creencias y los juicios sean causa de las emociones. Martha Nussbaum, citada por Victoria Camps, plantea la tesis de que "las emociones implican juicios sobre cosas que nos importan, juicios en los cuales, al apreciar un objeto externo como valioso para nuestro propio bienestar, reconocemos nuestra propia menesterosidad e incompletitud ante aspectos del mundo que no controlamos totalmente"[81]. De esta tesis se desprende la idea de que las pasiones son errores de juicio o conmociones del alma desviadas de la recta razón de la naturaleza. Aristóteles pensaba que las pasiones eran causa de nuestra levedad para trocar nuestros juicios. "El Libro II de la Retórica, dedicado a la persuasión, acaba diciendo que las emociones o las pasiones son las causantes de que los hombres se hagan volubles y cambien en lo relativo a sus juicios, en cuanto que de ellos se sigue dolor y placer. Así son, por ejemplo, la ira, la compasión, el temor y otras más de naturaleza semejante y sus contrarias". Si las emociones son racionales, intelectuales o cognitivas, pueden ser atemperadas por medio de la prudencia. Una persona prudente aplica el justo medio o la virtud a sus emociones para no dejarse dominar por su ímpetu frenético. En palabras de Aristóteles, la prudencia (como virtud práctica) es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto de lo que nos conviene y no nos conviene para nuestro bienestar físico y emocional. En consecuencia, la persona prudente tiene como función deliberar rectamente sobre sus acciones y pasiones.

El problema de las pasiones o emociones (disposiciones mentales o maneras de ser), antes de que se convirtiera en un tema de dominado de la sicología, el sicoanálisis, la psiquiatría, la pedagogía, el derecho, la bioética, la sociobiología y la neurociencia (neurofisiología y neurobiología), fue campo de trabajo especulativo de la filosofía. En tanto que algunos filósofos pensaban que había que reprimir las emociones, pasiones o instintos, mediante el poder de la razón, otros planteaban que este tipo de fenómenos psíquicos no era posible de dominar racionalmente, ya que forman parte de la vida anímica y no hay porqué reprimirlos, sino encauzarlos racionalmente. "¿En qué consiste, pues, la sabiduría o la ruta de la verdadera felicidad? Precisamente no está en disminuir nuestros deseos, ya que si estuvieran por debajo de nuestro poder, una parte de nuestras facultades quedaría ociosa, y nosotros no gozaríamos de todo nuestro ser"[82]. Las teorías sobre las emociones planteadas por algunos filósofos reconocidos nos aportan información de interés para tener en cuenta a la hora de reflexionar sobre nuestro complejo e insondable universo emocional. Desde la neurociencia, Antonio Damasio plantea que no es pertinente la eliminación de las emociones y los sentimientos. "La eliminación de la emoción y el sentimiento de la imagen humana implica un empobrecimiento en la subsiguiente organización de la experiencia. Si las emociones y sentimientos sociales no se despliegan adecuadamente, y se desbarata la relación entre las situaciones sociales y la alegría y la pena, el individuo no va a poder categorizar la experiencia de los acontecimientos en el registro de su memoria autobiográfica según la nota de emoción/sentimiento que confiera «bondad» o «maldad» a dichas experiencias. Esto impediría cualquier nivel ulterior de construcción de las nociones de bondad y maldad, es decir, la construcción cultural razonada de lo que debiera considerarse bueno o malo, dados sus efectos positivos o negativos"[83].

Chishire Calhoun y Robert Salomón, en su libro ¿Qué es una emoción?, sostienen que "la naturaleza de la emoción es un tema común a numerosas disciplinas, incluyendo la psicología filosófica y la filosofía de la mente, la psicología de la motivación, la teoría del aprendizaje y la psicología educativa, la psiquiatría, la metapsicología y la teología"[84]. En el texto se consignan cinco modelos teóricos de las emociones: sensorial, fisiológico, conductual, evaluativo y cognoscitivo. "Las teorías de la sensación (Hume) y las teorías fisiológicas (Descartes, James) hacen hincapié en el "sentimiento" real de una emoción, aunque no están de acuerdo en si es principalmente un sentimiento psicológico (por ejemplo, sentirse abrumado) o un sentimiento de cambios fisiológicos reales (por ejemplo, sentir que se le retuerce a uno el estómago de disgusto). Las explicaciones causales de las emociones figuran prominentemente en el análisis de ambas teorías. En las teorías conductuales, como su nombre lo indica, se presta especial atención a las conductas distintivas relacionadas con diferentes emociones. Las emociones son analizadas ya sea como la causa de esas conductas (Darwin) o como algo que consiste única o principalmente en patrones de conducta (Dewey, Ryle). Las teorías evaluativas (Brentanq Scheler) comparan las actitudes en pro y en contra de las emociones (sentir agrado, desagrado, amor, odio, etcétera) y los juicios de valor positivos o negativos. En este tipo de análisis, el "objeto" de la emoción es importante. Finalmente, las teorías cognoscitivas, que cubren un amplio espectro de teorías particulares, se enfocan en la conexión entre las emociones y nuestras creencias sobre el mundo, nosotros mismos y los demás. Por ejemplo, las emociones parecen depender de ciertas creencias (la envidia depende de la creencia de que otra persona ha tenido mejor suerte que nosotros, por ejemplo), y pueden modificar nuestra percepción del mundo y nuestras creencias al respecto […]. La emoción y el conocimiento son mucho más personales de lo que sugeriría el énfasis tradicional en la razón y la comprensión —a diferencia de las pasiones—. De hecho, algunas emociones, por ejemplo, la curiosidad científica y el amor a la verdad, son esenciales para que adelante el conocimiento. Por demasiado tiempo hemos hecho énfasis en las demandas impersonales del conocimiento en vez de la pasión por saber, y tanto el conocimiento como la pasión han sufrido con esto. Podemos decir también que gran parte del ímpetu que impulsa la nueva ola de interés en las emociones es el deseo de averiguar cómo podemos provocar esas emociones tan valiosas que hemos dejado durante demasiado tiempo sujetas a las contingencias fortuitas de la infancia; me refiero no sólo a la curiosidad y la pasión por la verdad, sino también a la pasión por la justicia y la compasión, el amor que dura toda la vida, e incluso, en el momento correcto y en cierta medida, a la indignación justificada. Éstas no son intrusiones momentáneas en nuestras vidas, sino su núcleo mismo y la fuente de nuestros ideales. Una vez que comenzamos a pensar en las emociones en esta forma, y a sentir el interés más tradicional por aquellas emociones que parecen ser una forma de locura o una obsesión irracional, la importancia de estudiar las emociones debe quedarnos más clara, no sólo como una curiosidad intelectual, sino también como una necesidad práctica y personal. La vida que no ha sido examinada no vale la pena vivirse, dijo Sócrates. Esta es la idea con la cual se ha reunido esta colección de ensayos, ya que reconocemos que las emociones, aunque a menudo descuidadas en la filosofía, siempre han sido esenciales para la vida"[85].

Aunque el término más utilizado para denominar el universo anímico es "emociones", a éstas también se les denomina pasiones, sentimientos, pulsiones, deseos, afectos, instintos, inclinaciones, condición afectiva, actos mentales, apetitos humanos, disposición afectiva o mental, estados de ánimo, tribulaciones del ser, fenómenos mentales, perturbaciones del espíritu, hechos de la conciencia subjetiva, hechos psíquicos, vivencias sicológicas, entidades psíquicas o afecciones o condiciones del alma. "En todos los casos, el término en cuestión evoca algo que el individuo padece, que le sobreviene, que le afecta y que no depende de él"[86].

  • B. Las emociones desde el universo de la filosofía

El tema de las pasiones es tan importante en la vida humana, que Platón, lo relacionaba con la justicia o lo justo. "Y es que son las emociones o los sentimientos las que proporcionan la base necesaria al conocimiento del bien y del mal para que el ser humano se movilice y actúe en consecuencia con ello. Lo decía ya Platón en La República al preguntarse por qué hay que rechazar la tiranía. Y respondía más o menos esto: la rechazamos porque tememos la inseguridad en que vive el tirano y porque nos repugna participar en un sistema en el que se ejerce una relación tiránica"[87]. Este pensador plantea en dicha obra que un hombre es justo si todas y cada una de sus partes (razón, deseo y emociones) desempeñan sus funciones correspondientes sin interferir las unas con las otras. Un hombre justo es aquel cuya mente está en buen estado; un hombre sano es aquel cuyo cuerpo está en buen estado. Ser bueno consiste en tener una mente o alma bien ordenada. Quien tiene el alma bien ordenada, obra bien y ejecuta acciones buenas y justas. El alma bien ordenada significa que en un hombre justo, los deseos nunca dominan la voluntad. Sin embargo, los deseos no se pueden ahogar o reprimir, sino que se les debe permitir desempeñar las funciones que les corresponde: informar cuando el cuerpo necesita satisfacer racionalmente algunas necesidades básicas, como comer, beber, dormir, etc. La razón debe controlar las acciones del hombre, de la misma forma que los gobernantes deben controlar lo que pasa en el Estado. Las emociones pueden funcionar pero sometidas al imperio de la razón. En el hombre bueno, las emociones se aliarán con el corazón cuando haya un conflicto con los deseos. "El hecho de que lo subconsciente aflore en los sueños hasta de los hombres perfectamente normales y dueños de sí mismos, prueba que todo el mundo alberga dentro de sí instintos de este tipo brutal y espantoso"[88].

Aristóteles, en su tratado de Retórica, define la emoción como aquello que hace que la condición de una persona se transforme a tal grado que su juicio quede afectado, y algo que va acompañado de placer y de dolor. Para Aristóteles, la emoción es toda afección del alma acompañada de placer o de dolor, y en la que el placer y el dolor son la advertencia del valor que tiene para la vida el hecho o la situación a la que se refiere la afección misma. "Así las emociones pueden considerarse como la reacción inmediata del ser vivo a una situación que le es favorable o desfavorable; inmediata en el sentido de que está condensada y, por así decirlo, resumida en la tonalidad sentimental, placentera o dolorosa, la cual basta para poner en alarma al ser vivo y disponerlo para afrontar la situación con los medios a su alcance"[89]. Dominar nuestras pasiones, nuestras emociones, es vivir racionalmente, es decir, de acuerdo con las directrices de la razón. "Cualquiera puede ponerse furioso… eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad perfecta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta… eso no es fácil"[90]. Aristóteles plantea que poseemos pasiones, facultades y modos de ser. "Las pasiones nos sobrevienen sin quererlo, no son deliberadas. Pasiones son el miedo, el coraje, la envidia, el amor, el odio, los celos. Las facultades, por su parte, nos hacen capaces de entristecernos, alegrarnos, amar, compadecernos, es decir, apasionarnos de una manera o de otra. Los modos de ser, finalmente, determinan que nos comportemos bien o mal con respecto a las pasiones. Por ejemplo, si nos encolerizamos en exceso o permitimos que los celos se apoderen de nosotros impidiéndonos pensar o actuar, no nos estamos comportando correctamente. Una vez hecha esta clasificación de lo que ocurre en el alma, Aristóteles concluye que las virtudes no son ni pasiones ni facultades, sino modos de ser"[91].

Para los Estoicos el problema de las emociones fue un tema de sus disquisiciones filosóficas, las que definieron como juicios errados sobre el mundo, como formas falsas y destructivas de ver la vida y sus infortunios. "En las emociones nos rebelamos contra las tragedias de la vida y nos regocijamos de su buena fortuna; pero los sucesos del mundo están totalmente fuera del control humano, y por lo tanto debemos remplazar las emociones con la razón y lo que ellos llamaron "indiferencia psíquica" (apatheia o apatía)"[92]. De la afirmación de Marco Aurelio ("Si alguna cosa te entristece, no es ella la que te entristece, sino el juicio que te formas acerca de ella"), se infiere que para este pensador estoico, las pasiones son malas y negativas para la libre expansión del alma. "Dado que hay cosas que no pueden evitarse, como el dolor o la muerte, la guía moral para conducirse en este mundo de seres vulnerables es aprender a corregir el juicio y a ver las cosas de forma que dejen de perturbarnos. Es posible liberarse de las pasiones apreciando o valorando la realidad de otra manera. De esta forma se conseguirá la ataraxia, un estado de imperturbabilidad que solo alcanza el que de verdad es sabio. Lo cierto de todo ello es que las emociones muestran la vulnerabilidad esencial del hombre […]. Las emociones ciertamente ponen de manifiesto nuestra forma de ver el mundo, en tanto humanos, puesto que tendemos a estar tristes por las mismas razones, o en tanto individuos con un carácter específico o con una sensibilidad especial hacia ciertos fenómenos"[93]. El propósito de los estoicos (si tenemos en cuenta el difícil y violento contexto histórico de los romanos de su tiempo y cultura) era un ir ascendiendo en la escala de la perfección hasta anular los deseos y los esfuerzos por hacer frente a la vulnerabilidad.

René Descartes piensa que una emoción es un sentimiento de agitación física y excitación. En Descartes, las emociones son pasiones o acciones del alma (que proceden de las percepciones o sensaciones), y llama "pasiones a todos aquellos tipos de percepción o formas de conocimiento que se encuentran en nosotros, porque a menudo no es nuestra alma la que las hace lo que son, y porque siempre recibe de ellas las cosas que son representadas por ellas. […]me parece que podemos definirlas generalmente como las percepciones, sentimientos o emociones del alma que relacionamos especialmente con ella, y que son causadas, mantenidas y fortificadas por algún movimiento de los espíritus… que están contenidos en las cavidades del cerebro"[94]. Descartes, quien sostiene que ningún pensamiento puede agitar y trastornar el alma tan poderosamente como las pasiones, nos advirtió que todas las "vivencias de la psicología que llamamos sentimientos, pasiones, emociones, toda la vida sentimental"[95], son pensamientos embrollados, confusos, oscuros. "En su teoría de las pasiones propone Descartes simplemente al hombre que estudie eso que llamamos pasiones, eso que llamamos emociones, y verá que se reducen a ideas confusas y oscuras; y una vez que haya visto que se reducen a ideas confusas y oscuras, desaparecerá la pasión, y podrá el hombre vivir sin pasiones que estorban y molestan en la vida"[96]. Desde una concepción mecanicista del cuerpo, señala que "es necesario advertir que el principal efecto de todas las pasiones en los hombres es que incitan y disponen su alma para desear aquellas cosas para las cuales preparan su cuerpo, de tal manera que el sentimiento de temor lo incita a desear escapar, el del valor a desear luchar, y así sucesivamente"[97]. Según este pensador, las pasiones primitivas son el asombro, amor, odio, deseo, alegría y tristeza; todas las demás están compuestas de algunas de éstas. "El asombro es una sorpresa repentina del alma que hace que se aplique a considerar con atención los objetos que le parecen raros y extraordinarios […]. El amor es una emoción del alma causada por el movimiento de los espíritus que incita al alma a unirse voluntariamente a objetos que le parecen agradables. En cuanto al odio, es una emoción causada por los espíritus que incita al alma a desear estar separada de los objetos que se presentan ante ella como dañinos […]. La pasión del deseo es una agitación del alma causada por los espíritus, que la dispone a desear para el futuro las cosas que le parecen agradables […]. El gozo es una emoción agradable del alma que consiste en disfrutar de lo que el alma posee en el bien que las impresiones del cerebro le representan como propio […]. La tristeza es una languidez desagradable que consiste en la incomodidad e intranquilidad que el alma recibe del mal, o del defecto que las impresiones del cerebro le ponen enfrente como pertenecientes a ella"[98]. La teoría fisiológica de las emociones cartesiana considera a éstas como intrusas fastidiosas "que nos distraen de llevar a cabo nuestras mejores intenciones, frustrando una visión objetiva de las cosas y obligándonos a portarnos en formas lamentables, o por lo menos irracionales"[99]. Las ideas confusas y oscuras provienen de las sensaciones, de la sensibilidad, del mundo sensible; es decir, de lo que se percibe por los sentidos, y no proviene del pensamiento puro, de la razón.

Baruch Spinoza disertó profundamente sobre las emociones, que denominó afecciones del alma o afectos. Reflexionó sobre éstas, con hondura geométrica y filosófica, en su Ética demostrada según el orden geométrico. "Spinoza hace derivar las emociones del esfuerzo (conatus) de la mente para perseverar en el propio ser por un tiempo indefinido. Este esfuerzo se denomina voluntad cuando sólo se refiere a la mente y se denomina deseo (appetitusi) cuando se refiere al mismo tiempo a la mente y al cuerpo. Así, el deseo es la emoción fundamental. A él se unen las otras dos emociones primarias: la alegría y el dolor. La alegría es la emoción por la cual la mente por sí sola o unida al cuerpo logra una mayor perfección, y el dolor es la emoción por la que la mente desciende a una perfección menor"[100]. Con su visión determinista, negando el libre albedrío, afirmó que el universo estaba determinado por Dios o la naturaleza, sin que nosotros pudiéramos cambiarlo. Por eso no podemos irritarnos de nuestros infortunios o maldecir la tragedia, sólo comprenderlos racionalmente. "Como los estoicos antes de él, ve las emociones como pensamientos defectuosos sobre el mundo, como malentendidos. Define las emociones como modificaciones del cuerpo que aumentan o disminuyen nuestros poderes activos, por ejemplo la cólera, que nos espolea, y la tristeza, que nos estorba. Añade que todas las emociones están definidas fundamentalmente por referencia al placer y el dolor; y distingue las emociones pasivas, que se originan fuera de nosotros, de las emociones activas, que son el resultado de nuestra naturaleza y de un sentido placentero de incremento en la actividad. Todos los males de la vida, nos dice Spinoza, se deben a las emociones pasivas, que nos causan dolor y hacen bajar nuestra vitalidad"[101].

Spinoza plantea que el ser humano es un ser racional y emocional. Piensa que la personalidad es un continuo en el que los afectos y la razón se complementan. Como los afectos son parte de nuestra naturaleza, no podemos dejar de sentir o experimentar pasiones; esas pasiones nos mueven al deseo, esencia del hombre y afección primaria. "Movido por el deseo, el ser humano aspira y ambiciona cosas, se relaciona con otros cuerpos y se ve afectado por ellos"[102]. Reitera la necesidad de conocer las causas de los afectos, no para eliminarlos (algo imposible), sino para reconducirlos y gobernarlos desde la razón, cambiando la manera de concebirlos, apreciarlos e interpretarlos, porque pueden ser producto de la imaginación o provenir de una idea inadecuada. "Los afectos sólo son perjudiciales –sólo son pasiones– cuando proceden de ideas inadecuadas, las cuales evitan que nos formemos una idea clara y distinta de los mismos […]. La diferencia entre la idea adecuada y la idea inadecuada es básica porque de ella depende que los afectos sean pasiones o acciones, es decir, que disminuyan nuestra potencia de actuar o la aumenten. Un sentimiento es una pasión mientras no nos formamos de él una idea clara y distinta o una idea adecuada. Ahora bien, ¿qué es una idea adecuada? Una idea es adecuada cuando se forma sin la intervención de causas exteriores, cuando no requiere de experiencia ninguna para ser concebida […]. Transformar las ideas inadecuadas en ideas adecuadas es el objetivo de la ética para Spinoza. ¿Cómo hacerlo? No anulando el afecto que las ha producido, sino cambiando la idea del mismo […]. Las ideas claras no eliminan las pasiones, pero las despojan de lo que en ellas hay de nosotros. Lo que distingue al sabio del ignorante es el cambio del punto de vista. El ignorante actúa por miedo, mientras el sabio actúa para evitar contradicciones, porque intenta comprender desde la razón y despreocuparse de los hechos […]. Las pasiones no son vicios, sino fuerzas que pueden potenciar o disminuir la acción. Hay que comprender la fuerza de los afectos y el poder que tiene el alma para moderarlos […]. Puesto que son inevitables, los afectos no son ni buenos ni malos. Se siguen de la esencia humana, que es el deseo, lo que Spinoza denomina la ley del conatus o del esfuerzo, según la cual cada cosa se esfuerza cuanto está a su alcance por perseverar en su ser. Deseamos cosas y, por eso, nos movemos, actuamos e interactuamos con otros seres. Lo que nos mueve es el deseo –lo esencial en nosotros– y no una mente que, al razonar, funciona como el motor del cuerpo. De hecho, el bien y el mal no existen fuera de nosotros […]. Tanta fuerza tienen los afectos en nosotros que las razones para actuar en un sentido o en otro son estériles si ellas mismas no van acompañadas de deseos movidos a su vez por los afectos… Cuando falta o falla el conocimiento, la imaginación intenta suplirlo y, al hacerlo, confunde las afecciones de las cosas con las cosas mismas. El vulgo, sostiene Spinoza, se ha acostumbrado a explicar lo que ocurre a partir de nociones que no se corresponden con la naturaleza de las cosas, sino que son producto de la imaginación. Nociones como Bien, Mal, Orden, Confusión, Belleza, Fealdad, Alabanza, Vituperio, Pecado, Mérito, todas son modos de imaginar y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino la contextura de la imaginación"[103]. La "ley del conatus" (motor fundamental de la existencia) es el deseo esencial de vivir y de vivir bien. Así como los efectos nos motivan a la acción, también pueden inutilizarlos e inmovilizarlos, como en el caso de la tristeza por falta de alegría. "Spinoza divide los afectos en dos grandes tipos: alegres y tristes. Los afectos alegres aumentan la potencia de obrar del cuerpo; los tristes la disminuyen. Los primeros son creativos; los segundos pueden llegar a destruirnos. El miedo, el odio, la ira, la envidia, son afectos tristes, en tanto que el amor, la seguridad, la esperanza, el contento de sí, son afectos alegres. No todos los seres humanos experimentan los afectos de la misma manera. Yo puedo aborrecer lo que otros adoran porque siento que me destruye, mientras otros no lo ven así. Más aún, un mismo sujeto puede verse afectado de forma distinta, en momentos distintos, por el mismo afecto"[104].

Erich Fromm precisa que Spinoza plantea que el proceder humano está determinado causalmente por pasiones o por la razón. Por esta causa, el individuo está cautivo si no gobierna sus pasiones, y sólo es libre cuando sus acciones están controladas por la razón. "Pasiones irracionales son las que dominan al hombre y lo obligan a actuar contrariamente a sus verdaderos intereses, que debilitan y destruyen sus facultades y le hacen sufrir […]. La libertad no es otra cosa que la capacidad para seguir la voz de la razón, de la salud, del bienestar, de la conciencia, contra las voces de pasiones irracionales […]. Para Spinoza, la tarea del hombre, su objetivo ético, es precisamente reducir la determinación y alcanzar el óptimo de libertad. El hombre puede hacerlo conociéndose a sí mismo, transformando las pasiones, que lo ciegan y lo encadenan, en acciones ("afectos activos") que le permitan obrar de acuerdo con su verdadero interés como ser humano. Una emoción que es una pasión deja de ser una pasión cuando nos formamos una imagen distinta y clara de ella[105]Fromm, citando a Spinoza, señala que verse impulsado por pasiones irracionales es estar enfermo mentalmente. "En la medida en que logremos un desarrollo óptimo, no sólo seremos (relativamente) libres, fuertes racionales y felices, sino también mentalmente saludables; en la medida en que no podamos alcanzar esta meta, no seremos libres, y seremos débiles, nos faltará la racionalidad, y estaremos deprimidos. Más que demonizar las pasiones sin más, lo que conviene es ver cómo podemos reconvertirlas a fin de que nos ayuden a vivir en lugar de destruirnos" [106]Victoria Camps, reflexionando sobre las emociones en Spinoza, señala que en principio, los afectos son inevitables, pero de nuestra capacidad de entenderlos depende padecerlos o disfrutarlos. "Es correcto decir que el sujeto no es responsable de las emociones que tiene, que en principio son incontrolables, lo cual, sin embargo, no es contradictorio con la afirmación de que el sujeto pueda llegar a dominar y razonar sus emociones utilizándolas en un sentido o en otro sin dejarse simplemente arrastrar por ellas"[107].

En opinión de Juan Jacobo Rousseau, los sentimientos naturales le permiten al hombre varios vivir en un estado armónico y pacífico con la naturaleza, quien posee libertad y sentimientos innatos, como el amor de sí y la piedad natural, que le permiten atemperar las pasiones y armonizar los conflictos. Es pertinente educar el universo emocional del ser humano, porque la flaqueza del hombre radica en la incapacidad de controlar sus pasiones. "La flaqueza del hombre, ¿de dónde proviene? De la diferencia entre su fuerza y sus deseos. Son nuestras pasiones las que nos hacen débiles, porque para contenerlas serían precisas más fuerzas que las que nos otorgó la naturaleza. Disminuir, pues, los deseos, equivale a aumentar las fuerzas; al que puede más de lo que desea, le sobran, porque ciertamente es un ser muy fuerte […]. Nuestras pasiones son los principales instrumentos de nuestra conservación, porque el intentar después destruirlas es una empresa tan vana como ridícula, pues es censurar la naturaleza y pretender reformar la obra de Dios. Si Dios le dijese al hombre que aniquilase las pasiones que le da, querría Dios y no querría, y se contradiría a sí mismo. Jamás dictó un precepto tan desatinado, y no hay escrita ninguna cosa semejante dentro del corazón humano; lo que Dios quiere que haga un hombre, no hace que otro hombre se lo diga; se lo dice él mismo y lo escribe en lo más íntimo de su corazón […]. Pero ¿razonaría bien quien dedujese, porque es natural al hombre tener pasiones, que son naturales todas las que sentimos en nosotros y observamos en los demás? Natural es su fuente, es verdad, pero corre engrandecida por mil raudales extraños, y es un caudaloso río que sin cesar se enriquece con nuevas aguas y en las que apenas se encontrarían algunas gotas de las primitivas. Nuestras pasiones naturales son muy limitadas, son instrumentos de nuestra libertad que coadyuvan a nuestra conservación; todas las que nos esclavizan y nos destruyen, no nos las da la naturaleza; nos las apropiamos nosotros en detrimento suyo […]. Las pasiones sólo se contrarrestan con otras; por su imperio se ha de resistir su tiranía, y siempre se han de sacar de la misma naturaleza los instrumentos propios para regularla […]. El Ser supremo quiso en todo honrar a la especie humana, y si da desmedidas inclinaciones al hombre al mismo tiempo le da la ley que regula, para que sea libre y mande en sí mismo; si le deja abandonado a pasiones inmoderadas, con estas pasiones junta la razón para que las rija; si abandona a deseos sin límites la mujer, con estos deseos une el pudor que los contiene, y para cúmulo añade una actual recompensa al buen uso de sus facultades, es decir, el gusto que toma por las cosas honestas quien las hace norma de sus acciones. Esto va bien, creo yo, al instinto de las bestias […]. ¡Leyes! ¿Dónde las hay? ¿Y dónde son respetadas? En todas partes sólo has visto el interés particular y las pasiones humanas"[108].

David Hume, que pensaba que las emociones se originan en los sentidos, planteó que la razón es y deberá ser esclava de las pasiones. "Por su parte, David Hume efectúa uno de los análisis de las emociones más transgresores planteados hasta el momento porque aboga por la exploración y medición de los sentimientos en la misma forma que pueden medirse los fenómenos físicos: el origen y juego de las pasiones están sometidos a un mecanismo regular; y de esta manera son tan susceptibles de un análisis exacto como lo son las leyes del movimiento. Además, para Hume, las ideas y creencias representan un destacado papel en la génesis de la emoción, que es entendida como un tipo de sensación caracterizada por la agitación física (impresión), generada por la agitación de los espíritus animales. Las emociones pueden derivarse tanto del dolor como del placer causado por acontecimientos presentes y directos; otras se producirían de manera indirecta por dolor o placer con la presencia de ciertas creencias sobre el objeto que las causa. Por tanto, Hume introduce una dimensión cognitiva además de la fisiológica"[109]. Según Hume, es la emoción, no la razón, el meollo de la ética. "Es la emoción, no la reflexión, la que más significado le da al mundo"[110]. Hume define la emoción como diversos grados de agitación física y posiblemente mental. "Hay, en su opinión, emociones calmadas, como los sentimientos morales que abarcan poca agitación, y emociones violentas, como la cólera y el amor […]. El gozo, el dolor y la esperanza son emociones directas; son causadas simplemente por sentimientos de placer o dolor. Por ejemplo, al recibir un regalo inesperado sentimos placer y esto, a su vez, nos causa alegría. En contraste, las emociones indirectas, como el amor, el odio y el orgullo, son causadas por placeres o dolores más ciertas creencias sobre el objeto y su asociación con alguna persona"[111]. Este pensador escocés, en su "Tratado de la Naturaleza Humana", divide las pasiones en directas e indirectas. "Entiendo por pasiones directas las que nacen inmediatamente del bien o el mal, del placer o el dolor; por indirectas, las que proceden de estos mismos principios, pero mediante la combinación con otras cualidades. Yo no puedo ahora justificar o explicar con más detalle esta distinción; sólo puedo hacer observar en general que entre las pasiones indirectas comprendo el orgullo, humildad, ambición, vanidad, amor, odio, envidia, piedad, malicia y generosidad con las que dependen de ellas; y entre las pasiones directas, el deseo de aversión, pena, alegría, esperanza, miedo, menosprecio y seguridad […]. Cuando una persona se halla profundamente enamorada, las pequeñas faltas y caprichos de su amante, los celos y querellas, a los que estas relaciones están tan sujetas, aunque desagradables y relacionados con la cólera y el odio, conceden una fuerza adicional a la pasión predominante […]. Es fácil observar que las pasiones, tanto directas como indirectas, están fundamentadas en el dolor y el placer y que para producir una afección de cualquier género se requiere tan solo presentar algo bueno o malo. A la supresión del dolor y placer sigue inmediatamente la desaparición del amor y odio, orgullo y humildad, deseo y aversión y de las más de nuestras impresiones reflexivas o secundarias"[112]. El motor de la acción es la pasión y no la razón, debido a que la razón es inerte e inactiva ante el ímpetu de las pasiones.

Immanuel Kant hace una distinción entre la emoción y la pasión, porque ésta es lenta y aquélla reflexiva. En cualquier caso para Kant la emoción desde un punto de vista moral, tiene cierta función, aun cuando sea subordinada y provisional. Desde un punto de vista biológico, no duda acerca de la importancia de la emoción. La alegría y la tristeza se ligan al placer y al dolor, respectivamente, y éstos tienen la función de impulsar al sujeto a permanecer en la condición en la que está o a abandonarla. La alegría excesiva (es decir, no atenuada por la preocupación del dolor) y la tristeza oprimente o angustia (no mitigada por ninguna esperanza), son emociones que amenazan la existencia. Pero la mayoría de las veces las emociones ayudan y sostienen la existencia y algunas de ellas, como la risa y el llanto, favorecen mecánicamente la salud"[113].

En el pensamiento de Federico Nietzsche, con toda su profunda carga simbólica, el espíritu dionisiaco vendría a ser lo instintivo y el espíritu apolíneo lo racional. Plantea que la imagen estereotipada de la Grecia clásica era la de una cultura prototipo de racionalidad, equilibrio y serenidad intelectual y estética. Sin embargo, en ella se contrastaban lo racional y lo irracional, la razón y los instintos, a través del espíritu apolíneo y el espíritu dionisiaco (símbolo de Apolo –dios de la luz y la verdad, lo racional— y de Dioniso –dios del vino y la embriaguez, lo irracional). Así como la generación de los seres vivos depende de los dos sexos, entre que existe constante lucha y reconciliación, el desarrollo del intelecto y el arte está ligado a la duplicidad del espíritu apolíneo y del espíritu dionisiaco. "Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas, entre el arte del escultor, arte apolíneo, y el arte no—escultórico de la música, que es el arte de Dioniso: esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra «arte»: hasta que, finalmente, por un milagroso acto metafísico de la «voluntad» helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática… La difícil relación que entre lo apolíneo y lo dionisíaco se da en la tragedia se podría simbolizar realmente mediante una alianza fraternal de ambas divinidades: Dioniso habla el lenguaje de Apolo, pero al final Apolo habla el lenguaje de Dioniso: con lo cual se ha alcanzado la meta suprema de la tragedia y del arte en general"[114]. Según él, no bubo en esa cultura tendencias racionales e irracionales, dominantes la una sobre la otra o en equilibrio, sino dos almas destinadas a enfrentarse: "el alma dionisiaca, son su sentido del dinamismo de la naturaleza, poderoso e inagotable, desbordante en infinitas formas de vida (un poco el mundo como voluntad, de Schopenhauer); y el alma apolínea, calculadora, ordenancista, racionalista, aquietadora, más prudente que generosa, más cautelosa que valiente (un poco el mundo como representación)[115]. Nietzsche, crítico de la cultura y de la razón ilustrada, privilegiaba el espíritu dionisiaco por encima del espíritu apolíneo, por cuanto el primero afirma la potencia de vivir, mientras que el segundo frena la originaria voluntad de vivir.

El humanista Erasmo de Rotterdam, en su conocido Elogio de la locura, advierte que ir en contra de los instintos, de la naturaleza, genera infelicidad; dando a entender que el quehacer cultural, con el cultivo de la ciencia, imposibilita que el ser humano se autodetermine por los dictados de la naturaleza. "La naturaleza odia el artificio y se muestra más hermosa en donde jamás ha sido profanada"[116]. Al citar como ejemplo a los animales que se dejan domesticar por el hombre, perdiendo parte de su instinto natural, muestra que éstos no son dichosos al dejarse conducir por otra mano distinta a la de la naturaleza. "¡Cuánto mejor es la vida de las moscas y de las aves, entregadas al azar y al instinto natural en la medida en que se lo permiten las insidias de los hombres!"[117] Es por ello que este autor señala que es más hermoso lo natural que la mímesis del arte. El hombre es infeliz porque, pretendiendo desconocer sus instintos, quiere ir en contra de su naturaleza; razón por la que a ningún animal reputa como más infeliz que al hombre porque todos los demás se contienen dentro de los límites de su condición, y sólo el hombre pretende pasar los límites trazados por la naturaleza. Aunque comparto moderadamente la inquietud de Rotterdam, es pertinente no dejarnos dominar totalmente por nuestra naturaleza instintiva, porque podríamos afectarnos a nosotros mismos y afectar a los demás. "Todo con moderación, inclusive la moderación", tal como reza un proverbio oriental.

Martín Heidegger, quien insiste que la existencia humana es ante todo práctica e interesada, plantea que el ser en el mundo o existecia consiste en precuparnos por nuestro lugar en el mundo y no tanto en conocer éste, y por ello una de sus principales especulaciones teóricas son las emociones o estados de ánimo. "Heidegger habla sólo ocasionalmente sobre las emociones específicas, pero los estados de ánimo son, para él, la base misma de la conciencia humana, y no interrupciones ocasionales o estados en que a veces estamos sombríos o alegres"[118]. Este pensador no nos brinda tanto una nueva perspectiva de los estados de ánimo o emociones, sino más bien una novísima e interesante visión de nosotros mismos y de nuestro mundo. Piensa que nos conocemos mejor cuando logramos vernos mientras estamos ocupados y preocupados en nuestra cotidianidad, y no a través de la introspección o adentrándonos en nuestro interior. "El verdadero conocimiento de uno mismo no se alcanza siguiendo perpetuamente la pista e inspeccionando un punto llamado el yo, sino más bien vislumbrándonos brevemente a nosotros mismos cuando estamos atrapados en los continuos cambios de la vida. Aquí la idea de un componente mental o subjetivo de nuestras vidas simplemente no desempeña ningún papel […]. Al estar ocupados y activos en el mundo, adoptamos papeles concretos e interpretaciones de nosotros mismos que expresan de qué se trata la vida en nuestra opinión […]. Ser humano es estar situado en un contexto mundano: un taller, estudio, supermercado, jardín u oficina. En nuestras situaciones normales de todos los días, antes de la reflexión filosófica o la abstracción científica, nos encontramos atrapados en la corriente usando medios, a fin de alcanzar determinados objetivos o metas."[119]. Su análisis de los estados de ánimo o emociones se relaciona con el contexto en el que se propone identificar las estructuras esenciales que posteriormente posibilitan nuestro ser en el mundo cotidiano: el entendimiento, la disertación y nuestro encontrarnos. "La primera estructura es la que nos facilita el descubrir un ámbito a las actividades que tienen un propósito, en el cual el conjunto de estructuras logran aparecer en su funcionalidad. La segunda se refiere a la que articula nuestras formas compartidas de encontrar cosas. Y la última, Befindlichkait, es el que nos rebela nuestro modo de ser contextualizado en cualquier momento determinado"[120]. El entendimiento nos abre un campo a actividades con un propósito; la disertación articula nuestras formas compartidas de encontrar cosas; y nuestro encontrarnos revela nuestro modo de ser contextualizado en cualquier momento determinado. "Un estado de ánimo es una forma particular en que estamos a tono con el mundo en nuestras actividades. Para Heidegger, siempre estamos en un estado de ánimo u otro: él da ejemplos como temor, aburrimiento, esperanza, alegría, entusiasmo, ecuanimidad, indiferencia, saciedad, exaltación, tristeza, melancolía y desesperación […]. Podemos pasar de un estado de ánimo a otro, pero nunca estamos totalmente e libres de los estados de ánimo… Los estados de ánimo surgen del complejo holístico de "ser en el mundo" y pasan por toda su gama. Nosotros vimos que hay una relación recíproca entre nuestras autointerpretaciones y los contextos prácticos en los que nos encontramos. Ser humano es estar contextualizado en una situación significativa: una situación incómoda, peligrosa, vergonzosa, atemorizante, o simplemente aburrida. Los estados de ánimo contribuyen a dar forma al significado de estas situaciones […]. Nuestros estados de ánimo modulan y dan forma a la totalidad de nuestro ser en el mundo, y determinar cómo pueden contar las cosas para nosotros en nuestros intereses cotidiano […]. A través de nuestros estados de ánimo descubrimos la gama de posibilidades expuestas en nuestro mundo"[121]. Así los estados de ánimo nos asedien, no podemos limitarnos a sufrirlos. Mediante el conocimiento y la voluntad podemos ser amos de nuestras emociones, sin que podamos liberarnos de ellas por completo. Aunque dominemos un estado de ánimo con otro contrario, nunca estaremos totalmente libres de ellos. Pero dejarnos dominar por los estados de ánimo es vivir una existencia inauténtica. En Heidegger, los estados de ánimo más importantes son la angustia y el miedo. "Sin embargo, esa no es la única disposición afectiva, fundamental o no, de la que él se ocupa a lo largo de su pensamiento. Aparte del miedo y la angustia, Heidegger también se referirá, con menor, igual o mayor detenimiento, a otras disposiciones afectivas como son la esperanza, el gozo, el entusiasmo, el hastío, la tristeza, la melancolía, la desesperación, el aburrimiento profundo y el tedio, la alegría, el espanto, el retenimiento, retención o reserva, el asombro—originario, la duda, la frialdad del cálculo, la sobriedad del planificar, el presentimiento, la embriaguez, la serenidad, etc.[122]"

Jean Paul Sartre se interesó por la forma en que las emociones modifican nuestra experiencia den universo en que vivimos. Como somos responsables de lo que somos y hacemos, también somos responsables de nuestras emociones. Por lo tanto, niega que las emociones sean reacciones instintivas y fisiológicas, sobre las que no tenemos ningún control. "Nuestras emociones, dice Sartre, son transformaciones mágicas del mundo, formas voluntarias en que modificamos nuestra conciencia de los sucesos para tener una visión más agradable del mundo. Sartre argumenta en forma típica que estas transformaciones son una forma de conducta escapista, formas de evitar algún reconocimiento crucial sobre nosotros mismos"[123]. Según su concepción, las pasiones son estrategias empleadas para eludir la acción, la responsabilidad y huir de la libertad. La conciencia emocional es, ante todo, conciencia del mundo, que se trasforma para transformar el mundo. La conciencia se trasforma a sí misma para trasformar el mundo. La persona emocionad y el objeto emocionante se hallan unidos indisolublemente. Las emociones son una determinada manera de aprehender el mundo, una manera en que el mundo se nos presenta, aunque también puede ser un intento o un modo de modificarlo o transformarlo. La conciencia emocional es ante todo conciencia del mundo, o sea estar volcado sobre el mundo. Las emociones son una forma organizada de la existencia, un modo de estar en el mundo. Las cosas, señala Sartre, están en el mundo y no en la conciencia. "La conciencia emocional es ante todo irreflexiva, la conciencia emocional es ante todo conciencia del mundo. Esta tesis puede ser ilustrada con recurso a algunas observaciones: Es evidente, por ejemplo, que cuando un hombre tiene celos, y dichos celos –en determinadas circunstancias– le fuerzan a espiar por la cerradura de una puerta –entregándose a esta vergonzosa acción– volcando su ser en ello, en ese momento, los celos mismos lo constituyen tanto psíquica, como corporalmente. Sin embargo, este hecho es irreflexivo, es decir, no supone todavía una toma de conciencia respecto de lo vil de aquel acto. Sin embargo, cuando es sorprendido en aquella acción, es decir, cuando es visto por un otro, o más precisamente, cuando él mismo se aprehende como siendo objeto de una mirada, extraña, sólo entonces, su acto se objetiva, dado que es la mirada del otro la que da consistencia a su ser, de allí que la constitución de nuestra identidad, esto es, el ver claramente dentro de nosotros mismos, nos viene dado desde fuera, por la mirada del otro, del que nos valora, nos aprecia, nos traspasa, de allí que ya no nos resulte tan extraño que Sartre señale que el infierno son los otros, esto por la constante molestia que la presencia de los otros supone y sin embargo, no podemos pasárnoslas sin ellos. Así, en el momento en que se toma conciencia de los celos que nos constituyen, que nos poseen, la vivencia de los celos se 'congela', de tal manera que la emoción no es la toma de conciencia de esa emoción particular, en este caso los celos. A lo que se apunta es que cuando se asume una posición reflexiva se paraliza la corriente vital del vivir como se vive naturalmente una emoción. Es así como la emoción es una forma organizada de la existencia humana. A partir de este marco conceptual Sartre analiza la alegría, la tristeza, la ira como formas que el ser humano adopta irreflexivamente con el fin de adoptar una posición distinta ante el mundo que le permita hacerle frente de una forma más eficaz y adaptada. La emoción es una forma de aprehender el mundo"[124]. Las emociones, además de ser una manera de aprehender el mundo, son una forma de transformarlo. Cuando una persona está ante un mundo urgente y difícil no deja de actuar, así sea acudiendo a la evasión para eliminar artificialmente un problema. Intenta transformar el mundo mediante sus acciones, y las emociones operan mágicamente manipulando el mundo. "La constitución de nuestra identidad tiene lugar desde la alteridad, desde la mirada del otro que nos objeta (y nos objetiva); un otro que nos seduce y al que seducimos, al que miramos y por el que somos vistos. Somos, en ese sentido, seres para otros y no solo por la teatralidad y el simulacro propios de la vida social, sino porque la inquisidora mirada del otro que nos constituye; en ella y por ella nos reconocemos. Así –frívolamente– reducimos todo lo real a mera apariencia utilitarista de nuestra personalidad y ya no hay esencia o como dirá Sartre la existencia precede a la esencia" […]. Finalmente, y a modo de síntesis es necesario precisar la noción sartreana de la emoción. Podemos preguntarnos cómo surge la emoción y paralelamente con ello en qué consiste una emoción. Podemos responder que la emoción es una transformación del mundo cuando los caminos trazados se hacen demasiado difíciles o cuando no vislumbramos caminos ya no podemos permanecer en un mundo tan urgente y difícil. Todas las vías están cortadas y sin embargo hay que actuar. Tratamos entonces de cambiar el mundo o sea de vivirlo como si la relación entre las cosas y sus potencialidades no estuvieran regidos por unos procesos deterministas sino mágicamente o bien por la posibilidad de ser construidos por nosotros o reconstruidos. No se trata de un juego, nos vemos obligados a ello y nos lanzamos hacia esa actitud con toda la fuerza de que disponemos"[125]. Sartre entiende la emoción como una forma de aprehender el mundo y como una transformación del mismo. "Si las emociones producen una modificación del mundo aprehendido por la conciencia y, al mismo tiempo, nos hacen cautivos de esa nueva magia creada por nosotros mismos, la reflexión puede liberarnos del cautiverio, enseñarnos a aprehender el mundo de modo inteligente"[126].

Robert C. Solomon, filósofo, que propone una teoría cognoscitiva de las emociones, en la que plantea que los juicios desempeñan un papel esencial en el universo emocional, sostiene que las emociones son racionales, intencionales, acciones deliberadas y dirigidas a cambiar el mundo, creencias, ciegas, miopes, tienen un propósito (sirven a nuestros fines) y juicios normativos (y a menudo juicios morales). Nosotros escogemos nuestras emociones. Las emociones no son sentimientos, sensaciones, irracionales, destructivas, ocurrencias fisiológicas, ni trastornos sicológicos. Como son intencionales, son obra nuestra y somos responsables de ellas. Las emociones son juicios, y como tal son racionales, así como los juicios pueden ser racionales. Como los juicios son acciones, todas las acciones están encaminadas a transformar el mundo. Debido a que las emociones son juicios urgentes, las respuestas emocionales son una conducta de emergencia. El autor enfatiza en que las emociones son racionales, intencionales, juicios, acciones, tienen un propósito y siempre son respuestas urgentes. "Las emociones son racionales en el sentido de que encajan dentro de la conducta global de una persona que tiene un propósito, pero esto no quiere decir que los diversos propósitos de una persona son siempre consistentes o coherentes […]. Las emociones sirven propósitos y son racionales; pero como esos propósitos frecuentemente son cortos de vista, parecen no tener propósitos y ser irracionales bajo una visión más amplia. Por satisfacer una pasión destruimos carreras, matrimonios, vidas. Las emociones no son irracionales; la gente es irracional […]. Las emociones son siempre respuestas urgentes, incluso desesperadas, a situaciones en que una persona se encuentra impreparada, impotente, frustrada, atrapada. Es la situación, no la emoción, la que es desorganizante e irracional […]. Las emociones son intencionales y racionales, no desorganizadoras e "irracionales". Las emociones son juicios y acciones, no ocurrencias o sucesos que experimentamos. En consecuencia, quiero decir que las emociones son elecciones y responsabilidad nuestra. No obstante, nunca nos damos cuenta de que hacemos tal elección. Las emociones, como hemos dicho, son juicios apresurados y generalmente dogmáticos. Según esto, no se pueden hacer al mismo tiempo que se reconoce que son dogmáticos y no absolutamente correctos. Lo que distingue las emociones de otros juicios es el hecho de que las primeras nunca se pueden considerar deliberada y cuidadosamente. Las emociones son elecciones esencialmente no deliberadas. En este sentido, las emociones son realmente "ciegas" así como miopes; una emoción no se puede ver a sí misma. Pocas cosas son más desconcertantes que observar de improviso nuestra cólera reflejada en un espejo, o reflexionar sobre la propia cólera para ver su absurdo in media res. Si las emociones son juicios o acciones, se nos puede hacer responsable de ellas. Nosotros no podemos simplemente tener una emoción o dejar de tener una emoción, pero podemos abrirnos al argumento, la persuasión y las pruebas. Podemos obligarnos a nosotros mismos a la autorreflexión, a juzgar las causas y propósitos de nuestras emociones, y también a hacer el juicio de que estamos todo el tiempo eligiendo nuestras emociones, lo cual tendría el efecto de debilitarlas. Esto no quiere decir que optemos por una vida sin emociones: es abogar por una concepción de las emociones que deje claro que nosotros las hemos elegido. En un sentido nuestra tesis aquí se confirma a sí misma: pensar que nosotros elegimos nuestras emociones es hacer que sean nuestra elección. El control emocional no consiste en aprender a emplear técnicas racionales para someter por la fuerza a un "ello" brutal que nos ha victimado, sino más bien en estar dispuestos a darnos cuenta de lo que nos pasa, a descubrir y examinar críticamente los juicios normativos incrustados en cada respuesta emocional. Llegar a creer que uno tiene este poder es tener ese poder"[127].

Buscando dominar las emociones (como el miedo, por ejemplo), la filosofía ofrece algunas propuestas. Veamos algunas:

"La incertidumbre que está en el origen del miedo muestra, como se ha repetido, la vulnerabilidad del sujeto, la cual es a su vez la explicación de las dificultades de éste para llegar a controlar la emoción. Esa falta de control ha llevado a los filósofos a idear maneras de conjurar los efectos nocivos de las emociones, efectos que se muestran en la incapacidad para reaccionar autónomamente, en la turbación o el entorpecimiento del juicio, en la negación, en una palabra, de la respuesta inteligente. Hemos visto que los estoicos proponían liberarse del miedo a través de una especie de disciplina cognoscitiva que llevaría al convencimiento de que o bien todo era igualmente temible o que en realidad nada lo era. Hobbes se aprovechó del miedo intrínseco a la vida humana «en estado de naturaleza», para fundamentar el poder político y la obligación de obedecer al Estado. Spinoza, por su parte, proponía la transmutación de la inseguridad propia del estado de miedo a una seguridad obtenida por el esfuerzo de conocer aquello que debe afectarnos esencialmente desactivando cualquier atisbo de superstición o engaño. La forma en que el propio Spinoza vive su fe religiosa, desafiando la ortodoxia de la sinagoga cuando considera que es equivocada y manipuladora, y aceptando para sí las consecuencias de una actitud considerada herética, aceptando la expulsión y la marginación, con la tranquilidad que proporciona el sentirse en paz con uno mismo, es un ejemplo, quizá, de las enseñanzas de sus libros y de qué hay que hacer para pasar de la inseguridad a la seguridad del ánimo. Por lo que respecta a Aristóteles, la propuesta del término medio como criterio de virtud insta a evitar tanto la temeridad como la cobardía, dos actitudes desmesuradas que debe tratar de evitar el hombre valiente. Ni el que lo teme todo y no se atreve a embarcarse en ninguna empresa que merezca la pena ni el que no teme nada y está demasiado presto a arriesgar su vida por causas nimias son ejemplos de personas virtuosas que han aprendido a controlar el miedo"[128].

  • C. Las emociones desde el universo de la ciencia

Cuando la sicología adquirió su status científico, se desligó de la filosofía, y desde entonces las emociones salieron del ámbito especulativo para ingresar en terrenos científicos. A pesar de que la reflexión filosófica continúa en la base de las nuevas teorías sobre el universo emocional, la investigación científica (teórica y experimental) se suscribe, entre otras ciencias, a la sicología, la sociobiología, la antropología, la biología y, últimamente, la neurobiología y neurofisiología.

El médico, sicólogo y filósofo William James define las emociones como percepciones de trastornos fisiológicos que suceden cuando nos percatamos de acontecimientos y objetos de nuestro ambiente. Según él, no lloramos porque nos sentimos tristes, sino que nos sentimos tristes porque lloramos, enojados porque golpeamos y asustados porque temblamos, y no que lloramos, golpeamos o temblamos porque tenemos pesar, cólera o temor, cualquiera que sea el caso. "El sentido común nos dice que las emociones son algo que sentimos desde dentro y que se manifiestan corporalmente. La piel se nos eriza ante la persona amada, el cuerpo nos tiembla cuando sentimos temor, el rostro se ruboriza cuando sentimos vergüenza, los músculos se tensionan al sentirnos iracundos. Parece obvio que las emociones son sucesos relacionados directamente con cambios fisiológicos o trastornos corporales. La teoría del sentimiento fisiológico está de acuerdo con el sentido común en muchos aspectos, puesto que resalta el componente corporal y considera que las agitaciones o excitaciones físicas son definitivas a la hora de analizar las emociones. Desde este enfoque se concibe la emoción como un sentimiento, como un modo de sentir análogo al experimentado en las sensaciones; es decir, la emoción es vista como una sensación discernible que posee características espacio—temporales definidas: tiene una ubicación definida en el cuerpo y dura un periodo de tiempo determinado […]. La teoría de William James constituye una versión paradigmática entre las teorías fisiológicas de la emoción. James, teniendo en cuenta conocimientos básicos sobre el sistema nervioso humano, controvierte la tesis que concibe las emociones como estados mentales y en su lugar afirma que los cambios corporales siguen directamente a la percepción del hecho existente, y que nuestro sentimiento de esos cambios a medida que ocurren es la emoción"[129]. La realidad exterior –para James, lo mismo que para Descartes— es la que provoca los cambios corporales que dan lugar a la emoción. El pensamiento filosófico de James sobre las emociones se resume en su conocida afirmación de no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos.

El filósofo, semiólogo y sicólogo John Dewey teoriza que las emociones, como formas de experimentar el mundo, están dirigidas hacia cosas del ambiente que poseen cualidades emocionales que nos atemorizan, alegran o entristecen. "Dewey argumenta que los trastornos fisiológicos y las conductas abiertas que caracterizan a determinada emoción son necesarios para que podamos manejar una situación emocional en forma deliberada. Por ejemplo, retener el aliento, mantener fija la atención y prepararse para la fuga son todos movimientos cautelosos y juiciosos al manejar una situación atemorizante"[130]. Las emociones, según su teoría, incluyen un sentimiento, una conducta deliberada y un objeto que tiene cualidad emocional. El primero es el componente sensorial o sentimiento; la segunda es el componente intelectual o idea del objeto de la emoción y tercero es la disposición o forma de comportamiento (una disposición a comportarse, o una forma de comportarse). La idea del objeto de la emoción, así como el sentimiento peculiar de una emoción, son productos de la conducta emocional. "La emoción es, psicológicamente hablando, el ajuste o tensión del hábito e ideal, y los cambios orgánicos en el cuerpo son los ajustes literales, en términos concretos, de la lucha de adaptación. Podemos recordar una vez más las tres fases principales presentadas en este ajuste, que ahora nos dan la base para la clasificación de las emociones. Quizá no sea posible ajustar la función vegetativa—motora, el hábito, a la función senso—motora o ideo—motora; puede haber un esfuerzo, o puede haber un éxito. El esfuerzo, además, tiene también una doble forma, la que depende de si el intento se encamina principalmente a usar las reacciones formadas a fin de evitar o excluir la idea u objeto, poniendo otro en su lugar, o de incorporarlo y asimilarlo —por ejemplo, Terror y cólera, miedo y esperanza, remordimiento y complacencia, etcétera—"[131].

Stanley Schachter y Jerome Singer, sicólogos experimentales, proponen que las emociones tienen un componente de excitación o fisiológico y un componente cognoscitivo (encargado de determinar cómo se clasifican las emociones y se distinguen unas de otras). Plantean que un estado emocional puede ser considerado como una función de un estado de excitación fisiológica y de una cognición apropiada para este estado de excitación. La cognición, en un sentido, ejerce una función de conducción. Las cogniciones que surgen de la situación inmediata, como se interpreta por la experiencia pasada, proporcionan la estructura dentro de la cual la persona entiende y clasifica sus sentimientos. La cognición es la que determina si el estado de excitación fisiológica será clasificado como cólera, gozo, temor o lo que sea. "Se ha sugerido que los estados emocionales se pueden considerar como una función de un estado de excitación fisiológica y de una cognición apropiada para este estado de excitación. De esto se deducen las siguientes proposiciones: 1. Dado un estado de excitación fisiológica para el cual un individuo no tiene explicación inmediata, él clasificará este estado y describirá sus sentimientos en términos de las cogniciones con que cuenta. Puesto que los factores cognoscitivos determinan en gran parte los estados emocionales, podemos prever que precisamente el mismo estado de excitación fisiológica se puede clasificar de "gozo" o "furia" o "celos" o cualquiera de una gran diversidad de etiquetas emocionales que dependen de los aspectos cognoscitivos de la situación. 2. Dado un estado de excitación fisiológica para el cual un individuo tiene una explicación completamente apropiada, no surgirán necesidades evaluativas y el individuo probablemente no etiquetará sus sentimientos en términos de las otras cogniciones con que cuenta. 3. Dadas las mismas circunstancias cognoscitivas, el individuo reaccionará emocionalmente o describirá sus sentimientos como emociones sólo en la medida en que experimente un estado de excitación fisiológica"[132].

A partir de la teoría sicoanalítica freudiana surgió la necesidad de estudiar las emociones desde el complejo e insondable universo de lo inconsciente, que es la fuente de los instintos o pulsiones. Sigmund Freud propone un psiquismo inconsciente, cuya existencia es necesaria y legítima. "No obstante, como lo demostró Freud ampliamente en sus meticulosas historias clínicas, una emoción, aunque sea inconsciente, de todos modos puede influir drásticamente en la conducta de una persona en la misma forma que si fuera totalmente consciente […]. En todas las teorías de la mente de Freud se dieron por sentadas las mismas cosas: que la causa fundamental de la emoción es la "energía psíquica"; que hay procesos inconscientes de los cuales la persona quizá no se da cuenta o no pueda darse cuenta; que la mente está separada en diferentes partes o "agencias" que entran en conflicto; y que las experiencias infantiles, especialmente las de naturaleza sexual, influyen profundamente en la conducta y en la psicología de los adultos… En la obra de Freud es posible distinguir tres formas diferentes de ver la emoción, basadas en los tres componentes de instinto, idea y afecto: 1. Una emoción es ella misma un instinto o un impulso innato, esencialmente inconsciente. 2. Una emoción es un instinto más una idea: un impulso que viene del interior del inconsciente, pero encaminado a un objeto consciente. En este análisis, una emoción llega a ser inconsciente cuando la idea se separa de su instinto", de tal manera que la persona podría experimentar sin saber cómo o por qué. 3. Una emoción es simplemente un afecto, simplemente un sentimiento, o lo que William James llamó un epifenómeno, un producto derivado de los procesos de la mente. En este análisis, una emoción no puede ser inconsciente, aunque sus causas puedan serlo. El síntoma más común en los sicoanalíticos, la angustia que flota libremente es un afecto que ya no está conectado con ninguna causa u objeto conocidos"[133]. Para Freud, un afecto comprende, ante todo, ciertas enervaciones o descargas motoras, y ciertas sensaciones, que además son de dos clases: "las percepciones de las acciones motoras que se han realizado, y las sensaciones directamente placenteras o dolorosas que dan al afecto lo que llamamos su nota dominante"[134]. En su teoría, el afecto es una cantidad (de energía) que acompaña a los sucesos de la vida psíquica. El afecto tiene un aspecto cuantitativo que puede ser más o menos intenso en el plano energético y otro cualitativo (placer o displacer). "Freud redujo todas las emociones y sentimientos en dos afectos principales: placer y displacer (o dolor). El placer se produce por la satisfacción de la necesidad y del deseo, mientras que el displacer por la frustración. Los instintos de origen somático cargarían constantemente un sistema neuronal produciendo una tensión que provocaría el displacer y su descarga el placer. Posteriormente reconoció que en algunos casos el aumento de la tensión puede también ser placentero. El displacer sería el origen de la repulsión (odio) mientras que el placer de la atracción (amor). Otros afectos se derivarían de esos dos afectos principales"[135]. Plantea que el hombre tiene actitudes instintivas que intervienen en su supervivencia fisiológica (la respiración, la sed, el hambre, etc.) y en actitudes afectivas comunes a todas las culturas como mímicas afectivas primitivas (sonrisa, riza, mímica de disgusto y de ira, etc.) Según él, el nacimiento es la fuente y prototipo del afecto de la angustia, que es siempre la expresión de la libido reprimida y señal ante un peligro (externo o interno) que causa la represión de la libido. "En cuanto a la angustia neurótica, Freud la clasifica en tres formas. La primera forma sería la angustia flotante. Se denomina también angustia de espera, o espera ansiosa. Cuando se intensifica este estado de angustia se denomina la neurosis de angustia. La segunda forma de angustia es la que caracteriza las fobias. En la tercera forma de angustia ya no hay ninguna relación entre la crisis de angustia y el posible peligro que quiere advertir y puede manifestarse únicamente en forma de uno de los equivalentes de la angustia (temblores, vértigos, palpitaciones, u opresión, etc.). En la neurosis obsesiva, la angustia es reemplazada por los síntomas y aparece siempre que se le impide al sujeto llevar a cabo sus actos obsesivos[136]Freud nos dice que no somos dueños de algunos de nuestros comportamientos, porque hay actos inconscientes e involuntarios que no podemos controlar voluntaria o racionalmente.

El sicólogo y filósofo Franz Brentano piensa que las emociones son actos intencionales (y no meras sensaciones), son actos intencionales basados en fenómenos intelectuales y dirigidos a valor. Según éste, muchas emociones (como el amor y el odio) no son irracionales ni subjetivas. "Brentano creía que podemos dirigirnos intencionalmente hacia los objetos en tres formas básicas: teniendo algo en mente (una representación o una idea), aceptándolos o rechazándolos (un juicio), o adoptando una actitud emocional en pro o en contra de ellos (amando u odiando). El amor y el odio (que tienen un significado técnico para Brentano) son analizados cuidadosamente en sus escritos psicológicos y éticos […]. A veces amamos u odiamos cosas que no merecen necesariamente ser amadas u odiadas; estos sentimientos son como meras opiniones. Por otra parte, a veces experimentamos nuestro amor, por ejemplo nuestro amor a la verdad y la honradez, como un amor correcto. Estos tipos de emociones nos dan una idea de los valores morales. No son emociones subjetivas o irracionales"[137]. El autor divide los fenómenos psíquicos en representaciones, juicios y actos de amor y odio, también denominados apetitos. "La tercera clase de actos psíquicos está compuesta por fenómenos muy dispares entre si y abarca desde la simple atracción o repulsión, al pensar un pensamiento, hasta la alegría y la tristeza basadas en convicciones, y los más complicados fenómenos de elección de fin y medio. La amplitud de fenómenos pertenecientes a esta clase es de tal envergadura que carece incluso de una denominación unitaria. Para referirse a ella usaría indistintamente varias expresiones: amor y odio", interés, apetito" y voluntad […]. La principal virtud de1 cognitivismo emocional brentaniano consiste en que conjuga dos elementos que hasta entonces parecían irreconciliables. El mundo emocional caracterizado por muchos —y por la psicología popular incluso hasta nuestros días— por ser una maraña irracional, se presenta en Brentano dependiente del mundo cognitivo. Emoción y razón ya no son dos facultades opuestas, sino que aparecen en este modelo como dos fenómenos interrelacionados de un modo fundamental"[138]. Brentano pensó que todas las emociones son actos mentales intencionales que abarcan una actitud en pro o en contra de las cosas del mundo.

Max Scheler, filósofo, antropólogo y sociólogo, afirma que las emociones son cognoscitivas en sentido estricto. "A través de nuestras emociones nosotros vemos valores, así como vemos colores y formas a través de nuestro sentido de la vista. Por consiguiente, nuestras emociones son actos mentales genuinamente informativos"[139]. Plantea que la única manera de responder la pregunta de qué es el hombre, es investigando la vida emocional del hombre. Señala que nuestro conocimiento y comprensión de los demás es el resultado de un contacto emocional inmediato de los otros, pero no se funda en inferencias de nuestra comprensión de nosotros mismos. Quiso mostrar que el sentimiento es una forma de cognición que nos permite "ver" valores en el mundo objetivo que nos circunda, y que el sentimiento es una forma de cognición muy diferente e irreductible a cognición intelectual o racional. "Scheler argumenta vehementemente en contra de los análisis cartesianos de la emoción, que reducen las emociones a afectos irracionales que nos suceden y que no contribuyen en nada, excepto accidentalmente, a nuestro conocimiento del mundo"[140]. En Scheler el valor tiene primacía, porque posee una realidad a priori y material. Las emociones representan en él una nueva actitud frente al mundo, y por ello rechaza la dualidad razón—sensibilidad. "Esta superación del idealismo y el realismo que impedía establecer que la sensibilidad podía acceder al conocimiento de las esencias, tal y como lo hace la razón o la lógica realmente no corresponde y será preciso comprender que lo emocional también puede acceder a ellas"[141].

Daniel Goleman, sicólogo y filósofo, inquieto por la comprensión científica del reino de lo irracional, teoriza en su popular libro "La inteligencia emocional"[142] sobre la inteligencia emocional como una guía para dar sentido al absurdo. El texto explica que las emociones son importantes en las relaciones humanas y profesionales, y pueden ser administradas con inteligencia. La realidad violenta y absurda evidencia un desconocimiento de nuestras emociones y la falta de dominio de éstas. Algunos no somos capaces de controlar los estados emocionales. En ese contexto se incrementan "la ineptitud emocional, la desesperación y la imprudencia en nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra vida afectiva". En el aumento de casos de depresión se evidencia una extendida enfermedad emocional. Las habilidades emocionales o inteligencia emocional incluyen autodominio, celo (diligencia), persistencia y capacidad de automotivación. La inteligencia emocional se relaciona con el sentimiento, el carácter y los instintos morales. Goleman intenta penetrar científicamente en las emociones, y su propósito es "comprender qué significa proporcionar inteligencia a la emoción y cómo hacerlo". La inteligencia emocional es la habilidad que ayuda a las personas a vivir en armonía. Es la habilidad de armonizar "cabeza" (razón) y "corazón" (sentimientos). Es aplicarle inteligencia a las emociones.

Así se hayan creado normas legales y éticas para someter, dominar y domesticar la vida emocional, las pasiones dominan a la razón. La manera de interrelacionarnos está moldeada por nuestros juicios racionales, historia personal y pasado ancestral. "Con demasiada frecuencia nos enfrentamos a dilemas posmodernos con un repertorio emocional adaptado a las urgencias del pleistoceno". Cada emoción prepara al organismo para una clase distinta de respuesta. "En esencia, todas las emociones son impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado. La raíz de la palabra emoción es motore, el verbo latino mover, además del prefijo e, que implica alejarse, lo que sugiere que en toda emoción hay implícita una tendencia a actuar".

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