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Una disertación crítica sobre religión




Enviado por Luis Ángel Rios



Partes: 1, 2, 3

Monografía destacada

  1. Introducción
  2. Mi actitud ante el fenómeno religioso
  3. Creer para vivir en la mentira
  4. La religión como problema de inquietante hondura metafísica
  5. Las tropelías de la Iglesia Católica
  6. La Inquisición
  7. La Caza o Cacería de Brujas
  8. Las cruzadas
  9. La cristiandad ya habló, ahora hablamos nosotros
  10. La Iglesia Católica y la persecución y asesinato de muchos intelectuales
  11. La religión, instrumento criminal
  12. Conclusión

Introducción

Amparado en mis derechos a la libertad de pensamiento, expresión, opinión, conciencia y religión, consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Constitución Política de Colombia, me propongo elaborar un escrito crítico y contestatario sobre la religión católica.

Sé que los amables lectores se van a molestar un poco (y por ello anticipo mis excusas) por referirme a la religión como lo haré en el presente escrito; pero es que ella ya habló unilateralmente durante milenios, y ahora es preciso que hable yo, en mi condición de filósofo, o si prefiere, en mi condición de lector apasionado, compulsivo y voraz, que, inquieto por el fenómeno religioso en todas sus manifestaciones, ha leído y releído diversos libros religiosos, sagrados y otros textos relacionados con el tema, en búsqueda de allegar la mayor información posible, con el ánimo de obtener cierta claridad al respecto. Es importante aclarar que con los libros leídos guardo la prudente distancia que me aconseja mi espíritu crítico, para no asumir una actitud crédula y repetir todo al pie de la letra, como si ellos contuvieran la "verdad revelada". La Iglesia Católica, y el cristianismo en general, ha tenido sus detractores, y no falta quien escriba libros condenando a la iglesia o denostando de ésta, por el solo hecho de no estar de acuerdo con sus doctrinas, dogmas, ortodoxia, ceremoniales, y rituales o porque se consideran antirreligiosos. Así mismo, he reflexionado profundamente sobre el hecho religioso desde niño, porque éste me ha inquietado hondamente y no lo he aceptado acríticamente, como lo hacen los creyentes, a quienes les resulta más fácil creer que pensar, porque pensar es difícil, y, como sabemos, a muchos nos les gustan las cosas difíciles. "Pero un día perdí la fe y nunca más la he recobrado. Creo que la perdí apenas empecé a pensar. Para ser creyente no conviene pensar mucho"[1].

Mi actitud ante el fenómeno religioso

Mis inquietudes y dudas respecto al fenómeno religioso surgieron en los albores de mi niñez. No se puede culpar a Copérnico, Galileo, Meslier, Maquiavelo, Lutero, Vesalio, Bruno, Spinoza, Hume, Voltaire, Diderot, Marx, Freud, Nietzsche, Lenin, Trotsky, Bakunin, Schopenhauer, Russell, Fromm, Sartre, Deschner, Sagan, Russel, Saramago, Eduardo Galeano, Hawking, Asimov, Higgs, Savater, Fernando Vallejo y otros intelectuales contestatarios e iconoclastas de ser los responsables de mi escepticismo religioso, fundamentalmente del Cristianismo en ninguna de sus múltiples expresiones. Mi criticidad al respecto empezó mucho antes de leer a estos y otros autores geniales. Aclaro que me identifico con muchas de sus posturas críticas en contra de la religión, pero también disiento de otras. Por ejemplo, no estoy de acuerdo con el lenguaje procaz, agonístico e incendiario de Fernando Vallejo con el que vierte sus virulentas y mordaces diatribas y anatemas en contra de la Iglesia Católica, porque los integrantes de esta inveterada y cuestionada institución son personas, y éstas, aunque se hayan equivocado en su práctica religiosa, cometiendo vejámenes, fechorías y otras tropelías (Inquisición, cacería de brujas, Cruzadas, persecución a los judíos, guerras religiosas, ideología política, pedofilia, etc.), merecen trato digno. No obstante este reparo, comparto sus planteamientos, producto de sus profundas y exhaustivas investigaciones, en contra de la religión Católica, porque muchos de sus altos jerarcas han sido "unos tartufos bellacos"[2].

Nací y crecí en un hogar católico de acción y de alusión. Mi madre era "una de las representantes de Dios en la tierra" y, como tal, una de las "damas adoratrices". Hizo todo lo posible por inocularme el dogma católico. Mi educación primaria estuvo permeada por todo el acervo católico. Mi entorno social estaba saturado de prácticas religiosas por doquier. Sin embargo, mi espíritu crítico empezó a aflorar desde muy niño. Inquieto por el saber y la verdad, como siempre lo he sido y lo seguiré siendo hasta que descienda al insondable abismo de la nada, empecé a cuestionar y cuestionarme sobre este fenómeno que afecta e impacta a tantos seguidores.

Observaba que la inmensa mayoría de los habitantes de mi pueblo vivenciaban el hecho religioso con un fervor tan vehemente hasta el punto de despertar en mi curioso espíritu el asombro y la admiración. Analizaba y reflexionaba extasiado y embelesado la cotidianidad religiosa de mi "prójimo". Me percaté de la falta de coherencia de los creyentes entre las enseñanzas religiosas, las disertaciones de los sacerdotes y lo que las personas realizaban en su práctica. Yo había escuchado de quienes pretendían vanamente adoctrinarme con dogmas, doctrinas y ortodoxia religiosa, que los pilares del Cristianismo eran la justicia, el amor y el perdón. No obstante, muchos de mis "paisanos" eran injustos, odiaban y les animaba un espíritu de venganza.

La religión era la encargada de tratar sobre la moral, y yo percibía en algunos ciudadanos, e incluso de ciertos predicadores, una evidente y descarada doble moral. ¿Por qué la dinámica religiosa lograba alienar, masificar y cosificar fácilmente?, fue uno de mis primeros interrogantes. Lo que los contrayentes matrimoniales prometían en el momento de la boda no se cumplía rigurosamente. Además, eran evidentes las transgresiones a los 10 mandamientos (que me "enseñaban" mis profesoras de religión con la intimidación violenta de una regla de madera) por parte de los más "fervientes". Los sacerdotes predicaban la supuesta pobreza, sin embargo la iglesia pedía limosnas y ofrendas, y cobraba por sus "servicios": bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios, entierros, etc. Éstas y otras inconsecuencias me convencieron de que debía adoptar una actitud dubitativa y escéptica ante el fenómeno religioso. Entonces surgieron en mi conciencia muchas preguntas. Indagando y, sobre todo, reflexionando sistemáticamente, empecé a encontrar mis primeras respuestas. A pesar de mi edad aún pueril, inferí que detrás de la religión se ocultaba la mentira y que muchos no eran creyentes por convicción y vocación, sino por convención, tradición y costumbre.

Era tal la influencia religiosa en mi contexto espacio-temporal que por doquier se percibía la contundencia del fenómeno: nombres bíblicos y del santoral católico (Moisés, David, Abraham, Raquel, Sara, Antonio, José, Isidro, etc.), fiestas religiosas, actos litúrgicos, libros religiosos (Biblias, catecismos, devocionarios, cartas encíclicas, epístolas encíclicas, constitución apostólica, exhortaciones apostólicas, cartas apostólicas, bulas y breves, etc.), objetos y símbolos religiosos, representaciones e imágenes religiosas (Jesús, Virgen, niño Jesús, sagrado corazón, santos, sacerdotes, etc.), sacramentos (bautizos, confirmaciones, matrimonios, etc.), confesión, expresiones religiosas ("¡Dios mío"!, "¡Virgen Santísima!" "¡Dios me libre y guarde!", "¡Mañana nos vemos, si Dios nos presta la vida!", "Dios lo puede castigar", etc.), juramentos poniendo a Dios como testigo, templos (grandes y llenos de boato: costosas obras de arte, objetos en oro y plata, pianos, etc., como símbolo del poder de Dios), capillas, pesebres, árboles de navidad, villancicos, novenas, altares, cruces de diversos tamaños (en el templo, cementerio, casas, oficinas, campos, etc.), templos o iglesias en el cementerio, en el hospital, en las veredas y otros lugares, cruces y monumentos a la virgen en la ciudad y en el campo, monjas o religiosas en colegios y hospitales, campanas llamando a misa, oraciones y rezos por aquí, por allá y por acullá, etcétera, etcétera, etcétera. En fin, religión por todas partes: templos, familias, colegios, lugares de trabajo, sitios de diversión, calles, transporte público, etc. Me hablaban de religión mis padres, familiares, vecinos, sacerdotes, maestros, etc. El contexto familiar y social estaba lleno del acervo religioso. Ante la ocurrencia de un fenómeno natural (tormentas, sismos, derrumbes, relámpagos, truenos, etc.) se acudía a invocar santos para "refrenar" y "controlar" el poder de la naturaleza. Es imposible que la mente acrítica de un niño no quede permeada por la dinámica religiosa y su impronta no resulte impresa de manera indeleble a nivel consciente e inconsciente.

Sumado a lo anterior, la influencia religiosa en mí fue demasiado contundente por cuanto nací en un Estado confesional ("encomendado al Sagrado Corazón") y en un pueblecito profundamente religioso, y en estas pequeñas poblaciones el acervo religioso impacta más a las personas que en las grandes ciudades: homilías en templos, escuelas y otros sitios públicos, perifoneo religioso, celebraciones religiosas transmitidas por emisoras y televisión, escenificaciones en vivo de la Semana Santa, fiestas patronales y en honor de la virgen y de santos, etc.). La llamada "Fiesta de la Virgen del Carmen" era celebrada con pólvora y desfiles de automotores, porque, supuestamente, es la patrona de éstos. ¿Quién podía escapar a tan ensordecedor "bombardeo" de la religión católica? En ese pueblo no existían otras iglesias (las llamadas "iglesias protestantes"; el monopolio espiritual lo tenía la Iglesia Católica.

Sin embargo, toda esta arremetida religiosa, en lugar de adoctrinarme, me hizo dudar… Si la religión condicionaba la manera de ser y de estar en el mundo, decidiendo sobre la vida espiritual y material de las personas, empecé a preguntarme si eso era todo lo que uno debía y podía vivir. Sin adoptar posiciones extremas de rechazar radicalmente ese universo místico, continué viviendo en ese mundo pero sin pertenecer a él, por cuanto mi naciente espíritu crítico me exigía investigar y reflexionar al respecto por mí mismo, sin la mediación, dirección e imposición de los demás.

Intrigado por las "enseñanzas" de la religión Católica, me dediqué, por mi cuenta y riego, sin la mediación de mi madre, mis "profesores" y de los sacerdotes, a leer la Biblia Católica, inicialmente, y después otros textos "sagrados" de otras religiones. (Valga aclarar: no sólo existe la religión Católica y otras de las más conocidas; hay más de cinco mil religiones). Yo leí la Biblia, no porque alguien me la impusiera; lo hice porque quería zambullirme en la profundidad de ese libro tradicional, que veía en mi casa, en el colegio, en las casas de los vecinos, en el templo, en fin, la Biblia por aquí, la Biblia por allá, la Biblia por acullá, la Biblia por todas partes. La leí por convicción, mas no por imposición. En mi niñez era común que padres, vecinos, profesores y sacerdotes insistieran en que se leyera la Biblia. ¿Todos éstos por qué no se afanaban por recomendarnos la lectura de otros libros? Parodiando a Proust, me atrevo a afirmar que no estaba de acuerdo con estos agentes socializadores del niño que impusieran la atención de "cosas insignificantes, mientras que los libros que contienen cosas esenciales"[3] se leen poco en la vida.

Se puede leer la Biblia sin que uno se deje condicionar o alienar por ella. Para poder cuestionarla o refutarla, o (en el peor de los casos) someterse acríticamente a sus "enseñanzas" y dogmas, es necesario leerla. El libro contiene algunas "enseñanzas" que pueden resultar "útiles" para la vida. Entre ellas destaco una pregunta del Nuevo Testamento, interrogante que, despojado de su tinte religioso e interpretándolo a mi manera, considero encierra cierta "sabiduría": ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?"[4]. Yo reformularía la pregunta de la siguiente manera: "De qué le sirve al hombre conquistar el mundo entero, si se pierde a sí mismo". Algunas personas, en ciertas ocasiones, incapaces de dominar racionalmente sus instintos, pasiones, emociones, apetitos, afectos o deseos (dominar no reprimir), toman decisiones inadecuadas que, en la mayoría de las veces, les hacen perder o poner en riesgo su libertad exterior e interior. Cuántas personas, eclipsados por el brillo oropelesco de sucedáneos como la fama, la riqueza, el poder, los cargos públicos, los títulos y los vicios, descuidan el cultivo de su ser por ir tras la conquista de los entes, cosas y objetos, que son efímeros, fugaces, contingentes, perecederos, fungibles, cambiantes, etc. Les interesa más parecer que ser. En esa lógica ilógica se pierde la autenticidad, la genuina identidad (núcleo esencial del ser humano) y, de paso, a sí mismo. Con cuánto fundamento nos dice Proust: "¡Y sacrificamos tantas veces a la impaciencia de un placer inmediato la realización de muchas posibles venturas!"[5].

Leyendo y releyendo la Biblia hallé ciertas contradicciones, pasajes oscuros, exabruptos, muchos desatinos e incoherencias y episodios violentos. Descubrí que se narran mitos, fábulas e "historias" ocurridas en un contexto social, político, económico y espacio-temporal determinado y lejano, muy diferente al continente americano. Encontré en el texto sagrado gran dificultad para entenderlo, porque me persuadí que encierra alegorías, metáforas, parábolas, signos, símbolos, imágenes, lenguaje cifrado y elementos crípticos. Tiempo después me enteré que la hermenéutica (el arte de interpretar textos) había surgido como una necesidad para tratar de interpretar la complejidad de las sagradas escrituras; así mismo, que para poder tener una mediana comprensión de éstas había que abordarlas con las herramientas adecuadas: exégesis, hermenéutica, semiología, semántica, lingüística, historia, retórica y gramática. Luego escuché a un sacerdote afirmar que la vida no alcanzaba para entender la Biblia…

Siendo niño ingenuo y acrítico, me predicaron muchos atributos de Dios: infinito, eterno, sabio, infalible, bueno, justo, amoroso, perfecto… Analizando y reflexionando sobre estas cualidades divinas, de estos atributos del ser de Dios, afloraron en mí diversas preguntas. ¿Cómo así que Dios, siendo justo, eligió solamente al pueblo judío? ¿Y los demás pueblos no merecían la elección de Dios? Siendo Dios amoroso, ¿por qué tanta violencia en las "sagradas escrituras"? Si Dios, que es bueno, creó al hombre a su imagen u semejanza, ¿entonces por qué el hombre no es bueno? Preguntas y más preguntas respecto al contenido de la Biblia me siguen y me seguirán inquietando. Si me tocara creer, bajo coerción, en lo que dice la Biblia, lo haría; pero en lo que no creo ni creeré, así me intimiden, es que las construcciones lingüísticas y los juegos y artificios del lenguaje, no son inspiración de Dios, que la Biblia no fue "dictada" por Dios a los profetas. Hay que ser muy cándido para creer en los mitos, fábulas, parábolas, cuentos, leyendas y demás narraciones bíblicas. Como me considero un buscador de la verdad (así sepa que ésta no existe), impelido por mi acendrado espíritu crítico, he investigado y seguiré investigando sobre este inquietante y apasionante tema.

Como filósofo contestatario e iconoclasta, no me conformo con lo que me dice y trata de imponerme el "rebaño", no me gusta "tragar entero" y no me resigno a que el inconsciente colectivo me condicione a vivir la vida de una determinada manera. La hoguera de mi antagonismo (moderado y respetuoso) hacia la religión se encuentra atizada con la combustión que genera el hecho absurdo de que la Biblia pretenda decirnos cómo vivir, qué hacer, qué comer, qué beber, cómo vestirnos, qué pensar, qué decir, qué esperar, qué desear, qué no desear, cómo ejercer nuestro libre y autónomo ejercicio de la genitalidad… Algo que no puedo "perdonarle" a la religión Cristiana es que haya "contaminado" las mentes de los grandes escritores: Dante, Cervantes, Balzac, Flaubert, Dostoievski, Tolstoi, etc., y por eso la literatura clásica está plagada de cristianismo. Además de contaminar la literatura, también se opuso a la ciencia. En todo se entrometió la entrometida Iglesia Católica, condicionando y prohibiendo a su antojo. "Al dictado de la teología estaban sometidas la filosofía y la literatura; en cuanto a la historia como ciencia, era desconocida por completo. Se condenó la experimentación y la investigación inductiva; las ciencias experimentales quedaron ahogadas por la Biblia y el dogma; los científicos arrojados a las mazmorras, o a la hoguera. En 1163, el papa Alejandro III (recordemos de paso que por esa época existían cuatro antipapas) prohibió a todos los clérigos el estudio de la física"[6].

Suscitados en mí el escepticismo y la duda racional, inicié una exhaustiva búsqueda de "mi verdad" sobre este inquietante fenómeno denominado "religión"; investigación (exegética, hermenéutica, semiológica, filológica, lingüística, metafísica, cosmológica, sicológica, fenomenológica, histórica, literaria, teológica, antropológica, sociológica y filosófica), que culminará cuando expire mi efímera y fugaz existencia, como ser temporal, contingente y finito en un mundo intemporal, necesario e infinito. Mis indagaciones, experiencias y reflexiones efectuadas hasta la fecha me han permitido colegir, entre otras conclusiones, que la religión nos ha mantenido en una deliberada y descarada mentira. "Es necesario creer en Dios para salvarse. Este dogma mal comprendido es el comienzo de la intolerancia sangrienta y la causa de todas estas vanas instrucciones que han producido un golpe mortal a la razón humana, habiéndola acostumbrado a que se quede satisfecha con palabras"[7]. Las religiones predican la mentira para convencernos que predica "la verdad".

La Iglesia Católica ha utilizado, de manera pragmática, su dogmática como un instrumento propagandístico, a través de intrincados y alienadores fundamentos conceptuales y terminológicos, con el propósito de legitimar un saber y una verdad unívocos, sin importar la apertura a una verdad pluralista, multívoca, sino a la adhesión acrítica, con la ayuda de un método retórico y argumentativo fundado en el arte de persuadir y convencer así como lo hace la propaganda. "Uno de los factores esenciales de la propaganda -tal como se ha desarrollado sobre todo en el siglo xx, pero cuyo uso era muy conocido desde la antigüedad y que ha aprovechado con un arte incomparable la Iglesia católica- es el condicionamiento del auditorio mediante numerosas y variadas técnicas que utilizan todo lo que puede influir en el comportamiento humano. Estas técnicas ejercen un efecto innegable para preparar al auditorio, para hacerlo más accesible a los argumentos que se le presentarán"[8].

La Iglesia Católica Apostólica y Romana ha sido objeto de cuestionamientos espetados por diversos sectores de la humanidad, entre los que se destacan algunos reconocidos e influyentes intelectuales. Dostoievski (uno de ellos), quien fuera reconocido por el escritor Stefan Zweig como "el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos", enfiló su mordacidad crítica en contra de ésta en el pasaje alegórico "El Gran Inquisidor" (en concepto de Freud, una de las cumbres de la literatura universal), célebre episodio de su genial novela "Los Hermanos Karámazov" (considerada "como la expresión artística más poderosa de la habilidad del escritor"[9]), denunciándola como hipócrita y malévola. "En ese corto texto el genio del escritor ruso toma partido por Cristo, directamente y sin mediadores, frente a los cristianos que lo niegan"[10]. Según el filósofo Mario Gutiérrez, el genio de este escritor "está en haber hecho obra de arte un relato que había tomado una interpretación unívoca, que había adquirido una imagen y contenido estático (icónico) en la fe y doctrina cristiana, convirtiéndolo en una imagen fantástica"[11]. El tema de esta inquietante pieza metafísica se centra en sus posturas sobre la libertad. "La genialidad de esta discusión está en cómo la libertad es fundamento para probar la pertinencia de la fe para la realización de la felicidad del hombre… Si la libertad le es desgarrada al hombre de su ontología, éste se convierte en un ser des-naturalizado, se vuelve un algo inconsistente, que ya no puede posarse para constituirse como tal y menos reposar en sí mismo, se vuelve en lo que Dostoievski entiende como un endemoniado… En tal poema se plantean tesis sobre la Libertad, y la pertinencia de la vida espiritual para el hombre… La libertad no debe pertenecer a la ontología del hombre, es causa angustia y desgracia para el hombre que no sabe qué hacer con ella. El Gran Inquisidor, sin decirlo, muestra lo problemático que es la libertad: su peso. Es decir, la inherente responsabilidad que acarrea ser-libre y, por tanto, la posibilidad siempre presente de llegar a ser responsable de algo: culpable"[12]. Dostoievski muestra cómo el hombre renuncia a la libertad (concedida a los hombres por Jesús al renunciar a las tentaciones de Satanás: "La fuente y línea argumental del discurso del Gran Inquisidor se puede visualizar en las tentaciones que le hizo el Diablo a Jesús, y éste venció, en el desierto. Esto se relata en el Nuevo Testamento y, con más fuerza, en Lucas 4,1. Tal relato bíblico está lleno de metáforas y alusiones sobre lo que es la fe y el arte del demonio… Dostoievski ve, en estas tres tentaciones, una interpretación de la naturaleza humana, de sus deseos, ambiciones y flaquezas, por eso a través de Iván Karamazov, va a convertir estas tres tentaciones en su conjunción en un método de control y dominio sobre la propia naturaleza humana y, así, sobre la humanidad. Va a mostrar cómo la Iglesia se ha apartado del camino que Cristo mostró y la imposibilidad, según el Inquisidor, de realizar el proyecto de fe que deseaba Cristo para su pueblo pues tal fe desconoce la naturaleza humana que entrañan las tres tentaciones demoníacas… La crítica principal del Gran Inquisidor se centra contra la libertad que promovió y enseñó Cristo cuando vino y bendijo a los hombres en su estancia en la tierra, pero tal libertad no puede ser una bendición si está en contradicción con el modo de ser del hombre"[13]), a cambio de seguridad y comodidad, por cuanto el hombre es incapaz de soportar el peso y la responsabilidad que implica la libertad. El gran Inquisidor (reflexión filosófica que "busca diseccionar uno de los rasgos más trágicos y dramáticos de la condición humana"[14]) muestra cómo se renuncia a la libertad para obtener la "cómoda" esclavitud. "Mejor es que nos esclavicéis, pero danos de comer"[15]. Los hombres saben que son incompatibles la libertad y el pan terrenal. "Negar el pan terrenal, en pos de una libertad que mostrara que no sólo de pan vive el hombre, fue no entender al hombre que necesita de pan para vivir y ser feliz. Está totalmente determinado por su naturaleza. La idea de libertad, promovida por Jesús, sólo podía traer grandes sufrimientos a los hombres que después de intentarlo, es decir, vivir pensando qué hacer con la libertad acudieron a la Iglesia a exigirle: ¡Dadnos de comer! Tal frase revela que es mejor entregar la libertad y esclavizarse que sufrir la ausencia del pan para la vida. Esta elección muestra que el pan terrenal en abundancia y la libertad que Cristo proponía son absolutamente incompatibles. Los hombres en la definición del Inquisidor al someterse, al convencerse de que es imposible ser libres, entregando su libertad, causa de angustia y dolor, se dan cuenta, así, de su verdadera naturaleza viciosa, insignificante y rebelde"[16]. La Iglesia, valiéndose de la mentira, urdirá ardides para engañar a los hombres. "Les diremos que todo pecado puede ser redimido, si se ha cometido con nuestro consentimiento; les permitiremos pecar porque los amamos; en cambio, los castigos correspondientes, los cargaremos sobre nosotros, ¡qué le vamos hacer! Cargaremos con sus pecados, pero ellos nos adorarán como a sus bienhechores que cargan con sus pecados ante Dios. No tendrán secreto alguno para nosotros. Les permitiremos y les prohibiremos vivir con sus mujeres y amantes, tener o no tener hijos, según sea su obediencia, y ellos se nos someterán con satisfacción y alegría. Nos comunicarán los secretos más atormentadores de sus conciencias, todo, todo lo pondrán en nuestro conocimiento, y todo se lo resolveremos nosotros; ellos aceptarán con alegría nuestras resoluciones porque así les ahorraremos de la gran preocupación y de los terribles sufrimientos que sienten ahora al tener que tomar una resolución personal y libre"[17]. La respetada Iglesia, paradigma de moral y de verdad, convertida en vulgar y utilitaria titiritera, con su concepción cosificadora y determinista del hombre. "Dostoievski rechaza todo tipo de idea del hombre que no entienda al hombre mismo, es decir, que niegue la pertinencia de la interioridad humana. Cualquier teoría psicológica que proponga (imponga) determinismos o cosifique al hombre, antes de intentar comprender qué pasa dentro de él, es inerte, pues el hombre, en su interioridad, es un ser lleno de vitalidad y elasticidad. No hay determinismos que valgan y lo expliquen"[18]. El escritor ruso, precisamente, niega cualquier concepción que predetermine y cosifique al hombre. El discurso del gran Inquisidor es crítica mordaz a la fe. "La crítica del Inquisidor se centra en que la doctrina de la libertad enseñada por Cristo no logra la felicidad de los hombres, inclusive la libertad que él enseñó es fuente de angustia, preocupación y dolor para la existencia, por tanto, aquella fe-libre es un fin impracticable. La libertad, para el Inquisidor, es un talento que debe ser controlado, dominado y poseído por la Iglesia para realizar y asegurar la felicidad de los hombres… El hombre antes de ser alguien que practique la libertad o una fe libre está más cerca, según el razonamiento del Inquisidor, de ser rebaño y la Iglesia su pastor"[19].

Dostoievski, a través de su personaje, afirma enfáticamente que "ahora estas gentes están convencidas más que nunca de que son completamente libres, cuando ellas mismas nos han traído su libertad y la han puesto sumisamente a nuestros pies"[20]. El inquisidor reprocha a Jesús la libertad que les otorgó a los hombres (que éstos, por su malignidad, ingratitud, depravación, insignificancia, mezquindad, vicios, cobardía, vileza, estupidez y debilidad, no comprenden) al no ceder a las tentaciones satánicas, debido a que ésta los ha hecho miserables y desdichados. "Por ello, como miserables e insignificantes que son los hombres claman todo el tiempo por un patrón, un amo: la Iglesia"[21]. El escritor nos pone frente al drama de libertad de elección, que "reside en la duda e incertidumbre que genera el ejercicio de decidir y elegir"[22]. Ante esto, la Iglesia aprovechó el misterio, el milagro y la autoridad para manipular la supuesta libertad que el hombre cree tener, la cual no es más que un engaño, que esa institución religiosa ha sabido manejar hábilmente, después que aquél la pusiera a los pies de los jerarcas católicos. Es por eso que el hombre, temiendo equivocarse, se libera del tormento de que pueda equivocarse al embarcarse en la aventura de elegir por sí mismo. "No puede determinar de manera total su vida, pues se enfrenta a las circunstancias, las cuales, por su naturaleza, no responden a ninguna lógica sino al azar y al absurdo… Por ello, el Gran inquisidor no sólo nos facilita la existencia al arrebatarnos la libertad de elección; asimismo, ante la ambigüedad del hombre, ante una vida sin sentido (un absurdo decía Camus), ante un mundo caótico, cruel, disonante e ininteligible, funge como patrón de referencia, el cual determina las pautas y parámetros en todas las esferas de un individuo: políticas, económicas, sociales, morales, estéticas, lúdicas, etcétera"[23]. El autor considera, teniendo en cuenta la estulticia humana, a la libertad como una carga insoportable (aspecto en que, sumados a otros planteamientos de éste, constituye el origen del Existencialismo). El sentido de la primera tentación, según el Inquisidor, sería la decisión de ir por el mundo con las manos vacías, "con cierta promesa de libertad que los hombres por su simplicidad y su depravada naturaleza, no pueden ni siquiera concebir, y que, además, temen con pavor, pues para el hombre y la sociedad humana no existe ni ha existido nunca nada más insoportable que la libertad"[24]. Los míseros y depravados hombres, incapaces de asumir su compromiso libertario, dejan que la Iglesia "administre" su libertad. "Quedarán admirados de nosotros y nos tendrán por dioses porque, al ponernos al frente de ellos, habremos aceptado la carga de la libertad y su gobierno, ¡hasta tal punto les resultará, al fin, ser libres!… Para el hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quién inclinarse… Te digo que no existe para el hombre preocupación más atormentadora que la de encontrar a quien hacer ofrenda, cuanto antes, del don de la libertad con el que este desgraciado ser nace. Pero sólo llega a dominar la libertad de los hombres aquel que tranquiliza sus conciencias… Hay tres fuerzas, en la tierra, únicamente tres fuerzas que pueden vencer y cautivar por los siglos de los siglos la conciencia de estos canijos rebeldes, por su propia felicidad, y estas fuerzas son: el milagro, el misterio y la autoridad… Porque, ¿quién va a dominar a las gentes, sino aquellos que dominen las conciencias de los hombres y tengan el pan en sus manos?"[25].

Creer para vivir en la mentira

Ser felices es la finalidad de los seres humanos mientras vivamos. Sin embargo, este ideal en nuestro contexto cultural se dificulta; simplemente aspiramos a buscarla, sin que podamos alcanzarla. Son muchos los obstáculos que impiden la conquista de la felicidad, entre los que destacaré la imposibilidad de vivir en la verdad. La mentira se apodera de nuestra existencia, condicionando la manera como percibimos, interpretamos y sistematizamos la realidad. La mentira procede, en ciertas ocasiones, de la política, la historia, las ideologías, la economía y hasta de la ciencia. Pero una de las principales fuentes de la mentira son las religiones; todas se ufanan en declararse poseedoras de la "verdad absoluta". ¿Qué es la verdad? Ya lo decía Hume y lo reiteraba Russel que la religión es un obstáculo para la conquista de la felicidad.

Cada religión predica y defiende supuestamente su "verdad absoluta"; las demás son tildadas de falsas. Cada una enaltece a sus dioses o a su dios; algunas no tienen dios. ¿Cuál es la que contiene "la verdad absoluta", o al menos "la verdad"? ¿Todas? ¡Ninguna! Hay que ser ingenuo para creer en estas supuestas "verdades absolutas". ¿Cuál es el fundamento epistemológico de estas "verdades"? ¿Cuál es el Dios legítimo? ¿El de los judíos, el de los cristianos o el de los musulmanes? ¿Cuáles dioses? ¿Los 33 millones de los hinduistas…? Y las religiones que no tienen dioses, ¿qué? Todas estas "verdades absolutas" no llevan más que a la confusión de los cándidos creyentes; por eso viven en la mentira. Las personas tienen derecho a tener creencias, es decir, a vivir en la mentira…

Mi reflexión no se extiende a las religiones en particular, sino a una en general: la católica, debido a que es la más influyente en nuestro contexto. Los "creadores" de esta religión la plagaron de todo un acervo de creencias irracionales, ilógicas y absurdas, procedentes de la Biblia. Muchos "católicos" no han comprendido que los textos bíblicos contienen mitos, y éstos no son más que narraciones fantásticas… Personas a las que les gustan las cosas fáciles (algo que no necesite sino creer en lugar de pensar) los leen e interpretan acrítica y literalmente, encontrando en ellos "la verdad absoluta". Pero quienes preferimos las cosas difíciles, el pensamiento crítico para reflexionar en vez de creer (creer es fácil, reflexionar es difícil), leemos esos textos exegética, hermenéutica, semiológica, retórica, lógica y gramaticalmente, y no encontramos ni siquiera la "verdad relativa". Esa "verdad absoluta" que encuentran tan "fácil" los creyentes, la ponemos en duda y la cuestionamos quienes abordamos los textos "sagrados" con espíritu crítico, conciencia crítica, mente abierta o criticidad.

Leyendo a los filósofos me llama profundamente la atención
el punto de vista de Hume, quien encontraba dificultades insalvables que le
impedían defender el carácter razonable de la creencia en la verdad
de la revelación cristiana. Y por ello se preguntaba: "¿cómo
podemos estar seguros de que lo que se declara revelado es de genuina procedencia
divina y no, por ejemplo, fruto del deseo de engañarnos de determinados
individuos o de sus ardientes fantasías?"[26]. Con
este espolique de Hume se incrementa la actitud escéptica de cualquier
persona pensante, asumiendo una postura más crítica y cuestionadora,
proclive a fortalecer la idea de que la religión miente deliberadamente
para alienar. Para no ir tan lejos: los milagros no son más que burdas
mentiras, ilusiones, fantasías, ficciones, supersticiones, fantasmagorías…
"Según Hume, hemos de considerar que se trata de una narración
escrita por personas sin ningún crédito ni reputación (es
decir, que tendrían muy poco que perder en caso de ser sorprendidas divulgando
falsedades) y en la que se nos presentan unos sucesos que violan completamente
el curso regular de la naturaleza. Estos milagros, además, habrían
ocurrido en un apartado rincón del mundo romano y entre personas incultas
e ignorantes. ¿No nos lleva esto a una cierta sospecha? ¿Quién
había allí con conocimientos suficientes para detectar un posible
engaño? ¿Acaso no ha habido otras narraciones semejantes cuya
falsedad ha sido rápidamente descubierta? Al fin y al cabo, el que muchas
personas aceptaran el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección
de su maestro puede explicarse por la credulidad y el gusto por el asombro de
las masas ignorantes… Dicho sin ambages, el Nuevo Testamento (y, si a ello vamos,
toda la Biblia) es o un fraude o una ilusión. Ningún individuo
que aspire a la racionalidad puede conceder credibilidad alguna a lo que allí
se cuenta… Solo cabe concluir, por tanto, que nunca podremos convencernos de
la realidad de un milagro y que, consiguientemente, el cristianismo carece de
pruebas de su verdad. … los principios religiosos que de hecho han prevalecido
en el mundo no son sino «sueños de hombres enfermos». No es solo que
la religión surge del temor, sino que en vez de servir de consuelo aumenta
ese mismo miedo, por ejemplo con la amenaza de castigos infinitos en el infierno.
El desequilibrio mental, un espíritu sombrío y descentrado, parece
ser el destino que aguarda al creyente"[27]. Nietzsche,
en su Ecce Homo, decía que la religión era cosa del populacho.

¡Qué mentira tan grande ha construido la cristiandad! No
el cristianismo, si es que en realidad existió Cristo, sino la cristiandad;
porque la supuesta existencia de éste hay que ponerla en duda, si es
que a uno le gustan las cosas difíciles. En más de dos mil años
se han podido inventar muchas mentiras. ¿Cómo así que una
sola persona elegida por Dios? Una persona que muere violentamente por "voluntad
de Dios" y que luego resucita y sube al "cielo", cuando la ciencia
ha demostrado que hasta ahora nadie resucita después de haber muerto.
Un salvador. ¿Salvador de qué? ¡Cómo pretenden imponer
una doctrina divorciada del capitalismo -con el cual ha convivido y defendido
subrepticiamente, con una doble moralidad– que es el sistema económico
que condiciona nuestra manera de ser y de estar en el mundo, en donde el dinero
ocupa el lugar de dios, así muchos no estemos de acuerdo con su voracidad
consumista! ¡Como así que solamente los pobres se salvan! ¿De
qué se salvan? Y los ricos, ¿qué culpa tienen de ser ricos?
¡Qué son todos estos disparates, todas estas mentiras!  

No pretendo defender el capitalismo, un sistema profundamente injusto, fundado en la explotación del hombre por el hombre. Desgraciadamente, el inicuo capitalismo es el mundo real en que vivimos. Pero las doctrinas religiosas son incapaces de una revolución que logre subvertirlo, o al menos humanizarlo.  Las revoluciones tienen como fundamento el pensamiento filosófico, racional, y no  irracionales creencias religiosas. "La victoria de la razón sólo puede ser la victoria de los que razonan… Y le digo: quien no sabe la verdad sólo es un estúpido, pero quien la sabe y la llama mentira, es un criminal… El sabio engreimiento es una de las principales causas de la pobreza en las ciencias. Su fin no es abrir una puerta a la infinita sabiduría sino poner un límite al infinito error"[28]. La divisa debe ser: "¡Aquí la razón!" y no: "¡Aquí la Iglesia!".

Cuando uno les pregunta a muchos de los que dicen "ser católicos" sobre los pilares del cristianismo, doctrina del catolicismo, enmudecen porque no saben cuáles son. ¿Saben los creyentes qué intereses políticos, doctrinarios, ideológicos, manipuladores, domesticadores, alienadores y masificadores se ocultan detrás de la religión? ¡Que van a saber si les encanta la mentira! Duermen profundamente bajo el aletargador poder de la mentira. Igualmente, se percibe que algunos "católicos" no son consecuentes con sus creencias, ya que practican una moral que riñe con los principios católicos cristianos. Muchos son creyentes pero de sólo nombre, no saben con la debida certeza en qué creen; tienen creencias arraigadas porque así les "enseñaron", y así se lo ha impuesto y se lo exige la sociedad en que viven. Cuántos son "católicos", no por convicción o por vocación, sino por tradición, costumbre y convención. David Hume pensaba que muchos van a la iglesia como ir al teatro: van allí a entretenerse, pero sin creer en lo que en ese lugar se representa. Por eso viven en la mentira, y ésta los hace sentir "felices". ¿Sabrán, en realidad, qué es la felicidad?

La religión como problema de inquietante hondura metafísica

Así como se asigna, sin preguntar ni reflexionar, valor e importancia a la religión y a otros saberes irracionales, el filosofar presta un invaluable servicio, porque es un saber racional, riguroso, metódico, reflexivo, crítico, analítico y argumentado. Y no es que, como filósofo, sea un detractor o defensor de la religión; lo que ocurre es que voy en búsqueda de respuestas, pregunto y me pregunto por el fenómeno religioso en todo su fantástico y complejo universo, buscando desentrañar qué hay dentro y fuera de él. Por ejemplo, pregunto y me pregunto por el insondable problema de Dios, no para negarlo o afirmarlo; lo que quiero saber es qué se esconde detrás de esta problemática que, gracias a nuestra cultura, nos inquieta. Me pregunto por el problema de Dios porque no me gustan las salidas facilistas: afirmarlo o negarlo porque otros ya lo han hecho. Cuando reflexiono sobre el insondable origen del universo no acudo al facilismo, sosteniendo que éste fue creado por Dios; reflexiono y formulo otras preguntas, indago en las ciencias y otros saberes, no me atiego a la mera cosmovisión religiosa. Los espíritus acríticos creen o no creen en Dios porque otros les han dicho que hay que creer o no creer, que Dios existe o que Dios no existe; pero nunca han reflexionado con la debida profundidad filosófica, por sí mismos, para llegar a sus propias conclusiones, para afirmar o para negar por sus propias reflexiones y por sus propias convicciones. Quien piensa por sí mismo, quien tiene espíritu crítico, será capaz de adentrarse en los intrincados e insondables laberintos del problema teológico para creer o no creer en Dios, para afirmar o negar la existencia de Dios o asumir otras posturas críticas al respecto, previa reflexión, previo cuestionamiento, previa duda razonable, previo razonamiento argumentado y profundo, pero producto de su propio entendimiento, pensando por sí mismo.

Respecto al problema de Dios, un filósofo como yo se zambulle en la profundidad de ese inquietante enigma, desde el punto de vista fenomenológico, ontológico, simbólico, metafísico, epistemológico, antropológico, lingüístico, sociológico y psicológico. Mi ansia desmedida de respuestas me llevan a preguntar y preguntarme, mientras viva, tratando de allegar claridad a esta cuestión que ha influido y permeado hondamente al hecho religioso, que ha condicionado radicalmente la cosmovisión de una inmensa mayoría de seres humanos y su manera de ser y de estar en el mundo.

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