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¿Es posible la felicidad en nuestro mundo cultural y natural? (página 3)




Enviado por Luis Ángel Rios



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La mente racional es la forma de comprensión de la que somos típicamente conscientes: más destacada en cuanto a la conciencia, reflexiva, capaz de analizar y meditar. Le lleva más tiempo registrar y responder. Realiza conexiones lógicas entre causas y efectos. La mente emocional es impulsiva y poderosa. Es más rápida que la mente racional. Se pone en acción sin detenerse ni un instante a pensar en lo que está haciendo. "Las emociones que surgen de la mente emocional acarrean sensación de certeza especialmente fuerte, una consecuencia de una forma sencilla y simplificada de ver las cosas que puede ser absolutamente desconcertante para la mente racional. Después de haber actuado bajo la poderosa influencia de la mente emocional nos preguntamos por qué hicimos eso". Su rapidez descarta la reflexión deliberada y analítica que el sello de la mente pensante. Entre más intenso es el sentimiento, más dominante es la mente emocional, y más ineficaz la mente racional. Puede interpretar una realidad emocional en un instante, emitiendo los juicios intuitivos que nos dicen con quién debemos ser cautelosos, en quién podemos confiar, quién está afligido. Es nuestro radar para percibir el peligro. Nos impulsa a responder a acontecimientos urgentes sin perder tiempo evaluando si debemos reaccionar, o cómo debemos responder. No decide qué emociones deberíamos tener. Su lógica es asociativa; toma elementos que simbolizan una realidad, o dispara un recuerdo de la misma, para ser igual a esa realidad. El arte, las canciones, literatura, los símiles, las metáforas y las imágenes le hablan directamente. Es indiscriminada y conecta cosas que simplemente tienen características llamativamente parecidas. Es infantil, y cuanto más lo es, más fuertes son las emociones. El modelo infantil de la mente emocional es autoconfirmador y suprime o pasa por alto recuerdos o hechos que socavarían sus convicciones y se aferra a aquellos que las sustentan. "Las convicciones de la mente racional son tentativas; una nueva evidencia puede descartar una creencia y reemplazarla por una nueva, ya que razona mediante la evidencia objetiva. La mente emocional, sin embargo, considera sus convicciones como absolutamente ciertas, y así deja de lado cualquier evidencia en contra. Por eso resulta tan difícil razonar con alguien que está emocionalmente perturbado: no importa la sensatez del argumento que se le ofrezca desde un punto de vista lógico: éste no tiene ninguna validez si no es acorde con la convicción emocional del momento. Los sentimientos son autojustificadores y cuentan con un conjunto de percepciones y pruebas propias".

La mente racional y la emocional funcionan, en gran parte, de manera armónica, "entrelazando sus diferentes formas de conocimiento para guiarnos por el mundo". Son facultades semiindependientes. Cuando aparecen las pasiones, la mente emocional domina a la mente racional. "El funcionamiento de la mente emocional es en gran medida específico del estado, dictado por el sentimiento particular ascendente en un momento dado. La forma en que pensamos y actuamos cuando nos sentimos románticos es totalmente diferente de la forma en que nos comportamos cuando estamos furiosos o desalentados; en el mecanismo de la emoción, cada sentimiento tiene su propio repertorio definido de pensamiento, reacciones, incluso recuerdos. Estos repertorios específicos del estado se vuelven más predominantes en momentos de intensa emoción".

Goleman recomienda el autodominio para no ser esclavos de la pasión, es decir, ser capaces de superar las tormentas emocionales. El autodominio, que es la misma templanza, nos permite el dominio del exceso emocional. Nos ofrece cuidado e inteligencia para conducir equilibradamente la vida. Su objetivo es el equilibrio. "Mantener bajo control nuestras emociones perturbadoras es la clave para el bienestar emocional". Aunque dominar nuestras emociones es una tarea absorbente, debemos hacerlo porque "el arte de serenarnos es una habilidad fundamental para la vida". Como el autodominio procura el equilibrio emocional, es importante que el decaimiento y el entusiasmo se equilibren. "El cálculo del corazón es la proporción de emociones positivas y negativas lo que determina la noción de bienestar…" No se trata de evitar los sentimientos tormentosos para estar contentos (a veces el sufrimiento nos hace más fuertes), sino que éstos no pasen desapercibidos y desplacen los estados de ánimo agradables. Cuando la ira, la tristeza y la preocupación son muy intensas y se prolongan más allá de lo conveniente, por falta de autodominio, se transforman en ansiedad crónica, ira incontrolable o depresión.

Debido a que no se enseña a manejar los estados emocionales o el dominio de las emociones, "esa capacidad de zanjar pacíficamente las diferencias" y llevarnos bien con uno mismo y los demás, se registran demasiados contratiempos entre los jóvenes: agresividad, violencia, depresión, ansiedad, drogadicción, trastornos en la alimentación, enfermedades venéreas y embarazos no deseados.

El malestar emocional evidencia en los jóvenes un desempeño más pobre en los siguientes aspectos:

—Aislamiento o problemas sociales. Preferencia por estar solos; tendencia a la reserva; mal humor extremo; pérdida de energía; sentimiento de infelicidad; dependencia exagerada.

—Ansiedad y depresión. Conducta solitaria; diferentes miedos y preocupaciones; necesidad de ser perfectos; sensación de no ser amados; sentimientos de nerviosismo, tristeza y depresión.

—Problemas de la atención o del pensamiento. Incapacidad de prestar atención o permanecer quietos; actuación sin reflexión previa; nerviosismo excesivo que les impide concentrarse; pobre desempeño en las tareas escolares; incapacidad de pensamientos que indiquen preocupación por los demás.

Delincuencia y agresividad. Vinculación con chicos que se involucran en conflictos; utilización de mentiras y subterfugios; marcada tendencia a discutir; demanda de atención; destrucción de las propiedades de otro; desobediencia en el hogar y en la escuela; obstinación y capricho; exceso de charlatanería; actitud burlona; temperamento acalorado

Antonio Damasio, neurocientífico, desde la neurobiología y la neurofisiología teoriza que las emociones son fundamentales en los procesos reguladores de la vida. El autor, que plantea la distinción y separación entre los sentimientos y las emociones, y propone la necesidad de comprender las emociones sociales para poder abordar el conflicto social, señala que los sentimientos son experiencias mentales de los estados corporales, surgidos tras la interpretación que realiza el cerebro de las emociones. Las emociones son estados físicos que surgen de las respuestas del cuerpo a los estímulos externos. "Para mí es muy importante separar las emociones de los sentimientos. Debemos separar el componente producto de las acciones del componente producto de nuestra perspectiva respecto a esas acciones, que es el sentimiento. Curiosamente, también es donde emerge el ser, y la propia consciencia. La mente empieza al nivel del sentimiento. Es cuando tienes un sentimiento (aunque seas una pequeña criatura) cuando empiezas a tener una mente y un ser"[143].

Damasio, que precisa que las emociones preceden a los sentimientos, destaca la importancia de distinguir las fases de la emoción y las del sentimiento, y agrega que las emociones pertenecen al cuerpo y los sentimientos a la mente. "Cuando experimentas una emoción, por ejemplo la emoción de miedo, hay un estímulo que tiene la capacidad de desencadenar una reacción automática. Y esta reacción, por supuesto, empieza en el cerebro, pero luego pasa a reflejarse en el cuerpo, ya sea en el cuerpo real o en nuestra simulación interna del cuerpo. Y entonces tenemos la posibilidad de proyectar esa reacción concreta con varias ideas que se relacionan con esas reacciones y con el objeto que ha causado la reacción. Cuando percibimos todo eso es cuando tenemos un sentimiento. Así que percibiremos simultáneamente que alguien ha gritado (y eso nos inquieta), que nuestra frecuencia cardiaca y nuestro cuerpo cambian, y que, cuando oímos el grito, pensamos que hay peligro, que podemos o bien quedarnos quietos y prestar mucha atención, o bien salir corriendo. Y todo este conjunto –el estímulo que lo ha generado, la reacción en el cuerpo y las ideas que acompañan esa reacción— es lo que constituye el sentimiento. Sentir es percibir todo esto, y por eso vuelve a situarse en la fase mental. De modo que empieza en el exterior, nos modifica porque así lo determina el cerebro, altera el organismo y entonces lo percibimos"[144].

Consciente de que las emociones no pueden controlarse con la razón, Damasio plantea sus posturas para atemperarlas. "La primera es la que puede asociarse con Kant, en la que, literalmente, dices que no, y por pura voluntad lo niegas; y luego está una postura que podríamos asociar con gente como Spinoza, o como David Hume, mucho más humanizada, porque se percatan de que la mejor manera de contrarrestar una emoción negativa concreta es tener una emoción positiva muy fuerte… Debemos darnos cuenta de que las emociones vienen en todo tipo de sabores: hay emociones buenas y emociones malas. Y, de hecho, podríamos decir que el objetivo de una buena educación para los niños, los adolescentes, e incluso para nosotros mismos, es organizar nuestras emociones de tal modo que podamos cultivar las mejores emociones y eliminar las peores, porque como seres humanos tenemos ambos tipos. Tenemos una capacidad positiva fantástica, pero también somos capaces de hacer cosas terribles. Somos capaces de torturar a otra gente, de matarla. Todo esto es inherente al ser humano, no es que algunos de nosotros seamos buenas personas y otros malas personas… Así que el propósito de una buena educación y el papel de una sociedad próspera es permitir que se cultive lo mejor y se reprima lo peor de la naturaleza humana"[145].

Damasio, en su libro En busca de Spinoza, efectúa un profundo estudio de las emociones (representadas en el teatro del cuerpo, "bajo la guía de un cerebro que es congénitamente sabio, diseñado por la evolución para ayudar a gestionarlo[146]y los sentimientos (representadas en el teatro de la mente) desde la neurobiología y la neurofisiología, buscando en el universo anímico planteado en la obra de Baruch Spinoza, quien concluyó que mente y cuerpo están estrecha e íntimamente imbricados, y que las emociones afectan el raciocinio. Las emociones son acciones o movimientos visibles para los demás, debido a que se producen en la cara, voz y en conductas específicas. Los sentimientos siempre están escondidos y son invisibles a todos los que no sean su legítimo dueño. El autor investiga la naturaleza de los apetitos y emociones, desde diversas perspectivas como filosofía, neurofisiología, neurobiología y subjetividad, articuladas entre sí, afirmando que las emociones preceden a los sentimientos.

Damasio se propone destacar la importancia de los sentimientos en nuestra vida anímica y mostrar cómo la neurobiología explica los mecanismos de supervivencia necesaria. Teoriza que los desórdenes emocionales obedecen a disfunciones del cerebro emocional. Su estudio de las emociones y los sentimientos lo realiza desde una perspectiva neurocientífica humanista. Las emociones son fundamentales para nosotros y esenciales para comprender el pensamiento. Las bases de nuestra mente son los sentimientos de dolor o placer. "De todos los fenómenos mentales que podemos describir, los sentimientos y sus ingredientes esenciales (el dolor y el placer) son los menos conocidos en términos biológicos y específicamente neurobiológicos […]. Los comportamientos de placer y dolor, los instintos y las motivaciones, y las emociones propiamente dichas reciben a veces el nombre de emociones en sentido amplio […]"[147]. Sentimiento es una variante de la experiencia de dolor o placer, o experiencias como las que vivenciamos en la forma y textura de un objeto.

Como neurocientífico, Damasio se propone investigar la naturaleza e importancia de los sentimientos y fenómenos relacionados. "La esencia de mi opinión actual es que los sentimientos son la expresión de la prosperidad o de la aflicción humanas, tal como ocurren en la mente y en el cuerpo. Los sentimientos no son una mera decoración añadida a las emociones, algo que se pueda conservar o desechar. Los sentimientos pueden ser, y con frecuencia son, revelaciones del estado de la vida en el seno del organismo entero: una eliminación del velo en el sentido literal del término. Al ser la vida un espectáculo de funambulismo, la mayoría de los sentimientos es expresión de la lucha por el equilibrio, muestra de los ajustes y correcciones exquisitos sin los que, con un error de más, todo el espectáculo se viene abajo. Si hay algo en nuestra existencia que pueda ser revelador de nuestra pequeñez y grandeza simultáneas, son los sentimientos […]. Es razonable preguntarse si el intento de comprender los sentimientos tiene algún valor más allá de la satisfacción de la propia curiosidad. Por varias razones, creo que sí. Dilucidar la neurobiología de los sentimientos y de sus emociones antecedentes contribuye a nuestra opinión sobre el problema de la mente y del cuerpo, un problema fundamental para comprender quiénes somos. La emoción y las reacciones relacionadas están alineadas con el cuerpo, los sentimientos con la mente. La investigación de la manera en que los pensamientos desencadenan emociones, y en que las emociones corporales se transforman en el tipo de pensamientos que denominamos sentimientos o sensaciones, proporciona un panorama privilegiado de la mente y el cuerpo, las manifestaciones evidentemente dispares de un organismo humano, único y entrelazado de forma inconsútil […]. Es probable que explicar la biología de los sentimientos, y de sus emociones estrechamente emparentadas, contribuya al tratamiento efectivo de algunas de las principales causas del sufrimiento humano, entre ellas la depresión, el dolor y la adicción a las drogas […]. La comprensión de la neurobiología de la emoción y los sentimientos es clave para la formulación de principios y políticas capaces tanto de reducir las aflicciones como de aumentar la prosperidad de las personas. Efectivamente, el nuevo conocimiento se refiere incluso a la manera en que los seres humanos tratan tensiones no resueltas entre las interpretaciones sagradas y seculares de su propia existencia"[148]. Para saber por qué sentimos es indispensable separar, en la investigación neurobiológica, la emoción y el sentimiento. "Las emociones preceden a los sentimientos, debido a que tenemos emociones primero y sentimientos después porque la evolución dio primero las emociones y después los sentimientos… Las emociones proporcionan un medio natural para que el cerebro y la mente evalúen el ambiente interior y el que rodea al organismo, y para que respondan en consecuencia y de manera adaptativa"[149].

Las emociones propiamente dichas se clasifican en emociones de fondo (muy importantes, pero no visibles en nuestro comportamiento), emociones primarias y emociones sociales. "Las emociones de fondo se pueden distinguir del humor o el talante, que se refieren al mantenimiento de una emoción dada durante largos períodos de tiempo, medidos a lo largo de muchas horas o días, como cuando se dice: Pedro ha estado de mal humor… Las emociones de fondo son expresiones compuestas de estas acciones reguladoras en la medida en que éstas se desarrollan e intersecan momento a momento en nuestra vida. Imagino que las emociones de fondo son resultado, en gran parte impredecible, de varios procesos reguladores concurrentes, a los que nos dedicamos en el extenso campo de juegos que parece ser nuestro organismo. Incluyen ajustes metabólicos asociados con cualquier necesidad interna que surja o acabe de satisfacerse; y con cualquier situación externa que se esté evaluando y manejando mediante otras emociones, apetitos o cálculos intelectuales. El resultado siempre cambiante de este caldero de interacciones es nuestro «estado de ánimo», bueno, malo o intermedio. Cuando nos preguntan «cómo estamos», consultamos este estado de ánimo y respondemos en consecuencia… Las emociones primarias (o básicas) son más fáciles de definir porque existe la tradición establecida de incluir determinadas emociones muy visibles en este grupo. La lista suele contener miedo, ira, asco, sorpresa, tristeza y felicidad; las que a uno primero se le ocurren cuando se cita la palabra emoción. Existen buenas razones para esta posición central. Dichas emociones son fácilmente identificables en los seres humanos de numerosas culturas, y también en especies no humanas […]. Las emociones sociales incluyen la simpatía, la turbación, la vergüenza, la culpabilidad, el orgullo, los celos, la envidia, la gratitud, la admiración, la indignación y el desdén. El principio de anidamiento también se puede aplicar a las emociones sociales. Como subcomponentes de las mismas se podría identificar toda una comitiva de reacciones reguladoras, junto con elementos presentes en las emociones primarias, en combinaciones diversas"[150].

Considerando los diversos tipos de emoción, Damasio plantea una hipótesis sobre las emociones en forma de definición:

1 Una emoción propiamente dicha, como felicidad, tristeza, vergüenza o simpatía, es un conjunto complejo de respuestas químicas y neuronales que forman un patrón distintivo.

2 Las respuestas son producidas por el cerebro normal cuando éste detecta un estímulo emocionalmente competente (un EEC), esto es, el objeto o acontecimiento cuya presencia, real o en rememoración mental, desencadena la emoción. Las respuestas son automáticas.

3 El cerebro está preparado por la evolución para responder a determinados EEC con repertorios específicos de acción. Sin embargo, la lista de EEC no se halla conformada a los repertorios que prescribe la evolución. Incluye muchos otros aprendidos en toda una vida de experiencia.

4 El resultado inmediato de estas respuestas es un cambio temporal en el estado del propio cuerpo, y en el estado de las estructuras cerebrales que cartografían el cuerpo y sostienen el pensamiento.

5 El resultado último de las respuestas, directa o indirectamente, es situar al organismo en circunstancias propicias para la supervivencia y el bienestar[151]

El surgimiento de una emoción, según Damasio, depende de una compleja red de acontecimientos, que comienza con un estímulo emocionalmente competente que llega al cerebro. "Algunas de las regiones cerebrales actualmente identificadas como lugares que desencadenan emociones son la amígdala, profundamente situada en el lóbulo temporal; una parte del lóbulo frontal denominada corteza prefrontal ventromediana; y además otra región frontal en el área motriz suplementaria y cingulada… Los lugares de ejecución de las emociones que se han identificado hasta la fecha incluyen el hipotálamo, el cerebro anterior basal y algunos núcleos en el tegmento de la médula espinal. El hipotálamo es el ejecutor maestro de muchas respuestas químicas que forman parte integral de las emociones. Directamente o a través de la glándula pituitaria, libera al torrente sanguíneo sustancias químicas que alteran el medio interno, la función de las vísceras y la función del sistema nervioso central […]. Ninguno de estos lugares desencadenadores produce una emoción por sí mismo. Para que suceda una emoción el lugar ha de producir una actividad subsiguiente en otras áreas, por ejemplo, en el cerebro anterior basal, el hipotálamo o en núcleos del bulbo raquídeo. Como ocurre con cualquier otra forma de comportamiento complejo, la emoción resulta de la participación combinada de varios lugares de un sistema cerebral […]. Cuando se despliega la emoción tristeza, al instante siguen sentimientos de tristeza. Enseguida, el cerebro produce asimismo el tipo de pensamientos que normalmente causa la emoción tristeza y sentimientos de tristeza. Ello es debido a que el aprendizaje asociativo ha conectado las emociones con los pensamientos en una rica red de dos direcciones. Determinados pensamientos evocan determinadas emociones, y viceversa"[152].

Pacientes neurológicos con lesiones en la amígdala no pueden desencadenar emociones como el miedo y la cólera, ni sus sentimientos correspondientes. Una lesión en el lóbulo frontal altera la capacidad de sentir emociones cuando el estímulo emocionalmente competente es de naturaleza social, como vergüenza, culpa o desesperación. "Los daños de este tipo afectan el comportamiento social normal […]. Existen pruebas crecientes de que los sentimientos, junto con los apetitos y las emociones que con más frecuencia los causan, desempeñan un papel decisivo en el comportamiento social. En varios estudios publicados a lo largo de las dos últimas décadas, nuestro grupo de investigación y otros han demostrado que cuando individuos previamente normales sufren lesiones en regiones cerebrales necesarias para el despliegue de determinadas clases de emociones y sentimientos, su capacidad para gobernar su vida en sociedad se ve gravemente perturbada. Su capacidad para tomar decisiones apropiadas se ve comprometida en situaciones en las que los resultados son inciertos, tales como hacer una inversión financiera o emprender una relación importante. Los contratos sociales se desbaratan. Con gran frecuencia, los matrimonios se deshacen, las relaciones entre padres e hijos se tensan y se pierden los empleos […]. El comportamiento social constituye un área de particular dificultad. A estos pacientes no les resulta fácil determinar de quién puede fiarse a fin de guiar en consecuencia su comportamiento futuro. Los pacientes carecen del sentido de lo que es socialmente apropiado […]. En los casos más graves y conmovedores, aquellos en los que las alteraciones del comportamiento social dominan el cuadro clínico, existe daño en algunas regiones del lóbulo frontal"[153]. Debido a la organización cognitiva y neural, se puede comprender por qué una herida en la región prefrontal ocurrida durante los primeros años de vida tiene graves consecuencias: las emociones y los sentimientos sociales innatos no se despliegan normalmente; no se consigue adquirir un repertorio de reacciones emocionales adaptadas a acciones previas específicas; y una acumulación individual diferente del conocimiento personal del mundo social. "No hay duda de que la integridad de la emoción y el sentimiento es necesaria para el comportamiento social humano normal, con lo que quiero indicar aquel que se ajusta a las normas y leyes éticas y que puede describirse como justo. Me estremezco al pensar cómo sería el mundo, desde el punto de vista social, si toda la población, excepto una pequeña minoría, padeciera la condición que sufren los seres humanos con lesión del lóbulo frontal aparecida de adultos"[154].

Con respecto a los sentimientos, Damasio plantea como hipótesis (a manera de definición) que un sentimiento es la percepción de un determinado estado del cuerpo junto con la percepción de un determinado modo de pensar y de pensamientos con determinados temas. Los sentimientos, en gran parte, están constituidos por la percepción de un determinado estado corporal y la percepción de un estado del cuerpo forma la esencia de un sentimiento. El sentimiento implica la percepción de un determinado estado corporal y la de un determinado estado mental acompañante. "En resumen, el contenido esencial de los sentimientos es la cartografía de un estado corporal determinado; el sustrato de sentimientos es el conjunto de patrones neurales que cartografían el estado corporal y del que puede surgir una imagen mental del estado del cuerpo. En esencia, un sentimiento es una idea; una idea del cuerpo y, de manera todavía más concreta, una idea de un determinado aspecto del cuerpo, su interior, en determinadas circunstancias. Un sentimiento de emoción es una idea del cuerpo cuando es perturbado por el proceso de sentir la emoción"[155]. Los sentimientos son percepciones y son comparables con otras percepciones (en algunos casos). Los sentimientos, que son percepciones interactivas, no son una percepción pasiva o un destello en el tiempo. "Durante un rato después de empezar un episodio de dichos sentimientos (durante segundos o minutos), hay una implicación dinámica del cuerpo, casi con toda seguridad de manera repetida, y una variación dinámica subsiguiente de la percepción"[156]. Todos los sentimientos son sensaciones de algunas de las reacciones reguladoras básicas o de apetitos o de emociones propiamente dichas, desde el color fuerte a la beatitud. "Ya sea a través de designio innato o por aprendizaje, reaccionamos a la mayoría de objetos, quizá a todos, con emociones, por débiles que sean, y con los sentimientos posteriores, por tenues que sean"[157].

La manera de sentir los sentimientos está relacionada con el diseño íntimo del proceso vital en un organismo pluricelular con un cerebro complejo; la operación del proceso vital; las reacciones correctoras que determinados estados vitales engendran automáticamente, y las reacciones innatas y adquiridas a las que los organismos se dedican si se da la presencia, en sus mapas cerebrales, de determinados objetos y situaciones; el hecho de que cuando se producen reacciones reguladoras debidas a causas internas o externas, el flujo del proceso vital se vuelve o bien más eficiente, sin obstáculos o más fácil, o bien menos difícil, y la naturaleza del medio neural en el que todas estas estructuras y procesos se cartografían. Los sentimientos son necesarios ya que son la expresión mental de las emociones y de lo que subyace bajo éstos. Algunos sentimientos optimizan el aprendizaje y la memoria. "Se podría resumir diciendo que los sentimientos son necesarios porque son la expresión a nivel mental de las emociones y de lo que subyace bajo éstas. Sólo en este nivel mental de procesamiento biológico y a plena luz de la conciencia hay suficiente integración del presente, el pasado y el futuro anticipado. Sólo a este nivel es posible que las emociones creen, a través de los sentimientos, la preocupación por el yo individual. La solución eficaz de problemas no rutinarios requiere toda la flexibilidad y el elevado poder de recopilación de información que los procesos mentales puedan ofrecer, así como la preocupación mental que los sentimientos puedan proporcionar […]. No es una simple cuestión de considerarlos como un árbitro necesario del bien y el mal. Se trata de descubrir las circunstancias reales en que puedan ser un árbitro, y utilizar el acoplamiento razonado de circunstancias y sentimientos como guía para el comportamiento humano"[158].

  • D. Las emociones desde el universo de la literatura

La compleja e insondable naturaleza humana emocional también es tema de preocupación literaria, por cuanto está profundamente vinculada con la esencia del ser del hombre. Como ejemplo puedo citar el ensayo El Corazón del Hombre, de Erich Fromm, y las novelas El Lobo Estepario, de Herman Hesse, y El Extraño Caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson.

Fromm pregunta si el hombre es lobo o cordero. Hesse nos presenta a Harry, un hombre que dice poseer caracteres de hombre y de lobo. Stevenson plantea el eterno problema del bien y del mal en un médico (el Dr. Jeckyll) bueno que se transforma en un hombre malo (Mr. Hyde).

Aunque Fromm no afirma si el hombre es lobo o cordero, reconoce que el hombre es manipulable y que los jefes (lobos) tienen la capacidad de someterlos de acuerdo a sus intereses. No señala que el hombre tenga otras naturalezas; solamente su tendencia al bien o al mal, direcciones en las que camina en su vida. Mientras que Hesse niega que en un hombre sólo exista la dualidad hombre—lobo, sino que es múltiple: está compuesto de millares de seres, Stevenson acepta que el hombre, además de bueno y malo, puede tener multitud de facetas "incongruentes e independientes". En este sentido Stevenson se adelantó al planteamiento de Hesse respecto a la multiplicidad de seres que componen al hombre.

Estas concepciones, que tienen profundas raíces religiosas (especialmente las de Fromm y Stevenson), pretenden demostrar que el hombre, además de dualidad es multiplicidad. Por consiguiente se puede colegir que el hombre es un ser complejo y contradictorio, y en él operan diversas fuerzas y se da una lucha entre instintos y razón, y que siempre tendrá disposición para obrar conveniente o inconvenientemente.

Fromm realiza sus planteamientos desde la cosmovisión científica, en tanto que Hesse lo hace desde la cosmovisión filosófica, y Stevenson desde la cosmovisión religiosa, pero desde la experimentación científica.

Fromm, con su mirada de sicoanalista, explora y analiza el comportamiento humano, encontrando la disposición en el hombre de ser lobo y cordero, sin que llegue a dividir a los hombres en lobos y corderos, o en lobos o corderos.  Hesse, desde su universo como intelectual, diserta que Harry dice poseer las características lobunas y hombrunas, que le hacen comportarse y sentirse a veces como lobo y a veces como hombre. Stevenson, a través del fantástico mundo del novelista, narra que dentro del hombre se encuentran intrínsecos el bien y el mal; tratando de dividir esas dos fuerzas, para que cada una vaya por su lado, sin incomodar a la otra, su personaje (el médico Jeckyll), prepara una poción científica que al ingerirla transforma un hombre bueno en un ser malo, perverso y criminal.

El lobo o el cordero de Fromm y el hombre bueno y el hombre malo de Stevenson se comportan como buenos o como malos. El hombre y el lobo de Hesse no se comportan ni como bueno ni como malo; su comportamiento no es tan metafísico sino psicológico. El ninguno de ellos predomina lo instintivo sobre lo racional. Incluso el hombre malo de Stevenson (el señor Hyde) es más pequeño que el hombre bueno (el doctor Jeckyll); lo que simboliza que el bien predomina en el hombre. Fromm tiende a inclinarse a que el hombre sería malo por naturaleza, y a pesar de que no es categórico en su afirmación, si acepta que al hombre lo mueven poderosas fuerzas destructoras. El "síndrome de la decadencia", que origina las formas malignas y peligrosas, y mueven al hombre a la destrucción y el odio, según Fromm, está conformado por el amor a la muerte, el narcicismo maligno y la fijación simbióticoincestuosa. A pesar de su teoría sicoanalítica, Fromm no se muestra determinista, ya que acepta que esas fuerzas son modificables, y que cada uno se mueve en la dirección que elige: la de la vida o la de la muerte, la del bien o la del mal.

En Hesse surge la inquietud si el hombre ya nace con alma de lobo o el hombre se convierte en lobo mediante la educación. Pudo haberse transformado en lobo cuando sus educadores pretendieron con violencia sacar la bestia que residía al interior del hombre. Sin embargo, en el lobo estepario de Hesse están implícitas las dos naturalezas: la humana y la lobuna. Y además de éstas, otras: la de perro, la de zorro, la de pez, la de serpiente […].  En fin, como sabemos, Hesse no aceptó esta mixtificación y planteó que no existían en el hombre dos naturalezas sino muchísimas, miles de facetas humanas. En Fromm no se concluye que el hombre sea lobo o cordero o las dos cosas o una de las dos. En Stevenson parecen no triunfar el bien sobre el mal o el mal sobre el bien; tanto el hombre bueno (Jeckyll) como el malo (Hyde) mueren. No obstante, se podría decir que el bueno tuvo que morir para que también sucumbiera el mal.

Fromm, Hesse y Stevenson, mediante sus cosmovisiones científicas, filosóficas y religiosas, intentaron acercarnos a la comprensión de la complejidad humana y a tratar de desentrañar en lo profundo de su insondable esencia las fuerzas, las pasiones, los instintos, las tendencias y las motivaciones que direccionan el comportamiento humano.

De acuerdo con la visión sicoanalítica freudiana, el origen de la cultura se encuentra en la represión y la sublimación de los instintos o pulsiones instintivas. Es por ello que así como la cultura es necesaria para nuestro bienestar, "es también malestar, al basarse en la renuncia de los instintos y en la coerción de los mismos"[159]. Así mismo, este punto de vista científico considera a la persona como un ser determinado conductualmente "por sus instintos y fenómenos inconscientes que se desarrollan a partir de su vida instintiva"[160].

"Amigo mío –decía el inmortal Werther de Goethe—, el hombre es el hombre y la inteligencia que puede llegar a tener no vale mucho cuando golpean las pasiones y lo llevan hasta los límites de lo humano…". El mismo Goethe, en su inmortal Fausto, advertía que "nuestras mismas acciones, lo propio que nuestros sentimientos, entorpecen la marcha de nuestra existencia". Pero no se trata de vivir sin emociones, sino de dominar las emociones y controlar las que nos "estorban y molestan en la vida" como la ira, el odio, el resentimiento, la animadversión, la envidia, etc. "Nada tan insoportable para el hombre como estar en reposo total, sin pasiones, sin asuntos, sin diversiones, sin empleos. Entonces siente su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Al instante extraerá del fondo de su alma el tedio, la negrura, la tristeza, el pesar, el despecho, la desesperación", sentenciaba Pascal en sus Pensamientos. "Muere lentamente quien evita una pasión", nos decía Pablo Neruda. "Creo que la pasión bien entendida es el motor que mueve al hombre y por ende al mundo. ¿Cómo evitar, entonces una pasión? ¿Cómo no vivir con intensidad cada momento de nuestra vida si es ésta la única que habremos de vivir?"[161]. Es un axioma irrefutable que no podemos vivir sin la vida emotiva, porque somos seres emotivos; las emociones son un aspecto crucial de nuestra naturaleza biológica y social.

Son tan importantes las emociones en nuestra vida que "un ser sin emociones, porque ha conseguido conjurarlas todas y librarse de las que más le perturban, no es un ser humano"[162]. Pero si se desconoce el complejo universo emocional humano, tendremos dificultades en nuestra ansiada búsqueda de la felicidad.

3 La cultura monogámica en contra de nuestra naturaleza poligámica

En el tradicional y artificial modelo social monógamo, el disfrute pleno de la sexualidad, y, por ende, la búsqueda de la felicidad, se encontrarían con diversos inconvenientes en nuestra cultura monogámica como a diario lo observamos, vivenciamos y experimentamos. Realidad que permite deducir que, posiblemente, somos, por naturaleza, seres poligámicos, encadenados en una cultura monogámica.

El aserto de que somos seres poligámicos por naturaleza es problemático. Quienes lo defienden esgrimen fundados argumentos. Los investigadores Malcolm Potts y Roger Shorts plantean que "el hombre es un animal de naturaleza polígama que se ha empeñado en ser monógamo"[163]. El psicólogo Christopher Ryan, en un polémico escrito plantea que "la naturaleza humana Homo Sapiens —y el grueso de nuestro proceso evolutivo— indican que nuestra especie está bioprogramada para la poligamia, para recibir y responder a estímulos sexuales de múltiples parejas"[164], a la vez que expresa la dificultad de "esgrimir argumentos biológicos que nos lleven a la naturalidad preeminente de la monogamia; quizás el argumento que más permea la historia a favor de la monogamia proviene de la herencia religiosa. La implementación de la monogamia en la Tierra puede ser entendida como una forma de vivir bajo los principios morales dictados por una entidad superior, viviendo en imagen y semejanza"[165]. El predominio de la monogamia en nuestra cultura, según el Diccionario visual del sexo, podría adjudicarse "a un condicionamiento cultural más bien que a la naturaleza humana básica"; a la vez que aclara que en nuestra civilización "la monogamia está apoyada por las autoridades legales y religiosas…"[166].

La dificultad de la problemática que genera la monogamia también fue motivo de preocupación para el presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge, por cuanto, en los albores del siglo XX, compartía "con los biólogos del futuro la opinión de que la monogamia en la pareja no es una situación tan "natural" como todavía hoy muchos siguen pensando"[167]. La realidad de las últimas investigaciones, como las de los científicos norteamericanos David Barash y Judith Lipton "son contundentes y podrían resumirse diciendo que entre los mamíferos y, particularmente, entre los primates sociales no es fácil constatar la monogamia como práctica habitual"[168]. En algunas sociedades, la poligamia está proscrita por la ley, y en otras está permitida, lo que "lleva a pensar que muy probablemente el ser humano disponga de cierta flexibilidad que le permite adaptarse a formas diferentes de estructura familiar"[169]. Algunas mujeres, a pesar de vivir en la civilización musulmana, en donde es legítima la poligamia, es posible que no sean felices en esa "cultura" que les restringe muchos de sus derechos. "La capacidad multiorgásmica de las mujeres y la llamada "vocalización copulatoria femenina", también sugieren que estamos hechos para la poligamia"[170]. El funcionamiento de algunos neurotransmisores, como la feniletilamina, dopamina, serotonina, norepinefrina y oxitocina, genera un fuerte e incontrolable impulso al momento del enamoramiento que afianzan la monogamia; pero al disminuir este impulso "la razón entra en juego ya que biológicamente estamos condenados no sólo a buscar pareja sino también a sentir los incentivos de alrededor"[171].

Hay quienes reconocen que, instintivamente no somos monógamos, pero aceptan que la dificultad radica en la incapacidad de salirse de los patrones culturales socialmente establecidos y ser sinceros consigo mismos. "Está claro que a nivel exclusivamente sexual el ser humano no se acopla bien a la monogamia, como no lo hacen la mayoría de las especies animales; sin embargo la pareja monógama parece representar un núcleo social estable…"[172]. Por lo general, "la poligamia es el modo natural de sexualidad del "ser humano universal", no algo al alcance del hombre corriente, que lo ve desde su estrecha mente como un modo legal de concubinato cuando es algo esencialmente diferente: la poligamia "hace sociedad", mientras el adulterio o/y concubinato destruye la sociedad"[173].

Quienes aceptan que somos seres de naturaleza poligámica, presos al interior de una cultura monogámica, reconocen la enorme dificultad que implica la conquista de la felicidad. Cuando cualquier integrante de la pareja, ya sea dentro del noviazgo, la unión marital de hecho o del matrimonio, obedeciendo a su naturaleza, decide establecer un vínculo alternativo, ya sea afectivo o genital, se suscita un grave conflicto emocional en el otro componente de la pareja, supuestamente por haber sido "traicionado", desencadenándose así los celos, el dolor, el sufrimiento, el odio, el resentimiento, el rencor y el insaciable deseo de venganza, sin entender que en el amor el daño se lo hace uno mismo y no los comportamientos de los demás. Se desencadena así dentro de la relación afectiva la lucha de todos contra todos: unos por defender su libertad y otros por restringir la de los demás. Inútilmente se quiere buscar quietud en los seres inquietos. La persona que se siente "ofendida" por la "traición" no razona coherentemente, atropellando la libertad del otro. Cuánto fundamento le asistía a Freud al afirmar que las relaciones sexuales son "fuente de la más intensa envidia y de la más violenta hostilidad entre los seres humanos"[174]. En la monogamia se da la dialéctica del amo y del esclavo. Necesitamos un esclavo para que éste a su vez nos esclavice. El amo domina sobre el esclavo y el esclavo termina dominando sobre el amo. "El esclavo prefiere ser esclavo. Y es el esclavo quien renuncia a su deseo y se somete al deseo del otro. De este modo el esclavo reconoce al amo como tal y se hace reconocer por él como esclavo. El vencido depende del otro"[175]. La conciencia dominante termina siendo dominada. "Amo y esclavo son términos correlativos. Ninguno de los dos puede existir sin el otro… Esclavizar a otro es también esclavizarse a sí mismo… El amo no es otra cosa que la imagen de un esclavo que lleva el mundo a la disolución… Por su voluntad de esclavizar, el hombre no sólo esclaviza a los demás sino a sí mismo… Con el mismo poder con que esclaviza al otro, se esclaviza también a sí mismo"[176].

La monogamia contribuye al fortalecimiento de la mentira, toda vez que se acude a ella cuando se establece un vínculo alternativo ("clandestino"), y así evitar los consabidos contratiempos que genera el disfrute libre y autónomo de la afectividad o de la genitalidad por fuera de los férreos límites establecidos por nuestra cultura monogámica. El sicoanalista Alberto Goldin, interpretando a Freud, señala que las prohibiciones y los deseos incrementan la poligamia. "Del mismo modo como la ropa fabrica al desnudo, la prohibición de la poligamia, la incentiva. Es una cualidad o un defecto humano, desear precisamente aquello que no debería, lo que acaba transformando lo prohibido en imprescindible. Hay una antigua guerra entre deseos y prohibiciones, y, como es obvio, los deseos van ganando, porque es al prohibir que se convence a algunos indecisos respecto de cuál es el mejor lugar para desear. No se puede domesticar el deseo, por el contrario, lo que verdaderamente lo extermina es su satisfacción"[177].

Al ser humano lo caracteriza su disposición intrínseca y cultural para mentir. Si tenemos en cuenta que la mentira es una forma de supervivencia, que, en ocasiones, nos resulta provechosa, acudimos a ella cuando necesitamos que esté al servicio de nuestros intereses o conveniencias. Pareciere que las mentiras fueren inherentes a la condición humana. "Las mentiras, pequeñas y grandes, constituyen el lubricante de nuestra vida social"[178]. Nuestra cultura se construyó sobre mentiras. ¿Acaso no es una falacia afirmar que "Dios le dictó las tablas de la ley a Moisés? ¿O que Alá le "dictó" el Corán a Mahoma? ¿Y qué decir de la "historia" de Adán y Eva y otros relatos bíblicos? ¿Y qué tal el cuento de que el "santo" Papa era el representante de Dios en la tierra? ¿Cuál Dios? Ni qué decir de la mentira más grande que se haya anunciado: Dios o dioses […]. Y de las mentiras históricas, ¿qué? ¿Qué persona (con espíritu crítico –y aun sin él—) podrá dar por ciertas las leyendas de Alejandro Magno, Carlomagno, Napoleón, Simón Bolívar y otros "héroes"? Si nuestra cultura y nuestra civilización se han construido sobre mentiras, ¿entonces por qué pensar ingenuamente que las personas no vayan a mentir? ¡Claro que mienten cada vez que les resulte de utilidad! ¿El ser humano es, por naturaleza, un ser falaz? ¡He ahí la cuestión!

La monogamia contribuye a la cosificación de las personas. La persona, supuestamente víctima de una "infidelidad", incapaz de entender que su pareja no es un objeto de su propiedad, lo violenta con invectivas, insultos, denuestos y agresiones físicas; no sólo a él o a ella, sino que también extiende sus dicterios hacia la persona con la cual se mantiene el vínculo alternativo, con expresiones que atentan contra la dignidad humana  como: "Esa perra me quitó a mi marido". "Esa zorra me quitó a mi novio". "Yo mato a ese hp que me quitó a mi esposa". "Ese malnacido me quiere quitar a mi novia, y eso no lo permito", etc. La sicoanalista María del Carmen Molina señala que "los celos existen porque vivimos en una sociedad monogámica y la sexualidad humana es poligámica"[179]. El aludido Goldin, agrega que la sexualidad humana, además de poligámica, es "un poco perversa"[180]. Los celos, además de esclavizar, tiranizan. Los celos, en concepción del filósofo Nicolás Berdiayev, son una manifestación de tiranía en forma pasiva. Una persona celosa es un tiranizador que vive en un mundo de ficción y alucinación"[181].

Dado el "machismo" imperante en nuestra sociedad, como producto cultural, la mujer termina más lesionada que el hombre ante un evento de "infidelidad", porque pareciere que, socialmente, estuviere "aceptada" la "infidelidad" masculina y censurada la femenina. Cuando la mujer es "infiel" el ego "machista" se ve "pisoteado"; en cambio, cuando el "infiel" es el hombre a la mujer se le afecta profundamente todo su universo emocional. El conflicto y la violencia, en los dos casos, surge ipso facto, porque, debido a la programación cultural, la "víctima" reacciona "dolida" y furiosa. ¡Qué desperdicio tan absurdo de vida! ¿Así cómo se alcanza la felicidad, el fin supremo de nuestra existencia?

En nuestro medio, como un "mecanismo de defensa", el responsable de la "infidelidad" trata de negarla por temor a las irracionales consecuencias. Como la sociedad monogámica impone todos esos condicionamientos, al "acusado" de ser "infiel" la negará, porque aceptarla le traería, inexorablemente, graves secuelas. En esa dinámica el ser humano se niega a sí mismo, debido a que debe negar sus actos. ¿Pero cómo ser sincero y "dar la cara", si decir la "verdad" le acarrea un profundo conflicto interpersonal? Negar los actos será la única salida para evitar la alteración del orden público. La terapeuta María Consuelo Cárdenas precisa que en las parejas el complejo tema de la "infidelidad" es difícil y bastante conflictivo. "En nuestro contexto social colombiano esa es una actitud de gran aceptación, principalmente entre los varones. A su vez, la parte ofendida aprovecha esta situación para reducir todo conflicto que en el pasado lo haya enfrentado con su cónyuge a la presente cuestión de la infidelidad, sin ver que ésta no se presenta en el vacío… En nuestra cultura, si bien la infidelidad es un fenómeno relativamente frecuente y prácticamente aceptado, sobre todo en los hombres, es igualmente rechazado y condenado, sobre todo en las mujeres"[182] Desgraciadamente, debido a la "educación" social, la mujer es quien más percibe y siente el "dolor" de la "infidelidad" y las dificultades.

Como seres posesivos, para confundirnos y complicarnos más la existencia, acudimos al adjetivo posesivo "mi". Y entonces nos creemos en el "legítimo" derecho a encadenar con el "mi" a las personas, como si fueran sólo objetos, y en especial a la persona que decimos amar: "Mi novia". "Mi novio". "Mi esposa". "Mi esposo", etc. Como vivimos encadenados al modelo cultural establecido, acríticamente aceptado, nos creemos dueños de los demás. Cuando establecemos un vínculo afectivo, engañados como vivimos, damos por sentado que el otro nos pertenece. "La consecuencia habitual de una pasión es que, cuando la unión se regulariza, se posee un título de propiedad de otro cuerpo además del propio. Decimos mi mujer o mi marido, para referirnos al resultado de esta transacción. La mujer tiene ahora un cuerpo masculino, el de su marido, y viceversa"[183]. Nuestra cultura, en donde impera el "machismo", es común que el "hombre" se crea dueño de "su" mujer. ¡Qué gran contradicción: mientras el "hombre" exige "fidelidad" a "su" esposa, él busca, insaciablemente, serle "infiel"! Será cierta la afirmación de Arthur Schopenhauer que dice que "la fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la Naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre"[184]. El mismo folclor vernáculo abunda en canciones, por citar solamente esta vertiente artística, que "legitiman" la deslealtad del varón y condenan la de la mujer. Este ejemplo es contundente: "Ay, yo sé bien que te he sido infiel, / pero eso en el hombre cas no se nota. / Pero es triste que lo haga una mujer, / porque pierde valor y muchas cosas… // Dios le dijo a al hombre: / "¡Pórtese bien, haga la paz, pero nunca haga la guerra!"… / Y también le dijo a la mujer: "¡Cuida bien del hombre que la quiere! / Sabe que no puede serle infiel, / porque pierde mi bendición eterna"[185].

El lenguaje, como las personas, también ha sido cosificado en nuestra cultura imperante. En algunas ocasiones, la confusión existencial comienza por la confusión en el lenguaje, que es una creación cultural. ¡Qué paradójico! Muchas veces, el lenguaje, que es la esencia del ser humano, nos aprisiona en su cárcel. Los seres humanos vivimos en el lenguaje. "Sostenemos que no hay forma de escapar del lenguaje, no hay salida posible. Los seres humanos vivimos atrapados en el lenguaje"[186]. Anterior al habla, la característica fundamental del lenguaje es que "cuando somos arrojados al mundo el lenguaje ya está ahí, con sus significados culturalmente establecidos"[187]. Se dice que el lenguaje con que el individuo se expresa depende fuertemente del discurso que domina en los grupos de los que forma parte, lo mismo que de su ambiente social y su cultura. "La condición humana no se constituye en el dominio de nuestra biología, sino en el del lenguaje"[188].

Acostumbrados a la apariencia de que somos "dueños" de las cosas, adoptamos, irreflexivamente, la postura de que también somos dueños de las personas; que nuestra pareja tiene la "obligación" de permanecer siempre con nosotros y sernos "fieles". El mito del amor eterno es una mentira. ¡Cuando a uno no lo quieren, no lo quieren! El psicólogo Walter Riso[189]es explícito cuando nos aclara que en toda relación se debe aceptar el riesgo, la incertidumbre, la imprevisión y ser atrevidos. "No hay relación sin riesgo. El amor es una experiencia peligrosa, eventualmente dolorosa y sensorialmente encantadora. Este agridulce implícito que lleva todo ejercicio amoroso puede resultar especialmente fascinante para los atrevidos y terriblemente amenazante para los inseguros. El amor es poco previsible, confuso y difícil de domesticar. La incertidumbre forma parte de él, como de cualquier otra experiencia". Estas personas, al perder a su "amado", dicen: "¡No lo puedo creer!" "¡Jamás pensé que esto me pasara a mí!" "¡Me parece imposible!" Hay que ser realistas, la pareja no dura para siempre. No podemos confundir posibilidades con probabilidades. Uno debe afirmar: "Hay muy pocas probabilidades de que mi relación se dañe, remotas si se quiere, pero la posibilidad siempre existe".

La cultura monogámica atenta contra la libertad y la justicia. "La imposición de una vida sexual idéntica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por alto las discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una grave injusticia"[190]. El amor genital heterosexual, culturalmente aceptado, encontró su menoscabo en "las restricciones de la legitimidad y de la monogamia"[191]. La cultura impone a la pulsión erótica determinados requisitos morales, prohibiendo la homosexualidad y las transgresiones anatómicas, y limitando, por la legitimidad y la felicidad, el amor genital heterosexual, que es la forma de relación predominante en nuestra sociedad, profundamente influenciada por la cosmovisión religiosa, institución que, con su moralidad y sus dogmas, ha obstaculizado en disfrute pleno de la genitalidad y la búsqueda de la verdad con absurdas restricciones. "Una moral en la que no hay lugar para la verdad, nunca será una moral verdadera. Es posible que no nos guste la verdad, que la encontremos ofensiva e inconveniente, que la persigan, que le den un sentido diferente, que la supriman por medios legales; pero el intentar sostener que los hombres tienen la última palabra sobre la verdad, es una blasfemia y la última ilusión. La verdad vive siempre y los hombres no"[192]. Este condicionamiento cultural, impuesto por la religión, sería la evidencia de que "el plan de la Creación no incluye el propósito de que el hombre sea feliz"[193]. Pareciere que los caminos que emprende el hombre en búsqueda de la felicidad, que según Freud se encuentra en el amor sexual, son obstaculizados por la religión que impone un solo camino para la obtención de este supremo fin de la existencia, reduciendo el valor de la vida y alterando la imagen del mundo real a través de la intimidación de la inteligencia y de la represión de lo instintivo. "Según Ryan, la historia sexual de la humanidad es la historia de la represión autoritaria de la libertad orgiástica —que disfrutábamos en las sociedades nómadas igualitaria— por parte de los mecanismos de poder religiosos y políticos formados con el nacimiento de la agricultura hace 10 mil años. La cultura —esa ropa mental indisociable del cultivo propio de la agricultura— es una especie de cover—up de nuestra energía libidinal, en el que participan tanto sacerdotes como terapeutas". La cultura actual solamente tolera "las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido"[194].

Según Freud, la satisfacción de los propios instintos "no debería estar limitada por ningún tipo de ley moral, sino sólo por la convicción de la necesidad de reglas que tienen como único objetivo el de evitar conflictos con los otros"[195]. Socialmente existe una concepción errónea de la poligamia. "La poligamia no significa anular las relaciones de fidelidad y lealtad emocional, significa entender los principios biológicos que también son parte importante de nuestro complejo organismo; y comprenderlo podría acabar con buena parte del daño emocional que los celos y las infidelidades propician"[196]. Es muy diciente el sentir de Noguera Sayer cuando nos previene que "elegir a alguien, quererle y convivir con él no le confiere a ninguno de los dos la exclusiva, excluyente y asfixiante posesión que impida el intercambio con otros seres del entorno, capaces de aportar savia vital al proceso de vivir", y aclara que "exagerada, vanidosa y difícil es la exigencia que busca en una sola persona las condiciones que le permitan constituirse en fuente única de satisfacción para las necesidades afectivas e intelectuales de la otra"[197].

Teniendo en cuenta que nuestra cultura dificulta alcanzar la felicidad, se evidencia hostilidad hacia ella fundada en la imposición del cristianismo que deslegitimó el valor de la vida terrenal, en la separación entre instintos del yo e instintos sexuales, y en la renuncia a las satisfacciones instintivas, cuya satisfacción es "la finalidad económica de la vida"[198]. En opinión de Federico Nietzsche, "el cristianismo, que despreciaba el cuerpo, ha sido la más grande calamidad del género humano… Sólo el cristianismo, con su resentimiento fundamental dirigido contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha enlodado el principio, la premisa de nuestra vida[…]"[199]. El filósofo André Comte—Sponville afirma que "las iglesias cristianas, en particular la católica, hicieron del sexo algo malo, un pecado, incluso dentro del matrimonio"[200]. Negar nuestros impulsos instintivos sería como negar lo que nos hace humanos. "Si la sexualidad no es presente absoluto, no forma parte de la Vía ; y, si no forma parte de ese camino espiritual que somos, uno no es más que algo muerto que hace amagos de estar vivo…"[201]. El amor sexual, "el prototipo de toda felicidad"[202], al estar enfocado hacia un objeto exclusivo generaba sufrimiento ante la pérdida de éste. Por ello se estableció el "amor universal por la humanidad y por el mundo[203](amor cristiano), que también tiene sus objeciones porque "un amor que no discrimina[204]es injusto, y "no todos los seres humanos merecen ser amados"[205]. San Agustín sentenció: "Ama, pero fíjate bien qué merece amarse". Así, al amor sexual ("genital") le fue coartado lo instintivo, y éste fue reemplazado por un amor inhibido; pero en el inconsciente quedó arraigado el "amor plenamente sexual". De esa manera el amor se divorció de la cultura, por cuanto el amor se oponía a los intereses de aquella, la cual "lo amenazaba con sensibles restricciones"[206].

Razonando en términos filosóficos profundos se podría decir que la monogamia, con todas sus ataduras y condicionamientos, atenta contra la libertad, que es la esencia misma del ser humano. ¿Y si éste no es libre, entonces qué es? "Sólo una relación sentimental, en la que uno reivindique la vida y la libertad del otro, puede hacer felices a los dos"[207]. La persona no puede renunciar a su libertad, porque ésta constituye parte de su esencia, y es un ser para la libertad y está condenado a ser libre, tal como lo planteaba Sartre, el "apóstol" de la libertad y el filósofo más genial del siglo XX.

Con el ánimo de vivir en una aletargadora armonía, algunos integrantes de la pareja se abstienen del disfrute, autónomo, libre y responsable, de su naturaleza poligámica, reprimiendo y renunciando "a las satisfacciones instintuales"[208]. Muchos, de manera hipócrita, desleal y cínica, aparentan la llamada fidelidad, pero, incitados por su instinto, anhelan ser infieles. "En su origen latino, fidelidad significa confianza y la confianza va estrechamente ligada a la sinceridad. El amante monógamo generalmente oculta cualquier atracción que siente por alguien para no inquietar o herir a su pareja, por lo tanto, no tiene sentido relacionar monogamia con fidelidad, si partimos de que esta "fidelidad" no es sincera"[209]. Es procedente tener claro que la llamada "fidelidad" solamente funciona si es producto de una opción o decisión libre y autónoma asumida conscientemente, "producto de una elaboración adecuada y no como efecto de una amenaza o prohibición, sean éstas de índole religiosa o moral"[210]. Cuánta razón tenía el inmortal Hamlet al sugerirnos que el ser humano juega un papel en la vida y sueña con otro.

En la cultura monogámica "toca" ser fiel si se quieren evitar los conflictos. ¿Consecuencias? ¡Neurosis! "Se corre, sin embargo, el riesgo de la neurosis, porque, como ha explicado el psicoanálisis, las frustraciones sexuales son su causa. De donde cabe inferir que siempre habrá un antagonismo entre la cultura (en el sentido ya conocido) y la sexualidad. Las innumerables restricciones que la civilización conlleva, difícilmente son compatibles con la felicidad"[211]. Y esta alteración nerviosa genera un desorden crónico de personalidad que produce una visión distorsionada de la vida y una actitud distorsionada ante ella… La persona cae en la neurosis "porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura"[212]. Los síntomas neuróticos aparecen "como formaciones sustitutivas de individuos insatisfechos"[213]. Es motivo de la reflexión la pregunta de Erich Fromm: "¿Qué otra cosa es la neurosis –de cualquier tipo— sino la pérdida por el hombre de la libertad para obrar racionalmente?"[214]

La cultura, según Freud, es fuente de infelicidad, ya que genera neurosis, debido a que el ser humano cae en ésta "porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales… La neurosis venía a ser la solución de una lucha entre los intereses de la autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo, si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias"[215].

La neurosis, este tipo de entidades clínicas o desajustes emocionales, con respecto a la realidad, son producto de desajustes internos o traumas psíquicos como secuela del eterno conflicto entre el instinto de vida y el instinto de muerte, la lucha entre la persona y la naturaleza, la competencia con los demás para el logro de metas sociales, personales y económicas, las exigencias de la conciencia, la realidad y el instinto, y el choque entre lo real y lo ideal. La neurosis es difícil de vitar, porque "la civilización actual es neurótica en muchas de sus manifestaciones"[216].

¿Será que una persona neurótica podrá ser feliz? "La experiencia psicoanalítica ha demostrado que las personas llamadas neuróticas son precisamente las que menos soportan estas frustraciones de la vida sexual. Mediante sus síntomas se procuran satisfacciones sustitutivas que, sin embargo, les deparan sufrimientos, ya sea por sí mismas o por las dificultades que les ocasionan con el mundo exterior y con la sociedad. Este último caso se comprende fácilmente; pero el primero nos plantea un nuevo problema. Con todo, la cultura aún exige otros sacrificios, además de los que afectan a la satisfacción sexual… Como ya sabemos, los síntomas de la neurosis son en esencia satisfacciones sustitutivas de deseos sexuales no realizados"[217]. Aquí es procedente aclarar que Freud no pretendía afirmar radicalmente que la búsqueda de la felicidad fuera imposible; "él simplemente apuntó que ésta es tan evasiva y difícil de comprender que nuestros esfuerzos por procurarla son solo parcialmente exitosos"[218]. Debido a que la cultura impone sacrificios, se puede colegir que, dentro de ésta, las personas "difícilmente se sienten dichosas dentro de ella, teniendo además de esta limitación de las pulsiones, riesgos a un estado que se lo podría denominar como "histeria psicológica de la masa", el cual se eleva en la ligazón que se establece por la identificación recíproca entre los participantes"[219].

La etología demuestra que "la especie humana es promiscua en el terreno sexual desde el origen de la historia y con toda seguridad desde estadios arcaicos de la prehistoria y lo sigue siendo. La promiscuidad es un escenario en que los apareamientos sexuales se rigen por el impulso y la posibilidad de ejecutarlo, a pesar del control social que esté establecido culturalmente"[220]. Ángel Aznar señala que, genéticamente y físicamente estamos predispuestos a huir de la monogamia, y que el matrimonio es una institución impuesta por la religión. "Si bien es un aspecto socialmente admitido como una verdad absoluta, el "matrimonio" como tal no existió hasta que no nacieron las religiones e históricamente se creó como un método de control social. De esto no hace ni diez mil años y sólo fue así para una pequeña parte de la población mundial, lo que viene a darnos una pista muy importante: De no haber existido las religiones, no existiría la monogamia. Lo malo es que desde que se instituye una norma socialmente, todo lo que salga de esa norma es antisocial y se considera una desviación. Por desgracia eso sí que nos condiciona a la hora de actuar, y son muy pocos los que se sobreponen a ello y deciden elegir una actitud aunque se considere "antisocial" (la poliandria, poliginia, homosexualidad, bisexualidad, etc.)"[221]. El Diccionario visual del sexo es de la opinión que "la monogamia no parece ser una norma instintiva de conducta de los seres humanos, y se han dado ejemplos de sociedades sofisticadas donde era la norma"[222].

La religión de nuestra cultura, representada en el Cristianismo y, por ende, su "moral cristiana", hizo de la sexualidad (la genitalidad) algo sucio, indecente, inmoral, prohibido. Así, generó un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo. "Sólo el cristianismo, que se basa en el resentimiento contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha arrojado basura sobre el comienzo, sobre, el presupuesto de nuestra vida […]"[223]. El matrimonio "hasta que la muerte os separe" es una aberración más del cristianismo[224]La poligamia es una opción tan deseable por el ser humano que el cristianismo la desaprueba y la legislación de algunos países la tipifica como una conducta punible. El aludido Christopher Ryan aclara que "complazca a la instituciones religiosas o no, seguimos siendo naturalmente poligámicos"[225]. Las garantías constitucionales contemplan el derecho al libre desarrollo de la personalidad. ¿En una cultura monogámica será posible el disfrute pleno de este postulado democrático?

Que la monogamia es una imposición cultural lo demuestra el hecho que antaño los gobernantes eran poligámicos y sus súbditos monogámicos. Los primeros obedecían a su naturaleza instintiva y lo segundos a los mandatos de sus "amos". La Biblia está llena de ejemplos de reyes poligámicos. ¡Qué paradoja! Los supuestos paradigmas de la sabiduría sí disfrutaban de su naturaleza intrínseca, en tanto que sus gobernados debían reprimir su naturaleza instintiva en la práctica de la monogamia. Esos dechados de "sabiduría" sí sabían cómo buscar y encontrar la felicidad; ellos sí eran felices. "El moderno civilizado ha trocado una gran parte de posible felicidad por una parte de seguridad; pero, no olvidemos que, en la familia primitiva, sólo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimidos como esclavos"[226]. ¿Acaso la felicidad no es para todos? Es tan antinatural la monogamia que ésta pretende arbitrariamente reducir la multiplicidad a la unidad. En una cultura unidimensional la persona se convierte en un ser unidimensional. ¿No es acaso el pluralismo una de las características del Estado democrático?

La poligamia, tal como la concibe la cultura monogámica, es fuente de promiscuidad, enfermedades y reproducción indiscriminada. Esa es una realidad que no se puede negar. Pero la monogamia, en la que no se producirían estos fenómenos, genera celos, posesividad, conflictos, agresiones, separaciones, divorcios, odios y hasta la muerte. ¡Cuántos crímenes pasionales no se han cometido por cuenta de los celos! La persona aparentemente enamorada duda de los sentimientos del ser amado. ¡Qué contradictorios somos: pasamos del amor (que tiene su proceso y su dinámica) al odio en breves instantes! En la prisión de nuestra cultura monogámica es donde aflora la estupidez humana: temporalmente nos hacemos daño y sufrimos por una sola persona que no nos corresponde, mientras que nos quedan millones para escoger. ¿Toda esta problemática que genera la cultura monogámica no resulta peor que los inconvenientes que ocasiona la poligamia? ¿La cultura monogámica, en el fondo, no sería la responsable de los celos y de todo este sinsentido, que dificultan la felicidad? Es muy posible que el disfrute de la naturaleza poligámica no permita el surgimiento de ese fenómeno psíquico y emocional. ¿Y si reflexionamos con espíritu crítico sobre la siguiente consideración?:

"¿Por qué seguir limitando nuestro afecto, nuestro apoyo y nuestro sexo a una sola persona? La cultura de la monogamia convierte el cariño, el apoyo y el sexo en bienes escasos y exclusivos (¡como si fueran lujos!), pero en realidad son bienes renovables e inagotables. A medida que abandonemos la cultura de la monogamia seremos capaces de expandirlos y así hacerlos mucho más abundantes al alcance de todos, al tiempo que enterramos las celosías y miedos propios de la monogamia… Los antiguos argumentos biologistas, que justificaban la monogamia para garantizar el futuro de nuestra especie, ya no tienen sentido hoy en día. La monogamia, y la respectiva familia patriarcal, no es el único modelo posible de subsistencia económica y de crianza, cada vez aparecen más modelos posibles y diversos que desbancan los más tradicionales. Es cierto que las bodas y los consultorios matrimoniales son negocios que se alimentan de y fomentan la monogamia… Es cierto que la familia y los amigos nos presionan para que tengamos relaciones monógamas, pero la vida sexual y afectiva de los individuos, al ser cada vez más independiente de la esfera económica, pasa a pertenecer a un ámbito más privado y menos sufrido a la presión social […]. Ya no hay argumentos puramente racionales que sustenten y den sentido a la monogamia, en el mejor de los casos es absurda y en el peor acaba con vidas. Lo que mantiene realmente viva la monogamia son nuestros sentimientos y emociones conformados por el entorno cultural en el que hemos crecido… Quizás el mayor inconveniente a la hora de superar la monogamia es la incapacidad de imaginar otros modelos de relaciones afectivas y sexuales. Es lógico, ya que prácticamente no tenemos otros referentes; llevamos toda la vida consumiendo productos culturales que profesan una clara apología de la monogamia, desde los cuentos y dibujos animados infantiles hasta el cine de autor más underground[227]La solución a la monogamia no es establecer un nuevo modelo de relaciones afectivas y sexuales que sea políticamente correcto, descalificando aquellos que siguen teniendo relaciones monógamas… Pero esto no significa la aceptación acrítica de cualquier tipo de relación: no queremos relaciones que sean posesivas, ni coercitivas, ni cerradas (esto significa: no forzosamente exclusivas), en definitiva, no monógamas."[228]. (Subrayados fuera de texto).

En este sentido, el Diccionario visual del sexo también señala que "los cuentos de hadas terminan invariablemente con uniones monógamas, los amantes célebres de siempre constituyen parejas y asociamos a cualquier tercera persona en este tipo de relación con la amenaza y el desastre"[229].

Conclusión

Mi punto de vista no pretende condenar la monogamia en defensa de la poligamia. Respeto la preferencia y la opción de vida de cada cual. Es probable que algunos crean que son felices en la cultura monogámica. ¿Sabrán en esencia qué es la felicidad? "¡Qué desgraciados somos los que tenemos una idea de felicidad y no podemos conseguirla, y tenemos una idea de la verdad y no podemos conocerla!", sentenció el filósofo Blas Pascal. "¿Qué tanto sabemos en realidad de lo que nos hace felices o infelices?", preguntó el psicólogo social David g. Myers. Mi tesis es que la cultura monogámica, con su modelo relacional establecido, dificulta el logro de la anhelada felicidad con todas las implicaciones y condicionamientos que comporta la monogamia. La dificulta, pero no la imposibilita.

La poligamia sobre la que diserto no se refiere necesariamente a tener varias esposas, pues su manutención resultaría onerosa y sería fuente de diversos conflictos. Concibo la poligamia desde la dimensión de poder disfrutar libre, autónoma y responsablemente de la dimensión afectiva y de la práctica de la genitalidad, sin tener que darle explicaciones ni "rendirle cuentas" a nadie.

Sueño con la poligamia, pero mi realidad es la monogamia, que debo aceptar a pesar de que, en mi concepto, dificulta la consecución de la felicidad; ¡la dificulta mas no la imposibilita! Una cosa es dificultarla y otra imposibilitarla. Respeto las decisiones de las personas que optan por cualquiera de esas formas de relacionarse, que no son las únicas. La monogamia y la poligamia son dos modelos concretos de relaciones, entre muchos otros. No podemos ignorar que hay muchas maneras de vivir, pero hay algunas que no dejan vivir. Comparto el aserto de Ángel Aznar que dice que "el hombre se dirige hacia donde le lleva su instinto y su naturaleza animal pero también hacia donde le lleva su razón y su voluntad"[230].

Tampoco pretendo (¿y con qué derecho?) "satanizar" nuestra cultura. Si bien es cierto que, en búsqueda de seguridad, ha encadenado los instintos y la libertad, y que se nos dificulta la búsqueda de la felicidad, también lo es que, gracias a las creaciones culturales, el hombre ha intentado, con relativo éxito, "dominar" y poner a su servicio a la naturaleza, obteniendo algunos paliativos para el "progreso", a través de la producción material e intelectual. Por consiguiente, comparto el punto de vista freudiano que señala que:

"Si con toda justificación reprochamos al actual estado de nuestra cultura cuán insuficientemente realiza nuestra pretensión de un sistema de vida que nos haga felices; si le echamos en cara la magnitud de los sufrimientos, quizá evitables, a que nos expone; si tratamos de desenmascarar con implacable crítica las raíces de su imperfección, seguramente ejercemos nuestro legítimo derecho, y no por ello demostramos ser enemigos de la cultura. Cabe esperar que poco a poco lograremos imponer a nuestra cultura modificaciones que satisfagan mejor nuestras necesidades y que escapen a aquellas críticas"[231].

De todas maneras, la cultura ha sido objeto de frecuentes críticas, pues existe una visión negativa de ella. Tanto en el quehacer material como en el espiritual, al homo faber (dimensión activa y transformante del hombre) y al homo sapiens (el hombre en cuanto esencialmente pensante) se les señala de favorecer "un racionalismo y un activismo degeneradores de la base instintiva vital del hombre, causa fundamental… de las contradicciones de la cultura sumergida en un laberinto de oposiciones que la hacen al mismo tiempo que aparentemente grandiosa, vulnerable, pues su base es la negación, la represión originaria de su ethos vital, instintivo"[232]. Theodor Adorno considera el malestar que ocasiona nuestra cultura como "una claustrofobia de la humanidad dentro del mundo regulado, de un sentimiento de encierro dentro de una trabazón completamente socializada, construida por una tupida red", y agrega que "cuanto más espesa es la red, tanto más se ansía salir de ella, mientras que, precisamente, su espesor impide cualquier evasión"[233].

Si queremos encontrar la esquiva felicidad, es necesario replantear nuestros modelos de relación y reinventar nuevas formas de relacionarnos afectiva y genitalmente, porque los desgastados esquemas en que nos relacionamos con los demás se convierten en obstáculos que enmarañan el espinoso camino que podría conducirnos al logro del fin supremo de la existencia. "No siempre y no todos los individuos poseen la disposición para acogerse a los requisitos que conforman la estructura de la pareja clásica, en la cual cada uno cumple y practica las normas y los comportamientos que cuentan con el apoyo social"[234].

El filósofo Baruch Spinoza reflexiona profundamente sobre la naturaleza instintiva, llamando a éstos como afectos o emociones del alma (la esencia del hombre y su afección primaria), entre los que se encuentra el amor y su opuesto el odio, que son animados por el "conatus" (que define la naturaleza humana y de todas las cosas), el móvil impulsor de todas las acciones humanas, el empeño universal que busca la autoconservación, la potencia de obrar, ser y preservar en su ser. "El conatus incluye tanto el ímpetu para la autopreservación frente al peligro y las oportunidades, como las múltiples acciones de autopreservación que mantienen juntas las partes de un cuerpo. A pesar de las transformaciones que el cuerpo tiene que experimentar a medida que se desarrolla, renueva sus partes 'constituyentes y envejece, el conatus continúa formando el mismo individuo y respetando el mismo diseño estructural. ¿Qué es el conatus de Spinoza en términos biológicos actuales? Es el conjunto de disposiciones establecidas en los circuitos cerebrales que, una vez activadas por condiciones internas o ambientales, buscan tanto la supervivencia como el bienestar"[235]. Conatus significa empeño, esfuerzo y tendencia. "Toda la vida afectiva, todas las emociones, de las personas se basan en el conatus"[236]. Spinoza considera a los afectos como la esencia del ser humano, que forman parte de la naturaleza humana; por lo que es erróneo pensar que podamos vivir sin sentir y tener pasiones. "Los afectos son algo intrínseco a la naturaleza humana, tan inevitables como el respirar, el crecer y el morir"[237]. Cada cual, nos dice, gobierna todo según su afecto. "He contemplado los afectos humanos, como son el amor, el odio, la ira, la envidia, la gloria, la misericordia y las demás afecciones del alma, no como vicios de la naturaleza humana, sino como propiedades que le pertenecen como el calor, el frío, la tempestad, el trueno y otras cosas por el estilo a la naturaleza del aire"[238]. Spinoza acepta que las pasiones son el motor que nos mueven a obrar con tal ímpetu con sólo es controlable con el poder de la razón. Pero una débil razón a veces sucumbe a la fuerza e ímpetu de las pasiones. "La fuerza con que el hombre preserva en la existencia es ilimitada, y resulta infinitamente superada por la potencia de las causas exteriores"[239].

Los antiguos griegos dieron demasiada importancia al universo instintivo, relacionando con la fuerza indomable e incontrolable del eros o el deseo erótico, como esencia de toda persona que lo mueve a ser y hacer, lo cual le determinaba su destino. El eros, el deseo o las pasiones (amor, odio, celos, venganza, miedo, placer, delirio, deseo erótico, lujuria, lascivia y desenfreno erótico) constituyen la motivación principal que mueve a las personas y son la esencia misma del ser humano.

¿Podemos huir de nuestras pasiones por tener contentos a los demás? Ya nos decía pablo Neruda que "muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño", y agregaba que "y quien no se permite, por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos". Y Thomas Hobbes señalaba que el hombre no puede vivir sin deseos ni pasiones (cuyas llamas deslumbran su entendimiento), ya que ambas dimensiones son sustanciales a la naturaleza humana. Según Hobbes, el Estado, Leviatán, "hombre artificial" o "Dios mortal" surge como necesidad de dominio de pasiones. Como las pasiones naturales de los hombres (que son "más potentes que su razón"), de acuerdo con Hobbes, mantienen a los hombres en una lucha de todos contra todos, es necesario el pacto o el contrato de voluntades, mediante el cual, bajo el miedo o temor al castigo, constriñe a sus asociados o súbditos al estricto cumplimiento de las leyes de naturaleza a través del poder absoluto del soberano, cuyos actos no pueden ser acusados de injusticia ni castigados por sus gobernados. "Las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que quieras que otros hagan por ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la venganza y a cosas semejantes. Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno. Por consiguiente, a pesar de las leyes de naturaleza (que cada uno observa cuando tiene la voluntad de observarlas, cuando puede hacerlo de modo seguro) si no se ha instituido un poder o no es suficientemente grande para nuestra seguridad, cada uno fiará tan sólo, y podrá hacerlo legalmente, sobre su propia fuerza y maña, para protegerse contra los demás hombres… Todos los hombres están por naturaleza provistos de notables lentes de aumento (a saber, sus pasiones y su egoísmo) vista a través de los cuales cualquiera pequeña contribución aparece como un gran agravio; están, en cambio, desprovistos de aquellos otros lentes prospectivos (a saber, la moral y la ciencia civil) para ver las miserias que penden sobre ellos y que no pueden ser evitadas sin tales aportaciones"[240]. En concepto de Hobbes, los hombres somos egoístas, despiadados, brutales, peligros y, por naturaleza, seres antisociales. "Escondemos nuestra verdadera naturaleza licantrópica detrás de unas exiguas máscaras de civilidad que nos obliga a llevar el Leviatán… En el sistema hobbesiano, lamentablemente no hay espacio para la filantropía, la bondad, el altruismo y el afán desinteresado"[241].

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